Esta pintura, ha sido la que ha dado lugar al siguiente relato.
El carmen que vi desde el tejado de mi casa. Óleo sobre lienzo. 46X32. José Medina Villalba
El carmen que vi desde el tejado de mi casa. Óleo sobre lienzo. 46X32. José Medina Villalba
Por el título, querido
lector, estarás pensando al comenzar la lectura de este archivo que te voy a
dar una lección de zoología, pero jamás, nada semejante, se me pasó por mi
imaginación.
Las mariposas de ánimas
Hoy vamos a hablar de otras mariposas que abundan en el artificio constructivo de la industria, e incluso se encuentran en los parajes de los campos.
Eran las mariposas unos cubitos de vela, ensartados en un par de discos, del tamaño de una moneda de cinco céntimos de euro; el disco de abajo era una lámina de corcho natural, el disco de arriba era un disco de cartulina decorada.
Las ánimas del Purgatorio
Desde la habitación donde todas las noches daba rienda suelta a mis fantasías, en los sueños de una infancia, llenas de ilusiones, de juegos, de espejismos infantiles, pudo ocurrir el misterioso, e incluso tenebroso, suceso de las tinieblas en las que las llamadas ánimas se dejan deambular por cualquier casa de vecino.
La casita desvencijada en la Cuesta del Chapiz
Todo sucedió en aquella casita desvencijada cargada de años a sus espaldas, cuyas señales de identidad, que hacían fehaciente esta realidad, estaban palpables en las onduladas curvaturas de un destartalado tejado, donde los jaramagos lucían en amarillos intensos sus mejores vestidos primaverales, el verdín alimentaba las tejas, donde los gorriones, por tradición heredada, hacían sus nidos, y las golondrinas venían a ocupar los construidos en años anteriores.
El tejado destartalado de mi casita
Aquel tejado siempre fue para mí una incógnita, un enigma misterioso, y un deseo continuado desde mi más corta infancia, por descubrir los secretos que contenía.
La alacena de la cocina
Desde una cocina vieja y estrecha, se podía acceder a él; había dos pequeños fogones que se alimentaban con carbón vegetal, una alacena cuyas puertas tenían una rejilla metálica y en su interior una rústica estantería, sin afinamientos de garlopa, donde reposaban los enormes tazones que servían para tomarnos el desayuno, de aquel café “sopao” de cebada, que calentaba más que alimentaba nuestros estómagos.
Tazón "sopao"
Cuatro sillas de anea, un rústico platero, con las únicas y suficientes escudillas para los cinco miembros que componían mi familia, una larga estantería hecha de obra sobre la pared, en la que lucía refulgente su metálico cuerpo dorado un almirez, colgando de ambos extremos una ristra de ajos y otra de pimientos secos, que mi madre los había ensartado cuidadosamente después de haber arrugado su piel tomando el sol durante largo tiempo;
Las ristras de ajos y pimientos
una mesa con un enorme cajón, vestido con periódicos de tiempos pasados, que mi madre utilizó en alguna ocasión para hacer el jabón casero, aprovechando los restos del aceite, cansado de tanto freír, que cortaba en enormes bloques lo más parecidos a cubos irregulares;
la puerta de entrada, tenía un ventanuco acristalado con un postigo a través de él se podía ver el jardín sin necesidad de abrir el batiente; el cajón de la susodicha mesa contenía algunos objetos, el más preciado una caja metálica desvencijada de tanto abrirla y cerrarla, con rastros de herrumbre que le daban credibilidad a sus años, donde se guardaba celosamente el bicarbonato.
La caja del bicarbonato que había en mi casa
Por las mañanas, a la hora del desayuno, como un costumbre habitual, la puntita del cuchillo se introducía en aquel contenido blanco y después, con un ritual ceremonioso, se trasladaba al tazón del café “sopao”.
Decía mi madre,
bien aleccionado por los galenos de aquellos tiempos, que servía para la
pesadez de estómago y un colaborador de la buena digestión.
La cara se me sonroja hoy día, los músculos faciales se me estiran produciendo una cierta hilaridad y admiración, que rompe en una carcajada sonora, al reflexionar en estos momentos.
-¡Aquel bicarbonato ingerido para hacer una buena digestión! ja, ja, jaaaaa.
-¡Digestión! ¿De qué?
-¿De un tazón de café de cebada harto
de sopas, de pan del día anterior, para engañar más que alimentar a nuestros
desnutridos cuerpos?
-¡Asombroso!
Más bien, pienso yo, sería para sustentar la ilusión de creernos que nos habíamos hartado de comer, y era necesario ese aditamento para digerir bien aquel café de cebada negro, negro, muy negro, tan oscuro como aquellos tiempos de la posguerra.
El pecado capital de la gula
¡Cuánto se hablaba y se ponía de manifiesto el pecado capital de la gula!
Pienso, en estos tiempos por los que
deambulamos ahora, que la gula era un
alivio tranquilizante de conciencia y de conformismo ante la falta de alimentos
que había, por supuesto nadie cometíamos
ese pecado capital, y casi podíamos decir que era el consuelo que nos libraba
de remordimientos, aunque el estómago no pensara igual.
El molinillo del café, que estaba en la cocina
El run, run del molinillo aún lo sigo sintiendo, mi pequeña mano derecha haciendo girar la manivela, para que sus muelas convencionales fueran triturando los granos de cebada que le iba echado, al descorrer la ventanita que tenía en la parte superior,
La ventanita por donde se echaba la cebada tostada
mientras la izquierda sujetaba la peana para que no se desplazara el molinillo, sobre todo cuando algún grano se ponía rebelde a entregar su vida para convertirse en polvo, y mis esfuerzos sobre la manivela eran aún más fuertes.
El viejo colador metálico
Tirar del cajoncillo y ver los granos hechos limaduras, dispuestos después de hervir, a pasar por el colador y degustar nuestro rico café de “pucherete”.
Sobre la pared había unos hierros
clavados a modo de escalera que conducían al entabacado, después de pasar una
pequeña “trampilla” que había que descorrer.
La escalera para subir al entabacado
Cuántas veces vi a mi padre subir por aquella enigmática escalera para ascender al tejado, y cuántos temores se me habían infundido para que no escalara aquella misteriosa escalerilla de hierro.
Aprovechando uno de esos momentos, en
los que no había nadie que me prohibiera la hazaña de descubrir la incógnita
que abrigaba el final de lo desconocido, me decidí a llevar a cabo mi proeza.
Pasar de un peldaño a otro era casi imposible, ya que la distancia que los separaba no estaba hecha a la medida de mi cuerpecito de cinco años recién cumplidos, sin embargo, sacando fuerzas de flaqueza uno tras otro los fui superando.
Mis ojos lo mismo miraban hacia
arriba que, de soslayo, lo hacían hacia abajo esperando que de un momento a otro alguien
me descubriera y diera al traste con mi curiosidad.
Era el viento el que quería interrumpir mi atrevimiento
De pronto, la puerta de entrada a la cocina se abrió repentinamente, mi corazón se puso a latir con tal rapidez que parecía salírseme por la boca, estaba alcanzando ya el último eslabón, y la trampilla que daba acceso al desván.
-¡Cielos!
-¿Quién será?
Dije sin rechistar en el interior de
mi mente.
La puerta se abrió repentinamente
El estruendo que originó la puerta al chocar con la pared, dio paso a una enorme cantidad de hojas que inundaron la cocina; era el viento el que quería interrumpir mi atrevimiento.
Corrí lentamente la trampilla que aislaba el entabacado de la cocina y decidí asomar mi cabecita, las piernas me temblaban.
-¿Estaría allí esperándome el “tío mantequero”, con el que mi madre me asustaba para impedir mis ansias de conocer lo ignorado?
La trampilla del desván
Todo era oscuridad, mi cuerpo ya estaba en el desván, pero mis ojos no veían nada en absoluto.
Pasaron unos minutos y la nebulosa
tenebrosidad, dio paso a una doble lucecita que brillaba allá en el fondo. Mi
cuerpo rígido como una estatua no se atrevía a mover un ápice, esperando que el
“mantequero” viniera a llevarme a su guarida para sacarme las entrañas y sobre
todo las mantecas, ¡qué eso de mantecas sí que sabía yo mucho! cuando las veía
separadas por una caña completamente tiesas,
en el cerdo que mataban todos los años en mi casa abierto en canal y colgado de una de las vigas de la habitación de estar.
en el cerdo que mataban todos los años en mi casa abierto en canal y colgado de una de las vigas de la habitación de estar.
Aquellos ojos comenzaron a moverse y
lentamente se dirigieron hacia el lugar donde me encontraba, quiero recordar
que mis pantaloncitos comenzaron a humedecerse por delante y por detrás, con un
olor no muy agradable.
Una enorme rata pasó por delante de mí, me retrepé sobre la pared deseando que se abriera y me engullera, antes que lo pudiese hacer aquel terrorífico animal.
Dio un horrible chillido, abriendo sus
enormes fauces, dejando entrever sus terribles colmillos. Cerré los ojos
esperando sentir en mi cuerpo la terrible mordedura, pasaron unos segundos y al
volverlos a la realidad me encontraba delante de otro pequeño ventanuco por el
que pude pasar al tejado. La rata había pasado de largo.
Un suspiro de alivio y un clamor enfervorecido salió espontáneamente de mi cuerpo, cuando el aire puro que se cernía sobre el tejado penetró en mis pulmones. Había descubierto un nuevo mundo, un espacio desconocido, los gorriones revoloteaban saltando de teja en teja, y las cabecitas de los gurriatos asomando los cuellos pelados por encima de las pajas del nido, con sus enormes boqueras ribeteadas de amarillo, esperaban a la madre que les trajera la comida.
Las agujas de los enormes pinos mirando al cielo
Vi el mástil de la bandera donde mi padre la colocaba los días de fiesta solemnes, los jardines del carmen vecino con las agujas de sus enormes pinos mirando al cielo, todo el Valle resplandeciente y allá al fondo, en la lejanía, un enorme castillo de color rojizo, que me habían prometido mis padres, si me portaba bien, y no subía al tejado, ir a verlo, decían que se llamaba Alhambra.
Vi el mástil de la bandera donde mi padre la colocaba los días de fiesta solemnes, los jardines del carmen vecino con las agujas de sus enormes pinos mirando al cielo, todo el Valle resplandeciente y allá al fondo, en la lejanía, un enorme castillo de color rojizo, que me habían prometido mis padres, si me portaba bien, y no subía al tejado, ir a verlo, decían que se llamaba Alhambra.
La escalera que conducía a mi dormitorio, situado en la primera planta de aquella desvencijada casita, tenía sus peldaños desiguales, era una señal evidente de los muchos años que poseía; al pie, en el lugar donde arrancaba, había un pipo que lloraba continuamente al destilar el líquido elemento por sus blanquecinas paredes.
El agua que ofrecía era fresquísima, de tal manera que, cuando alzándolo el chorro venía a caer en mis fauces, los dientes se recalaban y un rayo de dolor atravesaba mis sienes.
Todavía las imágenes del desván de la
rata estaban prisioneras en mi mente, cuando la hora en la que los párpados pesan
como el plomo y la cabeza pierde la fuerza para mantenerse erguida, es entonces
cuando llega la voz de mi madre que me invita a coger las escaleras para ir a
dormir.
El crepitar de las mariposas
Desde mi alto sillón, prolongación de una silla que había construido mi padre, con las faldas de la ropa de la mesa camilla echadas sobre mis piernas, escuchaba el crepitar de las mariposas que mi madre tenía colocadas en una repisa que había en las escaleras.
Aquella noche, vísperas del día de difuntos, después de rezar el rosario, costumbre muy adecuada en estas fechas, ya que era necesario alimentar a las almas del purgatorio para que pudiesen salir pronto de ese estado, se traían a la palestra escenas puestas en boca de los allí reunidos, tales como que el crepitar de las velitas, que flotaban en el tazón de las escaleras, eran gritos de las almas del Purgatorio, clamando rezos, para poder escapar del fuego que las abrasaba.
Unas palomicas giraban y giraban alrededor de la tenue luz de la bombilla chocando una y otra vez sobre el cristal que tenía aprisionado el filamento candente que hacía proyectar la sombra de nuestros cuerpos sobre la pared.
-¡Es el alma de alguno de nuestros difuntos! gritó mi hermano que estaba junto a mí.
Mi madre comentó, entrando en la habitación con un par de mariposas ennegrecidas, dejando en el aire un "hilillo" de humo y un olor soporífero a aceite rancio que inundó el enrarecido y tétrico ambiente
he retirado dos mariposas que se habían apagado, porque son dos almas que ya han dejado de padecer y han escapado de las terribles penas que estaban purgando.
A través de una rendija, en la puerta
que daba acceso a las escaleras, observaba el relampagueo luminoso que las luminarias, hacían estallar sobre todo aquel espacio y el crepitar sonoro de las llamitas que las alimentaban.
Detrás de cada mariposa hay un alma en pena
Aquellas mariposas, que no tienen que ver nada con las aladas, y policromadas de bellos colores volando de flor en flor, se sumergían en un tazón de agua con la superficie llena de aceite, el combustible que alimentaba a las susodichas mariposas.
Pequeña torcía de cera, era el velero con el mástil desprendiendo fuego que navegaba libremente sobre la plataforma oleosa.
No se hizo esperar, de nuevo, la
voz de mi madre algo más elevada de tono.
-¡Pepito, a la cama!
Mi ánimo estaba impregnado hasta los huesos de aquellas misteriosas leyendas que creía a "pie juntillas", por la autoridad de quien procedían.
Mi ánimo estaba impregnado hasta los huesos de aquellas misteriosas leyendas que creía a "pie juntillas", por la autoridad de quien procedían.
Comencé a subir, mientras mis ojos no dejaban de mirar aquella llama que se meneaba incesantemente, unas extrañas figuras aparecieron improvisadamente sobre la encalada pared, eran las imágenes de unos fantasmas, conforme iba ascendiendo aquellas figuras fantasmagóricas se iban agrandando, levanté mis manos para querer liberarme de lo que se iba haciendo cada vez más grande, conforme pasaba a otro escalón, tropecé en uno de los peldaños al no calibrar bien la altura y ¡horror! las figuras también elevaron sus brazos y se echaron sobre mí.
Un grito de terror se escapó de mi garganta, y dando un salto dejé la gigantesca figura detrás de mí, meterme en el lecho y arroparme hasta la cabeza fue todo un solo instante.
El sueño tardó en llegar, pero entre
las tinieblas oníricas de aquella somnolencia, no dejaba de ver las sombras de
las escaleras queriéndome llevar, para mí seguía siendo el mantequero del desván
de la cocina.
José
Medina Villalba
Amigo Pepe: ! ECO ¡ ! ECO ¡ Acabo de comprobar que no solo aquellos lugares especiales de la naturaleza, te devuelven tu propia voz, sino que las experiencias juveniles, vividas con la inocencia y la bendita ignorancia que embargaba nuestra alma, nos hacia ver y creer en aquellas historias, contadas con convencimiento del narrador, en este caso narradora. Mi madre era muy devota de Santa Rita, y todas las noches en la cómoda que había en mi dormitorio, sobre la piedra de mármol de Sierra Elvira, rosado con vetas, ( que lo conservo en mi casa de Málaga,) que protegía la madera, no faltaba el vaso tres cuartos de agua y un cuarto de aceite, con sus mariposas dentro, al pie de la Santa, que además de pedir por las almas del purgatorio, servían de una tenue iluminación, para darnos una vuelta por si nos habíamos destapado,cuando el aceite se consumía, las mariposas comenzaban a chirriar y había que rellenar el aceite que faltaba. Mi casa era muy grande, incluso en el dormitorio de mis padres justo al lado del mio tenía chimenea, que se encendía en las frías noches de invierno; la luz de las bombillas era tan leve y con tan poca fuerza que ni las noticias de la radio, sobre la guerra de Corea, la podían oír mi padre y algunos amigos, que se reunían en mi casa para seguir los acontecimientos mundiales, en aquella radio marconi con ojo mágico. Subir al tejado era para mi una gran satisfacción y lo realizaba con prontitud, pues justo al salir al patio, en un rincón a la izquierda había una higuera que me servía de trampolín para escalar. Recuerdo que de pequeños a mi hermana María un año menor que yo, cuando estábamos en la plante baja de la casa, nos decían si eramos capaz de subir a la de arriba, que tenía tres dormitorios, una habitación grande donde ya un poco mayor criaba palomos y un pajar ( que posteriormente se convirtió en saladero para los jamones, los chorizos, las morcillas, las hojas de tocino, etc. para la venta en el comercio de casa,) pues debíamos de llenar una espuerta de paja; mi hermana subía y volvía con ella llena, pero cuando a mi me tocaba, al comenzar a subir las escaleras, alguna puerta se cerraba, alguna silla se movía, algún extraño ruido intencionado, me hacía volver sobre mis pasos más rápido que cuando subía, nunca logré completar el recorrido. Es magnifico recordar aquellos tiempos vividos, con los tíos mantequeros que impedían salir del contorno del pueblo, las lechuzas que entraban en la iglesia para beberse el aceite de las lamparillas y aquellos cuentos de aparecidos que nos contaba la muchacha junto a la chimenea o el brasero, que te encogían el espíritu, que no querías escuchar pero que no te ibas; en fin un cumulo de recuerdos y vivencias que nos han servido para conformar y moldear, gran parte de lo que somos. La próxima vez que nos veamos te llevaré un caja ovalada, con el escudo Papal, un cáliz, el retrato de Pío X dentro de un ovulo sujeto por dos ángeles, y un rotulo que dice, Hijo de Tomas López, Carabanchél bajo, el contenido te lo ocultaré para que te sirva de agradable sorpresa. que satisfacción traer al presente lo que nunca olvidamos y vivimos. Un fuerte abrazo como siempre de tu amigo Pepe Cuadros.
ResponderEliminarQuerido amigo Pepe, las generaciones de hoy y otras anteriores y posteriores a la nuestra tendrán, con toda seguridad, otras remembranzas de su infancia cuando lleguen a las postrimerías de sus vidas: recuerdos de ordenadores, de videoconsolas, de móviles de última generación, que los llevan pegados formando unidad con sus cuerpos, como el que porta la botella de oxigeno para poder respirar, de piercing, tatuajes y otra serie de elementos sin los que no pueden pasar, (hablo en términos generales) pero que los tienen aislados, introvertidos en si mismos; seguramente y con toda seguridad, posiblemente se reirán de nuestras "batallitas" de la infancia, porque jamás podrán comprender nuestra niñez, nuestros juegos, nuestros amigos, el contacto diario con la naturaleza, los vínculos familiares, las aventuras y leyendas imaginarias de miedos junto a la chimenea o en cualquier rincón de un portal del barrio, en el anochecer en una calurosa noche de verano, el respeto a los mayores, el esfuerzo por el estudio, la responsabilidad, del día a día, para colaborar en la construcción de un pueblo, de una nación, o de una patria a la que nosotros aportamos nuestro granito de arena, que gracias a él ellos pueden disfrutar del status social en que actualmente se encuentran.
ResponderEliminarNuestras madres, aquellas madres que llevaban arraigada una fe profunda y que supieron con su ejemplo transmitirnos, a pesar de la inocencia infantil que a veces pudieran llevar aparejada, nos ilustraron con enseñanzas que por muy pueriles que nos parezcan siempre son dignas de respeto e incluso de admiración, porque llevaban inherente una enseñanza de esperanza hacia aquellos objetivos que con estos medios perseguían. Nos mostraron con su quehacer diario, la importancia que tienen esas grandes virtudes teologales: fe, esperanza y caridad y al mismo tiempo la moralidad con la que hay que caminar por la vida a través de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza.
Nuestras esperanzas hoy día, basadas en aquella fe que nos transmitieron buscan otras metas con otros medios que la ciencia y la técnica nos han llegado, pero sobre todo fe y esperanza que ellas supieron muy bien darnos ejemplo, junto a esas otras virtudes que he comentado.
Espero y deseo ver hecha realidad en el próximo encuentro el rotulo del óvulo, sujeto por dos ángeles que dice, Hijo de Tomás López, Carabanchel bajo. ¡Qué será, será, lo que sea ya sonará, tan solo sucederá lo que Dios querrá!) mientras escribo esta admiración la estoy canturreando.
Un fuerte abrazo para el "granaino", malagueño y sevillano, Pepe Cuadros, de este aprendiz que se llama José Medina.
Querido Pepe:
Eliminar¡Qué recuerdos me ha traído tu entrañable relato...! A las generaciones de hoy en día les sonará todo esto "a chino". De hecho, yo a veces en clase, hablando del Día de Todos los Santos y de su reflejo en la literatura ("El Monte de las Ánimas", de Bécquer, etc.) he hablado de las mariposas, y nada, claro: ¡para ellos es una realidad desconocida! Tan sólo alguno que procede de algún pueblo me ha dicho que lo ha visto en casa de su abuela.
En cuanto al "tío Mantequero"...¡¡ya lo había olvidado!! Pero es verdad que era una figura terrorífica con la que nos asustaban en la infancia.
Total, que, como siempre, me ha encantado leerte.
Lo que no sé es por qué ha cambiado la configuración del blog, y ya no permite poner comentarios directamente al final, sino sólo responder a los ya existentes...
Un fuerte abrazo de Amelina Correa
El refranero español es sabio: "Nunca es tarde si la dicha es buena".
EliminarPor lo visto al cartero electrónico se le fue "el santo al cielo", y tu mensaje se quedó flotando, sin saber donde ir, en la nube sideral.
-¡Por fin ha llegado!
Subscribo de nuevo la contestación que te envíe.
"Querida Amelina, echaba en falta tu comentario, que siempre es un magnífico y extraordinario complemento para mis sencillos relatos.
Todos los comentarios que quedan plasmados al final de mis archivos, procedentes de amistades y seguidores, para mi tienen un gran valor, -no todo el mundo se decide a hacer exégesis- llevan aparejado el cariño y la amistad que hacia todos ellos tengo, por esa confraternidad que nos une, complementado con los innumerables, ME GUSTA, como rúbrica a mis pinturas, esculturas o a los textos escritos, pero sobre todo tienen un valor excepcional, los comentarios que proceden de una catedrática, doctora en Literatura, gran investigadora, enriquecedora del facebook, con sus constantes aportaciones literarias, gran conferenciante, magnífica profesora, (¡Qué daría yo si pudiera rebobinar el tiempo y poder participar en tus clases como un alumno más!) acreedora por sus méritos profesionales a los premios recibidos, y los muchos que aún tienen que llegar, amante de los animales, sus gatos a los que mima y cuida con especial cariño y dedicación, semblante, prestancia, distinción y figura, que derrocha elegancia y belleza a raudales....
Todos tus comentarios anteriores, siempre han llegado al archivo correspondiente, por favor inténtalo de nuevo, son el mejor galardón que pueden recibir mis trabajos, que no merecen el título de relatos literarios.
Próximamente te mandaré el que estoy "cociendo" en estos momentos, con el título de: ¿Marcianos en Granada?
Amelina, pido mil disculpas por mi insistencia, que al final ha logrado con éxito lo que pretendía, mi constancia ha logrado que tu comentario permanezca directamente donde tiene que estar, en el propio archivo.
Dejando al margen esta introducción justificativa, sobre las vicisitudes ocurridas entre el cartero electrónico y mi blog, me satisface enormemente que te haya vuelto a revivir el pasado haciéndolo presente, con la lectura de "Sombras de las Mariposas".
Personalmente, a mi, cuando traigo a la actualidad sucesos de mi infancia y juventud, pasan por el escenario de mi mente tantas, y tantas cosas, que me hacen vivir con más intensidad, intento también refrescar el pasado a muchos de mis seguidores y a las nuevas generaciones, que aunque les parezcan "batallitas", encierran un fondo costumbrista que deben conocer.
Gracias de nuevo, por esa frase especial, que con cariño pones al final, "me ha encantado leerte", para mi es el mejor premio a mi labor escritora.
Nos veremos, si no hay ningún contratiempo, en el Ciclo de Conferencias de la Cátedra de García Lorca, el día 3.
Un fuerte abrazo de José Medina.
Amigo Pepe: Nada más terminar de leer tu respuesta a mi escrito, no he podido dejar de pensar, la cantidad de veces que te debes haber leído la parábola del buen sembrador, porque cada uno de tus escritos, son como la semilla que cae en buena tierra y da frutos mil.
ResponderEliminarla enorme diferencia de la España que tu comentas de nuestra juventud, a la actual, si la comparamos en medios técnicos y económicos, perdemos por goleada, pero si la comparamos en términos familiares y en experiencias naturales y de convivencia, propias de esa juvenil edad, creo que el saldo a nuestro favor es indiscutible; carecíamos de juguetes electrónicos, jugábamos con pelotas de trapo y nos bañábamos en nuestro querido río Geníl como Dios nos trajo al mundo, nos subíamos a los chopos utilizando la correa colocada como traba en los pies, para escalar hasta la copa, repicábamos las campanas de la iglesia con el impulso de nuestras manos, fuimos monaguillos antes que frailes, y escalamos poco a poco cada uno de los peldaños de la vida, pero maduramos mucho antes y nos hicimos hombres y mujeres responsables a una edad más temprana. Me casé con veintitrés años y con treinta y tres tenía seis hijos, a los que había que alimentar, vestir y educar, muy orgulloso de todos ellos. Casi nada conseguíamos regalado, todo era fruto del esfuerzo y la constancia, por tanto lo logrado por este único medio era mucho más valioso.El olor de los nuevos libros recibidos a principio de curso, la tinta para la pluma, la tiza y el trapo para borrar en la pizarra. El respeto a los profesores, la obediencia hacia los mayores, jamás se nos podía ocurrir dar una respuesta poco respetuosa a nuestros padres, eso era algo inimaginable. En fin una vida adaptada y acomodada a una época, que fue escuela de una generación, que sirvió para que los hijos de hoy, disfruten de una vida más regalada en términos materiales, y que ellos puedan y acierten en escoger todo lo bueno que en ella también hay. Nosotros hemos hecho todo lo mejor que sabíamos hacer, una vida cargada de esfuerzo sacrificio y buena voluntad. Alguien muy importante dijo, por los frutos los reconoceréis. A sus ordenes mi capitán. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Cuadros.
Amigo Pepe, la primera vez que conocí la parábola del sembrador, quiero recordar, fue a través de un breve texto de Historia de la Religión que teníamos en el Colegio, editado en la Imprenta de las Escuelas del Ave María, escrito por D. Manuel Medina Olmos; todavía conservo ese pequeño manual, tu comentario me ha hecho que vaya a buscarlo; trasteando en una de las estanterías de mi biblioteca lo he localizado, le he pasado la mano por su lomo acariciándolo y creo que me lo ha agradecido ¡han sido tantos años sin abrirlo!
ResponderEliminarMe he ido directamente a la parábola del sembrador a la que al principio haces alusión. Leyéndola de nuevo y reflexionando sobre la moraleja a la que nos lleva dicha enseñanza, he intentado hacer un pequeño examen de conciencia, meditando sobre ¿Qué habrán sido mis palabras como docente, como padre de familia, como amigo, como un ciudadano más?
Las enseñanzas que cayeran en terreno pedregoso no habrá dado sus frutos, algunos la recibirían con buena voluntad pero los avatares negativos de esta sociedad en la que vivimos no le habrán dado lugar a que fructifique, pero pienso, cuando de vez en cuando me encuentro con alumnos, a los que no reconozco, e incluso a sus hijos que recibieron la semilla de mis palabras, me reconocen y me saludan con agrado, y después de preguntarles cual es su situación, me lleno de satisfacción al comprobar en sus palabras, que lo que son se lo deben a las Escuelas del Ave María y a sus maestros, donde se formaron.
Ha sido este momento un pequeño ejercicio espiritual para los dos, esta meditación sobre la enriquecedora parábola, en la que tu también has jugado un gran papel de buen sembrador y si no que lo digan los frutos de tu labor familiar y social.
Este "capitán" en este momento se degrada y se hace soldado y cuadrándose con la mano en la frente saluda a su comandante.
Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Medina.
Amigo Pepe: Lamento tener que rectificar el error que cometes en cuanto a la graduación de cada uno de nosotros,al igual que tu, me he levantado y he ido a la biblioteca par buscar el escalafón del ejercito de tierra, y he podido comprobar que esta a tres graduaciones superiores al mio, veo que tienes tres estrellas de ocho puntas, en la bocamanga y en la hombrera, así es que después de comprobarlo, me he cuadrado, he dado un golpe seco con los talones de cuero de mis botas y he llevado la mano derecha al hombro de la izquierda, porque en ella tenia el fusil en posición de firme,a la espera de recibir y cumplir las ordenes que Usía tenga a bien ordenar, permaneceré de igual forma hasta que pueda oír de su propia y enérgica voz: !Descanse, ar ¡. Sin novedad en la compañía, duermen ciento cincuenta soldados y hay ciento cincuenta fusiles en el armero, sin cargar y los peines en buen recaudo. Pepe Cuadros.
ResponderEliminarPepe en primer lugar darte las gracias por Compartir tu relato conmigo.Te diré que he disfrutado mucho hasta tal punto que lo he vivido como si fuera yo.Me he reído mucho con lo del bicarnonato...Me ha sorprendido mucho el respeto y la educación que se procesaba a los padres ...cosa que hoy en día se ha perdido por completo...que pena.Me he metido tanto en la historia que pensaba que la rata me iba a morder a mi.Que manera de escribir y de transmitir en tus líneas he estado todo el relato metida en el personaje y me ha hecho olvidar la monotonía del día a día.Muchas gracias por compartirlo conmigo ...me ha encantado.Gracias Pepe Medina
ResponderEliminarQuerida Raquel, la simpática y mejor farmacéutica del barrio del Realejo, así como el comentario de Navidad quedó en el anonimato, éste me ha llenado de satisfacción al ver, a través de tus palabras, el buen rato que te hizo pasar su lectura. Siento que la desaforada rata con los colmillos salientes a punto de clavártelos te hiciera pasar un mal rato, disculpa, en otro de mis relatos seré más condescendiente e intentaré no producir pavor, pero el tema lo requería.
EliminarComo buena galena eso del bicarbonato y su uso en aquellos tiempos, es como para troncharse de risa, pero esa era la realidad. Si la lectura te ha hecho olvidar la monotonía diaria, es el mejor premio que este humilde escritor puede recibir.
Un fuerte abrazo de José Medina.
Muchas gracias Pepe...me tienes cada día más enganchada a tus relatos
ResponderEliminarMi querida, simpática y entrañable farmacéutica de éste inconmensurable barrio del Realejo. Saber que mis relatos tiene la capacidad suficiente como para captar la atención de tu gentil personalidad, es para mi una de las mejores satisfacciones que me puedes dar junto con tu amabilidad, simpatía y atención en el trato y servicio farmacéutico.
EliminarA ver si enseñas a tu jefa, a poner los comentarios en el lugar correspondiente, porque espero también los suyos.
Un fuerte abrazo para las dos. José Medina.