Dedicado
a mi nieto Antonio, y a las familias Cano y Medina, en una jornada imborrable.
Este año hemos tenido un verano
excesivamente prolongado, las imágenes de la televisión, en los momentos de los
telediarios, en los partes meteorológicos, nos presentaban imágenes de cómo la
gente, en la primera quincena de noviembre, se daban sus buenos chapuzones en
la diversidad de playas de nuestras costas. Temperaturas de 30º, día tras día
se iban sucediendo y daba la impresión que el otoño, quería seguir con la
vestimenta veraniega y no dar la cara reguardado y escondido tras el telón de un
verano incansable y sin ganas de hacer mutis por el foro.
Parte meteorológico
De improviso los informativos, que por cierto, no son aquellos de los
años sesenta, cuando Mariano Medina daba escuetamente el comunicado del tiempo,
no muy fiable, porque los medios de recogida de datos no disponían de los que
actualmente tienen los meteorólogos, e incluso había quien se fiaba más del
almanaque zaragozano, se nos anuncia: mañana abran ustedes los armarios y
saquen los abrigos y ropa de invierno pues éste lo tenemos a las puertas.
Los abrigos duermen el sueño del verano
Aparece el desconcierto, el chaquetón y
los abrigos están en el establecimiento de limpieza y tintorería durmiendo el
sueño del verano, las calefacciones aún no se le han hecho las correspondientes puestas a
punto…, en fin un mar de confusiones que las pagamos con los primeros
resfriados.
Pero bueno, me dice mi subconsciente, no
ibas a hablar de la familia y de unos momentos inolvidables, ¿A qué viene esta
primera introducción del tiempo y no sé cuántas cosas más?
Tranquilo subconsciente, que todo tiene
su preludio.
Panorámica de Exeter. (Reino Unido)
El día
24 de noviembre era un día, de
los pocos que existen en el calendario, con unos condicionamientos especiales. Una
célula del conjunto de nuestra familia, en las primeras horas de la mañana,
volaba desde Exeter (Reino Unido) hasta Málaga, ese personaje tan deseado y
esperado no es otro sino mi nieto Antonio, economista, que en estos momentos se
están “espelotando”, vaga la expresión, en el idioma de Shakespeare.
Volando sobre "la piel de toro"
Mientras alguien, desde el espacio, con
enorme satisfacción contemplaba, desde las alturas, la piel de toro extendida
allá abajo, otros nos desplazábamos en coche hacia aquel lugar que iba a ser el
punto de encuentro.
La mañana fría, muy fría, pero caliente
en el interior de nuestros cuerpos por la satisfacción, que potencialmente
produce en el ánimo, volver a ver a toda la familia reunida.
Hileras de olivos perfectamente alineados
A uno y a otro lado de la carretera extensos
campos con hileras de árboles perfectamente alineados, que se pierden a la
vista del espectador como verdaderos soldados impertérritos ante el paso del
tiempo, que nos proporcionan el oro brillante de sus frutos, que ha de dar
sabor enriquecedor a los productos que, en ollas, cazuelas, sartenes, han de
freír sus cuerpos.
Iznalloz
Iznalloz, con sus casitas blanqueadas se
nos queda, allá abajo, a la derecha, como un pequeño Belén, con su alcazaba e
iglesia de Diego Siloé y sus habitantes los acatucitanos, empleados en sus
tareas de laboreo en el campo.
Cueva de la Ventanilla, en Piñar
Más adelante bordeamos el pueblo de
Píñar que conserva sabor prehistórico con sus cavernas, o Cueva de la
Ventanilla o de la Campana, donde se conservan restos arqueológicos de la época
de Neandertal y que comentamos, con agrado, nuestra visita en alguna ocasión, en
familia, subidos en aquel trenecito, como de feria, que nos llevó desde el
pueblo a un periodo de tiempo, y de
vivencias primitivas.
¿Cómo no recordar a nuestra familia
agrupada en una mesa saboreando el rico cordero asado preparado en horno de
leña, en los restaurantes que por allí existen al borde la carretera, “El
Perejil” o el “Cruce”?
Torre-Cardela
Atravesamos Torre-Cardela, por el centro,
fundada en época musulmana, los árabes la llamaron “Hisn Cardaira”, “Castillo
de Cardaira” aunque se conservan restos
arqueológicos anteriores que demuestran la existencia de asentamientos humanos.
La carretera poco transitada, por
vehículos, pero embuidos en una sensación de paz que solo se altera por el
ruido de algún coche con el que nos cruzamos.
Allá en la lejanía los vareadores con
sus largas garrochas apalean los olivos, que con gran “dolor”, dejan desprender
sus oscuros frutos que caen sobre la lona que al pie los recoge.
Guadahortuna
Guadahortuna, como centinela limítrofe entre
dos hermanas provincias nos ve pasar raudos hacia nuestro destino, que no es
otro sino “La Villa”, cortijada de
Huelma.
Pero dejémonos de Historia y de historias, vayamos al título
que nos trae, “La Familia”, ese vocablo tan denostado y denigrado, hoy día,
pero base y fundamento de la sociedad, y el elemento principal que hace que un
pueblo consiga grandes metas a veces aparentemente inalcanzables, lo quieran o
no los libre pensadores, con sus teorías modernistas, queriendo echar por
tierra los cimientos y base fundamental de la humanidad, la familia.
En realidad la familia, para mí es mucho
más de todo lo que se dice: como elemento natural, universal y fundamental de
la sociedad, y muchas cosas más que se formulan de ella, yo trasciendo a un
vocabulario más simple y de andar por casa, la familia es algo especial, es con
quienes compartes no solo en los momentos buenos sino también en los malos,
cuyos miembros te apoyan sin importarles cómo te encuentres, son los que te
animan y protegen en los momentos más arduos de tu vida, quienes te cuidan; la
familia no es solo la que te da regalos, es ese amigo quien siempre estuvo y
está ahí, y te apoyará como a un hermano, eso es la familia.
Hemos llegado a “Las Piletas”, a partir
de aquí la carretera se estrecha, los baches y socavones abundan por acá y
acullá, los saltos en el coche se suceden uno tras otro, pero esto no es óbice
ni cortapisa para que por mi mente se sucedan, tantos y tantos recuerdos del
pasado, de un pasado que parece estar presente en estos momentos.
La Villa
Vamos camino de “La Villa” esa cortijada
de casitas hechas como si fueran recortables de papel, y otras con sabor añejo
de antigüedad pero remozadas en la actualidad; exteriormente no se han
desvinculado de la embocadura perpetua de un paisaje que permanece impávido
ante el paso del tiempo, aunque en sus interioridades, sin dejar el placer de
la antiguo, han buscado la comodidad que ofrece el momento de esta época que
vivimos.
El cortijo de "La Mata"
Recuerdo aquel día que saliendo de La
Villa, cuando aún mi cuerpo me lo permitía, soportando mi organismo aquellas
botas góretex que tantos pasos anduvieron por diversos senderos, hice un
circuito de unos ocho kilómetros saboreando la Naturaleza en todo su esplendor.
Mi cuerpo soportado por las botas góretex
El silencio por todas partes, fue el único
compañero que me escoltó en aquel recorrido, de vez en cuando el ruido de una
bandada de gorriones que al sentir el rastreo de mis pasos levantan el vuelo,
el ladrido de algunos perros que a mi paso advierten mi presencia, eran los
únicos elementos que rompían el sosiego de mi caminar.
¡Una avioneta en medio del campo!
Mis nietos y la avioneta
Atrás se fueron quedando los cortijos de
Higueras, Pañero, alguno ruinoso como el de La Reja. Algo me llamó en gran
medida la atención que me detuvo por momentos, reposando, en el terroso campo, ¡una
avioneta! Pero, me pregunté en lo más recóndito de mi intrigado pensamiento,
¿Cómo es posible, en medio de un barbecho? Me acerqué, la estuve contemplando,
e incluso unos días después llevé a mis nietos para que se divirtieran un rato
con ese pájaro metálico que estático permanecía en medio del campo. Después
supe que aquella avioneta, que parecía hecha de papel se dedicaba a fumigar los
olivos.
Ladridos de canes más arriba y aleteo y “glu,glu, glu, de pavos en el cortijo del Patronato. Pronto
dejaría el terroso camino que hasta aquí me había traído, para llegar a “Las
Piletas” y entrar en el maltrecho asfalto.
Si pudieran hablar mis botas, se
quejarían del camino que aún me queda por andar, no por la distancia sino porque
ellas están más acostumbradas a los senderos de tierra que al alquitrán
petrificado por el tiempo.
Los campos sembrados de girasoles
El cortijo “Zamora” se quedaría a la
derecha y la vista se me pierde en el infinito de los campos sembrados de
girasoles que con sus cabezas agachadas, como haciendo reverencia a los que
pasan, en un saludo metafórico, nos dan la despedida.
Ya diviso las casitas de la Villa, esas que han cumplido las bodas de oro de su
construcción y que se hicieron como
cooperativa agrícola.
"La matanza"
Es Navidad, escucho el gruñido de un
cerdo que, sobre una mesa situada en la puerta del cortijo de “La Mata”, está
entregando su vida para dar vida con su suculento cuerpo a los habitantes de
estos lugares.
Todo se convierte en un ritmo de trabajo
en el que cada uno de los participantes cumple su función, el matarife con su
arma en mano ha dado paso, después de cumplir con su cometido, a la nerviosa
campesina que va moviendo el líquido rojo que sobre un librillo hay que
mantener sin que se solidifique y pueda ser un elemento importante en la
confección de las morcillas.
La llama de fuego que sale de la bombona,
proyectada sobre el cuerpo del occiso, va a rasurar, como el mejor barbero
pudiera hacer, la piel del que ha pasado a mejor vida.
Limpio y escamondado, el más corpulento
de los que han actuado, se carga el cerdo sobre las espaldas y dando traspiés, por
el peso de las muchas arrobas que sobre su dorso tiene que soportar, se dirige
al árbol más próximo donde es colgado.
Abierto en canal se le extraen las
vísceras algunas de ellas han de servir para la confección de las chacinas.
La matanza del cerdo es una fiesta
familiar, vestida con el esfuerzo y el trabajo de los varios días que en ella
se ocupan.
Es un rito obligado, por tradición,
el realizarlo todos los años, sirve para aunar a las familias, para pasar unos
días de trabajo duro pero agradable al mismo tiempo; entre faena y faena, las
mujeres pican la carne, cuecen la cebolla para hacer las morcillas, se lavan
las tripas para embutir, el salchichón, salchichas, chorizos…, que después se colgarán en largas cañas junto
a la chimenea para que se sequen lo más pronto posible; los chiquillos se
divierten preparando las vejigas para hacer los globos con los que después se
golpearán y darán mamporrazos a todo el
que se les acerque.
Todas estas escenas las contemplo desde
un rincón de la estancia, mirando el rojo intenso de las ascuas de fuego que
arden en aquella enorme chimenea.
El perfume de las especias que
condimentan la masa de carne ya preparada, -impregna mi olfato- para que entre,
empujada por el movimiento del manubrio de la máquina de embuchar, en las
tripas limpias recién preparadas en lebrillos, aderezadas con trozos de limón.
Por mi mente extasiada y casi adormecida
por el intenso calor que desprenden los troncos de olivo que arden en el hogar,
siguen pasando escenas familiares: la confección de la carne de membrillo, el
licor de membrillo, las barbacoas, el arroz campero en día de las fiestas de “La
Villa” y otras que han servido para juntar a la familia.
LAS FIESTAS EN LA VILLA
La misa
La hora del tapeo, se le llama ligar
La hora del arroz
In memoriam de Pepito, recordado por todos
Recuerdo mis paseos a las chorreras
donde me encontré fósiles de la época cuaternaria, los cortijos de “Los
Blancares”, “El Cortijillo” y escuchar el ruido de una locomotora que llega a
mis oídos, desde la lejanía; poco a poco irse haciendo más intenso y verla
asomar como un pequeño juguete de “escalextric”, arrojando por sus fauces las
bocanadas de una humareda negra, avanzando lentamente sobre la estructura de un
gigantesco puente de hierro volado en el espacio, el Puente de Gante.
Aquel monstruo de hierro, arrastrando
una serie de vagones, se va alejando dejando en el espacio un estruendoso ruido,
salido del esqueleto gigantesco, de la mole de barras metálicas del puente.
En el cielo, dejando su firma, la nube de
un negro humo se va difuminando, poco a poco, en el espacio.
Por momentos despierto de mi letargo,
para caer de nuevo en brazos de las remembranzas del pasado.
Son las una de la tarde de este domingo
día 24 de noviembre, el sol brilla con intensidad, en este rincón del campo,
que se llama “La Villa”, pero irradia mucho más calor en el sentimiento de
todos los que con ansias esperamos la llegada, del nieto, del hermano, del
primo, del sobrino, que desde hace un año no ha hecho acto de presencia en el
grupo familiar, se le espera y se desea con afán su presencia, eso sí, por poco
tiempo, pero el suficiente para ver brillar el vínculo familiar.
Esto es una muestra de las muchas
connotaciones que tiene el concepto de la entidad familiar.
Una llamada telefónica indica que están
entrando por Guadahortuna, son pocos los kilómetros que quedan; una polvareda
se vislumbra en la lejanía y el coche aparca a la entrada del cortijo.
MOMENTOS DE EMOCIÓN
Emoción a raudales, María, la hermana,
con un salto de felino se lanza sobre Antonio para abrazarle, después
sucesivamente iríamos pasando todos en una apretada bienvenida de besos,
abrazos, apretones y caricias.
Los dos primos
Coco y Pablo
El día sensacional, las viandas del buen
jamón, quesos, embutidos, como aperitivos, regados con el caldo del buen vino,
irían abriendo boca para más tarde degustar las chuletas de cordero, los
chorizos, hechos a la brasa, dentro de un cortijo que además del calor salido
de una chimenea y una gran estufa, sentían el calor del fuego que embargaba
todos los corazones de los allí presentes.
Fuera del cortijo el frío hacía de las
suyas, pero el enorme tractor que en cada
estación del año, realiza el laboreo de las tierras, removiendo las entrañas de
la tierra quiso salir de su guarida para complacer a la gente, a sus lomos se
subieron los nietos para darse un paseo por los alrededores de “La Villa”;
mientras tanto, en un rincón dormitaba el recién llegado reponiendo fuerzas del
desgaste originado ante un viaje precipitado.
Las anécdotas, los mensajes y
comentarios se entremezclaban en aquel enorme salón, las risas ante cualquier
greguería, se dejaban escuchar en el aposento.
Vendrían después para acompañar al café
de la tarde, los ricos piononos de Santafé, los pastelillos de nata, el surtido
variado de bocaditos dulces, para incrementar el sabor excepcional de toda una
jornada, junto a la carne de membrillo que aportó la tía Leo y sus hijos Isa y
Francis.
Con un cielo cubierto de estrellas, el
sonido de los cencerros de las ovejas que ya reposan en el redil, el ladrido de
los perros que viene de los cortijos próximos, junto a la despedida entre los
que han compartido una entrañable jornada familiar, nos retiramos henchidos y
plenamente satisfechos.
Esto es algo de lo que ennoblece al
concepto de familia.
Recuerdos del pasado que aunan la familia
José Medina Villalba.