Mateo, este es nuestro
guía, os lo presento por si alguien se ha enganchado a esta serie novelada con
realismo, en estos momentos.
Durante la cena, después de un día bastante cargado de emociones, nos dice que
estuviéramos preparados para la levantada del día siguiente que sería a las
seis de la mañana.
-¡Qué horror! se oyó como una especie de exclamación, a modo de grito de dolor, desde el fondo del comedor.
- ¡Pero bueno, claro, como aquí no hay
noche, las veinticuatro horas son de día!
-¿No respetan que tenemos que dormir?
-¿No respetan que tenemos que dormir?
- Señora, esto es lo que hay, o
¿a qué creía que había venido?
Tengo siempre por costumbre
cuando viajo, levantarme por lo menos una hora antes de la que previamente se nos
anuncia, así es que diciéndole adiós a los pasteles que había en el pasillo,
bastantes agradables, y dejándolos impresos en mi móvil arrastrando la pobre
maleta sufridora, me dirigía al hall del hotel.
No había absolutamente nadie.
-¡Pero, ¡hombre de Dios, a esas
horas quien iba a ver!
La chimenea estaba encendida,
así que opté por tomarla por mi primera compañera, antes que llegaran las
restantes del grupo, por si tenía a bien calentar mi cuerpo exteriormente,
antes que el estómago. Después serían otros los que acapararían también calor
del llar del hotel.
Poco
después, las sufridas maletas se fueron agrupando en perfecta formación,
mientras esperábamos la entrada al bufett, para tomar las provisiones
suficientes, que nos dieran las energías para seguir nuestro desenfrenado
caminar diario.
-¡Mira que los chinos y los
japoneses madrugan!
-Pues señor, esa mañana batimos
el récord, fuimos los primeros en darle un buen sablazo a los exquisitos manjares que había
colocados.
Mondos y lirondos, más frescos que una
lechuga, recién bañada del rocío de la mañana nos despedíamos del hotel SCANDIC
SUNNFJORD, para coger nuestro inseparable vehículo de compañía, que nos
traslada de un sitio para otro, sin que nunca hayamos escuchado ninguna queja, solo
ese monótono, rítmico y constante sonido del rozar de sus redondos pies sobre
el asfalto, y del corazón metálico que le hace caminar.
El Sol, ese omnipresente que no
se marcha, solo un poco al atardecer, no quiero decir oscuridad de noche, porque
siempre juega al escondite, nos deja su incandescente luminosidad, se ha asomado
por el parabrisas y nos ha soltado su primer rayo para darnos los buenos días.
Son las siete de la mañana,
caminamos en dirección al Fiordo de Sognefjord, el “Fiordo de los Sueños”.
Siempre hay alguna anécdota
que contar sobre algún hecho puntual, como por ejemplo: aquel que no aparece por ningún lado y
se nos va el tiempo esperando que llegue, porque se levantó tarde.
El Sol nos acompaña, es el
testigo fiel que deja clavados sus rayos dejando caer su energía, para que los
árboles proyecten su sombra sobre la carretera, y nos vuelve a repetir
continuamente que él es el rey de aquellos lugares, que no se oculta nunca para
descansar, porque aquí todo es luz, durante todo es día.
Caminamos aún por el territorio de Forde, la
suavidad de la carretera anima a contemplar el paisaje, la calzada va actuando
como un bisturí en manos del mejor cirujano, partiendo la senda y dejando, a
ambos lados de la piel al descubierto, las interioridades del cuerpo, el verdor de la pradera, y el bosque en
perenne centinela, las casitas desperdigadas, como las dibujos de un tapiz
realizados en la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, con estampas de Goya,
jugando a la gallinita ciega, la vendimia, o la merienda, y al otro lado, no
podía faltar agua a raudales.
La cámara gira continuamente
de un lado para otro queriendo absorber y devorar todo lo que se le va
presentando por delante, agua a ambos márgenes de la carretera, casas blancas y
rojas de madera que no se cansan de estar ocupando el sitio que tienen, verde y
más verde derramado, como si los grandes
botes de pintura celestial, se hubieran esparcido en amarillos, verdes, rosas,
y azules, en un alarde de gentileza
inusitada, y un Sol que se sale del autobús para lavar su cara en las
cristalinas aguas de un lago, que se carcajea de risa y de placer moviendo,
en pequeñas olas, el deleite que produce la fruicción del beso de los rayos solares en
su cara.
-¡Silención, mucho silencio! El
habla se corta, las palabras no salen, solo la imagen es la que deja patente
tanta belleza que emociona e impregna el espíritu de riqueza natural. Aquí habría que decir, aquello de, una
imagen, vale más que mil palabras, pero como no es solo una lámina sino cientos
de estampas diferentes, diríamos entonces, valdrían más que millones de
palabras.
Un conductor que no para de
mascar, creo que lo que rumía no es chicle sino deglutiendo todo lo que nos
sale al paso, mientras el leve balanceo del vehículo, como el caballo trotón
que se desplaza por la pradera, seguimos caminando extasiados en todo lo que
nos sale al paso.
Las montañas también nos acompañan,
y el Sol quiere jugar con nosotros escondiéndose detrás de la enorme joroba.
El puente como centinela
perenne ve pasar el agua que se ha vuelto revoltosa, mientras el chofer sin que
nos demos cuenta se me ha metido entre la arboleda para darse un baño.
.
.
Alguna tosecilla de vez en
cuando interrumpe el silencio, un silencio que viene provocado por el sueño que
va haciendo estragos entre el pasaje, por el fuerte madrugón de esta mañana.
Caminamos por la zona de Vassenden, dejamos
el lago y ahora nos acompaña el canto acuático del río, de un caudal que se ha
vuelto bravo, de un puente que irritado lo ve pasar continuamente, mientras él
aunque quisiera no se puede quitar la férrea fuerza que lo tiene encadenado.
El micro, que también cumple
su misión, parece que no está muy de acuerdo con el silencio al que se le ha
sometido, y clama que se le atienda dando un pequeño grito que
desagradablemente atraviesa los tímpanos de los que pacíficamente, le tenemos
que escuchar.
Tanta agua nos circunda, que a
veces ni el mismo Mateo sabe, cuando se le pregunta, si lo que estamos viendo
en estos momentos, es lago, fiordo o río.
- Oiga, señor escritor, que el
chofer ha dejado el volante, se está bañando en el lago y nos vamos a
estrellar.
-No, hombre, no deliremos, estabas
dormido, te has despertado y estás viendo visiones, ¿no te has dado cuenta que
es el reflejo del cristal?
Mirando al lago, la mente se
dispara y pensamientos escondidos de imágenes que quedaron en tierras lejanas, se despiertan a través de un Sol cuyos rayos se ciernen en el agua.
Bajo el lago tu fiel reflejo palpita,
allí te veo cual destello centelleante
de Sol como si fueras un espejo,
Seguimos caminando por Fjaerland, el río nos acompaña por la margen
izquierda, las florecillas en la ribera sonrosadas, aferradas al terreno se mantienen absortas,
impasibles viendo correr el agua,
Las flores silvestres,
al borde del río
obran maravillas,
tristes y melancólicas
de su fatal destino.
Las madrigueras nos van
sucediendo en nuestro caminar, algunas de ellas con longitudes de varios
kilómetros, y al final la luz nos sorprende y de nuevo la vestimenta rosa de
las flores nos asombra, son como melodías de pájaros que nos acompañan y nos
fascinan en el camino.
Nuestros pasos apoyados sobre
ruedas que no cesan de girar, caminan por Sogndal, poco tránsito, la carretera
parece estar hecha solo y exclusivamente para nosotros, algún autobús, o
moteros que quieren volar libremente llevándose el olor, el sabor y la visión
de todo lo que les rodea.
Pasamos Songndal con sus
casitas vestidas de blanco, capuchas negras y rojas, como toquillas cubriendo
sus cabezas.
Miradores de madera como
vigías para desde las alturas captar mejor el paisaje nos indican que hemos
llegado a nuestro destino, al famoso Fiordo de Sognefjord, o Fiordo de los
sueños.
Mientras llega el momento del
embarque surge la tentación, ¿quién no escala y se sube a lo alto del mirador?
Colocados en fila rigurosa,
nos disponemos a subir al ferris que, en este caso, desde la distancia, comprobamos que es de
mayor envergadura que el de Geiranger.
Al fondo, nuestro autocar ya
había ocupado su sitio, y en lo alto de
la popa llevaba incrustado el nombre con el que le bautizaron FANARAAKEN-
FLORO.
Pronto nos hicimos dueños de la
nave y comenzamos a ocupar los sitios que cada uno consideró eran los más
idóneos para realizar una cómoda travesía, las cámaras ansiosas de no perderse
nada se disparaban continuamente.
Había una serie de asientos para
poder contemplar más cómodamente toda la película que se nos iba a proyectar sobre una
grandiosa pantalla al aire libre, y una especie de torreta para los que
quisieran apreciar todo, desde una posición más elevada.
Había donde elegir, en el centro, en los laterales, o junto a la barandilla, para divisar con más precisión el
combinado perfecto que hace el agua con su hermana tierra.
Nuestro navío tenía también
sus entrañas interiores, desde donde se podía presenciar el panorama, el desarrollo del film,
a través de unos ojos de cristal, e incluso si el apetito corporal se nos despertaba, después de saciarnos
del grandioso alimento espiritual, del combinado de huevos fritos con baicon
representado en las enormes montañas, mezclándose con el agua del inmenso mar,
tomar cualquier café o aperitivo en el bar.
tomar cualquier café o aperitivo en el bar.
En una pantalla pudimos ver
nuestro barco representado por una bolita, indicándonos el lugar exacto por
donde íbamos pasando.
Allá al fondo se nos va
quedando el embarcadero, y las casas se han ido empequeñeciendo convirtiéndose en casitas de
juguete, que deambulan dentro de una inmensa maqueta, donde predomina un cielo
azul intenso como fondo del escenario y unas gigantescas montañas plagadas de
verdor.
Había que dar un barrido, no
con una escoba, sino recogiendo todas la imágenes que iban naciendo, cada uno en su posición, sentados algunos, otros buscando todavía donde acomodarse, el que
le estorba la mosca, que no hace nada más que darle “por saco”, por no emplear
otro término más soez, pero muy “granaíno”, el que se cubre la cabeza porque el
sol ya le está crujiendo la sesera, o el que ha encontrado no solo el sitio
sino la silla adecuada.
Ante un ancho mar nos vamos
desplazando y mientras unos observan, otros comentan, mi mente deambula por
otros espacios del Romanticismo en España.
Por diez cañones por
banda,
Viento en popa a
toda vela,
No corta el mar,
sino vuela
Un velero bergantín.
Yo diría que en nuestro
barco los cañones eran las cámaras fotográficas y los móviles disparando
continuamente, y que aquel barco, ese día, para todos un tesoro, que la única
fuerza era el suave viento, sobre un mar completamente sereno y tranquilo.
Mientras tanto los
gigantescos monstruos que se encontraban en la orilla, semejando a hipopótamos
que se querían beber toda el agua, permanecían impasibles ante nuestras
miradas.
Las gaviotas juegan su papel,
saben muy bien que allí hay provisiones, y dejando flotar su cuerpo, cometas en
el aire, reposan sobre el lugar más apropiado para recibir el alimento que se
les ofrece.
Hay un revuelo impresionante,
las gaviotas atraídas por la ofrenda que se le hace, entre cabriolas y graznidos
se van acercando. Existe cierta inquietud entre el pasaje que observa la escena y
las intenciones por alcanzar el tributo, revolotean por encima de las cabezas produciendo miedo, estupor y pánico en algún
momento.
Hay que fotografiar lo que ocurre, parecemos tiradores, al grito de ¡Plato va!, y poder cazar
fotográficamente a la gaviota que se marcha.
Un poco de café no viene mal a estas horas de la mañana para calentar los estómagos, mientras las gaviotas no dejan de merodear esperando alguna dádiva que echarse al buche.
Un poco de café no viene mal a estas horas de la mañana para calentar los estómagos, mientras las gaviotas no dejan de merodear esperando alguna dádiva que echarse al buche.
La
escena es interesante y hasta cierto punto emocionante, más hay que cortar el
desarrollo escenográfico de la secuencia, porque está prohibido darle de comer
a estos animalitos voladores que son otro atractivo del recorrido.
Todo es tranquilidad, todo es
paz, todo es armonía, pero el vientecillo invita a los valientes, que querían desafiar al tiempo, a guarecer el cuerpo colocándose el chaquetón, y hay quien le acompaña
cubriéndose cara y cabeza.
Mientras tanto, hay un combinado especial de azules, agua, montaña y cielo, enfrentando una suerte especial de espejos a través de la mañana; corrían las nueve y veinte, en un reloj del tiempo que caminaba al par que nuestro navío cumplía su misión diaria.
Mientras tanto, hay un combinado especial de azules, agua, montaña y cielo, enfrentando una suerte especial de espejos a través de la mañana; corrían las nueve y veinte, en un reloj del tiempo que caminaba al par que nuestro navío cumplía su misión diaria.
El Sol también hacía de las suyas, cogía sus
armas especiales, que no son otras sino los hilos de luz de sus rayos para construir, en un taller de orfebrería pulimentando el
leve oleaje, perlas que brillaban formando un collar para colocarlas sobre la
pechera de aquel mar inmenso.
Mientras unos se toman su
respiro con un nuevo café, que a estas horas resulta muy apetecible,
otros consultan el mapa para ver por donde caminamos en este instante,
e incluso hay quien al sentirse prisionera por una cámara que la enfoca, se pone flamencona, mano a la cadera, para dejar patente en este lugar, el garbo, el salero, y la simpatía de la mujer andaluza.
otros consultan el mapa para ver por donde caminamos en este instante,
e incluso hay quien al sentirse prisionera por una cámara que la enfoca, se pone flamencona, mano a la cadera, para dejar patente en este lugar, el garbo, el salero, y la simpatía de la mujer andaluza.
El que suscribe estos momentos
también mira al cielo y no sabe, cómo dar gracias a tanta belleza que la
Naturaleza es capaz de ofrecernos gratuitamente.
Ante la situación que estoy
presenciando me tomo la libertad de preguntarle a la señora Pilar, si es tan
amable, que me dé una explicación de la trayectoria recorrida hasta el sitio en
el que nos encontramos. Bolígrafo en mano dejó claro los nombres, sitios,
ciudades, fiordos, (nombres algo complicados de pronunciar) por donde hemos
navegado, e incluso un anticipo del tren que esta tarde vamos a tomar.
Nuestro guía, Mateo, completa
las explicaciones de Pilar, e interviene para hablarnos sobre el fiordo que
estamos esta mañana disfrutando, corporal y afectivamente.
Hay que descubrirse ante tanta
divinidad, tanta lindeza y no hay por menos
que sorprenderse ante una Naturaleza donde se encierra y encuentra el Dios Omnipotente en el que siempre nos
apoyamos.
Tú, Señor del Universo,
tu figura, en el fiordo,
tu fiel reflejo, entre el agua se cierne.
Tú como si fueras un espejo,
El paquebote, no tenía velas,
pero cortaba el viento, llevando como velas, blandiendo el aire, las señoras
que conversaban, y dejaban en el espacio un racimo de parloteo que se derramaba
por el casco.
Tanto encanto se encerraba en
aquel espacio que había que darle rienda suelta a los actores para que
manifestaran sus impresiones. La primera sería, porque estaba al alcance de mi
mano, la señora Isabel Mesa.
El pulso me golpeaba las
sienes de emoción, el agua se mantenía
como un bálsamo de paz suave en una quietud enorme, en un sueño
tranquilo y reposado, solo el paso agigantado de nuestro buque la iba
despertando, para volver de nuevo a un estado de narcosis, la sombra del viento
ocupaba su sitio.
Había que seguir entrevistando
a los diversos compañeros, que con gran entusiasmo fueron describiendo las
sensaciones que sentían, Juan Pablo, amablemente nos cedió la palabra.
La emoción se desborda en
nuestras amigas y señoras que ven llegar
al entrevistador, y la risa se excedía como vía de escape mientras las
almendras son el ágape que las entretenía.
Si al principio hubo un poco de
resistencia a dar vía libre a sus pensamientos, queriendo enviar el
interrogatorio a los compañeros, pronto el desasosiego interno les hizo
manifestar lo que sentían, haciendo recomendaciones para que los lectores que se
filtren en este reportaje, venga a contemplar el portento que se desarrolla por
aquí, e incluso hubo pronóstico de brindis para la finalización de este viaje.
El sol asomaba impetuoso sobre
el fiordo, parecía una alucinación, había un desafío entre los rayos, la
gaviota y todos los que contemplábamos la quimera.
No podíamos dejar de
entrevistar al gremio de los varones, en primer lugar a Genaro, recalcando como
experiencia única, al aire libre y la grata compañía de unos amigos que hacen
el viaje mucho más agradable.
Las palabras del doctor, D. José
Álvarez, Pepe para los amigos.
Ve agua por todas partes, (yo creo que hasta por noches, sueña con el agua), pero sobre todo destaca la Naturaleza Virgen, la mano del hombre no se nota y si se nota es para bien, nos sentimos pequeños ante tanta grandeza, muy recomendable por lo que se ve, por lo que se siente y por la grata compañía.
Finalmente intervendría D. Manuel.
Se cumplen las expectativas que traía, Noruega no tiene grandes riquezas históricas ni monumentales, pero si las pose en Naturaleza, sigo impresionado, me gusta hacer fotos y éste es el viaje que más estoy haciendo.
Ve agua por todas partes, (yo creo que hasta por noches, sueña con el agua), pero sobre todo destaca la Naturaleza Virgen, la mano del hombre no se nota y si se nota es para bien, nos sentimos pequeños ante tanta grandeza, muy recomendable por lo que se ve, por lo que se siente y por la grata compañía.
Finalmente intervendría D. Manuel.
Se cumplen las expectativas que traía, Noruega no tiene grandes riquezas históricas ni monumentales, pero si las pose en Naturaleza, sigo impresionado, me gusta hacer fotos y éste es el viaje que más estoy haciendo.
Disfrutar del exterior, era muy
agradable, pero no lo era menos estar sentado en los sillones del bar, y
contemplar a través de las claraboyas una panorámica como si estuvieras
sumergido dentro del agua, al mismo tiempo la pantalla nos va indicando, con el puntito
azul representativo de nuestro barco, el lugar por donde transitamos.
Tan a gusto nos sentíamos que alguien intentó dar una cabezadita.
Tan a gusto nos sentíamos que alguien intentó dar una cabezadita.
Una de las cascadas hizo su
presencia, bajaba a toda prisa de la montaña deseosa de abrazarse a las
tranquilas aguas que, en un instante, como una daga de amor que se clava en el
corazón de su amado, penetró en su seno fundiéndose en un instante, formando un
solo cuerpo.
Todo elegante pasó el
velero patinando arrastrando su larga cola blanca como la novia que se dirige a
la mesa del sacrificio. Su silueta se
recortó sobre el cristal, camino del altar hecho de espumas blancas, acompañado
por el aplauso de un oleaje que le iba escoltando.
Las casitas se asomaron para
vernos pasar, y una gasa se extendía cubriendo todo el paisaje.
Era un tejido tupido a modo de una mantilla para ir a los toros en los días del Corpus, fabricada en un bastidor colocado en una calleja del noble barrio del Albayzín, a través de una aguja movida hábilmente por las manos de un grupo de bellas albaicineras.
Era un tejido tupido a modo de una mantilla para ir a los toros en los días del Corpus, fabricada en un bastidor colocado en una calleja del noble barrio del Albayzín, a través de una aguja movida hábilmente por las manos de un grupo de bellas albaicineras.
El fiordo de los sueños
tiene el honor de ser el fiordo más grande de Noruega y el segundo más
grande del mundo. En algunas zonas llega a una profundidad de 1300 metros bajo
el agua, un dato que nos dejó boquiabiertos.
Fue en esas aguas donde se comentaba que alguien en otra excursión había visto un tiburón por primera vez. Así que cualquiera se bañaba en un fiordo… Fue todo muy rápido porque nadaba veloz, pero todos los que estábamos en la cubierta del ferry lo identificamos perfectamente, y la verdad que sentimos bastante emoción. Lástima que no nos dio tiempo a fotografiarlo, yo pienso que la persona que lo contaba le había puesto mucha fantasía.
Fue en esas aguas donde se comentaba que alguien en otra excursión había visto un tiburón por primera vez. Así que cualquiera se bañaba en un fiordo… Fue todo muy rápido porque nadaba veloz, pero todos los que estábamos en la cubierta del ferry lo identificamos perfectamente, y la verdad que sentimos bastante emoción. Lástima que no nos dio tiempo a fotografiarlo, yo pienso que la persona que lo contaba le había puesto mucha fantasía.
Creo que por allí no hay tiburones, lo más seguro es que
Hay una expectación
especial, en la lejanía se observa una nueva cascada, la trayectoria rectilínea
del nevero que se derrite en lo alto de la montaña, como el pecho de la madre
que le da de mamar a su hijo, así el álveo segrega la leche cristalina que se
va depositando en el fiordo para alimentarlo.
El murmullo de la gente es
ininteligible, pero en el trasfondo se vislumbra cierto temor a la angostura
que se nos presenta.
-¿Podremos pasar por ese embudo
en el que se está convirtiendo esta ensenada?
- Es la pregunta que más de
uno nos estábamos haciendo.
Todo quedó perfectamente
aclarado cuando vimos asomar otro tiburón metálico en la superficie del agua.
-Si éste ha pasado, pasaremos
nosotros.
Pronto pudimos adquirir el tono vital, que hace desaparecer la angustia, en que se imprimen los recopilatorios de las Obras Completas de los Clásicos Universales, era como una especie de maremoto hormonal en el que nos habíamos sumergido.
Pronto pudimos adquirir el tono vital, que hace desaparecer la angustia, en que se imprimen los recopilatorios de las Obras Completas de los Clásicos Universales, era como una especie de maremoto hormonal en el que nos habíamos sumergido.
Ya teníamos la cascada al
alcance de la mano,
furiosa chocando continuamente contra la roca que la recibe como la mejor taza, de la Fuente de las Batallas, de nuestra querida Plaza de Puerta Real, en Granada; una lucha continua entre la blandura del agua y la dureza de la piedra, rodeados por un bosquecillo de arbustos que aplauden movidos por la brisa, la eterna y repetitiva lucha de dos elementos naturales, uno con vida en constante movimiento y otro eternamente muerto.
Los saludos de las dos embarcaciones son la despedida continua de dos navegaciones que surcan diariamente estas aguas portando a millares de invitados, que con mirada bobalicona manifiestan una conspiración en ciernes.
furiosa chocando continuamente contra la roca que la recibe como la mejor taza, de la Fuente de las Batallas, de nuestra querida Plaza de Puerta Real, en Granada; una lucha continua entre la blandura del agua y la dureza de la piedra, rodeados por un bosquecillo de arbustos que aplauden movidos por la brisa, la eterna y repetitiva lucha de dos elementos naturales, uno con vida en constante movimiento y otro eternamente muerto.
Los saludos de las dos embarcaciones son la despedida continua de dos navegaciones que surcan diariamente estas aguas portando a millares de invitados, que con mirada bobalicona manifiestan una conspiración en ciernes.
Hay una expectación enorme,
por llegar al cuello de botella, las diminutas casitas se divisan en la lejanía
como guardianes de una aduana que tendremos que pasar,
e incluso hay quien estaría dispuesto a volverse, más los ánimos se van serenando, atraídos por el canto de una sirena que, se despeña convertida en agua por la falda de la que se yergue toda elegante sobre el panorama.
e incluso hay quien estaría dispuesto a volverse, más los ánimos se van serenando, atraídos por el canto de una sirena que, se despeña convertida en agua por la falda de la que se yergue toda elegante sobre el panorama.
El grandioso lago, está sereno
reposa tranquilamente, solo se agita levemente cuando siente la suavidad de la proa que lo va acariciando, por tener
concentrado en su interior las casitas, arboleda que lo rodea, por los rayos de un Sol que lo lisonjea a
través de una tupida tela de araña, mientras arriba en la cúspide que toca el
cielo, la nieve se resiste a convertirse en agua.
Lo que parecía tan estrecho
ya no lo es tanto, a medida que vamos avanzando, y nos seguimos recreando en la
cascada, en las casitas que parecen haber sido hechas después de haber
comprado unos recortables en el kiosko que hay en la esquina de mi casa.
Al toque de corneta, de ese
claxon de voz que dirige el grupo, se anuncia la foto
oficial para enviarla al cuerpo de
mando, organizador de estos magníficos viajes. ALUMA.
Un azul intenso cubre la
montaña, no es un añil, ni un ultramar que usamos los pintores, en nuestras
obras artísticas es el vestido nuevo que el Sol le ha querido regalar a la
montaña.
Es el nuevo traje de gala que ha tejido el Sol con sus finos hilos de urdir sobre la falda de esta fémina a la que admiramos.
Unos patitos amarillos se van
deslizando por la superficie cristalina de este inmenso espejo como si fueran
gusanitos.
Después de un recorrido de más
de dos horas por este fiordo de Naeroy,
con el que nos hemos enriquecido desembarcamos en el Área de Aurland,
una de las zonas más atractivas de Noruega, un barco con una enorme terraza
plagada de espectadores, disfruta sin ningún obstáculo que se lo impida, aire,
luz y sol, mientras otro aferrado a la orilla deglute piedras para convertirlas
en harina terrosa, como elemento fundamental para la construcción.
Ruge la sirena del
barco, su sonido es una resonancia hueca, profunda, como salida de las entrañas
del mar, mientras nos vamos aproximando al embarcadero.
Una sopa seguida de carne con
verduras, entre cristaleras y cortinas, serían el ágape del almuerzo, para emprender la marcha, hacia el Oeste
Americano.
-Pero ¿qué dice?
-¡¡¡Qué estamos en
Noruega!!!
- Túneles y más túneles como
madrigueras subterráneas, por donde los hurones metálicos transitan, mientras
suenan algunas notas de humor.
Un paso a nivel sin barreras
nos está informando que algún tren debe caminar por aquí, poco más allá,
una serie de lagartos verdes encadenados unos detrás de otros, como si fuera un
tren militar nos estaba esperando.
Sigilosos nos dirigimos en
busca de nuestro destino.
-Pero, ¿Cuál?
El jefe de estación nos
anima para que nos demos prisa, ¡Alé, alé!, y hasta las sombras se agitan en
movimientos rápidos queriendo avanzar más que el que las proyecta.
-Nos encontramos en Flan, pero
con esta carrera que nos estamos pegando el flan se nos va a indigestar.
El tren, parece no tener fin
los vagones los han estirado de tal forma que no alcanzamos a ver el fin, porque
el del final es el que se nos ha asignado.
-Expresiones en la carrera, a
veces de angustia, otras de risas, otras de indignación, se suceden en el
recorrido.
Una vez serenados y depositados
nuestros cuerpos en los asientos, son inevitables las carcajadas para terminar
de desahogar en nerviosismo contenido.
A pesar de los pesares, y
después de tanta carrera alguien se ha quedado en tierra, mientras tanto, los
micrófonos nos van indicando los veinte kilómetros que vamos a recorrer, entre
túneles y paisajes.
La comidilla que da que
hablar entre el pasaje, sobre los que se
han quedado en tierra, mientras Mateo y Maite intenta por teléfono resolver la
situación.
Las casitas, el río, el
puente, la arboleda bajo el tajo que le habla de dureza, para abrigar la delicadeza
de la fronda abigarrada a sus pies, todo enmarcado en un cuadro, mientras una
cámara, con cuidado, se asoma por una esquina de la ventanilla del tren, sin
que nada se inquiete, para captar una impronta que está sometida a movimiento.
Hay un intercambio de sonidos,
el murmullo de los que hablan, con el desconcierto, de no estar al unísono con
los sucesos recientes, el chirriar deslizando sus
ruedas sobre el camino de hierro, algunas caras un poco serias y otros rostros
no tanto que continúan captando escenas.
El tren deja en el aire, el
rugido de su voz clara, se le une la bravura de las aguas del río, y entre todo
esta barullo se nos informa que vamos a tener una parada para esperar el tren
que regresa.
Allá abajo el colorido de las
casitas de juguete, nos miran entre el verde de la pradera, el violeta de las
florecillas y una incipiente cascada que comienza a entrar en escena.
El paisaje invita a ir
serenando la inquietud interna, mientras los altavoces nos informan de los
veinte años que se tardaron en la
construcción de esta línea férrea, y de los pequeños trenes que funcionaron en un
principio.
En el año 1944 se terminó de
implantar el suministro eléctrico, así como la retirada de las locomotoras de
vapor en 1947.
El maquinista, o
personal complementario, se desliza cauto y precavido por el lindero de cemento
que acompaña a la vía para ir comprobando que todo está en orden, una señal
previamente concertada, da paso al tren que se acerca, mientras los saludos
entre ambos vagones se cruzan.
Una imagen de
nuestra querida Sierra Nevada, se asoma
con el Veleta y sus Corrales, para hacernos compañía.
-¿De verdad crees que lo que se ve al fondo es el Veleta?
-¿De verdad crees que lo que se ve al fondo es el Veleta?
Una puerta se abre
lentamente, una gorra de plato, con una cara sonriente se asoma, y una mano se levanta agitando sus cinco
dedos para indicar a la locomotora que se aproxima que la estamos esperando
para darle vía libre.
La cascada va haciendo, desde
la lejanía, acto de presencia, deja un reguero de agua, junto a un camino
zigzagueante.
Hemos llegado a nuestro destino, sobre una
plataforma de madera vamos caminando, un sonido estruendoso nos va marcando el sendero a seguir, ante nuestros ojos estupefactos la montaña vomita a grandes y
enormes borbotones arcadas regurgitadas, salidas de las entrañas, bajan escalonadas desde la boca
que las expulsa desde lo alto.
El monte no descansa de revelar que está
pariendo la vida, el elemento que hace ser la razón de todo lo que existe.
Es la procreación en una sala
de partos, al aire libre, en plena Naturaleza, en la que nosotros somos los
espectadores del milagro, del gran milagro que mantiene la actividad de todo lo que existe.
Una música con notas de
melodía oriental impregnan el ambiente, acompañadas por los movimientos del
personaje que próximo a la boca por donde surge el agua, hace alabanzas a lo
que se desarrolla con los movimientos de su cuerpo.
El agua pasa bravucona,
golpeando la dureza de la roca, que no puede dejar de resistirse al empuje
implacable que le suministra, dejando la huella en la arista socavada, poco a poco deja el lamento en la herida convertida
en cicatriz perpetua, que con el tiempo
se irá agrandando.
Hay una especie de silencio
religioso, un rito específico y peculiar alterado por la emoción de los que
impacientes queremos llevarnos todo lo que allí se encierra, donde solo habla
la cascada que, va dejando en el aire escapar las burbujas de vapor que se
resisten a dejar el lugar.
Ante tanta sensualidad desencadenada
por la Naturaleza dislocada, que rompe con todos los ritmos, el bello se te
crispa y los pelos del cuero cabelludo intentan volar, arrastrados por el
vientecillo que origina el agua al precipitarse por la garganta socavada en la
falda del macizo. La montaña ha conseguido el climax máximo de saturación
bella.
Es la llamada de atención
para ir ocupando nuestro lugar en el gusano que se arrastra por el camino de líneas
paralelas, mientras el puente por donde cruzamos ahora nos quiere quitar la
visión del panorama.
Un tren de color de Naturaleza
en plena efervescencia de verdes intensos, con el nombre de Tren de flan nos
había llevado a un lugar privilegiado, donde el agua grita con furor quien es y
pregona a los cuatro vientos su poderío, ahora cambiamos a otro de color rojo,
donde seguirían los paisajes corriendo a la velocidad que le marca nuestro
nuevo transportador.
Las risas desbordadas de los que lo ocupan, mientras unos, parlotean, otros contemplan el itinerario por donde pasamos,
y algunas se recrean observando el mapa por donde transcurre nuestro caminar.
Las risas desbordadas de los que lo ocupan, mientras unos, parlotean, otros contemplan el itinerario por donde pasamos,
y algunas se recrean observando el mapa por donde transcurre nuestro caminar.
Estamos en Voss, un gigantesco
Trolls, individuos que suelen abundar bastante por Noruega, llama la atención y
¿quién no se hace una foto para el recuerdo?
Nuestro autobús nos esperaba,
y había que alcanzarlo. La tarde presentaba un aspecto sensacional, un cielo
despejado simplemente adornado por unos pocos algodones blancos, conjuntándose
con la nieve sobre las montañas, el color de un parapente que se quiere
levantar y el verde amarilleando como frontera entre el agua del río y la
calzada.
Mientras caminamos, con
dirección a Bergen, Mateo nos va informando sobre el programa a seguir esta
tarde noche, e incluso un adelanto de esta ciudad que es, después de Oslo, la
más importante de Noruega.
Todo lo referente a la
historia de Noruega, vida social, familiar, sistema educativo, sanidad, trabajo...., fue ampliamente comentado por nuestro guía.
Llegamos a Bergen, nada más
entrar se aprecia a simple vista que se trata de una ciudad importante, grandes
edificios y se respira aire industrial.
Había que estirar las piernas,
después de un día con un programa bastante amplio: barco, tren, carretera y
ahora nos recibía una ciudad en la que teníamos que dar una pequeña avanzadilla
para saludarla y conocer algo de sus interioridades.
El trío formado por Pilar,
Isabel y éste que escribe, nos fuimos deleitando con el grandioso parque que
tiene en su interior un enorme lago, con una fuente que eleva su chorro central
a gran altura, mientras otros alrededor se inclinan, dándole pleitesía,
formando un conjunto a modo de corona, posada sobre la cabeza de estas dos
señoras. El Sol, nuestro astro, que por aquí se nos va al atardecer, allí
permanece incólume dejando sus rayos sobre el gran estanque.
La tarde se prestaba a
saborearla con intensidad, una tarde que no tiene fin, y el césped se ve
concurrido por las parejas, que disfrutan conversando y tomándose una merienda,
rodeadas por la mezcla de los verdes y rojos, de la hierba y las flores.
-¿Quién viene al funicular?
Fue la expresión que surgió
después de cenar.
FLOIBANEN, con una corona de rosas rojas formando un gran arco, sería la
puerta de entrada que nos recibiría.
Subidos en un colosal cajón
acristalado, como una enorme cabina, nos fuimos elevando ascendiendo hacia el
cielo, para desde lo más alto poder contemplar una ciudad, con toda la belleza
que encierra, completamente empequeñecida como una desmedida maqueta.
Los ¡¡¡OOOOOOOh!!!! Se iban
sucediendo, como símbolo de admiración, saliendo al unísono de las gargantas de
todos los que ascendíamos. El tamaño de
lo que contemplábamos, se iba achicando, y el vagón se movía como si
fuera la barquilla de una noria gigante, que en lugar de girar caminaba rectilíneamente.
Una vez desembarcados, el
escenario era monumental, una enorme escalinata servía de reclinatorio para
sentirse elevado sobre todo lo demás, y poder reposar quedándose extasiado ante
todo lo que se nos ofrecía.
Nos sentíamos gigantes mirando
a una ciudad que de pronto se había convertido en un gigantesco modelo, el mejor
prototipo para presentarlo en un concurso de arquitectura, como proyecto para la construcción
de una nueva ciudad.
Los enormes edificios, las
grandes avenidas, el mar y el puerto, todo mermado y al alcance de la
mano.
Los rayos del sol habían
convertido todo el mirador en una platea completamente dorada, los cabellos
eran finos hilos de oro.
Cualquier instante era digno de admirar, el sol dejando resbalar sus rayos sobre la superficie del agua, era un baño que transformaba en oro líquido todo lo que tocaba.
Cualquier instante era digno de admirar, el sol dejando resbalar sus rayos sobre la superficie del agua, era un baño que transformaba en oro líquido todo lo que tocaba.
Un rayo de sol que se quiere colocar
entre otros dos rayos luminosos para formar un trío en este atardecer.
Había que buscar el momento
propicio para hacer la foto de grupo, e incluso la opinión del impacto que
producía aquella situación en la que nos encontrábamos.
El puerto es objeto de atracción, un barco
gira continuamente, prestándose a que surjan diversas opiniones sobre, si es
que se está examinando el que le hace girar, o es que está mareado y no
encuentra la posición adecuada, dando una nota de humor, ante la contemplación
del círculo que describe.
Como despedida del lugar,
Pilar, plenamente satisfecha de todo lo que se lleva de esta puesta de sol, se marcha
con una sonrisa de pleno regocijo, en representación de todo el grupo con el que
hemos compartido una de las más bellas puestas de sol.
Había que descender para ir
transformado lo que desde la altura lo habíamos visto empequeñecido, ahora
volverlo a la realidad.
También nos llevaríamos el
recuerdo de una serie de fotos, memoria histórica de este funicular, desde que
se construyó hasta la actualidad.
Terminamos un cuarto día por
Noruega y sus fiordos, plenamente colmados de satisfacciones por todo lo visto,
saboreado y compartido, preparándonos para una quinta jornada.
-¿Qué nos deparará?
-¿Qué nos deparará?
José Medina Villalba