lunes, 29 de julio de 2013

HOMENAJE AL BOSQUE DE LA ALHAMBRA.


 
                                                   La Fuente del Tomate en el bosque de la Alhambra

El espíritu se enerva y la sangre hierve cuando determinados lugares de la ciudad se puedan ver alterados por la contaminación, por el escarnio producido por desaprensivos maltratadores que no saben apreciar la belleza y los beneficios que, a los ciudadanos, produce un pulmón natural como es el bosque de la Alhambra, o cualquier rincón de la ciudad que rezuma por los cuatro costados historia y añoranzas del pasado.
 
El tiempo ha pasado vertiginosamente pero los recuerdos quedan grabados en la mente, de tal manera, que solamente la ruptura natural con la vida podrá borrarlos.
 
Las callejas del Albayzín
                                                        
                                                                                    El afilador
                                                                   El hojalatero
                                                                       El aguador granadino
                                                                  Los ricos higos isabeles
A quien no se le ha perdido el alma de su niñez correteando de niño por las callejas albaicineras, disfrutando de las fiestas propias de nuestra ciudad, acompañando a su madre por aquellas naves de la pescadería, con las robustas pescaderas, todas vestidas de blanco, subidas en lo alto de sus puestos, con la mercancía por delante, pregonando a voz en cuello el rico pescado traído de Motril, o los diversos pregones del hojalatero, sombrillero, afilador, aguadores, cántaro metálico sobre el costado, rejilla portadora de vasos en la delantera, lavándolos y perfumándolos con hojas de las avellaneras, pregonando el agua de la fuente del Avellano, los ricos higos isabeles traídos de las huertas de la Alberzana o del Ave María, y tantos recuerdos que subyacen en lo más profundo de cualquiera que se precie de granadino.
                                                                 Las pescaderas granadinas
Ciertamente son gratos recuerdos que constituyen parte de nuestra historia que quedarán en sus anales y en nuestras mentes, con un sabor especial de niñez y de ciudad antigua.
 

                                                            Los juegos de los niños en el pasado
No van a volver, ni está el escenario necesario de aquellos momentos, ya que muchos de estos recuerdos llevan aparejado una época, que nosotros en aquel momento no percibíamos, de miseria y penuria, pero ahí están con un sabor agradable en el rincón de nuestras añoranzas.

Hay otros muchos recuerdos de lugares maravillosos que están en ese baúl mental hacinados y que son actualidad, por nada ni por nadie se deben ver perturbados porque los progresos  del momento quieran estropearlos.
 
                                                        Los atascos de la ciudad
Son lugares para pasear, para relajarse, disfrutar de la Naturaleza sin tener que salir de la ciudad, para meditar, abstraerse del ajetreo ensordecedor del tráfico impuesto por los avances de la modernidad.
 
El murmullo de las aguas que corren por los arroyos 
 
El bosque de la Alhambra en otoño. 
Tendríamos que estar continuamente dándole las gracias a la Naturaleza por haber tenido la gentileza de haberse implantado como un vecino más dentro de la ciudad, por traernos el murmullo del agua de las acequias de la Vega e instalarse en el corazón de Granada, con sus arroyuelos corriendo vertiente abajo hasta el centro, por el trinar de las diversas y variadas aves en una orquestal musicalidad que adormece y anestesia al que plácidamente las escucha, por la sombra de su arboleda, que produce relajación en los momentos más calurosos y álgidos del estío, por la alfombra multicolor de hojas que a modo de paracaídas van cayendo, como lluvia otoñal, formando un tapiz multicolor que destila música de sinfonía de hojas por la diversidad de notas que suenan al pisarlas.
 
                                                       La belleza del bosque un día de nieve
Por el manto níveo de los copos que cubren el diverso ramaje trasladándonos a un paisaje de bosque alpino un día de nieve. Es uno de los lugares más apetecibles por las cámaras fotográficas en cualquier momento del año pero, sin lugar a dudas, un día de invierno con una gran nevada, sobre todo porque no se digna el cielo hacerlo con mucha frecuencia.
 
                                                     Manuel de Falla y su Danza del Fuego.

                                                          El compositor musical Francisco Alonso
Ángel Barrios, con sus obras sinfónicas “Zambra en el Albayzín” o “una copla en la fuente del Avellano”; Manuel de Falla,  “Amor Brujo”,  “La Danza del Fuego” “Noches en los Jardines de España” con su primer movimiento en el Generalife; el maestro Francisco Alonso, que echó sus primeros dientes musicales en las Escuelas del Ave María con el gran pedagogo Andrés Manjón, poniéndole música  a pequeñas zarzuelas, como el ”Día de Inocentes”, no me cabe la menor duda que, en sus largos paseos por esta arboleda, sacaran motivos de inspiración para sus grandes obras musicales.

 
                                                            Melodía musical de hojas otoñales
¡Qué bella melodía, produce el crepitar de las hojas amarillentas al posar nuestros pies sobre sus mortecinos cuerpos!

No estropeemos este disfrute que nos ofrece el bosque de la Alhambra introduciendo la contaminación, el ajetreo, el ruido de la metrópolis, en un lugar que fue creado para soñar.
 
 

                                                                     El Marquesado
          
                                                  Plaza de los aljibes con el kiosco en medio. 
Era un niño, tendría la edad de cinco o seis años cuando mi padre, hombre amante de la Naturaleza, ya que procedía del campo, concretamente de la zona del marquesado de Guadix, tenía por costumbre, los domingos,  llevarnos a mi hermano y a mí  por ese delicioso bosque a la Plaza de los Aljibes a beber la rica y fresquita agua, que Angelillo Guardia, muy amigo de la casa, nos ofrecía con aquel gracejo y gentileza especial que le caracterizaba. Ángel, su padre, desde tiempo inmemorial, había adquirido la gobernabilidad y regencia de los aljibes a través de un arrendamiento con el Patronato de la Alhambra, por herencia habían pasado a su descendiente.
 

                                                         El chirriar de aquella cadena que subía el agua...
Todavía suenan en mis oídos el chirriar de aquella cadena que soportaba un cubo de madera que arrastraba hasta el borde del brocal el rico elemento, sustraído de aquel aljibe que con dolor dejaba le arrancaran de sus entrañas el líquido elemento venido del Valle de Valparaiso; subía tan cargado de agua que al depositarlo sobre el pretil del pozo parte del agua caía hacia su interior como el que lo arrancan inesperadamente de su morada y quiere volver de nuevo a ella.

                                                         El kiosco de los aljibes del agua
El kiosco tenía un encanto especial, su forma poligonal permitía acercarse al mostrador por cualquiera de sus caras; el pozo estaba en medio y el brocal era de piedra de un color grisáceo, el borde desgastado por el roce del cubo de madera que una y otra vez descansaba rezumando agua por sus costados. El techo era de madera, así como los seis grandes ventanales que cerraban, todo el contorno, cuando había que dejarlo tapiado.

                                                              El agua reposa en el aljibe
Angelillo, de mediana estatura, se desenvolvía como pez en el agua con una agilidad especial, atendiendo a toda la clientela que calmaba su sed bebiendo el caldo fresquito en aquellos gruesos vasos de cristal traídos de la cristalería “la Favorita”, asentada en la calle Mesones.

 
Angelillo, aunque pequeño en estatura, y aparentemente escaso de fuerzas, tenía una habilidad especial para arrastrar la pesada carga cuando subía el cubo lleno de agua hasta el brocal del pozo.

 
 
 
El agua era gratuita, de tal manera que se podía beber toda cuanto se quisiera. Sin embargo,  haciendo alusión a la zarzuela “Agua Azucarillos y Aguardiente”, del compositor Miguel Ramos Carrión y música de Federico Chueca. ¿Quién no pedía uno de esos ricos combinados?

                                                                 Puerta de las Granadas
Las noches de verano cuando el sol había castigado, durante el día,  con una fiereza especial, a los ciudadanos, subíamos caminando, disfrutando  de ese fresco especial que se percibe desde el momento que entras por la Cuesta Gomérez, atraviesas el Arco de las Granadas y te deleitas en el bosque escuchando el murmullo del agua que corre por los riachuelos laterales.

Aunque en aquella época apenas si había tránsito rodado de vehículos, y menos a estas horas de la noche, sin embargo nuestro paso era a través de una de los arcos pequeños, que solía ser el de la izquierda que conduce al acceso del camino que nos ha de llevar a nuestro destino.
 
                                                   Fuente del Tomate y monumento a Ángel Ganivet
Era obligado detenerse en la plazoleta donde se encuentra la fuente del tomate, sentarse en uno de los bancos de piedra y escuchar el sonido del cuclillo, el golpeteo del chorro de agua que sale de la boca del macho cabrío en el monumento a Ángel Ganivet.



                                                     La lechuza con su clásico cu-cú, cu-cú, cu-cú
 Un sonido especial llega a nuestros oídos, el autor nos está mirando con ojos desencajados, vuela cerca de los que considera intrusos erizando las plumas, se posa en las ramas cercanas, se agita, parece que habla, grita como una gallina furiosa, brinca, mueve y estira el pescuezo cómicamente, es la clásica lechuza que deja en el silencio de la noche un cu-cú, cu-cú, cu-cú que nos sobrecoge e impresiona.

                                               Al fondo la Puerta de las Granadas y la Cruz de Piedra.
 
 
Otra de aquellas noches cogíamos el bosque por el lateral izquierdo, dejando atrás aquella cruz de piedra, donde en cierta ocasión mi hermano Manolo, vino a dejar parte de su dentadura, porque fue el freno que le detuvo cuando corriendo se había precipitado por aquel empinado camino.

                                                                    Pilar de Carlos V
Nuestro descanso estaba en el pilar de Carlos V, con sus tres mascarones echando agua, como la que corre por los tres ríos de Granada: Genil, Darro y Beiro, a los que representa.

                                                        La Puerta de la Justicia da paso a la Plaza de los Aljibes
La Puerta de la Justicia, con su mano amenazante, nos deja paso para desembocar en la Plaza de los Aljibes. Solo la tenue luz de algunas farolas alumbra aquel espacio; el Palacio de Carlos V se nos queda mirando y entre la penumbra de la noche nos aproximamos al largo poyete que delimita la plaza.
 

                                                               La tortilla española y la clásica pipirrana
 
Hay corrillos de gentes que, apenas si se les podía distinguir, pero se escucha el murmullo silencioso de los que conversan. Huele a pipirrana, a gazpacho, a tortilla española, a pimientos fritos, que se mezcla con el conversar de los allí presentes.

 
 
                                                            La Plaza de los Aljibes de noche

 
                                                                 El Albayzín bajo la luz de las estrellas

                                                           Junto a la Plaza de los Aljibes está el Palacio de Carlos V
                                  Torre de la Iglesia de S. José. Antigua mezquita de los Morabitos, al-Masyd al-Murabytin
Mirando hacia el fondo se vislumbra un barrio que duerme, el Albayzín, las luminarias de las farolas nos descubren lo intricado de sus callejas y vericuetos de un arrabal con reminiscencias árabes. El sonido mortecino de la campana de una de las torres de las iglesias que sepultaron a las mezquitas y la voz del muecín, llamando al rito musulmán de la oración.

                                                    La sandía convierte el paladar en un delicioso acuario
Degustamos la rica tortilla española y dejamos que nuestros dientes clavándose lentamente en la sonrojada cala de la  fresquísima sandía conviertan nuestro paladar en un delirio acuoso.

La luna nos sigue jugando al escondite. 
                                                       
Son las una de la madrugada descendemos de nuevo por el bosque, su espesor es tal que apenas entre el ramaje podemos ver una luna llena que, nos sigue como jugando al escondite, aparece y desaparece por momentos, entre el entramado de la espesura.
 

 
                                                La espesura del bosque y la abundancia de agua que corre por cascadas....
Su colorida y olorosa masa forestal centenaria está combinada de chopos, castaños de indias, saúcos, almeces, plátanos de sombra, acacias, avellanos, arces, álamos, junto al arrayán recortado en forma de setos conforman las siluetas de los senderos, espacio vegetal refrescado por la abundancia de agua que discurre en cascadas y canales-acequias que enmarcan los paseos.

                                           La Puerta de las Orejas vigila escondida en el bosque de la Alhambra.
                                         La Puerta de las Orejas en su primitivo lugar en la Plaza de Bib-Rambla
 
Escondida y como avergonzada entre el follaje del bosque, aquella puerta de entrada a Bib-Rambla, la Puerta de las Manos o de las Orejas, donde se exponían los miembros cortados a los delincuentes considerados culpables. Nos detenemos un momento, porque una curruca capirotada se pasea por el pequeño arco de los dos que constituyen esta arrinconada y aparentemente abandonada puerta.
 
                                                                     Una ardilla vigila nuestros pasos
                                                        El topillo desde un rincón del bosque nos contempla
 
Una ardilla desvelada y un topillo común, que ha salido a hacer su vida nocturna, se pasea por delante de nosotros mientras volvemos a descansar en el banco de piedra de la Fuente del Tomate.
 

                                                               La pintora granadina Marisa Castilla
Mientras un mochuelo me contempla desde una rama, mis pensamientos vagan a otros espacios, imaginativamente veo en el banco de enfrente, allá por los años cincuenta, del pasado siglo, a aquella magnífica pintora que saca unos apuntes a mano, Marisa Castilla, me acerco, observo a la artista que con precisión y rapidez ha dejado plasmado en un gran blog, con rápidos trazados, un paisaje del bosque. Conversamos durante un buen rato y conectamos en nuestras aficiones pictóricas.
 

 
                                                       Romería de S. Miguel al Cerro del Aceituno. 1956.
 
                                                                Ermita de S. Miguel. Allí la conocí.
 

 
Allí le declaré mi amor.                                              
Mi imaginación da un salto en el espacio del tiempo, me descubre una inolvidable escena; una tarde primaveral, después de un tiempo  de amistad con aquella chiquilla que una día, en la romería de S. Miguel conocí, dando un paseo por el bosque, sentados en este mismo banco en el que en estos momentos me encuentro, le susurré al oído mis sentimientos amorosos y con un SI rotundo refrendamos un primer paso de amor. Todo quedó sellado con un beso amoroso que lacró el comienzo de un noviazgo, rasgando el velo de inocencia de aquella adolescente albaicinera con la que, después de cincuenta y siete años, permanezco en su compañía.

                                                              La luna siempre expectante
Este bosque con tantos recuerdos no solamente míos sino de todos los granadinos, de visitantes, y artistas que por aquí han pasado merece la consideración y el respeto de todos para su conservación tanto de especies vegetales como animales que componen su flora y fauna, es uno más de los  orgullos de Granada y de los granadinos.

                                                 José Medina Villalba.