Siempre se dijo, como
un adagio popular, que después de la tormenta viene la calma.
En el zaguán que da
entrada a la enorme casa en la que vive el otoño, (15-09-2019) cuando el ruido
de ese ogro oscuro que brava en las alturas, lanzando por su boca truenos, rayos, relámpagos y centellas, con la furia de un enorme dragón
dejando caer los espumarajos de su cólera en cubas enormes de agua,
destruyendo todo lo que se le pone por delante, en contrapunto se ha levantado un cielo completamente despejado, limpio, los termómetros han subido, la numeración y el cuello leve de un frío que intentaba asomarse por la puerta, que da entrada al vestíbulo donde intenta presentarse en escena el tiempo en el que la vegetación se desnuda, y nos ha obligado a ir sacando del armario la vestimenta que huele a naftalina.
Calle Horno de Oro
Dispuestos a respirar el aire de una mañana en
la que la pituitaria percibe el olor de
los nardos, claveles, petunias, rosas, narcisos, crisantemos, azucenas, lirios…,
miles de personas hacen cola a la puerta de la Virgen de las Angustias, para
entregar sus flores y formar así entre todos un bonito mosaico que inunda las
calles de aromas agradables.
Ofrenda de flores a la Virgen de las Angustias
Otra enorme cola
dejaba caer, desde la Torre de Comares de la Sultana Alhambra, sobre una de
las estrechas callejas que forman el pie del Albayzín, el fulgor luminoso de
los rayos de un Sol radiante, se unía a otro apéndice humano que esperaba
impaciente en un lugar, donde posiblemente en la rica Granada nazarí y en este
barrio aristocrático, existiera algún taller de fundido del preciado metal para
confeccionar alhajas o de batihoja para dorar.
En la espera para entrar
Zanegat furn al-Daray (horno del sendero) posiblemente fuera el nombre que actualmente se ha convertido en Horno del Oro.
¿Qué hacía esta mañana
tanta gente formando una hilera constituida por grupos de personas que se
prolongaba desde la casa número catorce hasta la Calle San Juan de los Reyes?
Esperaban impacientes
desde antes de las once de la mañana para entrar en esta casa morisca, construida
a finales del siglo XV, una de las mejores conservada del Albayzín. La
sencillez de su fachada no permite imaginar la armonía arquitectónica que
esconde dentro.
Chicos, medianos, y
mayores, todos dispuestos a contemplar y vivir no solo los valores de estructura
de construcción morisca sino las vivencias de épocas pasadas representadas en
una escenificación teatralizada.
Las transformaciones
del siglo XVI hacen de este monumento un interesante ejemplo de casa morisca que
integra elementos islámicos y castellanos.
Un espectáculo se nos
iba a ofrecer, representado por un grupo de actores a cargo de: “Viajar en el Tiempo”,
formado por un elenco: Leticia Valle, bailarina. Miriam Abenza, y Maite Segura,
actrices, acompañadas por Azahara Rodríguez, guía oficial.
Todo comienza cuando
por la calle, perfectamente empedrada, donde se mezclan los blancos guijarros con
los grises como si fuera una espada, dividiendo a la
estrecha calleja en dos.
Sube algo nerviosa y
de forma precipitada, como el que va tarde a un sitio concreto, una señora
portando un fardo de folios, sin saber por qué se le vienen cayendo, la gente
acude para ayudarle a recoger los papeles esparcidos por el suelo, pero aquello
parece una fuente que en cascada va soltando folios tras folios, sin que haya
nadie que lo pueda frenar.
El espectáculo ha
comenzado, sin haber entrado en el interior de la casa, la presentadora
haciendo alardes porque llega tarde, pidiendo disculpas ante un público
sorprendido que no sabe si realmente estas escenas corresponden al espectáculo
o se trata de una señora que accidentalmente pasaba esta mañana por allí.
Las sonrisas del público demuestran la buena acogida
Las sonrisas del público demuestran la buena acogida
Por lo visto tiene que
rendir cuentas ya que está de moda fichar siempre que se entra a trabajar,
quiere consultar el reloj para ver si la puntualidad se ha cumplido, pero el
que marca la hora se ha quedado
dormido.
La expectación crece
por momentos, y los vecinos de la calle se asoman a los balcones, e incluso un osado
perrito con su hocico puntiagudo y sus orejas gachas no sale del asombro,
mientras el Peinador de la Reina, allá arriba, pieza fundamental de la
Alhambra, lisonjeado por un Sol naciente, mantiene los ventanales ojivales
abiertos como nunca, para no perderse la función de una callejuela que siempre
lo está mirando.
El perrito tampoco quiere perderse el espectáculo
El perrito tampoco quiere perderse el espectáculo
La inquietud electrizada de una calle, de sus vecinos, e incluso del dueño de una de las casas que sale malhumorado para pedir que se cambie el sentido de la cola porque no quiere que su vivienda sufra el desmadre que se ha producido esta mañana.
Casa número doce, de Horno de Oro
-Cuantos recuerdos vienen a mi mente de esta casa contigua con la que nos espera ver esta mañana, en la que hace años fueron muchas las horas que pasé, ejerciendo la profesión de A.T.S. Allí tenía mi despacho, con unas yeserías morunas en el pórtico que daban entrada. Todavía resuenan en el interior de mis tímpanos las conversaciones de las vecinas en los corredores de los pasillos, con sus balaustradas de madera y las terminaciones de las columnas en zapatas renacentistas, el sonido del surtidor de la fuente cuadrangular que había en el centro y el chapoteo de comadres que hacían la colada en la pila de lavar que había junto a un pozo, de donde se sacaba el agua que lo alimentaba, llegada de la acequia de Axares, acequia de San Juan.
Joaquina Eguaras no tiene
problemas para presentar su último trabajo, un libro recién salido, que ha
traducido del árabe al castellano.
Este ensayo de
agricultura que data del S. XIII, fue escrito por Ibn Luyyun, un almeriense
nacido en 1282. Fue traducido del árabe por Joaquina Eguarás, y publicado
por el Patronato de la Alhambra en 1988 en versión bilingüe, árabe y español.
Pese a tener ocho siglos de vida, este ensayo sigue teniendo una vigencia
actual, y sigue siendo punto de referencia para entender el sistema de cultivos
propios de Al-Andalus.
-Pero bueno, ¿Quién es
esta señora tan remilgada, inquieta, haciendo alardes de sabiduría?
-Querido lector, se
trata ni más ni menos de la Directora del Museo Arqueológico de Granada,
situado un poco más abajo en la Carrera del Darro, que ha venido esta mañana dejando
el museo para acompañarnos en esta visita, Dñª Joaquina Eguaras.
La mañana espléndida,
el Sol burlando la estrechez de la calle se ha introducido dentro para dar más
brillantez a la demostración ceremoniosa, y las fachadas de las casas sienten
como sus rostros encalados,
resplandecen con más fuerza que los demás días, y es que todo se encontraba tenso pendiente de lo que iba a suceder.
resplandecen con más fuerza que los demás días, y es que todo se encontraba tenso pendiente de lo que iba a suceder.
-"Me encanta, cuando
salgo del museo perderme por el entramado de las callejas albaicineras, ver la vida, el bullicio de sus gentes, el sonido
de los telares, y de los golpes sobre el yunque en la fragua construyendo los
canceles y enrejados de las puertas y balcones, vida que palpita como una llama ardiente
floreciendo día tras día".
Los muros de esta casa
nos van ayudar a viajar en el tiempo, pasando desde la reconquista cristiana,
sus moradores, sus costumbres, la de los moriscos, hasta su expulsión. Nuestra
anfitriona nos narra toda su biografía
desde que nació en Navarra, 1897, una
fría mañana de enero, "con lo cálida que yo soy", llegó a Granada por la carrera
militar de su padre; mis padres me apoyaron mucho cuando quise estudiar, en el
año 1918 fui la primera mujer matriculada en la Universidad, fueron años duros
pero me licencié en la Carrera de Filosofía y Letras, Premio Extraordinario y
después fui profesora de la Facultad.
El tratado de
Agricultura fue pasando de mano en mano para que se apreciara el contenido que
encierra un tratado con vigencia actual.
Mientras, la supuesta Joaquina Eguaras trasladada en el tiempo a través de un rebobinado del espacio, nos fue contando el origen de esta casa morisca después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, nos invitó a entrar en la morada mahometana.
Mientras, la supuesta Joaquina Eguaras trasladada en el tiempo a través de un rebobinado del espacio, nos fue contando el origen de esta casa morisca después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, nos invitó a entrar en la morada mahometana.
Entrar en una casa
morisca es volver al siglo XV, es sentir el silencio interrumpido por el
lenguaje de la luz plena inundando el espacio, y el habla hecho agua tranquila
en la alberca vestida de verde nenúfar.
El reflejo de todos los que la rodeábamos eran imágenes que se cernían para tocar con más intensidad todo el misterio que allí se palpaba, contemplando el viril y erguido chorrito de agua del surtidor, que se eleva ufano dejando caer una y otra vez el llanto hecho lágrimas, recordando a los que allí habitaron.
El reflejo de todos los que la rodeábamos eran imágenes que se cernían para tocar con más intensidad todo el misterio que allí se palpaba, contemplando el viril y erguido chorrito de agua del surtidor, que se eleva ufano dejando caer una y otra vez el llanto hecho lágrimas, recordando a los que allí habitaron.
Las gotas caen
marcando el compás de una música que se sostiene en el pentagrama que forma el
aire, la luz, el silencio, la mirada, y la agonía de unas perlas puro cristal,
que aparecen y desaparecen, sin dejar huella.
Son el collar de cuentas con las que se adorna
un patio enclaustrado, único donde aún siguen morando, los que sus cuerpos
marcharon pero sus espíritus deambulan por sus muros y cubiertas.
Las gotas caen marcando el compás de una música....
Las gotas caen marcando el compás de una música....
Las gotas se esparcen,
su riqueza es tal, que saltan fuera de la taza que las recoge, para caer lavando
el empedrado uniéndose a la
superficie del líquido que reposa en el
estanque, dejando una sonrisa convertida en ondas que se esparcen perdiéndose entre los nenúfares y las
paredes.
Los ojos de los nuevos
visitante no dan crédito a lo que están viendo, hay asombro en las caras y cada
cual busca el lugar más apropiado, unos en el patio donde la proximidad al
lugar nos hace percibir esa magia especial que allí se saborea, otros quieren
contemplarlo desde lo alto, donde las balaustradas de los corredores son peldaños
del cielo hechos madera que no se cansan de mirar el encantamiento que allí
existe, sabemos que algo nuevo nos va a
sorprender pero… ¿Qué nos tienen preparado esta mañana las musas de este lugar?
Estimado lector, el
Albayzín es un barrio donde existe la magia, los duendecillos que se pasean por
las noches por sus callejas, los elfos, los gnomos, las hadas, las leyendas más
románticas que se han podido escribir, es un lugar de pura fantasía.
Con la mirada y el
pensamiento nos trasladamos a tiempos remotos, esta casa destila por sus muros
miles de historias, momentos de
pasiones, romanticismo, amores, desamores, traiciones, celos, engaños,
nostalgias, fiestas en los anocheceres
bajo la luz de las estrellas, y una Luna enorme asomándose por encima de los
tejados fiel vigilante, hechicera y trotaconventos, celestina y alcahueta, que
no se pierde ninguna noche nada de lo que se vive en este patio.
Mientras la cámara va
recogiendo en un rápido deslizamiento los pilares de ladrillo que sostienen el
corredor de arriba, los arcos, las jambas y hornacinas, el Siglo de Oro, en un
flashback se nos mete por medio con un poema de Garcilaso de la Vega.
Garcilaso de la Vega
Garcilaso de la Vega
_¿Conoce usted el amor caballero?
Nuestra anfitriona no
tiene reparo en escoger a una pareja, improvisada, para que en un alarde de pasión amorosa él le
declare la llama viva, el fuego que arde en su corazón declarándose a su amada.
Pero aquello requiere
un escenario especial y una vestimenta en consonancia con los versos.
A la improvisada novia la viste como si fuera
una reina morisca, colocándole el izar para cubrir su cuerpo con un velo
celeste, y la lifafa para la cabeza.
La chica no sale de su
asombro, pero se siente cómoda, hasta en cierto modo alegre de ver como la
están vistiendo y la sonrisa le sale a la cara al verse trasladada a otra época.
Su acompañante
tranquilo portando el pergamino y esperando el siguiente fotograma.
Rodilla en
tierra mirando las estrellas, o mejor dicho, a la única estrella que se
vislumbra a través de la balaustrada, nuestro improvisado Tenorio, recita el soneto.
Declarando su amor
Mientras todos los ojos salidos de las órbitas de los contertulios se dirigen como flechas expectantes al lugar donde el amor, como una blanca paloma revoloteando por el aire, se dirige desde el patio hasta alcanzar las alturas, rodeando a su amada con el corazón henchido de emoción.
Declarando su amor
Mientras todos los ojos salidos de las órbitas de los contertulios se dirigen como flechas expectantes al lugar donde el amor, como una blanca paloma revoloteando por el aire, se dirige desde el patio hasta alcanzar las alturas, rodeando a su amada con el corazón henchido de emoción.
Otro conjunto de
palomas revolotean sin levantar vuelo por el patio, alas que palmean unas sobre
otras, aplausos del público cuando el romántico galán posa la rodilla sobre los
guijarros blancos y grises en perfecta simetría que forman el suelo.
El soneto, con vos
firme sintiendo la veracidad de las palabras elevaron vuelo a su destino.
“Cuanto tengo confieso
yo deberos;
Por vos nací, por vos
tengo la vida,
Por vos he de morir,
por vos muero”.
Mientras la directora
de escena narra la vida de los moriscos,
-musulmanes bautizados después de la Reconquista-, y la situación de la
España del Siglo de Oro, algo extraño comienza a ocurrir, una voz surge
espontánea por el fondo del patio, las miradas se dirigen al nuevo actor que
aparece en escena, una vecina de las que en épocas pasadas habitaron estos
lugares surge para asombro de todos, por uno de los rincones de la casa,
portando sobre la cadera una canasta de las que confeccionan “los gitanos
canasteros”.
Viene de hacer la
colada y toda afanosa se dirige como si lo conociera, a uno de los
espectadores, al hijo de la Antonia la que dice ser su vecina, y lo hace
partícipe para que le ayude a tender la ropa.
El improvisado actor,
no solo no se resiste sino que con el mayor de los garbos coloca la ropa sobre
el tendedero, con tal agilidad que demuestra haberlo realizado más de una vez.
La nueva vecina alaba
la forma de desenvolverse el hijo de la Antonia colocando los trapos, y los
despide echándole por debajo de la puerta, porque sabe que le gustan, unos
garbanzos "tostaos".
Otra nueva vecina
aparece por el fondo con el delantal apretado a la cintura, el mantoncillo
sobre las espaldas, corpiño resaltando su figura, zapatillas alpujarreñas
con suela de esparto, una canastilla
prendida del brazo con ropa de costura, alabando a las mozas granadinas.
La conversación entre
las dos pone de manifiesto el hacer diario de una corrala de vecinos, una muy hacendosa
barriendo, regando el patio acompañándola con aquella famosa frase de siglos
pasados.
-¡Aguaaa vaaaaa!
Demostrar las
habilidades haciendo el pan, mostrándolo y despertando la envidia de la otra moradora.
La conversación continúa acalorándose cada vez más.
La conversación continúa acalorándose cada vez más.
-¡Es que tengo unas
manos!
-Amaso como mi abuela.
-¡Y es que tiene una
mano!
La vecina encoge la
cara no dándole importancia con gesto despreciativo.
-¡Hija, no haces nada
más que criticarme!
Todo es un rosario de
palabras enlazadas donde la envidia toma su protagonismo.
Ante este diálogo se
escucha otro, más sosegado, más cadencioso, con medida métrica acompasada, donde
el agua del surtidor siguiendo su ritmo, música acuática, habla con la alberca
palabras de amor hechas perlas de agua, que se deslizan lentamente por la
canalilla que aboca a la acequia enclaustrada.
Siguen las discusiones
aireadas entre las dos vecindonas y al final deciden sentarse para seguir con
sus comentarios.
Muy ardilosas se
sientan cogiendo los bastidores para seguir con la faena, pero poco habla la
aguja, más bien la legua zarrapastrosa.
- ¡Ay!, más vale
querer a un perro que no a una mujer, porque el perro no desampara al que le da
de comer.
-Te voy a dar un
consejo de amiga.
Los gestos y ademanes
de dos vecindonas remilgadas, se suceden al mismo tiempo que gesticulan,
hablan, hacen mohines con la cara, se
sacuden con golpes y al final un,
-¡basta ya!, en una expresión rabiosa más contundente.
-¡basta ya!, en una expresión rabiosa más contundente.
Mari Pepa sabe
entender muy bien la vida y con su botella de vino y su vaso dispuesto en todo
momento, trago tras trago, se va quitando de en medio los
pesares que le pudieran rondar.
Unas alabanzas a
“Graná”, en boca de Mari Pepa se dejan caer como los granos rojos de esta fruta
cuando se desgrana.
“Así es nuestra
“Graná”, no muy seca y sí muy verde como un oasis en el desierto, nuestra
ciudad se yergue y no hay cosa más maravillosa que ver su primavera florida".
-Las dos vecinas en un
mano a mano cuentan la historia de los moriscos y su expulsión, las persecuciones
que sufrieron y la muerte en la hoguera, solo se salvaron las dos brujas, que
sufren la infamia de ser ricas y viudas.
De pronto un ruido
extraño comienza a sonar, es el furor de un viento que penetra en el patio y
les hace temblar, despavoridas y temblorosas recogen todos los enseres que hay
en el patio, y huyen como alma que lleva el diablo.
Mientras tanto, por el
fondo comienza a aparecer un bulto misterioso, que se mueve lentamente, envuelto en una tela oscura.
Gesticulando y
haciendo movimientos extraños va girando y moviéndose de un lado para otro,
todos expectantes si saber de qué elemento singular se trata, y si realmente
puede ser alguna de las brujas que escaparon de la hoguera, hay quien dice que por las noches se las ha
visto volar por encima de los tejados.
La danza del fuego,
comienza a sonar y aquel bulto sorprendente se va moviendo y gesticulando al ritmo de la música, unos brazos
que aparecen y se esconden, unas
zapatillas llegadas de aquellos lugares de la sierra donde se oye el sonido del
trillo en la era, y el trotar de los mulos pisando la paja,
unas piernas que se elevan, unas manos que se retuercen, y una tela que sale despedida dejando al descubierto a una encantadora bailarina,
gesticulando movimientos bruscos, como el director desmelenado de una orquesta, llevando sin perder la menor pizca, el ritmo de todo un compás endiablado.
unas piernas que se elevan, unas manos que se retuercen, y una tela que sale despedida dejando al descubierto a una encantadora bailarina,
gesticulando movimientos bruscos, como el director desmelenado de una orquesta, llevando sin perder la menor pizca, el ritmo de todo un compás endiablado.
Por momentos los
movimientos se hacen más suaves, la melena de la bailaría cae suavemente sobre
el pecho como la pluma del ave que se ha desplazado lisonjeramente para
acariciar el rosto de una dama enamorada.
Son movimientos
lascivos, y sensuales, que encierran una belleza especial, la falda en los
giros rápidos se bambolea como un carrusel de feria, y hasta la columna
de mármol níveo, que contempla la escena, se ve recompensada por la caricia de
la bailarina.
Otras dos columnas de
un mármol carnoso, son las que sostienen el cuerpo erecto que no cesa de
moverse con las acrobacias más atrevidas.
Los momentos se
suceden uno tras otro, donde se mezcla la lentitud y suavidad con el gesto
rápido y brusco, pero sin perder para nada la armonía y el ritmo que marca la
danza.
La cabellera roza el
suelo repetidas veces, para finalmente caer fulminada, dando con su cuerpo en el embaldosado de arcilla que guarda la dureza carcomida de los siglos.
Nuestras dos vecinas
que salieron despavoridas, se acercan muy comedidas y tapan el cuerpo de la
danzarina.
Con las expresiones
de Juaquina Eguaras que se presenta en
escena para dar por finalizado la escenificación, dando las gracias a los
asistentes por la asistencia y la cooperación en algún momento.
Un aplauso cerrado sería el telón que finalizaría una representación que nos ha hecho vivir una época de siglos pasados en un lugar donde aún existe la magia como en muchos sitios de este barrio, llamado Albayzin.
Un aplauso cerrado sería el telón que finalizaría una representación que nos ha hecho vivir una época de siglos pasados en un lugar donde aún existe la magia como en muchos sitios de este barrio, llamado Albayzin.
José Medina
Villalba.
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