lunes, 29 de abril de 2013

UN PASADO INOLVIDABLE EN GRANADA. LA CUESTA DEL CHAPIZ.


 EL  NIÑO QUE SE HA PERDIDO POR EL ALBAYZÍN
Campanas de la torre de la iglesia de S. Pedro.
 
 
 
     
                                                                              Campanas del convento de Zafra
          Aún resuena en mis oídos el griterío de la gente que, agolpada sobre la ladera del río, se regodean viendo a las mozuelas remojarse en la poza de agua que cubre las pasaeras; mi subconsciente sigue oliendo los ricos dulces de las monjas de Zafra, escuchado el doblar de las campanas de la Iglesia de S. Pedro, unas veces, hablándole al barrio con fuerza, para dar la noticia de que ha muerto “Manolico el carbonero”, otras para invitar a la novena de Santa Rita, para la misa mayor del domingo, o para despedir a los romeros que a finales del mes de mayo, todos los años, marchan en romería hacia el Rocío, con el “Sin Pecado” tirado por dos bueyes, marcando rítmicamente el paso, van diciéndole a Granada: transportamos en esta carreta el sentir de todos los granadinos para ofrecérselos a la Reina de las Marismas.


                                                  Los rocieros con el Sin Pecado por la Carrera del Darro.

Había como una especie de competencia entre los toques a maitines de las Bernardas y los repiques que salían de la torre de la Parroquia. Creo que existía una sana envidia entre el tintineo dulce de las campanitas de las monjas que querían, pero no podían, callar la ronca voz del campanario de la iglesia.

                                                                     Cuesta del Rey Chico
                                                                    Boabdil. "El Rey Chico"
           Escucho a Carmen, la vecina de la Calle Horno de Oro, contando sus leyendas y me parece escuchar los cascos de los caballos que acompañan a Boabdil bajar por la Cuesta del Rey Chico, huyendo de su padre, para refugiarse en otro palacio (Dal Ahorra) en la Alcazaba Vieja. En esta amalgama de neblina  y sueños que deambulan por mi mente sigo incansable buscando al niño que se me perdió, hace muchos años, por el Albayzín.

          Huele a alquitrán, al doblar la esquina de la Cuesta del Chapiz, un gigantesco y descomunal monstruo metálico, con un gran ruido estruendoso detiene mis pasos, algunos de mis amigos lo contemplan extasiados, aquel gigante de hierro, con su maciza rueda delantera, va aplastando las piedras que, amontonadas al borde de la cuesta, han triturado a golpe de marro los picapedreros.

 


          ¡Todo es atronador!, unos obreros cubriendo sus pies y parte delantera del cuerpo con sacos de aspillera, manguera en mano, van depositando detrás del gigante un líquido negro que sale de un depósito aciago. Hay un vapor especial, que se desprende del depósito, envolviendo el ambiente; humo originado por la leña que arde para calentar y derretir el alquitrán que ha de salir para ir regando el empedrado; todo se entremezcla, humo, vapor, calor del ambiente lo engloba todo. Alguien grita:

-¡Pepito, nos están asfaltando la cuesta!


       La tarde va declinando y el calor sofocante de este mes de Julio se va amortiguando por la debilidad de los rayos solares en este atardecer.

                                                        La Cuesta del Chapiz, calvario de los mulos
        La Cuesta del Chapiz, de piso terroso y pedregoso es el calvario de los mulos que arrastran esa pesada carreta sometidos a los improperios, blasfemias y varetazos, sobre sus lomos, que les propinan esos carreteros, de forma inhumana quieren que esas pobres bestias sobrepasen sus fuerzas para llevar la carga al final de la cuesta.
        Aún se percibe en ella el rastro de olor que las vacas de Joseico han dejado cuando han bajado, como ritualmente hacen todas las tardes, a abrevar en el Molino del Negro;  se encuentra por debajo del Carmen de Salazar, contiguo a la puerta de entrada al Colegio del Ave María, siendo la diversión de grandes y pequeños, escondiéndonos en portales y trepando por las rejas de las ventanas para evitar un mal encontronazo.

Sigo buscando “al niño que perdí por el Albayzín”.


Montado en mi patineta de cojinetes, soy la admiración de los niños del barrio, bajo velozmente por la recién nacida cuesta con su vestido nuevo de capa alquitranada.


      
 
                                                                   Cojinete
 
 
Mi patineta tiene todos los complementos necesarios, posee hasta freno, pero pronto la competencia haría que el asfalto sufriera el deslizamiento de otras patinetas.


De pronto se oye el grito de alarma, del niño vigilante en la esquina, ¡Qué vienen los “guris! (guardia municipal).

-¡Que os, que os! (abreviatura de que os cogen).  Pronto el correr por los callejones era todo un hacer, portando nuestro recién estrenado esquí de tres ruedas, una delantera y dos traseras.


En taller de carpintería de Antonio, el que tiene el taller frente a la aljibe, disimuladamente me sitúo en la puerta viéndole como calienta la cola para pegar los “panés”  de las puertas de un armario.


Cuando ha pasado un buen rato Antonio, que solamente me había visto de pasada, con unos ¡buenos días o buenas tardes!, se extraña de mi permanencia, pues  impávido permanezco como estatua inmovible.

 

-Pepito, ¿Qué quieres? Mire, señor Antonio, ha visto como nos han dejado la cuesta?

-Claro que la he visto y todos tan contentos, ¡buena falta le hacía!

La fatiga y la angustia me invadía por momentos, tenía que pedirle algo, para mí muy importante en esos momentos, pero las palabras se me enquistaban en la garganta y por momentos no se atrevían a salir. Intenté balbucear algunas sílabas pero todas se frustraban en el momento de hacerlas realidad.

-Pero hombre, quieres, de una vez por todas, hablar.


-Mire, deseaba me diera un tabla para construirme una patineta y poder desliarme por la Cuesta, como están haciendo mis amigos.

-Eso está hecho escoge, de esos trozos que hay en ese rincón,  el que mejor se te acomode.


Lleno de ilusión, este niño que llevo dentro, tablero en mano marchó regocijante a construirse su patineta.


En los tiempos que corren, hoy día, este niño arrastrando los muchos años que porta, ve a los  jóvenes de hoy con sus magníficas patinetas, compradas, que no tienen que ver nada a las que con nuestras propias manos nos construíamos. Bastaba un tablero, tres cojinetes, un ancho listón que unido al cojinete que iba en la parte anterior servía de volante.  Algunos llegaron a construir patinetas gigantes donde se subían hasta cuatro amigos, con su freno y todo. ¡Habrá cosa más maravillosa construirse los propios juguetes que doblemente disfrutábamos!

                                            Portada de entrada al Colegio en el año 1940
Hay un canto especial, que recrea mis sentidos acompañado por una música que sale mezclada con un tropel de niños que dan por finalizada su jornada escolar, entre aquellos niños estaba yo, y me uno a sus cantos: ya del descanso la hora llegó vamos a casa sin dilación y a nuestros padres que allí estarán uno y mil besos hemos de dar, colegio querido de mi corazón el Señor te guarde quédate con Dios…

Y a pesar de que cada día que pasa me siento más triste y más viejo, sin embargo, cada día más niño, el niño que llevo dentro. Los años que llevo dentro, como ladrones, me robaron y por más que quiera no me lo devuelven, no. Pero sigo buscando por el Albayzín el niño que perdí.

Los niños se marcharon pero el niño que llevo dentro penetró en su Escuela y jugó de nuevo en su acequia con aquella agua que corre, que canta  con su son me lo quiero llevar conmigo porque hoy lo necesito para mi sentimiento. Aquel barquito de papel con el que jugaba barquito de ilusión, todavía navega en mis recuerdos, porque toda ilusión es una fragata de viento y de papel en la que va el corazón.
                                             D. Andrés Manjón utiliza el juego para enseñar la Geografía.
 
El niño se detiene en la puerta de su Colegio, hace un calor sofocante, es mediodía en un mes de agosto, con un sol de justicia, hay un cauchil de agua potable, un hilillo del líquido elemento se desliza lentamente, las avispas sedientas se posan entre revoloteos entrecortados y el niño sigiloso y con esa habilidad especial, entrándole por detrás para evitar el aguijonazo, coge una de ellas y como cirujano rápido utilizando el bisturí de sus dedos sustituye el aguijón por un trocito de papel de fumar, echándola a volar, quiere recordar una de sus travesuras de la niñez.

                                                Cuesta del Chapiz a la altura del Peso de la Harina (1920)
Más arriba en el Peso de la Harina esquina con el Camino del Sacromonte, María Jesús, con su puesto de chuches y su barra de hielo, rasca que rasca, para impregnado de jarabe de menta, fresa y limón refrescar y saciar la  sed de aquel niño.

                                                        María Jesús, la señora que vendía las "chucherías"
El niño que quiere ser hombre, le ha comprado un cigarro de matalauva, porque quiere dejar de ser niño para ser hombre; ha empezado a ponerse años, pero le estaban tan mal los años que ya no quiso ser hombre, pero cuando quiso ser de nuevo niño ya no pudo ser.

                                                           Pellejos de vino de la taberna "El Portalón"

El portalón con sus pellejos de vino y sus sillas de anea sin espaldar, con aquellos grandes carteles de las corridas de toros del Corpus Christi, daban cobijo a los trabajadores que bebían para olvidar, después de una jornada intensa de trabajo, las penalidades y miserias de aquella vida que les había tocado llevar.
                                            Reynaldo, hijo de Antonio "Talismán" y Josefina. (Poetas)
   En la esquina de enfrente veo al niño entrar en el estanco de Antonio el poeta, “Talismán”, y de su mujer Josefina, poetisa también, padres de Reinaldo, la de los tacones altos, cuerpo esbelto, ojos de gitana, cabellera trenzada, para comprar una caja de cerillas con qué poder encender el cigarrillo recién comprado de matalauva.

                                                       Tienda de comestibles de Juan Manuel
                                                                  Cartilla de racionamiento. (1943)
 
Juan Manuel Bolivar, el de la tienda de comestibles, en la otra esquina de la calle, corta los tiques de las cartillas de racionamiento, mientras sus hijos despachan las escasas raciones que a cada vecino le corresponden.
 
                                                    Edificio de la Escuela de Estudios Árabes
 
El niño quiere jugar y llama a su amigo Emilio, el hijo de los porteros de la Escuela de Estudios Árabes y ambos se pierden por los jardines de aquella casa morisca donde vivieron los moriscos Lorenzo el Chapiz y Hernán López el Feri. La “Casa blanca”, al-Dar al Bayda. Por eso se le llamaba a esta zona, Arrabal de la Albaida. Después tomaría el de alhacaba (cuesta) del Chapiz.

                                                         Las mujeres hacen cola para sacar agua
Las mujeres del barrio, con sus cantaros en las caderas y los cubos, hacen cola para sacar el agua del aljibe que hay un poco más arriba, agua para lavar, agua, para guisar, agua para el aseo, agua para todo.

De noche, porque la noche nos deja a todos solas; de tarde, porque es hermoso quedarse en la tarde a solas, el agua de los aljibes se muere de puro sola. Hasta por la mañana, las mujeres se le asoman y cubo a cubo le suben la canción íntima y mora. Y cubo a cubo le quitan las penas de la memoria. En mis recuerdos como resuena mi voz de niño, cuando gritaba asomado al brocal, por los aljibes del Albayzín.
                                                           Vaquería de "Joseico"
El niño entra en la vaquería de Joseico con su peseta y vaso para beberse, allí mismo, la leche espumosa recién ordeñada; el mugido de las vacas, el olor penetrante de la cuadra, el chasquido de las pezuñas sobre el suelo humedecidos por el orín reviven por momentos y le hacen más niño.

El niño quiere y no puede volver a la algarabía del Sábado de Gloria, arrastrando aquella soga con enganches de latas viejas, sobre la terrosa cuesta, porque la han vestido con traje nuevo de asfalto; ya no están los toneles dando vueltas en la fábrica de bolas, donde mi madre me mandaba a por cisco y tierra para el brasero que nos calentaba en la mesa de camilla en los rigurosos días del invierno, ni tampoco la expendeduría de la leche y el queso americano.


Veo retornar a sus cuadras a la manada de cabras de Miguel Peña, que han pasado el día pastando por los cerros de S. Miguel, mientras mis pies alcanzan la cumbre de la cuesta, para dejar de ser niño y volver al hombre mayor que soy sin dejar de tener al niño que llevo dentro.

                                                       Las cabras de Miguel Peña.              

                                                      Cuesta del Chapiz. Óleo de José Medina Villalba.
 
                                                         Cuesta del Chapiz. Óleo de José Medina Villalba.
 

                                                                  Peso de la Harina (1920)
 
 
                                                  José Medina Villalba.

6 comentarios:

  1. Muchas gracias por su tiempo y por el cariño que desprende en sus explicaciones sobre el colegio "Ave María" y la pedagogía Manjoniana. Aparte de quedarnos escandilados por la belleza del emplazamiento de la "Casa Madre", tengo que reconocer que oirle relatar ha sido una satisfacción muy grata y enriquecedora. Muy agradecida:

    Lola Pistón (alumna de la Escuela de Magisterio La Inmaculada)

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  2. Laura Poyato León25 de enero de 2014, 18:31

    Gracias Pepe por lograr transportarnos a tus lectores de una manera tan vívida a otros tiempos. Nunca me hubiera imaginado que algo que las raíces de la patineta fueran tan antiguas. Siempre que pensé que sería de los años 70 como mucho.
    Serán cosas mías seguro, pero siempre que leo estos relatos tuyos protagonizados por niños se me viene a la mente "El camino" de Delibes.
    Es como si pudieras meterte totalmente en la piel de un niño. Y además lo acompañas de fotos tan adecuadamente que me parece ser transportada a la Cuesta del Chapiz de aquellos años y ver corretear a los niños allí.
    Para mi este relato desde luego se merecía el primer premio.
    Muchos besos de Giselle, Jared, Jose y mios para Conchita y para tí.

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    1. Querida familia, Jose, Laura, Giselle y Jared, mi agradecimiento al comentario por el archivo sobre la Cuesta del Chapiz; es para mi una gran satisfacción que mis relatos sean de vuestro agrado, así como los parabienes que recibo parte de otros muchos seguidores, siempre es un estímulo para seguir escribiendo.
      Parece que en esto de los premios en los concursos literarios no me acompañan los resultados, en este último salí empatado en puntuación con el primero, pero el sorteo no me favoreció; igualmente ocurrió el año anterior, también salí empatado para el segundo lugar, pero por el mismo sistema quedé el tercero.
      Todo esto no me preocupa, lo importante, como se suele decir, es participar y así lo seguiré haciendo.
      Hemos publicado la revista del Colegio, nº 34, de la que soy director y coordinador, hay artículos muy interesantes, alguno mío, un día de los que suba por ahí os la llevaré.
      Leer es muy importante y si esta afición que tienes se la trasmites a tus hijos, estarás realizando un papel educativo muy importante.
      Siempre me gustó todo lo que está relacionado con el arte en cualquiera de sus diversas facetas y esta de escribir siempre me apasionó y procuré trasmitírsela a mis alumnos.
      Tuve la gran suerte de tener, en mi época de estudiante, un magnífico profesor de Literatura, gran escritor, D. Ricardo Villa-Real Molina, tiene varios libros escritos sobre Granada, que supo introducirme ese gusanillo por la prosa con ribetes poéticos, aunque no siempre se consigue. Me encanta rememorar el pasado sobre elementos costumbristas de Granada y en especialmente sobre mi barrio, el Albayzín, procurando introducir al lector en el relato, de tal manera, que se sienta cuerpo vivo de lo que allí voy describiendo.
      Besos de Conchita y míos para todos vosotros.

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    2. ¡¡Preciosa evocación!! Y ¿la madre de Reynaldo era poetisa? ¡¡Qué sorpresa, no tenía ni idea!! ¿Qué escribía? ¿Publicó algo...?
      Enhorabuena una vez más por tu buen hacer, querido amigo, y un abrazo de Amelina Correa

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    3. Amelina, Josefina Manzano Villalba, prima de mi madre, casada con Antonio Fernández Moreno, padres de Reynaldo, el actual director de la Alhambra.
      Antonio escribía poesía con el seudónimo de "Talismán".
      Si entras en google y pones Antonio Fernández Manzano. Talismán, aparece su más importante obra literaria titulada: Teoría del "Cante jondo" del alma y misterio de Andalucía, Talismán. Ahí encontrarás toda su ficha de autoridad.
      Con ambos y con sus hijos: Azucena, Ninfa, Preciosa y Reynaldo me une una gran amistad, por la vecindad y vínculo familiar.
      Les tengo dedicado un archivo con el título: ALBAYZÍN.DOS ALBAICINEROS DE PRO. ANTONIO FERNÁNDEZ MORENO Y JOSEFINA MANZANO VILLALBA. Te dejo el enlace para que conozcas mejor a esta familia y mis relaciones con ella.
      Tanto Josefina como su esposo Antonio, escribían poesía, aunque desconozco si Josefina tiene algo publicado, algún día le preguntaré a Reynaldo para que me informe sobre este asunto, e incluso si conserva algunos manuscritos poéticos de su madre.
      Amelina, gracias por tu evocador comentario, como siempre, tan generoso.
      Enlace del archivo, para que conozcan más detenidamente a esta extraordinaria familia.
      Enlace. http://granadaluzcoloryliteratura.blogspot.com.es/2014/08/albayzin-dos-albaicineros-de-pro.html

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  3. Amelina, si no se abriera el archivo al hacer clic en el enlace que te pongo, te remiro a mi blog. Busca, viernes, 29 de agosto de 2014.

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