Las ocho de la mañana
cuando nuestros cuerpos se preparan para una nueva aventura, en este recorrido
por los lugares más emblemáticos de este país.
Es la hora en la que el
bufé ofrece sus mejores galas para
satisfacer no solo los cuerpos, con la recreación de los mejores manjares, sino
también la esencia que anida en cada
uno, que complace los cinco sentidos.
Existe una cierta
inquietud, por parte de algunos de los que constituyen el grupo, sobre todo los
andarines, y especialmente los escaladores, aquellos que están acostumbrados a subir a las alturas,
lugar privilegiado velado y vetado solo y exclusivamente para los que están
dotados para alcanzar este privilegio, desde donde se contempla la belleza de
la Naturaleza con otra perspectiva.
Donde el alma se agiganta, se transforma el
espíritu, el cielo se siente más cerca, casi al alcance de la mano, el aire se
respira con más profundidad, los suspiros que salen, cuando se alcanza el
objetivo son exhalaciones de tipo casi
místico, solo falta entrar en éxtasis en una especie de ascética misteriosa.
El orgullo salta a flor
de piel, al sentirse rey de la Naturaleza. Desde las alturas todo se
empequeñece, y la psique se transforma al ver la grandeza de todo lo que nos
rodea, mientras sentimos el graznido de las águilas, con sus enormes alas como
parapentes portando sobre sus garras el último trofeo alcanzado para darle
de comer a sus crías, en los nidos construidos entre las rocas, donde nadie salvo ellas pueden llegar.
El paso de las nubes a
nuestra altura como veleros blancos, algodonosos y esponjosos, cargadas de agua, e incluso con mestizaje,
donde podríamos ocupar un lugar para seguir navegando, como trásfugas por los
espacios infinitos, donde no son los cuerpos sino los espíritus, los que se transforman ante tanta majestuosidad.
Hoy nos toca el soñado y
al mismo tiempo anhelado Preikestolem, el conocido a nivel popular como el
“Púlpito”.
Mientras se observan
caras sonrientes, otras mantienen el rostro serio ensimismado, con ansias de compartir esa nueva experiencia, pero con el desaliento de no poder
realizar esta aventura reservada a unos cuantos privilegiados.
Los osados aventureros, recibirán la
correspondiente bolsita, esa que se le suele llamar picnic, y que contiene el
alimento de una excursión, que se tomará en lo alto de la abigarrada montaña,
mirando en el abismo las tranquilas aguas del fiordo Lyse, con sus barquitos
como si fueran de papel navegando en cualquier fuente de un parque, animados
por las manos inocentes de unos infantes.
Hay cierta expectación
por aquellos que van a realizar la gran gesta, mirando sorprendidos a unas ridículas
bolsas, que no saben si su contenido será
lo suficientemente, como para compensar el desgaste de energías que van a realizar esta mañana.
Parece que alguien, no muy conforme, intenta cumplimentar con algo más
este ridículo aperitivo agregando algo del interior de su bolso.
A hurtadillas se
acerca para comprobar la realidad de los hechos consumados concentrados en un
pequeño cartucho de papel.
Partimos sigilosos del
hotel, vamos en dirección al puerto, al lugar donde nos espera esta mañana
nuestro nuevo Ferrys, es una mañana apacible, esas mañanas en las que el aire está
quieto, aún no se ha despertado, la gente camina recreándose en sus pasos, el
cielo actúa de cobertura a modo de una enorme carpa azul, las gaviotas nos
acompañan con sus vuelos lentos como si se estuvieran entrenando, los barcos
anclados aún no han dejado en el aire las notas musicales de sus sirenas, que
impregnan los oídos de algo especial que lleva aparejado en cada una de sus
cinco líneas del pentagrama: agua, sal, transparencia, emociones y recuerdos,
de los que se van y de los que siguen llegando.
Algunos pensativos, otros
dispuestos a superar los retos que se les presenten, incluso optando una
actitud de “chulapona chulería Granaía”. ¡Así me gusta
amigo Pepe, arrogante siempre, con
estilo personal y sobre todo el anímico!
Diligentes, caminando por
el puerto el centro neurálgico de Stavanger, nos vamos recreando en todo lo que
nos rodea, los carteles orientadores,
la contemplación de nuestras sombras sobre el
muelle, deseosas de escaparse de nuestro lado para poderse recrear y entrar en
lugares donde jamás podríamos acceder.
La serenidad de las aguas
lavándole la cara, y desperezando del sueño a casas y barcos, que en plena
desnudez han bajado a bañarse en las tranquilas aguas.
La grandiosidad de las
ciudades flotantes, donde el cuerpo se empequeñece y el espíritu se engrandece,
ni el principio de Arquímedes con todo el realismo científico que posee, nos
hace comprender que esas enormes ballenas de colores con ojos por todos sitios,
terrazas a discreción para que los pasajeros disfruten de los espectáculos por
donde pasan, entienden de que puedan mantenerse flotando, como los grandes
pájaros metálicos del aire portando en
sus entrañas toneladas de peso, se pasea triunfante por los aires.
El humo de las chimeneas
de algunos barcos son el saludo, junto con el sonido de las sirenas, el lenguaje
con las que dialogan los vivientes de las aguas, también habla el viento, unas
veces suave acariciando el ensamblaje de las cubiertas, y otras veces furioso
abofeteando la quilla partiéndose en dos, para resbalar por los costados de los
barcos e ir a comunicarse con los contiguos, hasta dejarse caer agotado sobre
las aguas en su caminar.
Subidos en nuestro
ferrys,
caminando lentamente, como el que no quiere despegarse de la cuna que lo tiene encallado durante muchas horas, vamos contemplando el centelleante brillar del Sol sobre las aguas, la disminución progresiva de todo lo que nos rodea, y nos vamos adentrando en un fiordo que más que eso, da la impresión de ser un amplio mar.
caminando lentamente, como el que no quiere despegarse de la cuna que lo tiene encallado durante muchas horas, vamos contemplando el centelleante brillar del Sol sobre las aguas, la disminución progresiva de todo lo que nos rodea, y nos vamos adentrando en un fiordo que más que eso, da la impresión de ser un amplio mar.
Nos sentíamos pequeños
cuando cruzábamos por delante de aquellos monstruos, que nos miraban
con ansias devoradoras, el viento comenzaba a saludarnos, y nosotros le
respondíamos enarbolando nuestras cabelleras, mientras las aguas iban dejando su quietud
para irse rizando su propia permanente azulada que se iba incrementando. Las
banderas ondeaban y se agitaban y había que irse cubriendo, mientras los
edificios se quedaban en la lejanía como pequeñas minúsculas motas blancas que
terminarían por desaparecer.
Habían quienes no les
arredraba el viento y sabían colocarse perfectamente para hacerse la pose más
adecuada, a pesar de que la cámara intentaba escaparse de las manos, por ese
viento ladronzuelo que quería hacerse sus propios selfis.
Unos esquís gigantes
deslizándose a toda velocidad, parecía la plataforma cargada de pasajeros, mientras algún pequeño navegante era la atracción de los que por allí merodeábamos.
Las casitas escondidas
entre el follaje del bosque se asomaban para saludarnos,
mientras tanto, nuestro fiordo se iba estrechando, aquel mar inmenso se iría achicando para pasar a convertirse en un cuello de botella.
mientras tanto, nuestro fiordo se iba estrechando, aquel mar inmenso se iría achicando para pasar a convertirse en un cuello de botella.
Nos aproximábamos a la
ribera y las casas casi las teníamos al
alcance de la mano, se podía percibir con más intensidad el perfume de la
arboleda e incluso el murmullo de los niños en sus juegos, en los primeros días
de vacaciones veraniegas.
Una nueva angostura nos
esperaba y aquello era como un globo de colores que de pronto se ensanchaba
para después volverse a encoger.
Me recordaba a aquellos creadores callejeros que, con suma facilidad inflan un globo alargado, y lo van retorciendo con suma habilidad para hacer un juguete infantil y regalarlo por el intercambio de unas monedas, al primer infante que pasa acompañado de sus papás.
Me recordaba a aquellos creadores callejeros que, con suma facilidad inflan un globo alargado, y lo van retorciendo con suma habilidad para hacer un juguete infantil y regalarlo por el intercambio de unas monedas, al primer infante que pasa acompañado de sus papás.
Si bello era el paisaje, más aún se engrandecía por la
presencia de las damas que le daban un toque de delicadeza y esplendor al
encuadre del panorama.
Sobre la superficie de
aquel mar de vestido aterciopelado celeste, bailaban los rayos del Sol
descompuestos en multitud de estrellitas que bailaban la danza de los secretos
misteriosos que se encierran en este tesoro inagotable de la Naturaleza.
La paleta de colores, iba
creciendo cada momento que pasaba, el blanco de la nieve en la montaña, para
aclarar la diversidad de matices, junto con el albo de la cola que iba dejando
el barco, para ir degradando los colores, verde en la montaña y en la ribera,
gama de azules en el agua, rojo en las casitas, cálidos y fríos para conseguir
las mejores transparencias que la Naturaleza, en su inmenso estudio de pintor, nos iba dejando.
Todo orgulloso el
estilizado puente, dejando el alma de su cuerpo de hierro, sumergirse en las aguas, nos íbamos aproximando.
Pasamos por debajo como
los triunfadores solemnes de una aventura, mientras las banderas ondeaban a
ritmo trepidante, junto con el cantar
del viento eran las guirnaldas que adornaban este encuadre.
Existen muchos tipos de
cantares, pero el viento tiene el suyo propio, sobre el campo, la montaña, la
arboleda, el mar y el fiordo, el viento va recogiendo en su mochila todo lo que
se le pone al alcance: las risas, las conversaciones, el vuelo de las gaviotas
que nos acompañan, el murmullo y el beso misterioso que continuamente se da la
quilla de nuestro barco con las aguas.
El clamor que sale espontáneamente de la boca de los que navegamos ante una cascada, o ante el paisaje, pero llega un momento que el zurrón del viento no puede soportar tanta carga, se rompe y deja caer sobre nuestras cabezas, a través de la hendidura, el canto de un navegante, el silbido de un pájaro del bosque, el suspiro de unos enamorados, la brisa suave del atardecer, el espejo transparente del agua donde se sumergen los montes, las casitas, los bosque, los suspiros de los enamorados, o una simple despedida de amistad.
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El clamor que sale espontáneamente de la boca de los que navegamos ante una cascada, o ante el paisaje, pero llega un momento que el zurrón del viento no puede soportar tanta carga, se rompe y deja caer sobre nuestras cabezas, a través de la hendidura, el canto de un navegante, el silbido de un pájaro del bosque, el suspiro de unos enamorados, la brisa suave del atardecer, el espejo transparente del agua donde se sumergen los montes, las casitas, los bosque, los suspiros de los enamorados, o una simple despedida de amistad.
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Mientras unos reposaban,
tranquilamente sobre los blancos barcos, “rumiando” todo la carga que el viento
había dejado sobre la cubierta, otros se embelesaban aprisionando todo lo que
surgía.
-Y usted, ¿qué hace, señor escritor mientras
ocurre todo esto?
El barco quería hacer
algo especial, demostrar sus habilidades,
como si fuera una simple y diminuta baquilla, acercarse a saludar la
ribera, ante la admiración de todos con el aliento comprimido en los pulmones, y
un ¡ay! prisionero en la garganta, las rocas de rojo, verde y morado, fueron
testigos de nuestra presencia.
Era casi imposible llegar
hasta el rincón más escondido, donde los dos planos de la roca convergen en un
ángulo, y lo hizo a la perfección, estábamos debajo del Preikestolem, el famoso
Púlpito, escuchando el maravilloso sermón del viento, que cada uno íbamos
grabando dentro de nuestro emocionado sentimiento, había un silencio sepulcral,
los motores callaron, la capilla sagrada de la Naturaleza nos dio su cobijo
durante unos momentos, solo se escuchada el leve silbido de la brisa, el aleteo
de una gaviota que se mantuvo en suspensión un instante encima de nuestras cabezas.
La emoción contenida de lo que parecía imposible realizarse, la altivez de todas las cabezas erguidas mirando a la gigantesca roca que se unía en un abrazo con el cielo, el amor fundido en un apretón maternal, el sonido casi misterioso de una embarcación que quiere acariciar con su quilla el escollo de granito.
El viento dejó de rugir y solo las banderas de los diversos países aplaudían con el ondear continuo de tus telas, todo fue como una especie de retiro espiritual momentáneo que fortaleció nuestros sentimientos henchidos de placer.
La emoción contenida de lo que parecía imposible realizarse, la altivez de todas las cabezas erguidas mirando a la gigantesca roca que se unía en un abrazo con el cielo, el amor fundido en un apretón maternal, el sonido casi misterioso de una embarcación que quiere acariciar con su quilla el escollo de granito.
El viento dejó de rugir y solo las banderas de los diversos países aplaudían con el ondear continuo de tus telas, todo fue como una especie de retiro espiritual momentáneo que fortaleció nuestros sentimientos henchidos de placer.
Salimos de aquella
madriguera a cielo abierto y los comentarios, entre el pasaje, en una especie
de run, run, adormecido, se dejaban sentir por toda la cubierta.
Continuamos la ruta, eran las once y cincuenta y ocho minutos, navegamos por Forsand.
Un maravilloso reguero de agua blanco con espumas de ensueño es el que vamos dejando atrás, somos sembradores de ilusiones que depositamos en esa zanja que nuestro arado va marcando en el azul de las aguas, hay un fluir de conversación callada entre la roca inerte, estática gigante que se introduce verticalmente en las profundidades de una enorme garganta, para dejar paso a las moles de hierro y acero que diariamente por aquí transitan.
Hay una conversación íntima entre los que miran el risco y la observación pétrea del acantilado, que permanece rígida y fiel a su misión perpetua, sintiendo la pena de los que la admiran, porque ellos se marchan mientras ella se queda.
Un maravilloso reguero de agua blanco con espumas de ensueño es el que vamos dejando atrás, somos sembradores de ilusiones que depositamos en esa zanja que nuestro arado va marcando en el azul de las aguas, hay un fluir de conversación callada entre la roca inerte, estática gigante que se introduce verticalmente en las profundidades de una enorme garganta, para dejar paso a las moles de hierro y acero que diariamente por aquí transitan.
Hay una conversación íntima entre los que miran el risco y la observación pétrea del acantilado, que permanece rígida y fiel a su misión perpetua, sintiendo la pena de los que la admiran, porque ellos se marchan mientras ella se queda.
De nuevo nos hemos
encontrado con las ermitañas de cuatro patas, que viven en los espacios libres, esperando
las migajas que se caen de los barcos para su sustento, como el pedigüeño que
permanece en la esquina de la calle aterido, soportando las inclemencias del
tiempo, deseando que caiga sobre él la
triste moneda que normalmente suele ir acompañada de indiferencia.
También acechan las
gaviotas, carroñeras e implacables, que intentan continuamente sisar el
alimento que se les proporciona.
Hay una mezcolanza de idiomas, de niños que quieren intervenir, en las conversaciones de los mayores, de un mar en desafío en colores con los acantilados, cubiertos de verde, grises, ocres, violetas, mientras a sus pies se extiende la inigualable alfombra del agua hecha policromía variable, de celestes, que rápidamente cambian como una rueda de colores, en azul, añil, ultramar, verde claro, que se van intercambiando mientras el agua se mueve , atravesada lentamente por la quilla de nuestro barco que actúa con el pincel que mezcla colores en la paleta del acuarelista.
Hay una mezcolanza de idiomas, de niños que quieren intervenir, en las conversaciones de los mayores, de un mar en desafío en colores con los acantilados, cubiertos de verde, grises, ocres, violetas, mientras a sus pies se extiende la inigualable alfombra del agua hecha policromía variable, de celestes, que rápidamente cambian como una rueda de colores, en azul, añil, ultramar, verde claro, que se van intercambiando mientras el agua se mueve , atravesada lentamente por la quilla de nuestro barco que actúa con el pincel que mezcla colores en la paleta del acuarelista.
Allá arriba en lo más
alto, pegado al cielo, pequeñito, entre las gigantescas moles de rocas, mimado por las que le rodean,
de forma cúbica, como si hubiese sido tallado por las mejores manos de un
escultor, nos encontramos de nuevo al que va a ser ansiado por aquellos que
pretenden tenerlo bajo sus pies, y los que solo nos limitamos a admirarlo desde abajo, el
Preikestolem.
Lugar apetecible, una de
las atracciones naturales de Noruega, y unas pequeñas orientaciones para lo que
se van a encontrar los aventureros en la subida.
La subida al preikestolen
comienza fuerte
Los primeros 500 metros dejan claro que sí va
a ser duro. La rampa del comienzo es bastante fuerte y sin descanso.
Pasados esos 500 metros hay un llano, que sirve de aperitivo para el
infierno en la tierra. El camino está lleno de rocas grandes como
cubos por las que hay que ir trepando.
Zonas por las que hasta una cabra tendría dificultades para elegir dónde poner las patas siguiendo las flechas rojas, a veces flechas a veces letras T. Nos cruzaremos con gente que baja y nos adelantarán muchos que suben . No tengáis prisa porque no se trata de agotarse, sino de llegar.
Zonas por las que hasta una cabra tendría dificultades para elegir dónde poner las patas siguiendo las flechas rojas, a veces flechas a veces letras T. Nos cruzaremos con gente que baja y nos adelantarán muchos que suben . No tengáis prisa porque no se trata de agotarse, sino de llegar.
Los altavoces pregonan a
los cuatro vientos que el Púlpito es una de las mayores atracciones de Noruega,
se encuentra a una altura de 600 metros, cada año suben a él alrededor de
trescientas mil personas, la subida lleva un tiempo de dos horas, existe una
fisura entre el púlpito y la montaña entre si, pero los expertos, afirman que
es completamente segura.
Una antigua leyenda dice que en caso de que siete hermanos se casaran con siete hermanas, el fiordo desaparecería cayendo al agua ocasionando un enorme maremoto. Se han hecho grabaciones para la película Misión Imposible. La orquesta sinfónica se Stavanger han subido para interpretar un concierto al borde de la pequeña regleta.
Una antigua leyenda dice que en caso de que siete hermanos se casaran con siete hermanas, el fiordo desaparecería cayendo al agua ocasionando un enorme maremoto. Se han hecho grabaciones para la película Misión Imposible. La orquesta sinfónica se Stavanger han subido para interpretar un concierto al borde de la pequeña regleta.
Mientras nos vamos
despidiendo de la majestuosa mole, mientras las cámaras no dejan de almacenar
todo lo que pueden, una música oriental
nos traslada cualquier país exótico
impregnando el ambiente de un misterio especial.
Había que sentarse,
reposar para poder continuar alimentándonos de lo que aquella mañana nos deparaba,
porque ya hemos saboreado más de un fiordo, pero cada uno tienen sus propias
connotaciones que los diferencian de los demás.
La roca dura e inmutable,
permanece como elemento inerte y sin vida, parece carecer de sentimientos,
comienza a derramar su llanto, de eterna
alegría cuyas lágrimas van a parar al inmenso mar.
El llanto sin tregua
alguna ni descanso baja rajando la dura roca, dejando marcado con ruido
estruendoso el dolor del manantial que lo vio nacer, para desparramarse en
multitud de regueros y entrar delicadamente en el regazo manso de las aguas,
evitando el filo del puñal con el que bajaba desde sus raíces. Es la cabellera
blanca, la crin indómita de ese caballo pétreo que nos deleita al pasar.
El viento arreciaba con
tal fuerza que había que tener bien prieta la cámara porque deseaba escaparse y
acompañar al torbellino en ese rítmico y acelerado caminar.
Seguimos navegando por
Forsand, hay diversos corrillos afines según al grupo al que se pertenece.
Una larga cola de espuma blanca es el reguero que vamos dejando.
Es una capa ondeando en medio del mar, abriéndose y cerrando mientras marcha, es el sembrador que va dejando la simiente de los navegantes: ilusiones, emociones y alegrías convertidas en las mejores semillas que se pueden colocar detrás de nuestro caminar, es como una enorme bacalá abierta en canal.
Una larga cola de espuma blanca es el reguero que vamos dejando.
Es una capa ondeando en medio del mar, abriéndose y cerrando mientras marcha, es el sembrador que va dejando la simiente de los navegantes: ilusiones, emociones y alegrías convertidas en las mejores semillas que se pueden colocar detrás de nuestro caminar, es como una enorme bacalá abierta en canal.
-Oiga, ¿no estamos en el
Fiordo de Lyse?
-¿Por qué lo dices?
-Porque veo ahí el puente
de San Francisco?
Pasamos por debajo, una
corona de hierro sobre el barco y un dejar atrás los que transitan por él,
salvando las dificultades que ofrece el amplio marco de agua, para poder llegar
a la otra orilla.
De pronto se nota cierta
inquietud entre el pasaje, el barco se aproxima a un pequeño muelle, con una
serie de aros negros que antes cumplieron una misión y ahora realizan otra. El grupo de
atrevidos aventureros, después de haber
oído las dificultades que ofrece la hazaña que van a realizar, todos con los
ánimos en lo más alto se despiden de nosotros, cada uno arreando con su propio
rumbo.
Parece como si el barco
se hubiera quedado desierto, una parte del pasaje se ha marchado, y el resto
deambulamos como sonámbulos o nos recluimos a cubierta para desde allí seguir
contemplando, mientras dejamos el fiordo y el mar nos recibe.
Llegamos a nuestro puerto
de partida, donde los cruceros, y demás barcos nos acogen, mientras la moto
acuática, como una pequeña hormiga se enseñorea navegando a toda velocidad ante
la enorme mole, para darle envidia con la rapidez con la que se desplaza.
El radar gira vertiginosamente colaborando en la operación de atraque, y aquellas casitas de colores que habían perdido su tamaño natural se nos plantan todas con total compostura.
El radar gira vertiginosamente colaborando en la operación de atraque, y aquellas casitas de colores que habían perdido su tamaño natural se nos plantan todas con total compostura.
Las yantas esperan la
aproximación y en una caricia se funden los dos, para dejar que nuestros pies
posen en tierra firme.
La señora Isabel Mesa,
nos hace una demostración de lo que es caminar con estilo y elegancia, y ahí
queda para que sea fiel testimonio del pase realizado en el
muelle.
Alguien diría, al contemplar la gaviota en lo alto de la enorme sombrilla, que había a las puertas del restaurante donde aliviaríamos nuestros estómagos, que era una réplica en cualquier materia plástica, representando a las innumerables aves que por aquí dejan sus vuelos, moviendo sus alas o dejándose llevar por el impulso del viento en una exhibición de ala delta, conducida impecablemente, pero no es nada estático es realmente una gaviota que nos corteja al entrar en el mesón.
El restaurante Egón, muy
acogedor, donde la madera acompañada por las arañas de cristal que pendían del
techo, tenían una buena carta de presentación,
para poder degustar una apetitosa comida marinera, descansar
y tomar fuerzas para continuar el ritmo de la tarde.
para poder degustar una apetitosa comida marinera, descansar
y tomar fuerzas para continuar el ritmo de la tarde.
Estábamos en vísperas de
dejar aquellos lugares donde tantos y tantos recuerdos nos íbamos a llevar, ya
se desbordan por el macuto que llevamos a nuestras espaldas las remembranzas,
evocaciones y reminiscencias que hemos ido recogiendo en esta semana de
placeres visuales y auditivos.
La tarde la disponíamos a
discreción, así que opté por unirme a uno de los grupos que deseaban, por sus
propios medios, deambular por cualquiera de los sitios que había en los alrededores,
aunque después los lugares a visitar se ampliaran.
Optamos por subir por una
de las calles que desembocan en el puerto para recorrer un lugar abocado al
mar, donde pudimos adentrarnos para deleitarnos en la esencia pura de las
viviendas.
La calle tenía la amplitud
necesaria para que la luz entrara a raudales, el adoquinado perfectamente
colocado como las fichas de un domino, desprendían con sus reflejos los rayos
solares, con lo que la claridad era sorprendente.
El blancor de las
fachadas de madera, junto con la limpieza ponen una nota que ya atrae, los
grandes ventanales con sus cristaleras abiertas completamente para que la luz
pueda entrar sin que se escape la menor brizna, ponen una nota especial.
Las fachadas se acicalan
con el verdor de las plantas y el color de las flores, algunas poseen una valla
más que para impedir el paso como adorno al jardín, con alfombra de césped, algún
árbol frutal, un cenador rodeado de plantas trepadoras que se enroscan como
collares de perlas, sin apretar pero delicadamente.
Los maceteros que cuelgan
y las jardineras que se sitúan a los pies son los zarcillos colgantes, y sus
pies se adornan con bellos mocasines de colores.
Parecía todo hecho de
papel, sutil, delicado, como un cuento de hadas, o mejor el lugar donde
vinieron a inspirarse para sus narraciones los mejores escritores de relatos infantiles.
Todo era como una pura
vidriera de colores al natural, pero no faltaría la creadora de cristaleras de
bellas pigmentaciones, que tenía su taller en el mejor lugar de inspiración.
Taller de vidrieras
Taller de vidrieras
Estábamos paseando por el atractivo principal de
Stavanger, es su casco antiguo (Gamle Stavanger) compuesto por pequeñas y
antiguas casas de madera pintadas de blanco. Está al oeste del puerto y frente
a la torre Valberget.
Mención especial a la calle Ovre Stangate, teníamos que dedicar unos minutos a recorrer ese paisaje de cuento.
Es muy entretenido y sumamente agradable, pasear las estrechas calles empedradas de este viejo barrio de 173 casitas de madera, construidas a finales de los siglos XVII y XVIII y declaradas Patrimonio de la Humanidad.
Mención especial a la calle Ovre Stangate, teníamos que dedicar unos minutos a recorrer ese paisaje de cuento.
Es muy entretenido y sumamente agradable, pasear las estrechas calles empedradas de este viejo barrio de 173 casitas de madera, construidas a finales de los siglos XVII y XVIII y declaradas Patrimonio de la Humanidad.
No nos faltaría en
nuestro caminar el trol, los grafitis perfectamente ordenados, como si fueran
los cromos con los que jugábamos en nuestra infancia, el bronce modelado y
fundido en cualquier personaje importante, la iglesia en la que hay que pagar
para poder visitarla.
Tomada la decisión, continuamos
paseando, las palomas nos indicaban entre los juegos de los chicos que las
perseguían, mientras otros les proporcionaban comida,
que aquello era un parque con su gran lago y géiser,de agua fría en medio, como el asta de una gran bandera de agua que se yergue en el corazón del lago.
que aquello era un parque con su gran lago y géiser,de agua fría en medio, como el asta de una gran bandera de agua que se yergue en el corazón del lago.
Cerca de la Calle
Holmegate está este parque de Stavanger. En el centro tiene un lago lleno
cisnes y patos, limpio y súper cuidado, como todo en la ciudad.
El parque es excelente, lleno de
árboles y sitios para sentarse. De hecho, dentro del parque está también la
Catedral de San Swithun de Stavanger, lo que le da un toque todavía más
especial.
En Stavanger nada está lejos así que es fácil encontrarse con este parque sin querer. Debe ser el más grande del centro de la ciudad.
El parque de Stavanger,
en una tarde calurosa, bajo las sombras
que proporciona la arboleda era el lugar más adecuado para reposar, para darle
al cuerpo la satisfacción de cumplir con el rito sagrado de todo andaluz, dar
unas cabezaditas en la butaca, mientras la TV, haciendo caso omiso a la música
que se desprende de las gargantas, mientras dormitas, sigue con la novela de
turno.
El grupo de
intrépidas señoras, siguen caminando para demostrar su fortaleza dándole la
vuelta al lago, mientas tanto algunos buscamos un aposento para descansar.
Después seguiríamos marchando diciéndole adiós al parque, a las esculturas y dándole un escape a la
emoción contenida con aquella canción que la tuna siempre deja con aires de juventud.
“Ese lunar que tienes
cielito lindo junto a la boca
No se lo des a nadie,
cielito lindo que a mí me toca
Ay, ay, ay,
canta y no llores
porque cantado se
alegran, cielito lindo, los corazones.
No fue una canción más,
fue la expresión de una despida, no solo al lugar sino a los lazos de amistad
que durante una semana nos había unido a un grupo de personas.
En ese lunar de la
canción, estaban concentrados los recuerdos vividos de muchos días, navegando
por los fiordos, contemplando monumentos, cascadas, praderas, verdes campos, y cansancio en las piernas de tanto trotar.
-Sí amigo lector, de
tanto trotar, como jóvenes llenos de ilusión y de estar mucha horas sentados, recorriendo kilómetros y kilómetros, de
alimentos y ricos salmones, de hazañas para los héroes del Púlpito, de parques
y esculturas, de maderas fuertes, resistiendo el tiempo para vestir de colores
las viviendas de los noruegos, del sabor de los días interminables, de noches
sin oscuridad…..,
pero sobre todo del recuerdo de una amistad que quiero dejar grabada para siempre de estos días, marcados en este blog, para que cuando nos pique el gusanillo de volver a ver al pasado, abramos tranquilamente este pequeño y grande al mismo tiempo libre, y podamos seguir haciendo nuestro los días pasados y la amistad que nos unió, que será siempre el más vivo de los recuerdos que estará siempre vivo y presente.
pero sobre todo del recuerdo de una amistad que quiero dejar grabada para siempre de estos días, marcados en este blog, para que cuando nos pique el gusanillo de volver a ver al pasado, abramos tranquilamente este pequeño y grande al mismo tiempo libre, y podamos seguir haciendo nuestro los días pasados y la amistad que nos unió, que será siempre el más vivo de los recuerdos que estará siempre vivo y presente.
Con nuestras maletas bien
repletas de emociones, después de pasar por dos aeropuertos, Copenague y
Málaga, aún laten en nuestras sienes aquellos días vividos.
José
Medina Villalba.
REPORTAJE FOTOGRÁFICO