Quiero felicitar, en este mensaje
navideño, a todos mis familiares, amigos y seguidores de las páginas de este
blog deseándoles los mejores anhelos, en estas celebraciones, y que estos se
hagan realidad en el próximo año 2014. A todos mis lectores va dedicada esta
narración J. Medina Villalba.
Había caído una nevada impresionante,
todo el barrio parecía una tarta gigante, un rico pastel para celebrar las
navidades. Corría el año cuarenta del pasado siglo, me asomé por la ventanita
de mi dormitorio para contemplar el gran espectáculo que, con gran emoción, se
grabada en mi retina.
Frente a mí los pinos del jardín,
próximo a mi casa, se doblegaban como haciendo una reverencia de agradecimiento
a la “Madre Naturaleza”; un silencio sobrecogedor envolvía el ambiente,
observaba con detenimiento aquel escenario, unos gorriones dejaban sus patitas
clavadas en el níveo y acolchado escenario e intentaban desplazarse, de un
lugar para otro, buscando algún alimento.
Tímidamente abrí un pequeño resquicio
del ventanuco, de mi garganta salió espontáneamente un clamor de alegría que
hizo que los diminutos animalitos volaran hacia las ramas más próximas de uno de
los árboles; el balanceo producido por el impacto de las patitas, en las ramas,
desplegaron en finísimos polvorientos copos la cellisca y, pausadamente, formando una cortina cayeron en
el mullido suelo.
El vaho que salía, producto de mi
respiración, por momentos, parecía quedarse congelado, permanecí extasiado
contemplando aquel espectáculo que hacía años no había hecho acto de presencia.
La voz de mi madre me sacó, por momentos, de mi encantamiento.
-Hijo,
¿Qué haces?.
Cierra
rápido que te vas a resfriar y el horno del Rey Chico nos está esperando para
hacer los mantecados y el pan de aceite, ya sabes que ha llegado la Navidad.
Cuesta del Chapiz
Salimos
a la calle, a la Cuesta del Chapiz, ya le habían profanado el inmaculado manto
y las huellas de unos carros, la de los cascos de los mulos de arrastre y la de algunos vecinos madrugadores, habían quedado impresas.
Metidos
en una canasta llevábamos todos los aditamentos para confeccionar los dulces de
Navidad: harina, manteca, pasas, aceite, azúcar.
Puente del Aljibillo
El
horno de Paco, el panadero, se encontraba a la otra margen del río Darro;
cruzamos el Puente del Aljibillo y dejando a un lado la sala de fiestas del Rey
Chico, aquella que, según comentan, por las madrugadas corre el Wiski, a
precios desorbitados, y los juerguistas se dejan caer en brazos de bellas
señoritas entregándose a los placeres de la carne, a mi corta edad todo esto me
sonaba a “música celestial”, que mi mente no alcanzaba.
Los burros llevando la leña al horno
Llegamos al lugar del destino. En la puerta,
el carromato del reparto del pan; también se encontraba el alimento del horno: montones de
retama, leña de encina, y una reata de mulos descargando leños y troncos.
Las vecinas elaboran los dulces de Navidad
Mi
primera impresión, al entrar en la tahona, fue ver a varias mujeres del barrio,
que ya estaban realizando la misma faena que veníamos dispuestos a ejecutar.
Nada
más penetrar en el interior el calor,
que allí se respiraba, sacudió de mi cuerpo el frío que lo envolvía.
En una larga mesa, con un tablero blanco
de mármol, faenaban las vecinas que en animadas conversaciones dejaban sus
alegrías en risotadas que llenaban el ambiente.
Paco, el dueño de la tahona, en la boca
del horno moruno, cumplía su misión; aunque en más de una ocasión mi madre me
había mandado a comprar pan, sin embargo, no había tenido la oportunidad de permanecer allí largo tiempo, como el que proporcionaba este momento, por lo que me acerqué a
contemplar el trabajo del hornero mientras mi madre comenzaba su laboreo.
El tahonero, hombre robusto, cubierta su
cabeza con un gorro blanco, un mandil del mismo color, brazos remangados hasta
el codo, empujaba con fuerza un brazo de hierro, con un contrapeso que, en
diagonal, atravesaba la oscura plancha metálica que hacía de puerta.
La batiente, a modo de guillotina, se
levantaba como si fuera el telón de un escenario para dejar ver lo que se encerraba en su interior.
Un fogonazo de calor impactó en mi
rostro, allí al fondo los actores de la escena brillaban y relucían con tal
intensidad que por momentos me deslumbraron. Las tortas, panes, saladillas,
ayuyas, tortas de chicharrones, magdalenas, pan de aceite, se doraban y pedían,
o por lo menos a mí me lo parecía, salir de aquel agobio calenturiento.
Paco cogió, entre varias, una larga pala
que se encontraba por encima de nuestras cabezas, la introdujo en el
interior, fue extrayendo los ricos manjares y los fue depositando, uno tras
otro, en un tablero que tenía a su altura.
Me maravillaba ver como desplazaba la
pala de un sitio para otro, y la facilidad con la que le entraba a cada una de
las piezas, el sonido característico del rastreo de la pala sobre la solera,
montarlas en la pala que, a modo de cuchara, las recogía de aquel sitio para
sacarlas, o las trasladaba a otro lugar
para terminar su cocción.
Las marcas del vaso sobre la masa de los mantecados
Pronto me sacó mi madre de aquel estado
y llamándome me invitó para que terminara de ayudarle a la faena de los
mantecados.
La masa ya preparada y extendida sobre
el jaspe níveo, fue recibiendo el taladro de la embocadura de un vaso que iba
determinando la forma y el tamaño de cada uno de los mantecados.
Bien colocados en hileras, sobre una
batea metálica, como reos que van a ser ejecutados en las llamas de la hoguera,
montados en la pala de Paco, fueron ocupando sus respectivos lugares dentro del
horno, que dejó caer su metálica puerta, sin compasión de ninguna clase.
Mientras la cochura llegaba a su término,
íbamos preparando el vestido con el que los íbamos a cubrir cuando salieran.
Los pliegos de “papel Manila”, los
habíamos cortado en pequeños trozos rectangulares, y a cada uno de sus lados
las tijeras, les habían hecho unos flecos para que el contenido resultara más
elegante.
Aquella canasta, que llegó al horno
simplemente con materia prima, ahora repleta de ricos mantecados y bollos de
aceite, conteniendo en su interior pasas, volvía al “cachucho” de casa para
alegrarnos las navidades. No teníamos la gran variedad de dulces que ahora hay,
turrones, alfajores, hojaldres, pastelitos, mazapanes…, pero sin embargo, la
felicidad, dentro de la escasez, nos llenaba plenamente.
Gran variedad de dulces de Navidad.
Cuántos viajes di a la alacena
durante el día a escondidas, para llenarme los bolsillos del suculento manjar,
y cuántas fueron las diarreas que me originaban aquellas desaforadas infecciones intestinales.
El musgo de la Silla del Moro
La víspera de la Nochebuena, con un
pequeño mancaje y una canasta nos desplazábamos, mi hermano y yo, a los
alrededores de la Silla del Moro, monte situado a la orilla de la Alhambra;
junto a la Acequia Real con mucho mimo íbamos cogiendo el musgo que habría de
formar la base de nuestro Belén.
Zona donde se encuentra la Silla del Moro.
Las figuritas, que habían estado
durmiendo, el sueño del olvido, durante todo un año, cuidadosamente envueltas en papel de
periódico ahora, de nuevo, tomaban vida en nuestro “Portalico de Belén”.
Algunas de las figuras tradicionales del belén
El pastor con sus ovejas, las lavanderas
en el río, la matanza del marrano, el molino de viento, las casitas, la cueva
con la mula, el buey, la Virgen, S. José, el Niño Jesús, los Magos de Oriente,
el Castillo del Rey Herodes, el viejo cagando, el pastor con la gallina, otro
con un queso, los que adoran al Niño delante del portal, la estrella de oriente,
el labrador arando, el herrero en la fragua…, todos fueron ocupando sus
respectivos lugares.
Todos los días venían nuestros amigos a
contemplarlo e igualmente hacíamos visitando los que ellos habían montado. Los
Magos, Melchor, Gaspar y Baltazar había que moverlos para que avanzaran
hacia el portal, hasta que el último día se colocaban a la entrada; había que
dejar los camellos, donde habían venido subidos, y sustituirlos por otros que, arrodillados, le ofrecían, al recién nacido: oro, incienso y mirra.
El barrio del Albayzín, magnífico Portal de Belén viviente.
Ciudad de Belén.
Mi barrio, el Albayzín, es un auténtico
Belén. En más de una ocasión he cerrado los ojos y la imagen de mi barrio ha
ido pasando por mi mente como una remembranza de la ciudad de Belén.
Miraba desde el Cubo de la Alhambra
hacia ese conjunto de casas que constituyen el Albayzín y lo veía como un
gigantesco portalico de Belén. Decidido en convertirme en un personaje más de
los que constituyen cualquiera de los belenes, que en hogares e iglesias se
montan en estos días, me revestí con una manta
de lana, me calcé las albarcas, los peales cubrieron mis pies, con la
cachava en la mano y el zurrón en el hombro, comencé a caminar, como un pastor
más.
Mi imaginación, tomando alas, volaba y
se metía por las estrechas callejas albaicineras, como si fuera un pastorcillo
más de este conjunto urbanístico y monumental Belén, deseoso de conectar con
todos los personajes y llegar finalmente a la cueva donde quiero adorar al Niño
recién nacido.
Las mujeres lavando en el Río Darro.
Por el río Darro están las mujeres con
sus tablas de lavar jabonando la ropa, otras tendiéndola en el romero,
mientras los peces beben y beben en el río. Los gitanillos, medio desnudos
chapotean en las pozas de agua. El Puente del Aljibillo contempla como se va el agua y
en su adoquinada estructura murmura: qué
mansa pena me da, yo siempre me quedo para la eternidad y el agua siempre se
va.
El río de los gatos, el Darro.
El río de los belenes tradicionales
tiene sus patitos, este Belén albaicinero tiene gatos, que también son animales
dignos de estar en este grandioso Portal.
La matanza del cerdo, en una casa del barrio.
Mientras subo la Cuesta del Chapiz,
escucho los gruñidos de un cerdo que, “de matute”, están matando en una casa de
vecinos, mientras las mujeres se afanan en limpiar las tripas, que después
servirán para embutir las morcillas, y los chiquillos juegan y se dan
mamporrazo con la vejiga del marrano. No podía faltar el cagón que en el
Callejón de los Frailes está haciendo sus necesidades.
Cualquier Belén, por pequeño que se
precie, tiene: su molino, el pozo donde las mujeres van a sacar agua, los
huertecitos con sus árboles frutales y el labrador con sus herramientas, las
manadas de ovejas con sus pastores, los minaretes de las mezquitas y sinagogas,
el mercadillo donde se venden y compran frutas, cerámicas, telas y diversidad
de objetos, se mezclan gentes de distintas concepciones religiosas, el Castillo
de Herodes, los talleres artesanales….
Molino de Santa Inés
El molino con sus enormes piedras de
moler el trigo, las podemos encontrar todavía en la puerta del Molino de Santa
Inés, en la Calle S. Juan de los Reyes y el Molino del Negro en la Cuesta del
Chapiz.
La rueda de aspas
Todavía resuenan en mis oídos, en el
silencio de la noche, cómo sonaba la gruesa rueda que gira sobre otra, movida
por el agua de la acequia de S. Juan; diariamente hacía girar estas enormes
piedras, y el sonido del agua mansamente venía y se precipitaba, de repente,
sobre la rueda de aspas, para con su fuerza hacer girar la piedra.
El huerto en el carmen albaicinero.
Veo en mi Belén los pequeños huertos de
los cármenes albaicineros y a sus moradores recogiendo los productos de su
cantero; más arriba un grupo de vecinas se afanan en pequeñas discusiones,
mientras sacan el agua del pozo de su calle; en el Albayzín, el pozo de los
belenes, son las diversas aljibes distribuidas por todo el entorno.
Aljibe de la Cuesta del Chapiz
Las mujeres sacan el agua del aljibe de S. Nicolás
ALJIBES DEL ALBAYZÍN
En mi recuerdo y en el de abril,
cómo resuena mi voz de niño
por los aljibes del Albaicín.
Granada no tiene mar.
Pero tiene caracolas.
Qué es como tener mar.
Y esto de las caracolas,
que lo digan los aljibes
y el agua solita y sola,
que en ellos suena y resuena
igual que en las caracolas.
En sus aljibes, Granada
está triste, oscura y honda
y angustiadita, angustiada
lo mismo que su Patrona.
El agua de los aljibes
Se muere de puro sola.
De noche, porque la noche
nos deja a todos a solas;
de tarde, porque es hermoso
quedarse en la tarde a solas,
el agua de los aljibes
se muere de puro sola.
Hasta por la mañana,
las mujeres se le asoman
y cubo a cubo le suben
la canción íntima y mora
y cubo a cubo le quitan
las penas de la memoria.
Granada no tiene mar.
Pero tiene caracolas.
¿Qué faltita le hace el mar?
Aljibes, penas o caracolas.
En mi recuerdo y en el Abril,
cómo resuena mi voz de niño
por los aljibes del Albayzín. (Manuel Benítez Carrasco)
Los pastores con sus rebaños de ovejas,
las cabras y los burros, en los belenes, son piezas fundamentales.
Por la calleja estrella de S. Martín
viene la manada de cabras de Miguel Peña, el cabrero del Albaicín, un enorme
macho cabrío de cuernos retorcidos escolta en cabeza al rebaño y Miguel trae a
hombros a un cabritillo parido recientemente en los altos de S. Miguel donde,
diariamente, van a pastar las cabras.
Bordando el tul para hacer una mantilla.
Bellas señoritas lucen la mantilla española.
Las mozuelas, en las puertas de las
casas, bordadoras en tul en los bastidores, perfilan y bordan las maravillosas
mantillas, negras o blancas, que elegantemente lucirán, en las corridas de
toros, para realzar la belleza femenina que conserva el embrujo de los ojos
moros, o en las más solemnes procesiones, la del Corpus Christi o la de la
Virgen de las Angustias, la Patrona de Granada.
El taqssireh
Las
belemnitas, oriundas de Belén, también bordan en sus bastidores el taqsireh,
para las chaquetas de seda.
El minarete
El muecín en lo alto del minarete llama
a la oración, en la Basílica de la Natividad, en Belén, las campanas hacen lo
mismo.
En nuestro barrio, la esbeltez de las
torres de las iglesias se dirigen hacia el cielo. Sus torres son flechas que
con estilo irrumpen en el paisaje.
Torre de la Iglesia del Salvador
Suenan las campanas del reloj, en la
torre de la Iglesia del Salvador, golpe tras golpe, marcan las doce del
mediodía, una anciana, que se dirige al Portal se detiene para rezar el “Ángelus”.
María la panadera, nieta de la gitana, "la Pella".
Huele a pan recién sacado del horno, por
la calle Panaderos, Ayuso, el panadero mayor del Albayzín, con los serones de
su burro repleto de panes va llamando, puerta por puerta, repartiendo las
hogazas, los chuscos, los bollos, las chapatas recién horneadas en el Horno del
Moral.
Pescadería de la Calle Panaderos
Puedo oír el murmullo de la gente y los
pregones que salen de la pescadería y del mercadillo, con sus tenderetes
cubiertos por coloridos toldos, se encuentra en la plaza central, la más
importante del barrio, Plaza Larga.
¡Niñas, vamos a la rica “pescá” de
Motril, boquerones como la plata!
La fragua, donde se construyen las cancelas y rejas
Los golpes del martillo, sobre el yunque, y el horno de la fragua poniendo el
hierro al rojo vivo, para doblegarlo y someterlo a la voluntad del artesano,
construyendo la reja donde los enamorados, en las noches de la primavera, harán
requiebros amorosos, bajo la luz de una luna llena.
El telar moruno.
El golpeteo de las lanzaderas del telar
moruno, del maestro Barragán, me llama la atención y puedo observar cómo va
manejando, lizos, levas y pedales, para confeccionar una bella jarapa.
Cecilio, esmalta un plato antes de meterlo en el horno de Fajalauza.
Cecilio, el alfarero de Fajalauza,
moviendo los pedales de su torno levanta, como por arte de magia, la pella de
barro y dándole forma construye diversos objetos: botijos, ánforas, platos,
fuentes, que llevaran a la mesa los mejores manjares.
¿Acaso a este Belén viviente le falta
algún aditamento, que posea cualquier
otro Belén, por muy sofisticado que sea?
El castillo del Rey Herodes con sus
soldados, tiene también su lugar. Si, Herodes, el que se llenó de miedo cuando
supo que había nacido el Rey de los judíos y mandó matar a todos los niños que
tuvieran menos de dos años.
En lo alto del Cerro del Aceituno, en
tiempos pasado, hubo un torreón, es el castillo del Rey Herodes, de nuestro
Belén albaicinero, allí se trasladó el ángel que siempre aparece dando la
noticia de la “buena nueva” a los pastores, o bien en la cueva donde está el Nacimiento.
El ángel del belén del Albaicín.
Ha ocurrido un suceso importante, en
nuestro Nacimiento, el Arcángel S. Miguel enterado de la maldad de Herodes lo
tiene doblegado y lo coloca bajo sus plantas atado con cadenas. Éste es el ángel
de nuestro belén.
Los tres magos, los he visto pasar,
vienen desde el Fargue y se dirigen al Portal. El primero, Melchor curiosamente
no viene ni en camello, ni en caballo, sino sobre una burra.
D. Andrés Manjón, el Rey Melchor de nuestro belén.
Melchor le llevó al Niño oro, metal muy
preciado y valioso. Nuestro Melchor es D. Andrés Manjón que le ofrece el oro de
su Pedagogía redentora, que busca formar personas completas corporal y
espiritualmente, la educación el mejor oro y riqueza que puede tener una
persona y un pueblo, la educación, la mejor palanca que puede mover al mundo
entero.
Gaspar le ofreció incienso, perfume
aromático que con su olor balsámico produce un ambiente que tranquiliza y
enriquece.
El poeta, Manuel Benítez Carrasco. El Rey Gaspar.
Nuestro Gaspar es el poeta albaicinero,
Manuel Benítez Carrasco, el incienso de su poesía y la forma tan a “su generis”
de recitar, embarga el espíritu del que le oye.
(Querido lector, como muestra, si no conoces la poesía de nuestro vate albaicinero, mundialmente conocido, aquí te ofrezco una de sus poesías, relacionadas con este momento).
CUANDO ELLA DIJO QUE "SÍ"
Cuando Ella dijo que "sí",
dijo el arroyo que no...
Que no me merezco yo
que en mis cristales se laven
los pañales de Dios.
Cuando Ella dijo que "sí",
dijo el romero que no...
Que no me merezco yo
que se sequen sobre mí
los pañalitos de Dios.
Cuando Ella dijo que "sí",
ensayó una borriquilla
su aliento de más calor,
para una noche de invierno
junto a la cuna de Dios.
Cuando ella dijo que "sí",
la espiga aprendió lecciones
teológicas con la vid,
y un temblor de Eucaristía
pulsó los pulsos de Abril.
Cuando ella dijo que "sí",
sobre las zarzas del campo
volaron las golondrinas
y aprendieron a llevarse
en el pico las espinas.
Todas las cosas pequeñas
empezaron a cumplir
su parte en la Redención,
cuando Ella dijo que "sí".
¿Y Baltazar? Aquel mago que le ofreció mirra, que
significa el sufrimiento que como humano tendría que padecer.
La Casa de la Lona una de las corrales del barrio.
Nuestro Baltazar, no tiene ni caballo,
ni camello, ni vehículo alguno, viene andando, este Baltazar está representado
en todas la gentes del barrio que, en el trascurso de los años, han sufrido las
penurias en sus viviendas mal acondicionadas, la poca adecuación de las
calles, el abandono del barrio con respecto al servicio público, la decadencia y extinción de
los talleres artesanales…, sin embargo, este Baltazar negro, va cambiando su
piel, y sin dejar de ser morena, porque ya no sería el mago Baltazar, va
notando que el barrio ha ido cambiando en el trascurso del tiempo. Calles
empedradas, corralas ruinosas convertidas en viviendas palaciegas, servicio
público mejorado…., pero todavía necesita bastante más atención y cuidados, porque el barrio y sus gentes se lo merecen.
Se afinan las guitarras.
Por el Camino del Sacro Monte, las
guitarras comenzaron a afinarse, las
gitanas se pusieron las batas de cola y del cerro bajaron las familias enteras
para unirse a la comitiva en dirección a la Cueva.
La luna, ante tanto revuelo, sigilosamente, comienza a asomarse por la Silla del Moro.
El cielo cubierto de estrellas jaleaba,
al mismo tiempo, mientras una luna llena, en forma de estrella de oriente,
asomando por la Silla del Moro se colocó encima de la cueva.
Las zambras enteras se ponen en movimiento.
A la comitiva se le unen los jefes de
las zambras, Manolo Amaya y sus hijos; Joaquín el de “la Chocolata”; “La
faraona” y sus hijos que han dejado la fragua y cogiendo las guitarras, hacen que los
fandangos y seguiriyas de las cuerdas broten; más allá esperando estaban “La
Rocío” con su hija “la Salvaora” y su nieto Juan Andrés Maya y su sobrino Ivan.
Iván, da los primeros pasos acompañado por las palmas y toques de las guitarras.
Aquello se va engrosando y el Camino del
Monte es todo un revuelo, algunos han cogido las panderetas, las palmas echan
chispas y las castañuelas se lucían por fandangos, mientras en la otra parte del Valle de Valparaiso,
el agua de la Fuente del Avellano calmaba
la sed del ambiente que de emoción se le había secado el alma.
Las gitanas le cantan villancicos al recién nacido.
Los villancicos gitanos surgen de las
gargantas:
la Virgen lleva una rosa
en su divina pechera
que se la dio San José
antes que el Niño naciera.
“Alegría, alegría, alegría,
alegría, alegría y placer,
que ha “parío” la Virgen María
en el portal de Belén”.
Alrededor de una mesa, en medio del
Camino, llena de dulces de Navidad, botellas de aguardiente y coñac, danzan los
gitanos con sus trajes revestidos de billetes, que impresionan después de
verlos durante el año, esquilando burros, como tratantes de bestias, o soldando
culos de ollas.
El suelo, cubierto de nieve, brillaba
con más intensidad que nunca ante una noche con un cielo de azul intenso
protegido por cientos de luceros.
Los peroles de cobre relucían y daban esplendor.
Los peroles de cobre de la cueva, situada en
el Barranco de los Negros, centelleaban y relucían como nunca, las cortinas de
lunares rojos, las sillas de anea, donde los extranjeros tantas zambras han
presenciado, se mantenían impávidos contemplando la escena.
Curro Albayzín
María la Canastera
Curro Albayzín con lengua barba y bastón
en la mano, no báculo, porque los gitanos gastan bastones bien adornados,
orgulloso hacía de S. José, María la Canastera, hija de “Cagachín”, el
canastero, vanidosa y arrogante, hacía de Virgen María y su hijo Enrique, recién nacido,
de Niño Jesús.
Alzó los brazos al cielo...
La genial bailaora “La Pillina” y el
cantaor flamenco “Farina”, su esposo, esperan en la puerta de la cueva, una vez
que la comitiva va llegando; “Farina” se arranca por fandangos y un villancico
brota de su garganta, mientras que la bailaora alzó los brazos al cielo llenándolos
de canela, dos jaulas eran sus manos, dando a los pájaros suelta, y a
requiebros y a giros, y a todas las cosas buenas, se echó a medir el tablao de
la fiesta.
Poco a poco la plazoletita se fue
llenando de gente que, entrando en la cueva ofrecieron al recién nacido sus
mejores ofrendas.
Este es el Belén viviente del Albayzín,
nadie me puede negar que después del Belén de Palestina es el mejor del mundo.
José
Medina Villalba.
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