A propósito de mi último óleo pintado, "Anochecer en la Carrera del Darro", va el texto literario que le acompaña.
(Óleo sobre lienzo. (46X34). Enero 2016. José Medina Villalba.
La calle estaba totalmente solitaria,
el reloj de la Chancillería dejaba en el espacio la musicalidad de su carrillón
que acababa de dar las últimas voces que pregonaban el cierre de la puerta de
un día que acababa de espirar.
La Chancillería de Granada
Daba la impresión que el lento sonido
agónico para llegar a alcanzar la que hace número doce se hacía tan espaciado
como si no quisiera dejar abrir la puerta al nuevo día que intentaba llegar.
Las campanitas detrás de las celosías del convento de Zafra
El lenguaje metálico de tres vecinas
se juntaba bajo la atmósfera de un cielo recién pintado de azul intenso. Las
estrellitas comenzaban a asomarse para contemplar cómo dialogaba a esas horas el
habla casi femenina, que se escapaba por la celosía que da la Carrera del Darro, de las campanitas del Convento de Zafra.
Acueducto de la Acequia de Santa Ana
Por encima del acueducto del Tajo de
San Pedro, que porta pacientemente el paso del agua de la Acequia de Santa Ana,
como tres enamoradas se juntaban los sones del reloj que sabe mucho de
sentencias y juicios con la dulce voz fémina, que entiende de oraciones y
trabajos de las monjitas de Zafra, con la voz autoritaria como baluarte y
vigía perenne, que se siente orgullosa por encontrarse en la torre más alta que
domina la ciudad, la campana de la Vela.
El trío: Convento de Zafra, la Luna y la Torre de la Iglesia de San Pedro
Otro trío: Torre de la iglesia, acueducto y Torre de Comares
Mis pasos en el caminar nocturno iban
dejando el golpeteo de los tacones de mis zapatos sobre el adoquinado de la
calle.
Mientras caminaba una cuarta voz
hecha metal llegó a mis oídos, era un sonido familiar el que todas las noches
recorría las callejas albaicineras para invitar a los niños a coger el sueño, porque de lo contrario vendría el que lo lanzaba, y se los llevaría a un lugar
de donde no volverían jamás.
Por el contrario, era el silbido que
tranquilizaba a los mayores que a esas horas se sentían protegidos por ese
guardián de la noche, EL SERENO.
El sereno, parece que no, imponía. Tenía un porte especial: alto, escueto, con un enorme mostacho que enlazaba
con sus largas patillas, era una de las exigencias que se le imponían como
señas de identidad para ocupar este oficio. Así recuerdo yo al vigilante de mi
calle, de mi Carrera del Darro.
El Sereno imponía
Lo vi llegar enmascarado entre la
neblina de aquella noche que se bañaba con la fina llovizna que cubría mi
rostro.
Pasó por mi lado me echó una mirada
que llevaba implícita una complicidad de desconfianza.
-¿Qué haces a estas horas por aquí,
Pepito?
Señor, vengo de la Escuela de Artes y
Oficios, hemos estado junto con otros compañeros desalojando la sala de pintura
del profesor don Gabriel Morcillo, e instalando el nuevo material de caballetes
que ha llegado.
D. Gabriel Morcillo
-Pero, chico, es muy tarde. ¿Tanto
tiempo habéis necesitado?
Con voz entrecortada, como queriendo justificarme ante una situación que infundía sospechas al interlocutor, respondí.
-Bueno, señor, don Gabriel tenía
necesidad de terminar un cuadro de pintura, era un grupo de moros ricamente
vestidos donde la fuerza del color llamaba curiosamente la atención de los
alumnos que allí nos encontrábamos.
Óleo de del pintor D. Gabriel Morcillo
Estaban rodeados de una cantidad
diversa de frutos: uvas, manzanas, peras, granadas, uno de ellos hacía el
simulacro de tocar una flauta, el que se encontraba en el centro portaba con
una mano una taza y con la otra abrazaba una enorme botella de vidrio, el
tercero adornaba la cabeza de su compañero con flores y frutos.
-Bueno, bueno, todo eso está muy bien,
pero tus padres están muy preocupados y andan buscándote.
Aquella sentencia del sereno hizo que
pasaran, en unos segundos, una cantidad de imágenes que me empujaron a poner
“pies en polvorosa”.
Mientras corría, a toda prisa,
Carrera del Darro arriba, los sones de las campanas de la torre de San Pedro eran aldabonazos en mis oídos, mientras se me agigantaba aquella figura del sereno: blusón
oscuro en verano, y capa de paño con esclavina a medio cuerpo y gorra de plato
oscura en invierno.
Las llaves del sereno
Colgado en su enorme cinturón un gran manojo de llaves de
hierro macizo de enorme tamaño, portando en sus manos un chuzo, en la parte
metálica había un gancho donde llevaba colgado un farol cuya mecha se
alimentaba con carburo con su olor característico.
El farolero, encendía las farolas de gas
El sereno de mi calle llevaba también
un sable. Los serenos comenzaban su trabajo tarde, según me contaba mi madre su
faena empezaba después que los faroleros habían terminado de encender las luces
de la ciudad, cuando aún no había aparecido la luz eléctrica.
Las bolsas de agua caliente, liberaban el frío de las sábanas
En invierno a las seis de la tarde a
través de los cristales de la ventana de mi dormitorio, antes de que las
sábanas de franela cubrieran mi
cuerpo, una vez que mi madre con una bolsa de agua caliente las había liberado
de la baja temperatura que poseían, lo veía pasar.
El sereno comprobaba que puertas y ventanas estuvieran bien cerradas
Iba de puerta en puerta comprobando que
estaban bien cerradas, de igual manera empujaban las ventanas a ver si estaban
atrancadas.
Había cierto cotilleo, en las
primeras horas de la noche, entre el sereno y las vecinas comentando los
sucesos del día.
-Sereno, -le oí decir a mi vecina-
pronto va a parir la Casilda, que vive al fondo del patio de la corrala del nº
3, esté usted preparado para traer a la matrona, porque viene con el octavo.
Las mujeres, en aquellos tiempos, parían en las propias casas
En aquellos tiempos las mujeres daban
a luz en la propia casa, y en alguna ocasión hubo que sacar a alguna envuelta
en el colchón, porque venían con placenta previa, así lo contaba mi hermana
María conocida en el barrio por Dª María la Matrona.
El fantasma de la Calle Panaderos
El sereno investigaba si se había
detectado la presencia de sospechosos por el barrio, sabía que el fantasma de
la Calle Panaderos, no era tal sino el que pasaba la carne, de procedencia
ilegal a la carnicería del Kiki, o el otro fantasma de la Calle Horno de Oro,
el amante de Antonia la beatona del barrio, a ambos aún no había podido, hasta
ahora, echarles el guante. Total, el vigilante nocturno era toda una
enciclopedia nocturna y un cofre “abierto de secretos”.
La sombra de mi persona parecía perseguirme
La sombra de mi persona se proyectaba
sobre el adoquinado, la tenue luz de la farola de la Calle Zafra, parecía
perseguirme cuando escuché el sonido característico del silbato del que hacía
unos momentos había sido mi interlocutor; era un silbido suave, como el del
tren a vapor cuando se pierde en la lejanía, dejando el reguero de su paso marcado por el humo, que poco a poco se va difuminando, después de dejar en la vieja estación
a los que se quedan.
Aquel silbido aceleró mis pasos que
pronto dejaron su huella en la Cuesta del Chapiz.
Calle San Juan de los Reyes
De inmediato sonó el pitido, del que hacía
la vigilancia por la Calle San Juan de los Reyes, como un eco, era la
contestación, y otro más lejano que no pude percatarme cual era su procedencia, por el
tenue timbre con que lo percibía; era la señal de estar “alerta” y conectados
todos los serenos.
Los serenos conectaban al toque de sus silbatos
La historia y anécdotas que
correspondían a este cuerpo eran curiosísimas.
Mientras mi madre intentaba que
cogiera el sueño me contaba:
El sereno haciendo la ronda
-Antes del silbato los serenos
llevaban una campanilla que agitaba con frecuencia y, después, lanzaba con
enorme estruendo, para que lo escucharan los vecinos por donde hacía el
recorrido, un singular aviso .
-¡Ave Maríaaaaaa Puríííííísima!
-¡La una de la madrugá y serenoooo!
-Las dos de la madrugá y nevandooooo!
Las Ánimas del Pulgatorio
La cosa se puso más tétrica cuando mi
madre me dijo que algunos serenos en lugar de invocar a la Virgen los hacían a
las Benditas Ánimas del Pulgatorio ¡Con el miedo y respeto que se les tenía a
estas almas en pena!
Cuadro que había en la cabecera de mi cama
Máxime cuando en la cabecera de mi cama había
un enorme cuadro donde se veía a las almas del Pulgatorio, con los brazos en
alto, en medio de las llamas, intentando que la Virgen del Carmen las sacara de
aquel sufrimiento.
En esos momentos mi mente, sacada de quicio,
las oyó gritar bajo el terrible fuego que las aprisionaba.
De todas maneras, escuchar el
silbato, en el silencio de la noche, producía cierta tranquilidad al sentirnos
protegidos. Cuando surgía cualquier problema bastaba con abrir el balcón o la
ventana dar unas palmadas, para de inmediato tenerlos para realizar el servicio
que se les pidiera, ir a la farmacia de guardia, en busca de la matrona, buscar un taxis de los pocos que había, o a
la sumo un coche de caballos.
Bastaban unas palmadas para que acudiera el sereno
Llevar las llaves de la vivienda era
un enorme problema no solo por su gran tamaño sino por el peso de hierro
macizo.
El sereno portaba un gran manojo de
llaves de todos los portales de su distrito y bastaba con dar unas palmadas,
que a altas horas de la madrugada resonaban por toda la calle como salidas de ultratumba,
para que acudiera.
-¡Serenooooo!
-¡Vaaaa!
Ante la impaciencia del voceador y la
tardanza del solicitado, se volvía a escuchar, con más fuerza.
-¡¡¡Serenooooooo!!!
¡¡¡Vaaaaaaa!!!
El sereno atiende a un vecino
El sereno, no solo abría puertas,
vigilaba, solucionaba problemas nocturnos, era mucho más, el barómetro no era
necesario, porque daba hasta el parte meteorológico.
¡Las tres de la madrugáááá y
nevandoooo!
Su cante era demasiado “jondo”,
algunos tenían un vozarrón que despertaban a todo el barrio cuando daban la
novedad.
Los serenos en los carnavales
A veces fueron objeto de bromas,
chistes e incluso de coplillas que se solían cantar en la época de carnavales.
El sereno de mi calle, no puede
cantar la ronda, porque tiene la voz bronca,bronca, bronca.
Ellos se lo tomaban a broma, pero en
su interior y por lo bajinis nombraban a las madres que los parió.
Llegó la electricidad, al principio muy pobre.
Con el tiempo aquellas farolas de gas
fueron sustituidas por las bombillas de electricidad, cuyo filamento daba menos
luz que las anteriores.
Era normal ver una escoba, asomando
por una ventana, dándole palos a un "cacharrito" que le llamaban “limita”,
colocado en las fachadas de las viviendas, para que hiciera volver la luz
eléctrica a la única bombilla que había en la casa; todo esto ocurría porque se habían encendido dos bombillas y el "limita" no aguantaba tanta carga. ¡Igual que ahora!
Con el paso del tiempo, cambiaron algunas de las herramientas
que portaban, los sables dieron paso a las pistolas, ya no iban en parejas por
lo que el distrito a recorrer era más corto y podía ser mejor atendido, e incluso aparecieron los serenos femeninos.
Sereno femenino
Lo de las pistolas fue curioso porque
eran simplemente un elemento decorativo, quizás para imponer más autoridad. Si
algún sereno se le ocurría utilizarla, ¡pobre de él! ¡se caía con todo el
equipo!
Manuel, el sereno de mi calle pasaba
todos los meses a cobrar “la iguala”. ¡Veinte céntimos por familia y mes! ¡Una
fortuna!
Los vigilantes jurados
A partir de la década de los
cincuenta del pasado siglo, los serenos se incorporaron a la plantilla de
empleados municipales.
Como los robos en los comercios se
sucedían, por las noches con cierta frecuencia, aparecieron los vigilantes que
eran pagados por la agrupación de los comerciantes y de ahí, poco después,
surgieron los vigilantes jurados, bien uniformados, con porras y esposas y sus
buenas pagas, vacaciones, seguros… ¡Igual que antes!
Algunos hechos, de los aquí narrados,
son productos que guardo en lo más recóndito de mi pensamiento, otros, restos de
lo que mi madre me contaba mientras intentaba coger el sueño.
Dando las últimas pinceladas
José Medina
Villalba.
Querido Pepe: ¡Espléndidos (lienzo y textos), como siempre! Y la Carrera del Darro es un lugar tan especial para mí: recuerdo imborrable de recorrerla vestida de novia hacia San Pedro...
ResponderEliminarTambién de mis amadas procesiones de Semana Santa, en especial, la del Silencio, a cuyo Cristo tengo tanta devoción.
Muchas gracias por enviármelo en medio de este maremágnum de tesis en que ando metida.
Un abrazo:
Amelina Correa
Querida amiga Amelina, La Carrera del Darro tiene tal atractivo que siempre fue motivo de inspiración de pintores, poetas y literatos de todas las épocas.
EliminarLos viajeros románticos del XIX, Washington Irving, Roberts, Lewis, con sus textos y grabados son testigos fehacientes de la belleza de Granada y de esta maravillosa Carrera del Darro.
Ha sido, es y seguirá siendo fuente donde se puedan beber sus encantos y atractivos.
Si el tiempo que le has dedicado a este archivo te ha servido para relajarte del maremágnum en que te encuentras sumergida, comprobando, orientando y corrigiendo las tesis doctorales, me doy por satisfecho.
Mi agradecimiento por tu comentario, donde quedan plasmados tus recuerdos imborrables de momentos puntuales e importantes en tu vida.
Un abrazo.
José Medina.
Amigo Pepe:Con el magnifico recorrido que has hecho por la zona más entrañable de Granada, me has proporcionado sentir con el sereno, el frío de las noches de invierno, la voz casi perdida por la lejanía de aquel entrañable personaje, dando el parte meteorológico y ayudando a algún vecino que llegaba tarde a casa y quizá algo bebido, el ruido de sus pasos acercándose y el tintineo del manojo de llaves. No me explico como estos queridos serenos podían soportar las bajas temperaturas, acompañadas de agua nieve, por aquellas calles resbaladizas. Yo y mis cinco hermanos nacimos en nuestra propia casa, bajo la atención de mi abuela Pilar que era la matrona del pueblo. Duros tiempos para algunos, que otros no sentimos, recuerdos de intensas vidas, vividas con ilusión y esperanza, que forman parte importante en el acervo cultural que en nuestro interior se asienta, para salir como tu bien has hecho al exterior, cargado de cariño y orgullo por unos años que nos formaron y conformaron. Vas dejando con tus escritos un zenda por la que guiarse disfrutando del paseo de los tristes, las plazas, las callejuelas y el barrio de tus entrañas. No existe mejor cronista. Un fuerte abrazo y mi agradecimiento por tan agradable relato. Pepe Cuadros.
ResponderEliminarQuerido Pepe, granadino de nacimiento, sevillano y malagueño de adopción.
EliminarBien ganado y merecido tienes, después de una intensa vida de empresario, poder disfrutar de tus tertulias literarias sevillanas, del sabor y olor de los libros adquiridos en las "Librerías de Viejo", de tus compras, en los rastrillos y anticuarios, de obras de arte, del aire puro envuelto con la vestimenta que le proporciona la sal del mar, de la vegetación del Rincón de la Victoria y de tu entrañable familia.
Nadie mejor que tu sabe perfectamente de la realidad que nos tocó vivir en épocas pasadas, que la recordamos con nostalgia enriquecedora, puesto que aquellos fríos intensos en los rigurosos días del invierno, de los guantes de lana que cubrían nuestras manos, hechos con el amor de nuestras madres y abuelas, para paliar algo aquellos fríos, de los sabañones que despellejaban nuestras orejas y de otras muchas vicisitudes, fueron el arma que tuvimos que velar, en nuestra infancia, para poder orgullosamente ser nombrados caballeros de una sociedad a la que hemos sabido contribuir con nuestro esfuerzo y trabajo a engrandecerla.
Ese Paseo de los Tristes que recuerdas subiendo al Colegio, arropado por un abrigo con el cuello subido hasta las orejas, con la cabeza gacha, sin apenas visibilidad, dejando que el vapor que salía por tu boca y nariz fuese la pequeña calefacción que calentaba tu rostro. Las noches en el estudio donde solamente se tenía como calefacción la que proporcionaban la respiración de los compañeros, o el peso de las mantas de la cama que, más que calor, lo que proporcionaban era agobio y el lastre de la carga.
¡Cuántos recuerdos! De buena gana querríamos volver a "disfrutarlos", pero el tiempo es implacable e irrepetible y solamente nos permite recordar y soñar.
El horno de nuestras vidas al que quisiéramos seguir alimentando, poco a poco, se va apagando.
Hoy me siento apesadumbrado después de la pérdida de un entrañable miembro de la familia, pero sobre todo ver el sufrimiento y dolor de toda la familia y de mis nietos ante la pérdida de su otro abuelo, modelo de ejemplaridad como padre, trabajador y amigo, al que querían como lo han demostrado hasta en sus últimos momentos.
Yo si que te agradezco, de todo corazón, tus elogiosos comentarios hacia mis escritos, que acepto porque vienen de un buen amigo, pero que realmente no soy merecedor. Un fuerte abrazo. José Medina Villalba.
Querido Pepe, granadino de nacimiento, sevillano y malagueño de adopción.
EliminarBien ganado y merecido tienes, después de una intensa vida de empresario, poder disfrutar de tus tertulias literarias sevillanas, del sabor y olor de los libros adquiridos en las "Librerías de Viejo", de tus compras, en los rastrillos y anticuarios, de obras de arte, del aire puro envuelto con la vestimenta que le proporciona la sal del mar, de la vegetación del Rincón de la Victoria y de tu entrañable familia.
Nadie mejor que tu sabe perfectamente de la realidad que nos tocó vivir en épocas pasadas, que la recordamos con nostalgia enriquecedora, puesto que aquellos fríos intensos en los rigurosos días del invierno, de los guantes de lana que cubrían nuestras manos, hechos con el amor de nuestras madres y abuelas, para paliar algo aquellos fríos, de los sabañones que despellejaban nuestras orejas y de otras muchas vicisitudes, fueron el arma que tuvimos que velar, en nuestra infancia, para poder orgullosamente ser nombrados caballeros de una sociedad a la que hemos sabido contribuir con nuestro esfuerzo y trabajo a engrandecerla.
Ese Paseo de los Tristes que recuerdas subiendo al Colegio, arropado por un abrigo con el cuello subido hasta las orejas, con la cabeza gacha, sin apenas visibilidad, dejando que el vapor que salía por tu boca y nariz fuese la pequeña calefacción que calentaba tu rostro. Las noches en el estudio donde solamente se tenía como calefacción la que proporcionaban la respiración de los compañeros, o el peso de las mantas de la cama que, más que calor, lo que proporcionaban era agobio y el lastre de la carga.
¡Cuántos recuerdos! De buena gana querríamos volver a "disfrutarlos", pero el tiempo es implacable e irrepetible y solamente nos permite recordar y soñar.
El horno de nuestras vidas al que quisiéramos seguir alimentando, poco a poco, se va apagando.
Hoy me siento apesadumbrado después de la pérdida de un entrañable miembro de la familia, pero sobre todo ver el sufrimiento y dolor de toda la familia y de mis nietos ante la pérdida de su otro abuelo, modelo de ejemplaridad como padre, trabajador y amigo, al que querían como lo han demostrado hasta en sus últimos momentos.
Yo si que te agradezco, de todo corazón, tus elogiosos comentarios hacia mis escritos, que acepto porque vienen de un buen amigo, pero que realmente no soy merecedor. Un fuerte abrazo. José Medina Villalba.