He entrado algo tarde en las redes
sociales, aunque hay un refrán español que dice: nunca es tarde si la dicha es
buena; me acojo a este proverbio y contemplo con entusiasmo que se cumple el
aforismo en mi persona. He de decir que la admiración corre por mis venas al
contemplar como diariamente mis archivos están siendo seguidos por numerosas
personas en diversas partes de la esfera terrestre.
Algunos de mis bodegones o
naturalezas muertas, como también se les suele llamar, van a salir al exterior,
viajar por los espacios siderales, dejar la pared donde durante años han
permanecido colgados en aburrimiento absoluto y darse a conocer.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Algunos están inspirados en momentos
de estancias a la orilla de ese mar que baña las costas granadinas, que subyuga
cuando se contempla. Unas ricas sardinas, en forma de espetos, se doran en llamas
de fuego sobre una arena ardiente, regadas con el vino de la tierra, me
motivaron para hacer una composición donde la estrella central fuera la
sardina.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Las frutas siempre han sido elementos
propicios para hacer composiciones: peras, naranjas uvas…, con la riqueza de su
colorido son elementos muy dados para que los pinceles, impregnados por el
color maravilloso del óleo, dejen plasmado en el lienzo las tonalidades
diversas que les aprisionan.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Hay un manjar muy simple, muy
sencillo, muy humilde pero ¿quién puede decir que, unos huevos fritos con sus
dorados ajillos, no son el deleite de cualquier humano?
Era una de esas tardes, del caluroso
mes de agosto, cuando paseaba tranquilamente por la orilla de la playa de
Castell de Ferro; el sol que, con la brisa marina, amortigua sus rayos
hirientes sobre las dermis de los bañistas que durante horas doran sus pieles,
se acunaba en el horizonte. Daba la impresión que no se quería marchar y sobre
la superficie de las aguas tranquilas dejaba un adiós en una estela de rojo aterciopelado;
era la puesta de sol embelesando a las
gentes que la contemplaban.
Manuel, aquel pescador que ha pasado
la vida luchando para sacar a su familia adelante ha subsistido entre el mar,
la tierra, su familia y su pueblo.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
El mar, ese mar donde día tras día,
ha navegado con momentos de alegría ante una buena pesca, situaciones tristes,
cuando el trabajo infructuoso no ha tenido buenos resultados y momentos
terribles cuando ese mar ha sacado su furia para que no le quiten los seres
vivos que moran en sus entrañas.
Sin embargo, me llamó enormemente la
atención, cómo todas las tardes lo veía en el mismo sitio, con la mirada
perdida en su mar y sin olvidar los recuerdos del pasado.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Manuel no es el veraneante que tiene
su mejor caña deportiva, con todos los mejores aperos de pesca, a él le basta
un simple hilo con su anzuelo y un cubo donde va depositando sus capturas.
Charlamos todas las tardes un buen
rato, cigarrillo pegado en su labio, casi siempre apagado, pero como
acompañante fiel va entrando en la conversación conforme mis preguntas van
surgiendo esporádicamente. Rostro arrugado y envejecido, parco en el hablar pero
rico en sus expresiones corporales; sus
andanzas y aventuras marineras las contaba con tal naturalidad que me
impresionaban.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Tomé unos apuntes, de estos momentos y
de otros relacionados con ese mar
enfurecido, con la barca que duerme tranquila, con la esperanza de volver a
navegar, o de un mar que, en un lenguaje mudo, ve como preparan los artilugios
que le han de arrebatar los tesoros de sus entrañas; aquí está el resultado en mis óleos sobre
lienzo.
Hay una calle en nuestra ciudad con
una importancia tan trascendental que es obligación primordial pasear por ella
a todos aquellos que nos visitan.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Carrera del Darro, músicos,
saltimbanquis, vendedores de brujas y amuletos para tener suerte, hippy
rodeados de perros, y espectadores que a la altura del convento de Zafra danzan
y bailan al ritmo de la música. La Carrera del Darro es todo un espectáculo. Es
obligado ver la Alhambra, pero no es menos, para todo forastero, darse un paseo
por esa Carrera que allá por los años cuarenta, del siglo pasado, algunos
quisieron sepultarle ese río que le da su nombre. Fue D. Antonio Gallego Burín,
alcalde de la ciudad, el que evitó se
cometiera tal extravagancia.
Esa Carrera que durante tantos años
fue mi camino diario, columna vertebral que sirve de basamento y sostenimientos
del Albayzín, barroca y renacentista, cargada de historia de monumentos y
personajes a través del tiempo. ¿Qué pintor no se ha querido llevar en sus
lienzos el encanto de esta calle?
Cuando regresas a altas horas de la
noche, la Carrera está desierta, el silencio es
absoluto, sólo se escucha el rumor de la aguas del Darro, el toque de la
campanita de uno de los conventos que reclama la oración de sus moradoras; a
veces el revoloteo de algún mirlo que busca refugio en el bosque o el sonido
entrecortado y esporádico de un cucú.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Allá arriba en lo alto de la torre,
de la Iglesia de S. Pedro, hay dos vigías iluminados con ojo avizor, desde que
asomas por el Puente de Cabrera te están mirando y no dejan de velar por tus
pasos, hasta que traspasas el Palacio del señor del Castril.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Esas dos campanas que con sus lamentos han
entristecido al barrio cuando alguien ha muerto, otras veces han tocado a
gloria cuando los romeros han partido para el Rocío, o se ha celebrado una boda
o simplemente han reclamado la presencia de los feligreses para que participen
en las celebraciones litúrgicas.
Desde la terraza de mi casa escuchaba,
en determinadas ocasiones, una especie de rivalidad entre estas campanas y otra
que encima de ellas, más arriba del Tajo de S. Pedro, les corrige sus toques
cuando la Vela llama a los lugareños de la Vega a cumplir con el ritual del
riego.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Es otoño, acaba de terminar una de
esas tormentas de esta época, la calzada de la Carrera del Darro brilla como si
fuera un enorme espejo, la acera está resbaladiza y de vez en cuando hay que
dejarla para pisar el deteriorado adoquinado;
los chacos de agua abundan en todo el trayecto y aún hay que llevar el paraguas
abierto, a pesar de que ha dejado de llover.
El cielo, que hace unos momentos
estaba totalmente cubierto con tono gris oscuro por las nubes que lo invadían,
va abriendo claros y deja ver una bóveda celeste con color azul ultramar
intenso.
Hay tres elementos que definen y
caracterizan a nuestra ciudad. El granado ese árbol, con su rico fruto de granos
rojos que parecen rubíes asomándose al exterior cuando la fruta ha sazonado.
Allí está, impertérrito, como símbolo y guardián en el corazón de la ciudad, en
Puerta Real.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Al fondo, como dos enormes y
gigantescas flechas, mirando al celeste cielo, las torres donde se guarda
nuestra Patrona, la Virgen de las Angustias. Sierra Nevada, con su manto níveo,
va a cerrar este simbólico cuadro que
representa a Granada.
Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Jardines del Partal. Estos jardines
se extienden desde la salida de la Rauda o cementerio real, hasta la explanada
en la que se encuentra la Torre de las Damas. En este mismo lugar se
encontraban los palacios reales, distribuidos también en forma escalonada y
que, posteriormente ocuparon las habitaciones del Emperador Carlos V.
Durante la época árabe albergó
numerosos edificios de magnates que vivían en torno al Palacio Real, de los que
se conserva la Torre de las Damas.
Los leones que arrojan agua al enorme
estanque fueron traídos del Maristán, (hospital de enfermos pobres) junto al Bañuelo,
en la Carrera del Darro.
José Medina
Villalba.
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