martes, 10 de diciembre de 2013

EL ALBAYZÍN Y LA NAVIDAD


Quiero felicitar, en este mensaje navideño, a todos mis familiares, amigos y seguidores de las páginas de este blog deseándoles los mejores anhelos, en estas celebraciones, y que estos se hagan realidad en el próximo año 2014. A todos mis lectores va dedicada esta narración J. Medina Villalba.


Había caído una nevada impresionante, todo el barrio parecía una tarta gigante, un rico pastel para celebrar las navidades. Corría el año cuarenta del pasado siglo, me asomé por la ventanita de mi dormitorio para contemplar el gran espectáculo que, con gran emoción, se grabada en mi retina.

Frente a mí los pinos del jardín, próximo a mi casa, se doblegaban como haciendo una reverencia de agradecimiento a la “Madre Naturaleza”; un silencio sobrecogedor envolvía el ambiente, observaba con detenimiento aquel escenario, unos gorriones dejaban sus patitas clavadas en el níveo y acolchado escenario e intentaban desplazarse, de un lugar para otro, buscando algún alimento.


Tímidamente abrí un pequeño resquicio del ventanuco, de mi garganta salió espontáneamente un clamor de alegría que hizo que los diminutos animalitos  volaran hacia las ramas más próximas de uno de los árboles; el balanceo producido por el impacto de las patitas, en las ramas, desplegaron en finísimos polvorientos copos la cellisca y,  pausadamente, formando una cortina cayeron en el mullido suelo.


El vaho que salía, producto de mi respiración, por momentos, parecía quedarse congelado, permanecí extasiado contemplando aquel espectáculo que hacía años no había hecho acto de presencia.
La voz de mi madre me sacó, por momentos, de mi encantamiento.
             -Hijo, ¿Qué haces?.
             Cierra rápido que te vas a resfriar y el horno del Rey Chico nos está esperando para hacer los mantecados y el pan de aceite, ya sabes que ha llegado la Navidad.
           
                                                                    Cuesta del Chapiz
             Salimos a la calle, a la Cuesta del Chapiz, ya le habían profanado el inmaculado manto y las huellas de unos carros, la de los cascos de los mulos de arrastre y la de algunos vecinos madrugadores, habían quedado impresas.
             Metidos en una canasta llevábamos todos los aditamentos para confeccionar los dulces de Navidad: harina, manteca, pasas, aceite, azúcar.
             
                                                           Puente del Aljibillo
           El horno de Paco, el panadero, se encontraba a la otra margen del río Darro; cruzamos el Puente del Aljibillo y dejando a un lado la sala de fiestas del Rey Chico, aquella que, según comentan, por las madrugadas corre el Wiski, a precios desorbitados, y los juerguistas se dejan caer en brazos de bellas señoritas entregándose a los placeres de la carne, a mi corta edad todo esto me sonaba a “música celestial”, que mi mente no alcanzaba.

                                                                    Los burros llevando la leña al horno
          Llegamos al lugar del destino. En la puerta, el carromato del reparto del pan; también se encontraba el alimento del horno: montones de retama, leña de encina, y una reata de mulos descargando leños y troncos.
      
                                                            Las vecinas elaboran los dulces de Navidad
            
              Mi primera impresión, al entrar en la tahona, fue ver a varias mujeres del barrio, que ya estaban realizando la misma faena que veníamos dispuestos a ejecutar.
            Nada más penetrar en el interior el  calor, que allí se respiraba, sacudió de mi cuerpo el frío que lo envolvía.
En una larga mesa, con un tablero blanco de mármol, faenaban las vecinas que en animadas conversaciones dejaban sus alegrías en risotadas que llenaban el ambiente.

Paco, el dueño de la tahona, en la boca del horno moruno, cumplía su misión; aunque en más de una ocasión mi madre me había mandado a comprar pan, sin embargo, no había tenido la oportunidad de permanecer allí largo tiempo, como el que proporcionaba  este momento, por lo que me acerqué a contemplar el trabajo del hornero mientras mi madre comenzaba su laboreo.
El tahonero, hombre robusto, cubierta su cabeza con un gorro blanco, un mandil del mismo color, brazos remangados hasta el codo, empujaba con fuerza un brazo de hierro, con un contrapeso que, en diagonal, atravesaba la oscura plancha metálica que hacía de puerta.
La batiente, a modo de guillotina, se levantaba como si fuera el telón de un escenario para dejar ver lo que se encerraba en su interior.


Un fogonazo de calor impactó en mi rostro, allí al fondo los actores de la escena brillaban y relucían con tal intensidad que por momentos me deslumbraron. Las tortas, panes, saladillas, ayuyas, tortas de chicharrones, magdalenas, pan de aceite, se doraban y pedían, o por lo menos a mí me lo parecía, salir de aquel agobio calenturiento.
Paco cogió, entre varias, una larga pala que se encontraba por encima de nuestras cabezas, la introdujo en el interior, fue extrayendo los ricos manjares y los fue depositando, uno tras otro, en un tablero que tenía a su altura.


Me maravillaba ver como desplazaba la pala de un sitio para otro, y la facilidad con la que le entraba a cada una de las piezas, el sonido característico del rastreo de la pala sobre la solera, montarlas en la pala que, a modo de cuchara, las recogía de aquel sitio para sacarlas,  o las trasladaba a otro lugar para terminar su cocción.  
                                          Las marcas del vaso sobre la masa de los mantecados
Pronto me sacó mi madre de aquel estado y llamándome me invitó para que terminara de ayudarle a la faena de los mantecados.
La masa ya preparada y extendida sobre el jaspe níveo, fue recibiendo el taladro de la embocadura de un vaso que iba determinando la forma y el tamaño de cada uno de los mantecados.
Bien colocados en hileras, sobre una batea metálica, como reos que van a ser ejecutados en las llamas de la hoguera, montados en la pala de Paco, fueron ocupando sus respectivos lugares dentro del horno, que dejó caer su metálica puerta, sin compasión de ninguna clase.
Mientras la cochura llegaba a su término, íbamos preparando el vestido con el que los íbamos a cubrir cuando salieran.
Los pliegos de “papel Manila”, los habíamos cortado en pequeños trozos rectangulares, y a cada uno de sus lados las tijeras, les habían hecho unos flecos para que el contenido resultara más elegante.

Aquella canasta, que llegó al horno simplemente con materia prima, ahora repleta de ricos mantecados y bollos de aceite, conteniendo en su interior pasas, volvía al “cachucho” de casa para alegrarnos las navidades. No teníamos la gran variedad de dulces que ahora hay, turrones, alfajores, hojaldres, pastelitos, mazapanes…, pero sin embargo, la felicidad, dentro de la escasez, nos llenaba plenamente.

                                              Gran variedad de dulces de Navidad.


Cuántos viajes di a la alacena durante el día a escondidas, para llenarme los bolsillos del suculento manjar, y cuántas fueron las diarreas que me originaban aquellas desaforadas infecciones intestinales.
                                            El musgo de la Silla del Moro
La víspera de la Nochebuena, con un pequeño mancaje y una canasta nos desplazábamos, mi hermano y yo, a los alrededores de la Silla del Moro, monte situado a la orilla de la Alhambra; junto a la Acequia Real con mucho mimo íbamos cogiendo el musgo que habría de formar la base de nuestro Belén.
                                       Zona donde se encuentra la Silla del Moro.
Las figuritas, que habían estado durmiendo, el sueño del olvido, durante  todo un año, cuidadosamente envueltas en papel de periódico ahora, de nuevo, tomaban vida en nuestro “Portalico de Belén”.










                                          Algunas de las figuras tradicionales del belén
El pastor con sus ovejas, las lavanderas en el río, la matanza del marrano, el molino de viento, las casitas, la cueva con la mula, el buey, la Virgen, S. José, el Niño Jesús, los Magos de Oriente, el Castillo del Rey Herodes, el viejo cagando, el pastor con la gallina, otro con un queso, los que adoran al Niño delante del portal, la estrella de oriente, el labrador arando, el herrero en la fragua…, todos fueron ocupando sus respectivos lugares.


Todos los días venían nuestros amigos a contemplarlo e igualmente hacíamos visitando los que ellos habían montado. Los Magos, Melchor, Gaspar y Baltazar había que  moverlos para que avanzaran hacia el portal, hasta que el último día se colocaban a la entrada; había que dejar los camellos, donde habían venido subidos, y sustituirlos por otros que, arrodillados, le ofrecían, al recién nacido: oro, incienso y mirra.
                                          El barrio del Albayzín, magnífico Portal de Belén viviente.
                                                 Ciudad de Belén.

Mi barrio, el Albayzín, es un auténtico Belén. En más de una ocasión he cerrado los ojos y la imagen de mi barrio ha ido pasando por mi mente como una remembranza de la ciudad de Belén.
Miraba desde el Cubo de la Alhambra hacia ese conjunto de casas que constituyen el Albayzín y lo veía como un gigantesco portalico de Belén. Decidido en convertirme en un personaje más de los que constituyen cualquiera de los belenes, que en hogares e iglesias se montan en estos días, me revestí con una manta  de lana, me calcé las albarcas, los peales cubrieron mis pies, con la cachava en la mano y el zurrón en el hombro, comencé a caminar, como un pastor más.


Mi imaginación, tomando alas, volaba y se metía por las estrechas callejas albaicineras, como si fuera un pastorcillo más de este conjunto urbanístico y monumental Belén, deseoso de conectar con todos los personajes y llegar finalmente a la cueva donde quiero adorar al Niño recién nacido.

                                                Las mujeres lavando en el Río Darro.
Por el río Darro están las mujeres con sus tablas de lavar jabonando la ropa, otras tendiéndola en el romero, mientras los peces beben y beben en el río. Los gitanillos, medio desnudos chapotean en las pozas de agua. El Puente del Aljibillo contempla como se va el agua y en su adoquinada estructura murmura: qué mansa pena me da, yo siempre me quedo para la eternidad y el agua siempre se va.
                                                    El río de los gatos, el Darro.
El río de los belenes tradicionales tiene sus patitos, este Belén albaicinero tiene gatos, que también son animales dignos de estar en este grandioso Portal.

                                                La matanza del cerdo, en una casa del barrio.
Mientras subo la Cuesta del Chapiz, escucho los gruñidos de un cerdo que, “de matute”, están matando en una casa de vecinos, mientras las mujeres se afanan en limpiar las tripas, que después servirán para embutir las morcillas, y los chiquillos juegan y se dan mamporrazo con la vejiga del marrano. No podía faltar el cagón que en el Callejón de los Frailes está haciendo sus necesidades.



Cualquier Belén, por pequeño que se precie, tiene: su molino, el pozo donde las mujeres van a sacar agua, los huertecitos con sus árboles frutales y el labrador con sus herramientas, las manadas de ovejas con sus pastores, los minaretes de las mezquitas y sinagogas, el mercadillo donde se venden y compran frutas, cerámicas, telas y diversidad de objetos, se mezclan gentes de distintas concepciones religiosas, el Castillo de Herodes, los talleres artesanales….
                                                           Molino de Santa Inés
El molino con sus enormes piedras de moler el trigo, las podemos encontrar todavía en la puerta del Molino de Santa Inés, en la Calle S. Juan de los Reyes y el Molino del Negro en la Cuesta del Chapiz.

                                                           La rueda de aspas
Todavía resuenan en mis oídos, en el silencio de la noche, cómo sonaba la gruesa rueda que gira sobre otra, movida por el agua de la acequia de S. Juan; diariamente hacía girar estas enormes piedras, y el sonido del agua mansamente venía y se precipitaba, de repente, sobre la rueda de aspas, para con su fuerza hacer girar la piedra.

                                               El huerto en el carmen albaicinero.
Veo en mi Belén los pequeños huertos de los cármenes albaicineros y a sus moradores recogiendo los productos de su cantero; más arriba un grupo de vecinas se afanan en pequeñas discusiones, mientras sacan el agua del pozo de su calle; en el Albayzín, el pozo de los belenes, son las diversas aljibes distribuidas por todo el entorno.

                                                  Aljibe de la Cuesta del Chapiz
                                             Las mujeres sacan el agua del aljibe de S. Nicolás
ALJIBES DEL ALBAYZÍN
En mi recuerdo y en el de abril,
cómo resuena mi voz de niño
por los aljibes del Albaicín.

Granada no tiene mar.
Pero tiene caracolas.
Qué es como tener mar.

Y esto de las caracolas,
que lo digan los aljibes
y el agua solita y sola,
que en ellos suena y resuena
igual que en las caracolas.

En sus aljibes, Granada
está triste, oscura y honda
y angustiadita, angustiada
lo mismo que su Patrona.

El agua de los aljibes
Se muere de puro sola.

De noche, porque la noche
nos deja a todos a solas;
de tarde, porque es hermoso
quedarse en la tarde a solas,
el agua de los aljibes
se muere de puro sola.

Hasta por la mañana,
las mujeres se le asoman
y cubo a cubo le suben
la canción íntima y mora
y cubo a cubo le quitan
las penas de la memoria.

Granada no tiene mar.
Pero tiene caracolas.
¿Qué faltita le hace el mar?

Aljibes, penas o caracolas.
En mi recuerdo y en el Abril,
cómo resuena mi voz de niño
por los aljibes del Albayzín.  (Manuel Benítez Carrasco)


Los pastores con sus rebaños de ovejas, las cabras y los burros, en los belenes, son piezas fundamentales.


Por la calleja estrella de S. Martín viene la manada de cabras de Miguel Peña, el cabrero del Albaicín, un enorme macho cabrío de cuernos retorcidos escolta en cabeza al rebaño y Miguel trae a hombros a un cabritillo parido recientemente en los altos de S. Miguel donde, diariamente, van a pastar las cabras.
                                                Bordando el tul para hacer una mantilla.
                                                Bellas señoritas lucen la mantilla española.
Las mozuelas, en las puertas de las casas, bordadoras en tul en los bastidores, perfilan y bordan las maravillosas mantillas, negras o blancas, que elegantemente lucirán, en las corridas de toros, para realzar la belleza femenina que conserva el embrujo de los ojos moros, o en las más solemnes procesiones, la del Corpus Christi o la de la Virgen de las Angustias, la Patrona de Granada.

                                                        El taqssireh
 Las belemnitas, oriundas de Belén, también bordan en sus bastidores el taqsireh, para las chaquetas de seda.

                                                            El minarete
El muecín en lo alto del minarete llama a la oración, en la Basílica de la Natividad, en Belén, las campanas hacen lo mismo.
En nuestro barrio, la esbeltez de las torres de las iglesias se dirigen hacia el cielo. Sus torres son flechas que con estilo irrumpen en el paisaje.

                                                      Torre de la Iglesia del Salvador
Suenan las campanas del reloj, en la torre de la Iglesia del Salvador, golpe tras golpe, marcan las doce del mediodía, una anciana, que se dirige al Portal se detiene para rezar el “Ángelus”.

                                            María la panadera, nieta de la gitana, "la Pella".
Huele a pan recién sacado del horno, por la calle Panaderos, Ayuso, el panadero mayor del Albayzín, con los serones de su burro repleto de panes va llamando, puerta por puerta, repartiendo las hogazas, los chuscos, los bollos, las chapatas recién horneadas en el Horno del Moral.

                                            Pescadería de la Calle Panaderos
Puedo oír el murmullo de la gente y los pregones que salen de la pescadería y del mercadillo, con sus tenderetes cubiertos por coloridos toldos, se encuentra en la plaza central, la más importante del barrio, Plaza Larga.
¡Niñas, vamos a la rica “pescá” de Motril, boquerones como la plata!

                                             La fragua, donde se construyen las cancelas y rejas
Los golpes del martillo, sobre el  yunque, y el horno de la fragua poniendo el hierro al rojo vivo, para doblegarlo y someterlo a la voluntad del artesano, construyendo la reja donde los enamorados, en las noches de la primavera, harán requiebros amorosos, bajo la luz de una luna llena.
                                                       El telar moruno.
El golpeteo de las lanzaderas del telar moruno, del maestro Barragán, me llama la atención y puedo observar cómo va manejando, lizos, levas y pedales, para confeccionar una bella jarapa.

                                     Cecilio, esmalta un plato antes de meterlo en el horno de Fajalauza.

Cecilio, el alfarero de Fajalauza, moviendo los pedales de su torno levanta, como por arte de magia, la pella de barro y dándole forma construye diversos objetos: botijos, ánforas, platos, fuentes, que llevaran a la mesa los mejores manjares.
¿Acaso a este Belén viviente le falta algún aditamento, que posea  cualquier otro Belén, por muy sofisticado que sea?


El castillo del Rey Herodes con sus soldados, tiene también su lugar. Si, Herodes, el que se llenó de miedo cuando supo que había nacido el Rey de los judíos y mandó matar a todos los niños que tuvieran menos de dos años.
En lo alto del Cerro del Aceituno, en tiempos pasado, hubo un torreón, es el castillo del Rey Herodes, de nuestro Belén albaicinero, allí se trasladó el ángel que siempre aparece dando la noticia de la “buena nueva” a los pastores, o bien  en la cueva donde está el Nacimiento.

                                                  El ángel del belén del Albaicín.
Ha ocurrido un suceso importante, en nuestro Nacimiento, el Arcángel S. Miguel enterado de la maldad de Herodes lo tiene doblegado y lo coloca bajo sus plantas atado con cadenas. Éste es el ángel de nuestro belén.
Los tres magos, los he visto pasar, vienen desde el Fargue y se dirigen al Portal. El primero, Melchor curiosamente no viene ni en camello, ni en caballo, sino sobre una burra.
                                         D. Andrés Manjón, el Rey Melchor de nuestro belén.
Melchor le llevó al Niño oro, metal muy preciado y valioso. Nuestro Melchor es D. Andrés Manjón que le ofrece el oro de su Pedagogía redentora, que busca formar personas completas corporal y espiritualmente, la educación el mejor oro y riqueza que puede tener una persona y un pueblo, la educación, la mejor palanca que puede mover al mundo entero.
Gaspar le ofreció incienso, perfume aromático que con su olor balsámico produce un ambiente que tranquiliza y enriquece.

                                         El poeta, Manuel Benítez Carrasco. El Rey Gaspar. 
Nuestro Gaspar es el poeta albaicinero, Manuel Benítez Carrasco, el incienso de su poesía y la forma tan a “su generis” de recitar, embarga el espíritu del que le oye.
(Querido lector, como muestra, si no conoces la poesía de nuestro vate albaicinero, mundialmente conocido, aquí te ofrezco una de sus poesías, relacionadas con este momento).
CUANDO ELLA DIJO QUE "SÍ"

Cuando Ella dijo que "sí",
dijo el arroyo que no...
Que no me merezco yo
que en mis cristales se laven        

los pañales de Dios.

Cuando Ella dijo que "sí",
dijo el romero que no...
Que no me merezco yo
que se sequen sobre mí
los pañalitos de Dios.

Cuando Ella dijo que "sí",
ensayó una borriquilla 
su aliento de más calor,
para una noche de invierno    

junto a la cuna de Dios.

Cuando ella dijo que "sí",
la espiga aprendió lecciones 
teológicas con la vid,
y un temblor de Eucaristía
pulsó los pulsos de Abril.

Cuando ella dijo que "sí",
sobre las zarzas del campo
volaron las golondrinas                
     
y aprendieron a llevarse
en el pico las espinas.

Todas las cosas pequeñas 
empezaron a cumplir
su parte en la Redención,
cuando Ella dijo que "sí". 



¿Y Baltazar?  Aquel mago que le ofreció mirra, que significa el sufrimiento que como humano tendría que padecer.

                                                 La Casa de la Lona una de las corrales del barrio.

Nuestro Baltazar, no tiene ni caballo, ni camello, ni vehículo alguno, viene andando, este Baltazar está representado en todas la gentes del barrio que, en el trascurso de los años, han sufrido las penurias en sus viviendas mal acondicionadas, la poca adecuación de las calles, el abandono del barrio con respecto al  servicio público, la decadencia y extinción de los talleres artesanales…, sin embargo, este Baltazar negro, va cambiando su piel, y sin dejar de ser morena, porque ya no sería el mago Baltazar, va notando que el barrio ha ido cambiando en el trascurso del tiempo. Calles empedradas, corralas ruinosas convertidas en viviendas palaciegas, servicio público mejorado…., pero todavía necesita bastante más atención y cuidados, porque el barrio y sus gentes se lo merecen.

                                                  Se afinan las guitarras.
Por el Camino del Sacro Monte, las guitarras comenzaron a afinarse,  las gitanas se pusieron las batas de cola y del cerro bajaron las familias enteras para unirse a la comitiva en dirección a la Cueva.

                       La luna, ante tanto revuelo, sigilosamente, comienza a asomarse por la Silla del Moro. 

El cielo cubierto de estrellas jaleaba, al mismo tiempo, mientras una luna llena, en forma de estrella de oriente, asomando por la Silla del Moro se colocó encima de la cueva.
                                          Las zambras enteras se ponen en movimiento.
A la comitiva se le unen los jefes de las zambras, Manolo Amaya y sus hijos; Joaquín el de “la Chocolata”; “La faraona” y sus hijos que han dejado la fragua y cogiendo las guitarras, hacen que los fandangos y seguiriyas de las cuerdas broten; más allá esperando estaban “La Rocío” con su hija “la Salvaora” y su nieto Juan Andrés Maya  y su sobrino Ivan.

                             Iván, da los primeros pasos acompañado por las palmas y toques de las guitarras.

Aquello se va engrosando y el Camino del Monte es todo un revuelo, algunos han cogido las panderetas, las palmas echan chispas y las castañuelas se lucían por fandangos,  mientras en la otra parte del Valle de Valparaiso, el agua de  la Fuente del Avellano calmaba la sed del ambiente que de emoción se le había secado el alma.

                                           Las gitanas le cantan villancicos al recién nacido.
Los villancicos gitanos surgen de las gargantas:

la Virgen lleva una rosa
en su divina pechera
que se la dio San José
antes que el Niño naciera.
“Alegría, alegría, alegría,
alegría, alegría y placer,
que ha “parío” la Virgen María
en el portal de Belén”.
Alrededor de una mesa, en medio del Camino, llena de dulces de Navidad, botellas de aguardiente y coñac, danzan los gitanos con sus trajes revestidos de billetes, que impresionan después de verlos durante el año, esquilando burros, como tratantes de bestias, o soldando culos de ollas.
El suelo, cubierto de nieve, brillaba con más intensidad que nunca ante una noche con un cielo de azul intenso protegido por cientos de luceros.

                                             Los peroles de cobre relucían y daban esplendor. 
Los peroles de cobre de la cueva, situada en el Barranco de los Negros, centelleaban y relucían como nunca, las cortinas de lunares rojos, las sillas de anea, donde los extranjeros tantas zambras han presenciado, se mantenían impávidos contemplando la escena.
                                                                Curro Albayzín
                                                              
                                                                 María la Canastera
Curro Albayzín con lengua barba y bastón en la mano, no báculo, porque los gitanos gastan bastones bien adornados, orgulloso hacía de S. José, María la Canastera, hija de “Cagachín”, el canastero, vanidosa y arrogante, hacía de  Virgen María y su hijo Enrique, recién nacido, de Niño Jesús.

                                                           Alzó los brazos al cielo...
La genial bailaora “La Pillina” y el cantaor flamenco “Farina”, su esposo, esperan en la puerta de la cueva, una vez que la comitiva va llegando; “Farina” se arranca por fandangos y un villancico brota de su garganta, mientras que la bailaora alzó los brazos al cielo llenándolos de canela, dos jaulas eran sus manos, dando a los pájaros suelta, y a requiebros y a giros, y a todas las cosas buenas, se echó a medir el tablao de la fiesta.


Poco a poco la plazoletita se fue llenando de gente que, entrando en la cueva ofrecieron al recién nacido sus mejores ofrendas.
Este es el Belén viviente del Albayzín, nadie me puede negar que después del Belén de Palestina es el mejor del mundo.
                                       José Medina Villalba.





             

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