jueves, 16 de enero de 2014

ALBAYZÍN. LA CARRERA DEL DARRO, UNA DE LAS CALLES MÁS VISITADA DEL MUNDO. LA CASA DEL GATO.

Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba.
                                    Atardecer lluvioso en la  Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba.
Hablar de la Carrera del Darro es irse a los cimientos sobre uno de los basamentos en los que descansa  este maravilloso barrio del Albayzín.
Cualquier ciudad del mundo, aparte de los atractivos monumentales, artísticos y de cualquier otra faceta que posea, siempre hay una calle importante que no se puede dejar de visitar.

                                        La Carrera del Darro, la calle más visitada del mundo.
La Carrera del Darro, en la actualidad, se ha convertido en uno de los atractivos más visitados por todos aquellos que llegan a ver nuestra ciudad. Circular por esta calle, un fin de semana, es bastante complicado por la cantidad de gente que transita por ella, si a esto le añadimos el movimiento del trasporte urbano y vehículos de residentes, aún más conflictiva.
                                            D. Gabriel Morcillo, mi primer maestro de pintura.
En esos momentos de éxtasis y recuerdos del pasado, por instantes  me veo cruzando Plaza Nueva, antesala de esta calle, una de esas noches frías de invierno; son las nueve y media de la noche de un mes de diciembre del año 1947, acabo de dejar mi caballete de dibujo, en la clase de D. Gabriel Morcillo, en la Escuela de Artes y Oficios, y me dirijo a mi casa.
Aunque han pasado muchos años, sin embargo, en mi mente de niño, de un niño que acababa de cumplir diez años, siguen vivas las imágenes como si las estuviera percibiendo en estos momentos.
                                              La Plaza Nueva del siglo XVIII
La primera bofetada que recibes, al entrar en Plaza Nueva, es la brisa helada que viene del Valle de Valparaiso, encañonada por la Carrera del Darro, que corta el cutis y que te anima a aligerar el paso para no quedarte convertido en una “estatua de hielo”.

                        El tranvía amarillo de Plaza Nueva. Hacía el recorrido, desde Plaza Nueva a "La Pulga", en la Avenida de Cervantes.
Suenan a mis espaldas, cuando estoy entrando por mí Carrera del Darro, los toques rítmicos del tranvía amarillo que está dando la vuelta a la Plaza de Santa Ana, compañera de Plaza Nueva, acompañados por las campanadas del reloj de la Audiencia que se acoplan a los sonidos de la campana de la Torre de la Vela, esa que el 2 de enero invita a las jovencitas a hacerla sonar para que se cumpla la tradición casamentera en ese mismo año.
                         2 de enero, las mocitas tocan la campana para que se cumpla la tradición, casarse en ese año.
La campana que instiga diariamente a los campesinos para regular los riegos de la Vega, la que nos convoca  al sueño placentero cuando ya estamos metidos en la cama, la que es un encanto escuchar, en el silencio de la noche, como si fuera un sonido que llega desde el más allá.  
                                                 Una llovizna va cubriendo mi rostro....
A estas horas apenas si hay transeúntes, una llovizna va cubriendo mi rostro y el de mi acompañante Manolito, vecino de mi casa, que también viene de la Escuela del taller de modelado y vaciado.

                                             Dibujo a carboncillo. Grotesca cabeza de romano.
Normalmente todas las noches solíamos venir juntos y nos contábamos nuestros avances en nuestros respectivos talleres; él estaba terminando de modelar un león rampante y yo, con las manos aún llenas da carboncillo, le comentaba el dibujo de una grotesca cabeza de un romano de escayola, que me había puesto D. Gabriel Morcillo, como modelo.


Manolito, muy dado a contar aventuras y leyendas del pasado, cuando pasábamos a la altura de una de las calles que vienen  a desembocar en la Carrera del Darro, la calle Cuesta Aceituneros, muy próxima a la de Benalúa comenzó a contarme, según las leyendas, una de aquellas aventuras que, en la Casa de los Migueletes, hacía tiempo, habían  ocurrido.


La calle Benalua, es un callejón corto y estrecho, en él se encuentra “la Casa del Gato”, residencia de “los Migueletes”, posteriormente casa de vecinos y actualmente, el hotel de los Migueletes. Casa 1800.

                                                   Batallón de los Migueletes                               
En Andalucía, los Migueletes eran los batallones especializados de soldados que el rey Fernando VII mandó al sur de España para combatir el bandolerismo a partir de la tercera década del siglo XIX.


                                   Bandoleros de Sierra Morena. José María Hinojosa, "El Tempranillo" y su banda.

                                                     Cuesta Aceituneros
Manolito me invitó a subir por la calle Cuesta Aceituneros. El silencio era tan profundo que solamente se escuchaban las pisadas de nuestras botas sobre el empedrado desvencijado de la calle escalonada. Sin haber comenzado el relato, mi cuerpo se estremecía, en su interior, de una especie de miedo que se avecinaba.

                                         Dibujaba la sombra de nuestros cuerpos sobre el pavimento...
Colaboraba el escenario que se cernía a nuestro alrededor la tibia luz de la única farola colocada en la esquina de la calle, ésta, dibujaba la sombra de nuestros cuerpos sobre el pavimento de la estrecha calleja; las destartaladas piedras reflejaban la tímida luz que les llegaba y nuestros pies resbalaban una y otra vez.

                                            Las destartaladas piedras reflejaban la tímida luz...
Al final de la calle la figura de un personaje, del que solamente se le vislumbraba la silueta y una capa negra lanzada al viento, avanzaba a pasos agigantados hacia donde nos encontrábamos. 
                                                     Solo se vislumbraba la silueta y su capa negra.
Todo fue como en un abrir y cerrar de ojos aquella figura fantasmagórica pasó rápidamente junto a nuestro lado y su estampa se difuminó como si el cauce del río Darro se la hubiera tragado.

                                                        Calle Benalúa.
Doblamos la esquina de la calle Benalúa y a los pocos segundos nos encontramos delante de la puerta de la casona cuyo relato pronto iba a comenzar.

   
                                              Miramos a través de las rendijas de la puerta.
Miramos a través de las rendijas, de la desvencijada puerta, nuestra visión tuvo que irse  acoplando  a la oscuridad de un patio que se fue abriendo a nuestra primera inspección ocular, conforme la descubría la luz de un farol que pendía de una de las vigas, que sustentaban la balaustrada, de un pasillo en la primera planta de la casa.

                                             La luz del farol nos fue descubriendo...
Como cámara de video, nuestros ojos, hicieron un rastreo por todo el patio, un pequeño surtidor, a modo de fuentecilla, ocupaba el centro de la estancia y el murmullo del chorro sosegado, apenas imperceptible, caía sobre la taza.

                                                                      Una pequeña fuentecilla ocupaba el centro de la estancia

El maullar rasgado de una pareja de gatos que deambulaba por el tejado hizo enfurecer a un perro que hurgaba en un montón de basura a poca distancia de donde nos encontrábamos, sus ladridos eran tales que nos hizo poner “pies en polvorosa”.

                                                     El maullar rasgado de los gatos...


Desde el fondo de la casona pudimos escuchar la voz tenebrosa de alguien que gritaba:
                                                             ¿Quién anda ahí?...
-¿Quién anda ahí?
La lluvia se había acentuado de tal manera que, de los viejos canalones, se precipitaba el agua sin apenas deslizarse por sus maltrechas y desvencijadas bajantes. La calle se había convertido en un río de agua que juntándose con la que descendía por la de Aceituneros, nos hacía difícil caminar.

   La luz de los relámpagos iluminaba el cielo.
                                        
El silencio se había roto por el crujido de los truenos de una tormenta que se cernía sobre la ciudad, y la luz de los relámpagos iluminaba el cielo; el golpeteo del agua de la lluvia y por el estruendo enfurecido de las aguas del río Darro que había crecido enormemente.

                             El estruendo enfurecido de las aguas del Río Darro rompió el embovedado. (Puerta Real)
Aceleramos nuestros pasos hasta llegar al portal de la casa de mi amigo y allí comenzó la narración de aquella leyenda que afecta a “La Casa del Gato”, “La Casa de 1800” o “La Casa de los Migueletes”.
Mi amigo Manolito, era un clásico relator de historietas y leyendas e incluso solía ponerle tal énfasis al narrarlas, aunque fueran simples y amenas anécdotas, que las convertía en más tétricas y desgarradoras, daba la impresión que se regodeaba viendo el temblor, los ojos desencajados y la convulsión de aquellos que escuchaban sus aventuras. Esta noche me tocó a mí.

                                            Se regodeaba viendo el temblor y los ojos desencajados...
Los sones de la campana de la Torre de la Vela llegaron a nuestros oídos, al mismo tiempo la voz de mi madre que, dada la tardanza, la tormenta y la oscuridad de la noche, estaba intranquila.
-¡Pepito! ¡Te estamos esperando para cenar!
-Mamá, ya voy, Manolito me quiere contar algo.
-Bueno, pero no tardes, ya estoy más tranquila sabiendo que estás ahí.
Comienza el relato. (Tengo que advertir que Manolito, era un chico que tenía quince años, muy elocuente en sus narraciones).


                                            Las artes españolas sufrían una transición enorme...
Los primeros años del siglo XIX las artes españolas sufrían una transición enorme, llegando a un estado lamentable. Las generaciones empezaban a materializarse, despojándose de los más bellos ideales y los más puros sentimientos: la Fe y el Arte.

                                             Los artistas granadinos tenían que marcharse...
Los artistas granadinos tenían que marcharse a otros países en busca del trabajo que en su tierra no encontraban. Granada había terminado su misión de crear bellas obras, y se entregaba al eterno descanso recreativo de lo que otros hicieron.

                                          El tallista Martín dejó huella en los templos granadinos...
En este ambiente y en apurada situación se encontraba Martín de Haro, un tallista notable que dejó huella de su paso en diversos templos y en aristocráticas mansiones granadinas.
                                                      Trono ricamente tallado.
Mucho tiempo hacía que Martín no trabajaba, quedándole como única riqueza unos muebles admirables creados por él mismo. En tal estado veía como todos sus sueños de arte se esfumaban ante la prosa miserable de la vida, y, de seguir así muy pronto nuestra señora la Misericordia tocaría a su puerta.

                                              Quedándole como única riqueza unos muebles...
Hombre soñador, cuyo espíritu estaba ungido de bellezas, no podía prestarse a otros trabajos que aquellos que su alma y su arte le indicaban, y, poco a poco, pobre de espíritu, agotó sus recursos malvendiendo sus obras hasta que llegaron días de completa vigilia, que le hacían pasar muchas noches en vela.

                                                Cuando estaba en estado de insomnio...
Una de esas noches, cuando se hallaba en estado de insomnio, del que no podemos asegurar si dormimos o estamos despiertos, sintió en su rostro como el calor de un aliento, al par que una voz, extraña deslizaba en sus oídos las siguientes palabras: “En la Puerta del Sol de Madrid está tu fortuna”. (Mientras mi narrador comentaba esto, el cielo se iluminó por la intensa luz de un relámpago y acto seguido un enorme y estruendoso trueno hizo temblar los cimientos del portal de la casa de mi vecino donde nos encontrábamos.)

                                           El cielo se iluminó por la intensa luz de un relámpago...
Se incorporó el artista buscando a quien le hablara, pero no vio a nadie; la misma soledad le rodeaba. Se sonrió, creyéndose juguete del sueño, pero aquello que oyera se le quedó grabado como un dardo en el cerebro y a su pesar atormentándole, repiqueteaban las misteriosas frases en sus oídos: “¡En la Puerta del Sol de Madrid está tu fortuna!” “¡En la Puerta del Sol de Madrid está tu fortuna!”... Hasta tal punto llegaron a afectarle aquellas palabras, que cayó en ellas con verdadera fe, y recordó, asegurándose así mismo, haberlas oído despierto, y como nada tenía que se lo impidiera, suplicó aquí, buscó allá y, un buen día, desapareció de Granada…
(La voz ampulosa y con cierto misterio que le imprimía mi amigo, estremecían, por momentos, mi cuerpo.)

                                                Habitaba la "Casa del Gato" un sacerdote...
Muchos años antes de lo que ya te he contado habitaba la “Casa del Gato” un sacerdote, al que la gente del barrio le había adjudicado un portento de riquezas y al mismo tiempo de santidad , debido a que jamás dejara de socorrer  a cualquier pobre que le pidiera limosna. Y siempre el “Cura Rico”, como le llamaban, era el paño de lágrimas de los desvalidos; sin embargo, la mayoría,  ramplones y pedigüeños de oficio, pagaban su caridad contando de él hechos misteriosos y extrañas historias, rodeándolo de cierta fantasía despreciativa que tendían a desprestigiarle.
Muy anciano ya, murió el sacerdote, y la “canalla” esperaba ansiosa la cuantiosa fortuna que decían había legado para repartirla, pero el cura dejó como único capital unos viejos manteos y una miserable cantidad de dinero para gastos de entierro.
Algún tiempo se habló del asunto, y la fantasía dio rienda suelta a fábulas e historias que, al fin, como todo en la vida, se olvidaron…

                                      Nuestro personaje deambulaba por la Puerta del Sol en Madrid...
Varios días hacía ya que, Martín, nuestro personaje, se hallaba en Madrid, sin hacer otra cosa, que deambular por la Puerta del Sol, con la idea fija de encontrar su fortuna, pero ésta no se le presentaba bajo ningún aspecto y triste y descorazonado se retiraba por la noche a una hedionda posada donde pernoctaba, por unos ochavos, sobre un miserable jergón.
                                           Triste y descorazonado se retiraba por la noche...
Así trascurría el tiempo hasta que, cierta mañana que paseaba absorto echando cálculos para emprender nueva vida, le sacó de su ensimismamiento la presencia de un caballero quien poniéndole una mano en el hombro, le dijo: “Buen hombre, vengo observando, desde hace unos días, su presencia en este sitio y a juzgar por su aspecto creo estará buscando trabajo.

                                                    Creo estará buscando trabajo...

-¿Quiere trabajar?  
Yo puedo facilitarle los medios dándole algunos artículos y baratijas para venderlas”.
-“Ciertamente, señor”, -respondió Martín-, “necesito ocupación, ante la imposibilidad en que se encuentra mi vida”.
En un momento de sinceridad, confesó el desconocido el por qué se encontraba en aquel sitio y en tal estado.
El extraño personaje lanzó una ruidosa carcajada y contestó:
-“¡Sois un iluso”!

                                                        ¡Sois un iluso!...
Si yo hubiese hecho caso de sueños me encontraría en igual situación que vos, pues habéis de saber qué, hace unos años, me aventuré en cierto negocio que me llevó a la ruina; fueron tantas mis cavilaciones y trabajos excesivos, buscando medios de desenvolverme  que llegué a enfermar y recuerdo que, en mis sueños, se me aparecía una rara figura, envuelta en un hábito que, me decía: “¡Bajo la fuente de la Casa del Gato, en Granada, está tu fortuna!” y ya veis, terminó, cómo sin hacer caso de quiméricos sueños he vuelto a rehacerme con el trabajo, que es la única fortuna de los hombres honrados.
Un esfuerzo sobrehumano tuvo que hacer Martín, que no oyó las últimas palabras, y procurando evadir la conversación prometió, con unas palabras de agradecimiento, ir a visitarle.

                       Llegó Martín de nuevo a Granada... Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba.
Con un mundo de esperanzas llegó Martín nuevamente a Granada, y cuando él creyó dar por terminada la extraña aventura que había de conducirle a la felicidad, se encontró con el enorme inconveniente de que la Casa del Gato estaba alquilada.

                                              ¿Es posible, se decía, haya de esperar...?
Largo rato estuvo Martin contemplando, desde el portal, aquella fuentecilla de brillantes azulejos, que parecía atraerle con la borboteante y suave voz del surtidor, mientras que en sus oídos resonaban aquellas palabras del desconocido madrileño: “Bajo la fuente de la Casa del Gato…”
“¿Es posible, se decía, que teniendo tan cerca la solución, haya de esperar, resignado, hasta sabe Dios cuándo?” Y lo asaltaba el temor de que alguien descubriera aquel secreto, que le pertenecía, y se lo robasen.

                                                  La "Casa del Gato" estaba alquilada...
Y, con el miedo de infundir sospechas se retiraba, un día y otro, de delante de la casa, sosteniendo en su alma una ruda lucha de esperanzas y dudas.
Trascurrieron varios meses, hasta que una mañana, como solía hacer con frecuencia, al desembocar en la calle Benalua, dejando atrás  la Cuesta de Aceituneros, una brusca emoción le hizo pararse y restregarse los ojos creyendo que soñaba. Acabó por convencerse de que se encontraba despierto y que, sujeto a los hierros del balcón de la Casa del Gato, había un trozo de papel blanco que parecía llamarle. Se acercó y efectivamente pudo comprobar que, en aquel papel blanco, estaban impresas las letras que decían: se alquila.
Rápidamente penetró en el portal y emocionado hizo repiquetear la aldaba…
Se abrió la puerta y una voz de mujer preguntó:
-¿Quién es?
-Gente de paz, -contestó Martín un poco afectado-.
-¿Podéis decirme, -continuó dirigiéndose a una anciana que apareció- si es cierto que se alquila la casa, y quien es el dueño?

                                                Alquilamos la casa por tener que atender...
-Habéis de saber, -contestó la anciana- que alquilamos la casa por tener que atender la de mi hija que se encuentra  enferma.
-Así, pues, con el ama estáis hablando.
Tras formalizar algunos trámites y entregar unas monedas de adelanto, convinieron entregarle las llaves tres días más tarde.
Una eternidad le pareció a nuestro artista aquellas últimas horas hasta que al fin, la anciana, cumpliendo lo ofrecido, le hizo entrega del edificio.
Al quedar sólo Martín, su primer impulso fue descubrir la verdad de aquel enigma que tanto tiempo le traía atormentado. Oteó la seguridad del patio, por si ojos extraños dieran al traste con todos sus desvelos, y después de convencido de que nadie podía sorprenderle, le pareció imprudente hacer de día el trabajo, por si pudiera surgir cualquier inconveniente que diera al traste con sus pretensiones.

                                                         Buscó a un arriero y con su ayuda...
Con el fin de ocupar las horas que aún faltaban para la noche buscó a un arriero y con su ayuda trasladó su escaso ajuar al nuevo domicilio, adquirió una linterna y encerrándose en la casa “a cal y canto”, esperó prudentemente a que fuera llegando la noche…
Aún vibraba en el aire la última campanada de las ánimas, de uno de los conventos de monjas que se encuentran enclavados en la Carrera del Darro, cuando Martín descendió al patio, provisto de la linterna.

                                                     Extrajo un cincel plano y fino...
Su primer cuidado fue cortar el agua que surtía la fuente, para que no entorpeciera su labor. De uno de sus bolsillos extrajo un cincel  plano y fino que introduciéndolo por entre las uniones, poco cerradas, de los azulejos, a causa de la constante humedad, hacía que estos se levantaran sin esfuerzo, suavemente, como si ellos también quisieran colaborar contribuyendo a facilitar el logro de los deseos del artista.
Unos momentos después el suelo de la fuente presentaba un lecho blando y arenoso. Martín, con una emoción que casi le impedía respirar, escarbó con el cincel de un lado para otro hasta que éste tropezó  con un fondo más duro y arcilloso.

                                                              Tropezó con un fondo más duro...                                      
La desilusión empezó a poner amargura en su boca, y un pequeño temor invadió su cuerpo…. Con rapidez empezó a sacar arena con las manos, para mejor cerciorarse, y a poco que descubrió vio con asombro que en uno de los ángulos se presentaba a su vista una losa de mármol en cuyo centro había una anilla; intentó tirar de ella, pero sintió dolor en sus manos y la losa no cedió; entonces, como iluminado llegó a la próxima puerta de la escalera y descolgando la barra de hierro que servía para atrancarla, la atravesó en la recia anilla y haciendo de palanca y con un gran esfuerzo, se levantó  la losa, dejando al descubierto una oquedad en cuyo centro apareció, a la deslumbrada vista de Martín, una arqueta de hierro cincelada.

                                            Alzó hasta el pavimento el ansiado tesoro.
Rápido, como su deseo, introdujo los brazos con enorme trabajo alzó hasta el pavimento su ansiado tesoro.
Martín enormemente emocionado, por aquella felicidad, alzó su vista hacia el cielo, como para dar gracias, y cuenta la leyenda, que en aquel momento, con la rapidez del relámpago, vio el artista, echado sobre el barandal de la balaustrada de madera del corredor, la bondadosa figura de un sacerdote, que fijamente le miraba y le sonreía…

                                         Sobre el barandal había una persona que le sonreía
Dos días después de este suceso los que pasaban por delante de la Casa del Gato veían como siempre, el surtidor de la fuente saltando alegremente y en su balcón nuevamente aparecía una blanca papeleta indicadora de que la casa se alquilaba….
Nuestro Martín había volado a otro lugar para disfrutar de una nueva vida.

                                                     Se abría paso una luna llena...
En aquel momento había dejado de llover, entre unos enormes nubarrones se abría paso una luna llena que se asomaba por las almenas de la Torre de Comares y parecía sonreírnos satisfecha como si hubiese estado escuchando la leyenda.
La voz de mi madre, un poco furiosa de nuevo me llamaba.
-¡Pepitoooo, ya está bien, o vienes pronto o te quedas sin cenar!
El resto lo dejo al libre albedrío del lector.

                                                               José Medina Villalba

7 comentarios:

  1. Otro relato de nuestro amigo José Medina Villalba. Un relato con una entrada plenamente costumbrista del barrio de su niñez, del tranvía amarillo, las campanadas de la audiencia, su maestro Morcillo, las callejuelas del bajo Albaicín, y la descrpción de una escenografía claramente romántica. (Bien podría tratarse de una Leyenda de Bécquer). Y, a continuación el relato ocurrido en una casa concreta del Albaicín. Un relato bien elaborado, con un lenguaje preciso, manteniendo la atención del lector hasta el final.
    Estupendo, amigo José. Un placer leer tus escritos. Un abrazo y ¡enhorabuena!
    Juan José Gallego

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  2. En un comentario, no muy extenso, pero con un contenido que te hace recorrer, en un momento, toda la trayectoria desarrollada, con el que vuelves a callejear muchos años de tu infancia, pero además si este nuevo caminar se realiza a través de la mano de un gran maestro de la Literatura, escritor insigne, te sientes viajando en el espacio, con un placer excepcional, pero sonrojado por las comparaciones a las que hace referencia.
    Mi agradecimiento más profundo a mi buen amigo Juan José Gallego, por este excelente comentario, hacia mi post. Un fuerte abrazo. José Medina.

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  3. Amigo Pepe: Después de leer por segunda o tercera vez el interesante e intrigante relato sobre el antiguo cuartel de los Migueletes, me ha venido a la memoria, que en todas las obras de teatro, sean comedias, dramas, tragedias, o de misterio, la tramoya es algo realmente necesario porque dispone el escenario y al espectador, para lo que a continuación se va a desarrollar.
    Tu has preparado perfectamente la tramoya, una noche lluviosa unos truenos fuertes consecuencia de los rayos, unas calles solitarias y en penumbra, unos gatos maullando, ladridos de perro, el ruido de unos pasos resonando en el empedrado suelo, un caserón grande y casi abandonado, una hora algo avanzada de invierno, un frío que casi congela al caminante, en resumidas cuentas un contexto nada propicio para dos jóvenes imberbes.
    La historia o el cuento va avanzando en interés y el lector de vez en cuando, mirando hacia atrás, por si hay moros en la costa, en fin un relato propio de esos años y una intriga que te permite que la ropa no te llegue al cuerpo. tiene un final feliz, que te permite recuperar el aliento, porque el personaje consigue su objetivo, con el beneplacito del cura rico, que lo observa desde la baranda del piso superior.
    La primera vez que lo leí aquella noche, tuve ciertos problemas al conciliar el sueño, hoy ya espero dormir a pierna suelta.
    Deía el insigne escritor Miguel Delibes, que todo ser viene al mundo para remediar la soledad de otro u otros seres, tu amigo Pepe aunque no haya soledad, haces el co¡amino mas agradable mas transitable y mas ameno. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Cuadros.

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    1. Apreciado amigo Pepe: Cuando escribí este texto literario que, posiblemente alguno de mis lectores a los que les entusiasman estos relatos de misterio, les haya emocionado, porque son adictos a los temas de terror, prueba de ello es que no paran de entrar comunicados haciendo alusión a determinados momentos, como tu muy bien has hecho, con tu espléndido comentario.
      Me gusta ser cortés y a todos les voy contestando, a unos de una forma más extensa, como lo estoy haciendo contigo, porque este "dame que te doy", entre nosotros es una competitividad, que tiene un aliciente especial. Pues bien, amigo Pepe, al volver a leer tu comentario e ir describiendo detenidamente cada uno de los momentos, lentamente, paso a paso: una noche lluviosa, unos fuertes truenos, que me han hecho temblar, una calleja albaicinera solitaria, el maullido tétrico de unos gatos corriendo por los tejados, ladridos de perros que se pierden sus ecos por los rincones de las intrincadas callejones cuyas casas, tienen salientes y entrantes, donde el eco va rebotando para que la sonoridad sea más intensa, pasos que resuenan de tal manera que parecen salidos de ultratumba como si fuesen pisadas misteriosas que vienen detrás de ti para cogerte, un frío que con la poca ropa que se usaba en aquella época te calaba hasta el tuétano de los huesos. Has conseguido poner en escena la situación de tal manera que, sinceramente te digo he sentido más miedo que cuando yo realmente estuve haciendo la descripción, si he conseguido con mis asiduos lectores lo que tu has hecho conmigo, me siento con doble temblor de cuerpo el que tu me has proporcionado y el que yo intenté ocasionarles.
      Cuando hablas de Miguel Delibes con esa maravillosa frase, de que todo ser viene al mundo para remediar la soledad de otro u otros seres, siento decirte que en esta soledad que padezco en estos momentos, tu con tus mensajes la haces más pasajera, y aprovecho este momento para recordarte otra frase del famoso Miguel Delibes: "Cuando a la gente le faltan los músculos en los brazos, le sobran en la lengua".
      Eso es lo que nos pasa a nosotros, nuestras fuerzas musculares van decayendo, pero en cambio, van aumentando en nuestra lengua, hechas mensajes traducidos en nuestros escritos.
      Gracias por tus amplios comentarios, que siempre son un alivio para el alma. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Medina.

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  4. Carmen Olmedo Cabo20 de julio de 2017, 21:18

    Salut, José Medina Villalba! Comme j'ai promis, voilà mon commentaire en français!!
    J'espère que tu comprends bien tout ce que je veux dire...

    Bon... il faut dire que tu ne fais que me surprendre avec tes récits!
    En lissant cette histoire j'ai pu voyager à travers du temps, concrètement à ton enfance,grâce à ta magnifique description. Nous pouvons constater tel mélange de regret et de mystère que tu ne peux pas imaginer la diversité d'émotions que ça produit sur le lecteur... Je ne peux te dire à quel point cela me fait plaisir de lire!  C'est un texte vraiment étonnant!! Merci de tout coeur!!!

    J'espère te voir bientôt!!!

    Je t'embrasse !!!

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  5. Mi pequeño, tierno y dulce pastelito, anoche después de leer tu espléndido comentario, dejé escritas mis impresiones, me ha sorprendido no verlas reflejadas por ninguna parte. ¡Tierno pastelito!, en primer lugar felicitarte por lo conciso y bien estructurada tu glosa fabulosa y un texto tan fácil de comprender que no me ha hecho falta coger el diccionario. Comprendes perfectamente mi historia relacionada con mi infancia e incluso alabas mi magnífica descripción. Pones de manifiesto la emoción que te ha producido la lectura. Cual de los puntos del texto te hace el mejor placer. Es un texto verdaderamente interesante. Gracias de corazón.
    Espero verte pronto. A lo que yo añado yo también lo deseo.
    Je t´embrasse!!! "Un fuerte abrazo sin soltar"

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  6. Carmen Olmedo Cabo28 de julio de 2017, 16:08

    Llego un poco tarde... Pero como acordamos, aquí dejo la traducción del comentario en español para que quien quiera pueda leerlo. Besos!!

    Hola José Medina Villalba. Como te prometí, he aquí mi comentario en Francés. Espero que comprendas todo lo que quiero expresarte.
    Bueno.... Es necesario decirte que jamás dejas de sorprenderme con tus relatos. Leyendo esta historia, he podido viajar a través del tiempo, concretamente a tu infancia, gracias a tu magnifica descripción. Tal mezcla de añoranza y de misterio, que no puedes imaginarte la diversidad de emociones que esto produce en el lector... No sabes hasta que punto me ha hecho disfrutar tu relato. Es un texto verdaderamente emocionante. Gracias de todo corazón.

    Espero verte pronto.
    Un fuerte abrazo.

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