A
propósito de mi último cuadro de pintura.
Yo tenía un jardín cuando era niño,
ahora, cuando soy mayor, tengo otro imaginario, que crece en mi corazón es el
jardín del recuerdo, de los muchos que abrigan en mi interior y que lo mantengo
regado con los sentimientos de mi vida.
La vieja casita que había a la entrada del Colegio, en el Valle de Valparaiso
El jardín de mi infancia estaba junto a
una vieja casita que se encontraba a la entrada de un Colegio situado en el
Valle de Valparaiso, en él pasaba muchas horas jugando a veces sólo otras
acompañado por algún amigo.
La glorieta de mi jardín
Tres escalones había que subir para
entrar en él, era pequeño no más de sesenta metros cuadrados; cuatro pasillos,
en forma de cruz de San Andrés, delimitados por bojes vestidos perennemente con
un verde esmeralda, iban a encontrarse en el centro con una glorieta.
El jardín a las espaldas de mi familia.
De izquierda a derecha: María,Manuel y José, sentados mis padres
La
formaban ocho pinos que se elevaban hacia el cielo entrecruzándose por la parte
superior, construyendo una grandiosa cabaña a la que se entraba por cualquiera
de los cuatro pasillos que formaban la Cruz de San Andrés, en el interior había
una pequeña plazoleta; en más de una ocasión sirvió de escenario para hacer
equilibrismo en una cuerda tensada entre dos de los ocho pinos que la
constituían, allí nos divertíamos haciendo sesiones de circo o juegos con mis amigos.
La adelfa del jardín
Había diversos rosales, una adelfa con
sus flores rojas, de la que no guardo un buen recuerdo, la volaera que construí
con una de sus ramas, poniéndomela en la boca para hacer girar las aspas, corriendo con todas mis veras como
si fuera un avión, desafortunadamente me dejó
marcada una inflamación en los labios, a pesar de todo embellecía con su
colorido el jardín.
Geranios gitanos
Rodeando el pequeño edén, sobre un
poyete había diversas macetas de geranios de diversas tonalidades, me llamaban
principalmente la atención los geranios gitanos, así como unas plantas de dompedros amarillos y rojos que durante la
noche tranquilamente se echaban a dormir, impidiendo que pudiera ver sus
tonalidades y al día siguiente aparecía de nuevo el colorido en la gama de sus
pigmentos.
Los donpedros del jardín (mirabilis jarapa)
En una de las esquinas los diminutos
gallicos rojos con los que me deleitaba al absorber el dulce sabor del néctar
que contenían.
Tenía dos hermosos frutales, un cerezo
cuyas ramas llegaban a la ventana de mi dormitorio desde donde podía coger las
enormes cerezas rojas que daba todos los años y un níspero cuyo fruto me
divertía, no solo comiéndolo, mientras me escondía entre su ropaje, sino después
de saborear las ricas níspolas utilizar los huesos como proyectiles para hacer
blanco en determinados lugares.
Un pequeño huerto me construí en un
espacio libre y allí sembraba maíz, habas, garbanzos, alubias, que le cogía a
mi madre, de las que diariamente cocinaba. Mi impaciencia era tal por descubrir
que le estaba ocurriendo a la semilla, que hacía unos días había introducido en
la tierra,
que no esperaba a que saliera al exterior, abriendo el lugar donde
las había depositado me encontraba con un tallito que intentaba salir, con esta
forma de actuar el resultado fue de no por hacer recolección alguna.
El jardín, detrás de mi familia.
De izquierda a derecha, los hijos: José, María y Manuel.
Sentados mis padres
Entre todos los rosales había uno que me
deslumbraba, tenía una rosa especial, flor que se permitía el lujo de moverse
por todo el jardín, de cuidar de las diversas plantas, coger las flores que consideraba más bonitas para hacer un
ramo depositarlo en un jarrón para que perfumara la estancia donde
acostumbramos a estar más tiempo durante el día.
Josefa, mi madre
Mi rosa, era menuda, pequeña de tamaño,
su semblante irradiaba ternura, no solo cuidaba a las diversas plantas sino que
me cuidaba a mí y a toda mi familia, se llamaba Josefa, era mi madre.
Cuando un hijo habla de su madre le
faltan palabras para ensalzar y alabar sus virtudes y cualidades. Mi madre era
de estatura mediana, cuerpo esbelto, rostro de piel delicada y fina, ojos
claros y mirada noble, se peinaba a la antigua usanza con roete en la parte
occidental de su cabeza, de temperamento inquieto, nervioso, fiel cumplidora de
sus obligaciones, honrada a carta cabal.
Esta era mi madre, atendiendo amablemente a todo el que llegaba al Colegio
Era todo corazón, bondad amabilidad y
apertura hacia los demás; pocos medios materiales había en aquellos tiempos, pero de lo poco que se tenía sabía
compartirlo con los demás. No había pobre que llamara a la puerta que no se
llevara un trozo de pan o un plato de comida de la misma que nosotros íbamos a
comer, nada era suyo todo lo repartía. Había un anciano al que le llamábamos el
“pobre de los domingos”, este día era el único de la semana que venía por casa,
tenía su día señalado y no fallaba, a mí me parecía un anciano cargado de años,
no llamaba a la puerta simplemente se colocaba allí esperaba hasta que mi madre
le diera el trozo de pan, al que le tenía acostumbrado.
Limpia como “los chorros del oro”. Una
larga cabellera blanqueada por el tiempo, era tratada con brillantina
asiduamente, con habilidad construía una
larga trenza que enrollaba para hacerse un roete que colocaba sobre la parte
occipital de su cabeza.
Nací
de ella cuando tenía 44 años, su riqueza
espiritual era enorme. Todas estas cualidades y virtudes de gran ejemplaridad supo
inculcárnoslas para que dejaran huella en nosotros, sus hijos.
José Medina Villalba
Tengo que reconocer que mi sentido de la
responsabilidad, constancia y perseverancia en el trabajo, se lo debo a ella
que fue mi gran madre y educadora. Murió, y esto es lo grave, con una muerte
que para una vida de dureza y sacrificio, jamás mereció, padeciendo una
gravísima operación y quince meses de dolor y sufrimiento de una terrible
enfermedad. Los designios de Dios nunca se sabe cuales son ni por qué.
D. Pedro Manjón Lastra
D. Pedro Manjón Lastra, Director General
de las Escuelas del Ave María, escribió en la revista, Magisterio Avemariano: Ha muerto en la paz del Señor la portera de
nuestra Casa Madre (Josefa como todos la nombraban); supo sufrir con gran
paciencia quince meses de enfermedad, recibió con fervor los Santos Sacramentos
y marchó al cielo en donde no hay enfermedad, y allí gozará para siempre de la
vista del Señor.
¡Dichosos
los que así mueren!
Esta es hoy mi gran rosa, la rosa de mi
jardín, de este edén que porta bastantes años donde han crecido muchas flores,
las de las pasiones y sentimientos, las del trabajo y la perseverancia, las de
los éxitos y los fracasos, flores que con los años se han ido marchitando,
solamente una se mantiene lozana, fresca
como en sus mejores años durante los que me cuidaba, orientaba guisaba y
educaba con mimo y cariño, esa flor es MI MADRE.
Desde que me engendraste
comenzó a correr el calor de tu amor
en aquel embrión conforme iba creciendo.
Tu sigues siendo una bella flor
que sigue floreciendo en mi jardín
me diste la vida, me regalaste tu amor
siempre serás mi rosa, la rosa de mi
jardín.
Me fui engrandeciendo a la sombra de tus
caricias
las pocas que yo te di las pagaste con
exceso
como las bienvenidas aguas de mayo.
Por cada beso que te daba tú me dabas
mil
cincuenta y seis años hace que te fuiste
pero siempre te tengo dentro de mí.
Cuando he tenido que actuar
el camino que me enseñaste
fue mi norma y guía para caminar.
Siempre estaré en deuda contigo
¿Qué te debo? ¿Cómo te pago?
te seguiré llamando MADRE
hasta que me encuentre contigo.
José Medina Villalba.