viernes, 15 de marzo de 2013

AÑORANZAS DEL PASADO. EL COLEGIO. PARTE CUARTA

El Fundador de mi Colegio. D. Andrés Manjón.
Divisoria entre el Carmen de los niños y de las niñas.
                                     Barranco de los Naranjos. Aquí estaba la alberca de nuestros baños.
                     
Seguir soñando, seguir caminando en mis pasos y mis remembranzas de la infancia me dan vitalidad anímica y aunque el espíritu envejece, pero a muy larga distancia del cuerpo, sin embargo, al fantasear un poco, parece como si mi organismo también se refrescara en ese baño de infancia.
                                                                  Capilla del Colegio. 1944
Las ramas de los almecinos, bien pobladas de hojas, hacen de verdaderos quitasoles, proyectando la sombra hacia el estrecho camino, van a impedir que los rayos solares atenten contra nuestros cuerpos infantiles que, en fila de dos, nos dirigimos a las tres y media de la tarde, desde el “Carmen de los Niños”, para atravesar la barrera que nos separa del “Carmen de las Niñas”, e ir a la capilla para hacer lo que cotidianamente se suele realizar a estas horas en el Colegio, la Visita al Santísimo.

El calor, de un día del mes de Junio, es sofocante pero a más de uno se le refresca el cuerpo al pensar que, después de la “Visita”, le espera un bañito en lo que, en aquellos tiempos, era para nosotros una piscina; la pequeña alberca, situada en el barranco de los Naranjos, (localizado en el Camino del Sacromonte) calmaba la sed a los cerdos, en las cuevas próximas; gruñían esperando la comida de las sobras del Internado Seminario de Maestros.

El olor pestilente que sale del Barranco de los Naranjos lo sobrevolamos a través del estrecho puentecillo que nos va a trasladar al “Carmen de las Niñas”.

Cuantos recuerdos en aquel mapa de España en relieve; aquel azofaifo situado en el lateral izquierdo donde, en más de una ocasión, cogí su exquisito fruto, trepando por uno de los barrotes de hierro que formaban parte del entramado del parral y a modo de toldo le daba sombra.

 
                                     Los niños aprenden Geografía, jugando sobre el mapa de España en relieve
 
Saltar a su interior, en una clase de Geografía, atravesando el Estrecho de Gibraltar, correr por sus ríos, trepar por sus montañas, sembrar de productos agrícolas, mineros e industriales, convertirnos en ingenieros de caminos construyendo carreteras, ferrocarriles y pantanos era, además de un aprendizaje, pura diversión. Todavía resuenan en mis oídos aquella canción:” Aprended niños queridos, a conocer nuestra Patria porque deseo que la améis, con la vida y con el alma…” Pero ¿quién no se acuerda también que, fulanito o menganita aquel día, se dio un buen chapuzón en el Mar Mediterráneo al intentar saltar precipitadamente por querer llegar antes a tal o cual lugar?


                                          Al fondo el cobertizo donde nos daban la fruta. La placeta cubierta de parrales
 
Es domingo, hoy me he puesto la ropa de los días de fiesta, no es otra sino la de diario pero recién lavada y planchada; estreno alpargatas de esparto, hasta me parece que corro con más agilidad. Llego a la placeta de la iglesia, solamente Francisco, “el guardilla”, (cojo), se encuentra delante de la mesa de piedra que hay debajo del cobertizo; cubre el lateral izquierdo de la placeta que, en pendiente cubierta de parrales, se extienden a lo largo y ancho de toda ella.
 
                              .
“El guardilla”, navaja en mano, pela uno tras otro los higos chumbos; colocados en canasta grande, los ha cogido esta mañana de las chumberas de la parte alta del colegio lindando con el Camino del Sacro Monte, y delicadamente los va depositando sobre la recién humedecida piedra que, sobre metálica estructura, la soporta.
                                    Los monaguillos nos divertíamos preparando el incensario Comíamos: higos chumbos, isabeles, uvas, granadas....
Hay también allí otras canasta con racimos de uvas, higos isabeles, granadas, todas harán nuestras delicias una vez hayamos soportado, con resignación cristiana, aquellas ceremoniosas y largas misas cantadas en latín, acompañadas al órgano por D. José, “el de la música”, y rubricadas por el evangelio, largamente explicado, sin encontrarle el fin, de D. Domingo Quesada Capel, el capellán. Sin embargo, los monaguillos, en “la trastienda”, nos divertíamos preparando el incensario, o removiendo la bolsa de los números que contenían los premios; al final de la misa se sorteaban entre los niños asistentes.
 
                                                                 Los ricos higos isabeles
 
                               Con mis alumnos, en el jardín, dando una clase sobre las parte de la flor y observando la polinización (1962)
 
La parte más recoleta, natural y romántica del colegio, por los avatares del paso del tiempo, se ha convertido actualmente en otra realidad, ésta no guarda el más mínimo parecido con lo que fue en tiempos pasados.

                                             Aquellos pasillos empedrados, donde se hacían los ejercicios al aire libre.
 
Aquellos pasillos empedrados limitados por columnas prismáticas cuadrangulares cubiertas sus cuatro caras por pizarras, donde las niñas hacían los ejercicios de lengua o matemáticas, a la sombra de dos gigantescos almecinos de los que aún, para el recuerdo, se conserva uno, impertérrito, después de haber sufrido varias mutilaciones, permanece estoicamente contemplando el paso de los años.

Los tres albercones, colindando con la pared del molino, (es curioso, un colegio con un molino de harina y con un río, el Darro) las pilitas  en el lateral del último albercón servían para que las niñas practicaran lavando la ropita de sus muñecas, junto con un inmenso moral cuya fruta, en más de una ocasión, pudimos saborear. Pienso, sueño…, pero como si fuera una realidad veo caminar  aquellas magníficas maestras que tanto supieron  transmitir, a sus alumnas, tanto en la educación como en la instrucción: doña Dolores Gómez Barrios cubierta con su larga capa negra, majestuosa, trasmitiendo a sus alumnas compostura y bellas formas tanto en el hablar como en el hacer. Doña Rosario García Bonilla,  “la roetona”; doña Carmen Montes, doña Águeda Verde, “La Chica”,  doña Águeda Rodríguez Arce, “La Grande”,  doña Ángeles Rodríguez, madre de D. José “el de la música”, ¡que buen equipo de profesionales sabiendo transmitir a sus alumnas los valores fundamentales que hicieron, de aquellas niñas, mujeres integrales tanto corporal como espiritualmente! Todas maestras en tiempos, de D. Andrés Manjón.

                                                Aquellas magníficas maestras de la época de D. Andrés Manjón.
                                                  Escucho el rumor del agua de la fuente situada en medio del patio
 
Aún veo el viejo caserón donde se encontraba la cocina y el comedor. Escucho el rumor del agua del pequeño surtidor que lánguidamente va cayendo sobre la superficie del agua cristalina  que contiene la pequeña fuente cuadrangular situada en medio del patio empedrado, alimentada con el agua de acequia de S. Juan.


 Dos grandes portones dan salida al exterior; por el del lateral izquierdo en más de una ocasión salimos los niños formados con nuestras banderolas camino de la Abadía, para visitar las santas cuevas, cantando:” San Cecilio Patrón de Granada que en el Sacro Monte martirio sufrió…” Por el otro se salía a un largo pasillo empedrado, al estilo granadino, limitado por gigantescos bosques y columnas, terminando en una recoleta placita con surtidor incluido, era el carmen de Santa Ana.
                     Camino de la Abadía para visitar las Santas Cuevas.
En el patio había varias mesas de estructura metálica con tablero de piedra donde los niños y niñas saboreaban aquella comida, traída desde los Girones  en cántaras y transportada en carrillo por los propios alumnos; periódicamente se iban turnando. Aquella comida, de la posguerra, era gloria celestial para  los alumnos y alumnas que podían disfrutar de ella.

En un lateral del edificio se daba entrada a la lavandería y arriba un corredor con balaustrada de madera daba acceso a las viviendas de doña Rosario y doña Águeda Verde. Más de una alumna recordará, porque tuviera la ocasión de ser premiada, el haber visto la “gloria de doña Rosario”. Para ti querido lector/a, que lo ignoras, te diré que ésta era una gran vitrina de cristal en cuyo interior había una cantidad de minuciosos detalles que, en el transcurso del tiempo, la citada maestra había ido colocando, tales como: ángeles, casitas, muñequitos, Virgenes, santos, Niño Jesús…, de tal manera que aquello, para las alumnas era una ilusión el contemplarlo.
                                           Las niñas dan la clase, de costura y bordado, en el jardín alrededor del surtidor

Por el portón del largo pasillo con pilares de ladrillo cubierto de pizarras y bordeado de gigantescos bojes, aún veo a Antoñita Colomé, a Alberto Romea y Alberto Closas rodando alguna de aquellas escenas de la película “Forja de almas”. Curioseando como niño, que quiere descubrir los entresijos de un rodaje, me encuentro con un pequeño paquete abandonado, miro a derecha e izquierda, nadie me observa, cojo el envoltorio y al abrirlo, gran sorpresa, un rico bocadillo de jamón, sin preguntar a nadie me lo zampé en un volón. Eran años de la posguerra.

                                                                   Atardeceres en el Colegio
 Me veo en el silencio del atardecer primaveral del mes de mayo, acompañado por el murmullo del agua de la acequia y el canto del ruiseñor, dando mis últimos toques de estudio al examen de Literatura que al día siguiente iba a tener.
                                                                     Otoño en el Colegio
He tenido un rato de descanso conversando con Fernando “el jardinero”, ha subido del gran vivero cuajado de toda clase de flores; lo cultiva con delicado mimo en la inmensa huerta que se encuentra al borde del río.

                                                                     Atardecer en el Colegio
Son las nueve de la tarde, el sol declina por el horizonte, las tinieblas del atardecer se están dejando caer sobre el valle, la visibilidad se va haciendo cada vez menor; con el libro debajo del brazo regreso sobre mis pasos  por el pasillo que bordea la parte inferior del edificio de la cocina; las gallinas de doña Rosario que, durante el día han estado tomando el sol, ahora suben por la escalera de madera para pasar al interior del edificio a dormitar.

                                 Clase de Anatomía en plena Naturaleza, observada por universitarias de la Complutense de Madrid
 Para cualquier lector que desconozca los rincones misteriosos de Valparaiso y de este colegio, e incluso de muchos granadinos que cuando lo visitan se admiran al contemplarlo, por exigencias de los tiempos ha ido cambiando su fisionomía, para bien, pero en algunos rincones, como al que ahora me estoy refiriendo, el sabor romántico y recoleto del carmen albaicinero ha desparecido.
 
                                                           
                                              Los mapas en relieve al pie del viejo almecino centenario
 
Qué bonito es soñar con el pasado creyendo que realmente estás viviendo aquella época; melancólico es volver a la realidad, ver cómo en un soplo ha pasado el tiempo; cómo todo ha cambiado y no es igual.

                                                        Visita guiada al Colegio de un grupo de profesores.
Quiero terminar, como siempre he hecho en estos relatos del colegio de mi infancia, con una bella poesía de nuestro inolvidable poeta albaicinero, Manuel Benítez Carrasco, en cierto modo se podría relacionar con toda esta añoranza del pasado.

  

                                ASÍ ME GUSTARÍA

                          

                             La última hoja de mi diario.

 

Recolectando otoños, no sequías,

voy contando las horas y los días.

 
Un atardecer en el Colegio, jardín de la palmera
 
                                                      Jardines que rodean al Colegio. Escuela de Estudios Árabes.

(Los otoños son líricas ternuras             

y las sequías, realidades duras).

 

Sumo recuerdos y pasados años

y en la cuenta no cuentan desengaños.    

 

¿Los tuve? ¡Tonterías, invenciones,

puros fantasmas de cavilaciones!

 

Gozo la inmensidad de lo pequeño,

el pájaro, la hierba, el pan, el sueño.    

 

Y con estas y más inmensidades,

mi soledad no tiene soledades.

 

Voy bajo el sol, vestido de mañana,

pastor de paz y no de vida sana.

 

Ya Calderón en rosas me decía

“tanto se aprende en término de un día”;

 

Y Fray Luis confirmó del escondido

bien “del que huye del mundanal ruido”.     

 

Escuchando el silencio yo diría

que está orquestada toda la poesía.

 

El perro me acompaña en el sendero.

¿Qué más compaña, qué más campanero?

 

                                                     Bajo los parrales del Sistema Planetario
                                             
La borriquilla me sigue también;           

sus ojos, dos nostalgias de Belén.

 

Y las gallinas, cacareo en grito,

me ponen en la gula un huevo frito.

                                                             Rincones del Colegio
Rumores. Huele a pan recién salido         

del horno del trigal y del olvido.

 

Ámbar verde y suave, con qué paz

el alma del olvido sobre el pan.
                                               Otoño en el Colegio. Patio de los párvulos                                                                       
En la taberna pueblerina, el vino

es un buen caminante sin camino.

 

Secos sudor y sol en el sombrero,

los hombres beben con pausado esmero.
                                                               El paseo central del Colegio                             
 

Si invierno, chimenea y el sosiego

de una roja tertulia con el fuego.

 

Y, si verano, borracheras bellas

en la taberna azul de las estrellas.

 

Hablar, sentir, callar, dormir conmigo,

olvidando que he sido mi enemigo.
                                                               " Las hojas del otoño aprenden Geografía"       
 

Y con un “Dios te salve, Ave María”,

esperar sin agobio el nuevo día,

 
                                                                   Rincones del Colegio                
En este pueblo, de mi soledad,

puerta de un pueblo de la eternidad.

 

                                                         Rincones del Colegio
                                                                     Mis alumnos (1965)
 

                                                                José Medina Villalba.

 

1 comentario:

  1. ¡Qué maravilla Don José! ¡Cómo disfruto con sus relatos e imágenes! Con su permiso lo comparto desde facebook para hacerlo llegar a más gente. ¡Un abrazo!

    https://www.facebook.com/home.php#!/pages/Andr%C3%A9s-Manj%C3%B3n-y-Manj%C3%B3n/177660378926343

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