domingo, 3 de abril de 2016

LA LAVATIVA Y OTROS REMEDIOS CASEROS

     Sentado en mi estudio, contemplando algunos de mis cuadros, hay un paisaje, que pinté hace algunos años, del río atravesando una  arboleda frondosa. 

                                                                          Óleo sobre lienzo. (80X64). Autor: José Medina Villalba
     Me suele ocurrir, cuando escribo, que relaciono los diversos motivos con los que convivo, a saber: mis pinturas, la poesía, mis recuerdos del pasado y de mi infancia.
    Observo el agua de este río, como no se cansa de pasar, en ese transitar continuo limpia la maleza que encuentra a su paso y da vida a todo lo que le rodea.
   

     El agua de este río con su labor de limpieza, me inspiró, aquella otra de mi infancia, la que todos los meses desinfectaba mi vientre de las inmundicias que lo inoculaban.
¿ Y nunca te has de cansar
de cantar
agua cantaora
que vas por el olivar?
Yo también quiero pasar,
sin pensar
que existen muertes y cunas,
y burlar albas, chopos, rosas, lunas,
desde la tarde a la aurora;
y cantar ¡y cantar!
como tú, agua cantaora,
que vas por el olivar. (M. Benítez Carrasco)

     “Este relato, por la realidad de los hechos, puede herir la sensibilidad a determinadas personas. No les recomiendo su lectura”. 
     ¿Qué tendrían aquellos finales de cada mes, que me hacían temblar? Me pregunto ahora, cuando han pasado tantos años, y aún se mantienen frescos en mi mente, como si fuera ayer cuando ocurrieron. 
     

      A la corta edad de cinco años, los días pasan lentamente, las hojas del Almaque Zaragozano, bien comprimidas en un grueso taco, colgado en la pared de la cocina, iban cayendo, una tras otra, arrancadas por la diestra mano de mi padre, que le gustaba leernos en alta voz: el chiste del día, la vida del santo de turno, el tiempo que iba a hacer y toda una serie de cosas que nos animaban después de la cena.


     Aquella hoja había cumplido su misión y ahora le tocaba pasar a nueva vida, y así un día tras otro, veía como el taco iba decreciendo.
   Con aquella edad, no era muy consciente de los dígitos que constituyen la estructura del edificio formado por años, meses, semanas, días, horas, minutos, segundos…, pero sí, que al principio de cada mes, en cada hoja aparecía una sola figurita, (1), como un soldadito, que cada día iba cambiando el aspecto de su cuerpo, unos días con joroba, (2), otros como dos donuts, a “cucurumbillo”, (8), otros como unas gafas sin cristales partidas por la mitad, (3), otros como una sillita, (4),

                                                     Cabezudo del Corpus Christi

otros como un cabezudo del Corpus Christi, (9), y así durante nueve días, pero  de pronto aquel primer soldadito, pasado el que hacía nueve, aparecía al día siguiente junto a uno muy redondito del que se había hecho amigo, el (10)
    Esta pareja, de dos figuritas, iban cambiando conforme el caminar del sol cumplía diariamente su misión.
        Yo no entendía, para nada, de numeraciones, ni de guarismos, pero siempre estaba muy pendiente, de aquel momento en el que mi padre deshojaba la lámina de papel, que daba paso a las medias gafas con el rosco (30).
       
                                                             La alacena
     
     Había una botella especial, que hacía acto de presencia, un casco guardado durante todo el mes en la alacena, y que hacía acto de presencia para escarnio y terror de mi personilla.
    Muy de mañana, cuando aún el sol no había llamado a la ventana de mi dormitorio, escuchaba subir por las escaleras, a mi blanco gato, "Campeón", con su maullar característico, era el anuncio de lo que me esperaba, después venían los pasos lentos que iba marcando mi madre al ascender peldaño a peldaño. 



     Al principio lejanos, casi imperceptibles, poco después con más resonancia, hasta que por fin desembocaban en el dormitorio, donde dormíamos mi hermano, que me llevaba seis años, y yo.


      Me faltaba, según la época del año, sabana o cobertor para taparme sin dejar ni un ápice de mi cabellera fuera, cuando llegaba mi “progenitora”.
    Mi madre me daba unos golpecitos en las espaldas y con voz cariñosa, me decía.
    -Pepito, el desayuno de final de mes.
     Me hacía el dormido, pero ella, que sabía que no era cierto, seguía insistiendo.


     El olor de aquel horrible desayuno impregnaba mi pituitaria y las nauseas afloraban a mi garganta.
      La paciencia tiene sus límites, y esos eran los que llegados a ellos, mi madre dejando aquel gigantesco vaso, en la mesita de noche, tiró de la manta, como se suele decir, y me dejó al descubierto.
   

    
     De soslayo lo miré, estaba completamente lleno de aquel horrible líquido, que me repugnaba, para mí era el fantasma de todos los meses que venía a amargarme la existencia.
    -Bueno, señor “escritor”, no maree usted más la perdiz, díganos de que se trata porque, ¡Pobre Pepito! ¡Todos los meses sufriendo este amargo desayuno, ¡tiene castañas!  
   -Pues mire querido lector, los galenos de aquella época recomendaban a las mamás que, todos los meses, tenían que purgar a sus hijos, de esta forma evitarían muchas infecciones a las que se era propenso.
   -¿Usted ha visto alguna vez un vaso gigante? 
   -Pues ese era del que había que tragarse, su contenido, sin rechistar.
    -¡Pero bueno!
    -¿Qué era lo que tenías  que beber, matarratas? 
    -Porque ya me está usted poniendo nervioso.
    -Peor todavía.
    -¡¡¡AGUA CARABAÑA!!!


     Yo, me volvía a enroscar cubriéndome con la ropa camera, y mi madre tira que tira, hasta que al final vencía, claro está, la que tenía que triunfar. Mi madre.
      -Mamá que no quiero esa agua, que me da angustia.
     -Hijo, es por tu bien, me lo tiene recomendado D. José Santos, -era el médico de familia-.
   
                                             D. José Santos encamado a causa de la piedra del riñón
    
      D. José Santos, pasaba todos los días, subiendo lentamente la Cuesta del Chapiz, yo lo veía como una persona muy mayor, encorvado, con su mano derecha apretando su costado, para sujetar la piedra, que según se comentaba en casa, le estaba dañando el riñón.
      Mi madre me explicaba que, en más de una ocasión, había estado encamado en el hospital para quitarle, la dichosa piedra, que tanto daño le hacía.
     Yo pensaba, en esa inocencia de niño, ¡qué suerte tiene de tener una piedra al alcance de su mano! y poderla usar en cualquier momento si alguien se atreve a atacarle. Debe de llevarla bien cogida, pues siempre aprieta la mano sobre ella.
     -¿Sabes lo que dice D. José Santos, me comentaba mi madre, con aquel vaso en la mano, esperando que me decidiera a ponérmelo en los labios y tragarme el horrendo líquido?
     - ¿Qué dice? Contesté con cierto desdén.
    

    -Que este desayuno es para que esas pelotillas, como cagarrutas de cabra, que echas cuando te pongo la lavativa, no vuelvan a aparecer.
    -¡La lavativa! Otra terrible pesadilla.
    -¡Maldita sea! Pensé en mi interior.
     
                                                           El Sacro Monte
    
       D. José Santos, aunque no era del barrio, venía con mucha frecuencia por aquí, sobre todo al Sacro Monte donde tenía buenas relaciones  con una determinada familia que, incluso, según se comentaba, eran parte de su propio clan familiar.
     Aquello de “santos” aplicado a su apellido, pensaba yo, no sé si se deberá a su amabilidad y cariño con que trata a los vecinos, a los que jamás les cobraba nada por sus visitas domiciliarias.
    -Vamos a ver, esa barriguita, decía el doctor.
    
                                                         Palpando el vientre
    
     Tumbado en la cama, decúbito supino, como un pequeño globo toda blanquita, afloraba sobre las sábanas, refulgente mi tripita, redondita como un pequeño tambor.
   D. Santos, colocaba su mano izquierda, con mucha delicadeza, sobre ella, separando los dedos corazón e índice, acercaba el dedo correspondiente de su mano derecha, sobre este hueco, y se limitaba a dar pequeños golpes, e incluso, en algún momento, acercaba su oído para escuchar atentamente los sonidos de aquellos toques.


    A mí me resultaba hilarante y hasta divertido, aquella forma de diagnosticar, es más, me agradaban los delicados golpecitos que me hacían encogerme, por las cosquillas que me producían.
    -Pepito, estate quieto, -decía mi madre-
    -¿no ves que no dejas trabajar a D. José?
   Finalmente, el doctor levantaba la cabeza, la giraba hacia el lugar donde se encontraba la que me dio el ser,  ella y yo esperábamos impacientes el resultado.
    

    -Señora Josefa, Pepito no tiene nada grave, solamente un atracón de almecinas de las numerosos almeces que hay en el Colegio.
    -Siga, sin perder pauta, con el vaso de Agua Carabaña, todos los meses, y le va a poner durante tres días una lavativa, todas las mañanas.
   -Por fin, llegó la execrable lavativa.
  
                                                             La lavativa
    
     Sí, la conocía a la perfección, no era la primera vez que había sufrido sus efectos, para más inri la tenía, a tiro de ojo desde mi lecho, en el “cachucho”, colgada, paciente, con su larga corbata de goma, de color rojo enroscada en su cuerpo, y su cánula, a modo de punta de espada dispuesta a vengarse de los golpes que le daba cada vez que pasaba por su lado, esperando el momento de hacer sus prestaciones.


     -¡Pero bueno! ¿Se ha tomado Pepito el vaso de agua carabaña? dirá mi querido lector.
       -Todas las recomendaciones que me decía mi madre para animarme a tomar el fatídico purgante, eran inútiles.
     -Mira, hijo, si esto es un momento, tápate la nariz, y sin respirar de un tirón traga que te traga, y pronto habrás pasado el mal rato.


     Llegó el momento, había que decidirse, por fin, sacando fuerzas de flaqueza, como el que llevan a la horca, “voluntariamente”, con pistola en pecho, mano temblorosa, asida a aquel odioso vidrio, coloqué el vaso, como hacía todas las mañanas de aquel aciago día, último de mes, sobre mis sonrojados labios, lo levanté, me tapé la nariz y el maldito  purgarte comenzó a introducirse por mi boca, camino del esófago y de su destino final, que no era otro, sino el de limpiar el intestino.


    Siento en estos momentos el sabor salino de aquella acuosidad, y amargamente se me “hace la boca agua”.
     Esto no terminó ahí, había que cumplir el recetario del doctor, la lavativa.
    Una olla conteniendo tres litros de agua, recién apartada del fuego, se fueron depositando en aquella cubeta, cuerpo cilíndrico, de porcelana blanca, algo descascarillada por los golpes que le daba, al pasar por delante de ella.
   
                                                 Comprobando la temperatura del agua
     
     Había que esperar a que se templara el agua que estaba hirviendo. Mi madre, en espaciados tiempos, introducía uno de los dedos de la mano, era el medidor casero de la temperatura; unos polvos blancos, llamados bicarbonato, también se le agregaban y todo preparado para el nuevo sacrificio.


     Echado sobre la cama, flexionado el cuerpo, con los pies apoyados en el suelo y con la parte fundamental por donde había de pasar el líquido elemento, puesto en pompa, sí, amigo y amiga, (no es mi norma al escribir repetir, masculino y femenino, pero esta vez lo hago, para que nadie se escape de este atrevido mensaje)  en pompa, pompa, pompa, y no lo repito más porque más en pompa no me podía poner, esperaba el fatídico golpe de la cánula, como Isaac cuando fue, en el Monte Moria, sobre un altar, a ser sacrificado por su padre Abraham, esperaba  la cuchillada que le arrebataría la vida. 


     A Isaac lo salvó el Ángel del Señor, pero a mí nadie me liberó de aquel sacrificio.
    -Mamá, por favor la vaselina!
   

     Todavía estoy viendo el dedo de mi madre recogiendo el traslúcido empaste, salido de un tubito de color rojo y blanco y colocarlo sobre el extremo de aquella empitonada negra cánula.
     -Hijo, no te encojas y ya verás cómo se introduce la boquilla sin molestia alguna.
      En estos instantes y después de haber pasado tantos años, siento en el interior de mis entrañas aquel terrible elemento presionando mis tejidos rectales como un fatídico torpedo.


     Después se abriría la llave de la cánula y sentiría como el agua recorría el interior, de mi vientre, como el que está bebiendo agua, pero “por detrás”.
     Había un desconcierto interior, mis “tripas”, no muy conformes con el asalto de un cuerpo extraño, se removían haciendo un ruido extraño.



     El vientre se va inflando, tiene que soportar la entrada de tres litros de agua hervida, mi madre me animaba, había que aguantar aquel terrible tratamiento casero, mandado por el doctor.
    ¡Hijo, aguanta, aguanta! Me decía después de extraer la cánula cuando el depósito de agua había quedado totalmente vacío.
    

     -Mamá, mamá, no puedo, e hizo facto, negra como la pez, salía disparada la que hacía un momento había entrado.
      Y esto durante cuatro días.
    Este sistema medicamentoso, a muchos les dio resultado, pero también fue causante de alguna que otra muerte, de los que sus débiles intestinos no fueron capaces de resistir, la avalancha criminal de tres litros de agua en las tripitas en mantillas.
     ¡Gracias a Dios! Estos sistemas desaparecieron.
   

                                                       D. Fermín Garrido
     
     En la esquina de la Avenida de Andaluces, la que conduce a la antigua estación del tren, cuando Granada tenía la belleza y el encanto de sus casas solariegas, cuando existía el Barrio de los “Cebolleros”, Barrio de San Lázaro, frente por frente a la mansión del doctor D. Fermín Garrido, médico catedrático de Patología Quirúrgica, Rector de la Universidad de Granada, (1924- 1930) y Alcalde de la ciudad, tenía fama de sabio, sobre todo en las clases humildes a las que no le cobraba la visita y les daba los medicamentos procedentes de las muestras de los laboratorios.

                                                   Barrio de "Los Cebolleros"
    
      -En más de una ocasión pasé por delante de aquella enorme reja de hierro, que rodeaba el jardín, con una cancela sensacional a la entrada, Granada terminaba un poco más allá en la Caleta, donde se encontraban los grandes  almacenes de naranjas-.
    -Buenas, D. Fermín.
    -Vamos a ver qué le pasa a usted.
    -Vaya descubriéndose el pecho y póngase mirando a la pared.


      Antes que el citado enfermo hubiera terminado de descubrirse, y teniendo la espaldas a buen recaudo del doctor, le clavaba una aguja. Inmediatamente le daba la vuelta y observaba, mirándole fijamente a los ojos, la reacción y pronto, diagnóstico y recetario estaban a la orden del día.
     Se comentaba, que tal era su empatía con los enfermos, que los curaba en la primera visita por sugestión.

                                                        La Cruz Blanca

     En esta gran explanada, se encontraba “La Cruz Blanca”, -hoy día sigue allí, pero enclaustrada rodeada de gigantescos mazacotes de cemento- donde se recibían los féretros reales que venían a recibir sepultura en la Capilla Real.


      Allí Francisco de Borja “Gran Primado del emperador Carlos V, tuvo que reconocer el cadáver de Isabel de Portugal, bellísima emperatriz por la que sentía una gran admiración. 
       Francisco de Borja, al reconocer el cadáver, para testimoniar su veracidad y ver el estado de descomposición, exclamó:  "juro no más servir a señor que se pueda morir". Ingreso en la Compañía de Jesús donde llegó a ser  Padre General de toda la Orden).
 Tiempos pasados, que en estos momentos incluyo en el cuadro pintoresco del costumbrismo granadino.

                                         José Medina Villalba.

7 comentarios:

  1. Amigo Pepe: Comenzaré por el final, esa foto de la cruz blanca, que la suponía desaparecida, me trae a la memoria viejos recuerdos, porque un poco más adelante,a la derecha, bajando un talud del terreno, estaba la calle panaderos, donde vivía una tía de mi madre llamada María Isabel casada con un jefe de tren de apellido Cano no recuerdo si era Juan o Mariano, pero uno de esos dos nombres era el suyo; cada vez que íbamos a Granada esa era una visita obligada, una familia excelente, de la que guardo muy buen recuerdo, incluso allí me quede a dormir cuando con nueve años fui a examinarme de ingreso de bachiller al Instituto Padre Suarez.
    Respecto del artilugio y del agua de Carabaña que comentas, tengo que decirte, que su imagen la tengo grabada en el disco duro del cerebro, porque cada vez que tenía que ir al cuarto de baño, lo veía colgado en la pared, con las gomas rojas enrolladas y colgando sobre el deposito, la cánula apuntando no se a que objetivo y la palometa que abría o cerraba la salida del contenido, silenciosamente te avisaba de lo que te podía ocurrir en cualquier momento. A mi nunca se me dio tal tratamiento, pero el agua de Carabaña, mi padre la continuó usando cada mes, hasta que falleció. Conocí a un extraño personaje, un poco raro, que utilizaba dicha cánula como boquilla para fumar, así es que encajaba en ella el cigarro y decía, abriendo o cerrando la misma, ahora jumo y ahora no jumo, entre calada y calada, expulsando el contenido procedente de los pulmones; supongo, que quizá es mucho suponer, que la habría limpiado antes de utilizarla con algún producto o medio, escaso por aquellos tiempos. El tratamiento con carácter jocoso de aquellos medios no quirúrgicos, son la mejor medicina que se puede utilizar al recordarlos, con el miedo que debes de haber pasado al transcribir esas infusiones mensuales que por vía rectar tuviste que soportar. Hoy las estamos recibiendo en contra de nuestra voluntad, por la misma vía y sin anestesia; espero que los políticos se pongan de acuerdo y pongan fin al tratamiento inmisericorde, que en contra de nuestra voluntad nos están aplicando. Un fuerte abrazo te envío con las posaderas encogidas, por temor a que suframos sin merecerlo tal remedio a nuestros males. Pepe Cuadros.

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  2. Amigo Pepe: Como continuación y epilogo a mi anterior escrito, te quiero comentar, que cuando era un niño, pasaba por mi casa de una manera habitual, aunque no recuerdo cual era la frecuencia de las visitas, una señora vestida de negro con toquilla negra y pañuelo negro a la cabeza, la barbilla prominente, los labios sumidos por falta de dentadura, que a mi me causaban cierto miedo, al ver los movimientos de la boca a cada frase,"para rezar el rosario," según tocaban los gloriosos, los gozosos o los dolorosos; al finalizar mi madre la obsequiaba con alguna dádiva,imagino con la intención de ayudar a su precaria situación; como tu sabes al finalizar se recitaban las letanías, en latín o en español según costumbre.
    Pues bien como mi anterior comentario, finalizaba con una referencia a nuestros políticos, he pensado escribir unas letanías de las preposiciones parlamentarias:

    LETANÍAS DE LAS PREPOSICIONES PARLAMENTARIAS

    A veces pensaba,
    ANTE todo cuando,
    BAJO apariencia calmada;
    CABE cualquier afrenta,
    CON vehemencia expresada,
    CONTRA la mente calenturienta;
    DE opiniones contrarias,
    DESDE posiciones ajenas;
    ENTRE las quejas varias;
    HACIA el presidente orientadas,
    HASTA que su voz se impone,
    PARA señalar las aceptadas;
    POR segunda vez reclama,
    SEGÚN el reglamento permite,
    SIN consentir la soflama;
    SO pena de retirar la palabra,
    SOBRE exaltado grita,
    TRAS sus miradas taladra.
    AMEN Y ASÍ SEA. UN FUERTE ABRAZO,PER SECULA SECULORUM. URBI ET ORBI. Pepe Cuadros.












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  3. Amigo Pepe: Me alegro que el famoso depósito fantasmagórico de la lavativa con toda su vestimenta, incluida su corbata roja, y cánula apuntando y dispuesta a actuar, colgada en el cuarto de baño, no te llegara nunca a saludar por la parte trasera. Son saludos bastante desagradables.
    Siempre hay gente cuya imaginación llega a extremos inusitados, mira que utilizar una cánula de lavativa como pipa, ¡Asombroso!
    Pero recuerdo aquellas otras pipas que nos fabricábamos con las cañas de los cañaverales, cogidas en el borde de la acequia del Colegio, y tu quizás, en la ribera del Genil, que no tenían que envidiarle en nada a la famosa pipa de Popeye, "El Marinerito".
    Mi amigo Manolo Rodríguez Manzano, cuya padre trabajaba en la Tabacalera le sisaba, de la ración que mensualmente le proporcionaban a los obreros, una cantidad con la que nos invitaba, en los recreos de la tarde, a un cigarrillo, la pipa la traía también, pero era una pipa fabricada con pólvora, sí, no pongas cara de asombro, con pólvora hecha en los talleres de Santa Bárbara en el Fargue, donde trabajaba como aprendiz su hermano Miguel, y una de las prácticas que hacía era confeccionar pipas.
    Barrio de los Cebolleros, ¿Por qué ese nombre? Para aquellas personas que curioseen nuestros comentarios, unas veces con cierta seriedad y otras, por así decirlo, jocosos la mayor parte de las veces, para nuestro divertimento y de los que nos leen, les diremos que había dos barrios muy próximos, rivales entre sí, pero con un antagonismo que nunca llegaron a enfrentamientos graves, ambos pertenecían a la feligrasía de San Ildefanso. La gente de estos dos barrios en su mayor parte trabajadores en la Vega de Granada como agricultores, estaban especializados unos en el cultivo de los ajos, estos eran los de la Calle Real de Cartuja, y se les llamaba "ajeros"; los del Barrio de San Lázaro, es decir,los de la Cruz Blanca, se dedicaban al cultivo de las cebollas, y por eso se les llamaba "Cebolleros". Los de este barrio, los días soleados sacaban a la gran plaza terrosa donde se jugaban los partidos de fútbol, entre equipos de ambos barrios, los sacos llenos de cebollas y mientras tomaban el sol realizaban la tarea de enristrar las cebollas.
    Las infusiones rectales, que como muy bien dices nos están suministrando los políticos, adobadas con el bicarbonato de sus propios y particulares intereses, cuyo único objetivo es ver cual se hace con la lavativa, llámesele en este caso "poltrona", para seguir dándonos por....
    Enhorabuena por esa magnífica letanía, que no tiene parangón con ninguna otra. Amén. Un fuerte abrazo.

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    1. Amigo Pepe: Te has pasado en la dosis del bicarbonato, y aquí me tienes sentado en el inodoro, con la mirada perdida, los ojos en blanco, fuertes temblores y algunos incontrolados escalofríos. Creo que el mejor tratamiento que necesito para poder recuperarme, es que el próximo blog que pongas sea de bellos paisajes, flores, alguna paradisíaca playa y algunas esculturales doncellas, jóvenes, alegres y hermosas. Mientras lo fabricas y redactas, me iré recuperando como Dios me de a entender, atiborrandome de astringentes. Un abrazo no muy fuerte, por la debilidad que padezco. Pepe Cuadros.

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  4. Amigo Pepe:Te has pasado en la dosis de bicarbonato y aquí me tienes sentado en el inodoro, la mirada perdida,los ojos casi en blanco, fuertes temblores y algunos incontrolados escalofríos. Creo que el tratamiento que necesito para poder reponerme, es que el próximo blog que pongas, sea de flores, paisajes bonitos, playas paradisíacas, y algunas bellas alegres y hermosas doncellas soleándose; mientras tanto me iré recuperando como Dios me de a entender, atiborrandome de astringentes. Me despido con un flojo abrazo, provocado por la debilidad que padezco. Pepe Cuadros.

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  5. Amigo Pepe:Te has pasado en la dosis de bicarbonato y aquí me tienes sentado en el inodoro, la mirada perdida,los ojos casi en blanco, fuertes temblores y algunos incontrolados escalofríos. Creo que el tratamiento que necesito para poder reponerme, es que el próximo blog que pongas, sea de flores, paisajes bonitos, playas paradisíacas, y algunas bellas alegres y hermosas doncellas soleándose; mientras tanto me iré recuperando como Dios me de a entender, atiborrandome de astringentes. Me despido con un flojo abrazo, provocado por la debilidad que padezco. Pepe Cuadros.

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  6. Mi querido amigo Pepe...la SULTANA del REALEJO se ha reído muchísimo con tu relato no sólo pq ha empatizado con el sino pq además lo ha sufrido en sus propias carnes.Desde muy muy chica y tengo uso de razón he sufrido un estreñimiento crinico e insufrible.Mi madre que era Doña dispuesta hacia caso de todas las recetas ,remedios caseros y toda clase de laxantes.Probé las labativas ..los enemas, el agua de carabana(que asco)y hasta el aceite de ricino,agua caliente en ayunas ...miles de técnicas .Mi madre preparaba sus propias labativas que eran bombas de relojería ..yo decía no puedo mamá y ella decía aguanta...y con el agua y los jarabes me tapaba la nariz y mi madre me lo metía sin piedad...que horror.Recuerdo un día que me dolía mucho la barriga y mi madre me pregunto si había ido al baño y yo por supuesto mentí y le dije que si ...y ese día venían a comer amigos de mis padres y a mi eso me encantaba ..me gustaba ver mi casa llena de gente siempre me gustaba que vinieran a mi casa yo siempre cantaba y bailaba y me encantaba.Cuando llegaron los amigos de mis padres yo estaba tumbada y no me levantaba y mi padre se acercó a mi y me pregunto raquelin has dicho la verdad ..y yo con lágrimas en los ojos de ver que no podía bailar y que me dolía mucho la barriga le dije la verdad a mi padre que de un volon me llevó al hospital ...y allí le conté a mariquilla y a toda la Villa lo que pasaba y que llevaba una semana sin visitar al señor roca.Cuando el médico puso sus manos en mi barriga yo creo que alucino y me explicó la gravedad del asunto...era un muchacho joven y le hizo gracia mi desparpajo para explicarle mi problema...y mi padre no podía contener la Rosa.Por eso mi querido amigo Pepe entiendo a la perfección tu pánico a esas labativas y a esa agua que me hacían temblar hasta las pestañas .Espero que mi relato infantil te haya entretenido un rato.Muchas gracias por Compartir esos relatos maravillosos conmigo.un beso grande

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