martes, 29 de abril de 2014

EL RÍO DARRO Y LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

Con motivo de mi último cuadro de pintura, sobre el Río Darro, expongo una aventura que jamás olvidaré.

                                        Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba
Las sensaciones que se perciben en nuestra primera etapa de la vida quedan grabadas para siempre, recordándolas con tal fidelidad como si se estuvieran viviendo en aquel pretérito momento.

                                             Heráclito y su "tabula rasa"
Heráclito filósofo griego sostenía que todo conocimiento le llega al hombre  “a través de la puerta de los sentidos". Los estoicos utilizaron la expresión “tabula rasa”, la tabla lisa (tabla recubierta de cera para escribir) donde se escriben todas las experiencias.
                                             En la infancia la mente está limpia
Esta es sencillamente la razón por la cual  recordamos con tanta facilidad los sucesos acaecidos en nuestros primeros años, en nuestra infancia nuestra mente está limpia y los sucesos que penetran a través de los sentidos quedan grabados en esa tabla virgen.

Todos los años, cuando aún era un pequeño infante, en el mes de septiembre, cuando el verano estaba declinando y se vislumbran los primeros asomos de una nueva estación, sucedía un hecho que quedó cincelado en la tabla limpia de mi cerebro.

                                                 Torcuato, este es mi padre
Mi padre, Torcuato, trabajaba en el “Alpargatón”, era una tienda instalada en el “Arco de la Cucharas”, a un tiro de piedra de Plaza Bibrambla. Cuando iba por allí me llamaba la atención la forma tan llamativa de atraer a la clientela.
                                              Arco de la Cucharas, siglo XVIII


En la esquina de la fachada, ya que la tienda da a dos calles a la ya nombrada y a la de “Boteros”, había un gigantesco gato sosteniendo una enorme zapatilla, producto que allí se vendía, donde aparecía el letrero “Las siete vidas”, era una forma de propagar la duración de lo que allí se vendía con una durabilidad como la de cualquier gato al que se le atribuye esta longevidad.
D. Eduardo Salas era el dueño y jefe de aquel comercio y había depositado toda la confianza en su empleado por razones bien justificadas de responsabilidad y trabajo.

                                           Las enormes avellanas de Jesús del Valle
El señor Salas era un ferviente y apasionado consumidor de las avellanas que se criaban en Jesús del Valle. Mi progenitor, persona fiel a su jefe, se encargaba de traerle todos los años un saco cargado de este rico producto.

                                           Pueblo de Beas, donde nace el río Darro
Las avellanas de Jesús del Valle, situado en el mismo corazón de Valparaíso y lindando con los pueblos de Huetor Santillán y Beas, no eran unas más de las muchas que se expendían en las tiendas de ultramarinos, tenían sus características especiales, su tamaño era descomunal como si fuesen pequeñas nueces, el contenido de carne a saborear iba  en consonancia con su tamaño, podía llenar plenamente la cavidad bucal,  de aroma y sabor, en proporción con su magnitud.

                                      Mi sueño trascurrió en un trasiego de imágenes 
Mi padre me había comunicado, una vez llegado al anochecer a casa después de su trabajo, nuestra tradicional ida a por las avellanas. Aquella noche, mi sueño trascurrió en un trasiego de imágenes que confusamente se mezclaban entre el río Darro, avellaneras, labriegos en las huertas, atardeceres, bañándome, cogiendo cabezones...
  
                                                     Mi madre, Josefa
Aquella mañana, de finales de agosto, muy temprano mi madre me dio los consejos oportunos tanto a mí como al que me tenía que llevar.
-Torcuato, que el niño es pequeño para esa caminata.
-Mujer, es la ilusión de todos los años.
- Pero sabes que siempre se pone malo del palizón de la jornada.
- No te preocupes iremos con cuidado.

                                              Camino del Sacromonte
El vientecillo de la mañana me espabiló y enseguida emprendimos el camino. Se fue quedando atrás el Camino del Sacromonte, Puente Quebrada, El Santo Sepulcro, Puente Mariano.
                                                     Mi padre y yo
                                                 
                                                   Santo Sepulcro
Pronto llegó a mis oídos, el mugir de la vaquería de “los Barraganes”, el olor característicos a leche recién ordeñada, la tufarada que sale de los establos, el tufillo que desprende la paja amontonada en grandes paquetes perfectamente alineados.
El camino pasa por debajo pero alguien desde arriba nos ha atisbado y reclama nuestra presencia.
-Buenos días.
Paco Barragán nos saluda y nos ofrece un vaso del rico elemento que en esos momentos está extrayendo de los animales.


Subimos a la vaquería, nada más entrar el hedor característico nos da el primer saludo, los animales perfectamente alineados y el vaquero sentado en una pequeña banqueta, con botas negras de goma calzadas hasta las rodillas, mangas de la camisa subidas hasta la mitad del antebrazo, arrima su cabeza al costado del animal como la madre que quiere transportarle todo el cariño al niño que amamanta,

                                             El vaquero acaricia la ubre de la vaca
 acaricia la ubre de una hermosa vaca y apretando los pezones, entre los pulgares y el resto de los dedos,  con una maestría inusitada, veo saltar sobre el cubo metálico, que sostiene entre sus piernas, dos chorros del blanco líquido que al estrellarse en el fondo de metal produce un sonido característico.      



  La vaca de vez en cuando deja sobre el cemento, que cubre el suelo, el chasquido de su pezuña y la imposibilidad de realizar otra defensa ante una mosca que le molesta, el rabo se mueve nerviosamente de un lado para otro y nuestro vaquero le recrimina, moviendo la banqueta, para buscar otra postura que se acomode mejor a su trabajo.
-Quieta “salerosa”.
El animal parece entender el mensaje y suaviza su aptitud, para que Paco pueda realizar su cometido.  


El olor a orines, deyecciones, paja mojada, hierba recién cortada que asoma por los comederos, producen una amalgama de olores que impactan cuando por primera vez la pituitaria los percibe, pero en mí no era el caso, siempre desde que tengo uso de razón, los había recibido como la cosa  más corriente y común ya que junto a mi casa estaba la vaquería de Joseico donde, por costumbre, iba todos los días por las tardes, a beberme, por una peseta, una rico vaso de leche recién ordeñada.

                                              La espuma de una catarata
Poco a poco aquella vasija va creciendo en contenido y una espuma blanca como la que forma el agua de una catarata cuando se precipita al caer en el vacío, los dos  chorros se van perdiendo entre el burbujeo blanquecino que intenta salirse de la cubeta que los contiene.


Paco llenó un vaso y lo depositó en mis manos, sentir el calor del líquido que hace unos segundos pertenecía a aquel animal me estremeció y colocando el vidrio sobre mis labios pude ir saboreando, hasta dar fin, aquel regalo mañanero, mientras mi padre y Paco me miraban satisfechos.

                                           Molino del Batán, de Joaquín el molinero

El sonido de las ruedas de piedra del “Molino del Batán”, movidas por el agua de la Acequia de S. Juan, una de las tres hijas del río Darro,  con Joaquín el molinero en la puerta, rompe el silencio de la mañana.
En la curva del “Hornillo” algo me sobrecoge, es el grito del llanto desesperado de un niño, me detuve sobresaltado por momentos, mi padre que sabía perfectamente de lo que se trataba, me invita a seguir y me instiga a dirigir la mirada hacia una de las paratas del carmen.  

        Estupefacto me quedé al contemplar la belleza de un pavo real con su cola gran abanico de colores abierto al viento, sin tener  igual con el mejor flabelo encerrado en la vitrina de un museo de abanicos. 


El pavo real lentamente, lanzando graznidos, glugluteando, se dirigía hacia nosotros, erguido el cuello de un azul ultramar intenso, como la mejor de las modelos que se desliza por la pasarela en un desfile de modas en la apertura de la temporada otoño-invierno, exhibiendo la belleza de sus cuerpos y  la vestimenta que les acompaña.

                                         Elegantes modelos en un desfile de moda
Vendría después el Cortijo del Latino, especie de una cortijada, lugar donde moran algunas familias, cuyo hijos frecuentan las Escuelas del Ave María como alumnos, alguno compañero mío de clase.


El sol nos daba los buenos días asomándose por el borde del Llano de la Perdiz, ese límite de la gran meseta del Cerro del Sol, la montaña que forma el costado del valle, y que parece  se te va a caer encima cuando la miras.
Se viste del verde de la arboleda que la cubre en su mayoría, con pinos, abetos, alcornoques, matorrales, constituyendo los adornos que podrían acicalar la mejor falda de cualquier mujer granadina.

                                            Vereda de las Silletas del Moro
 La falda se llama Dehesa del Generalife y se adhiere al cuerpo con un elegante cinturón que recorre de izquierda a derecha, es la “Vereda de las Silletas del Moro”.
El camino de pronto se corta y hay que pasar a la ribera de la izquierda, nos encontramos con el río y la grata sorpresa de un hombre que a esas horas de la mañana, me sorprendió verlo metido en el agua con una sartén entre las dos manos moviéndola de una manera especial.
-¿Papá que hace ese hombre?
-Es un buscador de oro.

                                                          Buscador de oro en el río Darro
El hombre de edad sexagenaria, o por lo menos a mí me lo parecía, de mediana estatura, ojos pequeños, mirada penetrante, concentrado en la labor que estaba realizando, tenía el pantalón subido hasta las rodillas, barba espesa negra con algunos reflejos blancos, camisa oscura con las mangas remangadas hasta los codos, sombrero colado hasta las orejas.


 El agua cristalina del río dejaba ver los pies desnudos cuya piel blanca resaltaba entre los chinarros oscuros del fondo del río.
 Nuestro personaje, ensimismado en su faena,  pareció no darse cuenta de nuestra presencia hasta que mi padre, por segunda vez, tuvo que saludarle con unos buenos días.


Volviendo la cara hacia donde nos encontrábamos, subidos en una de las piedras que actuaban como puente para pasar de una ribera hacia la otra, nos hizo una leve reverencia, sin musitar palabra, siguió girando la sartén balanceándola de un lado para otro.

En el interior había chinarros, arena y agua que poco a poco iba saliendo de nuevo al río arrastrando los elementos más gruesos y quedando solo la arena más fina.
-Qué, maestro, ¿cómo va el trabajo?
Aquel hombre se vino a la orilla, en su rostro se manifestaba la decepción de no haber conseguido lo que buscaba, respiró profundamente, soltó un suspiro, y se sentó sobre un montículo dejando caer despectivamente el sombrero al suelo. Junto a él una especie de escalera de madera, nos estuvo explicando que era otro elemento que utilizaba para lavar la arena.

                                             Escalera para lavar la arena
-¿Cuántas bateas se necesitan para sacar algo de oro?
-Mire amigo, (respondió) este es un oficio de paciencia, de mucha paciencia, yo he necesitado lavar más de ochenta bateas para obtener una pepita de oro, de un gramo de peso.
-¿Se compensa ese esfuerzo y trabajo?


-Amigo, cuando no se tiene otra ocupación para sacar la familia adelante, todo es bueno por muchas horas que en él se empleen.
-¿Hay mucha gente que se dedique a este oficio?
Aquel hombre nos sonrío y después de preguntarnos hacia donde caminábamos, comenzó a hablarnos de este modo:


Ha sido siempre costumbre de los trabajadores de las cercanías del río Darro dedicarse, en los días en los que no hay precisas labores en el campo, en remover las arenas del río y merced a un procedimiento de lavado y cernido, extraer algunas partículas de oro, que vendido después a los plateros de Granada, ha hecho que podamos sacar un jornal capaz de sobrevivir a las necesidades de la familia.
Aquel hombre se animó a seguir contando las cosas que ocurrían en aquel entorno viendo el interés que poníamos mi padre y yo.

                                Juan el personaje de la leyenda de la gallina de los huevos de oro
Juan, era un vecino mío que cultivaba las tierras que había heredado de su padre, persona sencilla, trabajador incansable muy estimado entre los otros cortijos del entorno.
                                    Juan asistía los domingos a misa en la Abadía del Sacromonte        
Jamás hubiera dejado de trabajar toda la semana, ni asistir por la mañana del domingo a la misa mayor de la Colegiata del Sacro-Monte.

Al paso ofrecía todos los días festivos un ramo de florecillas a una hermosísima joven que vivía junto a su morada, pero nunca se atrevía a expresar su pasión a la bella Luisa, seguro de lo imposible que le era contraer matrimonio y aumentar sus obligaciones, cuando por entonces, casi podía atender a los que tenía dentro de casa. Abrigaba confianza, sin embargo, que el cielo mejoraría su suerte, y para entonces aplazaba la realización de sus esperadas venturas.
Dios efectivamente tuvo compasión de su amoroso penar, y le proporcionó un medio de adquirir una posición relativamente acomodada.


Una tarde en que meditabundo caminaba hacia su cortijo, por una vereda, junto a las márgenes de este río Dauro, le sorprendió ver a una gallina, que rodeada de una docena de dorados polluelos, removía la tierra, y de ella sacaba unos pequeños granitos dorados que desde luego le llamaron la atención.


Creyó que con su presencia se espantaría el animal, pero no fue así, acercose y cogiendo aquellos dorados granos juntó una cantidad regular, abandonando aquel sitio cuando la gallina desapareció con sus polluelos.

                                                      Venta de las peitas de oro
La idea que tenía  de haber oído decir que el rio Dauro contenía oro entre sus arenas, le hizo guardar lo que había recogido y preguntar a un platero de la ciudad. El artífice le compró su mercancía, y refiriendo Juan a éste lo sucedido, le hizo comprender era solo debido a favor del cielo aquel milagro.
Volvió al día siguiente y después hasta veinte días, y al que hacía veinte y uno la gallina desapareció y no volvió a presentarse.

                                                  Juan cumplió su promesa
Juan ya no necesitaba más. Tomó la labor por su cuenta, rodeó de comodidades a su familia, y la honrada Luisa formó al poco tiempo parte de ella. Hizo entonces un voto y lo cumplió mientras vivió celebrar, en una de las capillas del Sacro-Monte, una función anual a la Virgen, el mismo día en que por vez primera se le apareció la gallina con los pollos de oro.
Tal es la leyenda, que  sobre las doradas arenas del río Dauro corre como verídica en Granada y que ha alentado a fabulosas empresas y a más de un infortunado.
Después de esta aventura y darle las gracias a nuestro buscador de oro, continuamos nuestro camino.

                                                   María la esposa de Daniel
El cortijo de Daniel se vislumbra en la distancia, en la puerta de la casa echando maíz a las gallinas María, la esposa de Daniel, nos da un cariñoso saludo, mientras su voz se deja sentir con una reclamo característico:
-pitac, pitac, pitac, 
es la llamada a un grupo de pollas y pollicas, de diversos colores,  se acercan a comer el pienso que María va depositando en el suelo.


                                            Un enorme can, ladraba y ladraba sin cesar
En un rincón al pie de una enorme parra cuyos racimos de uvas cuelgan como farolillos de feria un enorme can, como impertérrito guardián de la hacienda, erguido y cumpliendo fielmente su misión, desde que en la lejanía había percibido nuestra presencia, ladraba y ladraba sin cesar.
-Daniel ¿cómo está?
- Bien. Fue una contestación seca y con cierto aire de tristeza  que guardaba algún  misterio que después mi padre me explicaría.


                                    La acequia de Santa Ana  y el rico olor de las avellaneras
 La acequia de Santa Ana, que recorre paralela a la senda por donde caminábamos, nos regalaba el rico olor de las avellaneras, el musgo pegado a los bordes, las collejas, vinagretas, esparragueras y la rica visión de un agua trasparente deslizándose lentamente y dejando ver los limpios guijarros que había en el fondo.

                                         El croar de una rana me entretuvo un instante
El croar de una rana, que a esas horas parecía haberse despertado de la vigilia nocturna, me entretuvo un instante, queriendo descubrir con la mirada el sitio donde se escondía, mientras mi padre me instaba a seguirle.




                                    ...,como si fuera el bonete de un canónigo
Pasamos por delante del cortijo en ruinas de “Moronta” y del Teatino, la vista se embriaga con el colorido de la diversidad de flores que juguetean como niños al ritmo del vientecillo que las jalea: rojas, amarillas, violetas, azules, que surgen de las borrajas, gayumbas, grama, cardillos, y la avena loca con su alcachofa como flor que se adorna con los filamentos violetas de su cúspide como si fuera el bonete de un regio canónigo, de la Abadía del Sacro Monte, en una Vigilia Pascual.

                                     Las enormes piedras intentaban detener la marcha del río.
Seguíamos caminando, acompañados por el murmullo orquestal del agua del río, silenciosa unas veces, ruidosa otras al chocar con alguna de las enormes piedras que intentaban interrumpir su marcha; en mi interior había algo que me inquietaba, una incógnita que no se había despejado, el mutismo de mi padre sobre una repuesta que esperaba se me agudizaba cada vez más. De pronto, rompí el silencio.
-Papá, dije con voz queda, como temiendo no obtener contestación.
-¿Qué le pasa a Daniel?
-Daniel está en la cárcel.


Aquella respuesta tan tajante y seca al mismo tiempo, fue como un pistoletazo lanzado a “boca jarro”.
-¡Pero bueno! si me has contado que  era una persona honrada, responsable, trabajadora, un buen padre de familia…
-¿Qué ha hecho?

-Hijo, había una gente que vivía en la Sierra, le llamaban “Los Maquis”, bandoleros rebeldes contra el sistema de gobernar después de la guerra civil, perseguidos por la guardia civil, habían huido al monte  y bajaban a los cortijos por las noches para obtener comida, noticias de los familiares, ropa, obligaron a Daniel para que fuera el enlace de ellos.


Una noche, los gendarmes que había recibido un chivatazo de alguna persona que no tenía en aprecio a Daniel, esperaron escondidos a que llegaran los “Queros”, nombre con el que también se les conocía, los apresaron y los metieron en la cárcel donde está pasando el resto de sus días.
Un silencio fue la nota que quedó en el aire, mientras caminábamos hacia nuestro destino.
                                                 Caserón de Jesús del Valle
Después de cruzar el río más de una vez, porque la vereda obligaba a ello, pudimos divisar el gran caserón de Jesús del Valle  donde los jesuitas pasan sus retiros, sobre todo en verano.
Nada más llegar a la hacienda, a aquel inmenso cortijo, nos estaba esperando el guarda Francisco, con un saludo cordial nos recibe.
-Buenos días buena familia, bienvenidos un año más, y tú chaval ¡cómo has crecido desde el años pasado!


Aquel tal Francisco, era el prototipo de guarda jurado, de estatura mediana, bien metido en carnes, cara ancha, ojos grandes como los del búho que tiene capacidad de visión incluso de noche para detectar al posible infractor, maleante y asaltador de lindes, gran mostacho, blanqueado por los años, al que de vez en cuando le pasaba los dedos de sus anchas manos para atusárselo; 


amarillento por causa del humo del tabaco que consumía en una pipa  que jamás la vi desprendérsele de los gruesos labios, vientre abultado, sujeto por una ancha correa que prácticamente lo sostenía, algo chato de nariz con las venillas que la cubren enrojecidas por el trasiego del alcohol que consume producto de las viñas que allí abundan y cuyos caldos se fermentan en la bodega del lagar, pómulos salientes, pero siempre sonriente y con el chascarrillo a flor de piel.


Tenía una banda ancha de cuero colocada en bandolera y en el centro una gran placa metálica recién limpia, quizás con Netol, que brillaba  como los “chorros del oro”, donde se podía leer: GUARDA JURADO; con gesto arrogante más que un guarda de cortijo se manifestaba como ministro recién jurado el cargo colocada la banda de su ministerio, más si a todo esto le agregamos la escopeta que colgaba de su hombro derecho, con la que le dio más de un  susto a algún atrevido ladronzuelo, obtenemos el guarda perfecto.
-Chico, ¿Quieres que demos una vuelta por el cortijo?
Asentí con agrado después de pedirle permiso, con la mirada, a mi padre, que recíprocamente hizo su asentimiento.

   El molino de aceite
Más que un cortijo aquello era una grandísima alquería. Mientras lo recorríamos nos iba explicando, con grandilocuencia, como un experto guía todo lo que íbamos viendo.
La finca tiene una extensión de 400 hectáreas, se compone de olivares de riego y de secano, viñedos, montes de encinas, dehesa para pastos, huertas, jardines y alamedas, y contiene una casa principal, otra casa cortijo con habitaciones para dependientes, graneros, pajares, cuadras, molino de aceite, lagar, bodega, almacén de efectos y demás dependencias necesarias para la labor, dos molinos harineros en las márgenes del río Darro, que atraviesa por esta finca.

                                                   Molino harinero
Se distinguen dos áreas constructivas dentro de la hacienda. Una perteneciente a finales del siglo XVI y que se seguirá ampliando durante el siglo XVII que corresponde propiamente a la hacienda sustentando los molinos de harina y aceite, lagar y corrales. Y una segunda perteneciente al siglo XVIII destinada a residencia de los jesuitas.

                                           Residencia de Jesuitas actualmente ruinosa.
 Siendo esta segunda parte de mayor altura, formada por dos cuerpos perpendiculares configurando una L orientadas sus ventanas al Este y asomadas a un gran patio rectangular  con sus tres plantas de altura.


(Haciendo un paréntesis, este niño que vivió y recorrió aquellas estancias, hoy, después de muchos años, los ojos se me ponen acuosos y se encharcan de tristeza al contemplar el estado ruinoso en que actualmente se encuentra. 


Su catalogación en mayo de 2005 como Bien de Interés Cultural y a pesar de ser ésta una figura jurídica de protección especial, no ha impedido que el abandono de su propietario y la dejación de las distintas administraciones lo hayan llevado al estado de ruina total en el que se encuentra actualmente).

                                Estado ruinoso en el que se encuentra actualmente la hacienda de Jesús del Valle
Los largos años de desidia han propiciado los distintos expolios a los que ha sido sometido haciendo desaparecer cualquier vestigio de su actividad agrícola. En su día totalmente equipado de maquinaria e incluso mobiliario a fecha actual literalmente no queda nada). 
¡Una pena!

Con el saco de avellanas, nuestro principal objetivo, cargado sobre el hombro de mi padre emprendimos la marcha para deshacer, el camino de ida.
Francisco nos despidió delante de aquel enorme portón que daba entrada a la finca.
-¡Hasta el año que viene!


Había comenzado a atardecer, y a pesar de que en este tiempo los días son bastante largos teníamos que darnos prisa para que la noche no se nos echase encima, por un lado por la dificultad que nos podía presentar la vereda y por otro por el desasosiego y preocupación que pudieran tener en casa ante nuestra tardanza.


Pasado el terreno más incómodo y escabroso, después de haberle imprimido un fuerte acelerón a nuestras piernas llegamos al camino, después de dejar el sendero estrecho y haber cruzado por última vez el río.

                                               Atardecer en la ciudad
                                             El sol se acunaba en lontananza
Los últimos rayos del sol estaban dando la despedida cuando intentaba acunarse por lontananza y los cristales de las ventanas de la Abadía Sacromontana se dejaban acariciar por las tibias centellas del astro, formando vidrieras de colores,

                                        Vidrieras de colores en la Abadía del Sacromonte
 mientras el Cerro del Sol con su último pie estirado, en la Silla del Moro, hacia el espacio que domina la ciudad se acomodaba para dejarse caer en las tinieblas de la noche, cubriéndose de un color  anaranjado.
Mientras tanto, allá abajo, el río Darro, parsimonioso y lento, va dejando el quejío del cante flamenco.

                                               Martinetes en la fragua de "Los Faraones"
 Golpea y canta por "martinetes" al ritmo que le marcan las fraguas al pasar por el Sacromonte.

                                Seguidillas al pasar por los conventos de San Bernardo y Zafra. 

"Seguidillas" burbujeantes  llora el agua junto a los maitines al alba, de las monjas de  los conventos de S. Bernardo y Zafra.
                                    
                                     Tres curvas como tres tercios en el Tajo de S. Pedro

                                          Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba

En la umbría  del Tajo de S. Pedro, tres curvas como tercios por "soleares".
Al llegar a  Plaza Nueva, como el minero se introduce en la mina, el cante de las "Minas de la Unión" retumba en la oquedad del túnel.

                                                           Cante de minas, en la oquedad  del túnel que le aprisiona

Aquella cárcel que le tiene prisionero no puede aguantar  más y al llegar a Puerta Real su cante se convierte, aunque nadie le escuche, en "carceleras", por Manolo Caracol.

                         Al llegar a Puerta Real, no puede aguantar más y revienta en cantes por carceleras

Pero el tribunal lo excarcela y le da la libertad al llegar al Puente del Genil .

                     El Darro  se libera de la cárcel y se abraza, en el Puente del Genil, a su hermano con unas alboreás
Se abraza a su hermano el Genil que esperándole está con unas "alboreás".

                                        Con cantes de siega cogidos de la mano por la vega van
Cogidos de la mano, contentos los dos corren por la Vega de “Graná”, con cantes de "siega" uniéndose a los labradores que esperándoles están.
Se cumplieron, como todos los años, los  presagios de mi madre, al día siguiente amanecí con treinta y ocho grados de fiebre, pero a pesar de todo, durante varios años más, seguí acompañando a mi padre en aquella aventura que aún recuerdo con cariño.
(Este archivo está dedicado a las dos personas que me engendraron, me educaron y me lo dieron todo y desde allá arriba, creo se sentirán satisfechos de este hijo. Gracias, Papá y mamá)

                       José Medina Villalba.