Óleo sobre lienzo. (54X38)
A
propósito de mi último óleo quiero seguir cantándole al Valle de Valparaiso, al
Colegio del Ave María, trayendo al presente el pasado, en algunos momentos, y en
otros saboreando lo cotidiano.
La
noche había caído y el manto azul de un cielo ultramar intenso cubierto de
brillantes, zafiros y esmeraldas arropaban el frágil sueño de un valle, con
denominación de origen, Valparaíso. En esta depresión, en esta cuenca, parece
como si el Creador hubiera querido echar el resto de su omnipotencia; a veces
pienso que el Paraíso Terrenal, aquel del que nos habla La Biblia, donde Adán y
Eva disfrutaron de sus delicias naturales, debió de sentir envidia sana de este
nuestro valle.
Atardecer en el Valle de Valparaiso
Dormitaba
el Colegio, y en ese cabecear, cuando aún las musas del sueño profundo no le
han hecho mella, cuando la sinfonía orquestal de las aguas que corren lavando
los pies de nuestro entorno, en ese ambiente especial que, como perfume
embriagador, sube desde la ribera del Darro acompañado de los últimos y casi
apagados gorjeos de las numerosas aves que se acogen a la ilusión del letargo
de una velada más, cuando el verdor intenso de la naturaleza matizado por la
infinidad de colores fríos y calientes que con él conviven, se ha ido
paulatinamente apagando porque Febo, el dios sol, el que les da fuerza y vigor
durante el día,
El sol se despide en lontananza
en esa huída acostándose en la cuna de lontananza se ha
marchado, (la huída de los días me recuerda la brevedad de la vida) cuando
comienzan los rasgueos de la guitarras gitanas que con sus primeras notas abren
y dan paso a la zambra, y a esos cantos de la “arboreá, la mosca, la cachucha o
la boda gitana”,
La zambra gitana del Sacromonte
como nanas, vienen a convertir el sueño de nuestro Colegio
en dulce y agradable placer, cuando a la sultana Alhambra se le suben los
colores a la cara, de ese rojo esmeralda, como ascua de fuego, -que le
proporciona lo que la inteligencia humana ha sabido hacer transformado en
electricidad-va a encender todo el cuerpo del valle haciendo que los fantasmas, que proporcionan el miedo de la noche, desaparezcan para que la naturaleza
plena pueda dormitar con suma tranquilidad,
El rocío de la noche
cuando el rocío de la noche como
manjar y alimento especial de la hierba regaba abundantemente todo el recinto, cuando..., cuando..., paseaba tranquilamente, por nuestro recinto, después de
una de esas reuniones que celebramos la Junta Directiva de la Asociación de
Antiguos Alumnos del Seminario de Maestros del Ave María.
Apoyado sobre la barandilla
Apoyado
sobre la barandilla que protege el camino que da al río, por momentos, mientras
veía desaparecer y apagarse lentamente las conversaciones de mis compañeros que
se perdían en la espesura del ropaje de la arboleda del paseo central mi
mente, atosigada por tanta riqueza embriagadora y soñando en uno de esas
leyendas persas, subido en alfombra voladora, me trasladaba a edenes misteriosos o a ser protagonista de un cuento
más de las Mil y Una Noches, quedó en
plena libertad para que mi subconsciente, como en un “Flas Back”, se
hiciera de nuevo niña y se trasladara a aquellos maravillosos años de mi infancia.
Campana de la Torre de la Vela
La
campana de la vela dejaba escapar, con su voz
de bronce ampuloso, los últimos sones de unos ecos que me traían el recuerdo de aquellos
labradores, ansiosos, esperaban el turno para saciar la sed de los campos
de nuestra Vega, o las recomendaciones de las madres del barrio a sus
hijos, a la hora de dormir, para que cogieran pronto el sueño,
como la voz del “coco” que se comía a los niños cuando no se dormían.
Entre
tanta y tanta meditación, mi mente ya no estaba en el año 2015 sino en el 1945.
Patio donde se encontraba la clase mayor
Veía
a mis compañeros saltando la acequia, ascendiendo por una veredilla que, con el
paso de unos y otros, habíamos formado para subir donde estaba nuestra clase.
De este modo podíamos llegar arriba rápidamente, a no ser que fuésemos descubiertos
por D. Antonio Bas Sánchez, así se llamaba el maestro que regentaba la clase
mayor, si nos delataba nos invitaba a dar la vuelta y subir por la escalera que
había frente al jardín de la palmera, era el camino correcto. Pero no siempre
estaba allí D. Antonio, por lo que aquel caminillo seguía convirtiéndose en
paso arriesgado.
El jardín de la palmera
Es
la hora del recreo, contemplo a un grupo de niños jugando “al salto de la
muerte”, otros se divierten, entre los
que me encontraba, a “chichiri voy”, a los pies de tu cabeza voy, el uno soy,
el dos soy,..., (se va diciendo mientras se salta sobre los que pierden).
"El salto de la muerte"
-¿Churro,
pico, tecna?- Grita el jefe de los que ganan.
Una voz que sale de las profundidades de los
que amagan responde:
-churro.
-No,
es tecna, (contestan los que dominan).
- Os toca seguir agachados.
Otros
se entretienen jugando a la rayuela sobre una “penca”,- hoja de las numerosas
chumberas que poblaban la parte alta que colindaba con el Camino del
Sacromonte; pobre del que perdiera, tenía que sacar con los dientes el palillo
que después de tres fatídicos golpes le habían introducido en el interior.
Chumberas
No
digamos nada de los que se distraían con los “nicles”, - logrados de los forros
de los caramelos- jugando “al nicle, nacle, chocolate”; a las cajillas,
obtenidas de los forros de las cajas de cerillas, para jugar a los montones o
al triángulo. De los trompos y trompas para ver quien rompía más de estos
artefactos que, con movimiento de traslación y rotación, a más de un maestro le
sirvió para explicar los giros de la Tierra.
La lima en el juego de la rayuela
¿Qué me decís de la lima? aquella que, a
escondidas de nuestro padre, le habíamos extraído, para después de quitarle el
puño de madera, nos servía para clavarla en la tierra húmeda, en ese tiempo
lluvioso del invierno y de la primavera propicio para jugar. Cada juego tenía
su momento y su época, pero sobre todo, ¡qué gran imaginación le echábamos!
para, careciendo de los medios económicos, idearnos nuestros propios juegos.
Los alumnos del curso sexto con nuestro maestro D. Fernando Fernández Crespo.
Los alumnos sentados en la tercera fila, el tercero por la izquierda es José Medina Villalba
D.
Fernando Fernández Crespo, aquel maestro de mediana estatura, de cabeza
dolicocéfala de carácter aparentemente serio, se frotaba los nudillos de una
mano sobre la palma de la otra para entrar en calor o para contener el esfuerzo
que, en determinados momentos, tenía que hacer para no dar un cogotazo; aquel
maestro que nos ilusionó con el dibujo y la acuarela, aquél que cualquier
avemariano de aquella época y de mucho después recuerda como el que más huella
le dejó.
Tenía
una metodología especial, intuitiva, práctica y agradable, para enseñar
cualquier materia; podríamos seguir hablando largo y tendido de él. Aprovechó
la lima no sólo para quitársela a los que con ella jugaban, -era peligrosa,
alguno se vio con el pie atravesado ante un fallo del que la lanzaba-, sino para enseñarnos las capitales
de los países sudamericanos.
Ecuador, capital Quito,
-como
yo hago, (quito); Perú, su capital Lima,
-(lima)
la que yo recojo.
Así
quedaba la frase: quito lima. De este modo recordábamos las capitales de estos
dos países.
Otros,
aunque fuera con una pelota de trapo, también se divertían jugando al fútbol
delante de la placeta de la clase. Allí estaba “el Cuerva”, aquel que fue un
gran jugador del Recreativo y del Granada Club de Fútbol, dando los primeros
“leñazos” a sus compañeros, ¡el Cuerva era mucho Cuerva!
En aquel campo de fútbol en el año 1955, surgieron estas clases, al principio
para la Escuela Normal de Maestros, actualmente clases de bachillerato.
Cuántos
esfuerzos y trabajos tuvimos que realizar para tener un campo de fútbol, o por
lo menos, a nosotros nos lo parecía, comparándolo con el que teníamos en la
placeta de la clase; para lograrlo retiramos, con nuestros sudores, todo el
huerto de chumberas que había por encima de las clases sexta y séptima.
Antiguo campo de fútbol de los Cármenes, junto a él las
Escuelas del Ave María de San Isidro.
Con
los balones de deshecho que nos proporcionó el Granada, C.F., nos sentíamos
verdaderos ases de este deporte. Los Nicu, Miguel López, Aguado, Cantillos...,
se sentían como unos profesionales.
D. Antonio Bas Sánchez
D.
Antonio Bas, al que los alumnos le tildaban con el mote de “el paletas”, buen
maestro, daba la última pátina educativa, cultural e instructiva, para
finalizar la Enseñanza Primaria. De allí salíamos bien preparados unos para
estudiar bachiller, otros para ingresar en las fábricas de Electricidad
Sevillana, o de Pólvora en el Fargue, o simplemente para ocupar un puesto en
cualquier trabajo comercial o industrial.
La
disciplina y el orden eran la norma habitual y más de una reprimenda se llevaba
el discípulo atrevido que quisiera romper con las normas de convivencia. Los
nombres de Morón, Trapero, Morales, Urbano, Arias, Miranda, Cantos, Carmona,
Olmo, Ramos, Castillo, Arturo, Rostán, Ramón..., por citar algunos
de los muchos compañeros que aún recuerdo con agrado, me vienen en estos
momentos a mi memoria.
Era
D. Antonio un maestro al que le gustaba mantener una buena relación con
aquellos alumnos que, habiendo salido del colegio y estando ocupando un puesto
en la sociedad, procuraban seguir de alguna manera ligados al Colegio que les
educó y formó.
Antiguos alumnos de Casa Madre en una reciente celebración
De
esta guisa, de vez en cuando, montaba obras de teatro que se ensayaban por la
tarde-noche cuando los actores habían dejado sus ocupaciones estudiantiles o
laborales.
El escenario del salón de actos de Casa Madre
Me
gustaba ir al salón de actos y verlos ensayar, en más de una ocasión tuve que
suplantar, aunque fuera simuladamente, a alguno de los que, por causas
justificadas, en algún momento faltaban.
Allí estaban: Jiménez Barragán, Antonio Sánchez, Victoriano Rostán,
Salazar..., desenvolviéndose como actores de primera magnitud, después se lo
hacían vivir al numeroso público que acudía a las representaciones en los días
solemnes del Ave María.
Banda de música de las Escuelas del Ave María, Casa Madre. (1950).
Director D. José Rodríguez
Me
está llegando a mis oídos el “pitorreo” de una mescolanza de notas que salen de
una serie de instrumentos, algunos con más bollos que una cacerola de
porcelana, la mayor parte de estos eran adquiridos por D. José Rodríguez,
maestro de la banda, de segunda, tercera o cuarta mano.
Los músicos ensayando
Los ensayos se hacían,
cuando el tiempo lo permitía, en la placeta donde se encontraba la clase,
dedicada exclusivamente a los músicos que, por no alterar el orden de las demás
clases, ya que de vez en cuando tenían que ausentarse del colegio para ir a las
fiestas de los pueblos, formaban una escuela unitaria.
Mientras
unos practicaban sentados en el pretil que da al camino central, delante del
atril metálico que sujetaba la partitura que pacientemente se había escrito a
mano con aquella plumilla que portaba la tinta extraída del tintero, ( en
aquella época, ni había bolígrafos, ni por supuesto fotocopiadoras que hubieran
podido ahorrar tiempo y trabajo), otros solfeaban delante de las pizarras que
había en la fachada de la casa que habitaba D. Fernando y su familia; todo esto
bajo la atenta mirada del maestro, de larga nariz, fumador impertérrito, que
apretaba sus mandíbulas con fuerza para contenerse ante los fallos que se
cometían y evitar soltar una reprimenda, lo cual no quiere decir que no la
hubiera.
Las uvas del paseo central del Colegio
Cuando
por imperativos que imponían la salida a las fiestas de los pueblos había que
intensificar los ensayos, estos se realizaban en segunda sesión por la noche;
aquello daba motivo para que, a la salida alguno de los musiquillos,
amparándose en las tinieblas de la noche, diera al traste con las uvas de los
parrales, los higos, nísporas, ciruelas y demás frutas que entonces abundaba,
en el paseo central del Colegio.
La fuente con sus cuatro chorros en medio de la placeta
La
interpretación musical de las partituras, cuando se acoplaban, bajo la batuta
de D. José, se veía acompañada por la musicalidad acuífera de aquella fuente
que en forma circular se encontraba en medio de la placeta con sus cuatro
chorros laterales y de otros varios que salían de una esfera situada en la
parte alta de una columna cuadrangular que ocupaba el centro de dicha fuente.
La lectura, representada en azulejos alrededor de la fuente, tenía su papel
recreando nuestro espíritu, “Fuentes, bendecid al Señor” “Mares y ríos,
bendecid al Señor”, constituía una melodía especial cuando la leíamos.
Nuestra
banda de música hizo historia en los anales de la Casa Madre. Recuerdo aquellos
días de S. Andrés cuando después de la misa solemne se daba un concierto doble
en la placeta de la iglesia; digo doble porque también acudía otra banda del
Ave María, la de S. Isidro, bajo la
dirección del maestro Ayala Cantos.
Banda de música del Ave María de S. Isidro, director D. José Áyala Cantos
Había una competencia por ver cuál de las dos
orquestas lo hacía mejor. Los niños formando corro, alrededor, aplaudíamos,
sobre todo a nuestra banda. Atraía especialmente la atención la diminuta figura
de uno de los músicos, el trompetista José Luis Hidalgo Chica que, cual hidalgo
caballero, trompeta en ristre, lanzaba sus notas al aire de “Las Islas
Canarias”, bajo la atenta mirada de sus innumerables admiradoras.
Banda de música (1990)
También estaban allí: José Idígoras Gallut, Antonio Laín, Manuel Gómez, Rafael
Puche, Leopoldo Martínez, Manuel García (Sibari), Rafael Megías,
Francisco Pérez Barrera, José Ruiz Rodríguez, Francisco A. Milán, José Rada,
Francisco Rada, Enrique Castro, Manuel Palma, José Miranda, Miguel Miranda,
Agustín Aguado, Antonio López, Teófilo Martínez, Antonio Rocino, los hermanos
Hidalgo Chica (Ángel y Antonio), José Elvira, Enrique Molina, Leonardo Sánchez,
Luis Arganza, Miguel Gómez, José Amaya, Rafael Martín, José Molina, Antonio
Aguado..., y otros muchos que después fueron magistrales profesionales en
bandas oficiales.
Tomás, Cabrera, e Idígoras. (1959)
(A todos ellos mi más sincero reconocimiento
por su labor prestada a esta Institución del Ave María; en esa edad, quizás no
eran conscientes de la actividad que en esos momentos realizaban. Como niños,
todo era juego y diversión, sin embargo, supieron llevar por muchas tierras y
pueblos el nombre de nuestro Colegio, el Ave María).
La banda de música en las fiestas de los pueblos
En
aquel tiempo, una banda de música no podía faltar en ninguna de las fiestas
patronales de los pueblos, acompañando al Santo Patrón durante la procesión y
posteriormente, por la noche, en la verbena amenizando el baile.
Nuestra
banda fue contratada innumerables veces y sus componentes eran alojados en las
casas de las familias que formaban parte de los organizadores de las fiestas,
como mayordomos y cofrades.
Los
desplazamientos se solían hacer en camión descubierto con los instrumentos
amontonados en un rincón. Por la Comisión de Fiestas eran alojados los músicos
en diferentes casas. Los tiempos que corrían no eran muy boyantes y las
necesidades estaban a la orden del día.
Anécdotas
de las aventuras corridas por estos pequeños artistas y musicólogos se podrían
contar en gran número; quiero hacer referencia a una de las que llegaron a mis
oídos y que, sin dar crédito excesivo, habría que poner en duda.
Benalúa de las Villas
Dos
de estos protagonistas, una vez terminadas las fiestas -parece que el hecho
ocurrió en Benalúa de las Villas-,
cuando ya se iban, cada uno cargado con su taleguilla de garbanzos o de
lentejas -costumbre común en todos los pueblos donde acudían-, se acercó una
mujer desesperada, llamando al director; interrogada por éste, que cuál era su
problema, dijo que le habían desaparecido los chorizos de la matanza que guardaba
sigilosamente en una orza; D. José le preguntó quiénes habían sido sus
huéspedes; pronto fueron descubiertos y del fondo de la talega salieron la
ristra de chorizos.
Como en aquel tiempo no había demasiados impedimentos para
castigar a los niños en sus angelicales fechorías, D. José les administró sus
buenos cogotazos, despidiéndoles con su correspondiente puntapié en el polo
sur, de sus respectivos cuerpos.
El
airecillo que viene del Valle me hace volver a la realidad. Así, despegándome
de la barandilla en la que apoyé mi cuerpo para poder soñar, en esta fantasía
nocturna en la que hubiera permanecido una eternidad, apresuro mis pasos para
unirme a los compañeros de Junta de Gobierno que, en la puerta de la Colegio,
están esperándome.
La falsa pimienta acaricia mi rostro
Las
ramas de la falsa pimienta que lánguidamente se dejan caer sobre el camino
central del Colegio con los rojos rubíes, corindones agrupados en racimos las
embellecen, al pasar por debajo acarician mi rostro junto con el aire suave del
atardecer.
No
quisiera despedirme sin dar unos datos históricos sobre el Carmen de San Juan.
Compró
D. Andrés Manjón este carmen en octubre de 1.898; su superficie es de 4.000
metros cuadrados y el precio de compra fue de 17.000 pesetas. Fue bautizado con
el nombre de San Juan y la posesión del carmen se hizo solemnemente. “Se ha tomado hoy por los niños del Ave
María, cantando el Santo Rosario, con asistencia del notario del Colegio, D.
Elías Pelayo, D. Matías Méndez,la Condesa de Torreisabel, la Marquesa de
Villamontilla, Dñª Trinidad Herranz, el señor Sánchez, canónigo del Sacromonte,
el Sr. Castella y otras varias personas. Hubo música y banderas abundantes”.
El poeta avemariano y albaicinero Manuel Benítez Carrasco
Quiero,
a la terminación de este artículo, dejarte un agradable sabor poético puesto en
boca de nuestro desaparecido avemariano, Manuel Benítez Carrasco, que con esa
forma especial, “sui géneris”, de escribir e interpretar su poesía, en más de
una ocasión nos deleitó con ésta que va a continuación.
POR LOS CAMINOS DE MI ESCUELA
Me
estoy bañando en mi infancia;
con
agua de infancia estoy
salpicándome
las sienes;
¡qué
gracioso salpicón;
qué
bien me sienta este baño
de
primera comunión!
Los
niños cantan y cantan...
(con
ellos cantaba yo)
“...
de diez me llevo una,
de
veinte dos,
de
treinta, tres...”
De diez me llevo una, de veinte dos...
del
alba me llevé el sol
y
de todas las estrellas
me
llevé el beso de Dios.
Geografía
al aire libre,
mares
a mi alrededor.
Y
el Darro allá abajo
Y el Darro allá abajo
el
estudiante mejor:
agua
y agua, cielo, espejo,
nieve,
nube, espuma, son..
El
sistema planetario
bajo
las parras en flor;
qué
fácil llegar a Marte,
qué
fácil mover el sol. qué fácil llegar a Marte, qué fácil mover el sol.
Y
en vuelo interplanetario,
con
una rapidez loca,
llevarme
un racimo de uvas
desde
Saturno a la boca.
...Mi
corazón , un planeta
más
que de tierra, de Dios,
con
un ángel en la orilla
y
un demonio alrededor
-satélite
de blancura, Mapillas del Carmen de San Juan
satélite
de carbón-;
bien
cuidó de mi custodia
el
ángel que me guardó...
Que
ahora mismo, con qué risa,
y,
a un tiempo, con qué temblor,
estoy
prendiendo en el negro
abrigo
de don Ramón
un
muñeco de papel,
un
alado fantachón
hecho
con las letras santas
del
libro de religión,
mientras
que mis condemonios
le
cantan a media voz:
“Borriquillo
caliente
que
lleva la carga
y
no la siente...”
doña Águeda
Don
Ramón no se da cuenta
-y
tiene su explicación-.
Que,
aunque serio de remate,
es
viudo y sin amor;
y
cuando ve a doña Águeda,
don
Ramón no es don Ramón.
Y
es que aquella doña Águeda
-hoy
caigo en la cuenta yo-,
como maestra era buena...
y
como mujer...¡mejor!
Por
la acequia,
como
barcos vegetales,
hojas
de bambú navegan.
Y
barquitos de papel
sin
timón, jarcias ni velas
van,
a deriva de sueños,
en
callada competencia,
a
una inminente batalla
de
cañonazos de piedras
y
a un prematuro naufragio
de
aventuras marineras.
(También
un día yo fui
marinero
en esta acequia).
“Agua
de mi escuela,
acequia
de Dios;
un
Ave María
y
el Padre Manjón
con
su borriquilla,
con
su bendición,
como
en Galilea
Dios
nuestro Señor.
Agua
de mi escuela:
canta,
corre y canta
y
dame tu son,
que
hoy te necesito
por
mi corazón.
Yo,
desde mi cuna,
soy
agua también,
mucha
ya pasada,
poca,
por correr.
Dame
tus recuerdos,
¡me
hacen tanto bien...!
Y
dame tu gracia
y
tu sencillez
ahora,
en mi vida,
y
en mi muerte, Amén”.
Por
los naranjos, un grupo
de
niños roban un sol
pequeño
en cada naranja.
Con
ellos robaba yo.
...”Robad
cuanto os venga en gana,
robad
a más y mejor;
que
nunca es grande el castigo
cuando
es chico el pecador.
Que
nunca podréis estar
ni
podréis ser, como hoy,
ni
más limpios de pecado
ni
más dignos de perdón”
¿Quién
los castigará a ellos...?
¿Y
a mí, quién me castigó...?
Qué
pena que se haya muerto
-que
es haber crecido yo-,
aquel
don Juan medio ciego,
aquel
vejete de Dios, aquel vejete de Dios
zapatos
casi de tierra,
coronilla
casi flor,
gafas
casi de milagro,
sotana
casi sayón.
¡Qué
pena que se haya muerto!...
¡Y
eso que me castigó!
Yo
robaba las naranjas
recordando
la inscripción
que
en la puerta de la escuela
es
como una invitación:
TODO
PARA TODOS
Sí.
sí; pero para ti, no.
Tres
libros en cada mano
y
arrodillado ante Dios,
mi
llanto no se sabía
si
era rabia o contrición.
-Resucite
usted, don Juan;
lo
pido en nombre de Dios,
y
castígueme de nuevo
por
algo mucho peor
que
robarle las naranjas
a
espaldas de su perdón;
que
cantarle a don Facundo
escondiéndome
la voz:
“Por
la carretera sube
Facundo
con un farol;
se
le han roto los cristales
y
se ha dado un coscorrón...”
que
hacer rabona en el río,
que
hacer aeroplanos con
las
hojas del catecismo,
que
tomar la comunión
sólo
por ver si el obispo
era
un hombre o el Señor...
Porque
todo aquello y más
volvería
a hacerlo hoy,
si
usted no se hubiera muerto
que
era no ser grande yo.
Suena
la banda de música.
¿Quién
será su profesor...?
Entre la banda de música yo era un pequeño tambor
¿Y
le harán burla los niños
como
entonces hacía yo...?
Entre
la banda de música
yo
era un pequeño tambor,
redoble
siempre a destiempo
seguido
de un bofetón.
Y
cantan, cantan los niños...;
con
ellos cantaba yo:
“De
diez me llevo una,
de
veinte ,dos,
de
treinta, tres...”,
del
alba me llevé el sol,
y
de todas las estrellas
me
llevé el beso de Dios.
Hoy
quiero cantar con ellos
y
no me llega la voz.
Que
las cosas que hoy me llevo
de
treinta, vida y amor,
son
para llorarlas mucho
dentro
de mi corazón.
José Medina
Villalba.
Amigo Pepe: acabo de leer y disfrutar este entrañable relato, sobre el valle de Valparaíso y parte de la larga historia del colegio que tan bien conoces; me ha venido a la memoria una escena de la película que se hizo sobre Mozart, especialmente la escena en la que el compositor de cámara del emperador, leyendo las partituras del genio, no podía entender como le podían fluir aquella cascada de notas escritas, sin enmendar ni corregir, sin un borrón ni una tachadura, pues algo parecido me ha ocurrido a mi después de paladear este relato lleno de poesía, encanto, ilusión, recuerdos, curiosas anécdotas y todo lo necesario para convertirse en una verdadera satisfacción su lectura. Te felicito por ello, te lo agradezco, y me satisface tener a un amigo, que realza con su brillante prosa la Institución Ave Mariana. Un fuerte abrazo. Pepe Cuadros.
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