Ocho de la mañana,
desayunado y dispuesto a comenzar la nueva jornada. Un cielo sin mancha alguna
solamente el color celeste con el que me daba los buenos días cubría la calle
donde habíamos pasado la noche, en el Eviston
House Hotel. Nadie aún había hollado el pavimento solo un pequeño cuervo
deambulaba por aquellos alrededores.
Solo un pequeño cuervo deambulaba....
Encontrar un día como el
que se nos ha presentado para visitar la Península de Dingle no es normal por
estos lares, donde solo la lluvia y la
niebla son la tónica normal en estos parajes, pero hemos traído el talismán de
Andalucía con todo el sol que allí fabricamos.
Nuestro guía parece que
se ha levantado con buen humor y nos está dorando la píldora, sobre el
recorrido que vamos a realizar esta mañana, veremos un oratorio que lo magnifica como una iglesia
del siglo IV, unos miradores sobre unas playas, donde abundan las hamacas, los
chiringuito y el olorcillo a los espetos, le daremos la vuelta a la península,
pararemos en Dingle unos minutitos para ver la ciudad y camino de Killarney
donde almorzaremos, después de un breve descanso iremos a dar un paseo en
coches de caballos por el Parque Nacional de Killarney, donde veremos el Castillo
de Ross.
Castillo de Ross
Había que darle un repaso
al hotel en el que hemos pernoctado: un grifo que me he quedado con él en la mano, una calefacción que no funciona, una ducha que no conoce el agua caliente,
una ventana que no cierra, no hay muchos ácaros …, “pecata minuta” .
-¡Sí, sí!
“Pequeñas cosillas de los Hoteles Victorianos”.
Si algunas vez se le
ocurre venir por Irlanda no busques monumentos, que no los vas a encontrar, en
cambio paisajes en abundancia, hoy va a ser uno de esos días de disfrutar de los panoramas.
Un enorme camión se divisa a lo lejos, nos
hace pensar que va a ser problemático poder pasar, porque estas carreteras no
son chicle que se puede estirar, y parangonando aquella frase del Evangelio,
que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre
en el Reino de los Cielos yo diría, que un gran vehículo pase por una carretera de
Irlanda, cuando se encuentra de frente con otro, sin que exista un problema grave, pero la habilidad de nuestro
Atanás consigue lo indecible.
Estas son las carreteritas de Irlanda, serpientes
enroscadas en la montaña.
Caminamos por
Ballyhar-Dromdoohig Beg, menos mal que
vamos solitarios, solo nos acompaña una magnífica mañana primaveral andaluza, pero con verdes prados a un lado y
otro de la carretera, siempre pendientes por si asoma alguno de los que ruedan
a velocidades a las que están acostumbrados de andar por casa, que nos hacen
girar rápidamente la vista hacia otro lado, cerrando los ojos, frunciendo el
ceño, hombros apretados en las orejas, esperando oír un crujido y a
continuación hartándonos de comer hierba fresca en la pradera más próxima.
-¡Madre mía, que complicado me lo estás poniendo, señor escritor!
Ballyhar-ballinillane, es
nuestro territorio ahora, por lo visto el que diseñó las señalizaciones de estas
carreteritas, se le acabó la pintura, y ya no existe línea divisoria, o a lo
mejor dijo:
-¿Para qué la voy a señalizar, si de todas maneras no caben dos
coches al mismo tiempo?
En algún momento creí que nos caímos al haza contigua, las
ruedas del lateral izquierdo daba la impresión que estaban fuera de la carretera, iban flotando en el aire.
-Oiga, señor narrador, si
seguimos en este plan me bajo del autobús y no sigo porque voy “acojonado”.
-Síííííí, que se me han subido a la garganta, ¡¡¡vaya mañanita que nos estás
dando hombre, cambia ya de tema por favor!!!!
El sol doraba el campo, haciéndole
brillar, dejaba relucir un rojizo de la gama de los colores calientes, que
cualquier pintor quisiera tener en su paleta,
mientras tanto el astro, él mismo se contemplaba y admiraba al ver la
libertad con la que gozaba esta mañana, jugaba al gol patinado por el verde
cetrino de las intensas praderas.
Nos deslizamos por
Fieries Cross Roads-kilnanare. La desnudez de los árboles con sus ramas
desiertas hacían avivar las yemas de las próximas crías, las ovejas pastaban
con tranquilidad absoluta, extrañadas de no sentir la humedad en el felpudo que
las cubre, y el blanco de las fachadas
de las casas se peinaba con las púas de unos rayos deslumbrantes.
Ocre, violeta y gris, se
habían adueñado del asfalto haciendo un lazo caprichoso con una cinta blanca,
mientras en la lejanía los colores malvas, se fundían con el azul celeste.
Castlemaine-Ardcanaght el
el nombre de nuestro camino .
Por Castlemaine-
Boolteens West, se establece un diálogo entre el chasis, el sistema de
amortiguación del autobús con la carretera, para poderse ir adaptando a la
irregularidad de la calzada que terminaría con un golpe en seco que nos puso
los pelos como escarpias.
El mar se nos va quedando
a nuestra izquierda, y en la costa comienzan a aparecer unos objetos oscuros
que no sabemos realmente lo que son, si rocas, algas, Anascaul- Killeenagh es
el terreno y la sintomatología de la carretera no ha cambiado lo más
mínimo .
Nos vamos acercando a
Dingle es un puerto costero amurallado rodeado de colinas prácticamente por
todos lados, tiene una bahía que le sirve de puerto natural, tuvo relaciones
comerciales con España, hasta la llegada del terrible Oliverio Cronmwell,
siniestro personaje inglés, que hizo de las suyas como con toda Irlanda.
Dingle
Los estudiantes de Dublín suelen venir a esta zona a practicar
el gaélico, el idioma propio de Irlanda.
Por esta carretera, la que
estamos recorriendo la península, se desplaza una gran cantidad de turismos,
autocares, caravanas, autocarabanas, la titulan “La Ruta del Salvaje
Atlántico”, aunque no hay ninguna ley escrita sin embargo, el recorrido hay que realizarlo según el
sentido de las agujas del reloj, ya que la carretera es bastante estrecha,
igual que mañana en el Anillo de Kerry, hay que hacerlo en el sentido
contrario, para evitar encontrarse con otro vehículo de algún extranjero
despistado y ahí "no quisiéramos ver las habilidades y el divertimento de nuestro
Atanás".
Península de Dingle
Estamos el territorio de Anascaul-Farrannacarriga,
seguimos ascendiendo y enroscándonos la carretera a nuestro cuerpo como si
fuera la faja, que cualquier costalero se amarrase a su cuerpo, en los días de
Semana Santa.
La carretera habla, tiene
su leguaje propio y me da la impresión que algunos hacen oídos sordos a esos
sesenta kilómetros que nos dice, es a la velocidad que tenemos que marchar.
Pasamos por
Dingle-Farranisteenig, el verde se mezcla con el azul del agua, mientras
atravesamos la calle principal con sus casitas de colores, su famoso delfín, el
puerto con sus barquitos de vela en todo lo alto como si fueran de papel para poder
jugar con ellos, mientras el agua con un color azul intenso, que hace tiempo no
disfrutaba, hoy lo hace porque el Sol se lo permite, realiza rizos con la
tierra introduciéndose en estriados salientes y entrantes como si tierra y mar
se divirtieran en un mete y saca.
Hay un mete saca entre la tierra y el agua
Mar, cielo, agua, casitas
que parecen de cartón con tejados negros recién terminadas en un trabajo de
manualidades de una clase de plástica, en la Enseñanza Primaria.
Seguimos caminando, por
Milltown (ed Glin), lo mismo contemplamos el mar como de pronto dejamos de verlo,
porque esto es como el perfil del rostro de una persona, podemos estar en la
nariz y pasar al interior de la boca o salir para bordear la barbilla.
Larson nos habla de
restos arqueológicos, de cabañas de piedra las llamadas colmenas donde se
refugiaban los pastores para liberarse las inclemencias del tiempo, así como de
construcciones subterráneas.
"Una colmena"
La derrota de la Santa María de la Rosa y la
San Juan, dos naves de la Armada Invencible, producto de las pésimas relaciones
entre La Reina Isabel 1ª de Inglatera que con motivo de la reforma protestante
quiso doblegar a los católicos irlandeses, que encontraron un aliado en Felipe
II, año 1588.
La Armada Invencible
En tiempos más recientes, el reparto y el
equipo de Star Wars visitaron la ciudad para rodar algunas escenas de
Los últimos Jedi, colocando en la escena internacional a Dingle, uno de los lugares
de esta épica costa que se eligió como localización alternativa para el sitio
declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Las
emblemáticas cabañas de piedra seca del siglo VI de Skellig Michael se
recrearon al detalle para el esplendor cinematográfico en Sybil Head, cerca de
Dingle.
La carretera culebra
agarrada milagrosamente a la severa roca de la montaña, se debatía manteniéndose
en equilibrio, e intentando no precipitarse en las aguas del océano porque
había sido clavada a fuerza de golpe de martillo, no solo era estrecha sino que
nos preparaba alguna que otra sorpresa, como la toma de una curva a la que
estuvimos a punto de tragarnos la dura piedra lentamente.
Con el aire prisionero en
los pulmones y la respiración contenida viendo a nuestro autobús navegando por
las aguas, de un mar con las fauces plenamente abiertas, siempre esperando
deglutir a los osados turistas que se desplazan por estos contornos.
No faltaría alguna broma
de Larson al intentar relajar los ánimos cuando un ¡Ajuuuuuuuuu!, se le escapa
diciendo: “nos hemos equivocado de
camino hay que echar marcha atrás”, al unísono las carcajadas fueron la
respuesta de todos.
Contemplando ahora el
vídeo del tránsito por este alambre como los mejores trapecistas del Circo del
Sol, donde el bloque de chapa, cristales, butacas y seres vivientes del
interior nos deslizábamos, siento más miedo que cuando realmente lo viví,
porque en aquellos momentos no era consciente de lo que realmente estaba
pasando.
Un poco más relajados,
por lo menos así lo intenta Larson para decirnos que vamos a hacer una paradita
de fotos, en un pequeño ensanche, parada patrocinada por Galletas Angulo, las
galletas que entran por la boca y salen por el….,
-¡No, hombre no sea mal
pensado!
Galletas Angulo, las
galletas que entran por la boca y salen
por…., dos euros el paquete.
Estamos en Ventry-
Coumeenoole.
Las uñas de una inmensa
cigala hecha a base de roca y cuerpo
cubierto de verdor, mirando continuamente al mar y sin poderse meter en él, la
dejamos en ese éxtasis eterno mientras nos despedimos de este mirador .
Las gigantescas uñas de una cigala terrestre
Nos dirigimos hacia el
famoso oratorio, mientras surge el tema de las ovejas como productoras de lana
más que de leche, ya que no se conocen quesos con renombre de Irlanda, el
turismo es la fuente de ingresos más importante.
Tenemos el tiempo más que comprometido, esto
es como un viaje contra reloj, a las una y media tenemos la comida y aquí los
hoteles no respetan nada sino estamos allí a la hora comprometida, nos quedamos
sin “jalar”, que diría un andaluz de pura cepa.
Lason hace sus cálculos para
que vayamos picoteando en cada uno de los lugares por donde vamos a ir pasando.
Aquí nos tienes querido
amigo corriendo como locos para ver el famoso oratorio, que parece que es una
cosa transcendental e indispensable en este recorrido.
Algunos se lo han tomado
con más filosofía y una vez evacuadas sus necesidades, correr les importa
menos.
Comenzamos el camino
ascendente al oratorio, la vereda es amplia, algo pedregosa de chinarro, con el objeto de que no se embarre cuando llueve, que eso ocurre todos los días menos
hoy que el cielo luce un añil que ni él mismo se lo cree, los rayos solares
marcan nuestros pasos y por detrás un
mar inmenso se pierde en lontananza.
-Querido lector, me vas a
perdonar si te he hecho subir hasta aquí, tú, igual que yo, esperábamos ver
otra cosa, pero no nos desanimemos y saquémosle el mayor jugo posible a la
contemplación de la escena.
-¡¡¡¡Pero qué me estás
diciendo señor escritor, un círculo de piedras, y en el centro una cabaña hecha
de rocas, eso sí, muy bien ordenaditas!!!
-Sí, llevas razón, pero
tranquilo, no te enardezcas, ni te cabrees, pero, y el paseíto por esa vereda,
respirando aire puro de la montaña, rodeado a ambos lados de una inmensa
pradera, entoldados con un firmamento límpido, sobre el que navegan unos pequeños algodones de feria, ¿no es esto
maravilloso?
Todo no va a ser ver, castillos, catedrales, vidrieras, artesonados, grandes mansiones, arte gótico,
mudéjar, renacentista…., en la sobriedad también está la belleza.
-Bueno, bueno, está bien
lo que tú digas.
-¿Pero has entrado
dentro?
Sí, dentro no hay nada,
solo un ventanuco por donde el Sol ha dejada uno de sus rayos para que me
acompañe en la meditación.
Emprendemos nuestro
camino de regreso y mirándolo bien, ha merecido la pena darse el paseo, estirar
las piernas, contemplar el paisaje y escuchar el comentario de los compañeros,
que para gustos los hay de todas clases.
De nuevo al bus, camino
de Dingle, contemplando praderas algunas un poco mustias, vestidas de ocre,
faltas de agua y ovejas y más ovejas, nos sentimos ya casi pastores de tanto borrego como nos acompañan.
De nuevo nuestra amiga y
estrecha carretera que viendo la foto parece que ha encogido y se ha achicado.
Llegamos a Dingle y nos
damos un ligero paseíto, para contemplar el acuario, el famoso delfín, las
casitas de colores, la Oficina de Información y Turismo, y de nuevo a las doce aquí para continuar la
ruta.
La historia de Fungie, un delfín que vive
en la Bahía de Dingle y que es una especie de símbolo de este lugar. Fue
visto por primera vez a mediados de los 80, jugueteando con los barcos. Y desde
entonces aparece regularmente para regocijo de los locales y los turistas que
llegan al lugar atraídos por la fama de este simpático cetáceo.
Aunque los delfines
suelen ser animales sociables y amistosos con las personas, parece que lo de
Fungie era muy especial. Vamos, que solo le faltaba subir al pueblo
a tomarse unas pintas con los parroquianos. Por eso, poco a poco se fue
haciendo famoso, y los aldeanos no perdieron la oportunidad de sacarle algo de
rédito al asunto. Por un lado están las tiendas de souvenirs, que venden
Fungies de todos los tamaños y colores imaginables.
Por otra parte están los propietarios de barquitos, que organizan excursiones
marítimas para ver a Fungie que no son precisamente baratas, pero que no
garantizan el avistamiento del cetáceo en cuestión. Es decir, que te sacan a
dar una vuelta en chalana a cambio de una buena propina, pero si no aparece el
bicho no te devuelven el dinero ni de broma.
A mí hay cosas que no me quedan muy claras, como la longevidad del delfín en cuestión. Probablemente el Fungie original ya haya pasado a mejor vida y en estos momentos esté surcando las aguas del cielo de los delfines. Pero como esta costa es lugar de paso de muchas manadas de cetáceos, y además a ver quién es el listo que distingue un delfín de otro, pues no hay problemas en decir que cualquier delfín que asoma la cabeza es el mismísimo Fungie.
Y así se mantiene el
chiringuito de hoteles y venta de recuerdos turísticos en un pueblo que de otra
forma estaría sumido en el olvido.
Otra cuestión son las presuntas buenas intenciones de los simpáticos delfines que a todo el mundo le caen tan bien. ¿Nadie se paró a pensar en qué harán con esas filas de dientes afilados? ¿No es extraño que sonrían de esa forma cada vez que ven a una persona? ¡Los delfines no son tan buenos e inocentes como nos creemos!
El tiempo que nos habían
dado no era muy amplio, el pueblo es pequeño, había que darse una vuelta y
conocer sus casitas de colores, (ya explicaré en otro de los días que vienen el
por qué de esa manía o costumbre, de pintar las casas de distintos colores),
comercios con escaparates repletos de recuerdos, reclamos de compra para los turistas.
La tienda de los delfines,
Una floristería, y algún supermercado para comprar algo que
echarse a la boca.
La iglesia, con su Virgen
de Lourdes y sus tres partorcillos.
La iglesia con sus
vidrieras y fotografías del Papa Francisco, los parvulitos saliendo
del colegio acompañado por sus profesoras.
Contemplar las calles,
con la diversidad de colores era hacerse invisible y penetrar en un cuento de
fantasía.
Esta noche cuando el
cansancio sea mi compañero al dormir, pasarán por mi imaginación los más bellos
cuentos, vendrán duendes que harán sonar trompetas, caballos voladores,
delfines encantados, todo será mágico con los colores de las calles de Dingle
que llenarán la habitación.
Pronto nos reclama de
nuevo la marcha.
-¡Pero hombre!
-¡Con lo acogedor que es este pueblo,!, ¿por qué
no nos quedamos un ratito más saboreando una cerveza?
Te recuerdo que a las una
y media tenemos que estar en el restaurante donde vamos a comer, el tiempo
vuela y nos queda un buen rato para llegar, así que:
-¡Vamos, vamos!
Salimos de Dingle, pueblo
donde abunda el marisco, y sobre todo el salmón, aunque nosotros en las comidas
que nos han puesto hasta ahora no lo hemos visto. Solo recuerdo los magníficos
salmones que tuve la oportunidad de comer en mi último viaje a Noruega.
Larson nos dará una amplia
lección de la vida del salmón y el proceso de metamorfosis como ascienden del mar
a los ríos luchando contra las corrientes e incluso con los grandes desniveles
que tienen que salvar para venir a desovar en la cabecera de los ríos y
finalmente volver al mar. El funcionamiento de las piscifactorías, también fue
objeto de descifrarlo en profundidad.
Caminamos en dirección a
Killarney.
Entramos en la ciudad de
Killarney, si en nuestras ciudades andaluzas suelen aparecer, antes de penetrar
en la urbes, polígonos industriales, enormes naves que albergan materiales de
suministro, mercados provisores de otros más pequeños del interior de la
metrópoli, aquí lo que aparecen son casitas que hacen su vida individualizadas con su pequeño jardín, hasta que nos introducimos en el corazón de la
localidad, van apareciendo los edificios más significativos, así como arboleda, parques,
rotondas donde florecen plantas de colores y las calles con edificaciones que
no sobrepasan las dos plantas.
La comida nos espera, hemos
aparcado en New Street, creo que la mañana ha sido bastante agitada sin apenas
un descanso, si nuestro espíritu se ha alimentado a través de la diversidad de
paisajes, ahora le toca satisfacer nuestros cuerpos aunque sea a base de la
“rica patata irlandesa”.
El restaurante es
bastante acogedor, con su chimenea encendida y las diversas mesas repartidas
con butacas adicionales y decoración que
le da un ambiente agradable.
Un breve descanso después
de la comida, para conversar y de nuevo camino del bus, para que
nos traslade al parque Nacional de Killardey, donde nos esperan unos carruajes que nos darán un paseo a través del bosque.
Una serie de carros tirados
por caballos se divisan en la lejanía, una barra impide que los vehículos pasen
más adelante, así es que nos vamos
acercando hacia el lugar donde se encuentran, son unos carros típicos del
lugar, carecen de la prestancia y elegancia de los que se lucen en Córdoba,
Málaga, Sevilla…., nuestras caleseras, tiradas por caballos bellamente
enjaezados, lanzando las crines al aire, y con el “cacleteo” musical que dejan
en el asfalto los cascos de los equinos.
Más adelante nos esperaba
el Castillo de Ros.
-¿Pero no nos íbamos a
subir en los carros?
-Ahora después no seamos
impacientes, cada cosa a su debido tiempo.
El Castillo de Ross,
es un castillo situado a orillas del lago Leane, en el Parque
Nacional de Killarney, perteneciente al condado de Kerry, Irlanda. El
castillo fue el hogar del clan O'Donoghue.
El castillo de Ross fue
construido a finales de los años 1400 por el gobernante clan local de
los O'Donoghue, aunque la posesión del mismo cambió de manos durante
la Rebelión de Desmond de los años 1569-1583. Fue uno de los últimos
castillos en rendirse a los parlamentarios partidarios de Oliver
Cromwell durante las Guerras confederadas de Irlanda y sólo pudo ser
tomado cuando la artillería fue transportada en embarcaciones vía el río
Laune.
Se trata de una fortaleza
típica irlandesa construida durante la Edad Media. La casa-torre
tenía garitas cuadradas en las esquinas opuestas diagonalmente y
acabada con gruesos muros. Originalmente la torre estaba rodeada por un bawn cuadrangular
defendido por torres redondas en las esquinas.
Un niño se divertía
saltando de piedra en piedra, sobre las aguas del lago mientras unos patos, fueron motivo para descubrir el
sexo de estos palmípedos.
.
El Sol
seguía respetando el día, pero debilitado porque se iba acercando la hora de ir
frenando el fuego de sus rayos, se
dejaban caer sobre las tranquilas aguas del lago dejando un reguero de luz
deslumbrante.
Existe una leyenda por la
que O'Donoghue saltó o "fue arrastrado" a través de la ventana del
gran salón de la parte más alta del castillo y que desapareció en las aguas del
lago con su caballo, su mesa y su biblioteca. Se dice que O'Donoghue vive ahora
en un gran palacio en el fondo del lago, desde donde vigila todo lo que ve.
Durante el verano se
pueden realizar paseos en barca por el lago desde el Castillo de Ross. Algunos
de los botes más pequeños permiten visitar la isla de Innisfallen. El castillo
se encuentra tanto en la ruta del Anillo de Kerrycomo en el Kerry
Way, rutas pintorescas para realizar en coche y a pie respectivamente.
Los carruajes nos estaban
esperando, el bosque de troncos
envejecidos se encontraba semidesnudo, comenzaba
a sentir el hervor de la primavera en sus carnes en algunos de sus árboles mientras otros
seguían durmiendo el sueño del invierno, nuestro caminar lento pero seguro se
dirigía a recibir una nueva experiencia en el atardecer.
Mientras tanto el Sol jugaba al escondite escondiéndose detrás de las
almenas.
Nos habíamos colocado
contemplando la llegada de los carruajes, que traían su mercancía humana,
(perdón por lo de mercancía) esperando
recibir las órdenes por los conductores para que los fuéramos ocupando.
Pronto fuimos subiendo y
ocupando los asientos respectivos.
Mientras tanto, Larson quiere
dejar testimonio de lo que está viendo.
Los carruajes que no se
parecen en nada a la carroza andaluza de la Feria de Jerez, una vez ocupados se
pusieron en marcha, ocho personas en cada carroza, más alguno que se quiso colocar
con el cochero.
El jolgorio en el
interior de aquel carruaje, cuyas ventanas era todo el aire que nos rodeaba y
los asientos donde reposaban nuestros cuerpos, ¡cuántos habían marcado allí su
huella de infinidad de nacionalidades!
El cochero, chapurreando
el idioma conectaba con nosotros intentando poner un ambiente de placidez,
lanzando un ¡ole torero!, como señal de nuestra identificación.
El caballo angustiado de
repetir una y otra vez la misma ruta, movía continuamente la cabeza al compás
que le marcaban los pasos, en un sincrónico caminar que se sabía más que de
memoria.
La escena de la
modernidad y la fantasía se plasmaban en
dos movimientos diferentes, los cien caballos de los coches, que
transitaban con el apasionamiento de
nuestros caballos de carne y hueso.
Se sucedían las
carcajadas, ante cualquier pequeño comentario, un halo gris cubría la calzada y
las carrozas en movimiento ágil, guardando la distancia caminaban acompañadas
por las notas que imprimían el caminar de los caballos, repiqueteando sus
pezuñas como si fueran las manos de un experto músico interpretando aquello que
cantaba Marisol: "corre, corre, caballito, trota por la carretera, no detengas
tu carrera que lleguemos tempranito".
El bosque corría a nuestro
par y los ciervos saltaban, en ágiles movimientos queriendo imitar a
nuestros caballos, que marcaban un ritmo
acompasado.
Existía sincronización
perfecta entre nuestra carroza con la que se vislumbraba en la distancia, y sobre
todo un cierto romanticismo a través de un bosque que parecía encantado.
Los cantos de las carrozas
que nos seguían llegaban mezclándose con nuestras conversaciones, y todo se
impregnaba de un regocijo especial.
El bosque también deja
espacio para que el prado ocupe su sitio y en el verdor de la hierba se
recreen con sus juegos chicos y mayores.
Hemos llegado al lugar
donde partimos después de haber pasado una tarde entre castillo, laguna,
bosque, carrozas, canciones, caballos, amistad y expansión que han sido un deleite
del espíritu y del cuerpo.
Junto al caballo blanco
que durante esta tarde me ha proporcionado los placeres de sentir el paso, el
trote y el galope, le acaricio dándole las gracias, porque me ha proporcionado
una tarde deliciosa, y a él quiero dedicarle estas reflexiones:
- Tú, caballo que sudaste
durante tu vida, arrastrando piedras, caminando por caminos embarrados, que
trillaste en la era dando vueltas y vueltas.
Que sacaste
agua del pozo haciendo girar la noria, que corriste en competiciones en los
hipódromos, que portaste sobre tus lomos a grandes personajes, amaste mucho y
fuiste siempre fiel a tu amo, ahora me sacas esta tarde el caballo que llevo
dentro.
He cabalgado en todo el
largo trayecto de mi vida unas veces al paso, tranquilo sosegado cuando el
tiempo me lo ha permitido, he trotado como un niño revoltoso, y cuando he
tenido que ir al galope no he dudado lo más mínimo.
Nadie me ha
sorprendido, he triunfado y a veces he perdido, pero siempre te estaré dando
las gracias porque has sido mi fiel compañero que nunca me ha traicionado ni
vendido.
Amé mucho y sigo amando porque el amor es el
mejor hipódromo donde he corrido y donde sigo corriendo, con las crines del querer
lanzadas al viento, porque amar y ser
amado es una carrera sin fondo.
Comenzaba una nueva
aventura para echarle el broche final a la tarde.
Con mis tres compañeras
de viaje dispuestos a patear Killarney, hasta donde pudiéramos y nos dejara,
comenzamos a caminar sin un norte concreto, pero sí con ganas de sacarle el
mayor producto a la tarde, nos habían programado un espectáculo músico
folclórico pero se había chafado, porque en estas fechas aún no han abierto
estos escenarios, pero nosotros no necesitamos que nos presenten espectáculos
porque somos capaces de proporcionárnoslos.
Nos dirigimos a la
iglesia más próxima que con la aguja de su torre como flecha lanzada al viento, parece clavarse en el cielo
y en el trayecto de nuestro recorrido nos
encontramos con dos machos cabríos de enormes cornamentas disputándose el
espacio, la vida es muy dura y a veces tenemos que usar nuestras
propias defensas para ocupar el espacio que nos corresponde y que no se nos sea
arrebatado por nada ni por nadie.
Una enorme reja rodea al
edificio junto a un espléndido jardín.
Una amplia escalera con
grandes rellanos nos conducen a la entrada principal.
-Oiga señor narrador,
usted en el día tercero nos dijo que nos tenía preparada una sorpresa para hoy,
el día se va a acabando y le recuerdo que no nos vaya a dejar sin ese asombroso
chasco, o ¿es que se le ha olvidado?
-No, ni mucho menos, no lo
he ignorado y lo tengo muy presente, así que prepárese porque la sorpresa está
al caer.
Un cartelito a pie de escalera nos está descorriendo el
telón del sobresalto con el estupor que nos espera.
El interior de la iglesia
es bastante acogedor, un magnífico retablo, con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo presidiendo, y una serie de ángeles en actitud de adoración, talla en madera y
policromía, un artesonado imitando a la quilla de una barca boca abajo.
Unos enormes velones al
pie del altar me indicaban que algo
extraño estaba ocurriendo.
Esperanza viene por el
lateral de la nave, con la cara descompuesta.
-¿Qué ocurre, hay algo
extraño?
-Pepe, un ataúd.
-Bueno.
-¿Y qué?
-¿Cómo que, y qué?
-¿Con un muerto?
- Pues claro, con su
muerto con barbas y todo.
-Acércate y lo
compruebas.
-Me basta con verlo desde
aquí.
Amigos esta era la
sorpresa, no suele ser normal entrar en una iglesia y encontrarse con un muerto.
Seguimos caminando, las
cabras de larga cornamenta no paran de disputarse el
territorio
El llanto de una campana,
va rasgando la luz vespertina, mientras la circulación permanece ajena a todo
lo que en el interior de la iglesia está ocurriendo, el toque agudo del badajo
de una campana sobre el frío bronce que le cobija, como la tibia madera del ataúd
que da guarnición al gélido cadáver, son puñaladas de dolor que desgarran el cielo
de arriba abajo, es el triste soniquete, la triste música, que adormece el aire de aquella tarde, el afligido sonido de la muerte, lloroso lenguaje de una campana con aquel tañido penetrante, se me clavó profundamente en
el alma, mientas mis pasos se iban desligando de aquel lugar.
Estimado lector, te dejo
el lenguaje puro y limpio de aquella campana que aún resuena en mi interior.
La tarde iba dejando caer
el llanto del que se marcha acompañado de la frialdad de lo vivido, y no solo
los sentimientos se entibian y congelan sino que los cuerpos también se afectan,
y había que reponerlos con el calor de un rico café sin churros, porque eso de
los tejeringos, aquí les suena a “música celestial”.
Había que seguir recorriendo
y visitando iglesias, con sus altas torres, ventanas ojivales, bellas
vidrieras, pilas bautismales, para intercambiar luego con lo propio cuando uno
se deja llevar por el grato acompañamiento de señoras, que son atraídas por el
imán de los comercios.
Hasta que por fin pudimos llegar de nuevo al hotel.
Sobre la mesa del comedor
un menú nos pide que elijamos. Menos mal que han tenido el detalle de poner en
castellano lo que indica cada uno de los componentes de la carta.
El festival de folclore programado para esta
noche se había suprimido, pero nosotros junto con un grupo de compañeros, supimos
sustituirlo por el que se nos ofrecía en el propio hotel.
En una sala acomodada
para relajarse escuchando música en vivo y en directo, de un polifacético
músico-cantor, de hechuras metido en carnes, pelo rubio, piel blanca de no ver
mucho el sol por estos parajes, lo mismo cantaba canciones típicas de Irlanda que dejaba la voz grave y melodiosa de un Humphey
Bogart, combinando flauta, con acordeón y piano.
Entre una luz rojiza y unas lámparas que
colgaban del techo, con luz tenue sobre nuestras cabezas, bien acomodados en
largos sillones, abrigados por una decoración donde la madera jugaba un buen
papel.
Unas copas acompañadas de
un brindis, conjuntarían la plena satisfacción de compartir una velada con los
amigos escuchando música irlandesa que al final terminaría con un Viva a España
coreado por todos los presentes, recordando a aquella que nos dejamos en la
lejanía.
Un sueño placentero, después de un día ajetreado pero satisfactorio, y dispuesto a comenzar el quinto día.
¿Me quieres seguir acompañando?
José Medina
Villalba.