La canoa amarilla duerme en la cochera
Más de una vez me he preguntado,
pensando en mi canoa, aquella que duerme noches y días en la soledad de una
cochera.
¿Soñará con el agua?
Y es que mi canoa amarilla, toda ella,
se convierte en el submarino amarillo, aquella canción que cantaron los Beatles, que todos recordamos, y que ahora puedes de nuevo cantar:
Conocí, a un capitán que en su juventud
vivió en el mar. Y su hogar, fue la inmersión, y amarillo él muy bien pintó. Y
partir, con un soñar sumergido ir, por verde mar. Y el color de mi soñar,
amarillo es y verde mar.
Estribillo. Amarillo, el submarino es,
amarillo es (bis) Junto a mí, a bordo están los que al navegar, amarán.
Hoy me he puesto a soñar con mi canoa amarilla
Parangonando a esta canción que tantas
veces tarareé, hoy me he puesto a soñar
con mi canoa amarilla.
Y es que mi canoa amarilla vino de la
Acequia Gorda para disfrutar de la playa, porque aquella acequia a cuyas
orillas se crió, se le quedó pequeña y se lanzó a la aventura buscando nuevos
horizontes, quiso dejar la dulzura del agua, hija del Río Genil, para probar la
sal marinera del agua mediterránea.
Acequia Gorda
Ella es pequeñita, y aunque la acequia
de nombre Gorda se le quedó delgada, por esto se fue a la aventura, buscando donde huele a marisma la boca y sabe a sal la
palabra.
Casa de deportes de aventuras junto a la Acequia Gorda
Fue una noche de Reyes cuando la compré,
en una casa de aventuras y riesgos, a la orilla de la acequia, de ese reguero
moruno, que lo construyeron los mismos que hicieron la sultana Alhambra.
El traslado de la ciudad a la playa fue
apoteósico por la expectación que se montó alrededor de la protagonista.
Mi amigo, el pintor, Vicente Arroyo Valero
En el techo del coche de mi amigo
Vicente, bien atada y prieta, llevando como cola de bata un gran lazo rojo, que
enarbolaba al viento, y orgullosa decirle, a todos los que a su lado pasaban, por
aquí va mi reina.
Transportando la canoa desde la Acequia Gorda a la playa
Mi canoa es delgada, estrecha de
caderas, con la esbeltez propia de la mujer albaicinera. ¡Qué orgullosa y
gallarda iba por la carretera!
Marchaba cortando con su quilla el
viento y eso que aún no se había introducido en el mar que es su medio.
Era día de Reyes de diversión y
esparcimiento, cuando se ven cumplidas las ilusiones de chicos y mayores,
colmándose de regalos, los que los Magos han ido dejando. Este fue nuestro
obsequio que los del Oriente nos dejaron.
Todos acompañando a la canoa
Toda mi familia, hijos y nietos con ella
fuimos para que cambiara de aires, de los serranos de Sierra Nevada, que saben
mucho de nieve, a los marineros que también saben y mucho a marisma y sal.
Aunque era pleno invierno y el agua
marinera estaba luciendo su vestido de intenso frío, no fue óbice ni cortapisa
para que, mi hijo Francis y nietos, tomaran posesión del nuevo terreno, que
dejó de ser tierra para convertirse en líquido elemento.
Francis y Antonio intentando navegar
Cuando mi canoa toda arrogante y
vanidosa se lanzó al mar, metió el pecho, hundió su débil casco y se enjoyó de
espuma blanca.
Hubo un momento de desasosiego e
inquietud porque todos intentaron subirse, pero hubo que hacerlo por turnos,
poco a poco, porque mi canoa como mujer albaicinera, es presumida y guapa por
lo que hay que tratarla con mimo y delicadeza.
Mil aventuras ha vivido mi canoa desde
aquel día en que se fue a vivir a la playa.
¡Una reina no sería tan reina como mi
canoa!
Es desprendida y generosa, y de ella ha
disfrutado toda la grey infantil, que por aquellos lares se regodea, subiéndose
a ella para darse un paseo al ritmo que le marcan las palas de los remeros que
la empujan, como si fuesen las alas de las gaviotas que en su entorno vuelan.
Las gaviotas, ¡qué tontas! Dan vueltas
sobre ella diciéndole no presumas porque tienes remos que te empujan, donde se
pongan las plumas de una gaviota de nada sirven los remos de una canoa.
Pero mi canoa las oye como…, como si no
las oyera, porque ella dice para sus adentros palabras de gaviota, es aire en el
aire, que se lleva el viento, a mí me van a venir éstas con malas intenciones,
como si yo no quisiera alzar el vuelo hasta las estrellas.
Un día mi hijo Francis y mi nieto
Antonio quisieron probar fortuna con mi canoa, y una mañana bien temprano,
salieron de Castel de Ferro, cuando aún las sombrillas de los veraneantes no habían ocupado sus puestos, la playa estaba
prácticamente desierta, solamente un vecino los vio partir.
La mar estaba en calma, tal cual una
pista de patinaje, como un espejo reluciente, el sol comenzaba a asomarse
lentamente intentando saltar la línea del horizonte, las sombras intensas de
los dos arrogantes exploradores se cernían sobre las tranquilas aguas.
La canoa comenzó a deslizarse como el
patinador que mueve sus patines sobre la pista de hielo; la cristalina superficie
de espejo y plata no solo no ofrecía resistencia sino que ayudaba para que
resbalase más fácilmente.
Playa de la Rijana en Castell de Ferro
Todo eran alegrías de los dos atrevidos
e intrépidos marinos que, ufanos y aventureros, con leves empujones de las palas
conseguían avanzar contentos, de este modo y sin apenas darse cuenta llegaron a
la recoleta playa de la Rijana, pero a estos descubridores de mares y tierras
nuevas les pareció corta su aventura y siguieron navegando hasta llegar a
Calahonda.
Playa de Calahonda. Granada
Todo, hasta ahora, fue miel sobre hojuelas.
Ni fatiga, ni cansancio, solo la emoción del espacio recorrido, en una mañana
templada y con un sol a las espaldas que brillaba sobre el agua.
Habían pasado unas horas y después de un
breve descanso había que reemprender el camino recorrido, había que volver al
punto de partida.
A veces no pensamos que el
mar tiene sus caprichos, no tan afortunados con nuestros pensamientos; ciertamente tiene sus
encantos, pero a veces nos juega malas
pasadas y he aquí que aquella mañana nos quiso jugar una de ellas.
Mi canoa estaba acostumbrada a saltos y barranqueras
El viento, que es un aliado del mar,
comenzó a acariciar su superficie, como el enamorado que arrulla a su amada, y
ésta comenzó a sentirse ufana y alegre y se le fueron rizando los cabellos en espumas
blancas, fue un comienzo de danza, suave como el principio de un val, pero después más intenso, mi canoa
comenzó a inquietarse, pero más aún los dos intrépidos marinos, porque ella ha
estado acostumbrada, antes de ir a la playa, a dejarse caer por saltos y
barranqueras.
Los "canonistas" por más fuerzas que
hacían imprimiéndole a los remos todas el coraje del alma, aquello se les resistía y apenas si
avanzaban.
El embrujo de aquel baile, baile del
viento con la canoa, baile del remo con el agua, baile de la mañana y el pez,
baile del sol y la sal y baile de las palas con las espumas y las olas, todos,
todos, contra mi canoa.
Fue una vuelta dura, mi canoa hasta
cambió de color, según los ocupantes, que hasta la visión se les había
perturbado, pero mucho más éstos, que el blancor de sus rostros no dejaba aflorar el
rubor de sus miedos.
Al llegar al punto de partida, las
gentes de la playa de Castell, inquietos y temerosos los esperaban y aquel que
los vio partir aquella tranquila mañana, igual que Rodrigo de Triana gritó al
descubrir el Nuevo Mundo, ¡tierra a la vista! se convirtió en ¡canoa a la
vista!
Los dos remeros exhaustos tirados en la playa, rodeados de gente ,daban
gracias al cielo por haber vuelto; todo se rubricaba con un fuerte aplauso de
los veraneantes.
Permanece encadenada en la cochera
Desde entonces poco ha salido a navegar, permanece esclavizada y encadenada en el amarre de la cochera, con la
mirada triste por no poder salir a navegar.
Cuando paso por su lado la miro
compasivo, y aunque ella no me entiende, le digo: ¡bonita! Aunque te tienen
prisionera, no hay en la playa canoa con más salero.
Por ella mueren de envidia nubes,
espumas, cielos; por ella mueren de celos todas las canoas de Castell de Ferro.
De vuelta de la aventura
Aquella aventura, que tuvo un buen final había que celebrarla y reunidos en el restaurante "La Brisa", en la plaza del pueblo, regentado por Antonio, su propietario, hombre agradable y simpático, que se encasquilla algo hablando, pero que no le resta para ofrecer el mejor pescado a sus clientes, nos tomamos toda la familia una gran parrillada.
Celebración en el restaurante "La Brisa", en Castell de Ferro
Como todos los cuentos comienzan con: Érase una vez..., y el final con un colorín colorado,...,hoy este relato, que no fue un cuento sino una realidad, echamos el telón diciendo: colorín, colorado esta aventura se ha acabado.
José Medina
Villalba
Amparo Mora Montes.
ResponderEliminarHe reído mucho con tu delicioso relato de la " Apología de una canoa" que ahora vegeta, triste y sola, encerrada en una cochera.
Y como en los mejores cuentos, un final feliz comiendo perdices aunque en este caso fue una buena parrillada familiar.
José Medina Villalba.
ResponderEliminarLa risa siempre es algo que sale del alma aunque se manifieste a través del cuerpo, con movimientos buco faciales. Dicen los entendidos en las manifestaciones corporales, que hay muchas clases y formas de reírse: risa genuina, simulada, social,patológica, provocada por cosquillas, con funciones ofensivas y defensivas..., y que en general produce muchos beneficios corporales, como evita el estrés, produce relajación, bienestar y otros efectos fructuosos. Si este archivo que acabas de leer te ha servido para algo de eso, me doy por satisfecho. Gracias por haber empleado tu tiempo en leerlo. Con tu permiso,tanto tu comentario como mi respuesta están ya colocados en el lugar correspondiente del blog.
Amelina Correa Ramón.
ResponderEliminar👏👏👏👏👏👏👏👏👏 ¡Aplausos, y enhorabuena, querido Pepe!!!
Muchas gracias, querida Amelina.
ResponderEliminarAngeles Ruiz Rodríguez.
ResponderEliminarAmigo mio, lo que una canoa puede dar de si en tu relato.. me ha encantado.. yo me habría subido intrépida en ella.. Un abrazo...
José Medina Villalba.
ResponderEliminarPues allí está la pobre en el silencio de su guarida, esperando que la saquen a pasear por el limpio espejo de las aguas del mar.Es dócil y tranquila y sabe, con toda delicadeza, transportar al que se sube en ella. Un abrazo.....