Era una
de esas tardes primaverales en las que pasear por la ciudad es todo un deleite;
sumido en mis pensamientos caminaba lentamente por La Plaza Nueva, mientras a
mis oídos llegaban los toques del reloj de la Audiencia que, parsimoniosamente,
marcaba las siete de la tarde.
Mi
atención hacia el espectáculo se fue lentamente difuminando y como por arte de
magia me fui retrotrayendo a otros tiempos y espacios.
Chirriaron
detrás de mí las ruedas del tranvía que hacía el recorrido Plaza Nueva, La Pulga –al final de la Avenida de Cervantes- y a mis oídos llegó el sonido
metálico característico que se producía al tocar, con el pie el conductor, el resorte
que tenía bajo sus pies. El cobrador, con su traje gris y gorra de plato se
bajó e hizo un traslado del trole, de la parte posterior a la anterior, para
poder hacer de nuevo su recorrido a la inversa; cambio que me sobresaltó al
saltar chispas eléctricas en la nueva conexión.
El poder
de la mente es extraordinario y dejándome llevar por las alas de la imaginación
y atravesando el túnel del tiempo, escucho el griterío estruendoso de la
multitud que aplaude a los caballistas que celebran un torneo, mientras más
abajo se realiza la ejecución de un morisco que el día anterior atentó con la
paz de un grupo de conquistadores de la ciudad.
Por la
calle de la Cárcel sale esposada la joven
heroína de Granada, por haber bordado la bandera de la libertad, después
de haber sido sentenciada a muerte; escoltada, por una escuadra de migueletes,
es conducida, a través de Calle Elvira, al lugar de la ejecución, a garrote
Vil, en el Triunfo.
Plaza
Nueva tiene un encanto especial, el sonido de las aguas de Darro, de un río que
aún no ha sido reducido a la esclavitud de la oscuridad, recrean con su
murmullo orquestal mis oídos, para después irse deslizando por toda la calle de
Reyes Católicos pasando por una serie de puentes que a modo de arcos de triunfo
le van dando la despedida.
¡Qué
mansa pena me da, el puente siempre se queda y el agua siempre se va!
Entre
golpes de mazas y cinceles veo como, por orden de la reina Isabel I, se está
levantando el magnífico edificio manierista y, entre golpe y golpe, discuten e
intentan ponerse de acuerdo el arquitecto Francisco del Castillo, el Mozo, y el
escultor Diego de Siloé para determinar la traza del patio principal.
La
claridad mortecina del atardecer se filtraba desde los balcones y cornisas en
soplos de luz sesgada que no llegaban a rozar el suelo, desde los distintos
edificios que rodean la plaza.
Tal vez
la atmósfera hechicera de este lugar había podido conmigo y me hizo seguir
soñando.
-Juan
ciudad. ¿Te echo una mano?
-Gracias
hermano, lo voy a dejar recostado en este banco, mientras el señor de Los Pisas,
que vive muy cerca de aquí, me ayuda con sus limosnas a mantener mi casa
refugio.
-Ve
tranquilo que, mientras vuelves, vigilaré con sumo gusto a tu acogido.
Para mí
Juan de Dios era como el último romántico que había aterrizado en la ciudad.
La
figura de dos personajes se recortaba en el retazo de sombra tendido sobre el
empedrado de la calle y mientras una de ellas comentaba:
-Este
hombre es un pobre loco, un beato; la otra le recriminaba, - si tú eres más
bueno que el pan, decía indignado, esta gente que ve pecado en todas partes
está enferma del alma y, si me apuras de los intestinos. La condición básica
del beato ibérico es el estreñimiento crónico.
Se
habían encendido las farolas de gas y congelaban el tiempo y los recuerdos.
Pero
cuando se sueña, no hay márgenes para el tiempo; lo mismo vives hechos que te
han ocurrido recientemente, que te puedes trasladar a espacios de épocas
pasadas, he incluso mezclar hechos, lugares y periodos distintos en una
amalgama que desemboca en una historia sin conexión cronológica.
Entre
neblinas trasnochadas veo delante de la puerta de la iglesia de Santa Ana a
tres personajes dialogando; han dejado su habitáculo donde reposan para la
eternidad, en el interior del templo, y su conversación llega hasta mis oídos.
El negro,
Juan latino, con voz ampulosa y frases impregnadas de una alta cultura se
dirige en íntima conversación a José Risueño, escultor y pintor y al
historiador Francisco Bermúdez de Pedraza.
-Mis
queridos amigos a los que la eternidad nos ha hecho compartir habitáculo en
esta iglesia que en otros tiempos fue mezquita. A ti Bermúdez que como
historiador has dado a conocer mi caminar sobre esta ciudad de Granada y a esta
Granada a la que le debo tanto; dejé de ser esclavo, contraje matrimonio con
una noble dama y fui nombrado catedrático de esta recién nacida Universidad.
Bermúdez
comenta:
-Fue un
debate dialéctico entre los dos concursantes en medio de insultos y reproches
discriminatorios para ti, negro, que son una fiel reproducción de la mentalidad
existente entre la mayor parte de la sociedad de aquel tiempo. A estos ataque
racistas supiste responder con fina
ironía.
-Juan
latino, aunque no figuras en la lista de rectores de la Universidad, yo se que
fuiste por tres veces Rector, que diste clase de Derecho y que se te nombró
tesorero de la catedral, puesto que defendiste hasta tu muerte.
Ahora me
dirijo a ti, José Risueño, compañero en la eternidad:
Cuando
llega la Semana Santa todos los años y vemos pasar tu Cristo del Consuelo o de
los gitanos, ese cuerpo al que el paño de tela encolada pone un contrapunto de
agitación barroca, cae a plomo, recto
sin torsión, con toda la pesadumbre de la muerte reciente que todavía no ha
borrado la tensión de las cejas ni bajado la hinchazón del pecho.
Su paso
por el Paseo de los Tristes, bajo las luminarias de una sultana Alhambra que
expectante te contempla pasar bajo sus pies, para poco después recrearte en los
cantos y danzas del pueblo gitano bailando como las hurís alrededor de una
infinidad de hogueras que iluminan todo el Valle de Valparaiso, al compás
desgarrador de una saeta, que se escucha acompasada por el crepitar y
chisporroteo de las luminarias de tomillo y romero que arden por todo el cerro.
Mi mente
sigue, como alma en pena, vagando por alguna de aquellas calles limítrofes de
la Carrera del Darro y en la calle Benalúa, en la “Casa del Gato”, que fue en
otros tiempos cuartel de Migueletes, corrala de vecinos y actualmente hotel,
veo el alma del sacerdote que vivió allí y dejó enterrado su capital debajo del
surtidor que había en medio del patio.
El
artista Martín de Haro, un tallista
notable vuelto a la ruina, cobraba su posición económica al descubrir el
tesoro.
Cuenta
la leyenda que, Martín embriagado por aquella felicidad, al desenterrar el
cofre que dormitaba bajo la fuente del patio de la Casa del Gato alzó su vista
hacia el cielo; en aquel momento, con la rapidez del relámpago, vio el artista echado
sobre el barandal del corredor, la bondadosa figura de un sacerdote , que fijo
le miraba y sonreía.
Sigo
caminando por la ribera del río Darro, de este río que atravesando como espada
vertiginosa por el centro de la ciudad le ha dado una importancia trascendental
a Granada. La historia de nuestra ciudad se ha moldeado por la presencia del
Darro y del Genil.
Al Darro
se empeñaron en sepultarlo pero él de tarde en tarde aguantando en sus entrañas
la furia de su ocultamiento, suele salir de su reposo de buen guerrero
volviendo a hacer de las suyas dando fe profética a una antiquísima y popular
letrilla:
Pensamiento
tienen el Darro/De casarse con el Genil./ Y le ha de llevar por dote/Plaza
Nueva y Zacatín.
En mi
caminar por la Carrera me he encontrado a mi amigo de la infancia Manolito
Tello que va a llevarle la comida a su padre que trabaja como dependiente en la
bodega de las tres MMM en la calle Monterería.
Los dos
nos vemos de pronto sorprendidos porque por la Cuesta de Santa Inés baja el
señor de Agreda, D. Diego de Vera Agreda y Vargas que vive en el palacio que
lleva su nombre, portando sable en mano, caballero de la orden de Santiago y
veinticuatro de Granada, intentando detener a Juan Ciudad que diariamente suele
llenar de mendigos el zaguán de su palacio.
-Has
visto Manolito, aquí va a ocurrir algo; por lo visto D. Diego ayuda diariamente
a Juan, pero debe estar cansado de que la entrada a su palacio se vea perfumada
por el olor de esos mendigos que se arrastran en el portal.
-Juan,
dice D. Diego: hoy me visita el Corregidor de Málaga y espero dejes libre la
entrada a mi palacio
-Señor,
a vos debo en gran medida el progreso de mi obra, y aunque he descasado muchas
horas en el banco de entrada a su palacio, hoy os prometo dejarlo libre.
-De
acuerdo.
“Este
banco, muchas veces al Santo sirvió de cama que el que nace para humilde sobre
las piedras descansa”.
Por la
calle de los carros en unas parihuelas bajan del Maristán, el hospital que en
el siglo XIV fundara Muhammad V, a un moro.
Lo
llevan otros dos envueltos en sus chilabas, mientras un lamento doloroso sale
de lo más profundo de la camilla.
-¿Donde
lo llevarán?
- A mí
me parece que a los baños del Bañuelo.
-Tengo
entendido que los baños que aquí reciben los enfermos les viene muy bien para
la recuperación de sus procesos.
-¿Te has
fijado en esas ruinas que hay ahí enfrente, en la otra orilla del río?
-Según
me comentó mi padre, un día, esto era una puerta que le llamaban la Puerta de
los Tableros. Tenía una torre por la que se comunicaba la Alhambra con la
Alcazaba Cadima y con unas compuertas se cerraba el cauce del río.
-¡Pero
Bueno, vas a llegar tarde a llevarle la comida a tu padre!
-Te dejo
y luego me contarás más cosas de tu paseo por la ribera del Darro.
-De
acuerdo.
Los
sueños se entremezclan como si fueran una visión cinematográfica.
La tarde
de aquel riguroso invierno era sumamente fría, los carámbanos de hielo colgaban
como estalactitas de los puentes del acueducto que frente a la iglesia
monumental de S. Pedro, sostienen la base del Tajo. Había nevado intensamente;
me temblaban las manos y las ideas. Alcé la vista y vi el temporal derramarse
como palomitas blancas entre las nubes, cegando la luna y tendiendo un manto de
tinieblas sobre los tejados y fachadas de la ciudad.
La tarde
adormecía y la noche se venía encima, quise refugiarme en algún lugar y de
pronto sin saber cómo, me encuentro en
el zaguán del convento de Zafra, a través del torno, único medio de
comunicación con el interior, me parece escuchar la voz tenue y pausada de
alguna monja que canturrea en el interior.
En el
convento de las esclavas /de Santa Rita /Andan las monjas dale que dale /por la
cocina /Con las sartenes y las perolas /en los fogones /Y las tinajas llenas de
tortas /de chicharrones. /El torno rueda, /rueda que rueda, “Ave María”/Y la
tornera: /“Pues sin pecado fue concebida” /¿Qué quieres niño?/“¿Tiene dulces de
calabaza?”/“Recién salidos, da gloria verlos /Como la escarcha”.
-Pues
deme un trozo, madre, para ver si mi estómago entra en calor.
-Dale la
vuelta al torno y ahí lo llevas.
La tarde
adormecía, el viento empujaba a las últimas nubes, que cubrían el cielo, las
que como velas de un barco a la deriva
se deslizaban rápidamente para dejar entrada a los últimos rayos mortecinos de
un sol que agonizaba y que dejaba su reflejo candente en la veleta de la torre
de S. Pedro.
-Angelito,
María Piedad, Rafa…, eran las voces de la vecinas que llamaban a sus pequeños
que aún jugaban en el patio del palacete del pintor D. Rafael La Torre.
-¿Chicos
que os llaman vuestras madres?
Era D.
Rafael que, desde uno de los balcones del minarete de su palacio, pintaba al
óleo un atardecer en la ribera del Darro. En primer plano, entre claroscuros se destacaba la fachada del palacio del señor
del Castril y el balcón tapiado donde aún se oían gritos del paje que colgado
clamaba ¡justicia! ¡justicia! ¡Justicia! D. Rafael daba las últimas pinceladas
a la frase que aún perdura allí. “Esperándola del Cielo”.
Allá al
fondo de la Carrera del Darro quiero vislumbrar, entre la neblina, una vieja
borrica, y cual caballero andante montado en su Rocinante, va un anciano cuya
vestimenta de sayón largo, botín a media caña, sombrero, no escudilla, y
vestimenta raída por el paso de los años, va cargado de pesares; regresa
pensativo de la Universidad, ha dado la última clase; un par de mozalbetes,
chaquetilla corta, calzón de pana, calcetines de lana y alpargatas de lona,
cogidos al ronzal van tirando de la “Morena”.
Los
pensamientos vagan por la cabeza nívea de este santo varón que ha dado su vida
por esta ciudad.
A los
setenta y dos años y cuarenta de catedrático universitario han dado muerte
civil, o me han jubilado; recuerdo mi humilde aldea y al Maestro de primeras
letras, a mi Dómine, la Preceptoría campestre, o el bosque, ahora me refugio en
una escuela de niños pobres, situada en floridos huertos extramuros de una
vieja Ciudad; y allí, enseñando y haciendo letras, voy a pasar entretenido y
alegre los últimos años de mi vida, forjándome la ilusión de que aún valgo para
maestro de niños y para hacer Maestros. Viviré feliz, sembrando Maestros y
Escuelas que llamo campestres, al aire libre, sencillas, alegres y risueñas,
donde el diálogo, la intuición y la acción, unidas al gráfico, al juego y la
canción, al agua, al aire y al sol, a los pájaros y a las flores, me ayuden a
educar a seres infantiles en infantil, a seres humanos en humano, a seres
racionales en racional, a seres cristianos en cristiano, a seres españoles en
español, a seres que tienen consciencia conscientemente y a seres sociales
socialmente.
La
Morena se fue lentamente desdibujando, cual telón de escenario teatral que se
cierra al terminar la función, por el Paseo de los Tristes, camino de la Abadía
del Sacromonte-
Este soñador volvió a la realidad para contemplar la última actuación de los
titiriteros de La Plaza Nueva.
José Medina Villalba.
¡Hola D. José! Me parece estupendo su nuevo blog, tanto en contenido como en la estética elegida. Lo añado en mi lista de blogs para que la gente que me visita también pueda tener acceso a él, y colocaré también algún aviso en mi perfil de facebook para que desde ahí puedan visitarlo. Poco a poco irá descubriendo que esto es un mundo enorme y que a mi personalmente me gusta mucho, pues pienso que es un buen vehículo de difusión de cultura, aficiones, etc. Podrá ir añadiendo gadgets desde la plantilla que le darán nuevos aires al blog y a la vez lo harán aún más atractivo para todo el que lo visite. ¡Un abrazo y estaremos en contacto por aquí!
ResponderEliminar¡Buenas tardes Abuelo!
ResponderEliminarTras leer algunas de tus entradas al blog solo puedo felicitarte, y es que éste no sólo supone un grito a favor de la acogida a los nuevos medios y tecnologías que la gente mayor a mi generación tanto temen, sino que también es una excepcional forma de conocer y admirar a nuestra bonita ciudad: Granada. He de reconocer que debido a mi gran desconocimiento de toda la historia que aconteció en nuestra ciudad y de todas aquellas leyendas tanto de la Alhambra como de calles como la Alcaiceria, o de los magníficos Carmenes del Albaicín... apenas puedo considerarme amante incondicional de Granada como tantas veces me he precipitado a hacer. Creo que tu blog me va a venir bastante bien para ir poniéndome al día en lo que a temas lugareños se refiere.
Por todo esto calificaría a tu blog con una simple palabra: Simbionte, un lugar que aúna a la vieja y a la nueva Granada y en consecuencia a las nuevas y viejas generaciones de granadinos.
Un abrazo y de nuevo ¡Felicidades!
Gracias por este magnifico blog!!! yo también lo voy a añadir a mis blogs favoritos!!!
ResponderEliminarMe gustaría que le añadiese el gadget de seguidores para serlo incondicional ya que, me ha enamorado su buen hacer en el relato, me ha trasladado de unos siglos a otros hasta nuestros días haciéndoseme corto pero intenso!!!
saludos!!!
mayte