El Albayzín visto desde la Alhambra
El hechizo del Albayzín se
respira por todas partes, basta caminar por sus calles estrellas por sus
callejones a cualquier hora del día, para sentir que aún se percibe en el
ambiente reminiscencias de aquellos habitantes que lo poblaron hace más de
quinientos años.
Callejas del Albayzín
En nuestro
caminar nos encontramos, al paso, elementos que, a pesar de los avatares, nos
trasladan al acontecer de los tiempos pasados. Una aljibe, un trozo de muralla,
una casa morisca, un mercadillo, las notas musicales que salen de una tetería,
en la Calderería, junto al perfume embriagador de las danzarinas que con sus
movimientos sensuales y fluidos de caderas y vientre, unas veces rápidos y otras lentos, atraen al visitante,
acompañados por las notas musicales que se desprenden del laúd, rabel o
darbuka.
Se combina el
sonido característico del almuédano, llamando a la oración desde el minarete,
con el toque de la campana del convento de S. Gregorio Bético que reclama la
presencia, del devoto, a la adoración de Jesús Sacramentado.
Da la
impresión, por momentos, de encontrarnos
en una pequeña Medina, imitando en cierto modo a las grandes, de la ciudad de Fez.
Me abstraigo
por momentos y me traslado a la década de los años cuarenta del siglo pasado,
cuando el Albayzín, aún conservaba sus elementos más originales, cuando aún
todavía no se habían alterado ni cambiado las esencias propias del pasado: los
niños se divertían jugando en la calle, la familiaridad de las casas de vecinos,
donde se compartía, felicidades y desdichas de los que habitaban una misma
corrala, fiestas compartidas, pregones de vendedores, que ofrecían sus
mercancías transportadas en borricos: el que vendía la cal para encalar los
patios y fachadas, el de la miel de caldera para endulzar las ricas gachas
hechas de harina, el pescadero que desde Motril, en su bicicleta, al alba,
había recogido el copo y ofrecía la rica pescada a las mozas albaicineras, el
sereno que con su silbato, a las doce de
la noche, estando todo en silencio,
dejaba el sonido de su pito deslizarse por el angosto callejón, invitando a los
niños, como lo hace “el coco”, a entregarse en los brazos de Morfeo.
Aljibe de la calle S. Luis
Aljibe de la calle S. Luis
Los veranos de
los años cuarenta solíamos, los amigos más íntimos, juntarnos todas las noches
en la plaza de San Nicolás, justo donde aún permanece impertérrito el ya
mundialmente conocido y muy visitado por los turistas el Mirador de S. Nicolás.
Minarete de S. José
Los niños jugábamos en la calle
Allí estábamos:
Morón Mochón, Pepe Cano, Paco Urbano, Rodríguez Manzano, Martínez Expósito, Arturo
Gómez, Rostán, Esteves, Rubio Gandía, Modesto Olmo y alguno más.
La noche
albaicinera tiene una fascinación especial en cualquier época del año, pero en
verano, teniendo las vacaciones de nuestros estudios, nos hacía disfrutarla
más.
Son las doce de
la noche, estamos sentados en el largo banco que delimita el mirador de S.
Nicolas, (con la visita del Presidente de los Estados Unidos, Clinton, se
El cancel que da entrada al carmen
hizo, últimamente, famoso mundialmente) los amigos hemos ido llegando poco a poco. Hay una luna llena, enorme, exorbitante, gigantesca, desprende una luminosidad tal que el Valle de Valparaiso y la monumental Alhambra lucen plenamente sus encantos.
El sereno rompía el silencio a las doce de la nocheEl cancel que da entrada al carmen
hizo, últimamente, famoso mundialmente) los amigos hemos ido llegando poco a poco. Hay una luna llena, enorme, exorbitante, gigantesca, desprende una luminosidad tal que el Valle de Valparaiso y la monumental Alhambra lucen plenamente sus encantos.
Casi una fantasía
Allá al fondo
hay un carmen, (desaparecido por la picota especuladora de la construcción)
esquina con Callejón de las Campanas, desde allí llega a nuestros oídos las
notas musicales de un piano tecleado por el famoso pianista Francisco García
Carrillo, gran amigo de Federico García Lorca, al que llamaba “Federico
Pillamoscas”.
Bill Clinton, ante la mejor puesta de sol del mundo
Aljibe de S. Nicolás
Había regresado
de dar un recital de piano en el Teatro Español de Madrid (24-2-1941)
Una mirada
entre los asistentes fue suficiente para que nos levantásemos y encamináramos nuestros
pasos hacia aquel lugar.
Conforme
nuestros marcha, sigilosamente, se iban acercando al lugar, las notas de una de
las partituras de Ludwig Van Beethoven, se acoplaban plácidamente en el
interior de nuestros oídos; todo era silencio, simplemente el goteo constante
de la fuente conectada a la aljibe, como guardiana constante vigilando la
plaza, se unía en un ritmo cadencioso a los acordes musicales.
El cancel, que
da entrada al carmen, labrado a golpe de fuego y martillo sobre el yunque de
las fraguas albaicineras, tiene una vestimenta especial más que cancela es una
obra de orfebrería, no hay oro ni plata, elementos básicos que utiliza el
orfebre, pero sin embargo el artista de la cerrajería ha sabido plasmar la
filigrana del dibujo que podría utilizar cualquier joyero.
El agua de la fuente del Carmen invita a la poesía
Desde la
entrada, situados en la mejor platea de un auditorio, colocados en semicírculo,
vamos deslizando nuestras miradas como ráfagas luminosas para irnos deleitando
en la belleza del interior.
Los chorros saltarines de la fuente se entrelazan en un rito amoroso
Los pasillos delimitados por los bojes conducen a la vivienda
Claro de luna
Un pasillo
central, del que se derivan otros laterales, se dirige rectilíneamente hacia la
entrada de la vivienda, una hilera de bojes lo delimitan, dos bancos de piedra
chapados con azulejos granadinos pintados y cocidos en los hornos morunos de
leña de Fajalauza, invitan al descanso para deleitarse y embriagarse con el perfume
que destilan los jazmines.
Nadie del grupo musita la más mínima palabra,
parece como si nos hubiesen anestesiado, como si la noche se hubiera detenido
para percibir mejor la belleza que ese momento nos regalaba. Era un estar y no
estar, como si una nube nos hubiera elevado a un estatus diferente de éxtasis
mística.
Nenúfares en la alberca moruna
El jardín se
envolvía en una neblina especial que lo hacía más fascinante, pequeños focos
como luciérnagas esparcidos por los pasillos delimitaban los contornos de las
plantas; el agua del riego recibida en el atardecer, para quitarles el sofoco
calenturiento del día, las había hecho sentirse más lozanas, vestidas con sus
mejores galas intentaban acompañar a la belleza del concierto. Nos
encontrábamos anonadados, hipnotizados.
Mientras
escuchaba aquella melodía pasaba por mi mente la figura del compositor que realizó una fantasía, de ahí su nombre “casi
una fantasía”. Sería después de la muerte de Ludwig van Beethoven, cuando el
poeta Ludwig Rellstab el que asoció metafóricamente la imagen lumínica de la
noche con la sonata.
En aquellos
momentos la luna llena se asomó entre una serie de nubes que la arropaban, la
oscuridad que proyectaban dejó caer su sombra sobre el lugar en el que nos
encontramos, sin embargo, por instantes, conforme las nubes se desplazaban aprovechando
algún claro se dejaba ver de nuevo cayendo su luz radiante sobre nosotros.
Cualquier poeta
podría aventurarse a especular sobre la tranquilidad en esa noche, la oscuridad
y el silencio roto por la brisa suave que viene de Valparaiso y ante un cielo
repentinamente interrumpido por un claro que se alzara, cual velo, para mostrar
una irradiante luna llena. Cualquiera ante la situación de esta noche habría
cambiado “casi fantasía” por un “claro de luna”.
Placeta de las Minas
Los misterios y
fantasías de aquella noche siguieron encadenados, uno de nuestros compañeros
aprovechó, una vez terminada la melodía, para seguir impresionándonos con
alguna de las leyendas del barrio.
-¿Conocéis el
“Arco de las Monjas?
-No, fue la
repuesta, al unísono, de todos los que formábamos el grupo.
-¿Estáis
dispuestos a seguir percibiendo más emociones?
-Un sí de todos
se dejó sentir.
-Pues, si es
así, adelante.
Bajamos por el
Callejón de las Campanas, desembocamos en la Placeta de las Minas, dejando
atrás la Comisaría, nos encontramos en la calle de la Aljibe de la Gitana. Poco
más abajo con el Callejón de las Monjas.
Aljibe de la Gitana
Durante el
trayecto el compañero, que se había convertido en el narrador de lo que íbamos
a contemplar, fue describiendo el suceso ocurrido en el siglo XVIII, poniendo
tal énfasis en la descripción de una forma tan lúgubre, que nuestros cuerpos se
estremecían convulsionados, sin haber llegado al lugar de autos.
Carlos II "El Hechizado"
Con voz
tenebrosa, como salida de las entrañas de una caverna, nuestro relator cuenta
que, según las antiguas tradiciones granadinas, una mañana del año 1705
aparecieron ahorcados, colgando del arco que íbamos a ver, los cadáveres de
varios conspiradores, apresados en una
encerrona cuando laboraban secretamente
en favor de la Casa de Austria, en los días de la Guerra de Sucesión a
la muerte de Carlos II “El Hechizado”.
Arco de las Monjas
Tengo que
reconocer que algún compañero estaba remiso en seguir adelante, (según
comentaron después de visitar el lugar), aunque no lo manifesté en aquel
momento, yo era uno de ellos.
El rumor suave
del agua se percibe allí, el hálito de las hiedras húmedas, el roce de la
hojarasca y el susurro del aire, claramente audible en la silenciosa soledad
del sitio, hacen revivir en la mente la trágica leyenda del Arco de las Monjas.
Callejón de las Monjas
Tal era el
miedo que llevábamos, cuando de repente, sin esperarlo desembocamos en el lugar de los hechos, la oscuridad no
dejaba ver con claridad y tan impresionada llevábamos la mente que ver el arco
y los cadáveres de los ajusticiados colgando fue todo uno.
Nos quedamos
helados, hechos de una sola pieza, si nos hubiesen pinchado creo que no
habríamos arrojado una sola gota de sangre. Era tal la realidad de los
cadáveres colgando que no podíamos creer lo que nuestros ojos estaban viendo.
Los cadáveres se balanceaban, de un lado para otro, movidos por la suave brisa
que en aquellos momentos corría.
Alguien gritó:
-Huyamos rápido,
salgamos de aquí.
El oscurantismo, el silencio, el susurro del aire, producen una cierta inquietud
-Calma
compañeros. Era la voz de nuestro narrador. Estáis tan hipnotizados que no veis
la realidad. Esperad un momento que vuestros ojos se aclaren, que la vista se
vaya acomodando a la oscuridad y esa ambigüedad que en estos momentos os invade
se vaya disipando. Pronto descubriréis que todo ha sido una fantasía, un sueño
del que vosotros mismos evidenciaréis la
realidad.
Poco a poco,
así como la oscuridad de la noche deja paso al albor de la mañana, fue
apareciendo el hueco del arco, al fondo y en la lejanía nos sonreía la silueta
de la torre de la iglesia de S. Cristóbal y los cadáveres colgando eran nada
más que las largas hiedras que se descolgaban desde la parte alta hacia el
suelo.
Todo fue una
fascinación, una fantasía hecha realidad.
Tal como lo
viví así os lo he contado.
En otro archivo
os narrare otro suceso trágico que ocurrió en este mismo lugar.
José Medina Villalba
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