El Convento del Carmen
¿Alguna vez, querido amigo y lector, has tenido la oportunidad de entrar en un convento de monjas de clausura?
¿Alguna vez, querido amigo y lector, has tenido la oportunidad de entrar en un convento de monjas de clausura?
Recuerdos de hace años pasan ahora por mi mente, cuando siendo un niño, un simple monaguillo de una capilla, con aspiraciones y
bulanicos en la cabeza, de esos que ruedan llevados por el viento, queriendo
comerme el mundo con mis castillos flotando en el aire, volando a la velocidad
que lo hacen estos intrépidos frutos de
las alamedas de la Vega granadina.
Castillos en el aire
Rememoro aquellos atardeceres del mes de mayo, cuando las tardes se alargaban de tal manera porque tienen miedo a desaparecer, y se agarran con fuerza de la farola que ilumina durante el día, mientras por otra parte las tinieblas de la noche tiraban con fuerza para introducirla en el lecho del sueño del crepúsculo, cubriéndola con el manto azul del cielo bordado con estrellas y luceros.
Las tardes en Granada tienen miedo a desparecer cuando llega la noche
Con mi caja de recortes bajo el brazo, para recoger las formas que después se
consagrarán, entraba por uno de esos conventos albayzineros, hasta llegar al lugar donde se encuentra la monja
tornera para despachar, había una larga distancia y poder escuchar su voz que más que humana parecía salida de ultratumba.
Convento de Santa Isabel la Real
El silencio y la paz se respiraba nada más entrar, solamente paralizado por el ajetreo de
las bandadas de pájaros que plagaban el cielo y entraban y salían continuamente
de la arboleda que delimitaba el paseo en alegre algarabía, mientras
intentaban encontrar la rama de sus sueños.
Era una cadencia con una armonía especial, que al mismo tiempo imprimía
emoción y temeridad, unido al sonido que se dejaba sentir por el pisar de mis
zapatillas sobre el empedrado deshilvanado, se iba multiplicando de tal manera
que por mi cuerpo se dejaba sentir el temor de que alguien venía detrás de
mí, haciéndome volver la vista hacia atrás, de vez en cuando; acompañado por el verdín que cubría los muros que encajonaban el camino,
dejando en el ambiente un toque de humedad, hacía del trayecto un escenario que
me aprisionaba permitiendo que mis pasos se aceleraran.
Lugar donde se encontraba el torno
Tirando de una cuerda agitada por mi mano temblorosa, el sonido de una campanilla colgada de una viga, me acercaba al torno cerrado por un postigo de madera.
Por el interior, unos pasos misteriosos se escuchaban en la lejanía, se
arrastraban por lo que yo adivinaba sería un largo corredor del convento, hasta
que los pude escuchar con toda intensidad cuando llegaron al lugar donde me
encontraba.
El torno del convento
El ruido de una cadena dejaba en libertad el postigo que nos separaba y una voz fantasmagórica deja en el espacio un:
-¡Ave María!
-¡Sin pecado concebida!
-Madre vengo a por las hostias de la Capilla de mi Colegio.
-Pon la caja en el torno y ahora te las traigo.
El torno comenzó a girar lentamente y pude ver como la caja desaparecía.
El torno comenzó a girar lentamente y pude ver como la caja desaparecía.
Escuché de nuevo el
rastreo de los zapatos, me hablaban de una anciana por el sonido del rastreo que oía.
El olor de los dulces de calabaza, de los pestiños....
Un airecillo especial penetró por mi fosas nasales, el olor de los pastelillos, de la leche frita, de las tortas de chicharrones, los dulces de calabaza, los pestiños vestidos de blanca azúcar y el sonido de los peroles y las sartenes en los fogones.
¡Por un dulce de aquellos se me iba la cabeza!
Llegó la madre tornera.
-Chico ahí llevas las formas y unos recortes para que te los comas
durante el camino de vuelta.
Los recortes de las hostias.
Hostias
Siempre añoré conocer las interioridades de un convento de clausura,
saber cómo son sus corredores, sus patios, las celdas de las monjas, conocer si es
verdad que a alguna se le fue la cabeza de tanto ayuno para salvar su alma.
Hoy he tenido esa oportunidad, para que se hiciera realidad el sueño que
siempre quise convertir en autenticidad.
Una tarde primaveral de Sol, aunque haya sido en un respiro de este
riguroso invierno, en un atardecer de fin de semana, mientras las calles de
nuestra ciudad, se engrosan de gentes, nativos y extraños, para disfrutar de
los placeres que proporciona el tapeo en la multitud de bares, del trasiego
ensordecedor de vehículos y jolgorios de despedidas de solteros, un grupo de
ALUMA, nos hemos deleitado en los placeres que aporta para el alma el encanto
del silencio, la paz, el recogimiento, la luz vespertina en los patios, la
riqueza en las numerosas obras de arte escultóricas y pictóricas en la clausura
del Convento del Carmen.
Lugar de encuentro
Las seis y media de la tarde, un grupo de gente se va concentrando delante de la escultura de Judá ben Saúl Ibn Tibbón, traductor judío, médico y filósofo, el abanderado que enarbolando un pergamino en la mano, es el centinela que abre las puertas del famoso barrio del Realejo.
Es el centro de concentración desde donde partiremos para entrar en el
Convento del Carmen, que se encuentra a una distancia de un tiro de piedra.
Es viernes, la tarde se va durmiendo despacio, muy despacio, porque en
Granada los fines de semana comienzan en esta jornada como bálsamo suavizante
para calmar los trabajos de los días anteriores, se disfruta cuando
anteriormente se ha padecido. La luz de la ciudad se va deshaciendo, el sonido
afilado del trajín diario se va sustituyendo por la relajación y el disfrute de
la convivencia con los amigos.
Esta tarde vamos dejando atrás toda esta amalgama de cosas, para
adentrarnos en otro mundo donde se cambia el fragor y el zumbido de la calle, por un lenguaje especial cuya morfología se centra en una sola palabra,
silencio.
La amplitud de la calle, y la proximidad de la Plaza de Isabel la Católica
con el estrépito de los potentes chorros
borboteantes de la fuente que circunda al monumento, junto al ruido de motores
de vehículos y conversaciones estruendosas que parten de los próximos bares se
van quedando atrás, para penetrar en el rincón que esta tarde nos va a dar
acogida.
Incluso la que pregonó y dejó plasmado un refrán que ocupaba su lugar
en algunas situaciones: “estás más delicado que la Calle de la Colcha”, esa
callecita por donde apenas si cabía el tranvía y una persona al mismo tiempo, vehículo que hacía el recorrido Puerta Real-Vistillas de los Ángeles, hoy luce su bello
calzado de empedrado granadino, nos va diciendo adiós.
Calle de la Colcha. (1945)
Cierta impaciencia invade al grupo por dejar atrás un mundo de problemas, agobios, perturbaciones, algarabías y estridencias, para pasar a otro, donde los antónimos de las palabras anteriormente expuestas, van a sentar cátedra, para recreo del cuerpo y del espíritu de los asistentes.
Esperando la entrada
Cinco escalones y una cancela de hierro, van a separar el jolgorio y el ruido de la tranquilidad y el silencio. Por un enorme portón de madera, que habla de la antigüedad de su existencia, y a través de una angosta puertecita penetramos en el interior.
Entrando al convento
Rafael Villanueva Camacho, nuestro guía, experto conocedor, como ratón de biblioteca ha sabido desentrañar los secretos, leyendas y misterios de toda la historia y arte de nuestra ciudad, nos da la bienvenida y a modo de preludio nos informa de todo lo que vamos a ver, observar y disfrutar esta tarde-noche.
Rafael Villanueva Camacho el guía.
Visitar un convento en determinados momentos del día cambia totalmente
el escenario, no es lo mismo bajo la fuerza lumínica del día, que entrar a
estas horas donde la luz de los patios, el silencio, la tranquilidad cambian
por completo el escenario, que tomará forma y color según el disfrute del alma
de cada persona.
Patio del convento
Entramos en un convento que fue el tercero que se fundó en Granada, después de Santa Isabel la Real y las Comendadoras de Santiago, comenzó con tres mujeres llegaron como beatas, van a tener una vida religiosa pero sin votos, acogiéndose a las reglas del Carmen, encuentran el apoyo de un recaudador de impuestos llamado Juan de la Torre, que cometió un grave fallo en su profesión que puso en riesgo su vida, meter la mano donde no debía, reflexiona y se da cuenta que ha puesto en peligro su alma y su vida, se pone en contacto con estas mujeres con una vida ejemplar, para que recen por él a ver si de esta forma se puede salvar, y les presta todo el apoyo dándoles su casa, se encerró igual que hace el gusano de seda, se confinó y murió aquí.
Juan de la Torre, recaudador de impuestos
Empezó a funcionar como tal convento cuando llega la madre San Sebastián
con monjas ya profesas. Éste es un convento que nunca tuvo
huerto como otros, sin embargo posee un rico patrimonio artístico, con un
compendio de pinturas, esculturas y elementos arquitectónicos, en especial una
enorme colección de Niños Jesús, que constituyen una enorme “guardería”, formada por ciento un niños.
Niños del convento
La visita al convento nos va a permitir no solo entrar en los sitios
que normalmente están disponibles, sino
incluso lugares a los que
excepcionalmente vamos a poder acceder, como son el cementerio, el refectorio
antiguo y la sala de las doñas.
Traje en la Sala de las Doñas, confeccionado por ellas
Entrar en el primer patio, es ocupar un lugar donde la luminosidad se
convierte en el primer elemento que le va a dar vida a todo lo que allí se
encuentra.
El cuerpo en principio no comprende el desafío que se presenta, la luz penetra e invade en perfecta armonía el lugar, el alma tarda en admitir este reto a
la vista.
Patio del convento. El suelo es un espejo donde se miran las columnas
Todo reluce y brilla con tal esplendor como si se hubiera terminado de realizar, y la pátina del paso de los siglos solo ha influido para hacer que resalte con más esplendor.
La luz se introduce por el
mármol de las columnas y de los suelos, con tal suavidad que parecen caricias
que se dejan sentir en los que las admiramos, realza el blancor de las
paredes, todo es pura brillantez donde se peinan y bañan como si fuesen
espejos, las vigas que sustentan los
corredores parecen recién barnizadas, las cuadros cobran vida, las urnas
acristaladas donde los niños sonríen sin inmutarse resplandecen. Una admiración
interior de los que observamos se manifiesta en el rostro de cada uno de los
que contemplamos en tan poco espacio tanta luminosidad diáfana.
Admiración en los rostros
Todo es silencio y armonía, la paz que existe invade nuestros cuerpos y hasta el guía reprime sus palabras, porque a él mismo le emocionan estos instantes y quiere transmitírselo a los que extasiados nos deleitamos en la estancia, solo se escucha la calma sigilosa que en esos momentos habla, y el patio se desgrana en esa quietud misteriosa.
La riqueza que existe en este espacio se ve que por el tipo de maderas, de las
columnas, y demás elementos que lo conforman corresponde a alguien de una economía potente que los hizo realidad.
El estilo mudéjar está presente
en las zapatas, en las balaustradas, columnas corintias, los techos
castellanos y las vigas con un nombre original, nos produce cierto gracejo, porque se llaman Papo.
Aparecen en escenas las doñas, señoras de posición acomodada que se
vinieron a vivir al convento con su servidumbre, tenían sus celdas respectivas
pero esto creó graves problemas porque se convirtieron en pequeñas repúblicas, que
estuvieron a punto de hacer fracasar el convento.
Patio del Convento del Carmen
Patio del Convento del Carmen
La mirada se dirige al primer cuadro, todo comienza en Ella, en María. Los rostros se vuelven hacia el lienzo que se le atribuye a Francisco Pacheco y pronto se describen todos los elementos que figuran del Apocalipsis: la fuente, el espejo, los lirios, la torre, el pozo, elementos que vienen en el Cantar de los Cantares, así como la fecundación de Dios en María a través del Espíritu Santo.
Entramos en las vitrinas acristaladas de los Niños Jesús, curiosamente
aparece el primero desnudo, cosa que no les hacía mucha gracia a las monjas, mostrar al Niño Dios en esas
condiciones, por eso aparece vuelto de lado.
Niño Jesús desnudo
Las sensaciones emocionales siguen impresionando conforme se avanza, hay en el aire un sabor especial, "un no sé qué", te manifiesta que estás en un lugar único, en el que desde el momento que se entra, te va impregnando de tal manera que te embelesa, te llena, te hace sentir sensaciones especiales, que nunca tuviste.
¿Será quizás este el duende fantasmagórico de las que un día entraron
para quedarse encintas del amor que se respira, del que no se pudieron
desprender quedando enganchadas, engendrando una gestación para toda una vida?
Las escenas se suceden como un film de policromía variada, que va cambiando
constantemente.
Las gotas cristalinas y transparentes se habían depositado convertidas
en urnas acristaladas con brillantes en sus entrañas, y el aire de la noche se
mantenía quieto dentro del espacio, uniéndose a los visitantes. Mi estado de
ánimo se complacía contemplándolas y mi mirada las acariciaba.
Gotas cristalinas con brillantes en sus entrañas
Gotas cristalinas con brillantes en sus entrañas
Santa Ana, como madre, cumple con todos sus deberes educacionales y uno de ellos es enseñar a leer a María.
La Encarnación como advocación de la Iglesia se manifiesta en este
cuadro de Bocanegra, estuvo presidiendo el altar mayor, de una María que lo
mismo puede estar leyendo, o tejiendo cuando se le aparece el Ángel. Padre, Hijo y Espíritu Santo presentes, para
que se realice el Misterio de la Encarnación, llevando la misiva a través del
mensajero, las azucenas representado la
pureza de María, en un momento de ortodoxia absoluta.
La noche avanzaba con un cielo cubierto de estrellas, era la luz que se
colaba por las rendijas del torno del convento, blanqueando las paredes del
patio, a través de un pincel cubierto de silencios y añoranzas.
Rafael Villanueva, ante este cuadro de la Virgen hace preguntas para evaluar con
nota alta, al que se atreva a responder.
Silencio absoluto, nadie quiere precipitarse, aunque surge el murmullo soterrado sin que se manifieste nada en concreto.
Las flores rojas son señal de pasión, el libro la Palabra, “El Verbo se
hizo Carne”, el libro junto con las flores nos habla de Cristo. La Virgen del
Carmen sostiene toda la simbología del
cuadro, con el escudo carmelitano, con San Elías y San Eliseo comenzó la
historia del Carmelo.
Ante el cuadro atribuido a Sánchez Cotán, la luz toma máximo esplendor en la Virgen y
el Niño, San José queda más relegado.
Esplendor de la Virgen y el Niño
Esplendor de la Virgen y el Niño
A nadie se le ha ocurrido preguntar ¿por qué tantos Niños en un convento?
Cada monja o aspirante viene al convento con un Niño, Cristo representa
lo que ella debe ser amor, tolerancia, justicia, debe ser el espejo donde se
tiene que mirar, solo durante su periodo de formación después ya no. Pera a
una niña de entrada no le puedes enseñar
un Cristo con una Cruz, porque se llenaría de pavor y se marcharía, aunque al
final de todos los Niños, nos encontramos con aquel que representa la jerarquía
un niño vestido con elementos que representa la jerarquía la autoridad.
Desde mi punto de vista, creo que para muchos de los que hayan tenido
la paciendo de llegar hasta aquí leyendo, tomar como “cebo” para introducir a
una niña, en un noviciado con doce años, en la
edad que lo que hace es jugar con muñecas, ponerle como golosina y
atractivo a Jesús Niño, no me parece lo
más sensato y racional.
En los rostros de algunos se observa el grato sabor de la estancia,
pero la indiferencia noctámbula de las miradas parpadeantes y fragantes como una llovizna tormentosa, ante
la incredulidad de los hechos, mientras los astros se escondían temerosos en
muda apatía, como ojos parpadeantes y bien despejados.
El centro del patio, encima de la fuente, lo ocupa una Virgen del
Carmen, mirando a la puerta de entrada para bendecir a todos los que penetran
en este recinto.
Seguimos con nuestra mirada deslizada por el entorno, contemplando y observando una guardería de
niños donde ha entrado últimamente el que ocupa el lugar ciento uno y junto a
él uno maravilloso de Risueño, lleva los elementos de la Pasión, la encarnación
de la cara es sensacional, los ojos son de
cristal, ha rotado ya por varias exposiciones, y otro al que las monjas cuidan
con especial atención.
Santa Teresa se encuentra junto
a un niño, al que halló un día en las escaleras del convento y entre ambos se
estableció la siguiente conversación.
-¿Tú quién eres? Soy Teresa de Jesús.
-¿Y tú? Le preguntó el Niño.
Dejamos la guardería con sus ciento un Niño, estupendamente cuidados
por las monjas del convento de la Encarnación y pasamos a la Sala del Tesoro.
La Sala reluce con fulgor, brilla el oro y la plata por
doquier, las “Doñas” ricas señoras adineradas, dejaron joyas de gran valor en
el convento.
La corona que descansa sobre la cabeza de la Virgen tuvo que ser
achicada por dos veces, porque le produjo daños en el cuello.
Un humo oloroso, producto del incienso que se quema en las ascuas que
relucen en el botafumeiro, sube al cielo en el altar de mi infancia, cuando de
monaguillo, preparaba en la parte trasera del altar el incienso tomado de la naveta
para echarlo en el turíbulo y entregándoselo al sacerdote para que perfumara el
soberano pan echo de trigo entre lirios violáceos de los campos sedientos,
convertirlo en cordero en un sacrifico incruento, para postrarse con litúrgica
reverencia ante el Santísimo Sacramento.
La Custodia del ayuno
La Custodia del ayuno
La Custodia del ayuno, así se le llama, a ésta que tienes delante. Se cuenta que había una monja
que por el interior de sus pensamientos rondaba el poder dar al Todopoderoso el
lugar más digno para prestarle reverencia, hizo la siguiente propuesta a la madre abadesa, dejar de
comer una de las comidas al día e ir guardando la compensación que suponía ese
ahorro, al cabo de unos años, con el ahorro de ese ayuno se pudieron adquirir siete
kilos de plata con los que se construyó esta magnífica custodia.
En las caras se va reflejando la admiración que se siente ante tanto
tesoro encerrado en un lugar que, desde el exterior no se
adivina el contenido que existe dentro de este cenobio.
Todo lo que estamos contemplado es bello, el arte lo podríamos comparar
con un enorme ruedo, al que llamaríamos el ruedo de la facultad de hacer
milagros, donde el artista pone ante nuestros ojos lo que él percibe en otras
dimensiones, el genio pule aristas e intenta ponerlas al alcance de los ojos
frágiles de los que las observamos; es como un arco de oro entre la belleza y
la fragilidad humana, porque la belleza reside solamente en el corazón del que
la contempla. No todos vemos la misma belleza cuando contemplamos algo hermoso.
Ante alguna pregunta capciosa sobre el noble varón de San José hay una
pincelada de humor, sobre por qué a una joven doncella se le buscó un varón de
cierta edad, era evidente porque estaba previsto para ella un hombre
atemperado, es decir sin temperatura.
Hemos pasado a la Sala llamada de la Virgen, donde pudimos contemplar
una serie de imágenes y la trayectoria que siguieron para llegar al convento y el
personal que influyó e hizo posible este traslado, como
lo fue el Padre Moratalla.
Convento del Carmen, actual Ayuntamiento
Convento del Carmen, actual Ayuntamiento
Algunas de estas piezas vinieron del Convento del Carmen el actual Ayuntamiento cuando la desamortización. Hay un cuadro de Bocanegra relacionado con los desposorios de la Virgen donde se ve como ocurría en los años sesenta en las iglesias, los hombres a la izquierda en la zona del Evangelio y las mujeres a la derecha en el lugar de la Epístola.
Otras imágenes son, Santa Ana y la Virgen leyendo, y Santa María
Magdalena, y un cuadro de Bocanegra, donde se ve la bajada al Limbo, con
personajes del Antiguo Testamento, David, y Abel y al otro lado La Magdalena y
el Buen Ladrón, Cristo en medio representando la unión del Antiguo con el Nuevo
Testamento.
Cuantas veces nos ponemos a pensar en la belleza, el concepto de su
significado, y el por qué no todos al contemplar una obra tenemos el mismo nivel
e intensidad sobre la belleza de lo que
contemplamos.
Tenemos que acostumbrar primero al alma a ver las cosas bellas de las ocupaciones, luego las bellas obras, no las
que ejecutan las artes sino las que realizan los hombres de bien, mira en el
interior de tu alma y si aún no vez la belleza en ti, has como el escultor,
lima, limpia defectos y asperezas hasta que la templanza y la serenidad brille
en ti, entonces comenzarás a ver la belleza de las obras de arte.
Plotino
Plotino
Entramos en la iglesia, lugar que en transcurso del tiempo se ha ido ampliando, con las aportaciones del Caballero Mayor don Diego de Eloaisa, que agregó la Capilla Mayor.
Aparecen los nombres de Juan de Aragón realizador del retablo de estilo
barroco que desapareció, solamente sabemos de él a través de un dibujo que se
hizo, y conceptos como el de estípite referente a un tipo de columna.
Antiguo retablo
El Altar Mayor de la iglesia
Antiguo retablo
El Altar Mayor de la iglesia
Todo lo relacionado con la decoración del Altar Mayor ha cambiado a través de los tiempos, aparecen nuevas pinturas y elementos escultóricos que se van agregando, con la intervención de M. González Mesa en 1945.
La figura de San Elías, tiene su
relevancia en relación con los falsos adoradores del Dios Baal que había
en Haifa, Israel. En esta región no llovía desde hacía años, a través de
un duelo, San Elías consiguió que lloviera, lo que no fueron capaces los falsos
seguidores del Dios Baal.
Esculturas de Pedro de Mena y Sor María Magdalena de Padua, una monja que tuvo una crisis como consecuencia de una enfermedad muy potente. Recibe los votos casi a punto de morir, no falleció y
emprendió una vida de dolor y de pasión,
cada vez que entraba en éxtasis no dejaba de hacer sus ocupaciones, pero sus manifestaciones fueron escritas, la talla
de esta monja la hizo Alonso de Mena padre del escultor Pedro de Mena.
Sor María Magdalena de Padua
No faltarían las alusiones a San José, al que la iglesia quiso poner de moda, pero no como una persona mayor, de esta manera no habría encajado, entonces lo que hizo fue ponerlo guapo, atlético, fabuloso, el mejor ejemplo el San José de la Iglesia de San José de Torcuato Ruiz del Peral, una persona con buena complexión, un tiarrón que mira al Niño, pero que el Niño no lo mira a él. Porta la vara de azucenas la flor que va con la pureza de María.
El Cristo de Alonso de Mena bastante deteriorado, llegó inesperadamente
al convento. A altas horas de la noche llamaron a la puerta, las monjas
asustadas bajaron a abrir y se encontraron a dos hombres con el Cristo,
pidieron que si podían dejarlo y vendrían a recogerlo a la mañana siguiente;
las monjas lo colocaron en una cama de cojines y cuando se marchaban para ir a
acostarse el Cristo habló: “con vosotras me vengo”. No vinieron a recogerlo, y
aquí se quedó.
Ante tantas imágenes y tallas,
llegado el momento de estar delante de un Cristo quién no se ha puesto a
reflexionar, sobre ese personaje maltrecho, después de ser azotado y
vilipendiado, se me viene a la mente los primeros versos al Cristo de Velázquez de Miguel de Unamuno.
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche?
de tu abundosa cabellera negra
de Nazareno cae sobre tu frente?
El escultor Navas Parejo nos deja una imagen de la Virgen del Carmen y
a ambos lados Santa María Magdalena con todos los elementos de la Pasión y San
Simón, el cuadro de San Elías cuando hizo que cayera agua del cielo, y una
referencia a las columnas bajas del barroco como elemento fundamental, para
mejor poder azotar al reo. La venerable madre Juana Úrsula de San José, también entraba en éxtasis, después de muchas
horas después de muerta, no adquirió el rictus mortis, en un brazo.
San Simón
Virgen del Carmen
María Magdalena
San Elías
San Simón
Virgen del Carmen
María Magdalena
San Elías
El silencio se hace más intenso en el cementerio, La Virgen del Carmen
sacando a las ánimas del Purgatorio, y una serie de taquillas para dar cobijo a cenizas.
El grupo se mueve entre patios, por donde llueve la luz, salas donde los Niños te hablan con
susurros de nanas perdidas, habitaciones acogedoras por donde el tiempo
enclaustrado, a pesar de los siglos se mantiene estático, iglesia donde una
enorme ventana enrejada formada por
cuadritos de hierro, por donde respiran cuatro monjas que a hurtadillas nos contemplan, semblantes de asombro, sonidos pausados de pies que se deslizan sin apenas
dejar huella, todo lo envuelve un
misterio, el exclusivo misterio que solo se puede encontrar dentro de este lugar,
de este convento.
Hay algo que grita a voces, algo que carece de palabras, se percibe por
todas partes y es el rey de la estancia, una sola palabra deambula por el aire,
SILENCIO.
A pesar de tanto ajetreo de querer llevarnos dentro de nosotros, en
esta velada enlatado en nuestras cámaras, pinturas,
esculturas, luz, historia y leyendas, hay algo que quedará para siempre dentro
de estos muros, la paz y el silencio que tanto añoramos en el mundo de fuera. Esta
quietud que se palpa en soplos íntimos y puros con gran alborozo, es el alimento que enriquece el
alma.
En el Cuarto de las Doñas se aspira el olor que se derrama por las paredes con las pinturas, realizadas por alguna de estas
señoras, en las que corría sangre caliente de pintoras, o con el vestido del
maniquí realizado con maestría a través de las manos ágiles que pedaleaban
sobre una maquina Singer, bordaban, cortaban, y las sirvientas cosían. Mujeres, solteras, viudas, tenían
refertorio propio, salas propias, pero
con un denominador común que todas ellas poseían buenas fortunas.
Pinturas realizadas por las doñas
Pinturas realizadas por las doñas
Ha llegado el momento de despedirnos de este lugar cuya madre abadesa es el silencio, no podía ser otra, la abanderada que invade estas estancias donde los siglos sueñan soportando la carga del paso del tiempo.
Mientras camino por las estancias,
corredores, patios en absoluto sosiego, por mi mente vagan los grandes silencios,
porque cuando amamos mucho solo el silencio nos puede invadir con la dicha
que sentimos, no todos los silencios son lo mismo.
El del viento que pasa, nos acaricia y se marcha sin dejar rastro.
El del viento que pasa, nos acaricia y se marcha sin dejar rastro.
El silencio de un Cristo muerto
sobre un madero, en las tinieblas de la noche de un Jueves Santo, desfilando
por la Carrera del Darro, ante un multitud que permanece con el aliento
cortado.
El silencio en los oídos. Ludwig van Beethoven
El que hay detrás de unos ojos que no ven o los oídos a los que los sonidos no llegan.
El silencio en los oídos. Ludwig van Beethoven
El que hay detrás de unos ojos que no ven o los oídos a los que los sonidos no llegan.
El del anciano harapiento y abandonado medio escondido en la calleja, esperando las migajas que depositan los que pasan.
El de la muerte que arrasa sigilosamente.
El silencio cuando queremos gritar y el grito se ahoga en la garganta, desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen.
Dios mío, que tristes y solos se quedan los que allí yacen en los
cementerios, escoltados solo por el silencio eterno que les acompaña.
Todo se fue quedando atrás, salí por el portón por donde hacía dos
horas había entrado, un ruido
ensordecedor me invadió, el de la calle en una noche de viernes, cuando el
gentío desahoga sus inquietudes con una copa de vino en la mano y la charla
amigable como tapa.
Un brindis fuera del silencio con las amigas
Me despertaba de un sueño donde el silencio, la tranquilidad, la reflexión y la paz, junto con una grata compañía que durante todo el recorrido había estado en completo silencio, me hicieron volver a la realidad.
Un brindis fuera del silencio con las amigas
Me despertaba de un sueño donde el silencio, la tranquilidad, la reflexión y la paz, junto con una grata compañía que durante todo el recorrido había estado en completo silencio, me hicieron volver a la realidad.
José Medina Villalba.
REPORTAJE FOTOGRÁFICO