La primavera, aunque tarde, ha
despertado, huele a Corpus, la ciudad se engalana como la novia que se prepara
para su boda, los típicos toldos de aspillera, como palios, que han de cortejar
el paso del Monumento Eucarístico, penden por las principales calles de la
ciudad por donde ha de trascurrir la procesión; los pregones de la fiesta y de
los toros, se están celebrando con gran solemnidad en el patio del
Ayuntamiento, dados por periodistas de prestigio de los principales periódicos
granadinos; el cartel anunciador ya se exhibe en comercios y entidades
diversas.
Desde niño siempre escuché la frase
siguiente: Hay tres días en el año que brillan más que el sol: Corpus Christi,
Jueves Santo y la Ascensión; estos dos últimos, han ido perdiendo el empaque
popular de tiempos pasados, sin embargo, el Corpus sigue en nuestra ciudad
igual que en Toledo, como ciudades privilegiadas para celebrarlo en medio de la
semana, el jueves.
Me estoy bañando en mi infancia y mis
remembranzas como film cinematográfico van lentamente pasando por mi mente.
Los alumnos del Ave María con el Padre Manjón a la cabeza participan en la procesión.
La gayumba, flor campestre, con su
color amarillento intenso se está repartiendo entre los alumnos del Colegio del
Ave María que delicadamente la vamos colocando en la cabecera de nuestras
banderolas para desfilar en el cortejo. Es una mañana luminosa y limpia de un
Jueves de Corpus del año 1945. A la cabeza la banda de música tocando pasacalles,
Carrera del Darro hacia abajo, luciendo nuestras mejores galas, al encuentro del lugar que nos
corresponde en la procesión. Me imaginaba a D. Andrés Manjón, fundador de las
Escuelas del Ave María, tal día como hoy, rebosando de alegría observando a las
gentes agolpadas en las aceras y escuchando el aplauso de los granadinos al
paso de todo el cortejo de alumnos.
Después mucha seriedad en todo el
trayecto, saboreando el olor de la juncia y el mastranzo esparcido por las
calles, parecía que el campo se había metido, por momentos, dentro de la ciudad
regalándonos el perfume de la hierba recién pisada.
Granada en aquellos tiempos era
pequeña, tan pequeña, que podríamos compararla con un pañuelo, yo diría que era
como una enorme casa de vecinos donde prácticamente nos conocíamos casi todos
los de los distintos barrios, aunque había tranvías para desplazarse de un
lugar a otro, sin embargo, caminando en un momento, y por cualquier parte que
fuésemos pronto te salías de ella y dabas con la rica vegetación de la Vega.
Por la noche, después de cenar, te
dabas un paseo por la feria, pues la tenías a la mano. Ahora se la llevaron tan
lejos, cuando la ciudad creció, que ya no es tan fácil disfrutarla diariamente
como entonces.
-¿Vamos a la feria?
Raudos y veloces ya estábamos por la
Carrera de la Virgen completamente llena de puestos, de bisutería y juguetería,
a un lado y otro, reluciendo a la luz de los carburos, las preciadas
imitaciones. A la entrada del Salón, el monumento de la Reina Isabel y Colón,
que por aquellos entonces aún no los habían trasladado de domicilio, la caseta
de los maños, pisando mecánicamente la uva y ofreciendo el vino con el rico
barquillo daban paso a una serie de columpios para los pequeños: los caballitos
que suben y bajan, la noria pequeña, el tren de la bruja, las cadenas, los
pequeños coches de choque…, a la derecha del Paseo del Salón fueron, con el
tiempo, apareciendo las casetas de feria imitando a las de la feria de abril en
Sevilla, aquello era una novedad.
Pasando la fuente que separa los dos
Paseos entrábamos, en el Violón, en los columpios para los mayores; el primero,
que todos los años se situaba en el mismo lugar, eran las olas, el gusano loco,
allí nos esforzábamos en darle puñetazos a los balones que pendían del techo;
después vendría el látigo, con aquellos fuertes zurriagazos al girar en las
curvas, que nos ponían los pelos de punta; los coches de choque, el infierno,
la caseta de los espejos donde nos retorcíamos de risa al ver, con qué facilidad, nuestro
cuerpo adelgazaba, engordaba y se deformaba por momentos.
Llegados al puente romano del Genil,
que por aquellos tiempos era el único, teníamos los tenderetes de los
camarones, la rica chufa, los trozos de coco, regados frecuentemente por el
vendedor para que conservaran el frescor que le quitaba un sol de justicia.
Al Paseo de S. Sebastián, pasado el
puente, había que ir por la mañana, se celebraba diariamente la feria de ganado;
acudían los tratantes de bestias con sus reatas de mulos, caballos y burros
para cambiar, vender, charlar, conversar
y realizar tratos, en un ambiente de regateo hasta pactar la venta, el cambio o
la compra, que a veces solamente quedaba en la conversación. Todo este ambiente
lo plasma muy bien la siguiente poesía:
Y es que Andalucía es una señora
de tanta hidalguía, que apenas le
importa lo material
ella es la inventora, de esta
fantasía
de comprar y vender y mercar.
Y entre risas, fiestas, coplas y
alegrías
juntando a la par negocio y poesía.
La feria, la feria, es un modo de
disimular
lo de menos quizás, es la venta lo
demás
es la gracia, el a qué..., el hacer
que no vuelvo,
y volver y darle al negocio, su sal y
pimienta
como debe ser.
Negocio y poesía feria de “Graná”,
rumbo y elegancia, de una raza vieja
que gasta
diez duros en vino, y almejas
vendiendo
una cosa que no vale tres.
A las cinco de la tarde todos los
niños del Colegio, acompañados con nuestros maestros íbamos al circo de la
Alegría, situado junto al edificio de la Diputación. Pompoff, Teddy, Nabucodonosorcito
y Zampabollos, nacidos en la Pescadería y primos de los célebres payasos de la
TV, Fofó y Miliki, eran las delicias de los chavales. La mujer cañón, lanzada
sobre una red situada en medio de la pista, salía por la boca de aquella enorme
pieza de artillería después de un estruendoso sonido.
La Calle de Reyes Católicos, una de
las mañanas de estas fiestas, se cubrió de luto, un desfile de coronas
mortuorias acompañaban el féretro de aquella trapecista, desafiando la ley de
la gravedad en las alturas, tuvo un fatal accidente mortal. El silencio y la
tristeza se respiraban en el ambiente; a la cabeza el marido, pareja en la
difícil ejecución de los ejercicios, era el centro de atención de los que
contemplaban el paso.
Cómo nos divertíamos con la Pública
el miércoles, hasta las once de la mañana estábamos en el colegio, después,
toda una carrera para ir a ver a la tarasca y los cabezudos que anunciaban el
recorrido, que al día siguiente desarrollaría la procesión.
Allí estaban representados en los
cabezudos los personajes típicos de la ciudad: Chorro Humo, el que hacía de
guía en la Puerta del Vino, Pan y Olla que quedó ciego por una desagradable
broma de unos estudiantes que le pusieron un petardo en un cigarro, Vilorio,
que vendía periódicos en la esquina del café Suizo, del que se hizo famosa la
expresión “tienes más cabeza que Vilorio”, los payazos, Ponpoff y Teddy, la
gitana, el picador, el torero. Cómo disfrutábamos intentando evitar los
mamporros que daban con las vejigas que llevaban; algunos atrevidos mozalbetes les
tiraban objetos o les empujaban con la consiguiente carrera, a continuación,
para recibir todos los golpes de las vejigas.
El Viático en la carroza de S. Ildefonso
Allí estaban los gigantes
representados en los reyes cristianos y musulmanes, la banda de música, la
carroza del Viático de San Ildefonso, la tarasca subida en el dragón
representando, con su vestimenta, a la moda que se llevaría ese año;
curiosamente los comentarios, entre las mujeres, no eran muy favorables a la
forma en que la habían vestido.
He dejado un poco a un lado ese recuerdo
de mi infancia y me vengo al presente a este 30 de mayo de 2013.
Apenas una línea violeta en el
horizonte. Una línea que separa la mole pétrea de Sierra del negro intenso de
la noche: comienza a amanecer en Granada. Hoy es el día, el Día, es el jueves
que reluce más que el sol, hoy es Corpus.
La línea violeta se ha ido haciendo
cada vez más azul y más ancha. Sierra Nevada pletórica de nieve, todavía en
estas fechas, se resiste a desprenderse del manto que la cubre que rechaza fundirse en las alturas, en los canchales,
para comenzar su largo viaje hacia la Vega en forma de agua.
Ya comienzan a encenderse algunas,
pocas, luces en el Albayzín; hoy hay que madrugar, aunque se haya vestido de
rojo este día en el calendario; hay que saborear y empaparse de la solemnidad
del día, es la fiesta más grande y solemne “pa los granainos”. Nada menos que
el Santísimo se va a pasear por nuestras calles, va a recibir la adoración de
toda la ciudad.
Quiero disfrutar de la mañana, con la
cámara de fotos en ristre me dirijo a los lugares por donde pasará la comitiva.
Se percibe que el día a estas primeras horas, va a ser caluroso. El cielo está
plagado de vencejos, les apodamos “aviones”, se desplazan, en un enorme número,
de forma alocada, con una algarabía de chillidos ensordecedores como queriendo
despertar a todo el pueblo, describen
trayectorias diversas y da la impresión que van a chocar unos contra otros.
Me agrada ver echar el mastranzo y la
hierbabuena, para cubrir las calles vistiéndolas de camperas, que traen los
camiones que vienen de los pueblos de nuestra Vega. Añoro en cambio aquellos
carros y mulos que traían el pastizal de los campos, con las mozas vestidas a
la usanza, cantando y al mismo tiempo arrojando el salvaje producto del campo.
Hileras de sillas en doble fila están
siendo ocupadas, a pesar de la hora tan temprana, la gente reserva los lugares
de sombra porque el sol va a hacer su trabajo intensamente sobre la piel de los
espectadores.
Mi cámara va captando todo lo que se
sale de lo cotidiano, los artísticos altares situados en distintos lugares, miro
hacia los toldos y veo aquellos de otros tiempos, abombados que a los niños nos
llamaba la atención por la cantidad de recortables de papel que se veían, a
través de la aspillera: aviones, coches, muñecas, trenes, bicicletas…, que nos
entusiasmaban.
La mocita estrena traje nuevo, el
niño los zapatos y la mamá un mantón para los toros que le ha regalado “su
marío”.
Son las ocho de la mañana y el
termómetro de Puerta real señala ya los 20º y está comenzando el día. Menos mal
que el toldo de aspillera va a dar una “mijica” de sombra porque si no, a las
doce se va a fundir la plata de la Custodia.
Ya están las calles a rebosar, huele
a barretas y a verano, con claveles y jazmines, y sobre todo, a juncia y mastranzo,
a romero y tomillo, que trae la gente de la Vega rememorando una antiquísima
costumbre en cumplimiento de una promesa o servidumbre que, según se dice, se
remonta a los Reyes Católicos.
Ha amanecido un día radiante en
Granada. El cielo tiene una luz especial, esa luz, ese cielo de Granada que ha
enamorado a tantos pintores. Ya lo
escribió el poeta nazarí: “Tus ojos de gacela, son aún más hermosos, cuando
reflejan, las bellezas de Granada”.
Toda la ciudad se entrega, se
engalana y se pone más bonita que nunca para adorar al Santísimo. Habrá
cohetes, sobre todo en el momento en que La Custodia sale por la puerta grande
de la Catedral, alegría a raudales, las calles se engalanan con alumbrado con
motivos alusivos a la festividad.
El día del Corpus es como un renacer
es como un revivir, un volver a…, no se sabe qué; pero es como un encuentro con
algo muy antiguo, pero muy nuestro, y que los “granaínos” renovamos cada año,
desde hace siglos, desde Isabel y Fernando.
Por eso, en la Procesión van los maceros,
alguaciles, escribanos, palafreneros o heraldos, el escudo de la ciudad, los
pajes y la carroza y los gigantes en representación de los reyes cristianos y
nazaríes. Sin olvidar a los cabezudos y sus vejigas llenas de aire para golpear
a los “chaveas” haciendo las delicias de grandes y pequeños. La tarasca subida
en el dragón dando rugidos, (grabación del catedrático D. Fermín que fue
concejal del Ayuntamiento en legislaturas anteriores) cuyo origen se pierde en
la niebla de los tiempos.
A las once, la Procesión, majestuosa,
larga, larga, larga. Paciencia y muchos abanicos moviéndose en las manos de las
gentiles damas. Placeta de las Pasiegas, o de las Flores como se le llamaba en
otros tiempos, por los puestos que allí había; después calle Marqués de Gerona
hasta Mesones. Multitud de globos de colores diversos y representaciones de
animales y otros objetos que flotan en el aire.
El niño que llora desconsolado porque
el globo de gas con forma de caballo se le ha escapado y ya flota camino de
altas esferas, mientras las cabezas de los presentes contemplan como poco a
poco va desapareciendo.
Desde los balcones lluvias de pétales
de rosas van cayendo al paso del Santísimo. Gente, gente, mucha gente; el
vendedor de barquillos, el carrito con toda clase de chucherías, el cobrador de
las sillas que vigila a los que quieren disfrutar del espectáculo sin pagar un
euro (en otros tiempos, sin pagar un duro).
Todo el clero de Granada vestido de
pontifical, presidido por el Arzobispo y la Corporación Municipal. Grupos de
niños y niñas vestidos de Primera Comunión, con la blancura de sus vestidos y
la sonrisa en sus expresiones. Estandartes y más estandartes de las distintas
Cofradías, gente, más gente, multitud de gente.
El Corpus en Granada es algo
diferente, aquí se aúnan de manera extraña lo divino y lo humano, lo sagrado y
lo profano. Después de haberse postrado ante el Santísimo, vendría la cervecita
fresquita para descongestionarnos del calor sofocante, mientras el servicio de
limpieza va retirando la hierba, la ciudad va dejando el sabor de pueblo y
vuelve a la urbe cotidiana.
Por la tarde los toros a ver al Fandi
y su forma de colocar las banderillas, darse una vuelta por Plaza Bib-Rambla
para regodearse en la lectura y caricatura de las carocas, una crítica humorística
a los sucesos ocurridos recientemente.
Por la noche a las casetas para bailar sevillanas y tomar
el rebujito, la tortilla española y el rico jamón de pata negra; una salida al
escandaloso ruido de altavoces, donde están los columpios, tómbolas que dan
premios, gentes agraciadas arrastrando enormes muñecos, ruido y más ruido luces
que se encienden y apagan, “chillidos” desgarradores de la barcaza, la caída en
vertical en breves segundos, el pulpo gigante que con sus movimientos les hace
saltar de los asientos a los utilitarios,
terminando con el chocolate y una buena ración de churros, pero antes el
clásico turrón de las casetas repletas de dulces, o el algodón de fresa que nos
deja los carrillos impregnados del dulce pegajoso.
José
Medina Villalba
¡Magnífica entrada D. José! Es una suerte tener a alguien como usted que nos cuente toda esta historia viva de nuestras tradiciones. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarCada vez que tengo un ratito miro su blog y aprendo las costumbres y tradiciones que tienen los Granadinos,es un lujo poder saber de nuestra cultura gracias a usted,enhorabuena, espero que siga escribiendo mucho tiempo
ResponderEliminarRr
ResponderEliminarGracias a la Vida que me ha dado tanto...He tenido la suerte de tener unos padres maravillosos que me llevaron al Colegio del Ave María y me dieron la oportunidad de aprender y estudiar rodeados de naturaleza e historia en los bajos de las faldas de la Alhambra...¡El colegio con más arte del mundo!
ResponderEliminar¡Ojalá todos los niños tuvieran el privilegio de aprender lo que es la hoja perenne y caduca de los árboles que pueblan la ribera del cauce del Darro a su paso por allí!
Nuestro colegio no era normal...era especialmente mágico...veredas, cuevas, arroyos, valles...etc, kilómetros y kilómetros de vegetación silvestre que desembocaba en el histórico barrio gitano del Sacromonte. Aromas a hierbabuena, eucalipto, jazmín...a rosas y otras flores que nacían cerca de las ventanas de nuestras aulas...¡Inolvidable! (Aunque más que ventanas parecían ser cuadros pintados por grandes artistas enamorados de Granada...Desde la que mirará parecía ser una estampa única de la Sierra, del Valle de Valparaíso, y de la mismísima Alhambra)
Aquellos recreos en los que salíamos corriendo "verea arriba" hasta la cueva de "la Mari de las tortas"...¡Qué ricas! ¡De tomate, de chocolate o de aceite!
¡Qué divertidos nuestros juegos! ...Con las almencinas y otros frutos que nos regalaba la naturaleza y nuestro propio entorno...
Y esas excursiones...Esas primeras salidas tan divertidas en equipo en las que solíamos cantar durante todo el trayecto hasta quedar afónicos de reír y contar chistes...
Pero una de las cosas que más agradezco al colegio es que nos enseñara a valorar nuestro propio entorno. Nos llevaban de visita a nuestros barrios, nuestras colinas y montañas y a nuestra fuente del Avellano...A la ermita de San Miguel o a los jardines del Generalife...
Teníamos un mapa gigante al aire libre dónde los niños aprendíamos las distintas provincias de Andalucía saltando de un color a otro.
En la Capillita del Ave María celebramos la Primera Comunión de mi hermana Soleá, también estudiante y enamorada del colegio.
A mis profesores les dejo para el final, ya que me causa una gran emoción recordarles y agradecerles...al igual que a nuestro querido Director Don José Medina...por tantas cosas importantes que nos han enseñado y nos han aportado en la vida: Todos ellos supieron transmitirnos conocimientos, pero esa sabiduría siempre la emplearon a través del diálogo, de la paciencia, perseverancia y del cariño; algo que siempre les agradeceré...Para mí cada una de esas personas eran muy importantes, y fueron verdaderamente ejemplares.
Quiero que sepan que siempre están presentes en mi corazón.
Mil Gracias siempre,
Vuestra Estrella
Fdo.: Estrella Morente
Málaga, doce de mayo de dos mil trece
ResponderEliminarQuerido Don José:
Le escribo estas líneas para manifestarle mi orgullo como granadina y como alumna suya que he tenido la oportunidad de ser.
Ahora que he podido conocer más a fondo su obra y su labor, me doy cuenta de la suerte que hemos tenido, tanto mis compañeros como yo, de haber coincidido en el período de tiempo en el que dirigía las Escuelas del Ave María Casa madre; y empiezo a comprender muchos momentos de máxima sensibilidad que viví en el colegio.
Uno de los recuerdos más importantes que tengo de Vd. es la firmeza y sabiduría con la que solía llevarnos, las cuáles estaban muy lejos de la impaciencia y de la soberbia; y en consecuencia dando paso al diálogo del niño con el aprendizaje.
Ahora lo entiendo...Detrás de todo eso había un gran hombre...Sabio y culto, que ha volcado su vida en la creación y en hacer el bien a los demás.
Mi más sincera enhorabuena por elaborar una obra que conlleva tanto sacrificio y tanto trabajo recogido a lo largo de toda una vida, que ahora pone al alcance de todos.
Recomiendo a todo aquél que se considere un poco sensible que se acerque a la obra de Don José Medina Villalba.
Para siempre, GRACIAS desde el corazón. Para siempre...GRACIAS.
Fdo. Estrella Morente