Las luces asomando sus
cabecitas en los alto de los pedestales de las farolas durante la noche,
quitaron el velo tenebroso que lentamente se deja caer en los atardeceres,
envolviendo las calles y avenidas de las ciudades y pueblos en un oscuro manto
de tinieblas, comienzan a marcharse sin apenas dejar rastro, con la misma
lentitud con la que llegaron, porque por el horizonte comienza a aparecer otra
nueva luz, la luz del día.
Amanecer en Castell de Ferro
También se ha marchado
la gran lumbrera de la noche que deja su luz acariciando suavemente el mar
construyendo una blanca alfombra rielando sobre el espejo de las aguas.
La Luna riela sobre las aguas de Castell de Ferro
Captando el momento, la Luna se baña en el mar
Si las farolas se
vistieron de claridad, ahora dejan paso a la mayor de las energías luminosas,
que desprende la gran lámpara que se pasea diariamente por el firmamento
desprendiendo incandescencia y dando vida a todo lo que se cierne a su
alrededor.
El paseo de todas las mañanas
No irrumpe el escenario
bruscamente, no intenta inquietar a nadie, no se presenta con violencia, sino
que antes de asomar la enorme bola de fuego impregna el escenario con una
corona cromática de infinidad de colores, como los mejores
pajes que saben anunciar que pronto aparecerá el gran "Señor Rey de la
Naturaleza".
Las montañas cercanas
aún duermen no se han podido quitar de encima el enorme peso de la oscuridad nocturna, y mantienen a sus pies el cordón de luminarias que intentan quitarle
los miedos de la tenebrosidad de las sombras.
En un pueblo granadino
donde los nativos cambiaron hace algún tiempo las redes de pescar, y el barco
que navegaba por las aguas que se cubren de azul ultramar, para obtener el
sustento de sus hogares.
Los barcos de pesca duermen el sueño de la espera
Dejaron anclado en la playa el barco y los utensilios
de captura, para subir a la montaña cambiando ese mar azul por otro de color blanco,
navegando por él para obtener un nueva pesca convertida en vegetal, verde una
veces, y otras de diversos colores que se sumerge en las arenas de una playa
que carece de linfa, debajo de las aguas blancas de los plásticos donde tiene su morada.
Un inmenso mar de plásticos
Son las siete de la
mañana, está amaneciendo en Castell de Ferro, un pequeño grupo de amigos,
queremos disfrutar del crepúsculo matutino, dar un paseo, subir a la montaña, respirar el
aire impregnado de la salinidad del mar, para sumergirnos en ese nuevo mar de
plásticos, en competencia con éste otro que bordea la Costa Mediterránea.
Han vestido de nevada blancura el llano
y la montaña, desde “in illo témpore”, tenían la tez oscura de color ocre curtida por el sol, donde solo
crecían los jaramagos, tomillo, romero, esparto, piornos, espliego, mejorana,
Piornos
para dar paso, al pepino holandés, al tomate de ensalada, al
decorativo cherry, al pimiento, sandía, melón y otras hortalizas,
cuidadosamente mimadas
por éstos que cambiaron el traje de pescador por el de agricultor.
Ver amanecer en la Playa
de Castell, es vivir un sueño a continuación del de toda una noche, es
trasladarse a momentos en los que el Sol dejando sus rayos, a modo de largos pinceles, da holgados trazos de oro
sobre la arena, como el mejor pintor de todos los tiempos, las gaviotas picotean
los restos que dejaron los que por allí anduvieron, levantando sus vuelos como
blancas cometas lanzadas al viento.
Los pinceles del Sol doran la playa.
Hay un silencio
agradable y al mismo tiempo estremecedor, música acuática de instrumentos
invisibles, solo se escucha el rítmico movimiento de las olas, que vienen
ansiosas a besar los guijarros de la playa, dejando en ese amoroso beso la
placentera espuma que saborean lentamente los dos enamorados, playa y mar.
El beso amoroso del mar con la playa, en espumas blancas de suaves olas.
Es un puro
enamoramiento en continuo movimiento del mar con la playa, y ambos en unánime armonía.
En el amanecer, en
cualquier playa, y en mi Playa de Castell, Cambriles, es sacar los sentimientos penas y
alegrías al Sol, en esa blanca orilla
donde el mar viene a desahogar su grandeza
y yo a enjugar mis pensamientos.
El mar desahoga su grandeza en la playa
Todas las mañanas
cuando doy mi paseo dejando las huellas de mis pasos sobre la arena, te veo
llegar saliendo de las entrañas del agua subida en una ola y te abrazo enredado
en el pleamar de tu atractivo.
Emilio, el barbero de
Castell de Ferro, ha cambiado la maquinilla de pelar y la navaja de afeitar por
el riego a goteo, el manejo de la tecnología para alimentar sus plantas que
crecen rápidamente, bajo el calor de los plásticos, suministrándoles los
productos químicos para que no puedan destrozar el plantel los gérmenes enemigos que
invaden y se desarrollan en estas carpas gigantes de
plástico.
Sistemas de inyección de productos químicos
En el Puente de la
Rambla de Castell, subido en el todo
terreno, nos espera Emilio, para darnos las instrucciones pertinentes, el GPS
hecho palabras del camino que tendríamos que seguir hasta llegar al punto de
encuentro, al invernadero que veríamos.
Emilio, nuestro agricultor
Caminamos ascendiendo
por la montaña, siempre estuvo desnuda tal como la parieron los tiempos, ahora
los hombres te han vestido de asfalto, con largas corbatas blancas que marcan
tus lindes, por donde te golpean diariamente sin compasión las yantas de los
que orgullosos caminan sobre ruedas.
Comenzamos la ascensión
El paso se hace lento pero firme, la conversación pausada con el compañero que llevas al lado, nadie nos detiene por el camino, solo el lenguaje del viento hecho brisa que acaricia
nuestros rostros.
Hay que dejar el
alquitranado para pisar sobre tierra, los pedruscos deslavazados que andan
sueltos por el sendero, y tramos de basto hormigonado que los labradores han
sedimentado para evitar los perjuicios en el trasiego de los vehículos, entre barros con los que
se cubre el estrecho camino en invierno, y el polvo en el caluroso estío.
Los dos de la cola se
unen a la cabeza que espera nuestra llegada.
El sendero se estrecha,
se sienten bajo nuestros pies los gritos continuos del camino con voces de
grietas que claman al cielo.
Los gritos de las grietas del camino
Habla el guardián que
vigila día y noche con su voz bronca,
para hacer saber a los que transitan por
el sendero que los invernaderos son intocables, sobre todo para los que intenten
violarlos, mientras el despertador de la mañana con su kikirikiri, deja sus
notas en el espacio.
El guardián del invernadero
El Sol calienta el
pueblo de Gualchos, mientras bidones y chimeneas en pequeños garigolos nos ven
pasar, yo también llevo mi acompañante que cuida cada momento de mis pasos.
La senda es placentera, pero hay
que descansar en algún momento, respirar profundamente ese aire especial que dan
las alturas, cubierto con la capa natural que le aporta la marisma impregnada
de sal que le hace más apetecible, mientras los que han llegado primero
observan la andadura del reportero que, como tal, tiene que ir percatándose de
todo lo que va surgiendo y apareciendo en escena.
Los primeros en
alcanzar el objetivo final esperan impacientes que nos agrupemos para entrar
en la Santa Santorum de la producción.
Desde las alturas se divisa
con más perfección y nitidez el mar blanco de plásticos que invade todo una
gran ladera de la Sierra de Lujar, mientras algunos frutos al borde del camino,
prestos se nos ofrecen, para mitigar la andadura.
Nos encontramos en la
puerta de entrada, no tiene aldaba de llamada, ni medallones que la adornen, es
simplemente una puerta de altura limitada y construida en consonancia con el
invernadero con una chapa metálica, aquí no existen lujos solo lo práctico.
Entrada al invernadero
Sabemos que hemos
venido en una época en la que los viveros se están preparando para recibir el
germen importante que se ha de sembrar, y que finalmente convertirán aquel
enorme espacio en un vergel.
Nada más entrar
impresiona el enorme espacio, la arena que cubre el suelo, los postes que
sostienen la gran cantidad de materia dúctil y moldeable que forma la techumbre,
por donde penetra la luz del exterior, como la que pasa por el crisol sin romperlo
ni mancharlo, pero dejando una luminosidad tal, que hasta en las noches más
oscuras que cubren la montaña no impedirán que la poca luz que exista penetre
en el interior.
Los hoyos en perfecta
alineación, como si fuera un gigantesco cartón donde se depositan los huevos
que se recogen de las granjas, como el mejor batallón de soldados esperando al
General del Regimiento para pasar revista, se alinean esperando ansiosos la
llegada de la nueva planta que recibirán con esmero para una vez alimentada por
el agua, dar en pocos meses el fruto apetecido.
Emilio nos informaría detenidamente
de cómo ha sido la cosecha este año, los almacenes donde llevan el producto
hortícola, del mantenimiento, de la planta que ya está pedida para sembrar el pepino holandés, del sistema que utilizan para sembrar, los hilos que desde el
techo llegan al suelo para que la planta como buen saltimbanqui se eleve.
La rapidez con la que
comienza a dar fruto, en septiembre se siembra y en octubre ya se están
cogiendo pepinos.
Dos cosechas se
producen al año, una primera de pepinos y la siguiente de sandías.
Invernadero de sandías en plena producción
Hay varias cooperativas
donde se llevan los productos: “El Grupo”, “Eurocastell”, "La Palma", son las más fuertes
donde se mueve un número de unas tres
mil personas, entre oficinistas, obreros, camioneros.
Las plantas rinden más
cuando la música hace acto de presencia, en el invernadero hay diversos
altavoces distribuidos por distintos lugares por donde la melodía deja sus notas
para que las plantas se complazcan, y den mejores frutos.
-Vamos a ver, ¿eso es
real o es una tomadura de pelo?
-Eso es pura realidad. Las
plantas son seres con vida, de ahí que debemos respetarlas.
Polifonía en el invernadero
-Oiga.
-¿Y esos cartocitos
amarillos que se ven colgando?
-Esos tarjetones,
tienen una sustancia adhesiva donde se pegan los diversos insectos que puedan
molestar a las plantas.
Se comenta el tipo de trabajadores y la forma de
realizar su misión y las ayudas que se reciben de la Comunidad Económica
Europea.
Creo haber oído que por
las noches, cuando el invernadero se queda a solas, la puerta se cierra, la luz
que también cuenta baja su intensidad, deja de hablar con esos lexemas y morfemas propios
que solo las plantas entienden, entonces un pepino que hace de guardián y centinela da la voz y
comienza la fiesta.
-Chicos, dentro de poco
nos van a vender, nos van a meter en cajas muy ordenaditos, y en grandes
camiones nos llevarán a lejanos países, para disfrute de los humanos, nos trocearan y nos mezclaran con otras verduras y
pasaremos a los estómagos de los humanos, así es que ha llegado la hora de la diversión.
Los últimos ruidos del
todo terreno se pierde garganta abajo, mientras se retuercen los últimos alientos
del atardecer, el día da las últimas inspiraciones para morir y deja paso a la
noche.
Ha llegado la hora de
la diversión.
-¡Comienza la fiesta!
-¡Pon música! Dicen los pepinos.
-Las primeras notas
musicales comienzan a salir.
-¡No, no, esa no!,
estamos hartos de oírla todo el día, nada de Chopin , ni de Beethoven, gritan
al unísono todos.
-Queremos un chachachá,
danos salsa, hip hop, merengue y hasta un pasodoble torero.
Aquello es toda una
algarabía, los pepinos saltan y bailan
- ¡La noche es nuestra!
-Enciende el vino de la
ilusión.
Comienzan a entrar los
primeros rayos que anuncian el día, ya se escucha el ronco sonido del tractor,
y rápidamente, borrachos de pasión cada pepino ocupa su sitio.
-Si esto no es cierto
preguntadle a Emilio, que alguna mañana, sin saber cómo, todo se lo ha encontrado
revuelto.
Pasaríamos a otro
inmenso invernadero con una superficie de seis mil trescientos metros, donde
nuestro anfitrión nos seguiría informando sobre el sistema utilizado para la aplicación de los insecticidas, a través de diversos
bidones donde se echan los distintos productos químicos.
En una conversación
amigable, se le dio un repaso a la diferencia tan enorme de cómo se pagan los
productos en el sitio de procedencia y la carestía que toman en el mercado, de
haber tirado alguna vez la cosecha entera cómo protesta, y la falta de unión
entre los agricultores, los invernaderos ecológicos también ocuparon su lugar.
Un enorme depósito de
agua conteniendo quinientos mil litros, será el alimento básico para las
plantas, líquido que procede de la Presa de Rules.
Depósito de agua con quinientos mil litros
Emilio nos hablaría del
lugar donde se encuentran estos dos invernaderos, siempre fue la Cuesta de Adra,
pero al haber aquí un contino, donde se
preparaba la cal para blanquear se le llama a este lugar, El Contino.
Pero no solo de
pepinos, sandías, de agua, de mar plastificado, de paisaje, montañas doradas
por el Sol serían suficientes esta mañana, sino dorados racimos de uvas, junto
con ricos higos isabeles, algún aguacate, kakis, recrearían la vista y el
paladar, después los recibiríamos gustosos en nuestra propia mansión.
Desde aquí el agradecimiento, de los que
participamos en esta exhibición, a Emilio, por su generosidad que gentilmente
nos explicó el funcionamiento de estos monstruos vestidos de blanco que
albergan en sus entrañas todo un mundo vegetal que alimenta a media Europa.
Emilio no es solo un
gran cultivador de productos tropicales, sino un ágil trepador para recoger el
fruto de sus árboles frutales que mima con sumo cuidado, esta mañana nos daría
una exhibición de como coger las ricas peras.
Los gatos del Contino
están asombrados contemplando la visita que inesperadamente se ha presentado
esta mañana, mientras dialogamos, contemplamos todo el intringulis de los
invernaderos, y hasta nuestro guardián del enorme “cortijo” ha dejado de ladrar
y se ha hecho amigo de la visita inesperada.
El paisaje se dora lentamente según avanza el
día, los molinos como enormes ventiladores comienzan a girar sus aspas para
refrescar desde el horizonte el panorama.
Las boganvillas se
están desmelenando del letargo de la noche y dejan recrear nuestra vista en los
vivos colores que desprenden.
Gualchos, con sus
casitas resplandecientes aparece todo ufano incrustado en la montaña luciendo
su traje blanco recién lavado con el rocío de la mañana.
Los albos invernaderos
comienzan a hacer su pequeño oleaje para demostrar que ellos son también mar, y
que se mueven sus techumbres al ritmo que les marca el viento.
Triste y compungida,
abandonada de todos se encuentra la chumbera, ha dejado de existir atacada por
la Cochinilla del Carmín.
La chumbera se importó
desde México con el fin del cultivo de la cochinilla, de la que se extrae un
carmín natural usado principalmente en cosméticos, aunque también se ha usado
en alimentos. Una vez que dejó de ser rentable la extracción de este pigmento,
se ha abandonado su control y ha causado plagas incontroladas que pueden acabar
con el higo chumbo.
La cochinilla ha acabado con las chumberas
Elegía al higo chumbo.
Ya no se escuchan
aquellos pregones de las gitanas del Sacromonte que en este mes de agosto,
portando sobre sus caderas las canastas de mimbre, fabricadas a mano por los
canasteros, bajaban por la Cuesta del Chapiz, una de las columnas vertebrales
del Barrio del Albayzin, pregonando en forma de canto el producto que vendían.
Cuesta del Chapiz. Óleo de José Medina Villalba
Gitana con canasta por la Cuesta del Chapiz
Los pregones eran luces
de la aurora, cantos de gallos al amanecer, clarines al viento para despertar a
las vecinas del barrio que con sus fuentes de Fajalauza con tintes azules, decoraciones con reminiscencias
arabescas, salían a comprar el rico higo chumbo.
Fuentes de Fajalauza
-¡¡¡¡ Qué
gordoooooooooooooos, y qué dulceeeeeeeeeeees, qué ricooooooooooos
higoooooooooooooos, llevooooooooooooo, hooooyyyyyyyyyyyy!!!
Con la maestría con la
que el cirujano corta la piel deslizando el bisturí con suma elegancia, nuestra
vendedora del rico higo chumbo, seccionaba longitudinalmente la piel para
después delicadamente separar las dos partes de la corteza y ofrecer el fruto
que surgía todo resplandeciente, mostrando su color dorado y sus pequitas
convertidas en granos.
Nuestra vecina lo
tomaba y colocándolo en la fuente lo trasladaba a su morada.
Chumberas con su fruto
Junto a una copita de
anís, los chumbos constituían uno de los desayunos clásicos de los
albayzineros.
Este era el desayuno del albayzinero en verano
Con el cuerpo henchido de todo lo que un invernadero en
ciernes nos pudo suministrar, comenzamos a descender de la montaña, inmersos en ese mar de plásticos, por senderos estrechos, haciendo submarinismo sin agua, pero en un piélago
de flexibles plásticos.
Bajo una enorme bóveda
nuestros pasos continuaban la marcha, atrás iba quedando un inmenso mar, flotando
en el aire los ladridos de los guardianes de las fincas, y el canto de los
gallos que solo suenan anunciando la aurora en el amanecer.
La cámara sujeta por mi
brazo grababa el sonido de mis pasos con un runrún que rebotaba en la
bóveda mientras la vista se cegaba
ante una luz que brillaba al final del túnel, y mi mente divagaba en
pensamientos que te suelen martillear continuamente.
Parecía como si una voz
interna, salida de lo más profundo de mi subconsciente me hablara.
-“Cierra los ojos, y
abre los ojos de la reflexión y el pensamiento, echa una visual a tu vida,
plagada de acontecimientos de lucha incesante para conseguir tus metas y tus
objetivos, vida de luces y sombras, vida de éxitos y otros no tantos, pero
siempre siguiendo adelante, este túnel representa tu vida.
“Estás en un momento de
cambio de conseguir los fines que te propones de visualizar los objetivos que
ahora te planteas, reconoce el valor de todo lo que hasta ahora has realizado y
siéntete orgulloso, no vuelvas la vista atrás lo pasado, pasado está, no vayas
a caer en la monotonía rutinaria del
pretérito, has cambiado y no tendría sentido volver atrás, lo mismo que en este
túnel donde te encuentras ahora hay luz al final, el túnel de tu vida a la
terminación tiene luz, no dudes que conseguirás lo que te has propuesto, porque
ha llegado la luz al final del corredor de tu vida”.
Entre cañaverales e
invernaderos seguimos caminando mientras allá arriba el faro de Castell nos
marca el norte a seguir.
Los faros, torres
erguidas permanecen impasibles y estáticas mirando fijamente sin pestañear el
horizonte.
Todos tenemos un faro
en nuestra vida, representa la espera,
de aquellos que lo buscan para llegar seguros al puerto de conseguir sus
deseos, solitario nos anima a los que les invade la soledad, nos ilumina y nos
guía para seguir transitando.
Algo nos detiene en
este andar, escondido en el camino entre chinarros que marcan el sonido de los pasos, cañaverales e invernaderos con remiendos producto de los avatares
de las inclemencias del tiempo, ha surgido algo que pone un punto de belleza
especial, unas flores blancas haciendo juego con el albo que domina estos
territorios.
Las ruinas de un
castillo en la cumbre de un promontorio, que le da nombre a esta villa se
vislumbra en el horizonte, parece querer arrojarse al mar de plástico,
esperando un resurgir en la historia de una página pasada.
El castillo y los dos mares, el de plástico y el Mediterráneo
Castell y su Castillo
Mientras tanto una
larga sombra se extiende para alcanzar al grupo de cabeza, que me espera junto
a un bello decorado para perpetuar una escena más de esta jornada matutina.
Vamos dejando los
cañaverales, invernaderos, camino terroso y de chinarros, para al final poder desembocar en la carretera, donde el silencio solo
se interrumpía por el lenguaje del viento, o el que marcaban las zapatillas que
calzan nuestros pies, a veces el canto de un pájaro o el vuelo de una gaviota
que ha perdido su rumbo.
Hemos dejado los invernaderos, llegamos a la carretera.
Aquí, la jerga se ha transformado en el sonido veloz de las yantas de los vehículos y el silencio de una amplia rambla donde la
sequedad es el contraste para lo que después se convertirá en el desahogo de
todos los caudales de agua que verterán en ella, el feroz llanto de las
tormentas que vomitarán su furia en lo alto de las sierras.
La enorme Rambla de Castell
Son las once de la
mañana, el Sol va dejando caer el calor de sus rayos que nos animan a aligerar
el paso, ya tenemos a la vista nuestro punto de partida y el merecido descanso
después de un largo paseo mañanero, en el que nos hemos alimentado cuerpo y
espíritu en todo el trayecto, de sabores que solo se encuentran en una montaña preñada de invernaderos.
El símbolo de lo que fue la herramienta de trabajo de este pueblo, allí está presente, salió de un mar de aguas para cambiarlo por otro mar de plásticos.
El enorme puente a modo
de una gran diadema se asienta en la
cabecera de la rambla nos ve pasar, calurosos pero contentos.
-¿Qué es aquel edificio
que se vislumbra en lontananza, con los ribetes naranjas embelleciendo la
fachada y mirando constantemente al mar y a la sierra?
-Es el cuartel general
donde habita esta pequeña guarnición que ha realizado esta mañana el regusto de
visitar unos invernaderos en plena preparación para la siembra.
El obús rojo que se
pasea por el firmamento nos ha acompañado en todo el recorrido y ahora nos
anima para que nos reguardemos de su furia calenturienta.
Hemos llegado al punto
de partida despedimos a Ana María Lupión, miembro de
la familia de Enrique, que nos ha acompañado con amabilidad y simpatía, guiándonos por todo el camino, a
ella y al anfitrión Enrique, que generosamente ha volcado toda su sapiencia en
mostrarnos lo que es un invernadero, les damos nuestro más profundo agradecimiento.
Se agradece el sabor de una fruta, después del que deja una placentera mañana
El castellferreño ha dejado la pesca por la horticultura
Castell de Ferro. Óleo de José Medina Villalba
José
Medina Villalba