EL NIÑO QUE SE HA PERDIDO POR EL ALBAYZÍN
Campanas de la torre de la iglesia de S. Pedro.
Campanas del convento de Zafra
Aún
resuena en mis oídos el griterío de la gente que, agolpada sobre la ladera del
río, se regodean viendo a las mozuelas remojarse en la poza de agua que cubre
las pasaeras; mi subconsciente sigue oliendo los ricos dulces de las monjas de
Zafra, escuchado el doblar de las campanas de la Iglesia de S. Pedro, unas
veces, hablándole al barrio con fuerza, para dar la noticia de que ha muerto
“Manolico el carbonero”, otras para invitar a la novena de Santa Rita, para la
misa mayor del domingo, o para despedir a los romeros que a finales del mes de
mayo, todos los años, marchan en romería hacia el Rocío, con el “Sin Pecado”
tirado por dos bueyes, marcando rítmicamente el paso, van diciéndole a Granada:
transportamos en esta carreta el sentir de todos los granadinos para
ofrecérselos a la Reina de las Marismas.
Los rocieros con el Sin Pecado por la Carrera del Darro.
Había como una especie de competencia
entre los toques a maitines de las Bernardas y los repiques que salían de la
torre de la Parroquia. Creo que existía una sana envidia entre el tintineo
dulce de las campanitas de las monjas que querían, pero no podían, callar la
ronca voz del campanario de la iglesia.
Cuesta del Rey Chico
Boabdil. "El Rey Chico"
Escucho a Carmen, la vecina de la Calle Horno de Oro,
contando sus leyendas y me parece escuchar los cascos de los caballos que
acompañan a Boabdil bajar por la Cuesta del Rey Chico, huyendo de su padre,
para refugiarse en otro palacio (Dal Ahorra) en la Alcazaba Vieja. En esta
amalgama de neblina y sueños que
deambulan por mi mente sigo incansable buscando al niño que se me perdió, hace
muchos años, por el Albayzín.
Huele a alquitrán, al doblar la esquina de la Cuesta
del Chapiz, un gigantesco y descomunal monstruo metálico, con un gran ruido
estruendoso detiene mis pasos, algunos de mis amigos lo contemplan extasiados,
aquel gigante de hierro, con su maciza rueda delantera, va aplastando las
piedras que, amontonadas al borde de la cuesta, han triturado a golpe de marro
los picapedreros.
¡Todo es atronador!, unos obreros cubriendo sus pies y
parte delantera del cuerpo con sacos de aspillera, manguera en mano, van
depositando detrás del gigante un líquido negro que sale de un depósito aciago.
Hay un vapor especial, que se desprende del depósito, envolviendo el ambiente;
humo originado por la leña que arde para calentar y derretir el alquitrán que
ha de salir para ir regando el empedrado; todo se entremezcla, humo, vapor, calor
del ambiente lo engloba todo. Alguien grita:
-¡Pepito, nos están asfaltando la cuesta!
La tarde va declinando y el calor sofocante de este
mes de Julio se va amortiguando por la debilidad de los rayos solares en este
atardecer.
La Cuesta del Chapiz, calvario de los mulos
La Cuesta del
Chapiz, de piso terroso y pedregoso es el calvario de los mulos que arrastran
esa pesada carreta sometidos a los improperios, blasfemias y varetazos, sobre
sus lomos, que les propinan esos carreteros, de forma inhumana quieren que esas
pobres bestias sobrepasen sus fuerzas para llevar la carga al final de la
cuesta.
Aún se percibe en ella el rastro de olor que las vacas de Joseico han
dejado cuando han bajado, como ritualmente hacen todas las tardes, a abrevar en
el Molino del Negro; se encuentra por
debajo del Carmen de Salazar, contiguo a la puerta de entrada al Colegio del
Ave María, siendo la diversión de grandes y pequeños, escondiéndonos en
portales y trepando por las rejas de las ventanas para evitar un mal
encontronazo.
Sigo buscando “al niño que perdí por el
Albayzín”.
Montado en mi patineta de cojinetes, soy
la admiración de los niños del barrio, bajo velozmente por la recién nacida
cuesta con su vestido nuevo de capa alquitranada.
Cojinete
Mi patineta tiene todos los complementos
necesarios, posee hasta freno, pero pronto la competencia haría que el asfalto
sufriera el deslizamiento de otras patinetas.
De pronto se oye el grito de alarma, del
niño vigilante en la esquina, ¡Qué vienen los “guris! (guardia municipal).
-¡Que os, que os! (abreviatura de que os
cogen). Pronto el correr por los
callejones era todo un hacer, portando nuestro recién estrenado esquí de tres
ruedas, una delantera y dos traseras.
En taller de carpintería de Antonio, el
que tiene el taller frente a la aljibe, disimuladamente me sitúo en la puerta
viéndole como calienta la cola para pegar los “panés” de las puertas de un armario.
Cuando ha pasado un buen rato Antonio,
que solamente me había visto de pasada, con unos ¡buenos días o buenas tardes!,
se extraña de mi permanencia, pues impávido permanezco como estatua inmovible.
-Pepito, ¿Qué quieres? Mire, señor
Antonio, ha visto como nos han dejado la cuesta?
-Claro que la he visto y todos tan
contentos, ¡buena falta le hacía!
La fatiga y la angustia me invadía por
momentos, tenía que pedirle algo, para mí muy importante en esos momentos, pero
las palabras se me enquistaban en la garganta y por momentos no se atrevían a
salir. Intenté balbucear algunas sílabas pero todas se frustraban en el momento
de hacerlas realidad.
-Pero hombre, quieres, de una vez por
todas, hablar.
-Mire, deseaba me diera un tabla para construirme
una patineta y poder desliarme por la Cuesta, como están haciendo mis amigos.
-Eso está hecho escoge, de esos trozos
que hay en ese rincón, el que mejor se
te acomode.
Lleno de ilusión, este niño que llevo
dentro, tablero en mano marchó regocijante a construirse su patineta.
En los tiempos que corren, hoy día, este
niño arrastrando los muchos años que porta, ve a los jóvenes de hoy con sus magníficas patinetas,
compradas, que no tienen que ver nada a las que con nuestras propias manos nos
construíamos. Bastaba un tablero, tres cojinetes, un ancho listón que unido al
cojinete que iba en la parte anterior servía de volante. Algunos llegaron a construir patinetas
gigantes donde se subían hasta cuatro amigos, con su freno y todo. ¡Habrá cosa
más maravillosa construirse los propios juguetes que doblemente disfrutábamos!
Portada de entrada al Colegio en el año 1940
Hay un canto especial, que recrea mis
sentidos acompañado por una música que sale mezclada con un tropel de niños que
dan por finalizada su jornada escolar, entre aquellos niños estaba yo, y me uno
a sus cantos: ya del descanso la hora
llegó vamos a casa sin dilación y a nuestros padres que allí estarán uno y mil
besos hemos de dar, colegio querido de mi corazón el Señor te guarde quédate
con Dios…
Y a pesar de que cada día que pasa me
siento más triste y más viejo, sin embargo, cada día más niño, el niño que
llevo dentro. Los años que llevo dentro, como ladrones, me robaron y por más
que quiera no me lo devuelven, no. Pero sigo buscando por el Albayzín el niño
que perdí.
Los niños se marcharon pero el niño que
llevo dentro penetró en su Escuela y jugó de nuevo en su acequia con aquella
agua que corre, que canta con su son me
lo quiero llevar conmigo porque hoy lo necesito para mi sentimiento. Aquel
barquito de papel con el que jugaba barquito de ilusión, todavía navega en mis
recuerdos, porque toda ilusión es una fragata de viento y de papel en la que va
el corazón.
D. Andrés Manjón utiliza el juego para enseñar la Geografía.
El niño se detiene en la puerta de su
Colegio, hace un calor sofocante, es mediodía en un mes de agosto, con un sol
de justicia, hay un cauchil de agua potable, un hilillo del líquido elemento se
desliza lentamente, las avispas sedientas se posan entre revoloteos
entrecortados y el niño sigiloso y con esa habilidad especial, entrándole por
detrás para evitar el aguijonazo, coge una de ellas y como cirujano rápido
utilizando el bisturí de sus dedos sustituye el aguijón por un trocito de papel
de fumar, echándola a volar, quiere recordar una de sus travesuras de la niñez.
Cuesta del Chapiz a la altura del Peso de la Harina (1920)
Más arriba en el Peso de la Harina
esquina con el Camino del Sacromonte, María Jesús, con su puesto de chuches y
su barra de hielo, rasca que rasca, para impregnado de jarabe de menta, fresa y
limón refrescar y saciar la sed de aquel
niño.
María Jesús, la señora que vendía las "chucherías"
El niño que quiere ser hombre, le ha
comprado un cigarro de matalauva, porque quiere dejar de ser niño para ser
hombre; ha empezado a ponerse años, pero le estaban tan mal los años que ya no
quiso ser hombre, pero cuando quiso ser de nuevo niño ya no pudo ser.
Pellejos de vino de la taberna "El Portalón"
El portalón con sus pellejos de vino y
sus sillas de anea sin espaldar, con aquellos grandes carteles de las corridas
de toros del Corpus Christi, daban cobijo a los trabajadores que bebían para
olvidar, después de una jornada intensa de trabajo, las penalidades y miserias
de aquella vida que les había tocado llevar.
Reynaldo, hijo de Antonio "Talismán" y Josefina. (Poetas)
En la esquina de enfrente veo al niño
entrar en el estanco de Antonio el poeta, “Talismán”, y de su mujer Josefina,
poetisa también, padres de Reinaldo, la de los tacones altos, cuerpo esbelto,
ojos de gitana, cabellera trenzada, para comprar una caja de cerillas con qué
poder encender el cigarrillo recién comprado de matalauva.
Tienda de comestibles de Juan Manuel
Cartilla de racionamiento. (1943)
Juan Manuel Bolivar, el de la tienda de
comestibles, en la otra esquina de la calle, corta los tiques de las cartillas
de racionamiento, mientras sus hijos despachan las escasas raciones que a cada
vecino le corresponden.
Edificio de la Escuela de Estudios Árabes
El niño quiere jugar y llama a su amigo
Emilio, el hijo de los porteros de la Escuela de Estudios Árabes y ambos se
pierden por los jardines de aquella casa morisca donde vivieron los moriscos
Lorenzo el Chapiz y Hernán López el Feri. La “Casa blanca”, al-Dar al Bayda.
Por eso se le llamaba a esta zona, Arrabal de la Albaida. Después tomaría el de
alhacaba (cuesta) del Chapiz.
Las mujeres hacen cola para sacar agua
Las mujeres del barrio, con sus cantaros
en las caderas y los cubos, hacen cola para sacar el agua del aljibe que hay un
poco más arriba, agua para lavar, agua, para guisar, agua para el aseo, agua
para todo.
De noche, porque la noche nos deja a
todos solas; de tarde, porque es hermoso quedarse en la tarde a solas, el agua
de los aljibes se muere de puro sola. Hasta por la mañana, las mujeres se le
asoman y cubo a cubo le suben la canción íntima y mora. Y cubo a cubo le quitan
las penas de la memoria. En mis recuerdos como resuena mi voz de niño, cuando
gritaba asomado al brocal, por los aljibes del Albayzín.
Vaquería de "Joseico"
El niño entra en la vaquería de Joseico
con su peseta y vaso para beberse, allí mismo, la leche espumosa recién
ordeñada; el mugido de las vacas, el olor penetrante de la cuadra, el chasquido
de las pezuñas sobre el suelo humedecidos por el orín reviven por momentos y le
hacen más niño.
El niño quiere y no puede volver a la
algarabía del Sábado de Gloria, arrastrando aquella soga con enganches de latas
viejas, sobre la terrosa cuesta, porque la han vestido con traje nuevo de
asfalto; ya no están los toneles dando vueltas en la fábrica de bolas, donde mi
madre me mandaba a por cisco y tierra para el brasero que nos calentaba en la
mesa de camilla en los rigurosos días del invierno, ni tampoco la expendeduría
de la leche y el queso americano.
Veo retornar a sus cuadras a la manada
de cabras de Miguel Peña, que han pasado el día pastando por los cerros de S.
Miguel, mientras mis pies alcanzan la cumbre de la cuesta, para dejar de ser
niño y volver al hombre mayor que soy sin dejar de tener al niño que llevo
dentro.
Las cabras de Miguel Peña.
Cuesta del Chapiz. Óleo de José Medina Villalba.
Cuesta del Chapiz. Óleo de José Medina Villalba.
Peso de la Harina (1920)
José Medina Villalba.