domingo, 26 de julio de 2015

LA HIGUERA

Se suele decir con frecuencia, el siguiente proverbio: cuando el demonio no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo. Me pregunto ¿Por qué habrá tanto demonio aburrido dispuestos a dar la lata?

Aunque yo no creo en demonios, sobre todo en aquellos que con el tridente empujan a los condenados a las calderas de Pedro Botero, con los que se nos ha asustado con frecuencia sobre todo en tiempos pasados, quizás, más bien, creo en aquellos otros mefistófeles, que deambulan por nuestro entorno vestidos, unos días, con traje de faena y otros con vestimenta solemne, pero que continuamente te están, con el tridente de la maldad, de la enjundia, de la socarronería, y hasta de la envidia, intentando destruir o ensombrecer tu personalidad, tu forma de ser, tu quehacer diario en el cumplimiento de tus deberes, simplemente con el objeto de colgarse medallas a costa de los demás. 


A estos belcebúes, sí, son a los que hay que tenerles cierto reparo, no miedo, pero sí al tridente que portan con frecuencia, y que no son capaces de utilizarlo a cara descubierta sino a escondidas y de mala manera; los hay a montones, en todos los estratos sociales, políticos, religiosos, e institucionales.

                                           Sentado en el porche, dejando de matar moscas
Pues bien, mira por donde, hoy sin saber qué hacer, estando sentado en el porche de mi casa, voy a dejar de matar moscas con el matamoscas de plástico rojo, a modo de rasera, que suelo utilizar para distraerme, y fijándome en la gigantesca higuera que, a modo de centinela, se encuentra en la entrada de la vivienda de mi colindante, quiero contar algo de la vida de mi vecina, “la higuera”,  que más de una satisfacción me ha dado.

                                                  Mirando a la higuera desde el porche
La higuera está tan cerca de mi vivienda que la considero casi formando parte de mi morada, e incluso ha tenido el atrevimiento de venir a saludarme atravesando el asfalto de la calle, que nos separa, para salir fresca y lozana en el jardín de mi recinto.

                                              Cogiendo los ricos higos de mi vecina, la higuera.
No me ha dado fruto, porque sabe que todas las mañanas, bien temprano, cuando aún el sol no ha venido a calentarla, para hacer que sus higos maduren con más prontitud, sigilosamente acudo a ella para irle quitando, día tras día, mañana tras mañana, un poco del rico producto que produce, con expreso permiso de su dueña.


Estamos a finales del mes de julio y aunque todavía no han madurado, sin embargo, los gorriones que deambulan por el entorno son los primeros pregoneros que están anunciando que muy pronto podré ir a saciar mi anual costumbre veraniega de irle arrebatando sus ricos higos isabeles.

                                         El gorrión pregona, que pronto podré comer los higos
Me deleito, acoplado cómodamente  en una de los asientos  de anea que hay en el porche, de mi casa, viendo balancearse las ramas más frágiles de mi vecina, hay momentos en los que sólo observo el movimiento de las hojas para después ver cómo surge, nuestro furtivo animalito, con el piquito bien impregnado del rico producto.


Como si cayeran en cascada, dos gorriones con un trozo de higo  recién captado entre sus picos, revoloteando sus alas, acariciando las hojas en su caída, no sé cómo interpretarlo si una disputa por el trozo de alimento o un prolongado beso de enamorados.


Desde la arboleda próxima en vigilancia continua se van desplazando otros gorriones que aprovechan la salida de los que ya han hecho su acopio, para posar sus patitas en ramas inverosímiles que  hacen balancearse rítmicamente como si fuera una colchoneta elástica el lugar donde se han posado.


Van llegando otros, y otros gorriones, y nuestra higuera es un festival, es el tío vivo de la feria, donde se reúnen toda clase de columpios, desde los caballitos que suben y bajan al ritmo de la música del carrusel que, en este caso, es la brisa suave que viene de Sierra Nevada y se une al jolgorio, de pasar de unas ramas a otras, 


o las cadenas voladoras donde se divierten lanzándose al espacio en vuelos acrobáticos para golpear con los pies al que va delante y catapultarlo a las alturas; eso les ocurre a nuestros pajaritos se golpean con sus revoloteos para coger la fruta más madura, haciendo que salten al espacio los que se encuentran en ramas superiores.

                                                         El monstruo de la sierra mecánica
                                                       El mirlo negro, el terror de los gorriones
 En las ferias existe la casa del terror donde los que entran corren espantados ante el monstruo que porta la sierra mecánica; llega la sierra representada en un mirlo negro, es el terror de todos los gorriones que asustados huyen despavoridos.
Aunque a primera vista se observa la enorme cantidad de fruto que, generosamente en esta próxima cosecha va a proporcionar, sin embargo aún no han sazonado lo suficiente como para llevárselos a la boca y poder deleitarse con el rico sabor que nos proporciona.


Cuando esta mañana me he acercado para comprobar si el fruto se estaba madurando, he intentado coger el que aparentemente estaba más lozano, con un color que quiere abandonar el verde, para ir tomando el amarillento de su plenitud; mi asombro ha sido, el ver que, por la primera cara, con la que me saludaba, estaba completa, pero la posterior, se la habían comido los pájaros y estaba completamente vacía; esto me ha hecho recordar, con lo que iniciaba este artículo, la de aquellas personas que por fuera parecen ser una cosa, y por dentro están completamente vacíos, más bien yo diría llenos de hipocresía y maldad.

                                                Es grandiosa, gigantesca, la higuera
Mi higuera, la de esta narración, es grandiosa, gigantesca, sobresale entre todos los demás árboles que la rodean, su tronco enorme pronto se despliega en dos descomunales ramas para, como los brazos de una balanza, poder soportar el volumen descomunal, 


le han salido algunos voluminosos bultos, símbolos evidentes de los años que tiene, pienso, a “ojo de buen cubero”, que puede llegar a ser centenaria.
Tanto en la Biblia como en el Corán y en el Cantar de los Cantares de Salomón, entre la diversidad de árboles que se citan aparece, la Higuera.

                                                        Parábola de la higuera
“Aprended la parábola de la higuera: cuando ya su rama esté tierna y broten las hojas, sabéis que el verano está cerca”. (Mateo 24:32)


La higuera ha echado sus higos,
y las vides en ciernes
dieron olor
levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente. (Cantar de los Cantares, Capitulo 2 versículo 13).
Pero, sin embargo, la higuera tiene sus defectos que alguna poetisa con sus versos quiso aliviarlos:

                                                        Juana Ibarbourou
    
Porque es áspera y fea
porque todas las ramas son grises,
yo le tengo piedad a la higuera.           


En mi quinta hay cien árboles bellos:       
ciruelos redondos,
limoneros rectos
y naranjos de brotes lustrosos.
                                                                 
En las primaveras,
todos ellos se cubren de flores
en torno a la higuera.

Y la pobre parece tan triste
con sus gajos torcidos que nunca      
de apretados capullos se visten…

Por eso,
cada vez que yo paso a su lado
digo, procurando
hacer dulce y alegre mi acento:             
-Es la higuera el más bello
de los árboles todos del huerto.

Si ella escucha,
si comprende el idioma en que hablo,
¡qué dulzura tan honda hará nido
en su alma sensible de árbol!

Y tal vez, a la noche,                                 
cuando el viento abanique su copa,
embriagada de gozo le cuente
-Hoy a mí me dijeron hermosa.
                                                  Juana de Ibarbourou

                                          La higuera me regala sus frutos y le da sombra a mi coche
Esta higuera que contemplo diariamente, que le da sombra a mi coche, que me regala sus frutos y que me trae, tristemente a la memoria, a mi vecina, la doctora Isabel Soto, que desde el cielo seguirá cogiendo sus higos, como lo hacía todas las mañanas, también me traslada a mi infancia.

                                    A lo largo de todo el borde color rosa, se encontraba la larga hilera de higueras
                                                            lugar por donde pasa la Acequia de San Juan o de Axares, hoy día, embovedada.

Aquella hilera de grandes higueras situadas a la orilla de la Acequia de San Juan,  o de Axares, en las Escuelas del Ave María, donde podía elegir los higos que mejor me apetecieran, porque cada una de ellas tenía sus peculiaridades especiales, las que los producían enormes pero poco dulces, o aquellas otras que los daban pequeñitos pero impregnados de rica miel que empalagaban el paladar, o a la que era absurdo comerlos porque los habitantes “gusaniles” ya habían hecho presa en ellos, ¿y las candongas? ¡ay, que ricas! todas almacén de rica miel concentrada.

                                              "Pepe, el de los higos" cogiendo el fruto.
Durante todo el mes de agosto y parte de septiembre, “Pepe el de los higos”, como yo  le llamaba, todos los días, se llevaba dos enormes canastas de mimbre repletas de isabeles, con un colmo en forma de pirámide, que era el asombro de sus clientes; 

mi padre con una romana de mano, le engarzaba uno de los ganchos, elevando la canasta haciendo un gran esfuerzo, que se manifestaba en el sonrojado de las mejillas de mi progenitor, corriendo el pilón sobre una barra donde el peso de la canasta se contrarresta con el de la gran pesa que pende, marcando los kilos  que tenía. 

                                                  Caldelería, esquina "Casa Ninguno"
Allí en la Caldelería junto a la esquina de “Casa Ninguno”, el pregón de: 
- Niñas,  ¡qué gordos y qué dulces! ¡qué ricos  higos isabeles tengo hoy!- las mujeres  se los iban quitando de las manos.

                                              Patio del Bar "La Higuera " en el Albayzín
Mi barrio del Albayzín, donde abundan los cármenes, con su hermosa vegetación también luce orgullosa la higuera, y es más, en la Calle Horno del Hoyo hay un bar llamado Bar Higuera, donde, en épocas pasadas, los albaicineros se echaban sus partiditas de petanca.

                                                   Tomar unas tapas con la rica cerveza
Si te parece que todos los bares son iguales, en este bar situado en el corazón del Albaicín, encontrarás un rincón donde crece la higuera. En su patio se enredan las plantas y cae a borbotones el agua de su fuente, que crea un ambiente perfecto para tomar unas tapas o cenar tranquilamente.

                                                La higuera echa de menos a su dueña 
Hoy he observado a mi higuera triste, con las hojas gachas, quizás el calor sofocante de estos días que invade la ciudad, sea el causante, le he visto chorrear por las ramas y por el tronco  un líquido especial, sin duda es el llanto de un árbol que echa de menos a su dueña a la que los vecinos también extrañamos.
Comentaba con mi mujer recordando a Isabel, mi vecina, y mirando a la higuera que el llanto es algo ajeno a los árboles, cuando mi pareja, divertida y sorprendida a la vez, me soltó: “¿Y los sauces llorones? Hube de convenir, también divertido y sorprendido, que tenía razón, siquiera fuera enunciativa. Pero yo seguía poético o melancólico o simplemente caprichoso. Y, no sé por qué lamentaba que los árboles no pudieran llorar. Ellos, que son de las formas vivas más antiguas y longevas del planeta, no habían desarrollado el llanto. Pero me equivocaba.

                                                De pronto comenzó a llover...
Como si alguien me escuchara, los cielos se ennegrecieron y pronto comenzó a llover, no de un modo fuerte, pero sí constante y molesto, por ser verano. Poco rato después comprobé que los árboles si lloran, pero necesitan de la ayuda de la lluvia para poder hacerlo y también comprendí el chorreo del líquido elemento por el tronco de mi higuera, la higuera de Isabel Soto.
El mejor letrero para anunciar la casa de Isabel, no podría ser otro sino el de la higuera de higos ISABELES.
Para ella, para mi vecina que nos dejó, va dedicado este archivo, en el recuerdo de los años que, durante los veranos, convivimos juntos y de esta hermosa higuera a la que le seguiré cogiendo sus frescos higos, por la mañana, acompañado imaginativamente por Isabel Soto que desde los Cielos, también lo seguirá haciendo.
                                       
                                          José Medina Villalba.
   









 



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