¿Un óleo puede ser el
origen de una narración?
Cualquier situación puede
ser motivo para dejar correr nuestra imaginación, y arrastrados por los
intrincados vericuetos de la nostalgia y de los recuerdos, montarnos en el
carro de la chispa de la fantasía, dejarnos llevar hasta los confines de la
ilusión, metidos en una nebulosa sentirnos trasladados a momentos que, a veces,
nos convierten en personajes del pasado, de un pasado, que pasó, valga la
redundancia, con la velocidad con la que el agua de una tormenta se precipita
sobre el suelo, o el rayo vestido con la
luz del relámpago, para lucir sus malabarismos geométricos, luce la fantasía
del ilusionismo convertido en culebrinas que rasgan el firmamento.
Corría la década de los
años sesenta, cuando conocí a la Sultana del Paseo de los Tristes.
Sentado en el largo
poyete que sirve de montera al diminuto, pequeño, pero encantador río que se
apoda Darro, viene deslizándose como una
serpiente por todo el Valle de Valparaiso, entre alamedas, juncos, huertas,
cortijillos aislados, tahonas y senderos, que a su vera le acompañan para que
no se sienta perdido y abandonado.
Meditaba una tarde de primavera colocadas mis
posaderas en ese rectilíneo y largo banco de piedra, donde el agua mansamente
se despide de la visión de los transeúntes, para internarse en el sueño de la
oscuridad de una larga bóveda, para despertar de nuevo allá por la ribera de
otro río que se apoda Genil, donde ambos se funden en un profundo abrazo, con
ribetes de entrega amorosa.
Ese banco con espaldar,
que une la Carrera del Darro con el cancel de la Iglesia de Santa Ana, donde el
cuerpo se siente más cómodo y los pensamientos fluyen a borbotones
esparciéndose por los pliegues del adoquinado de una plaza que dejó en el suelo
la marca férrea de unos raíles, de un amarillento vehículo que la circundaba.
Aquel vehículo, con ruedas a modo de grilletes
chirriantes que abrazaban circundando la plaza, en su caminar sobre el sendero férreo, carcasa de madera, asientos de tablillas marrones, pesados ventanales, pintado
de amarillo, cuyo lazarillo que lo conducía y le suministraba el alimento era
un largo cuerno que unía la techumbre con el cable que le aportaba el sustento para
caminar, transportando a la gente del Barrio de San Pedro, desde Plaza Nueva a
la Pulga en la Avenida de Cervantes.
El tranvía dando la vuelta a Plaza Nueva
¡Ya se esfumó!, solo queda en el aire el sonido a metal en su caminar, y el chisporroteo eléctrico del trole cuando se cambiaba de posición, para permutar su marcha de nuevo llegando a su punto terminal.
Girando el trole del tranvía en Plaza Nueva para dar la vuelta
El tranvía dando la vuelta a Plaza Nueva
¡Ya se esfumó!, solo queda en el aire el sonido a metal en su caminar, y el chisporroteo eléctrico del trole cuando se cambiaba de posición, para permutar su marcha de nuevo llegando a su punto terminal.
Girando el trole del tranvía en Plaza Nueva para dar la vuelta
Fueron otros tiempos, pero se da la circunstancia que estoy ahora mismo en esa situación.
Pasa renqueando “el latas” el autobús que a duras penas, y derrengándose sube la Cuesta del Chapiz, para llegar a las Cuatro Esquinas final de su periplo en el Albayzín.
La señora María,
rechoncha, de tamaño pequeño, cascarrabias como ella sola, sentada en el lugar
correspondiente, por una peseta va despachando los billetes a los pasajeros que
van ocupando su sitio.
-¡Candidoooooo! Le dice al conductor, como el grito que sale del fondo de un pantano.
-Meteeeeeeeeeee bien la marcha que el coche se
va, con la trasera cuesta abajo y vamos a terminar en el río.
Cuesta del Chapiz
Cuesta del Chapiz
Mientras por mi mente van pasando estos recuerdos, la tarde va cayendo y los últimos rayos del sol como crisálidas, que buscan refugiarse en los rincones más recónditos de la Chancillería, y de las casas que delimitan la vera del río, van acariciando las fachadas de los palacetes, hoy día convertidos en hoteles, y apartamentos.
Apartamentos, "Oro del Darro" en la Carrera del Darro
Los rostros de los vecinos, con las fiambreras vacías, escondidas en los bolsos regresan a sus domicilios después de una jornada de laboreo, y hasta las aguas que pausadamente navegan por el cauce, cubren de tornasolado su superficie.
Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba
La Carrera del Darro, por donde solamente caminan los vecinos de este lugar, se va muriendo lentamente, se escuchan las voces de las mamás que llaman a sus hijos a recogerse, cuando la calle era el único lugar para jugar, crear y refrendar amistades, superarse día a día potenciando la solidaridad, e incluso la competitividad y rivalidad entre los chavales de barrios vecinos, fortaleciendo las exigencias que la vida nos iba ofreciendo,
la mejor playstation de todos los tiempos y de otros artilugios que le tienen comido el coco a los infantes de hoy día, donde se potenciaban aquellos valores que hizo de chicos y chicas, hombres y mujeres con capacidades para afrontar la vida.
Los cierres metálicos de
las persianas de las tiendas de comestibles dejan su último grito cuando bajan
sus pestañas, para que víveres de aquellos mini supermercados envueltos en la
oscuridad y el silencio, dormiten hasta un nuevo amanecer, las campanas de la
torre de San Pedro llaman al rosario a las vecinas, y mis pensamientos siguen
divagando.
Las farolas apoyadas en
las esquinas de las callejas que desembocan en la Carrera, con voces mortecinas
de luces meditabundas, intentan, sin apenas conseguirlo, que los transeúntes
guíen sus pasos deslavazados sin perder el compás que le marca el trasvasado adoquinado
en sus desniveles, que le han marcado las huellas del tiempo y las ruedas de
los carros de agua de un líquido, lágrimas de Aynadamar, que surten a la ciudad desde el Juego de
Bolas, supletorio del Maristán, hospital de locos y enfermos pobres, en la
época nazarí.
El Maristán, en la época nazarí
El Maristán, en la época nazarí
Son los últimos y tímidos
toques de los campaniles de las Bernadas, que se mezclan con la neblina de una
noche que entra a formar parte del barrio como un habitante más, mientras las
mirlas del bosque alhambreño al compás que le marca el cucu, centinela perenne,
van buscando la guarida más propicia para pasar la noche.
El bosque de la Alhambra
El bosque de la Alhambra
Hasta las aguas del río entienden que han llegado las sombras de la nocturnidad, y aplacan el sonido de sus movimientos.
Todo se transforma en un
escenario de silencio y armonía, conforme avanza el crepúsculo, la calle deja
de ser tal para convertirse en el mejor nocturno de la noche, que cualquier
pintor podría dejar plasmado en un lienzo.
Nocturno. Óleo de José Medina Villalba
El aire se va congelando
a fuerza de entumecerse por los envites que le proporciona el Valle de
Valparaiso y el bosque, la ciudad en verano lo agradece, porque se convierte en
un cañón de aire acondicionado que lo
proyecta a Plaza Nueva, donde la gente viene a disfrutar y a refrigerarse de la
dura calina de los días veraniegos.
Plaza Nueva y sus contrastes climatológicos
Plaza Nueva y sus contrastes climatológicos
Por el contrario, en las duras noches de invierno, entrar por esta plaza, la bofetada que te proporciona este encajonamiento, hace que hasta el cuello del abrigo se levante para que puedas esconder el rostro.
Hoy todo esto ha
cambiado, para los nostálgicos, e incluso los más atrevidos en el recuerdo
romántico, nuestra Carrera del Darro ya no es la que era, eso sí se ha
proclamado la calle más visitada del mundo.
Desaparecieron las
tiendecitas, donde se podía comprar de todo, desde una lonja de queso, hasta un
alfiler, pasando por un racimo de uvas o cuarto y mitad de aceite…, se esfumó
la relación de la vecindad, donde mientras te despachaban, la clientela, como
el mejor diario mañanero o vespertino, comentaba los acontecimientos cotidianos.
Las tiendas han pasado a
ser bares, y las casas solariegas a hoteles desde cinco estrellas a escalas
inferiores, terrazas ocupadas por guiris, apartamentos de quita y pon diario,
no hay chicos en el barrio que jueguen a las bolas, a las cajillas, a la
pelota, a chichirivoy, ni las chicas jugando a puestesicos, a los cromos, a
casica.
Niñas jugando a los cromos
Donde hay un espacio libre allí hay varias mesas con sus sillas correspondientes, y un camarero sirviendo a los que se deleitan contemplando el panorama.
Niñas jugando a los cromos
Donde hay un espacio libre allí hay varias mesas con sus sillas correspondientes, y un camarero sirviendo a los que se deleitan contemplando el panorama.
La musicalidad orquestal
gatuna que cubría las dos riberas del río desapareció, objetivo perfecto de las
cámaras de los visitantes, que captaban las diversas escenas que allí se desarrollaban.
Espectáculo gatuno en el Río Darro
Espectáculo gatuno en el Río Darro
Caminar por ella, es desafiar continuamente la estabilidad del cuerpo e incluso jugarse la vida, coches de residentes y vehículos de transporte urbano, marchan desafiantes y te obligan a emparedarte formado un perfecto sandwich, difícil de digerir,
Las aceras plagadas de baratijas de gentes que busca el sustento, siempre vigilantes ante cualquier inesperada inspección policial, para salir huyendo, y de conjuntos musicales improvisados que captan la atención del público.
-Hombre, señor escritor,
no sea usted gafe, ¿cómo eso de jugarse la vida?
_ Si no se lo cree,
querido lector, póngase un día aprueba y podrás comprobar la realidad de los
hechos que estoy narrando.
-Bueno, muy bien, ¿y todo
esto que tiene que ver con la Sultana del Paseo de los Tristes que a bombo y
platillo está pregonando a los cuatro vientos?
Todas las cosas en la
vida tienen o requieren una explicación,
salvo aquellas a las que no se las quiera dar una aclaratoria y ésta, que se
refiere a la Sultana, la tiene.
La Sultana, mi Sultana, vivió y pasó toda su niñez y mocedad en estos
lugares y aún se percibe en el ambiente el espíritu encantado de esta bella
dama, que vaga errante por las callejas, y que se marchó dejando su espíritu
deambulando por aquí, sobre todo en los atardeceres diarios.
Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba
Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba
Puesto el escenario en condiciones, a través de todo el ambiente que se respiraba allá por los años sesenta del pasado siglo, aquí viene el relato de esta encantadora niña que me ha hecho, estando sentado
en este largo poyete rememorar, aquellos años, para que nos situemos en el lugar de los hechos
envueltos en la atmósfera natural en el que ocurrieron.
Aunque la gran Sultana del
Paseo de los Tristes deambula constantemente por estos lugares, sin embargo
ahora metido en la profundidad de mis pensamientos la veo pasar por delante de
mí, como todas los días, a la caída de la tarde.
El espíritu de la Sultana deambula por aquí, sobre todo en los atardeceres.
Óleo de José Medina Villalba.
El espíritu de la Sultana deambula por aquí, sobre todo en los atardeceres.
Óleo de José Medina Villalba.
Gentes venidas de diversas partes del mundo pasaban por delante de mí, apenas si me hacían caso, ni sabían lo que esperaba, y ni se percataron de que me encontraba allí esperándola.
Los últimos girones de
luz de la tarde, rastreaban el enlosado de Plaza Nueva, cayendo sobre la torre
mudéjar de la iglesia, como la madre que acaricia a su bebé en sus brazos para
que se duerma, cantándole una nana; había un silencio especial, las campanas
del reloj de la Chancillería, daban las toques acompasados de las ocho de la
tarde, en mutuo diálogo con los broncos sonidos de la Campana de la Vela.
Una pareja de enamorados
prestos a entrar por la Carrera se me acercaron para preguntarme, qué cosas
interesantes podían ver en la ciudad, además de la Alhambra y el Albayzín.
-Somos madrileños y es la
primera vez que visitamos Granada, me dijeron.
-Son muchas las cosas que
se pueden admirar en la ciudad, la Catedral, la Cartuja, la Capilla Real, los
diversos monasterios, la Madraza, San Jerónimo….., sin embargo yo estoy aquí
esperando para disfrutar de lo más bello que se pueda ver en Granada.
El sol ya había despedido
a los últimos vestigios de nubes que rondaban el cielo para acunarse tras los
tejados de las casas que se vislumbraban al final de la Calle Reyes Católicos y
una luz limpia flotaba en el aire, una luz líquida digna de ser embotellada.
La curiosidad se despertó
en los visitantes y mirándose sin mediar palabra, unidos por el mismo
pensamiento.
-¿Nos permite que nos
sentemos a su lado?
La luz de la luna
descompuesta en mil cuchillas, dejaba su luminosidad sobre el poyete arropando
a los que nos encontrábamos sentados allí.
-
Nos puede explicar, ¿qué es lo más bello que
hay en Granada?
-
Tendréis que esperar un ratito porque a la
caída de la tarde pasa por aquí.
-
Entonces no es monumento, ni una calle, ni un
monasterio, ¿verdad?
-
No, queridos amigos es un ser viviente, el
monumento más grandioso que han parido los tiempos.
Tenéis que esperar un ratito a la caída de la tarde pasa por aquí
Tenéis que esperar un ratito a la caída de la tarde pasa por aquí
Las palomas que deambulaban por la plaza picoteando las minucias que iban encontrando a su paso, girando y emprendiendo vuelos cortos, con movimientos acrobáticos dieron un volantón y se lanzaron al aire, para ir a posarse sobre la alta torre de la iglesia, había que contemplar lo que se avecinaba.
Apareció recortada su figura, sobre el aire fresco que venía encajonado
del Valle de Valparaiso, y del que bajaba por la Cuesta de Gomerez impregnado de la humedad del
bosque, los chorros del agua de los dos caños de la Fuente del Pilar del Toro, eran
un collar de lágrimas de cristal, dejaron caer la armonía de su cantar que se
expandió por todo el recinto.
En
la distancia se recortaba su estampa como la imagen más perfecta que pueda ser
el centro de atención de cualquier monumento. Nos quedamos extasiados
contemplando su figura, su edad se podía adivinar, oscilaba alrededor de los
diecisiete años, derrochaba elegancia,
majestuosidad, pero sobre todo era bella, y utilizo este calificativo
como elemento descriptivo en primer lugar, porque la belleza de la Sultana era,
no solo del cuerpo sino del alma, que es la máxima grandiosidad de una mujer.
Vestía con suma sencillez sin perifollos ni extravagancias de acorde con la moda del momento, elevando la grandiosidad de sus encantos. A su paso dejó el perfume natural que puede desprender un cuerpo que solo utiliza el agua cristalina como elemento primordial para libar su piel.
Vestía con suma sencillez sin perifollos ni extravagancias de acorde con la moda del momento, elevando la grandiosidad de sus encantos. A su paso dejó el perfume natural que puede desprender un cuerpo que solo utiliza el agua cristalina como elemento primordial para libar su piel.
Avanzó hacia el lugar donde nos encontrábamos recorriendo Plaza Nueva e
internándose en la de Santa Ana, para tomar la Carrera del Darro.
Pasó
por delante nuestra, dejó caer una mirada acompañada de una sonrisa, y se detuvo
un momento para saludarnos, simplemente con su mirada y su boca entreabierta
que susurró un saludo como un gesto de
cortesía cotidiano, porque ella sabía que todas las tardes la estaba esperando.
A mí, especialmente esa tarde, me miró con esa intensidad de quienes apenas
necesitan palabras para entenderse.
Nos
quedamos sumidos en un letargo de emociones, por la belleza que derrochaba y se
marcaba en el aire.
Yo
la conocía a la perfección, porque todas los atardeceres la observaba, e
incluso, en algún momento se había detenido conmigo, y había tenido la
oportunidad de contemplarla y comprobar que
los parámetros de su rostro reunían todos los condicionamientos de la
perfección,
proporcionalidad de las distancias entre las pupilas, la nariz, y los labios, cejas altas y perfectamente definidas, ojos grandes y mirada transparente que dejan entrever la sencillez y nobleza que la domina, nariz recta y bien proporcionada en consonancia con el resto de sus facciones, piel sonrosada, suave como si fuera de terciopelo, labios carnosos, sugerentes y atractivos.
proporcionalidad de las distancias entre las pupilas, la nariz, y los labios, cejas altas y perfectamente definidas, ojos grandes y mirada transparente que dejan entrever la sencillez y nobleza que la domina, nariz recta y bien proporcionada en consonancia con el resto de sus facciones, piel sonrosada, suave como si fuera de terciopelo, labios carnosos, sugerentes y atractivos.
Su
cuerpo guardando todas las medidas que rigen los cánones de la escultura
griega, se contonea con la flexibilidad con la que lo hace la espiga del
cereal, agitada por el viento en medio del trigal dejando entrever las encantadoras curvas de su
cuerpo.
El
busto a pesar de la vestimenta fluida y vapora que porta, como la mejor sultana
de todos los tiempos, siempre suele llevar en el correr cotidiano de los días, sin llegar a marcar el contorno de su talle, resalta
la juvenil silueta de sus dos sugerente senos, su espalda rectilínea como la
mejor columna de marfil se apoya en el basamento de un trasero redondeado, carnoso,
y firme y sus piernas se mueven con armonía desplazándose de un lado para otro
sin que tiemblen, en una palabra el modelo de perfección al que aspiraría
cualquier dama que se quisiera sentir bella.
Una calle maquillada con un color rosa anaranjado. Óleo de José Medina Villalba
Una calle maquillada con un color rosa anaranjado. Óleo de José Medina Villalba
Les dije a mis acompañantes que se mantenía alucinados contemplando y dando crédito a lo que les había dicho del mejor monumento de la ciudad, que no perdieran detalle porque íbamos a seguirla sin que ella se diera cuenta durante todo el recorrido, bajo el encanto de una vía maquillada de un color rosa anaranjado con la que el sol, en su despedida, se permite darle las últimas pincelas antes que aparezca la otra pintora la luna,
que la acicalará con el cosmético de plata impregnando su cerdamen, calle que con el tiempo se convertirá en la más transitada del mundo como realmente ha ocurrido.
Bajo nuestra atenta mirada y la de la otra Sultana, compuesta de torres
con almenas desde lo alto de la colina,
musicalidad de aguas del río y entresijos silenciosos de clausuras ocultas, detrás
de las celosías de los viejos conventos, escuchando los acordes de los
campaniles y campanas de iglesias y de cenobios incubando novicias de amores frustrados,
Cenobios incubando novicias de amores frustrados
nos decidimos a seguir contemplando aquella escultural figura, que conforme se deslizaba por la calle, parecía desvanecerse en el lienzo de una tarde que se enmarcaba con la neblina de un atardecer que estaba a punto de caer.
Cenobios incubando novicias de amores frustrados
nos decidimos a seguir contemplando aquella escultural figura, que conforme se deslizaba por la calle, parecía desvanecerse en el lienzo de una tarde que se enmarcaba con la neblina de un atardecer que estaba a punto de caer.
En
nuestro caminar no perdíamos ningún detalle, hubo momentos que estuvimos tan
cerca de ella, que nuestros ojos intentaron salirse de sus órbitas, más ella no
se percató de nuestra proximidad o
intentó disimularlo, porque sabía que la observábamos con todo detalle, cómo su
melena desplegada al viento caía sobre sus espaldas, y su figura meciéndose como
el mejor balancín se recortaba en la espesura del bosque alhambreño,
sobre las murallas ruinosas, del Tajo de San Pedro, e incluso sobre algunos de los vecinos que a esas horas deambulaban por la calle, y las beatas del barrio que con sus mantones de negra lana, haciendo juego con el velo que cubría sus cabezas, salían de rezar el rosario.
Iglesia de San Pedro
sobre las murallas ruinosas, del Tajo de San Pedro, e incluso sobre algunos de los vecinos que a esas horas deambulaban por la calle, y las beatas del barrio que con sus mantones de negra lana, haciendo juego con el velo que cubría sus cabezas, salían de rezar el rosario.
Iglesia de San Pedro
El sol agonizaba, se dejaba caer atosigado por aleros de los tejados más altos, dejando sus últimos vestigios de un tornasolado sobre las hojas de los árboles y el cauce del río; algunas farolas mortecinas comenzaron a emitir una luz tenue, que se vio sorprendida por la intensidad lumínica que dejaba el encanto y belleza de mi Sultana.
En un
lenguaje entrecortado para formar el menor ruido posible, en una especie de
pirotecnia gramatical apoyada en una musicalidad de palabras, uno de los
visitantes dijo: parece un hada misteriosa hecha de seda y de viento, suspendida
en el aire, dispuesta a volar, con su figura recortada en un escenario de misterio.
El
acompañante comentó, tienes toda la razón, veníamos buscando las bellezas de
esta ciudad, en sus monumentos más importantes y hemos tenido la gran suerte de
descubrir la imagen más bella del mundo, que solo puede verse en Granada.
Mi contestación:
-Me alegro que os guste.
-¿Qué hace por este delicioso lugar, y hacia
donde se dirige? Preguntaron.
-Seguid conmigo caminando y lo descubriréis.
Porque tenéis que tener en cuenta que en el
amor y en la guerra está todo perdido y yo, que sigo día a día en esta guerra
de enamoramiento, de antemano sé que lo tengo todo perdido.
-¿Por qué dices eso? Me preguntaron.
Porque el tiempo no nos fue propicio, la
diferencia de edad es el mayor de las controversias con la que la naturaleza se
ha vengado conmigo.
Calle del Candil
Calle del Candil
Por una calleja estrecha llamada del Candil nuestra maravillosa hada misteriosa se fue evadiendo, como se diluyen y desparecen todos los días mis pretensiones amorosas.
En la puerta de una de las casas que le dan
vida a esta calle su madre la esperaba, le dio un beso en la frente y ella, como
todos los días hacía, soltó el bolso que llevaba en su mano y le dijo a su
madre:
-Voy en un momento al río y enseguida estoy de
vuelta.
-Hija hoy ya es tarde, la noche se echa encima
y los duendes del bosque están al acecho y me dolería enormemente que te
raptaran, solo te tengo a ti, tus dos hermanos hace tiempo se marcharon de casa
para organizar sus propios hogares, y tengo entendido que hay un galán por ahí
que te pretende, y me dolería enormemente quedarme sin ti.
-Mamá , no te preocupes vuelvo pronto.
- Por favor, hija mía, no tardes que pronto se
hará de noche.
Escondidos en uno de los soportales la vimos caminar
con la luz del atardecer acariciando su rostro, y con la Alhambra y el bosque
desde lo más alto reverenciando su caminar.
Pasó el Puente del Aljibillo, deslizó sus pasos por delante de la Sala
Nocturna del Rey Chico, donde las cabareteras en sus camerinos se preparaban para
el espectáculo.
Saludó a Jesús el del horno de pan que estaba en la puerta de la tahona, donde el olor a mantecados y polvorones que fabricaba mi madre cuando llega la Navidad me despertaron el olfato, el pintor Marino Antequera con el trípode y el lienzo colocado en el Carmen del Granaillo, esperándola para seguir plasmando en su lienzo a la Gran Sultana.
D. Marino Antequera García
Saludó a Jesús el del horno de pan que estaba en la puerta de la tahona, donde el olor a mantecados y polvorones que fabricaba mi madre cuando llega la Navidad me despertaron el olfato, el pintor Marino Antequera con el trípode y el lienzo colocado en el Carmen del Granaillo, esperándola para seguir plasmando en su lienzo a la Gran Sultana.
Carmen del Granaillo.
Dejándose caer al río, se inclinó de bruces en un charco de aguas cristalinas, se arrodilló sobre él, se puso a mirarlo atentamente, sin prisa de ninguna clase, mis acompañantes, sabedores de que conocería perfectamente lo que hacía, me dijeron:
-
¿Qué es lo que está haciendo ahora?
-
¿De verdad que estáis interesados en conocer
lo que está haciendo?
-
Si no fuese así no habríamos seguido sus pasos
y nuestro apetito por descubrir este misterio ya habría desaparecido.
A tiro de piedra, de unos metros nos colocamos detrás de ella, y yo le
pregunté:
-¿Qué es lo que hay detrás de ese charco de agua que diariamente vienes
y te arrodillas delante de él e incluso te veo hablar musitando palabras?
La joven volvió su rostro hacia donde estábamos nos miró con una cara
de dulzura especial, y se volvió de nuevo a mirar las aguas cristalinas del
charco.
Con sus dedos escribió algo en la arena, y mirándonos fijamente dijo ésta es la casa del príncipe encantado.
-El más bello y encantador príncipe que vivió en la Alhambra.
Sin esperar nada, los tres, que atónitos la observábamos, dijimos:
-Sí, un príncipe bello y encantador que un día jugaba conmigo en estas aguas y de pronto
sin quererlo resbaló y se cayó en el charco,
de pronto las aguas enamoradas de él lo absorbieron, veía como lentamente se lo
llevaba, yo gritaba pidiendo ayuda con todas mis fuerzas, él alargaba la mano
para asirse a mi cuerpo.
-Nadie acudió, y las malditas aguas de este charco diabólico lo
engulleron. Fueron las palabras que desgarraron nuestros cuerpos al oírlas.
Nos miramos estupefactos, quedándonos petrificados como el que le han
echado un cubo de agua helada.
-Nadie vino a salvarlo, y aquí
se quedó para siempre.
Nunca lo he olvidado, era el amor de mi vida, una noche se me presentó
en sueños, me decía que me necesitaba que fuera todos los días al río, porque
estaba intentando escapar de la prisión donde se encontraba, que sería al
atardecer, por eso todos los días vengo a estas horas, a esperar su llegada.
No había más preguntas que hacer. La miraron se cruzaron los pensamientos y observando la Alhambra, cuya silueta se
recortaba en un cielo donde comenzaban a nacer las estrellas, uno de ellos dijo
con voz lastimera y compasiva.
-Desde luego nunca pudimos pensar que una de las grandes maravillas de
Granada se encontrara encerrada en este río de oro y en este charco
maravilloso.
José Medina Villalba.
Amigo Pepe: No se cuantas veces habré recorrido esta tu calle, que como bien dices es la más visitada del mundo; pero no puedo evitar decirte, que a pesar de haber leído y disfrutado a los viajeros románticos del siglo XIX, Washington Irving, Lord Byon, Théophilo Gautier, y sus bellas románticas y pormenorizadas descripciones del paisaje, las costumbres, el ambiente social, la arquitectura, el carácter de sus gentes, he descubierto hoy, después de leer tu paseo de guía turístico enamorado, ahora mismo, en estos momentos, una descripción de un corto trayecto de nuestra querida Granada, que más bien parece un continente, por lo que tiene, por lo que contiene, por lo que insinúa, por lo que hace sentir, por lo que trasmite, por lo que se ve, por lo que no se ve pero se presiente, que el alma queda alimentada para largo tiempo, porque digerir paladeando los manjares espirituales que lleva aparejados, hay que hacerlo de una manera reposada, tranquila, sentado en el pretil del puente del Rey Chico acompañado por la música trasparente y cristalina de las aguas del darro, con sus gatos, sus mimbres y chopos por donde navegan los suspiros.
ResponderEliminarAmigo Pepe, no se si agradecerte este bello recorrido o quejarme, porque la distancia provoca nostalgia aunque sea corta la ausencia de la ciudad de los sueños, de la novia del aire, de las fuertes pasiones y los amores eternos. En fin amigo Pepe, el que no conozca Granada y lea tus relatos, le provocarán adicción como las drogas, pero una adicción positiva y beneficiosa para el cuerpo y el espíritu, que se deslizan en patinetes por la cuesta del chapíz, para fundirse con el bosque encantado, donde habitan las tres diosas,Zaida, Zoraida y Zorahaida, a cada cual más bella,más lozana y más sultana.Un fuerte abrazo desde Sevilla, de tu amigo Pepe Cuadros.
Amparo Mora Montes.
ResponderEliminarQuerido amigo: Cuando hay imaginación, sensibilidad y saber plasmar en el papel los pensamientos, un óleo de tantos como tienes, puede ser el origen de una narración, en este caso de la Carrera del Darro y el paseo de los Tristes que tan bien conoces y tanto quieres.
De esta manera, sentado en el pretil del río te dedicas a observar y comparar la vida en este lugar en la década de los.srsenta, su tranvía, el autobús que subía la cuesta del Chapiz, los vecinos, las tiendecitas de barrio, las farolas, las campanadas ..., con la actual, muy diferente por el cambio sufrido con el paso del tiempo. Han surgido bares y terrazas por doquier, hoteles y apartamentos, vehículos que dificultan el tránsito peatonal ....El cambio sociológico ha sido radical.
Llama mi atención el espíritu de la sultana que vaga por la zona al atardecer y el romántico relato de la joven sultana que todos los días se arrodilla ante un charco del río para hablar con su enamorado, un príncipe encantado que vivió en la Alhambra y cayó en el charco sin poder salir porque las aguas no lo permitieron y allí quedó para siempre . Una historia fantástica que me dejó embobada. Volví a ser niña!
Te felicito por tu trabajo y por la imaginación tan fecunda. Un abrazo.
Angeles Ruiz Rodriguez.
ResponderEliminarYo admiro a las personas como tu capaces de escribir maravillosamente, pintar maravillosamente, ser un gran profesor y un amigo excepcional. Me gustan todos tus cuadros... Un abrazo ..
Rosi MuñozRosi. Me Encanta La Narración de La Sultana ,Pero me gustaria saber quien es la Sultana ,,,Todas nos sentimos sultanas al nacer en ese bonito Barrio ,estoy segurisima ,,Que usted ya la tiene definida,,,,,,Besos !!!
ResponderEliminarRosi MuñozRosi. Of!! Qué bonita historia ,un poco triste por el final ,gracias
ResponderEliminarYo decía que todas nos sentimos Sultanas por nacer en ese maravilloso barrio por que amo a mi barrio de la niñez ,nací y allí viví hasta que mis padres se separaron cuando yo tenía 15 años y nos tuvimos que ir ,imagínate yo era una cría y me iba llorando dejando mis amigas y pocos meses perdí a mi padre después de aquello ,dejaba la casa de mis abuelos paternos y mis hermanos y yo nos separemos ,
Gracias por tan bonita leyenda
Rosi Muñoz. Bonito homenaje. Y Gracias a usted. Un beso fuerte amigo.
EliminarJosé Medina Villalba.
ResponderEliminarEstima amiga Rosi, como tú muy bien dices, con quince años te tuviste que marchar del barrio que te vio nacer, donde tus raíces absorbieron las sustancias fundamentales en el desarrollo de tus primeros pasos alimentándote de las vivencias del barrio más bello del mundo: las amigas, los vecinos, las múltiple horas de juego, diversión, e incluso de algunos disgustos que siempre se te clavaron en el alma y la pérdida de un ser querido. Dices muy bien que cualquier chica de aquellos tiempos podría ser la Sultana, aunque tú vas más allá, e incluso, te atreves a decir que yo la tengo localizada. Solamente te puedo decir, que éste ha sido un homenaje , que ya venía, hace tiempo, queriéndolo hacer a todas las chicas del barrio de aquellos años de la década de los sesenta, cualquiera de ellas para mi es la SULTANA DEL BARRIO DE SAN PEDRO. Muchas gracias por leerme, no todo el mundo lo hace, y eso es digno de agradecer. Aprovecho para felicitarte por tus continuas participaciones en el facebok. Un abrazo.
Mari Carmen Molina.
ResponderEliminarAmigo Pepe. He leído tu archivo, titulado La Sultana del Paseo de los Tristes. Conforme voy leyendo me quedo admirada de la facilidad que tienes para crear una historia y crear sensaciones y sentimientos,ya sea porque te inspira una pintura,una fotografía,o según que estación del año estemos viviendo, cualquier excusa es buena para ti. Leyendo como siempre me traslado al lugar, en este caso a mi barrio que me vio nacer y crecer, tal como lo cuentas vuelvo a mi niñez y a mi juventud te crees perfectamente el ambiente que se vivía en aquellos años, me parece ver las tiendas de la época y los niños y niñas jugando en la calle, pero conforme avanzo me quedo extasiada, parece que entro en un cuento maravilloso creo que a cualquiera nos hubiera gustado ser la protagonista, ser esa Sultana y ese príncipe. Una historia maravillosa. Enhorabuena y esperando leer la siguiente. Un abrazo.
Estimada amiga Mari Carmen.
EliminarPara contestarte a tu amplio comentario, yo me he hecho la siguiente pregunta,¿quien no se acuerda de las vivencias de su infancia y juventud, quien no recuerda tal como si lo estuviera viviendo en estos momentos, aquellos maravillosos días que quedaron plasmados para siempre en el subconsciente de cada uno?
Fueron espacios de vida, de una vida que se encontraba como el terreno mullido y preparado para recibir las mejores semillas convertidas en impresiones de los acontecimientos diarios que quedaron grabados con tal profundidad, que no se borraron jamás, y que ahora al leer este relato, en ese barrio que te vio nacer, y que amas profundamente se te han hecho realidad, volviendo, mientras leías a la Sultana del Paseo de los Tristes, a dejar de ser tu estado actual para volver a aquellos tiempos.
Cuantas sensaciones y experiencias hemos vivido en nuestra vida, pero todas se han ido amontonando unas sobre otras, de tal manera, que se nos ha originado un cúmulo de acontecimientos, en un amalgamamiento tal, que se ha convertido en una mezcla confusa de toda nuestra vida, pero aquellos tiempos, ¡¡¡¡Ay, aquellos tiempos, si pudiéramos volver, rebobinando el túnel del tiempo a hacerlos realidad!!!!Cuántas cosas cambiaríamos en nuestra ajetreada vida.
Permanecen en nuestra mente con tal claridad, aquellas vivencias, que hasta podíamos señalar aquel hoyo que había en tu calle, donde veías a tus amigos jugar a las bolas, o escalón de la puerta de tu casa donde te juntabas con tus amigas a jugar a los cromos, o el olorcillo que desprendía el aceite cuando Carmen la churrera, los domingos, hacía sus ruedas de churros para los vecinos, o las fiestas del barrio, cualquiera calleja, Candil, Horno de Oro, Gumiel, tenían su encanto.
Éste que escribe, también tiene profundamente metido en su ser este inigualable barrio de San Pedro, allí nací, allí me crié y desarrollé toda mi vida profesional, y aún no solo no lo he olvidado sino que a pesar de que me fui a vivir a otro con similitudes muy similares, sigo visitándolo y realizando mis actividades pedagógicas.
Todo este cúmulo de sucesos del pasado, andaban rumiando en mi interior y no he tenido más remedio que regurgitarlos y lanzarlos a través de la letra impresa, porque me quemaban en mi interior.
Pero tenía que hacerlo a través de un texto literario en el que la figura principal en la que se pudieran concentrar todos lo encantos de este arrabal estuvieran concentrados en una figura, y ¿cual podía ser esa figura?
No podía ser otra sino la de una mujer, de una joven de aquellos tiempos que representaría a todas las chicas jóvenes del barrio que, perfectamente sería el compendio de toda la hermosura, encanto, magnificencia y esplendor de nuestro barrio.
Quizás como cualquier otra de tus amigas de aquel tiempo, que han sentido ser las protagonistas de este archivo, solamente te puedo decir una cosa, siéntete tú, como si esa Sultana del Paseo de los Tristes ha estado encarnada en ti, y si esto te hace feliz, como lo habrá podido ser a cualquiera de tus amigas, me alegro enormemente.
Mi agradecimiento a tu magnífico comentario, que ha venido a cumplimentar este relato engrandeciéndolo ya que has aportado, con emoción y naturalidad, tus sentimientos y enternecimientos de aquellos recuerdos que jamás podrás borrar.
¡Ay, Mari Carmen, si pudiéramos volver al pasado!
Ya he lanzado otro, sobre el Albayzín, no sé si conoces una calle llamada San Martín, te invito a que lo leas y si te apetece tu comentario será siempre bienvenido.
Un abrazo.