Cuando el otoño se ha desmelenado, dejando entrever los encantos que
encierra, comenzando a desnudarse dejando al descubierto toda la plenitud de
belleza y atractivos que encierra, es imposible resistirse y no salir a la
calle para respirar y empaparse de todo lo que el ambiente da de si.
Sábado de un mes de noviembre,
luce un Sol espléndido, no se le parece en nada a las de las otras estaciones, quizás porque
se ha lavado con las lluvias torrenciales de días pasados y todo ufano, muy
narcisista, se manifiesta elegante y chulesco paseándose por un cielo pintado
con un azul celeste.
Los crisantemos ponen en el otoño la nota de color
Los crisantemos ponen en el otoño la nota de color
Huele a castañas asadas, a crisantemos y claveles, a sentimientos y recuerdos de aquellos que estuvieron y ahora no están, de subidas al dormitorio donde descansan los que viven eternamente, de instalaciones eléctricas en todas las calles que se adornan con diademas y collares de perlas multicolores, esperando el momento de lucirse en la próxima Navidad.
Palabras que deambulan en el ambiente, el reclamo para consumir las que
estuvieron no hace mucho engordando en los castañales, y ahora se ofrecen para
calentar manos y estómagos.
Los tenderetes de libros que conservan en sus entrañas la sabiduría
condensada, en páginas que amarillean por el tiempo, han hecho acto de presencia.
En Puerta Real, la Fuente de las Batallas se enseñorea dejando en el
aire como moléculas de polvo, las finísimas gotas de agua, pequeñas perlas que refrescan el
ambiente. A todo lo largo de la Carrera de la Virgen de las Angustias, exposición de fotos gigantescas,
muestran en vivos colores la diversidad de paisajes que plagan la Geografía de
nuestra tierra.
El gaitero soplando su gaita y
deslizados sus dedos, con rapidez tapa los
diversos orificios de su flauta para que salgan las notas más acordes
con la sinfonía que interpreta.
Más allá el estatuario subido en su podio nos trae una nueva
manifestación que impresiona dejando caer un chorro de agua interminable,
mientras las cámaras recogen todo lo que se palpa esta mañana.
El mantero que ha encontrado el sitio propicio para dar salida a su mercancía eludiendo la vigilancia policial.
Los diversos tenderetes con productos que anuncian la próxima llegada de la Navidad.
El mantero que ha encontrado el sitio propicio para dar salida a su mercancía eludiendo la vigilancia policial.
Los diversos tenderetes con productos que anuncian la próxima llegada de la Navidad.
No podían faltar los colores flotantes del manojo de globos que porta
el que espera la mirada de los infantes para llevarse uno de ellos, y el
titiritero en medio de la plaza reclama la atención de un público que se
divierte, mientras helios se desliza sobre un gigantesco árbol de Navidad y
los rostros de los que forman círculo ante el espectáculo.
Todo este escenario es "la leche", y nunca menor dicho, cuando nuestra Central Lechera "PULEVA" ha dejado su blanco producto esparcido por la calle, convertido en infinidad de carteles proclamando su sesenta aniversario.
Todo este escenario es "la leche", y nunca menor dicho, cuando nuestra Central Lechera "PULEVA" ha dejado su blanco producto esparcido por la calle, convertido en infinidad de carteles proclamando su sesenta aniversario.
Las calles se están cubriendo de oro, son las hojas muertas que
lentamente van enhebrando un maravilloso encaje que trenza una alfombra para cubrir el suelo.
El otoño es, de las cuatro estaciones del año, la más sensual, no hay
nada más que observar la lentitud con la que se despojan los árboles de sus
hojas, para depositarlas cuidadosamente en el remanso firme de asfaltos y
enlosados, es el mejor estriptis con que se luce la Naturaleza, bajo la
musicalidad del airecillo que las va delicadamente desprendiendo de las ramas que dejan, sin originarles ningún daño.
El mejor estriptis que todos los otoños hace la Naturaleza
El mejor estriptis que todos los otoños hace la Naturaleza
El Albayzín me esperaba, tenía que alimentarme del lugar donde iba a construir mi próximo archivo, que engrosara una página más de mi blog.
Las callejas albaicineras inamovibles, impertérritas y firmes con sus calzados,
empedrados deslavazados y maltratados en el transcurrir del tiempo,
por el paso de los carros y pezuñas de los burros que transportaban las cargas,
para abastecer los puestos de comestibles o las construcciones que se hacían,
hoy sufren el martilleo de los carruajes de motor que haciendo malabarismos, no
tienen inconveniente en salvar las dificultades que le presenta el intrincado
laberinto de las callejas y callejones, que forman el inmenso plano de esta
Medina llamada Albayzín.
Intentando salvar las dificultades de las callejas albaicineras
Intentando salvar las dificultades de las callejas albaicineras
Nuestra calle, la escogida hoy, arranca desde la Cuesta del Chapiz, es una más de las que se clavan como costillas laterales en la verticalidad de la que desciende vertiginosa y precipitadamente, desde la cúspide del Albayzín, para ir a beber las aguas de un río que llevará al mar, después de recorrer la Vega de Granada, todo el oro que guarda secretamente en sus entrañas.
Cuesta del Chapiz
La Calle de San Martín, como otra de las muchas calles que existen en
este misterioso barrio tiene su embrujo especial.
Calle San Martín
Calle San Martín
Tiene una forma especial de presentarse, rectilínea al principio para después desmelenarse en un número diverso de callejuelas estrechas que serpentean y se retuercen como brazos que emanan de un mismo tronco.
Calle San Buenaventura
Se viste del albor con el que la nieve cubre su cuerpo, las fachadas de las casas resplandecen con la cal recién apagada, y se incrustan en ellas como elementos que le dan vida por donde respira, la reja andaluza, el balcón florido, el cierre de madera, la azotea, el mirador, y el perfume de la floresta que se asoma a la calleja dejándose caer por el tapial para rendir pleitesía a los que la observan, el sitio escogido desde donde el cielo y el paisaje se aprecian con más fuerza.
La floresta se deja caer por el tapial
Se sedimenta en un empedrado donde se mezcla el blanco con el gris de unas piedras que durante años estuvieron durmiendo a las orillas de las arenas del mar o de la ribera del río.
La Calle San Martín se siente arropada por otras que la circundan, Veredillas de San Agustín que la contempla desde enfrente, Yanguas, San Luis, Vereda de los Pinchos, San Buenaventura, Pino, Mentidero..., que la protegen, porque en este barrio unas se apoyan en las otras formando un armazón de tal manera, que si pudiéramos hacer desaparecer a cualquiera de ellas todas se vendrían abajo.
El lenguaje de las campanas de El Salvador, en conversación con los toques campaniles que llegan desde lo alto del cerro, donde San Miguel sigue triunfador aplastando con su pie al indómito Lucifer, son la sinfonía que suena a bronce añejo, filtrándose por los estrechos callejones, libando fachadas y empedrados, en una especie de diálogo en el que el albaicinero que en solitario transita,
se limita solamente a extasiarse escuchando, en el silencio de la mañana, unas conversaciones, que hablan de recuerdos, de tristeza cuando algún vecino se despide definitivamente o de gloria y alegría, cuando una pareja se ha dado un sí amoroso ante el altar.
Todo ha cambiado en pocos años, ya no hay niños jugando en las calles a
la pelota, al escondite, a la comba, a las cuatro esquinas, a chicha escondía..., ni vecinas
charlando amigablemente en las puertas, mientras en las tardes de invierno
cuando apretaba el frío se dejaba sentir el olor de las tiras de la piel de naranja enroscadas, ardiendo
en los braseros de cisco y picón,
ni se siente el tintineo de las esquilas de la manada de cabras que vienen de pastar de los altos de San Miguel, para encerrarse en las cuadras de Miguel Peña, ni está Trini la señora que ponía inyecciones, ni los que se apellidaban Guardia, Rafael padre, Ángel hijo, que durante años cuidaron del kiosco de los aljibes de la Alhambra ofreciendo los mejores azucarillos y aguardientes,
Agua, azucarllos y aguardiente en los aljibes de la Alhambra
ni Pepe el tintorero, Encarnita su mujer y sus cinco hijos, que vivía en las proximidades, como otros muchos vecinos, Dori Bernal, Carmen Molina, los pescaderos, Paquita y su esposo Luis, Serrato el carpintero, Manolo el el Jau a quien los vecinos le llamaban D. Manuel, su esposa Pepita, su hemana Conchita, su marido Felipe, Encarna la Barragana, Antonia "la gafas" Nati y su marido Fali, Carmela y su marido Manolo....
ni se siente el tintineo de las esquilas de la manada de cabras que vienen de pastar de los altos de San Miguel, para encerrarse en las cuadras de Miguel Peña, ni está Trini la señora que ponía inyecciones, ni los que se apellidaban Guardia, Rafael padre, Ángel hijo, que durante años cuidaron del kiosco de los aljibes de la Alhambra ofreciendo los mejores azucarillos y aguardientes,
ni Pepe el tintorero, Encarnita su mujer y sus cinco hijos, que vivía en las proximidades, como otros muchos vecinos, Dori Bernal, Carmen Molina, los pescaderos, Paquita y su esposo Luis, Serrato el carpintero, Manolo el el Jau a quien los vecinos le llamaban D. Manuel, su esposa Pepita, su hemana Conchita, su marido Felipe, Encarna la Barragana, Antonia "la gafas" Nati y su marido Fali, Carmela y su marido Manolo....
-¿Quién vive entonces ahora?
Gentes venidas de diversas partes que han reformado las casas de vecinos, construyendo
verdaderos palacetes o pequeños cármenes, o apartamentos de ocupaciones por días.
Lo que nunca se podrá cambiar es el encanto del lugar, sus perspectivas
y maravillosas vistas, el atractivo y embrujo de la estrechez de sus callejas,
el colorido de sus balcones, el atractivo que derrocha a raudales que hace ser
visitada continuamente por gentes llegadas de todas las partes del mundo.
El atractivo de la estrechez de sus callejas
El atractivo de la estrechez de sus callejas
En el Albayzín, en la maraña de callejas que a espaldas de Mentidero
existe, y formando típico rincón frente a la calle del Pino, los restos de una
hornacina que en tiempos pretéritos tuvo un lienzo con la pintada Faz del Redentor,
es cuanto queda que pueda dar fe de la siguiente tradición, que hace años
escuché de labios de una anciana, en un huerto florido y luminoso del propio
barrio moro.
(Dicha hornacina existía cuando hice un trabajo sobre las leyendas del
Albayzín, pero que actualmente ha desparecido, lo que existe y seguirá es el
relato del Cristo de las Tinieblas).
En una casona de la Calle de San Martín, cargado de timbres de gloria y
rancios pergaminos de hidalguía, aunque un tanto desembarazado en bienes de
fortuna, vivía el capitán D. Pedro de Ballesteros, entregado al reposo de su
cuerpo, maltrecho y dolorido. ¡Fueron largas y rudas las campañas libradas en Las Alpujarras donde quedaron deshechos y vencidos para siempre los moriscos!
Intrigados estaban los vecinos de la huraña vida del hidalgo, quien
apenas salía, y cuya casa hallábase siempre cerrada.
En compañía de D. Pedro vivía su única familia, o sea su hermana
Isabel, casi una niña a quien el Sumo Creador dotó de todos los encantos, de
toda la belleza de que pudo estar adornada la más perfecta mujer del universo,
y he aquí el tesoro que guardaba el Sr. Ballesteros, y el por qué de tener
atrancada su puerta a todas horas.
Isabel, hermana de D. Pedro de Ballesteros
Isabel, hermana de D. Pedro de Ballesteros
Destinada al claustro estaba Isabel por su viejo hermano, el cual, sin haberla consultado, ignoraba que ella, en vez de tocar monjiles, tenía puesto sus amores en D. Fernando de Ayala, el estudiante más galán y cumplido de cuantos pisaron el templo de la ciencia y del saber.
D. Fernando de Ayala
Bien inocente estaba el capitán de estos amores, pues de saberlos ya les hubiese puesto trabas, por si eran pocas las reforzadas rejas y los grandes cerrojos de las puertas; pero lo cierto es que todas las noches, después del toque de Ánimas, en la estrecha calleja que daba a la siniestra mano de la casa sonaban unos pasos silenciosos, y un embozado se aproximaba a cierto ventanillo, que se abría, y allí, esquivando el paso de las rondas, largas horas permanecía en amorosa plática.
Esquivando el paso de las rondas
Durante horas permanecían en amorosa plática
Amigo de D. Pedro y compañero de armas era el señor Gil Mendoza, única
visita que, con cierto disgusto y demasiada frecuencia, se recibía en la casa.
Trastornado estaba D. Gil por la belleza peregrina de Isabel, y un día,
aprovechando la ocasión de verse a solas con la joven, le declaró en tono
impetuoso su pasión, ofreciéndole su mano, que ella rechazó rotundamente.
Rompió el de Mendoza su amistad, marchándose despechado y se dedicó a espiar en la sombra, con el alma
envenenada por la rabia y los celos.
En la noche del Jueves Santo, una luna espléndida bañaba como en plata
derretida, las callejas y los edificios del barrio moro, semejando una ciudad
encantada.
El silencio era profundo, ni el paso de una ronda lo interrumpían en
esta noche memorable, en que la ciudad católica, identificada con el drama
sagrado del Calvario, se dedicaba a la oración y al recogimiento.
De no ser así, alguna curiosa vecina hubiese visto como en lo alto de
la Calle de San Martín aparecía un embozado y, ocultándose en las sombras que
proyectaban los salientes aleros de las casas, avanzaba hasta llegar frente a
la de D. Pedro, lanzando un tenue silbido. Inmediatamente en el hueco del balcón
apareció la silueta de cierta mujer, quien, inclinando el busto sobre el
barandal dejó caer un papel, que el embozado cogió y guardó precipitadamente,
internándose en la angosta callejuela próxima.
D. Fernando que tal era el embozado, sin temor ya a ser visto, avanzó a
buen paso, pero al llegar al ángulo de la Calle del Pino, en cuyo muro una
hornacina con la esfinge del Cristo, iluminaba la luna, sin saber cómo ni por
donde, cual si la tierra le hubiese abortado, apareció la airada y vengativa
figura de D. Gil,
el cual habiendo descubierto los secretos amores de Isabel, juró vengarse en el amado de los desaires de ella, y ciego por la ira, tan trastornado por los celos, rugió al par que un brusco movimiento desenvainaba la espada.
el cual habiendo descubierto los secretos amores de Isabel, juró vengarse en el amado de los desaires de ella, y ciego por la ira, tan trastornado por los celos, rugió al par que un brusco movimiento desenvainaba la espada.
-Entregadme el pliego que acaban de arrojaros o al punto sois muerto.
-¡Villano! Exclamó D. Fernando, intentando echar mano a su acero.
-¡Atrás!
Pero D. Gil sin dar tiempo a D. Fernando a la defensa, fue a extender
su brazo armado para herirle, cuando una claridad inmensa iluminó el rostro del
Cristo haciéndoles alzar el rostro hacia Él, maravillados.
Descubriose devotamente D. Fernando mientras confiado y tranquilo fue a postrarse ante la sagrada esfinge. En aquel momento quedose en la penumbra la calleja, y D. Gil descreído, con un infierno de venganza en su pecho, como aquel que invadiera el terrible arcángel que quiso revelarse contra Dios, viendo solo en su ceguera que la presa se le iba, acometió por la espalda al indefenso estudiante…
Descubriose devotamente D. Fernando mientras confiado y tranquilo fue a postrarse ante la sagrada esfinge. En aquel momento quedose en la penumbra la calleja, y D. Gil descreído, con un infierno de venganza en su pecho, como aquel que invadiera el terrible arcángel que quiso revelarse contra Dios, viendo solo en su ceguera que la presa se le iba, acometió por la espalda al indefenso estudiante…
Un grito de muerte desgarró el religioso silencio de la noche, y los
precipitados pasos del traidor se perdieron en el laberinto de callejuelas que
conducen a la Plaza de las Castillas.
El infeliz D. Fernando se incorporó apoyándose en el muro mientras sus
labios suplicaban fervorosos :
-¡Señor, no me dejéis expirar sin verla!
Tres meses después del suceso que acabo de narrar, y al punto que la
campana mayor del Salvador daba el toque de oraciones, una pequeña comitiva
salía del templo, ante la cual se veía a Isabel más guapa que nunca, ataviada
con el velo de desposada, dando el brazo a D. Fernando, cuyo rostro aún
mostraba intensa palidez.
El capitán los conducía satisfecho, pues él recogió al herido en el
umbral de su casa, y enterado de lo ocurrido, su honor y su conciencia le
dictaron esa humanitaria determinación. ¡Que no en balde la fama pregonaba la
nobleza de su estirpe y de sus sentimientos!
Nadie volvió a saber de D. Gil, aunque los moradores de aquellas
cercanías aseguraban que todas las noches, después de las Ánimas un bulto negro
llegaba medroso ante la imagen del Cristo y en aquel punto la oscilante luz del
farolillo se apagaba, con lo cual la tradición conservó el nombre del Cristo de
las Tinieblas.
Aún hoy, cuando las noches de invierno el viento al soplar en la encrucijada,
forma gemidos lastimeros, aseguran las viejas vecinas que es el alma de D. Gil,
que anda vagando en demanda de oraciones.
José
Medina Villalba
Amigo Pepe:Andando de puntillas, con la respiración silenciosa y entrecortada, la solapa del abrigo echada hacia arriba a modo de embozado, los pazos silenciosos y precavidos, la mirada y el oído atentos al menor ruido, temiendo la aparición fugaz del fantasma de D.Gil, el corazón latiendo a un ritmo acelerado,me has llevado por las intricadas, sinuosas y misteriosas callejuelas albaycineras, con cierto temor a las almas errantes que en el mes de las animas son propicias ha caminar errantes por los lugares donde vivieron. Este otoño lluvioso, nubloso y tormentoso, es tiempo favorable a este tipo de apariciones, que tu traes a la memoria de forma tan viva, expresiva y temerosa. Esta noche más de uno antes de acostarse, deberá comprobar si todas las puertas y ventanas de la casa están bien atrancadas, las cortinas echadas y la cabeza metida debajo de la almohada.
ResponderEliminarNo exagero amigo Pepe es que tu narras estas historias de una forma tan veraz, que uno no se atreve ni ha pisar las cenefas de chinos de las calles empedradas, para poder pasar silencioso y desapercibido. Esto lo cuentas con una voz cadenciosa junto a una chimenea, con solo la luz de un candil y el resplandor de las ascuas, que como en el momento más tenso maúlle un gato, pongo los pies en polvorosa y me doy con los talones en los cuartos traseros, la cuesta del chapiz se convierte en autopista y no miro hacia atrás aunque me llamen por mi nombre.
Cuantas historias de estas conoces,seguro que muchas,pues intercalalas y no las des todas seguidas para evitar los peligros de los paños menores. Un fuerte abrazo algo encogido pero satisfecho por haber podido superar la prueba, de tu amigo Pepe, apoyado en la esquina de la Iglesia de SAN GIL Y SANTA ANA, de espaldas al río y mirando a plaza nueva, Esperando que el ritmo cardíaco vuelva a su estado de normalidad.
Amigo Pepe:Andando de puntillas, con la respiración silenciosa y entrecortada, la solapa del abrigo echada hacia arriba a modo de embozado, los pazos silenciosos y precavidos, la mirada y el oído atentos al menor ruido, temiendo la aparición fugaz del fantasma de D.Gil, el corazón latiendo a un ritmo acelerado,me has llevado por las intricadas, sinuosas y misteriosas callejuelas albaycineras, con cierto temor a las almas errantes que en el mes de las animas son propicias ha caminar errantes por los lugares donde vivieron. Este otoño lluvioso, nubloso y tormentoso, es tiempo favorable a este tipo de apariciones, que tu traes a la memoria de forma tan viva, expresiva y temerosa. Esta noche más de uno antes de acostarse, deberá comprobar si todas las puertas y ventanas de la casa están bien atrancadas, las cortinas echadas y la cabeza metida debajo de la almohada.
ResponderEliminarNo exagero amigo Pepe es que tu narras estas historias de una forma tan veraz, que uno no se atreve ni ha pisar las cenefas de chinos de las calles empedradas, para poder pasar silencioso y desapercibido. Esto lo cuentas con una voz cadenciosa junto a una chimenea, con solo la luz de un candil y el resplandor de las ascuas, que como en el momento más tenso maúlle un gato, pongo los pies en polvorosa y me doy con los talones en los cuartos traseros, la cuesta del chapiz se convierte en autopista y no miro hacia atrás aunque me llamen por mi nombre.
Cuantas historias de estas conoces,seguro que muchas,pues intercalalas y no las des todas seguidas para evitar los peligros de los paños menores. Un fuerte abrazo algo encogido pero satisfecho por haber podido superar la prueba, de tu amigo Pepe, apoyado en la esquina de la Iglesia de SAN GIL Y SANTA ANA, de espaldas al río y mirando a plaza nueva, Esperando que el ritmo cardíaco vuelva a su estado de normalidad.
Estimado amigo sevillano, con el sobrenombre de Pepe y apellidado Cuadros Moreno.
ResponderEliminarPepe, porque es un nombre que nada más pronunciarlo nos trae a la memoria infinidad de personajes que con el mismo han hecho historia en todas las ramas del saber y tú ya estás ocupando un puesto en esta lista de hombres célebres con el común nombre de Pepe, que otros lo llaman: Jose, José, Joselito, Pepe, Pepillo, Pepito. Cuadros, por las muchas obras de arte pictórico que has realizado en numerosos cuadros y Moreno, porque morena es aquella azúcar, con este color que le da sabor a todo lo que impregna, y eso es lo que ocurre con tus extensos comentarios a mis archivos, le das un grato sabor, que convierten recíprocamente estas diatribas en verdaderas filípicas entre Sevilla y Granada, desde el famoso barrio de Nervión, a éste otro del Realejo.
He leído tu comentario, y la verdad sea dicha, que si durante la descripción que yo he realizado del Cristo de las Tinieblas le puse el máximo de interés con el objeto de imprimir cierto sosiego, desazón e incluso miedo en el lector, te tengo que decir que has sido tú el que en estos momentos me has desatado tal pavor que con tu forma de narrarlo, en el comentario que haces, superas en gran medida el que yo haya podido originar en los lectores, de tal manera que he intentado leerlo otra vez y el pánico ha hecho presa en mi, de tal modo, que me ha sido imposible realizar de nuevo la lectura.
A tal punto me ha hecho reflexionar sobre el miedo ese que, cuando éramos niños y nuestra madre nos decía: nene, sube a la habitación de arriba, y te bajas el... y pronunciaba cualquier objeto, después de remolonear mucho, al final después de los apremios de la que nos trajo al mundo te decidías a subir, todo en tinieblas solo la mariposa o lamparita que flotaba en el tazón de aceite dedicado a las ánimas del Purgatorio, hacía que la sombra de tu figura se agigantara en la pared, y el chisporroteo de las luminarias, eran las voces a gritos de las almas del segundo Infierno, que te llamaban para arrastrarte a los abismo de la expiación eterna, y subías corriendo a coger el objeto pedido y bajabas las escaleras de dos en dos y alguna vez te diste un buen mamporrazo al llegar al final, que producida la hilaridad de los demás miembros de tu familia.
Todo este conjunto de cosas me ha hecho reflexionar sobre la teoría que Sigmund Freud tiene sobre el miedo.
Existe miedo real cuando su dimensión está en correspondencia con la dimensión de la amenaza. Existe miedo neurótico cuando la intensidad del ataque de miedo no tiene ninguna relación con el peligro.
Viendo todo esto me he preguntado ¿cual sería el miedo que en nuestra infancia padecíamos? Está claro, nuestro miedo era completamente neurótico. A veces, en determinadas situaciones hemos padecido los dos tipos de miedo.
Amigo Pepe, ¿Acaso cuando nos subimos en un avión para hacer un largo viaje no se nos dan los dos tipos de miedo el real y el neurótico, sobre todo cuando hay turbulencias y suena un sonido especial para que nos abrochemos los cinturones? Para colmo si el capitán del vuelo se le ocurre decir: señores pasajeros, abróchense los cinturones y póngase el carnet de identidad entre los dientes que después no se reconocen los cadáveres, aquí ya es que el marrón que se nos pone por la parte inferior del cuerpo es de escándalo.
Después de pasar un rato de miedo simulado con tu descripción, me aferro al buen sentido de nuestro humor para pasar unos instantes agradables. Gracias por tu comentario, y hasta la próxima recibe un abrazo de valor, tranquilidad y sin ninguna clase de miedo de tu amigo, Pepe Medina.
Amparo Mora Montes.
ResponderEliminarBuenos días, lo prometido es deuda.
Después de la introducción con recorrido otoñal por la Carrera de la Virgen con su alfombras de hojas caídas, puestos navideños y de castañas asadas, canteros... nos trasladas a la calle S. Martín del Albaycin y otras callejas próximas para contar la leyenda relacionada con la hornacina del Cristo que existió en el lugar y lo sucedido entre el capitán D. Pedro de Ballesteros, su bella.hermana Isabel y los amores de ella, a escondidas de su hermano, con el estudiante D
Fernando de Ayala. Para dar emoción al relato, entra en juego el toque de Ánimas, los pasos silenciosos, el embozado que rondaba a su novia y el despechado D. Gil que, celoso, quiso vengarse.Cuando D. Fernando se encontraba postrado ante el Cristo de la hornacina, aprovechó D. Gil para atacar al estudiante que quedó malherido.
La historia tiene un final feliz con el casamiento de.Isabel y Fernando pero dice la leyenda que un bulto negro se desliza ante el Cristo después del toque de Ánimas. Es el alma de D. Gil que vaga por el lugar.
Con este final tan truculento he pasado miedo está noche, pensando en el bulto negro y en las Ánimas. Tienes tal habilidad al contar la leyenda, que la vivo y me implicó en ella.
Felicidades. Un abrazo
Amigo Pepe. Confieso que cuando leí el título de tu narración encontré cierta curiosidad, ya que la calle protagonista de tu historia fue referente en mi primera juventud. Allí vivía y vive Miguel Peña, compañero de estudios en el bachillerato y en la mocedad. En sus calles adyacentes, también vivían amigos con los que compartía aventuras, más imaginarias que reales. Soñar era nuestro pasatiempo.
ResponderEliminarEn mi infancia, mi padre tuvo a bien matricularme en una escuela de primaria que había en la Placeta Sillería, en los aledaños de Plaza Nueva. Como compañeros tenía a los hermanos Puertollano, albaicineros de pura cepa. Nuestras aventuras se centraban en descubrir calles, en recorrer ese laberinto y caprichoso de callejuelas y placetas que nos encontrábamos camino de casa. Y así fue como comencé a descubrir el barrio, mi barrio, el que no termina de fascinarme. Esos laberinticos recorridos se convirtieron en un ancho mundo por descubrir, siempre misterioso. Cada callejuela, cada placeta que descubríamos se convertía en una emoción gozosa que nos hacía sentir auténticos exploradores. Todavía disfruto pasear por esas calles y experimentar con sentida nostalgia esas sensaciones, ya tan lejanas, que aún bullen en mi memoria.
Mencionas en tu narración la ausencia de niños en la calle jugando. En un reciente reportaje de televisión, me resultó curioso comprobar cómo los niños “de ahora” disfrutaban como micos, con los juegos que un grupo de padres y madres habían decidido enseñarles: la rayuela, la comba, el pañuelo, etc., en el parque del barrio. Lamentablemente los amigos carnales han pasado a ser amigos virtuales. Vivimos aislados, paradójicamente, en medio de un mundo dominado por la comunicación instantánea, en tiempo real. Somos seres solitarios en la penumbra de una habitación, con un ordenador que me permite tener amigos en cualquier parte del mundo. Vivimos una sociedad ya definida por la “patología de la normalidad”. Las relaciones humanas, las tertulias, están en la pantalla de un ordenador.
Interesante me ha parecido la historia de D. Gil y la bella Isabel. No conocía esta tragedia -¿leyenda?-. Me ha parecido especialmente hermosa y me recuerda los entramados de las obras de Lope de Vega. Sin duda, creo que no hubiese desdeñado ese argumento convirtiéndolo en una de sus joyas de teatro.
En fin… poco puedo añadir, excepto decir que, una vez más, he disfrutado con tu narración; una narración que me ha recordado “cosas” y sensaciones que, días lejanos, me hicieron sentir feliz. Gracias.
Antonio Góngora Yudes
Dori Bernal Lopez.
ResponderEliminarLo he leído me ha encantado, que bien me has trasladado a mis calles hasta mi placeta, antes la veía grande, hoy la veo pequeña y solitaria,he vivido 68 años ahí, me he emocionado y no te has dejado ni un vecino. Gracias me ha gustado.
Beatriz Valdivia.
ResponderEliminarBuenas noches Don José maravilloso escrito que nos ofrece hoy.
Me ha encantado la manera de describir
el otoño nunca lo había pensado así,
tan sensual al desprenderse las hojas
Los bonitos vídeos de esas callejuelas,
el repicar de campanas, los recuerdos de tantas personas conocidas y como
no la bonita historia de la muchacha que cuidaba de su noble hermano.
Muchísimas gracias Don José por este rato tan agradable que he compartido con usted,y lo que he aprendido
Feliz descanso Don José Medina. Un abrazo
Maria Luisa Pernas.
ResponderEliminarMuchas gracias, su esfuerzo ha merecido la pena.
Nano Tallada.
ResponderEliminarLa casa del fondo, iluminada por el sol, era la casa de mis abuelos, donde me crié. Qué buenos recuerdos. Gracias por tan preciosa foto
Matilde Folgoso.
ResponderEliminarSi que la conozco esa calle San Martín, pues Tuve la suerte de vivir en el Carmen del mismo nombre y tengo unos recuerdos maravillosos, espero contarlos... desde ese Carmen salí vestida de novia, hoy al entrar a ver lo que sabe sobre ella. Gracias Señor. Un saludo afectuoso!!
Teresa Campos.
ResponderEliminarPrecioso como todo lo que usted publica, DON JOSÉ.