La tarde se moría de pereza, comenzaba a dar sus primeros
coletazos, la carretera que conduce a Castell de Ferro apenas si tenía
demasiado tránsito, era domingo y salvo algunos de los que suelen disfrutar de los
fines de semana del aroma con el que se acicala diariamente el mar regresaban
a la ciudad. Otros, entre ellos mi esposa y yo, en nuestro Daewo Lanos nos dirigíamos, con los ánimos antagónicamente opuestos a los que regresaban, para disfrutar de
lo que otros había dejado atrás: paz, sosiego, tranquilidad.
El mar es un tesoro inagotable, dadivoso, generoso, y
espléndido, siempre da belleza, aroma, riqueza de color, serenidad,
placidez, calma…
-¡Claro, todo esto cuando está tranquilo!, porque cuando se le
remueven las entrañas hay que temerle, es bravío y fiero, se convierte en el
monstruo más terrible que puede mostrarnos la Naturaleza.
Podemos decir que hace a dos caras una buena y otra no tanto,
no quiero ofenderlo, en estos momentos, no vaya a que se nos vuelva rencoroso en los días que queremos disfrutar de su buen rostro y maneras.
Después de un plomizo y calenturiento verano cuando los días
se aplican bajo su axila el termómetro de la climatología, y el mercurio sube a
los confines más insospechados, haciendo que el asfalto de la calzada se
derrita, los cuerpos se agobien y el ánimo se deprima, habíamos decidido pasar
un tiempo en nuestro hogareño rincón, “El Rincón de los abuelos”, en uno de los
pueblos costeros de la provincia de Granada donde se puede sentir y vivir el
ambiente propio de un lugar, que aún conserva las reminiscencias de la vida de
los pueblos de antaño.
Aunque nada es virgen, hoy día en la faz de la tierra, -me
refiero a la que llamamos “civilizada”- la especulación ha hecho estragos en
todos los lugares, aquí también ha dejado caer las garras de la construcción para
enriquecer a los estafadores y destruir la belleza y el encanto del paisaje.
-¡Pero bueno!, podemos darnos con “un canto en los dientes”,
como vulgarmente se dice, aún tenemos la potestad de saborear la tranquilidad
de un pueblo marinero que, conserva las barcas de los pescadores dispuestas en
la playa, a la espera de salir a pescar y poder, al amanecer cuando el día
comienza a saludarnos, regresar para sacar el copo producto del duro trabajo
realizado durante la noche.
Sacando el copo en Castell de Ferro
Puedes sentarte en uno de los bancos de la plaza, donde se aposentan
los labradores de los cultivos tropicales, los guardianes y capitanes de los
mares de plástico que invaden los alrededores, y escuchar sus conversaciones
sobre la buena cosecha de pepinos que se están exportando a cualquier país
europeo, o el desastre de la tempestad de lluvia y viento con sus consecuentes
estragos,
o lo mal pagados que, en estos momentos, están los productos que ha
hecho que se tiren cientos de kilos de tomates, y no solamente escucharlos sino
intervenir en sus conversaciones, como un labriego más, pero bastante más
inculto, tratándose de productos criados debajo de un mar de plástico.
El pueblo costero cuyo
nombre se lo debe a unos muros decadentes y desmantelados que, en lo alto de la colina,
esperan pacientemente ver cómo salen de la ruindad en que se encuentran para convertirse
en el "castillo de hierro" que hace siglos fueron.
El castelferreño, maquillado con el color cobrizo que le
dejan marcado en su piel las horas de rayos uva tomados debajo de los plásticos
de los invernaderos, es sencillo, generoso, servicial, su conversación es
amena, y en las terminaciones de sus largas parrafadas deja una prolongación,
en las últimas sílabas, a manera de larga cola, que no solo las hace más
interesantes, sino que al mismo tiempo las realza para que calen más
profundamente en el que le está escuchando.
Después de dejar todo el equipaje que se suele traer cuando
se sale de casa para pasar unos días fuera, echado mi cuerpo sobre la baranda
de la terraza, voy contemplando la agonía del atardecer.
Los vencejos
revolotean haciendo sus últimos ejercicios antes de ir a los eucaliptos para
entregarse al sueño, algunos describen verdaderos gráficos geométricos son
certeros malabaristas del aire, mientras una pareja se persigue, como los
juegos de antaño de los niños cuando correteábamos “al pilla, pilla”.
A veces he pensado, ¿soñarán como soñamos nosotros?, ¿tendrán programado, donde van a ir al día
siguiente en busca del sustento?, ¿estarán inquietos por el devenir?
Creo que viven el día a día sin agobios disfrutando de la
Naturaleza, que la tienen continuamente a su alcance, sin hipotecas de ninguna
clase, sin pensar en qué vestir y en qué comer porque lo tienen todo a su
alcance; ya lo dijo Jesús: no estéis intranquilos pensando qué comer y vestir,
observar las aves del cielo….
Les envidio, cuando les veo volar pasando por encima de mi
cabeza, jactándose de ese poder de contemplar desde la altura la nimiedad de
las cosas. Aquí abajo ellos pequeños, los humanos grandes, pero cuando se
encuentran arriba son más desmesurados que nosotros.
Atardecer en Castell de Ferro
La noche estaba dando muestras de querer hacer acto de presencia, el sol se había ido marchando lentamente, pero en su despedida, dejaba un rastro de su realeza cubriendo el cielo con la cola larga de su vestido teñido de una gama enorme de colores: rojos, amarillos, violetas, azules; después se fueron apagando y solo quedaron las tristes nubes, con su vestimenta gris oscuro, que le habían servido de soporte.
El paisaje se ha cubierto de tinieblas, todo es nocturnidad,
solamente la línea sinusoidal de las montañas de la sierra de la Contraviesa, que se asoma perennemente a contemplar la inmensidad del mar, pone fin al
escenario formado un solo cuerpo, entre ellas y un cielo que ha dejado el azul
del día, para tornarse oscuro por no querer desentonar.
Las lucesitas lejanas
de Venta de Baños, la Mamola, el Lance, más lejos, muchísimo más distante,
Adra, El Ejido, son tan diminutas que parece se están ahogando en la inmensidad
del mar.
Es la procesión fantasmagórica de los duendes terroríficos de
la noche que han hecho su aparición.
Parpadean continuamente, como las velitas de las mariposas
que flotan en el aceite donde bebe la lechuza, cuando llega el D. Juan Tenorio
del otoño. Algunas con más intensidad, son las que mandan y dirigen el
concierto de: “luces en la noche”, hacen continuos guiños, titilean, parece que
sonríen.
Están vestidas de color calabaza, las menos de color blanco,
pero todas sin poderse mover de su lugar. Son las representantes en la noche,
de la existencia de unos pueblos aferrados al terreno donde permanecen
inamovibles.
Las lucecitas titilean
La montaña con la oscuridad que la envuelve deja esparcido por diversos lugares la existencia de los cortijos con sus luces blancas.
En la lejanía, la carretera que serpentea rodeando la sierra,
el desfile continuo de otras luces en movimiento: unas rojas, otras
acarameladas, otras como las colgaduras que adornan las casetas de las ferias
de infinidad de colores, o el que ha dejado los faros a su libre albedrío,
llegando hasta mis propias pupilas deslumbrándome, en un momento de rabia, porque
los estoy observando.
Constituyen la procesión de los que hacen vida de noche: los
gigantescos camiones que transportan los productos tropicales de los
invernaderos a los diversos países europeos, o el simple trabajador que regresa
a casa, o el que vuelve de una fiesta, o el que ha salido a contemplar la
despedida del día o el que…
Todo acompañado por el sonido acústico y diversificado de los
motores, cada cual actúa en su clave sinfónica correspondiente, desde el
silencioso pequeño utilitario, del rugir furibundo y ensordecedor del motorista
que quiere manifestar orgulloso que por allí va su veterana sanglas 350, hasta el monótono y acompasado de los mega
pesados de doce velocidades.
Hay unas lucecitas blancas inmaculada que están dejando reflejado
en medio del mar su cola blanquesina, es la del pequeño velero con bandera
alemana que, esta tarde ha fondeado en la playa de Cambriles para pasar la
noche, posiblemente mañana continuará su ruta.
Ha comenzado el lenguaje de los perros que se comunican entre
sí, desde los diversos cortijillos esparcidos por el paisaje nocturno, lanzando al aire sus ladridos, a veces
prolongados, otros cortos, otros entrecortados, que rasgan como un puñal el
tupido velo de la nocturnidad.
Sigo mirando la oscuridad en lontananza donde no puedo contemplar
la línea del horizonte, donde el mar se funde con el cielo en un arrebatado
abrazo amoroso, con la misma visibilidad que la suelo hacer durante el día.
-¿Lo seguirá haciendo en la nocturnidad de la Noche?
La línea del horizonte ha desaparecido
Algo especial está ocurriendo en lo que durante la jornada de luz llamamos horizonte, esa línea rectilínea nunca se pudo trazar mejor espacio geométrico por ningún delineante, como lo hace la “Madre Naturaleza”.
Con la suavidad como lo hace la mamá al destapar al bebé para que
se despierte, quitándole la sábana que le cubre, una débil luz blanca va apareciendo, al principio casi imperceptible,
pero cobrando intensidad conforme van pasando los segundo; la línea del
horizonte comienza a aparecer, hasta que se hace totalmente visible.
Con claridad meridiana, la cabeza de la Luna va lentamente
naciendo de las entrañas del mar, primero una ligera línea curva que se
convertirá en semicírculo para presentarse majestuosa y plena ante mis ojos.
La Luna a quien se le suele llamar “Catalina”, es una bella
doncella que, hace su vida de noche junto a las estrellas, con
desprendimiento absoluto, ilumina los campos, los mares, los caminos para hacerlos más viable el andar.
“Catalina” es limpia e inmaculada, antes de hacer su
recorrido nocturno entra en esa inmensa toilette que es el mar, y allí se baña
dejando una enorme estela de brillo que, desprende vibraciones inquietas, se
mueven como los brillantes de una corona regia.
La he visto recoger esa cola de brillantes, dejar de rielar y
subir trazando su camino que a diario tiene que realizar.
Hacía un año que no había hecho mi acostumbrado paseo
mañanero, ver desperezarse el sol, tirarse del lecho de la noche y salir todo
refulgente rompiendo lentamente el embozo del horizonte.
El sol rompe con el lecho de la noche
Es un momento trascendental, de una emoción incalculable, que yo simple grano de arena perdido en la inmensidad, no solo de la tierra, sino del universo entero, pueda mirar al rey de nuestro Sistema Solar cara a cara, emociona nada más describirlo.
El sol se baña en el mar
Este ratito, escaso de tiempo, suele ser tan breve, cuando
te das cuenta es él el que orgulloso deja caer sus rayos, con tal fuerza, que
te impiden mirarlo directamente.
De nuevo, esta mañana, acariciado por la suave brisa que
viene del mar, he querido robarle su belleza, su despertar, la manera en la que
todas las mañanas se levanta, surgiendo de las entrañas del inmenso mar.
Desafiándole, mirándole cara a cara, hasta que la intensidad con que plenamente me fustigaba me ha
impedido seguir oteándole, le he robado su belleza guardándola en mi cámara para disponer siempre de este extraordinario instante.
(Es tan impactante este momento, que no me resisto a seguir describiéndolo)
Al alba, ese momento en el que la oscuridad de la noche
lentamente se va peinando con los leves toques de una luz blanquecina, del
parpadeo somnoliento de las tinieblas nocturnas, haciendo que el lindero de la gigantesca
yacija en el que ha reposado durante varias horas, se vaya aclarando, para que
la mano prodigiosa del despertar la haga visible, un rosado color va cubriendo
el cielo, para irse intensificando vistiendo las nubes, que por allí deambulan,
de un rojo que en el telar del firmamento se transforma en el tejido más
maravilloso en diversidad de colores.
Comienza, nuestro “Lorenzo”, tímidamente, como el que aún no
ha conseguido despertarse del todo, a asomar su cabecita, como una aureola de
color amarillento con la que se quiere adornar el confín.
El Sol se baña en el mar
Son breves momentos, durante los que orgulloso y desafiante
me atrevo a mirarle cara a cara, disfrutando del placer del nacimiento de un
nuevo día.
El semicírculo, se ha transformado en un gran globo luminoso,
amarillento en su corona, rojo en el cuerpo; conforme asciende se torna en un
aterciopelado purpureo, dejando el rastro de su belleza desplegarse por la
superficie del mar, de ese mar que durante la noche le ha servido de lecho.
Ahora nuestro sol, se baña en el agua y desafiante y todo
orgulloso, parece decirnos:
-¡Anda, valiente, sígueme mirando si eres capaz!
Me ha ganado la partida. Imposible mirarle a la cara
Después de haber disfrutado de la levantada, humildemente
tengo que decirle:
-Eres el rey de la Naturaleza, tú lo puedes todo y a ti te debemos
nuestra razón de existir, me arrodillo ante tu majestuosa esfinge, soy tu
admirador, aunque ya no pueda mirarte cara a cara, y agradecido te sigo
admirando.
Desde el mirador de este rinconcito, al que un día lo
bautizamos con el título del “Rincón de los Abuelos”, dejando que siga su
camino el resplandeciente sol, observo el despertar de lo que me rodea.
Las palomas, asomadas en el alero del tejado, mientras unas
se desperezan moviendo las plumas de sus alas, haciendo un leve ejercicio de
calentamiento para emprender el vuelo, otras atisban en la arena de la rambla el alimento que en vuelo veloz van a ingerir; el zureo de la enamorada, con
pasos leves va detrás de su amada, es el espectáculo que absorbe mi mirada.
Un gorrión, se mece en el aire, parece jugar alegre
convirtiendo el espacio en el tobogán de su feria, sube velozmente para
precipitarse rasgando la atmósfera, algo extraño le ocurre,
-¿serán quizás los requiebros hacia su amada que indiferente
escucha las ondas televisivas en la parabólica del tejado?
La montaña se está lavando la cara con el rocío de la mañana,
se peina con los primeros rayos del sol, y el blancor de las casitas del bello
“Portalico de Belén”, a modo de postal navideña, se hace más albo perdido en el
corazón de la montaña.
Quietud absoluta, no se mueve una brizna de aire.
Con el aire vino tu amor;
Como el aire pasó tu amor.
En el aire tembló mi amor;
Para el aire di mi dolor.
Y, entre tanto aire,
Un aire me confirmó
Que son baldíos mis pensamientos
En el aire de tu amor.
Las pistas deportivas están en silencio esperando la
algarabía de los chicos que vienen a derrochar energías. Hay una enorme quietud, solo interrumpida por la explosión en seco, de algún cazador furtivo que
ha querido rasgar el velo tupido de la tranquilidad, mientras una bandada de palomas
asustadas levantan el vuelo precipitadamente.
Todo ha cobrado vida, el día está en funcionamiento, los coches
se deslizan, en la lejanía por la carretera, dejando en el espacio el ronco
sonido de sus motores, el claxon del panadero anuncia su llegada con el rico
pan recién horneado y calentito en los hornos morunos de leña de Gualchos: las saladillas, las tortas de azúcar, las sabrosas de chicharrones, las cuñas
de crema y chocolate…
El pregón repetitivo del tapicero se deja sentir, a través del altavoz, en la cinta grabada en su magnetófono: “ha llegado a esta localidad el
camión del tapicero, tapizamos toda clase de tresillos, butacas, sillones, con
grandes rebajas, salga señora y pida presupuesto…”
El que trae los ricos melones, dulces como el almíbar, llegados
de la Mancha, cinco melones por cinco euros; al melocotón gordo amarillo de Guadix, una caja de melocotones por cinco
euros, vamos señora, un saco de patatas por cinco euros...
El pregón que deja un
regusto a salitre, del “pescaero”: “niñas, a las ricas sardinas, están vivas,
brillan como la plata, sacadas en el copo de esta mañana, los boquerones plateados
de Motril, ¡mira como saltan!, vamos niñas, el “pescaero”.
Los mares de plástico, a modo de grandes sábanas, secándose al Sol.
El día está en funcionamiento todo se mueve, no hay lugar a la tregua, hay un gran movimiento de acá para allá, hasta la quietud de los mares de plástico, a modo de grandes sábanas tendidas en la falda de la montaña, brillan con tal intensidad que parecen hablar al aire que les rodea.
Haciéndole cosquillas a la Serrana Contraviesa los molinos de
viento, han puesto sus aspas en movimiento.
El ronco sonido de las madera y
lonas desgastas por el viento de la Mancha, donde D. Quijote quiso dejar el sello de su mal parada
valentía, sustituidas por el ruido metálico ensordecedor que acalla las notas
pastoriles del que guarda las ovejas por los alrededores.
Las nueve de la mañana, jueves 22 de septiembre, con el pecho
henchido, respirando el aire marero deslizo mis pasos por el camino que conduce
a la playa dispuesto a realizar mi circuito mañanero.
Un enorme cartel indicativo y otro acariciado por los
primeros rayos solares, son los mejores lazarillos, para propios y extraños,
del lugar donde nos encontramos y adonde podemos ir.
Un sol radiante se encara sobre la Rambla de Lujar, sedienta
de agua que espera saciar su sed con unas lluvias que no terminan por llegar.
Las buganvillas del camino, rojas y anaranjadas nos dan los buenos días
mientras caminamos, dejando a nuestra izquierda una serie de apartamentos, sin moradores o se encuentran todavía en brazos de Morfeo, cuando se construía con racionalidad, y los bloques de cemento no habían hecho aparición.
Unos mirlos mañaneros buscan ardientemente picoteando en el césped que sirve de alfombra y antesala a la playa de Cambriles; las palmeras se balancean haciendo un gesto reverencial a nuestro paso, mientras las longevas, lloran su muerte con lágrimas de dátiles perdidos, por el maldito “Picudo Rojo” que las vino a matar.
El maldito "Picudo Rojo", las mató.
Pronto llega a mis oídos el sonido, algo lejano aún, del oleaje del mar que besa incesantemente, la suave arena de la playa.
Dejo la pasarela de madera para sumergirme en la arena, mis pisadas van dejando en el aire mañanero la sinfonía que se desprende de los guijarros que van soportando el peso de mi cuerpo con sonidos en diversas escalas y timbres; al principio muy graves, como la bocina del barco que se atisba en lontananza,
o el ronco toque de la campana gorda de la catedral, para tornarse agudos, como un alarido de miedo o el canto de una soprano, cuando voy acariciando con mi rastrear los granos minúsculos que sienten el frescor de la espuma blanca, en un leve oleaje que ha convertido esta mañana el mar en una enorme piscina.
Todo está en calma, solo la sombra alargada de mi figura y
del bastón que, tantas correrías durante muchos años, ha sido mi acompañante
por senderos y caminos inhóspitos y al mismo tiempo de una arrebatadora belleza
por nuestra Sierra Nevada, ahora es el lazarillo que conduce mi caminar por
esta longitudinal playa de Cambriles.
El sol ha comenzado a bailar en el espejo en el que se está mirando, y tímidamente bañándose, en ese baño con "pedigrí de eternidad"; son pasos de un baile de estrellitas que brillan con tal intensidad que no permiten mirarlas directamente, son danzarinas de ballet acuático. Hay un poco de egoísmo del astro rey, que desea mantener su pudor impidiendo se le mire directamente.
Escritura jeroglífica en la arena
En la arena quedan los vestigios de una escritura jeroglífica, de las sirenas marinas que durante la noche han dejado plasmados sus mensajes,
y mis zapatillas besan los cristalinos guijarros de la playa, me dan la bienvenida con un sonido de chinarros adormecidos.
Un petrolero en la lejanía, en la cercanía un velero y un catamarán
Se respira un aire de tranquilidad absoluta, mientras en la lejanía un petrolero avanza lentamente, bajo la estricta mirada de un velero anclado en la dársena, y un catamarán que ha dormido esta noche, bajo el cielo azul de este pueblo marinero.
Los fantasmas nocturnos, permanecen impávidos sin querer dejar el espacio que han ocupado durante la noche, alguno ante la llegada de los madrugadores que apuestan por el paseo mañanero, ha olvidado en su rápida y veloz huida el bastón con el que ha marcado en la arena los signos mágicos de una atmósfera de terror.
También está el pescador colmado de horas de paciencia esperando tranquilamente, sentado en su silla plegable, con sus cañas como astas de banderas invisibles, esperando el despiste de algún habitante del mar quiera morder el aguijón metálico.
El catamarán pasa por debajo de la silla
El gigantesco asiento, del vigilante de turno, medita con sigilo misterioso los sobresaltos de algunos imprudentes e irresponsables bañistas que, durante el verano, le han hecho pasar algunos desafortunados tragos, mientras el catamarán con sus dos enormes patines juega con la silla pasando por debajo en su fugaz marcha.
El frágil barquito hecho rudimentariamente de corcho blanco espera la llegada del niño, que la tarde anterior lo dejó abandonado, para poderse mecer con el leve movimiento de las olas del mar, que se enjoyan de espumas blancas y de coronas de rubíes flotando en el agua.
Alguna gaviota pasa por encima de mi cabeza se deja llevar, por la brisa, con las alas extendidas, vigilante con sus lentes explorando las cristalinas aguas, para en tirada vertiginosa como el mejor saltador sobre piscina olímpica, dando un graznido, en un alarde de belleza efímera traspasa las cristalinas aguas para sacar enganchado en su pico un enorme pez.
Mientras tanto otra gaviota, aposentada en la roca saliente, contempla con envidia el desayuno tempranero que se está dando su amiga.
Los barcos de los pescadores a modo de barquitos de papel recién construidos, por las manos de los niños, en un taller de plástica escolar esperan ansiosos el momento de zambullirse en el líquido salino, para darse una vueltecita por alta mar y volver cargados de peces, dejando en la arena la marca de la brea que cubre sus cuerpos.
Quise hacer un trato con uno de los pescadores que, paciente a la sombra de su barca, esperaba salir a faenar, para comprarle su barca y éste me contestó:
-Le vendo el aire que hay dentro, la arena donde se acuesta,
ese mar en dormivela en el fondo de mi barca, donde estrellas marineras reman
de noche a sus anchas. Aire, arena, agua. ¡Todo lo vendo, menos mi barca!
-¡Pero hombre!, estoy dispuesto a pagarte lo que me pidas.
-No se moleste.
-¿Que cuánto quiero por ella?
-Mi barca es la sal del mar que se hizo piropo y gracia, con
un solo nombre: Mi barca.
-¿Qué cuánto quiero por ella?
-No la puedo vender, porque ¡Mi barca, no es sólo barca, es
mucho más que una barca!
Llegan a mis oídos los sones del reloj de la iglesia del pueblo, mientras en lo alto de la montaña cubierto su cuerpo de los harapos de la ruindad que el tiempo le ha proporcionado, el esqueleto ruinoso de lo que en épocas pasadas fue un castillo, a modo de atalaya vigilante de la llegada del enemigo, permanece impávido viendo pasar el tiempo.
El ruinoso castillo de Castell
Ha habido una mirada recíproca entre los dos, un clamor angustioso de ver cómo, poco a poco se va desmelenando, cómo cada año se ha ido despojando de la elegancia que en tiempos pasados poseía, por su fortaleza le llamaron castillo de hierro.
Yo me pregunto: ¿Por qué no le vuelven a dar vida, lo
acicalan y trajean cómo estuvo en épocas pasadas?
Entonces, de verdad, se podía pregonar con toda justicia, y a boca
llena, ¡éste es Castell de Ferro!
¡Pero bueno!, mientras sigo caminando por el recoleto paseo marítimo reflexionando, pienso, a lo mejor para darle más entidad a este pueblo de marineros conviene que tenga la pátina que le ha marcado el tiempo.
Dos madrugadores sentados en el pretil, a modo de alargado banco que rodea el paseo, añoran el rico fruto de las chumberas, que en tiempos pasados abundaron, y pregonaban las vendedoras por Granada:
-¡qué gordos y que dulces!,
-¡qué ricos higos llevo hoy!,
-¡niñas traídos esta misma mañana de la costa!, actualmente no queda ninguna.
El sol está revoltoso, quiere jugar con las casas del pueblo e intenta esconderse detrás de una de las numerosos palmeras que se alinean a todo lo largo de la playa, pero es infructuoso su esfuerzo, porque se le ve derramarse por ambos lados.
Algún valiente se arriesga a sumergir su cuerpo recibiendo el bautismo del crepúsculo matutino, mientras otros se esfuerzan en deslizar su canoa para salir a pescar.
Haciendo malabarismos circenses, sin tener red
de protección, a modo de exclamación ha dejado plasmado en el muro algo que lo
ha arrancado de su corazón para lucirlo ante los ojos de todos. ¡AMORE SUAS!
SUAS AMORE
He llegado a la mitad del circuito y ahora regreso deshaciendo el camino, contemplando la floresta y absorbiendo el perfume que embarga el espacio por donde camino.
La floresta de Castell
Algo extraño veo moverse en el cielo, ¡no es una gaviota!, ¡tampoco es un aguilucho!, pero conforme se va acercando, mi asombro va creciendo,
-¡es un gigantesco pájaro con cuerpo humano y enormes alas de bellos colores!
Ya no es uno solo son varios que se van posando en la playa, arrastrando el enorme alerón, mientas caminan hasta que lentamente las alas multicolores, se van plegando para caer rendidas sobre la arena.
He llegado a mi rincón, henchidos mis pulmones de aire marino, mi vista repleta de escenas sensacionales, los músculos fortalecidos y dispuesto a recoger el copo de todo lo visto y oído para comenzar a plasmarlo en el "papel" del ordenador.
Comienzo a coleccionar los “guijarros” positivos que he
tenido en mi caminata por la playa de la vida, desechando los negativos que han
puesto trabas en el viaje de mi existencia.
Querido amigo Pepe:! que barbaridad ¡ acabo de ver, oír, leer,disfrutar y sentir, el magnifico paseo matutino y vespertino, que con tanta fidelidad y, brillantez, describes.
ResponderEliminarEsa cuidada prosa, arropada de poesía, me ha permitido acompañarte por esos lares, de rincones y playas llenos de encantos y sabor marinero. Yo ya sabía que al Sol le llaman loren loren lorenzo y a la luuuna Cataliiina. Cuando se acuesta loren loren lorenzo, se levaaanta Cataliiina.
Es increíble que pueda haber personas que se levanten y se acuesten, sin percibir todo lo que ocurre a su alrededor y que la naturaleza nos brinda de una manera gratuita, llena de esplendor y magnificencia, pero es estupendo que esos días que has pasado por ahí, te hallan servido para que ese espíritu siempre alerta, despierto y siempre en forma que te acompaña, despliegue sus alas, de rienda suelta a sus sentidos y estos puedan captar lo que otros muchos no pueden ver. Eres doblemente afortunado pues tienes una sensibilidad especial, que a otros no acompaña y tienes la capacidad de trasmitirlo de una manera poco usual; yo te felicito por ello y te agradezco que este correo me haya servido para acompañarte y sentir todo lo que en este magnifico paseo tu has sentido aun en la distancia; la fuerza expresiva de este relato me ha permitido volar con los vencejos, pescar con las gaviotas, tomarme dos higos chumbos refrescados en la barra de hielo, y sacar el copo como antaño; no crea que haya habido una semana o diez días mejor aprovechados. Un fuerte abrazo, mi enhorabuena y mi agradecimiento por tan lindo recorrido.tu amigo. Pepe Cuadros
Querido amigo Pepe:
EliminarYa quedaron atrás aquellas jornadas de descanso y meditación de días pasados por esas playas, que como dijo el poeta, cada vez que se habla te saben a sal las palabras.
Quien mejor que tu podría hablarme de delicias placenteras marineras, que cada minuto, hora, y día estás contemplando desde ese maravilloso, "Rincón de la Victoria", porque si a éste privilegiado lugar de Málaga le llaman Rincón, dentro de él existo otro, desde cuya atalaya, como vigía permanente, contemplas la inmensidad del mar, desde tu acogedor espacio vital hasta los confines del horizonte donde la vista se pierde.
Nadie mejor que tu sabe cuando nos encontramos alejados del mundanal ruido y ajetreo de la ciudad, como el halo atmosférico que nos rodea, es el mejor acicate de inspiración para darle rienda suelta a las alas de la imaginación para que en mutua conexión mente y teclado del ordenador, vayan dejando el reguero escrito de lo que emana de tus pensamientos.
Un fuerte abrazo.
Abuelo soy Pablo,tu nieto. Me ha gustado mucho sobre lo que as escrito sobre Castel del Ferro, esque como lo cuentas parece que estas en la playa disfrutando de todo. Un beso de mi parte Abuelo. Te quiero.
ResponderEliminarMi querido nieto Pablo: No creas que se me había olvidado contestarte a éste comentario que tan maravillosamente me has hecho, lo que me ha pasado es que es tanto el trabajo que tengo, que un día por otro lo he ido dejando, por eso te pido disculpas.
EliminarMe dices que al leer el texto, te has sentido como si estuviese en la playa, caminando junto a mi y disfrutando de todo lo que ocurre a tu alrededor, has de saber querido Pablo que esa es siempre mi intensión cuando escribo, que el lector se meta conmigo, en lo que estoy narrando, pasee, respire el mismo aire que yo respiro, coma, suba, baje, en un recorrido por la montaña..., participe en todo lo de digo al ir escribiendo, con el objeto de que sienta protagonista y actor del relato.
Muchas gracias por tu comentario y espero que sea el principio de otros muchos, que creo me harás a partir de ahora en otros archivos que "como rosquillas literarias" van saliendo en mi blog. Muchos besos y abrazos. Te quiero.