"Lágrimas de los árboles", de diversos colores, que tapizan la tierra
Lánguidamente fueron cayendo como suspiros que se van perdiendo en el aire, cómo lágrimas de diversos colores que tapizan la tierra, como soldados que caen en el campo de batalla, rindiéndose a las fuerzas de la Naturaleza que tiene su ciclo intocable, año tras año, forzosamente tiene que cumplir.
Otoño en Valparaiso
Otoños del pasado.
El Valle de Valparaiso respira por
todos sitios, en cualquier estación del año, belleza a raudales. Aquellos
parrales que cubrían en una larga extensión del Colegio, Casa Madre del Ave
María, desde la entrada hasta la Placeta de la Capilla, donde reposan los
restos del fundador, fueron cambiando el vestido verde de sus hojas que
orgullosamente lucieron como pañoletas cubriendo y adornando el ramillete de los racimos de uvas.
El verdor intenso que lucieron
durante el estío, paso a paso, fue palideciendo; la parra retorcida que se
agarra a la pared del huerto de Salazar con su liviano tronco, a veces
despellejado en largas tiras longitudinales con las que los niños nos hacíamos correas para sujetar el
pantalón, tranquilamente va adormeciéndose y por sus vasos cada vez más lentamente
sube el alimento.
Palidece la fronda, se encoje el
caracolillo que forman los tiernos zarcillos del sarmiento que ricamente
saboreábamos cuando los masticábamos extrayendo el jugo agridulce, y el vestido se
torna amarillento para cambiar al mortecino ocre encogiendo el limbo.
Un tapiz aterciopelado cubre el suelo
Un liviano vientecillo llegado del valle acaricia las hojas que se dejan sobornar para abrazarse a esa brisa halagadora y caer como paracaídas bamboleándose hasta besar el suelo.
Un tapiz aterciopelado en tonos
amarillentos, ocres, cremas y morados se extiende por el paseo central, algunas
hojas dejan entrever como una radiografía el esqueleto de sus nervios.
El jardinero del Colegio diariamente renueva la alfombra.
A veces gritan cuando se les pisa dejando un chasquido agradable, otras vociferan con lamentos en la marca de nuestros pasos, otras, con plañidero clamor, cuando no se les deja reposar asumiendo su muerte tranquilamente en el lecho que las cobija.
La higueras que bordean la acequia de San Juan
Los dos nísperos y la larga hilera de higueras que bordean la acequia de S. Juan se van contagiando. El agua cristalina de la acequia que viene de la presa de Jesús del Valle ha refrescado los pies de la arboleda, durante el verano, al mismo tiempo que le ha facilitado el alimento. Ahora, ya no la necesitan, incluso hasta les molesta la frialdad del líquido elemento cuando los termómetros han bajado el mercurio a límites insospechados.
Los níspero del Colegio. (1940)
La dura hoja del níspero de color marrón intenso, se asocia a la de la higuera y hermanadas van depositándose en el firme terroso del camino. Otras, no tan afortunadas, son arrastradas por la corriente del agua de la acequia y navegando como barquichuelos a la deriva, se van perdiendo por debajo del puentecillo que separa los cármenes de Santa Isabel y Salazar.
Molino de agua de los Negros
Más abajo el Molino de los Negros, se encargará con sus rodetes en triturarlas para que sigan su camino hechas polvo.
Qué triste final de aquellas que en
su día lucieron orgullosas como banderas al viento en las ramas junto al rico
fruto al que acompañaron.
Aquella tarde de aquel otoño de mi infancia, tarde que parecía más invernal, no solo por el vientecillo del valle que reinaba a sus anchas por el sendero principal del Colegio, sino el frío que invadía el entorno hacía que los demás árboles del vivero de Fernando el jardinero, contagiaban su tristeza y comenzaban lánguidamente a desnudarse, los ciruelos de fraile con sus alargadas hojas, las de las enormes ciruelas claudias con sus hojas redondeadas, como esferas de relojes de pulsera, habían dejado de desempeñar su papel para convertirse en los cubrecamas de los pequeños rosales que, en estos momentos, les tapaban sus cuerpos.
Paseo central del Colegio
Pensar en los preludios de la muerte es triste, deprime el ánimo, produce melancolía, más no ocurre lo mismo con el otoño, como obertura transitoria de la muerte de la Naturaleza, que da paso al invierno para renacer de nuevo con la llegada de la primavera.
Valle de Valparaiso
Contemplar el Valle de Valparaiso es deleitarse en un sinfín de colores, es presenciar la mejor paleta de un pintor, es la vidriera de colores que podría encajar en el mejor ventanal ojival de una catedral gótica, o el gran rosetón que constituye la mejor filigrana que se podría colocar a la cabecera de Granada.
La mejor paleta de colores
Se considera el otoño como una de las estaciones más lúgubres del año, llegan las lluvias, los días se acortan, la vegetación se apaga, los recuerdos tristes de los seres queridos que se fueron, aflora con los días de los difuntos, también se nos van yendo, según las estadísticas, gentes de este mundo que pasan a la eternidad, pero sin embargo sabe suavizar todo este cúmulo funesto y tétrico con la riqueza de colores que por todas partes nos circundan. Los verdes de la primavera son sustituidos por una amplia gama de ocres, amarillos, pardos, colores butanos y rojizos que hipnotizan a pintores y fotógrafos.
Las alamedas que circundan el Darro
Este Valparaiso ha cambiado totalmente el paisaje, las alamedas que circundan el Río Darro, las del Carmen de la Fuente, impregnadas de una diversidad de colores, se doblegan cuando el viento las agita y sueltan verdaderas manadas de hojas, produciendo un zumbido que más que chasquido, resulta como el mejor aplauso que la Naturaleza da en su despedida otoñal. Es como bandadas de pájaros que se trasladan buscando otros lugares en un aplauso continuo que poco a poco va disminuyendo hasta quedar en un silencio absoluto.
Los nogales del colegio (1930)
El fruto del nogal
Los dos nogales que vigilan como centinelas los mapillas del carmen de S. Juan esperan impasibles, mientras se despojan de su vestimenta; la llegada de los primeros chaveas que en la mañana lluviosa, se precipitan para coger las nueces caídas durante la noche, algunas medio cubiertas aún con sus cáscaras verdes, otras escondidas entre las húmedas hojas empapadas por la lluvia, abatidas durante el crepúsculo.
Los naranjos del gigantesco mapa en relieve
Los naranjos del gigantesco mapa en relieve con su perfume de azahar ponen su nota en el ambiente mientras el azofaifo con sus diminutas hojas desprendidas han sustituido el agua del Mar Atlántico,
Las azofaifas
por un cúmulo de hojitas que movidas por el vientecillo han reemplazado perfectamente al oleje de un mar que ha perdido sus aguas.
Las hojas caídas forman una alfombra multicolor
De otoños está llena la vida, de colores diversos que componen la escala de nuestro caminar: rojos en la juventud plena de sueños y fantasías, amarillos en los atardeceres, en el ocaso de nuestras vidas con la caída de la hojas de nuestras ilusiones, que no se pudieron hacer realidad.
De otoños está llena la vida, de colores diversos que componen la escala de nuestro caminar: rojos en la juventud plena de sueños y fantasías, amarillos en los atardeceres, en el ocaso de nuestras vidas con la caída de la hojas de nuestras ilusiones, que no se pudieron hacer realidad.
Hoja encarcelada en el aire, prisión sin jaula, amarilla te quedaste cortando la cadena que te tenía prisionera te echaste a volar para cumplir un sueño que terminaría en desgracia.
El jazmín del Colegio
A pesar de tanta hoja caída, en el jardín de la entrada al Colegio, el jazmín con sus pequeñas hojas verdes, permanece firme y hierático con sus delgadas ramas serpenteando el espacio y destilando la fragancia y el aroma de una colonia fabricada en el laboratorio singular de la Naturaleza, exhalando el perfume embriagador me anima en mi caminar en el otoño de mi vida hacia el frío del invierno de mi existencia.
A pesar de tanta hoja caída, en el jardín de la entrada al Colegio, el jazmín con sus pequeñas hojas verdes, permanece firme y hierático con sus delgadas ramas serpenteando el espacio y destilando la fragancia y el aroma de una colonia fabricada en el laboratorio singular de la Naturaleza, exhalando el perfume embriagador me anima en mi caminar en el otoño de mi vida hacia el frío del invierno de mi existencia.
El Río Darro con sus tintes amarillentos
Allá abajo el Río Darro con sus amarillentas alamedas que lo guarnecen, goza de las alegres "rabonas" de los chaveas y de sus andanzas buscando cabezones portándolos en latas encontradas bajo el Tajo del Pollero. ¡Qué gratos recuerdos!
El Río no piensa que tiene que morir
Yo en este atardecer me pregunto ¿Por qué no gozar como lo hace el Darro? Porque este río no piensa que tiene que morir en el mar. Goza los buenos momentos que te ofrece la vida y olvida la frialdad del invierno que tendrá que llegar.
José Medina Villalba
Tiene el otoño acuarelas de fuego,
en tardes acariciadas por un sol en
agonía
que enciende de rojo intenso
las nubes del ocaso,
y se acuesta sobre un mar de plata
que huye, espantado, de las sombras.
¡Ay, el otoño de los años que huyeron,
cómo ha dejado el suelo cubierto
de hojas marchitas, volanderas,
desprendidas una a una de mi árbol
por el viento estremecido del
atardecer...!
¡Cómo quisiera retener en mis pupilas
las acuarelas en oro, sepia y malva
que el otoño va pintando,
con su inimitable paleta,
sobre los lienzos ajados de mi travesía…!
Miguel J.
CARRASCOSA.
Con tu alma de pájaro
estabas en la rama;
una envidia de vuelo
te fue poniendo pálida.
¿Por qué –te preguntabas-
van y vienen los pájaros,
cambiando nidos o ramas,
suben hasta las torres
y bajan hasta el agua…,
y yo aquí prisionera y sin jaula…?
Amarilla quedaste,
qué poco te pesaban
las alas;
ya estabas tan a punto
para emprender el vuelo…;
y, cortando el pequeño
hilo de savia que te sujetaba,
te echaste al deseado
aire de tu desgracia.
Faltó el timón de plumas,
puntas de plumas te faltaban;
y así, como un mareo
vegetal y amarillo,
fuiste cayendo a tierra,
seco sueño de vuelo,
crujiente otoño y vana
altura imaginada.
Pero no tengas pena;
también los pájaros se cansan
y, en pleno vuelo, caen;
la tierra los recibe
y entre hojas amortaja.
Pájaros y tú tenéis vuestro responso;
la tierra es quien lo canta.
Esa tierra que un día
pondrá en la misma zanja
tu palidez delgada,
las alas de los pájaros
y mis sienes amargas,
que también, en un tiempo,
quisieron tener alas.
Manuel
Benítez Carrasco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario