Sombreo
en mano entró
en
España
y
al verla se descubrió,
y
un hombre que de tierra
extraña
a
nuestra España llegó.
Dijo….,
nunca yo creí
que
esto en el mundo
existiera,
que
Dios con su poderío
a
esta tierra divina
tanta
hermosura le diera.
No
hay más que una,
y
España no hay más que
una,
ya
lo puede usted decir
el
que quiera convencerse
que
se venga aquí a vivir.
Así
sonaba en las casas de vecinos del barrio del Albayzín, y de todos los barrios
de nuestra hermosa ciudad, esta canción
de Pepe Blanco, salida de una de las joyas más preciadas, por aquellos años
cuarenta, del aparato de radio, perfectamente colocado en la repisa del cuarto
de estar, vestido con un precioso tapete hecho por las manos cuidadosas del ama
de casa, como se podría engalanar el más preciado don de la naturaleza, mientras
las vecinas hacían diariamente las tareas domésticas.
Por
aquellos lejanos tiempos, pocas cosas se tenían, pero se sobrevaloraban
enormemente y se les tenían en gran estima, por la gente sencilla y
trabajadora, e incluso por una escasa clase media.
Hoy
tenemos, absolutamente de todo, aparatos de todo tipo: televisiones, móviles de
alta gama, coches de todas las clases y categorías, sistemas electrónicos,
modernos para cocinar, ropa y vestimenta,
la que apenas nos ponemos…, pero como dice el refrán “la abundancia rompe el
saco", y la verdad es que hemos roto el saco de nuestras ansias de poseer, que se nos han caído todas al suelo por eso
agujero enorme de la agonía, caen al suelo del desprecio, porque se nos ha roto el
aprecio a las cosas y por todo lo que tenemos.
Estimamos
y solemos valorar, en términos generales, muy poco lo que poseemos, se estropea
algo y pronto lo sustituimos por otro superior, no ocurría esto en aquellos
tiempos, el aparato de radio adquirido a semanería, era el rey de la casa, nos
deleitaba y entretenía, con las canciones, con las novelas, con las noticias, y
hasta era un elemento decorativo, cuando permanecía en silencio, lo dicho
anteriormente una joya que se la mimaba
y quería.
-Oiga,
mucho cuidado con lo que dice, no todo el mundo está en la línea de lo que
usted manifiesta.
-Estimado
lector, respeto tu opinión, pero hablo en términos generales, aunque nadie,
absolutamente nadie, se queda hoy sin comer ni vestir, hay muchos organismos,
sobradamente conocidos, que no voy a señalar, que lo hacen.
Hasta
los que mendigan por la calle sentados en el suelo, o ricamente en una silla
portátil resguardados del sol bajo un paraguas, con un enorme cartel pidiendo una
ayuda, con letras de imprimación elegantes, porque tienen no sé cuántos hijos,
porque el banco les ha quitado la casa, algunos no piden para ellos, sino
comida para su perro que lo tienen al lado, e incluso los vemos hablando con el
móvil, o tranquilamente leyendo una novela, hubo uno que, curiosamente tenía varios carteles, en uno pedía para sus
whiskys, en otro para comprarse un coche,
y en el tercero para un viaje….
-¿Es
que es malo leer?
-Que
va, hombre, todo lo contrario, están dando un buen ejemplo porque incluso estando en situaciones precarias, como es el
caso, no hay que dejar de culturizarse.
-Y
todo esto, señor escritor, ¿a qué viene?, porque no veo que tenga que ver nada
con el pomposo título que nos ha puesto
de entrada.
-Llevas
razón, pero volvamos al principio, retornemos a la canción del famoso Pepe Blanco y su
magnífico sombrero, pues ahí es donde yo
quiero llegar, para dar comienzo a este relato vestido con algo de
fantasía, y con parte de realidad.
Sobre
la estrecha, fría y excesivamente árida mesa de un quirófano me encontré un
día, cegada mi visión ante el enorme foco que dejaba sus eléctricos rayos caer
sobre mi cara cegándome la visión.
No
sé si has tenido, y ni te lo deseo, que
puedas guardar esta experiencia, pero la
primera vez que te subes a este desagradable pódium, con más miedo que
vergüenza, aunque éstas las llevas tapadas con una sencilla bata, atada con una
simple cinta por detrás con lo que las menos vergüenzas de la parte posterior
de tu cuerpo las pones en frontera de los que están saturados por su trabajo en
éste lugar.
El
asunto es que, un día, me tuvieron que extirpar un pequeño bultito en la
frente, por recomendación del dermatólogo, cuyos consejos fueron, que a
partir de entonces tendría que proteger diariamnte, mi blanca y fina piel, con
crema de protección total e incluso una especial solo y exclusivamente para la frente, pero aparte siempre sombrero,
y de ahí, mi querido lector, lo de la canción del sombrero de la entrada, y mi afición a los sombreros.
Desde
entonces protejo mi tete con sombrero, adaptándolos a cada época del año, por
lo que tengo unos cuantos, tanto para la estación del estío como la de entretiempo, o
riguroso invierno.
Aquella
mañana cuando el frío te hiere el cuerpo como cuchillas punzantes, cuando el
invierno ha tomado posesión total de su terreno, se ha hecho dueño de sus
dominios, nos deja el lenguaje vivo de su forma de ser, que no es otro sino la
frialdad que suelta sus señas de identidad transformando las gotas vidriadas de
la lluvia en blancas y diminutas
palomitas que se recrean bajando lentamente como paracaídas caídos del
cielo o mariposas blancas, para
acariciar suavemente tejados, jardines, plazas, bulevares…,
Nieve en el Realejo. Plaza Fortuny
recreo de mayores y pequeños, que juegan convirtiéndola en bolas, muñecos, creando cuadros pictóricos que se presentan, de tarde en tarde, para una subasta rápida del mejor madrugador captando las escenas más impresionantes, quedando prisioneras en las cámaras, móviles y en la rapidez del dibujante que sabe captar la escena, a vuela pluma, en un apunte rápido.
Nieve en el Realejo. Plaza Fortuny
recreo de mayores y pequeños, que juegan convirtiéndola en bolas, muñecos, creando cuadros pictóricos que se presentan, de tarde en tarde, para una subasta rápida del mejor madrugador captando las escenas más impresionantes, quedando prisioneras en las cámaras, móviles y en la rapidez del dibujante que sabe captar la escena, a vuela pluma, en un apunte rápido.
La
brisa de Plaza Bib-Rambla enjaezada de aromas de café y de aceite hirviendo que
transforma la masa de harina, agua y levadura, en ricas y apetitosas ruedas de
churros, para deleite del que los saborea en los desayunos, meriendas y atardeceres,
con el espeso chocolate, que calienta cuerpo y alma, me veía pasar dejando la
marca de mis zapatos goretex, que ufanamente la piel de mis pies agradecían su textura
y los protegía del riguroso e intenso frío de una nieve recién caída, dejando la
huella en la virginal cellisca, marca que quedaría poco después desecha por las
pisadas de los que se dirigen a sus faenas obligadas del trabajo.
La Romanilla, desaparecida
La Romanilla donde las cajas de pescado llegadas de Motril con sus ricas, brillantes, y relucientes pieles fosforescentes plateadas se sometían, en tiempos pasados, al escalonado descendente subastado hasta que una voz entre los concursantes decía:
-¡Alto!
Quedando
en manos del mejor postor, hoy se ha sustituido, desapareciendo las naves, las
cajas y el pescado, por la nieve que cubre
las aguaderas del que homenajea uno de los oficios más castizos y
típicos de nuestra ciudad, acompañado de la voz del aguador que anunciaba con
ese característico y repetitivo sonsonete, el pregón:
-¡Eh!
El agua.
Está con su sombrero a lo catite posando sobre él, el agua hecha blancor helado, y en las aguaderas el tinte blanquecino de la nieve que no para de caer.
En un escaparate se lucen perfectamente colocados para llamar la atención de los viandantes los que más tarde han de cubrir las cabezas con varias finalidades, protegerlas del frío severo del invierno, o del sol riguroso del verano, eso por una parte y por otra, cumplir la misión de una prenda que da prestigio y elegancia al que la porta.
Después
de observar detenidamente los que se exponen, y puesto que mi intención no era
otra sino adquirir alguno de los que están allí, precisamente para cambiar de
lugar siempre que llegue el que los quiera lucir, penetré en el interior del establecimiento.
-Buenos
días.
La
dependienta, una señorita de buena presencia, amablemente me correspondió con
el mismo saludo.
Después
de indicarle cuál de los chambergos que se lucían en el escaparate,
me
agradaba, de un enorme montón extrajo el que me venía a la medida de mi cabeza.
-¿Por qué? Fue mi respuesta.
-Pues muy sencillo, porque usted es de piel
muy blanca y éste que ha elegido es claro.
-Me deja que elija uno, ¿a ver qué le parece?
Con la agilidad y rapidez que le caracteriza a
una dependiente eficaz y que domina a la perfección su oficio, me colocó
delicadamente en el lugar correspondiente de mi cuerpo uno que sacó de un
armario.
-Mírese en ese espejo y después deme su
opinión.
Me asomé parsimoniosamente al cristal, que con magnificencia nos habla, a través de él, nuestra propio ser, me quedé contemplando mi figura, después de unos segundos de silencio, girando la cabeza de un lado para otro, observando cada uno de los laterales, dejando que mi mano acariciara el ala derecha y después la izquierda, e incluso levantándolo un poco, colocando suavemente mis dedos pulgar e índice sobre las hendiduras que tiene en la parte superior para asirlo, lo levanté delicadamente para después dejarlo caer sobre mi cráneo, escuché la voz de la dependienta que tenía detrás y que detenidamente estaba observando todos mis movimientos.
-Qué tal?
Hubo unos segundos de silencio, seguí
recreándome, antes de responder, girando alternativamente la cabeza.
Miraba el sombrero, pero al mismo tiempo a la
vendedora que impasible, como estatua inamovible, se encontraba
detrás, aguardando respuesta.
En mi interior ya tenía la respuesta, me
encantaba, pero deseaba que fuera, la bella dependienta, la que hablara por mí.
-Señor, éste es el suyo, el que le va a su
piel.
-Mire, tengo un abrigo azul marino y me
gustaría alguno que le fuera bien.
-Tengo varios, -respondió- pero le voy a sacar
el que es completamente idóneo a su piel, a su físico, a su presencia, a su estatura.
No te voy a repetir, querido lector, cuales
fueron mis movimientos delante de la luna acristalada, porque fueron idénticos
a los anteriores, pero sorprendido ante el fausto y el esplendor, que imprimía
el chapeau.
-Me los llevo los dos.
La comisura de los labios de la gentil, encantadora
y bella figura de la señora que me atendía, en un momento, se elevaron haciendo una mueva de sonrisa, con la que mostraba plena satisfacción,
acababa de abrir el despacho y no era mala la venta que, para santiguarse, estaba realizando.
-Me
gustaría que les pusiera una pluma.
-Tengo
las más apropiadas.
Me
parecieron plumas de pavo real en diminutivo, e incluso me agradó que cada vez
que con una delicadeza especial, las iba colocando, en cada uno de los
sombreros, los dos impregnados por mi imaginación, se sentían más orgullosos.
Los colocó delicadamente en una caja,
separándolos por un círculo almohadillado, y
con mi caja, en forma de maleta, después de desearnos buenos días y las
gracias correspondientes por ambas partes, salía la calle.
Seguía nevando, la nieve de las calles
sometidas al apisonamientos de los transeúntes, se había convertido en un
lodazal, donde la blancura se había transformado en un gris aguado que ya no
era una almohadilla, sino una mezcolanza
achocolatada que no tenía que ver nada con el chocolate de las cafeterías de
Bib- Rambla, pero sí ser el comienzo de un resbalón seguro.
Llegado a casa, los coloqué en sus sitios
respectivos, después de desvalijarlos del maletín en el que los había
transportado, el azul marino, con pluma moteada, se instaló en el armario
principal del dormitorio, donde se encuentran los trajes y abrigos que me suelo
poner en días festivos y de cierta solemnidad, el que me he de colocar a
diario, en el armario de mi estudio, donde está la ropa de más batalla.
Un ruido de extraño cuchicheo, que no pude
contactar con certeza de qué se hablaba y trataba, pude comprobar al colocar el
segundo sombrero, pero aquello me lo confirmaría un despertar algo soliviantado la madrugada.
Un movimiento extraño acompañado de un rumor
de hablas extrañas se cernía sobre mi cabeza, que no sabía si estaba soñando o
era una realidad.
Me refregué los ojos, agudicé el oído y en mi
estudio había alguien que hablaba. Por momentos me llené de pánico por si algún
ladrón, asaltador de viviendas, estaba realizando su trabajo, pero reflexionado
un poco pensé, no es posible porque no ha saltado la alarma, seguí escuchando
un poco más, desmelenado del sopor del sueño, ese de las primeras horas, que
suelen aprovechar los expertos apropiadores de lo ajeno, y efectivamente
hablaban era un lenguaje especial, un idioma que se salía del corriente que
hablamos los humanos, pero en cierto modo y haciendo un esfuerza de traducción
se podía entender lo que se estaba cociendo en esos momentos.
Con sumo cuidado despegué los atuendos con los
que por la noche en la cama cubrimos nuestro cuerpo, posé mis pies descalzos en
el enlosado de mi habitación y de puntillas, con sumo cuidado, sin hacer el más
leve movimiento, me dirigí al lugar de
donde surgía aquel extraño lenguaje.
Conforme avanzaba por el pasillo, completamente
a oscuras para no despertar sospechas, hacia el lugar de donde surgían las
livianas palabras, tambaleándome de parte a parte bajo el sopor de un sueño que
aún no se había marchado, tuve la mala fortuna de tropezar con una de mis esculturas
colocada encima de un pedestal, en concreto, un busto anatómico de mujer, que
por momentos se tambaleó y estuvo a punto de dar con su desnudo cuerpo en el suelo, ¡horror!, ¡pánico!
¡espanto!, silencio absoluto, el chismorreo se aplacó, mis piernas empezaron a
temblar, solo se escuchaba el tic, tac del reloj que hay situado la consola de entrada a la vivienda y el
ruido monótono continuado del frigorífico que, en aquel momento, se acaba de
arrancar.
Una figura extraña asomó la cabeza por el
quicio de la puerta, era una cabeza carente de este miembro importante del
cuerpo.
- ¡Pero eso no puede ser!, eso es un
antagonismo descabellado totalmente
imposible.
Los reflejos tenues de la luz a modo de
luminiscencias que agonizan, emergía hacia el pasillo, me escondí agachado todo
lo más que pude detrás de un mueble clásico estilo versallesco, solo quedaba la
silueta de mi sombra apoyada sobre una terracota de ninfas bañándose, que el
avispado explorador, enviado por el que
aparentemente descubrí era el jefe de la tertulia, después de fisgonear a
derecha a izquierda se introdujo en el interior del estudio y dio el parte de
guerra.
-¡Sin novedad, jefe!, ha sido un cuadro de
pintura, de los varios que hay en el pasillo, que ha dado con su cuerpo en el
suelo. Podemos seguir.
No quise moverme del lugar que ocupaba, pero
me pasé el dedo índice abriendo paso y despejando lo mayormente posible el
interior de los oídos para que pudiera enterarme de lo que allí se estaba fraguando.
El más antiguo de mis sombreros, el que lleva
más tiempo conmigo, el que ha tenido la oportunidad de viajar hasta los lugares
más recónditos, contemplando bellos paisajes, conociendo lugares que jamás podía
sospechar, hoy ha reunido a todos sus compañeros en plan de rebeldía para
manifestarse públicamente y arengarlos para que se unan a una protesta. Su
estructura es de corte clásico, estilo borsalino construido en buen paño, formando un espigado que lo
embellece tiene una cinta anudada y sobre ella una plumilla negra destacando en
el centro un rojo que le da cierto aire de especial elegancia, es un fedora muy
similar al que utilizaba el personaje de ficción Indiana Jones, su fabricación
es exclusiva de Alessandría, Italia; es tenido por jefe por todos los demás.
-Estimados compañeros, nuestro querido dueño,
éste que nos pasea a diario llevándonos sobre su cabeza, para sacar el mayor provecho de todos, nos ha traicionado.
-¿Qué ocurre?, respondió, rápidamente, como
alma que lleva el diablo, el segundo de abordo, es un sombrero de color verdoso, realizado en
fieltro, con una cinta negra que lo bordea anudado en el lateral izquierdo
donde lleva una plumilla color anaranjado, cubierto en su interior con un fino
forro de seda del mismo color. Mi dueño me utiliza normalmente cuando se pone
el chaquetón verdoso.
Alrededor del jefe se fueron colocando los
restantes, otro de color gris con una diminuta espiguilla, con cinta que lo
bordea del mismo color, también de fieltro, de más batalla y los clásicos de
verano estilo feroda panamá, uno realizados en paja o esterilla fina, con una
cinta de cuero con hebilla en el lateral izquierdo.
-¿Y yo, que pasa no os acordáis de mí? se oye
decir a una gorra verde, estilo inglés muy apropiada para ir de campo o asistir
en el hipódromo a unas carreras de caballos, que se encuentra colgada en una
percha.
Baja de ahí y únete a nosotros, le dijo la que
hacía de jefe.
Hoy no os voy a hablar de los comportamientos
sociales que tenemos que realizar cuando entremos en un local, cuando saludemos
a una dama, cuando nos crucemos con otro
señor con sombrero, donde colocar el sombrero cuando nos sentamos…., sino de
otro asunto mucho más grave y de transcendental importancia.
Han llegado a esta casa dos intrusos nuevos,
dos nuevos sombreros que han venido a restarnos importancia, dos fisgones
advenedizos que han llegado para postergarnos a los que llevamos tanto tiempo
sirviendo a este señor de la casa.
-¡Eso no es posible!
Contestó enfurecido el sombrero feroda de panamá, yo, que le he evitado que tenga problemas en la piel protegiéndole de los furibundos rayos solares, permaneciendo muchas horas sometido al calentamiento diario del Sol de justicia, durante el estío.
No se hizo esperarla réplica del sufrido de
color gris.
-¡Vamos no me
puedo creer lo que estás diciendo!, en las situaciones de batalla diaria, cuando
vosotros os quedabais tranquilamente aquí reposando para que no os
estropearais, mientras yo, tenía que aguantar la lluvia, cuando se le olvidaba
el paraguas, y nos cogía de improvisto,
el polvoriento y mal oliente humo que sale de los tubos de escape de los
ruidosos y ensordecedores vehículos, que como una plaga de libélulas
devoradoras rompen la tranquilidad de
los peatones.
De
igual manera se manifestó el de la pluma color naranja, de color verde, más
éste no pudo contener la rabia interior que sentía, que dio un salto de la
percha donde estaba colocado para plantarse en el suelo dando un fuerte
sombrerazo, que dejó a todos descolocados esperando su filípica.
-¿Sabéis
lo que os digo?
Un
silencio, que se espació por unos segundos, fue la respuesta.
Al
fin, nuestro sombrero no quiso poner de manifiesto su labor desaforada y hecho
un energúmeno lanzó al aire saturado de iracundos comentarios una soflama arengando
a los compañeros.
-Mirad,
compañeros, he pensado, y por lo tanto quiero ponerlo de manifiesto, que lo
mejor es que llamemos a consultas a nuestro dueño.
-Hombre
respondió el feroda de panamá, nosotros no somos embajadores como suele ocurrir
con los que representan en diversos países al nuestro.
-Es cierto, se ha creado un descontento entre dueño y servidores y esto hay que llegar a un acuerdo para ver la situación en la que hemos quedado, antes de declararnos en huelga, y no prestarle nuestros servicios al señor de la casa, propongámosle un encuentro y que nos aclare la tesitura a la que hemos llegado.
Seguía
escuchando con nitidez lo que allí de discernía, y opté por presentarme e
intervenir en la conversación para llegar a un acuerdo con los que se sentían
servidores míos.
Previamente
cogí a las nuevas adquisiciones y sin mediar previo aviso me presenté delante
de la tertulia.
-Buenas
noches, fueron mis primeras palabras, el pánico cundió, por momentos y todos
corrieron a esconderse.
La gorra, y el sobrero gris dieron un salto y rápidamente se colocaron en la percha, los otros quisieron poner pies en polvorosa y buscar sus respectivos escondrijos.
¡Quietud, silencio!, solo se escuchó el ruido del camión de la basura que en esos instantes pasaba por la calle y el sigilo misterioso de una polilla que dejó de roer las maderas del armario del estudio para asomar su cabecita por el agujero y fisgonear.
-¡Tened
calma, que no cunda el pánico!
-Por
bajinis el que se sentía más esclavo de todos, el de color gris, le dijo al que
estaba a su lado y era considerado por todos el jefe.
-Veremos
a ver por donde se deja caer éste, porque como no nos dé una razón convincente,
las va a tener claras conmigo.
-Todos
vais a seguir cumpliendo vuestra misión, que hasta ahora habéis desarrollado a
la perfección, por lo que os estoy enormemente agradecido.
-El sombrero azul marino de fieltro, es un borsalino, un modelo estrella del famoso sombrerero Giusepe que lució en algunas de sus películas Humphrey Bogart.
-Lleva
una cinta de cuero negra y sobre ésta una elegante pluma de pavo real con
puntos blancos sobre fondo marrón, a modo de un vestido de
gitana, rematado por unas plumillas vaporosas en la base, y un sobre
puesto cálamo anaranjado.
-No
ha venido a quitarle puesto a ninguno de
vosotros, a lo sumo algún descanso, porque sólo me lo pondré con el abrigo azul
marino, que cómo sabéis lo suelo hacer de muy tarde en tarde.
-Muy
bien, respondió el jefe de los sombreros.
Pero,
¿qué nos dices del otro, color marrón, también muy elegante, luciendo cinta que
lo bordea, y sobre ella plumilla de gran colorido al estilo de los famosos
capos que la televisión y los periódicos se han encargado de convertirlos en
celebridades a pesar de sus actos?
-Bueno,
éste sólo lo llevaré cuando porte el chaquetón del mismo color, que tampoco
será todos los días con lo que daré un leve descanso a alguno de vosotros.
Por
lo tanto haya paz, armonía, y un no a la guerra,
y al descontento, la familia ha crecido y todos nos tenemos que sentir orgullosos.
El
jefe, después de una breve consulta con sus compañeros, consensuando la opinión
de todos, se manifestó diciendo.
-Estamos
de acuerdo, sean bienvenidos los nuevos camaradas.
Sombrero, mi querido amigo, cobijo de mi cabeza,
resguardo de mi blanca piel, me das calor en invierno
y frescor en la crudeza del estío, proteges mis ojos de los rayos solares.
Siempre estaré en deuda contigo, cuántos silencios y secretos
conoces de mi vida. Eres sencillo, eres simple,
acaricias mi cabeza y mi cabello agradecido.
El día de nuestra partida te llevaré conmigo
y en los espacios siderales serás aplaudido,
recibirás la recompensa por tu trabajo bien cumplido.
Eres simple, pero hermoso, como una tarde de otoño
en el que las hojas caen, eres mi fiel amigo.
Por todo lo que has hecho conmigo, eternamente agradecido. (J.M.V.)
resguardo de mi blanca piel, me das calor en invierno
y frescor en la crudeza del estío, proteges mis ojos de los rayos solares.
Siempre estaré en deuda contigo, cuántos silencios y secretos
conoces de mi vida. Eres sencillo, eres simple,
acaricias mi cabeza y mi cabello agradecido.
El día de nuestra partida te llevaré conmigo
y en los espacios siderales serás aplaudido,
recibirás la recompensa por tu trabajo bien cumplido.
Eres simple, pero hermoso, como una tarde de otoño
en el que las hojas caen, eres mi fiel amigo.
Por todo lo que has hecho conmigo, eternamente agradecido. (J.M.V.)
José
Medina Villalba.
Amigo Pepe:Estoy muy sorprendido por la habilidad con que has solucionado la rebelión de los sombreros, la has cortado de raíz, casi antes de comenzar.
ResponderEliminarExisten muchas personas que piensan solo que esta prenda de vestir, es algo inanimado, sin vida, pero están completamente equivocados, no solo tienen vida propia, sino que sienten, padecen y sufren por el trato que reciban de su protegido, que en lugar de estar agradecido no les presta la más mínima atención.
Entre ellos hay pedigrí y alcurnia, todo depende de la materia prima con la que han sido confeccionados, los hay de paja fina o gruesa, badana, paño, de gamuza, de fieltro, los hay de ala corta o ancha, unos tienen plumas de perdiz, de faisán o de urogallo unos van a las carreras de caballos o a los toros, otros a la playa, y existe diferencia social según el ambiente en el que se mueven; de todas formas todos son fieles cumplidores de la misión que se les ha encomendado.quiero hacer mención y no olvidarme del más bajo escalafón, como son las boinas, gorras y chapelas con rabillo o capadas por manos violentas.
Todos ellos nos protegen de los rayos solares, para que la piel se pueda mantener sana y así evitar el paso por quirófano.
Hay sombreros con inteligencia que saben valorar aquella parte del cuerpo que cubren, son conscientes que allí debajo hay suficiente materia gris, otros sin embargo saben que lo que protegen esta hueco y vacío, llevando su cruz con resignación, pero algo inclinados y desgarbados, porque no se sienten valorados ni bien tratados, es una pena pero es la pura realidad. Un afamado sastre tenía por costumbre ser algo desconsiderado con algunos clientes, para decirles, con cortante claridad, !Usted no tiene cuerpo pa chaleco¡ pues igual ocurre con algunos que no saben llevar con elegancia y distinción este compañero de viaje. Amigo Pepe has hecho bien con dedicarle un apartado especial a esta prenda que forma parte de nuestras vidas, a los que también se les nota el paso de los años y para corresponderles, nos cuesta trabajo sustituirlos para no ofenderlos. Amigo Pepe: me despido de ti y de tu blog, efectuando una media genuflexión a la vez que con el sombrero dibujo en el aire un signo de interrogación al modo y manera de los saludos medievales. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Cuadros.
Estimado amigo Pepe: Ahí es nada la maravillosa lección que nos das con respecto a toda clase de sombreros,(tenías, como gran empresario que has sido haber montado una fábrica de confección de sombreros) según la materia de que están realizados, pero no solo te quedas en la fabricación de los mismos, sino que nos manifiestas las capacidades que estos tienen para cubrir todo tipo de cabezas, algunas merecedoras de portar tan extraordinaria y elegante pieza y otras no tanto, pero el sombrero generoso como pieza de vestir, unas veces, otras como elemento fundamental en las diversas profesiones de las que necesariamente participa: bombero, militar, azafata, piloto, cocinero, policía, marinero, gánster, en la escala religiosa..., no digamos adornando las cabezas de las damas en todo tipo de funciones: pamelas, casquetes, humanoid, look de boda, canotier, chisteras.... cumple fielmente su misión sin prestar atención a los generosos halagos que pueda recibir por parte del que lo porta e incluso, a veces, no obtener el trato correspondiente en función de la gran labor que desempeña.
EliminarSé y me consta que tu eres un enamorado de esta pieza y que la luces con el prestigio y elegancia que se merece, por lo que ella siempre te va a estar completamente agradecida.
Algún sombrero mio, quedó en tiempos pasados en tu casa de Málaga acompañando a alguno de los tuyos en gesto de amistad y agradecimiento por lo bien que os portásteis, tanto Amelia como tú, en un apoteósico recibimiento a toda mi familia, en una maravillosa jornada de este pasado verano. Después tuvo que volver a su redil, pero siempre muy satisfecho del trato recibido.
Yo, amigo Pepe, permíteme que te diga, que hay dos piezas fundamentales en el vestir diario sin las que no pueda salir a la calle, una es el sombrero, por dos razones fundamentales, por recomendación del dermatólogo y otra porque estoy tan acostumbrado a llevarlo que si se me olvida inmediatamente me vuelvo a colocármelo una vez que pongo el pie en la calle. La otra prenda es la corbata, para mi no es un símbolo de prestancia y distinción, sino un elemento fundamental, que protege y abriga mi garganta, ¿raro, verdad?, qué le vamos a hacer cada uno tiene sus propias debilidades y éstas son dos de las mías, el sombrero y la corbata, de ahí que de ambas prendas tengo una buena variedad.
La rebelión de los sombreros se dio y se pudo sofocar, posiblemente cualquier día, porque ya he notado algunos síntomas, por parte de algunas de mis corbatas, se líe la "mari morena", y tengamos zafarrancho de combate entre las susodichas corbatas. Si llegara ese momento ya te contaré. Mi más grato agradecimiento por tus comentarios unidos a un fuerte abrazo, de tu amigo José Medina Villalba.
Comentario de Maria del Carmen Prades Pérez.
ResponderEliminarJajajajaja. Lo que he disfrutado leyéndote. Eres genial. Me paracía estar viendo una obra de teatro....
Pero aparte de la preciosa obra dedicada a tus queridos sombreros, me he enternecido con esto:
Aquella mañana cuando el frió te hiere el cuerpo como cuchillas punzantes, cuando el invierno ha tomado posesión total de su terreno, se ha hecho dueño de sus dominios, nos deja el lenguaje vivo de su forma de ser, que no es otro sino la frialdad que suelta sus señas de identidad transformando las gotas vidriadas de la lluvia en blancas y diminutas palomitas que se recrean bajando lentamente como paracaídas caídos del cielo o mariposas blancas, para acariciar suavemente, tejados, jardines, plazas, bulevares...
No he leído una descripción más bonita de lo que es la nieve.
Felicidades querido y admirado amigo José Medina Villalba.
Querida Maria del Carmen Prades Pérez, tendría que comenzar este comentario, con una amplia sonrisa, para unirla a la que tú me has enviado, un jajajaja, para que de esta manera fueran dos los que con mayor fuerza pregonaran, a los cuatro vientos, la placidez con la que has saboreado la flagante paráfrasis con la que has enriquecido las páginas de mi último post. Si las palomitas blancas, simulacro de mariposas y paracaidas, cubriendo el cielo en una especie de cortina espesa, que dibujaba a las personas caminando a cámara lenta, haciéndote ver desde tu asiento en el patio de butacas una obra de teatro, me ha hecho verte caer lentamente sobre una de las páginas de mi sombrero como bello copo de nieve. Gracias, querida amiga porque me has hecho disfrutar con tus palabras sintetizadas en un jajajaja. Un fuerte abrazo.
EliminarDon José perpleja me ha quedado al comprobar la habilidad tan potenciada que tiene usted al hablar de los sombreros. Los presenta como seres .vivos, seres útiles en su vida que forman parte de sus quehaceres diarios siempre adecuandose a las situaciones , momentos y situaciones oportunas. Muestra de distinción de un caballero cuando luce un complemento tan personal y señorial .Un super abrazo
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