El Fundador de mi Colegio. D. Andrés Manjón. |
Divisoria entre el Carmen de los niños y de las niñas. |
Seguir soñando, seguir
caminando en mis pasos y mis remembranzas de la infancia me dan vitalidad
anímica y aunque el espíritu envejece, pero a muy larga distancia del cuerpo,
sin embargo, al fantasear un poco, parece como si mi organismo también se
refrescara en ese baño de infancia.
Capilla del Colegio. 1944
Las ramas de los almecinos,
bien pobladas de hojas, hacen de verdaderos quitasoles, proyectando la sombra
hacia el estrecho camino, van a impedir que los rayos solares atenten contra
nuestros cuerpos infantiles que, en fila de dos, nos dirigimos a las tres y
media de la tarde, desde el “Carmen de los Niños”, para atravesar la barrera
que nos separa del “Carmen de las Niñas”, e ir a la capilla para hacer lo que
cotidianamente se suele realizar a estas horas en el Colegio, la Visita al
Santísimo.
El calor, de un día del mes de
Junio, es sofocante pero a más de uno se le refresca el cuerpo al pensar que,
después de la “Visita”, le espera un bañito en lo que, en aquellos tiempos, era
para nosotros una piscina; la pequeña alberca, situada en el barranco de los
Naranjos, (localizado en el Camino del Sacromonte) calmaba la sed a los cerdos,
en las cuevas próximas; gruñían esperando la comida de las sobras del Internado
Seminario de Maestros.
El olor pestilente que sale del
Barranco de los Naranjos lo sobrevolamos a través del estrecho puentecillo que
nos va a trasladar al “Carmen de las Niñas”.
Cuantos recuerdos en aquel mapa
de España en relieve; aquel azofaifo situado en el lateral izquierdo donde, en
más de una ocasión, cogí su exquisito fruto, trepando por uno de los barrotes
de hierro que formaban parte del entramado del parral y a modo de toldo le daba
sombra.
Los niños aprenden Geografía, jugando sobre el mapa de España en relieve
Saltar a su interior, en una
clase de Geografía, atravesando el Estrecho de Gibraltar, correr por sus ríos,
trepar por sus montañas, sembrar de productos agrícolas, mineros e industriales,
convertirnos en ingenieros de caminos construyendo carreteras, ferrocarriles y
pantanos era, además de un aprendizaje, pura diversión. Todavía resuenan en mis
oídos aquella canción:” Aprended niños queridos, a conocer nuestra Patria
porque deseo que la améis, con la vida y con el alma…” Pero ¿quién no se
acuerda también que, fulanito o menganita aquel día, se dio un buen chapuzón en
el Mar Mediterráneo al intentar saltar precipitadamente por querer llegar antes
a tal o cual lugar?
Al fondo el cobertizo donde nos daban la fruta. La placeta cubierta de parrales
Es domingo, hoy me he puesto la
ropa de los días de fiesta, no es otra sino la de diario pero recién lavada y
planchada; estreno alpargatas de esparto, hasta me parece que corro con más agilidad.
Llego a la placeta de la iglesia, solamente Francisco, “el guardilla”, (cojo),
se encuentra delante de la mesa de piedra que hay debajo del cobertizo; cubre
el lateral izquierdo de la placeta que, en pendiente cubierta de parrales, se
extienden a lo largo y ancho de toda ella.
.
“El guardilla”, navaja en mano,
pela uno tras otro los higos chumbos; colocados en canasta grande, los ha
cogido esta mañana de las chumberas de la parte alta del colegio lindando con
el Camino del Sacro Monte, y delicadamente los va depositando sobre la recién
humedecida piedra que, sobre metálica estructura, la soporta.
Los monaguillos nos divertíamos preparando el incensario
Comíamos: higos chumbos, isabeles, uvas, granadas....
Hay también allí otras canasta
con racimos de uvas, higos isabeles, granadas, todas harán nuestras delicias
una vez hayamos soportado, con resignación cristiana, aquellas ceremoniosas y
largas misas cantadas en latín, acompañadas al órgano por D. José, “el de la
música”, y rubricadas por el evangelio, largamente explicado, sin encontrarle
el fin, de D. Domingo Quesada Capel, el capellán. Sin embargo, los monaguillos,
en “la trastienda”, nos divertíamos preparando el incensario, o removiendo la
bolsa de los números que contenían los premios; al final de la misa se
sorteaban entre los niños asistentes.
La parte más recoleta, natural
y romántica del colegio, por los avatares del paso del tiempo, se ha convertido
actualmente en otra realidad, ésta no guarda el más mínimo parecido con lo que
fue en tiempos pasados.
Aquellos pasillos empedrados, donde se hacían los ejercicios al aire libre.
Aquellos pasillos empedrados
limitados por columnas prismáticas cuadrangulares cubiertas sus cuatro caras
por pizarras, donde las niñas hacían los ejercicios de lengua o matemáticas, a
la sombra de dos gigantescos almecinos de los que aún, para el recuerdo, se
conserva uno, impertérrito, después de haber sufrido varias mutilaciones,
permanece estoicamente contemplando el paso de los años.
Los tres albercones, colindando
con la pared del molino, (es curioso, un colegio con un molino de harina y con
un río, el Darro) las pilitas en el
lateral del último albercón servían para que las niñas practicaran lavando la
ropita de sus muñecas, junto con un inmenso moral cuya fruta, en más de una
ocasión, pudimos saborear. Pienso, sueño…, pero como si fuera una realidad veo
caminar aquellas magníficas maestras que
tanto supieron transmitir, a sus
alumnas, tanto en la educación como en la instrucción: doña Dolores Gómez
Barrios cubierta con su larga capa negra, majestuosa, trasmitiendo a sus
alumnas compostura y bellas formas tanto en el hablar como en el hacer. Doña
Rosario García Bonilla, “la roetona”;
doña Carmen Montes, doña Águeda Verde, “La Chica”, doña Águeda Rodríguez Arce, “La Grande”, doña Ángeles Rodríguez, madre de D. José “el
de la música”, ¡que buen equipo de profesionales sabiendo transmitir a sus
alumnas los valores fundamentales que hicieron, de aquellas niñas, mujeres
integrales tanto corporal como espiritualmente! Todas maestras en tiempos, de
D. Andrés Manjón.
Aquellas magníficas maestras de la época de D. Andrés Manjón.
Escucho el rumor del agua de la fuente situada en medio del patio
Aún veo el viejo caserón donde
se encontraba la cocina y el comedor. Escucho el rumor del agua del pequeño
surtidor que lánguidamente va cayendo sobre la superficie del agua
cristalina que contiene la pequeña fuente
cuadrangular situada en medio del patio empedrado, alimentada con el agua de
acequia de S. Juan.
Dos grandes portones dan salida al exterior;
por el del lateral izquierdo en más de una ocasión salimos los niños formados
con nuestras banderolas camino de la Abadía, para visitar las santas cuevas, cantando:”
San Cecilio Patrón de Granada que en el Sacro Monte martirio sufrió…” Por el
otro se salía a un largo pasillo empedrado, al estilo granadino, limitado por
gigantescos bosques y columnas, terminando en una recoleta placita con surtidor
incluido, era el carmen de Santa Ana.
Camino de la Abadía para visitar las Santas Cuevas.
En el patio había varias mesas
de estructura metálica con tablero de piedra donde los niños y niñas saboreaban
aquella comida, traída desde los Girones en cántaras y transportada en carrillo por los
propios alumnos; periódicamente se iban turnando. Aquella comida, de la
posguerra, era gloria celestial para los
alumnos y alumnas que podían disfrutar de ella.
En un lateral del edificio se
daba entrada a la lavandería y arriba un corredor con balaustrada de madera
daba acceso a las viviendas de doña Rosario y doña Águeda Verde. Más de una
alumna recordará, porque tuviera la ocasión de ser premiada, el haber visto la
“gloria de doña Rosario”. Para ti querido lector/a, que lo ignoras, te diré que
ésta era una gran vitrina de cristal en cuyo interior había una cantidad de
minuciosos detalles que, en el transcurso del tiempo, la citada maestra había
ido colocando, tales como: ángeles, casitas, muñequitos, Virgenes, santos, Niño
Jesús…, de tal manera que aquello, para las alumnas era una ilusión el
contemplarlo.
Las niñas dan la clase, de costura y bordado, en el jardín alrededor del surtidor
Por el portón del largo pasillo
con pilares de ladrillo cubierto de pizarras y bordeado de gigantescos bojes,
aún veo a Antoñita Colomé, a Alberto Romea y Alberto Closas rodando alguna de
aquellas escenas de la película “Forja de almas”. Curioseando como niño, que
quiere descubrir los entresijos de un rodaje, me encuentro con un pequeño
paquete abandonado, miro a derecha e izquierda, nadie me observa, cojo el
envoltorio y al abrirlo, gran sorpresa, un rico bocadillo de jamón, sin
preguntar a nadie me lo zampé en un volón. Eran años de la posguerra.
Atardeceres en el Colegio
Me veo en el silencio del atardecer primaveral
del mes de mayo, acompañado por el murmullo del agua de la acequia y el canto
del ruiseñor, dando mis últimos toques de estudio al examen de Literatura que
al día siguiente iba a tener.
Otoño en el Colegio
He tenido un rato de descanso
conversando con Fernando “el jardinero”, ha subido del gran vivero cuajado de
toda clase de flores; lo cultiva con delicado mimo en la inmensa huerta que se
encuentra al borde del río.
Atardecer en el Colegio
Son las nueve de la tarde, el
sol declina por el horizonte, las tinieblas del atardecer se están dejando caer
sobre el valle, la visibilidad se va haciendo cada vez menor; con el libro
debajo del brazo regreso sobre mis pasos
por el pasillo que bordea la parte inferior del edificio de la cocina;
las gallinas de doña Rosario que, durante el día han estado tomando el sol,
ahora suben por la escalera de madera para pasar al interior del edificio a
dormitar.
Clase de Anatomía en plena Naturaleza, observada por universitarias de la Complutense de Madrid
Para cualquier lector que desconozca los
rincones misteriosos de Valparaiso y de este colegio, e incluso de muchos
granadinos que cuando lo visitan se admiran al contemplarlo, por exigencias de
los tiempos ha ido cambiando su fisionomía, para bien, pero en algunos rincones,
como al que ahora me estoy refiriendo, el sabor romántico y recoleto del carmen
albaicinero ha desparecido.
Los mapas en relieve al pie del viejo almecino centenario
Qué bonito es soñar con el
pasado creyendo que realmente estás viviendo aquella época; melancólico es
volver a la realidad, ver cómo en un soplo ha pasado el tiempo; cómo todo ha
cambiado y no es igual.
Visita guiada al Colegio de un grupo de profesores.
Quiero terminar, como siempre
he hecho en estos relatos del colegio de mi infancia, con una bella poesía de
nuestro inolvidable poeta albaicinero, Manuel Benítez Carrasco, en cierto modo
se podría relacionar con toda esta añoranza del pasado.
ASÍ ME GUSTARÍA
La última hoja de mi diario.
Recolectando otoños, no
sequías,
voy contando las horas y los
días.
Un atardecer en el Colegio, jardín de la palmera
(Los otoños son líricas
ternuras
y las sequías, realidades
duras).
Sumo recuerdos y pasados años
y en la cuenta no cuentan
desengaños.
¿Los tuve? ¡Tonterías,
invenciones,
puros fantasmas de
cavilaciones!
Gozo la inmensidad de lo
pequeño,
el pájaro, la hierba, el pan,
el sueño.
Y con estas y más inmensidades,
mi soledad no tiene soledades.
Voy bajo el sol, vestido de
mañana,
pastor de paz y no de vida
sana.
Ya Calderón en rosas me decía
“tanto se aprende en término de
un día”;
Y Fray Luis confirmó del
escondido
bien “del que huye del mundanal
ruido”.
Escuchando el silencio yo diría
que está orquestada toda la
poesía.
El perro me acompaña en el
sendero.
¿Qué más compaña, qué más
campanero?
Bajo los parrales del Sistema Planetario
La borriquilla me sigue
también;
sus ojos, dos nostalgias de
Belén.
Y las gallinas, cacareo en
grito,
me ponen en la gula un huevo
frito.
Rincones del Colegio
Rumores. Huele a pan recién
salido
del horno del trigal y del
olvido.
Ámbar verde y suave, con qué
paz
el alma del olvido sobre el
pan.
Otoño en el Colegio. Patio de los párvulos
En la taberna pueblerina, el
vino
es un buen caminante sin
camino.
Secos sudor y sol en el
sombrero,
los hombres beben con pausado
esmero.
El paseo central del Colegio
Si invierno, chimenea y el
sosiego
de una roja tertulia con el
fuego.
Y, si verano, borracheras
bellas
en la taberna azul de las
estrellas.
Hablar, sentir, callar, dormir
conmigo,
olvidando que he sido mi
enemigo.
" Las hojas del otoño aprenden Geografía"
Y con un “Dios te salve, Ave
María”,
esperar sin agobio el nuevo
día,
En este pueblo, de mi soledad,
puerta de un pueblo de la
eternidad.
José Medina Villalba.
¡Qué maravilla Don José! ¡Cómo disfruto con sus relatos e imágenes! Con su permiso lo comparto desde facebook para hacerlo llegar a más gente. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarhttps://www.facebook.com/home.php#!/pages/Andr%C3%A9s-Manj%C3%B3n-y-Manj%C3%B3n/177660378926343