La noche había caído y el manto
azul de un cielo ultramar intenso cubierto de brillantes, zafiros y esmeraldas
arropaban el frágil sueño de un valle, con denominación de origen, Valparaíso.
En esta depresión, en esta cuenca, parece como si el Creador hubiera querido
echar el resto de su omnipotencia; a veces pienso que el Paraíso Terrenal,
aquel del que nos habla La Biblia, donde Adán y Eva disfrutaron de sus delicias
naturales, debió de sentir envidia sana de este nuestro valle.
Paraíso Terrenal |
Dormitaba el Colegio, y en ese
cabecear, cuando aún las musas del sueño profundo no le han hecho mella, cuando
la sinfonía orquestal de las aguas que corren lavando los pies de nuestro
entorno, en ese ambiente especial que, como perfume embriagador, sube desde la
ribera del Darro, acompañado de los últimos y casi apagados gorjeos de las
numerosas aves que se acogen a la ilusión del letargo de una velada más; cuando
el verdor intenso de la naturaleza matizado por la infinidad de colores fríos y
calientes que con él conviven, se ha ido paulatinamente apagando, porque Febo,
el dios sol, el que les da fuerza y vigor durante el día, en esa huída acostándose
en la cuna de lontananza se ha marchado; cuando comienzan los rasgueos de la
guitarras gitanas que con sus primeras notas abren y dan paso a la zambra y a
esos cantos de la “arboreá, la mosca, la cachucha o la boda gitana” que, como
nanas, vienen a convertir el sueño de nuestro Colegio en dulce y agradable
placer; cuando a la sultana Alhambra se le suben los colores a la cara, de ese
rojo esmeralda que como ascua de fuego, -que le proporciona lo que la inteligencia
humana ha sabido hacer transformado en electricidad-,va a encender todo el
cuerpo del valle haciendo que los fantasmas que, proporciona el miedo de la
noche, desaparezcan para que la naturaleza plena pueda dormitar con suma
tranquilidad; cuando el rocío de la noche como manjar y alimento especial de la
hierba regaba abundantemente todo el recinto, cuando..., cuando..., paseaba
tranquilamente, por nuestro recinto, después de una de esas reuniones que
celebramos la Junta Directiva de la Asociación de Antiguos Alumnos del
Seminario de Maestros del Ave María.
El dios Sol se marcha
Apoyado sobre la barandilla que
protege el camino que da al río, por momentos, mientras veía desaparecer y
apagarse lentamente las conversaciones de mis compañeros que se perdían en la
espesura del ropaje de la arboleda del paseo central, mi mente, atosigada por tanta
riqueza embriagadora y soñando en uno de esas leyendas persas, subido en
alfombra voladora te trasladan a edenes misteriosos o a ser protagonista de un cuento
más de las Mil y Una Noches, quedó en
plena libertad para que mi subconsciente, como en un “Flas Back”, se
hiciera de nuevo niña y se trasladara a aquellos maravillosos años de nuestra
infancia.
A la sultana Alhambra se le suben los colores a la cara
La
campana de la vela dejaba escapar, con su voz
de bronce ampuloso, los últimos sones de unos ecos que nos traían el recuerdo de aquellos
labradores que, ansiosos, esperaban el turno para saciar la sed de los campos
de nuestra Vega, o las recomendaciones de las madres del barrio que, a sus
hijos, interpelaban, a la hora de dormir para que cogieran pronto el sueño,
como la voz del “coco” que se comía a los niños que dormían poco.
Los campos de la Vega de Granada
Entre tanta y tanta meditación,
mi mente ya no estaba en el año 2013 sino en el 1945.
Apoyado en la barandilla que protege el camino
Veía a mis compañeros saltando
la acequia, ascendiendo por una veredilla que, con el paso de unos y otros, habíamos
formado, para subir donde estaba nuestra clase. De este modo podíamos llegar
arriba rápidamente, a no ser que fuésemos descubiertos por D. Antonio Bas
Sánchez, así se llamaba el maestro que regentaba la clase mayor; si nos delataba
nos invitaba a dar la vuelta y subir por la escalera que había frente al jardín
de la palmera, era el camino correcto. Pero no siempre estaba allí D. Antonio,
por lo que aquel caminillo seguía convirtiéndose en paso arriesgado.
D. Antonio Bas Sánchez
Es la hora del recreo; contemplo
a un grupo de niños jugando “al salto de la muerte”; otros se divierten, entre los que estaba yo,
a “chichiri voy”, a los pies de tu cabeza voy, el uno soy, el dos soy,..., (se
va diciendo mientras se salta sobre los que pierden).
-¿Churro, pico, tecna?- Grita el
jefe de los que ganan.
Una voz que sale de las profundidades de los
que amagan responde:
-churro.
-No, es tecna, (contestan los
que dominan).
-Así que os toca seguir
agachados.
Otros se entretienen jugando a
la rayuela sobre una “penca”,- hoja de las numerosas chumberas que poblaban la
parte alta que colindaba con el Camino del Sacromonte; pobre del que perdiera,
tenía que sacar con los dientes el palillo que después de tres fatídicos golpes
le habían introducido en el interior.
No digamos nada de los que se distraían
con los “nicles”, - logrados de los forros de los caramelos- jugando “al nicle,
nacle, chocolate”. A las cajillas, obtenidas de los forros de las cajas de
cerillas, para jugar a los montones o al triángulo. De los trompos y trompas
para ver quien rompía más de estos artefactos que, con movimiento de traslación
y rotación, a más de un maestro le sirvió para explicar los giros de la Tierra.
¿Qué me decís de la lima? aquella que, a
escondidas de nuestro padre, le habíamos extraído, para después de quitarle el
puño de madera, nos servía para clavarla en la tierra húmeda, en ese tiempo
lluvioso del invierno y de la primavera propicio para jugar. Cada juego tenía
su momento y su época, pero sobre todo, ¡qué gran imaginación le echábamos!
para, careciendo de los medios económicos, idearnos nuestros propios juegos.
D. Fernando Fernández Crespo,
aquel maestro de mediana estatura, de cabeza dolicocéfala de carácter
aparentemente serio, se frotaba los nudillos de una mano sobre la palma de la
otra para entrar en calor o para contener el esfuerzo que, en determinados
momentos, tenía que hacer para no dar un cogotazo; aquel maestro que nos ilusionó
con el dibujo y la acuarela, aquél que cualquier avemariano de aquella época y
de mucho después recuerda como el que más huella le dejó.
Tenía una metodología especial,
intuitiva, práctica y agradable, para enseñar cualquier materia; podríamos
seguir hablando largo y tendido de él. Aprovechó la lima no sólo para
quitársela a los que con ella jugaban, -era peligrosa, alguno se vio con el pie
atravesado ante un fallo del que la
lanzaba-, sino para enseñarnos las capitales de los países
sudamericanos; Ecuador, capital Quito,
-como yo hago, (quito); Perú, su
capital Lima,
-(lima) la que yo recojo.
Así quedaba la frase: quito lima.
De este modo recordábamos las capitales de estos dos países.
Otros, aunque fuera con una
pelota de trapo, también se divertían jugando al fútbol delante de la placeta
de la clase. Allí estaba “el Cuerva”, aquel que fue un gran jugador del
Recreativo y del Granada Club de Fútbol, dando los primeros “leñazos” a sus
compañero, ¡el Cuerva era mucho Cuerva!
Cuántos esfuerzos y trabajos
tuvimos que realizar para tener un campo de fútbol, o por lo menos, a nosotros
nos lo parecía, comparándolo con el que teníamos en la placeta de la clase;
para lograrlo retiramos, con nuestros sudores, todo el huerto de chumberas que
había por encima de las clases sexta y séptima.
Con los balones de deshecho que
nos proporcionó el Granada, C.F., nos sentíamos verdaderos ases de este
deporte. Los Nicu, Miguel López, Aguado, Cantillos..., se sentían como unos
profesionales.
D. Antonio Bas, al que los
alumnos le tildaban con el mote de “el paletas”, buen maestro, daba la última
pátina educativa, cultural e instructiva, para finalizar la Enseñanza Primaria.
De allí salíamos bien preparados unos para estudiar bachiller, otros para
ingresar en las fábricas de Electricidad Sevillana o de Pólvora, en el Fargue,
o simplemente para ocupar un puesto en cualquier trabajo comercial o industrial.
La disciplina y el orden eran la
norma habitual y más de una reprimenda se llevaba el discípulo atrevido que
quisiera romper con las normas de convivencia. Los nombres de Morón, Trapero,
Morales, Urbano, Arias, Miranda, Cantos, Carmona, Olmo, Ramos, Castillo,
Arturo, Rostán, Ramón, su hermano..., por citar algunos de los muchos
compañeros que aún recuerdo con agrado, me vienen en estos momentos a mi
memoria.
Jugando a la rayuela
Era D. Antonio un maestro al que
le gustaba mantener una buena relación con aquellos alumnos que, habiendo
salido del colegio y estando ocupando un puesto en la sociedad, procuraban
seguir de alguna manera ligados al Colegio que les educó y formó.
De esta guisa, de vez en cuando,
montaba obras de teatro que se ensayaban por la tarde-noche cuando los actores
habían dejado sus ocupaciones estudiantiles o laborales.
Me gustaba ir al salón de actos
y verlos ensayar, en más de una ocasión tuve que suplantar, aunque fuera
simuladamente, a alguno de los que, por causas justificadas, en algún momento
faltaban. Allí estaban: Jiménez
Barragán, Antonio Sánchez, Victoriano Rostán, Salazar..., desenvolviéndose como
actores de primera magnitud, después se lo hacían vivir al numeroso público que
acudía a las representaciones en los días solemnes del Ave María.
Me está llegando a mis oídos el
“pitorreo” de una mescolanza de notas que salen de una serie de instrumentos,
algunos con más bollos que una cacerola de porcelana, la mayor parte de estos
eran adquiridos por D. José Rodríguez, maestro de la banda, de segunda, tercera
o cuarta mano. Los ensayos se hacían, cuando el tiempo lo permitía, en la
placeta donde se encontraba la clase, dedicada exclusivamente a los músicos
que, por no alterar el orden de las demás clases, ya que de vez en cuando
tenían que ausentarse del colegio para ir a las fiestas de los pueblos,
formaban una escuela unitaria.
Mientras unos practicaban
sentados en el pretil que da al camino central, delante del atril metálico que
sujetaba la partitura que pacientemente se había escrito a mano con aquella
plumilla que portaba la tinta extraída del tintero, ( en aquella época, ni
había bolígrafos, ni por supuesto fotocopiadoras que hubieran podido ahorrar
tiempo y trabajo), otros solfeaban delante de las pizarras que había en la
fachada de la casa que habitaba D. Fernando y su familia; todo esto bajo la
atenta mirada del maestro, de larga nariz, fumador impertérrito, que apretaba
sus mandíbulas con fuerza para contenerse ante los fallos que se cometían y
evitar soltar una reprimenda, lo cual no quiere decir que no la hubiera.
Cuando por imperativos que
imponían la salida a las fiestas de los pueblos había que intensificar los
ensayos, estos se realizaban en segunda sesión por la noche; aquello daba
motivo para que, a la salida alguno de los musiquillos, amparándose en las tinieblas
de la noche, diera al traste con las uvas de los parrales, los higos, nísperas,
ciruelas y demás frutas que entonces abundaba, en el paseo central del Colegio.
La interpretación musical de las
partituras, cuando se acoplaban, bajo la batuta de D. José, se veía acompañada
por la musicalidad acuífera de aquella fuente que en forma circular se
encontraba en medio de la placeta con sus cuatro chorros laterales y de otros
varios que salían de una esfera situada en la parte alta de una columna
cuadrangular que ocupaba el centro de dicha fuente. La lectura, representada en
azulejos alrededor de la fuente, tenía su papel recreando nuestro espíritu, “Fuentes,
bendecid al Señor” “Mares y ríos, bendecid al Señor”, constituía una melodía especial
cuando la leíamos.
Nuestra banda de música hizo
historia en los anales de la Casa Madre. Recuerdo aquellos días de S. Andrés
cuando después de la misa solemne se daba un concierto doble en la placeta de
la iglesia; digo doble porque también acudía otra banda del Ave María, la de S.
Isidro, bajo la dirección del maestro
Ayala Cantos.
Había una competencia por ver cuál de las dos
orquestas lo hacía mejor. Los niños formando corro, alrededor, aplaudíamos,
sobre todo a nuestra banda. Atraía especialmente la atención la diminuta figura
de uno de los músicos, el trompetista José Luis Hidalgo Chica que, cual hidalgo
caballero, trompeta en ristre, lanzaba sus notas al aire de “Las Islas Canarias”,
bajo la atenta mirada de sus innumerables admiradoras.
También estaban allí: José Idígoras Gallut, Antonio Laín, Manuel Gómez, Rafael
Puche, Leopoldo Martínez, Manuel García (Sibari), Rafael Megías,
Francisco Pérez Barrera, José Ruiz Rodríguez, Francisco A. Milán, José Rada,
Francisco Rada, Enrique Castro, Manuel Palma, José Miranda, Miguel Miranda,
Agustín Aguado, Antonio López, Teófilo Martínez, Antonio Rocino, los hermanos
Hidalgo Chica (Ángel y Antonio), José Elvira, Enrique Molina, Leonardo Sánchez,
Luis Arganza, Miguel Gómez, José Amaya, Rafael Martín, José Molina, Antonio
Aguado..., y otros muchos que después fueron magistrales profesionales en
bandas oficiales.
(A todos ellos mi más sincero reconocimiento
por su labor prestada a esta Institución del Ave María; en esa edad, quizás no
eran conscientes de la actividad que en esos momentos realizaban. Como niños,
todo era juego y diversión, sin embargo, supieron llevar por muchas tierras y
pueblos el nombre de nuestro Colegio, el Ave María).
En aquel tiempo, una banda de
música no podía faltar en ninguna de las fiestas patronales de los pueblos,
acompañando al Santo Patrón durante la procesión y posteriormente, por la
noche, en la verbena amenizando el baile.
Nuestra banda fue contratada
innumerables veces y sus componentes eran alojados en las casas de las familias
que formaban parte de los organizadores de las fiestas, como mayordomos y cofrades.
Los desplazamientos se solían
hacer en camión descubierto con los instrumentos amontonados en un rincón. Por
la Comisión de Fiestas eran alojados los músicos en diferentes casas. Los
tiempos que corrían no eran muy boyantes y las necesidades estaban a la orden
del día.
D. José Rodríguez con la banda de música
Anécdotas de las aventuras corridas por estos pequeños artistas y musicólogos se podrían contar en gran número; quiero hacer referencia a una de las que llegaron a mis oídos y que, sin dar crédito excesivo, habría que poner en duda.
Dos de estos protagonistas, una
vez terminadas las fiestas -parece que el hecho ocurrió en Benalúa de las
Villas-, cuando ya se iban, cada uno
cargado con su taleguilla de garbanzos o de lentejas -costumbre común en todos
los pueblos donde acudían-, se acercó una mujer desesperada, llamando al
Director; interrogada por éste, que cuál era su problema, dijo que le habían
desaparecido los chorizos de la matanza que guardaba sigilosamente en una orza;
D. José le preguntó quiénes habían sido sus huéspedes; pronto fueron descubiertos
y del fondo de la talega salieron la ristra de chorizos. Como en aquel tiempo
no había demasiados impedimentos para castigar a los niños en sus angelicales
fechorías, D. José les administró sus buenos cogotazos, despidiéndoles con su correspondiente
puntapié en el polo sur, de sus respectivos cuerpos.
El airecillo que viene del Valle
me hace volver a la realidad. Así, despegándome de la barandilla en la que
apoyé mi cuerpo para poder soñar, en esta fantasía nocturna en la que hubiera
permanecido una eternidad, apresuro mis pasos para unirme a los compañeros de
Junta de Gobierno que, en la puerta de la Colegio, están esperándome.
Como el tema da para mucho y no
quiero, por hoy, cansarte más, mi querido amigo, compañero y lector,
simplemente indicarte que en el próximo archivo seguiremos contando estas añoranzas
de la niñez.
Quiero, a la terminación de este
artículo, dejarte un agradable sabor poético puesto en boca de nuestro
desaparecido avemariano, Manuel Benítez Carrasco, que con esa forma especial,
“sui géneris”, de escribir e interpretar su poesía, en más de una ocasión nos
deleitó con ésta que va a continuación.
POR LOS CAMINOS DE MI ESCUELA
Me estoy bañando en mi infancia;
con agua de infancia estoy
¡qué gracioso salpicón;
qué bien me sienta este baño
de primera comunión!
Los niños cantan y cantan...
(con ellos cantaba yo)
“... de diez me llevo una,
de veinte dos,
de treinta, tres...”
del alba me llevé el sol
y de todas las estrellas
me llevé el beso de Dios.
Geografía al aire libre,
mares a mi alrededor.
Y el Darro allá abajo
agua y agua, cielo, espejo,
nieve, nube, espuma, son..
El sistema planetario
bajo las parras en flor;
qué fácil llegar a Marte,
qué fácil mover el sol.
Y en vuelo interplanetario,
con una rapidez loca,
llevarme un racimo de uvas
desde Saturno a la boca.
...Mi corazón , un planeta
más que de tierra, de Dios,
con un ángel en la orilla
y un demonio alrededor
-satélite de blancura,
satélite de carbón-;
bien cuidó de mi custodia
el ángel que me guardó...
Que ahora mismo, con qué risa,
y, a un tiempo, con qué temblor,
estoy prendiendo en el negro
abrigo de don Ramón
un muñeco de papel,
hecho con las letras santas
del libro de religión,
le cantan a media voz:
“Borriquillo caliente
que lleva la carga
y no la siente...”
Don Ramón no se da cuenta
-y tiene su explicación-.
Que, aunque serio de remate,
es viudo y sin amor;
y cuando ve a doña Águeda,
don Ramón no es don Ramón.
Y es que aquella doña Águeda
-hoy caigo en la cuenta yo-,
como maestra era buena...
y como mujer...¡mejor!
Por la acequia,
llevó su poesía por muchos países del mundo
hojas de bambú navegan. especialmente por países de habla española
México, Argentina...
Y barquitos de papel
sin timón, jarcias ni velas
van, a deriva de sueños,
en callada competencia,
a una inminente batalla
de cañonazos de piedras
y a un prematuro naufragio
de aventuras marineras.
(También un día yo fui
marinero en esta acequia).
acequia de Dios;
un Ave María
y el Padre Manjón
con su borriquilla,
con su bendición,
como en Galilea
Dios nuestro Señor.
Agua de mi escuela:
canta, corre y canta
que hoy te necesito
por mi corazón.
Yo, desde mi cuna,
soy agua también,
mucha ya pasada,
poca, por correr.
Dame tus recuerdos,
¡me hacen tanto bien...!
Y dame tu gracia
y tu sencillez
ahora, en mi vida,
y en mi muerte, Amén”.
de niños roban un sol
pequeño en cada naranja.
Con ellos robaba yo.
...”Robad cuanto os venga en
gana,
robad a más y mejor;
que nunca es grande el castigo
cuando es chico el pecador.
Que nunca podréis estar
ni podréis ser, como hoy,
ni más limpios de pecado
ni más dignos de perdón”
¿Y a mí, quién me castigó...?
Qué pena que se haya muerto
-que es haber crecido yo-,
aquel don Juan medio ciego,
aquel vejete de Dios,
zapatos casi de tierra,
coronilla casi flor,
gafas casi de milagro,
sotana casi sayón.
¡Qué pena que se haya muerto!...
sobre las pizarras que hay en el Carmen.
Yo robaba las naranjas
recordando la inscripción
que en la puerta de la escuela
es como una invitación:
TODO PARA TODOS
Sí.
sí; pero para ti, no.
Tres libros en cada mano
y arrodillado ante Dios,
mi llanto no se sabía
si era rabia o contrición.
-Resucite usted, don Juan;
lo pido en nombre de Dios,
y castígueme de nuevo
por algo mucho peor
que robarle las naranjas
a espaldas de su perdón;
que cantarle a don Facundo
escondiéndome la voz:
“Por la carretera sube
Facundo con un farol;
se le han roto los cristales
y se ha dado un coscorrón...”
que hacer rabona en el río,
que hacer aeroplanos con
las hojas del catecismo,
que tomar la comunión
sólo por ver si el obispo
era un hombre o el Señor...
Porque todo aquello y más
si usted no se hubiera muerto
que era no ser grande yo.
Suena la banda de música.
¿Quién será su profesor...?
¿Y le harán burla los niños
como entonces hacía yo...? Río Darro
Entre la banda de música
yo era un pequeño tambor,
redoble siempre a destiempo
seguido de un bofetón.
con ellos cantaba yo:
“De diez me llevo una,
de veinte ,dos,
de treinta, tres...”,
del alba me llevé el sol,
y de todas las estrellas
me llevé el beso de Dios.
Hoy quiero cantar con ellos
y no me llega la voz.
Que las cosas que hoy me llevo
de treinta, vida y amor,
son para llorarlas mucho
dentro de mi corazón.
José Medina
Villalba.
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Don José, cuando cita en la foto de los niños de la banda de música a José Amaya ¿de qué año puede ser? es que no sé si puede ser el primo de mi madre que nació en 1931 y ahora tendría 82 años, estoy viendo los post con mi madre y estamos recordando (ella sobre todo) un montón de buenos momentos, un afectuoso saludo.
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