Aquella mañana del mes de marzo, cuando aún el invierno no se había
marchado, pero no sé si porque se encontraba viejo, decrépito y cansado, hacía
ya días que había metido la cabeza bajo el ala, y sin querer saber nada se había difuminado dejando paso a la primavera.
El gigantesco termómetro de Puerta Real guiñando continuamente, nos
dice la hora y temperatura, me comunica
que me vaya quitando el chaquetón porque los veinticinco grados que marca a las
once de la mañana ya son suficientes para irse desmelando de ropa.
Iglesia de San Antón
Mis intensiones esa mañana dominguera era darme un paseo sin mayores
pretensiones, pero cuando menos te los esperas salta la liebre, o dicho de otra
manera, te ves sorprendido con algo novedoso en medio de la calle y frente a
una iglesia muy céntrica; cuando sus campanas hablan la ciudad enmudece, cuando
una calle en tiempos pasados era una angosta callejuela donde podías escuchar
las voces que pregonaban, como reclamo para saciar el apetito: “Medio de caoba”,
“sopón medio” “uno de alcachofas con mahonesa”, el famoso Bar Aliatar.¡Cuántos
recuerdos de una juventud, que nunca volverá!
La Calle Recogidas de los años cuarenta del siglo XX.
Allí, los domingos por la tarde, después de haber visto un película en
cinemascope, en el Cine Aliatar, “Los Caballeros del Rey Arturo”, "El Prícipe Valiente", o "Ben-Hur", junto a la pandilla de amigos nos
tomábamos nuestro medio bocata con un “follasa de Calicasa”.
Cine Aliatar
-Oiga, que mal suena esa palabreja.
-No se extraje, querido lector, porque “Graná, es la tierra de la
malafollá”.
- Siga, siga, escribiendo y déjese de ese vocabulario.
-Pues si ese es su gusto continuo.
Las Arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca
Mariana Pineda saliendo del Beaterio de Santa María Egipciaca, camino del cadalso.
Esta calleja, era como el
esófago de todo ser humano, comenzaba en la Plaza de San Antón y se unía al
inmenso estómago de la Vega de Granada a la altura del Palacio de los Patos,
allí se encontraban las Arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca, para
recoger a mujeres de vida descarriada, todo esto desapareció cuando aquella
estrecha calle llegó a la mayoría de
edad y se convirtió en la que es hoy la Calle de Recogidas.
Una inmensa barrera protectora de color amarillo, a modo de una gran
barrera me avisaba de que le estaba prohibido el paso a cualquier clase de
vehículo, no así a los que quisieran contemplar el cambio que había
experimentado esta calle, y lo que en este domingo, día diez de marzo del 2019,
se estaba realizando.
Así es que, me aventuré a ver qué es lo que había ocurrido, una inmensa
hilera de tiendas de campaña todas vestidas de blanco a modo de las jaimas que
utilizan los nómadas árabes en el desierto, perfectamente alineadas estaban colocadas
en el lateral derecho, mientras un numeroso público se complacía contemplando
lo que allí se exhibía. Lo cierto es que ni aquello era el desierto, ni los
tenderetes eran jaimas, ni los que paseaban eran bereberes del desierto.
Calle de Recogidas
Había toda clase de objetos con una gran vistosidad de colorido, era el
reclamo, la liria que se pone a los espartos para cazar pajarillos, y en este
caso los puestos eran la atracción que llamaban la atención y los colibrí los
paseantes.
Los tenderetes colocados a lo largo de la calle
Incluso, para aquel que estuviera dispuesto a adoptar un bebé de carne y
hueso, allí lo podía adquirir, con la completa garantía y seguridad, que no le
haría pasar malas noches con sus llanteras, ni tenerle que dar cada tres horas el biberón, ni cambiarle pañales de ninguna clase, ¡vamos un verdadero
regalo!
Los mercadillos vienen funcionando desde “in illo témpore”, sobre todo
en las plazas de los pueblos, en las barriadas de las ciudades, y desde hace
algún tiempo en pleno centro de las ciudades.
Un mercadillo embelesa, relaja, se va simplemente a ver, incluso con
ánimo de comprar pero al final con tanta información tienes que terminar por no
comprar nada. -Pero, ¡y lo bien que te lo pasas!, para algunos es un paseo de relajación.
Hasta el mismo sol con el que se cubre esta mañana la calle, se acerca
para dar más luz y brillantes a los tenderetes de este zoco improvisado. Son una
verdadera fiesta los mercadillos, allí se dan cita toda clase de gentes, desde
los más sencillos y humildes hasta los más encopetados, señoriales y
aristócratas, hay que disfrutar de la diversidad de cultura que se expende y
hasta de la sonrisa del vendedor que gratuitamente te ofrece.
De pronto, sin esperarlo, me encuentro a unos personajes de la Edad Media
blandiendo sables, suena el fuerte metal del acero, las espadas en alto
enarbolando como si fueran banderas al viento.
-¿Estaré soñando? Me pregunto.
¿Habremos vuelto al siglo XVI?
-Pero si ya no hay duelos, ni lances de honor, ni cuando vas por las
calles solitarias en las noches
tenebrosas de invierno, no se escucha aquel grito, que te hacía aligerar el
paso de,
-¡agua va! Que no era otra cosa, que la advertencia para que aligerases el paso porque la micción
concentrada en un bacín, podía mojar tu rostro.
¡Agua va!
Mis pensamientos divagaron por momentos sin saber de qué se trataba, a lo mejor será la representación de
alguna comedia de capa y espada de Lope de Vega o de Cervantes, pronto salí de
dudas cuando tuve la posibilidad de hablar con alguno de los que participaban
en este escenario.
Se trataba de una exhibición del grupo de “Sala de Armas de Granada”
que tiene su residencia en el Camino de Ronda 137, donde se enseña y practica el arte de la
esgrima.
Ya pasaron aquellos tiempos cuando era usual que los hombres se retaran
porque uno de los congéneres le había mancillado su honra poniendo en riesgo su
honor.
Un lance de honor
Perfectamente ataviados con todos los elementos tanto en el vestir como
en las armas se encontraban allí presentes.
La mañana había llegado a su punto álgido, las doce del mediodía,
Recogidas era un hormiguero de gentes que invadían la calzada disfrutando de
todo lo que se exhibía.
El Sol devoraba esta mañana el pavimento y se llevaba el crujir de los
sables, haciéndoles brillar como si fueran espejos donde se podían ver las
caras reflejadas en el filo de las espadas.
Camisa con coderas, chaleco de cuero, guantes protectores cubriendo
medio antebrazo, polainas largas y escafandra en la cabeza, es el vestuario que
se utiliza en este deporte que ya dejó de ser la práctica en los duelos.
Vestimenta de un espadachín
Como deporte, se postula en España que
se habría originado en ese país con la espada ropera, arma que forma parte
del vestuario o indumento caballeresco, aunque el uso de las armas modernas de
esgrima surge a finales del renacimiento simultáneamente en toda Europa.
Intrigado por el espectáculo que estaba viendo, me puse en primera fila
deseoso de captar todo lo que allí se estaba cociendo, e incluso cambiar alguna
impresión con alguno de los miembros que forman parte de este gremio.
Pronto se vieron satisfechos cuando tuve la oportunidad de entablar
conversación con alguno de los maestros.
Contemplando y escuchando el blandir de los aceros, viendo como los
sables tocan el pecho de los contendientes, ¿quién no es capaz de revivir
dentro de su alma una de las esgrimas mayores a la que a veces nos vemos imbuidos
los humanos?
No hay mejor escenario que el de la esgrima del amor, cuando alzamos el estoque y clavamos
nuestras pasiones y anhelos reviviendo los delirios, cuando la estocada abre
veredas de lucha interna por el cuerpo de los enamorados, cuando en la
primavera estando los campos en flor, los enamorados van a servir al amor, cuando
flotamos en una nube y buscamos continuamente al ser querido, cuando mariposas
bullen continuamente en nuestro pecho, cuando en el combate del enamoramiento
uno de los contrincantes clava el dardo del olvido y el frío del querer se va
congelando, dejando malherido al que siempre fue su amor. Cuando…..
La esgrima del amor
La Calle Recogidas se alargaba en una perspectiva en la que los edificios parecían quererse alejar, evitando que alguno de aquellos sables, no
de juguete sino reales les impactaran,
mientras otros personajes deseosos de saciarse, situados en primera fila se recreaban en el espectáculo.
Un público ávido de emociones, entre la chiquillería, adultos con nieve en las cabezas recordábamos películas de capa y espada, con una
estructura narrativa similar a las películas musicales con escenas de canto y
de baile.
Athos, Porthos y Aramis son tres
prodigiosos espadachines que pertenecen al cuerpo de mosqueteros del rey Luis
XIII de Francia. A París llega un joven
y valeroso gascón que ingresa en la guardia del Rey para hacerse mosquetero, D‘Artagnan.
Los Tres Mosqueteros tendrán que hacer frente a una maquiavélica conspiración
urdida por el cardenal Richelieu para derrocar al rey.
Las
escenas, se desarrollan con una belleza especial en grandes salones, bajo la
iluminación de enormes arañas de cristal iluminando las escenas, hacían
resplandecer los vestidos regios que portaban las señoras, entre conversaciones
palaciegas y valses, se veían remplazados por los duelos de espadas cuando aparecían “Los
Cuatro Mosqueteros”.
Eran momentos durante los que el sonido de las
espadas dejaban en silencio los timbres musicales, y la respiración
entrecortada de los espectadores, sustituidos por el golpeteo de las espadas y
los ágiles movimientos de los contendientes.
Subiendo las regias escaleras de aquellos
salones, mientras uno de ellos tiene que defenderse de los embates de sus
enemigos, a veces tres contra uno, caminando hacia atrás, por unas escaleras de reluciente mármol, y en un instante
saltar sobre la balaustrada del primer piso para aferrarse a una de las
lámparas y a modo de liana dejarse caer en plancha sobre otro de los enemigos
partidarios del Cardenal Richelieu que lo había puesto en aprietos.
El aplauso rotundo de los espectadores, se
dejaba sentir como un enorme torrente mientras la audiencia menos pudiente le
hacía saltar chispas al tablao del gallinero.
Esta mañana la Calle
Recogidas había estirado su cuerpo plagado con una decoración enorme que la
cubría por entero, hasta el lujoso Hotel Palacio de los Patos se sentía
complacido al ver como la calle que da acceso a sus dependencias, estaba lleno de gentes que se divertían entre puestecitos de ventas de toda clase de
baratijas y productos, y de un escenario que hasta las misma habitaciones donde
se encontraban los hospedados, llegaban los sonidos del acero.
Hotel Palacio de los Patos
Más, había también un batir de espadas con sonidos misteriosos y
mortecinos de luces y sombras que
tenían su combate entre el asfalto
y las fachadas, mítica tragedia de espadas silenciosas.
También en la vida la carne humana tiene una lucha continua de espadas,
un blandir interior, en el escenario diario de nuestro caminar, una lucha sin
capa ni espada, entre la búsqueda del éxito por conseguir una ansiada meta y
victoria, y otras veces en una derrota tremenda, en lo aciago de nuestro
serpenteante caminar, al que nunca hay que sucumbir ya sea del combate diario en el
trabajo, o en el amor, jamás dejar que la espada de la derrota caiga sobre
nuestras cabezas. Seguir en el escenario de la contienda para conseguir el
triunfo deseado.
Nunca hay que rendirse
Una pista de patinaje se abre ante mi mirada, bicicletas que se
deslizan, patines de color rosa llevando en volandas a otra linda rosa.
Patines movidos ágilmente con la energía de los pies que empujan.
Algunos empeñados en ganar la carrera en una pista que no tiene fin, es
dar vueltas sobre el mismo circuito sin saber quién llega el primero ni quién
el último. Es un afán desmedido por ganar, sin saber al final quien ha sido el
vencedor.
Nuestras vidas son una carrera continua, partimos en un circuito donde al comienzo somos unos completos novatos en el caminar, en la trayectoria de nuestro
recorrido vamos tomando posiciones, unos llegan al final otros se quedan a
medio camino, sin embargo, aunque la carrera es dura con muchos obstáculo y
dificultades, nadie quiere llegar a su conclusión ya sea tarde o temprano,
porque la vida es bella y vivirla mucho más.
El comienzo de la vida reflejada en este infante que señala la larga
carrera que tendrá que recorrer, y el final representado en el abuelo que le
aconseja como tiene y debe caminar, para hacer una buen recorrido en la dura
pista de la vida.
El abuelo aconseja al nieto en la carrera de la vida
Esta mañana la calle se alargaba, sonaban las sirenas de las motos de
la policía, las mamás veían a sus hijos con gorra de plato conduciendo uno de
esos vehículos de dos ruedas, dirigiendo el tráfico, o acudiendo a resolver
cualquier problema grave de orden, de accidentes o de protección de la
ciudadanía. El chaval se siente un verdadero agente, y no digamos al papá que
quiere llevarse esta imagen impresa en su cámara.
Todos solemos llevar dentro de nosotros un policía, aunque no llevemos
el uniforme que visiblemente se vea, un agente que debe de estar de guardia las
veinticuatro horas del día, cumpliendo fielmente con nuestro deber, chaleco blindado como elemento de protección de las controversias que nos
llegan como balas queriendo destruir nuestros valores, está enmarcado en
nuestro sentido de la honradez y responsabilidad, como arma el ejemplo
cotidiano de una vida de actuación correcta, defensora de las causas justas,
capaces de dar todo por nuestra familia y por nuestra Patria.
Todos llevamos un "policía dentro".
Se habían concentrado, los equipos de limpieza, con sus camiones
haciendo girar los escobones mecanizados que riegan, barren y aspiran todo al
mismo tiempo, sustituyendo a los
escobones manuales a golpe de brazos.
Coches de la policía local donde, con todos los respetos que se merecen,
siempre me he imaginado que en las noches de guardia, bajo un calor sofocante
de verano, o en una noche cruda de invierno junto a un compañero, poderse
jugar una partida de ajedrez en los cuadros de su gorra, o en la carcasa que
envuelve el carruaje, y así poder matar
las horas de vigilancia.
Jugarse una partida en la gorra
Más allá los taxis medio de transporte rápido, los taxistas van siempre con la
mirada prestos para llevarte al lugar de tu destino, unos caminan callados,
otros contando su vida como si siempre hubiésemos sido amigos, siempre con el
auto impecable, y con respeto al pasajero. En el caminar cotidiano, a veces, nos comportamos
como verdaderos taxis, vigilantes para cumplir
con las normas de circulación, prestos a ayudar si alguien nos necesita, respetando
a los demás e impecables en el vestir y caminar.
Ambulancias con sus atronadoras sirenas que nos hacen tapar los oídos,
si no queremos destrozar nuestros tímpanos.
Cuando se escuchan las sirenas el caminar se hace lento, por tu mente pasan en unos momentos
montones de escenas, del herido que va en la camilla recibiendo oxígeno, con
la mascarilla puesta y las gotas de suero que lentamente van cayendo, para
penetrar en el accidentado que hay en el
habitáculo, pero sobre todo la de aquel hijo que conduce en estos momentos o va
en moto por la carretera, o de cualquier familiar que viaja.
Volvemos la cara y la vemos pasar con el sonido ensordecedor como el rayo que pide paso, en medio de la tormenta, sin respetar
los otros vehículos que caminan, o los peatones que se han quedado inmóviles
viendo las ráfagas de luz como si fueran caballos con alas de sueños perdidos
que piden acceso.
Tendríamos que llamar a los bomberos que están un poco más abajo para
que apagaran el fuego ardiente de todos los enamorados que al entrar la primavera
les corre por sus venas el fuego ardiente del amor.
El fuego del amor es como un volcán, no hay bombero que lo apague ni
agua que lo enfríe, ni edad que lo detenga, solo la muerte, por mucha edad que se porte se cobrará la recompensa de llevarse ese fuego inagotable.
Aquella Calle de Recogidas de mediados del pasado siglo estrechita,
recoleta, muy familiar, donde la Vega lamía sus pies, y la cabeza se adornaba
son el sonido de la campanas de la iglesia de San Antón, donde los vecinos
formaban una única familia, haría falta que alguien ante este ataque cardíaco
que el ritmo moderno le ha impuesto, de ajetreo, de ruidos, la pudiera liberar
con un desfibrilador que aún no se ha inventado. Nos conformamos con ver como se
le hace el tratamiento a una persona que ha sufrido un ataque cardíaco, realizado por un Técnico de Protección
Civil.
Maniobras realizadas por un agente, para recuperar a una persona que ha sufrido un ataque cardíaco
Deshaciendo el camino y volviendo de nuevo a recorrer la calle Recogidas de los pies a la cabeza, observamos
los diversos puestos, esos tenderetes, vestidos de blanco, y a los que los administran,
que la gente pasa, algunos indiferentes, otros más tranquilos se acercan atraídos
por el reclamo de algo que les llama la atención, curiosean miran y se marchan.
Para finalizar mi paseo y dar salida en el mismo lugar por donde entré,
nada mejor que un espectáculo de baile, perfumado por el incienso que sale de
la Iglesia de San Antón, como aroma que aromatiza y embalsama el ambiente, mientras los
cuerpos se balancean al ritmo que le marca el sonido de la música, en uno de
estos bailes que se han puesto de moda Swingfin, al que acompañaba el mismo color verde
del semáforo, bailaba tembloroso a los acordes de su propio sonido, tic, tic,
tic, tic…, un poco más lento, hoy no realizaba su función como regulador del paso de peatones a estas horas, pero sí su
música especial.
Estos mercadillos de una parte acá se han puesto de moda, una veces los
vemos los fines de semana, en la Carrera de la Virgen, en la Plaza de las Palmeras,
en el Paseo de los Tristes, en la Plaza de Isabel la Católica, no sé cual será
el resultado de las ventas que se producen, lo que si es cierto que dan una
pincela de color en aquellos lugares donde se encuentran.
José
Medina Villalba.