lunes, 22 de abril de 2019

CUARTO DÍA POR IRLANDA.CONDADO DE KERRY (PENÍNSULA DE DINGLE).





Ocho de la mañana, desayunado y dispuesto a comenzar la nueva jornada. Un cielo sin mancha alguna solamente el color celeste con el que me daba los buenos días cubría la calle donde habíamos pasado  la noche, en el Eviston House Hotel. Nadie aún había hollado el pavimento solo un pequeño cuervo deambulaba por aquellos alrededores. 


                                         Solo un pequeño cuervo deambulaba....

Encontrar un día como el que se nos ha presentado para visitar la Península de Dingle no es normal por estos lares,  donde solo la lluvia y la niebla son la tónica normal en estos parajes, pero hemos traído el talismán de Andalucía con todo el sol que allí fabricamos. 


Nuestro guía parece que se ha levantado con buen humor y nos está dorando la píldora, sobre el recorrido que vamos a realizar esta mañana, veremos  un oratorio que lo magnifica como una iglesia del siglo IV, unos miradores sobre unas playas, donde abundan las hamacas, los chiringuito y el olorcillo a los espetos, le daremos la vuelta a la península, pararemos en Dingle unos minutitos para ver la ciudad y camino de Killarney donde almorzaremos, después de un breve descanso iremos a dar un paseo en coches de caballos por el Parque Nacional de Killarney, donde veremos el Castillo de Ross. 

                                               Castillo de Ross

Había que darle un repaso al hotel en el que hemos pernoctado: un grifo que me he quedado con él en la mano, una calefacción que no funciona, una ducha que no conoce el agua caliente, una ventana que no cierra, no hay muchos ácaros …, “pecata minuta” .
-¡Sí, sí! “Pequeñas cosillas de los Hoteles Victorianos”.
Si algunas vez se le ocurre venir por Irlanda no busques monumentos, que no los vas a encontrar, en cambio  paisajes en abundancia, hoy va a ser uno de esos días de disfrutar de los panoramas.



 Un enorme camión se divisa a lo lejos, nos hace pensar que va a ser problemático poder pasar, porque estas carreteras no son chicle que se puede estirar, y parangonando aquella frase del Evangelio, que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos yo diría, que un gran vehículo pase por una carretera de Irlanda, cuando se encuentra de frente con otro, sin que exista un  problema grave, pero la habilidad de nuestro Atanás consigue lo indecible.




                                     Estas son las carreteritas de Irlanda, serpientes 
                                                                               enroscadas en la montaña.

Caminamos por Ballyhar-Dromdoohig Beg, menos mal que  vamos solitarios, solo nos acompaña una magnífica mañana primaveral  andaluza, pero con verdes prados a un lado y otro de la carretera, siempre pendientes por si asoma alguno de los que ruedan a velocidades a las que están acostumbrados de andar por casa, que nos hacen girar rápidamente la vista hacia otro lado, cerrando los ojos, frunciendo el ceño, hombros apretados en las orejas, esperando oír un crujido y a continuación hartándonos de comer hierba fresca en la pradera más próxima. 



-¡Madre mía, que complicado me lo estás poniendo, señor escritor!
Ballyhar-ballinillane, es nuestro territorio ahora, por lo visto el que diseñó las señalizaciones de estas carreteritas, se le acabó la pintura, y ya no existe línea divisoria, o a lo mejor dijo: 
-¿Para qué la voy a señalizar, si de todas maneras no caben dos coches al mismo tiempo? 
En algún momento creí que nos caímos al haza contigua, las ruedas del lateral izquierdo daba la impresión que estaban fuera de la carretera,  iban flotando en el aire.



-Oiga, señor narrador, si seguimos en este plan  me bajo del autobús y no sigo porque voy “acojonado”. 
-Síííííí, que se me han subido a la garganta, ¡¡¡vaya mañanita que nos estás dando hombre, cambia ya de tema por favor!!!!
El sol doraba el campo, haciéndole brillar, dejaba relucir un rojizo de la gama de los colores calientes, que cualquier pintor quisiera tener en su paleta,  mientras tanto el astro, él mismo se contemplaba y admiraba al ver la libertad con la que gozaba esta mañana, jugaba al gol patinado por el verde cetrino de las intensas praderas.  


Nos deslizamos por Fieries Cross Roads-kilnanare. La desnudez de los árboles con sus ramas desiertas hacían avivar las yemas de las próximas crías, las ovejas pastaban con tranquilidad absoluta, extrañadas de no sentir la humedad en el felpudo que las cubre,  y el blanco de las fachadas de las casas se peinaba con las púas de unos rayos deslumbrantes. 



Ocre, violeta y gris, se habían adueñado del asfalto haciendo un lazo caprichoso con una cinta blanca, mientras en la lejanía los colores malvas, se fundían con el azul celeste. 



Castlemaine-Ardcanaght el el nombre de nuestro camino .



Por Castlemaine- Boolteens West, se establece un diálogo entre el chasis, el sistema de amortiguación del autobús con la carretera, para poderse ir adaptando a la irregularidad de la calzada que terminaría con un golpe en seco que nos puso los pelos como escarpias.



El mar se nos va quedando a nuestra izquierda, y en la costa comienzan a aparecer unos objetos oscuros que no sabemos realmente lo que son, si rocas, algas, Anascaul- Killeenagh es el terreno y la sintomatología de la carretera no ha cambiado lo más mínimo .



Nos vamos acercando a Dingle es un puerto costero amurallado rodeado de colinas prácticamente por todos lados, tiene una bahía que le sirve de puerto natural, tuvo relaciones comerciales con España, hasta la llegada del terrible Oliverio Cronmwell, siniestro personaje inglés, que hizo de las suyas como con toda Irlanda. 

                                                   Dingle

 Los estudiantes de Dublín suelen venir a esta zona a practicar el gaélico, el idioma propio de Irlanda.





Por esta  carretera, la que estamos recorriendo la península, se desplaza una gran cantidad de turismos, autocares, caravanas, autocarabanas, la titulan “La Ruta del Salvaje Atlántico”, aunque no hay ninguna ley escrita sin embargo,  el recorrido hay que realizarlo según el sentido de las agujas del reloj, ya que la carretera es bastante estrecha, igual que mañana en el Anillo de Kerry, hay que hacerlo en el sentido contrario, para evitar encontrarse con otro vehículo de algún extranjero despistado y ahí "no quisiéramos  ver las habilidades y el divertimento de nuestro Atanás".  

                                                     Península de Dingle

 Estamos el territorio de Anascaul-Farrannacarriga, seguimos ascendiendo y enroscándonos la carretera a nuestro cuerpo como si fuera la faja, que cualquier costalero se amarrase a su cuerpo, en los días de Semana Santa. 



La carretera habla, tiene su leguaje propio y me da la impresión que algunos hacen oídos sordos a esos sesenta kilómetros que nos dice, es a la velocidad que tenemos que marchar.





Pasamos por Dingle-Farranisteenig, el verde se mezcla con el azul del agua, mientras atravesamos la calle principal con sus casitas de colores, su famoso delfín, el puerto con sus barquitos de vela en todo lo alto como si fueran de papel para poder jugar con ellos, mientras el agua con un color azul intenso, que hace tiempo no disfrutaba, hoy lo hace porque el Sol se lo permite, realiza rizos con la tierra introduciéndose en estriados salientes y entrantes como si tierra y mar se divirtieran  en un mete y saca.  

                                         Hay un mete saca entre la tierra y el agua

Mar, cielo, agua, casitas que parecen de cartón con tejados negros recién terminadas en un trabajo de manualidades de una clase de plástica, en la Enseñanza Primaria.


Seguimos caminando, por Milltown (ed Glin), lo mismo contemplamos el mar como de pronto dejamos de verlo, porque esto es como el perfil del rostro de una persona, podemos estar en la nariz y pasar al interior de la boca o salir para bordear la barbilla.
Larson nos habla de restos arqueológicos, de cabañas de piedra las llamadas colmenas donde se refugiaban los pastores para liberarse las inclemencias del tiempo, así como de construcciones subterráneas. 

                                                 "Una colmena"

 La derrota de la Santa María de la Rosa y la San Juan, dos naves de la Armada Invencible, producto de las pésimas relaciones entre La Reina Isabel 1ª de Inglatera que con motivo de la reforma protestante quiso doblegar a los católicos irlandeses, que encontraron un aliado en Felipe II, año 1588.

                                            La Armada Invencible

En tiempos más recientes, el reparto y el equipo de Star Wars visitaron la ciudad para rodar algunas escenas de Los últimos Jedi, colocando en la escena internacional a Dingle, uno de los lugares de esta épica costa que se eligió como localización alternativa para el sitio declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Las emblemáticas cabañas de piedra seca del siglo VI de Skellig Michael se recrearon al detalle para el esplendor cinematográfico en Sybil Head, cerca de Dingle. 



La carretera culebra agarrada milagrosamente a la severa roca de la montaña, se debatía manteniéndose en equilibrio, e intentando no precipitarse en las aguas del océano porque había sido clavada a fuerza de golpe de martillo, no solo era estrecha sino que nos preparaba alguna que otra sorpresa, como la toma de una curva a la que estuvimos a punto de tragarnos la dura piedra lentamente.



Con el aire prisionero en los pulmones y la respiración contenida viendo a nuestro autobús navegando por las aguas, de un mar con las fauces plenamente abiertas, siempre esperando deglutir a los osados turistas que se desplazan por estos contornos. 



No faltaría alguna broma de Larson al intentar relajar los ánimos cuando un ¡Ajuuuuuuuuu!, se le escapa diciendo: “nos hemos equivocado  de camino hay que echar marcha atrás”, al unísono las carcajadas fueron la respuesta de todos.
Contemplando ahora el vídeo del tránsito por este alambre como los mejores trapecistas del Circo del Sol, donde el bloque de chapa, cristales, butacas y seres vivientes del interior nos deslizábamos, siento más miedo que cuando realmente lo viví, porque en aquellos momentos no era consciente de lo que realmente estaba pasando.
Un poco más relajados, por lo menos así lo intenta Larson para decirnos que vamos a hacer una paradita de fotos, en un pequeño ensanche, parada patrocinada por Galletas Angulo, las galletas que entran por la boca y salen por el….,
-¡No, hombre no sea mal pensado!
Galletas Angulo, las galletas  que entran por la boca y salen por…., dos euros el paquete.  
Estamos en Ventry- Coumeenoole.





















Las uñas de una inmensa cigala  hecha a base de roca y cuerpo cubierto de verdor, mirando continuamente al mar y sin poderse meter en él, la dejamos en ese éxtasis eterno mientras nos despedimos de este mirador .

                                       Las gigantescas uñas de una cigala terrestre

Nos dirigimos hacia el famoso oratorio, mientras surge el tema de las ovejas como productoras de lana más que de leche, ya que no se conocen quesos con renombre de Irlanda, el turismo es la fuente de ingresos más importante. 










 Tenemos el tiempo más que comprometido, esto es como un viaje contra reloj, a las una y media tenemos la comida y aquí los hoteles no respetan nada sino estamos allí a la hora comprometida, nos quedamos sin “jalar”, que diría un andaluz de pura cepa. 
Lason hace sus cálculos para que vayamos picoteando en cada uno de los lugares por donde vamos a ir pasando.



Aquí nos tienes querido amigo corriendo como locos para ver el famoso oratorio, que parece que es una cosa transcendental e indispensable en este recorrido.




Algunos se lo han tomado con más filosofía y una vez evacuadas sus necesidades,  correr les importa menos. 


Comenzamos el camino ascendente al oratorio, la vereda es amplia, algo pedregosa de chinarro, con el objeto de que no se embarre cuando llueve, que eso ocurre todos los días menos hoy que el cielo luce un añil que ni él mismo se lo cree, los rayos solares marcan  nuestros pasos y por detrás un mar inmenso se pierde en lontananza.






-Querido lector, me vas a perdonar si te he hecho subir hasta aquí, tú, igual que yo, esperábamos ver otra cosa, pero no nos desanimemos y saquémosle el mayor jugo posible a la contemplación de la escena.
-¡¡¡¡Pero qué me estás diciendo señor escritor, un círculo de piedras, y en el centro una cabaña hecha de rocas, eso sí, muy bien ordenaditas!!! 



-Sí, llevas razón, pero tranquilo, no te enardezcas, ni te cabrees, pero, y el paseíto por esa vereda, respirando aire puro de la montaña, rodeado a ambos lados de una inmensa pradera, entoldados con un firmamento límpido, sobre el que navegan unos pequeños algodones de feria, ¿no es esto maravilloso? 






Todo no va a ser ver, castillos, catedrales, vidrieras, artesonados, grandes mansiones, arte gótico, mudéjar, renacentista…., en la sobriedad también está la belleza.
-Bueno, bueno, está bien lo que tú digas.
-¿Pero has entrado dentro?  
Sí, dentro no hay nada, solo un ventanuco por donde el Sol ha dejada uno de sus rayos para que me acompañe en la meditación. 









Emprendemos nuestro camino de regreso y mirándolo bien, ha merecido la pena darse el paseo, estirar las piernas, contemplar el paisaje y escuchar el comentario de los compañeros, que para  gustos los hay de todas clases.







De nuevo al bus, camino de Dingle, contemplando praderas algunas un poco mustias, vestidas de ocre, faltas de agua y ovejas y más ovejas, nos sentimos ya casi pastores de tanto borrego como nos acompañan.  







De nuevo nuestra amiga y estrecha carretera que viendo la foto parece que ha encogido y se ha achicado.



Llegamos a Dingle y nos damos un ligero paseíto, para contemplar el acuario, el famoso delfín, las casitas de colores, la Oficina de Información y Turismo,  y de nuevo a las doce aquí para continuar la ruta. 












 La historia de Fungie, un delfín que vive en la Bahía de Dingle y que es una especie de símbolo de este lugar. Fue visto por primera vez a mediados de los 80, jugueteando con los barcos. Y desde entonces aparece regularmente para regocijo de los locales y los turistas que llegan al lugar atraídos por la fama de este simpático cetáceo.



Aunque los delfines suelen ser animales sociables y amistosos con las personas, parece que lo de Fungie era muy especial. Vamos, que solo le faltaba subir al pueblo a tomarse unas pintas con los parroquianos. Por eso, poco a poco se fue haciendo famoso, y los aldeanos no perdieron la oportunidad de sacarle algo de rédito al asunto. Por un lado están las tiendas de souvenirs, que venden Fungies de todos los tamaños y colores imaginables.


       Por otra parte están los propietarios de barquitos, que organizan excursiones marítimas para ver a Fungie que no son precisamente baratas, pero que no garantizan el avistamiento del cetáceo en cuestión. Es decir, que te sacan a dar una vuelta en chalana a cambio de una buena propina, pero si no aparece el bicho no te devuelven el dinero ni de broma.


A mí hay cosas que no me quedan muy claras, como la longevidad del delfín en cuestión. Probablemente el Fungie original ya haya pasado a mejor vida y en estos momentos esté surcando las aguas del cielo de los delfines. Pero como esta costa es lugar de paso de muchas manadas de cetáceos, y además a ver quién es el listo que distingue un delfín de otro, pues no hay problemas en decir que cualquier delfín que asoma la cabeza es el mismísimo Fungie.  


Y así se mantiene el chiringuito de hoteles y venta de recuerdos turísticos en un pueblo que de otra forma estaría sumido en el olvido.



       Otra cuestión son las presuntas buenas intenciones de los simpáticos delfines que a todo el mundo le caen tan bien. ¿Nadie se paró a pensar en qué harán con esas filas de dientes afilados? ¿No es extraño que sonrían de esa forma cada vez que ven a una persona? ¡Los delfines no son tan buenos e inocentes como nos creemos! 


El tiempo que nos habían dado no era muy amplio, el pueblo es pequeño, había que darse una vuelta y conocer sus casitas de colores, (ya explicaré en otro de los días que vienen el por qué de esa manía o costumbre, de pintar las casas de distintos colores), comercios con escaparates repletos de recuerdos, reclamos de compra para los turistas.



La tienda de los delfines, 


 Una floristería,  y algún supermercado para comprar algo que echarse a la boca.





La iglesia, con su Virgen de Lourdes y sus tres partorcillos.










La iglesia con sus vidrieras y fotografías del Papa Francisco, los parvulitos saliendo del colegio acompañado por sus profesoras.  




Contemplar las calles, con la diversidad de colores era hacerse invisible y penetrar en un cuento de fantasía.
Esta noche cuando el cansancio sea mi compañero al dormir, pasarán por mi imaginación los más bellos cuentos, vendrán duendes que harán sonar trompetas, caballos voladores, delfines encantados, todo será mágico con los colores de las calles de Dingle que llenarán la habitación.   



Pronto nos reclama de nuevo la marcha.
-¡Pero hombre!
 -¡Con lo acogedor que es este pueblo,!, ¿por qué no nos quedamos un ratito más saboreando una cerveza?
Te recuerdo que a las una y media tenemos que estar en el restaurante donde vamos a comer, el tiempo vuela y nos queda un buen rato para llegar, así que:
-¡Vamos, vamos!


Salimos de Dingle, pueblo donde abunda el marisco, y sobre todo el salmón, aunque nosotros en las comidas que nos han puesto hasta ahora no lo hemos visto. Solo recuerdo los magníficos salmones que tuve la oportunidad de comer en mi último viaje a Noruega. 



Larson nos dará una amplia lección de la vida del salmón y el  proceso de metamorfosis como ascienden del mar a los ríos luchando contra las corrientes e incluso con los grandes desniveles que tienen que salvar para venir a desovar en la cabecera de los ríos y finalmente volver al mar. El funcionamiento de las piscifactorías, también fue objeto de descifrarlo en profundidad. 


Caminamos en dirección a Killarney.

Entramos en la ciudad de Killarney, si en nuestras ciudades andaluzas suelen aparecer, antes de penetrar en la urbes, polígonos industriales, enormes naves que albergan materiales de suministro, mercados provisores de otros más pequeños del interior de la metrópoli, aquí lo que aparecen son casitas que hacen su vida individualizadas con su pequeño jardín, hasta que nos introducimos en el corazón de la localidad, van apareciendo los edificios más significativos, así como arboleda, parques, rotondas donde florecen plantas de colores y las calles con edificaciones que no sobrepasan las dos plantas.




La comida nos espera, hemos aparcado en New Street, creo que la mañana ha sido bastante agitada sin apenas un descanso, si nuestro espíritu se ha alimentado a través de la diversidad de paisajes, ahora le toca satisfacer nuestros cuerpos aunque sea a base de la “rica patata irlandesa”. 


El restaurante es bastante acogedor, con su chimenea encendida y las diversas mesas repartidas con  butacas adicionales y decoración que le da un ambiente agradable. 





Un breve descanso después de la comida, para conversar  y de nuevo camino del bus, para que nos traslade al parque Nacional de Killardey, donde nos esperan unos carruajes que nos  darán un paseo a través del bosque.











Una serie de carros tirados por caballos se divisan en la lejanía, una barra impide que los vehículos pasen más adelante,  así es que nos vamos acercando hacia el lugar donde se encuentran, son unos carros típicos del lugar, carecen de la prestancia y elegancia de los que se lucen en Córdoba, Málaga, Sevilla…., nuestras caleseras, tiradas por caballos bellamente enjaezados, lanzando las crines al aire, y con el “cacleteo” musical que dejan en el asfalto los cascos de los equinos. 





Más adelante nos esperaba el Castillo de Ros.
-¿Pero no nos íbamos a subir en los carros?
-Ahora después no seamos impacientes, cada cosa a su debido tiempo.
El Castillo de Ross, es un castillo situado a orillas del lago Leane, en el Parque Nacional de Killarney, perteneciente al condado de Kerry, Irlanda. El castillo fue el hogar del clan O'Donoghue. 






El castillo de Ross fue construido a finales de los años 1400 por el gobernante clan local de los O'Donoghue, aunque la posesión del mismo cambió de manos durante la Rebelión de Desmond de los años 1569-1583. Fue uno de los últimos castillos en rendirse a los parlamentarios partidarios de Oliver Cromwell durante las Guerras confederadas de Irlanda y sólo pudo ser tomado cuando la artillería fue transportada en embarcaciones vía el río Laune. 




Se trata de una fortaleza típica irlandesa construida durante la Edad Media. La casa-torre tenía garitas cuadradas en las esquinas opuestas diagonalmente y acabada con gruesos muros. Originalmente la torre estaba rodeada por un bawn cuadrangular defendido por torres redondas en las esquinas. 



Un niño se divertía saltando de piedra en piedra, sobre las aguas del lago mientras  unos patos, fueron motivo para descubrir el sexo de estos palmípedos.

El Sol seguía respetando el día, pero debilitado porque se iba acercando la hora de ir frenando el fuego de sus rayos,  se dejaban caer sobre las tranquilas aguas del lago dejando un reguero de luz deslumbrante.  





Existe una leyenda por la que O'Donoghue saltó o "fue arrastrado" a través de la ventana del gran salón de la parte más alta del castillo y que desapareció en las aguas del lago con su caballo, su mesa y su biblioteca. Se dice que O'Donoghue vive ahora en un gran palacio en el fondo del lago, desde donde vigila todo lo que ve. 







Durante el verano se pueden realizar paseos en barca por el lago desde el Castillo de Ross. Algunos de los botes más pequeños permiten visitar la isla de Innisfallen. El castillo se encuentra tanto en la ruta del Anillo de Kerrycomo en el Kerry Way, rutas pintorescas para realizar en coche y a pie respectivamente.







Los carruajes nos estaban esperando, el bosque  de troncos envejecidos se encontraba semidesnudo,  comenzaba a sentir el hervor de la primavera en sus carnes  en algunos de sus árboles mientras otros seguían durmiendo el sueño del invierno, nuestro caminar lento pero seguro se dirigía a recibir una nueva experiencia en el atardecer. 




 Mientras tanto el Sol jugaba al escondite escondiéndose detrás de las almenas.  






Nos habíamos colocado contemplando la llegada de los carruajes, que traían su mercancía humana, (perdón por lo de mercancía)  esperando recibir las órdenes por los conductores para que los fuéramos ocupando. 









Pronto fuimos subiendo y ocupando los asientos respectivos. 




Mientras tanto, Larson quiere dejar testimonio de lo que está viendo.




Los carruajes que no se parecen en nada a la carroza andaluza de la Feria de Jerez, una vez ocupados se pusieron en marcha, ocho personas en cada carroza, más alguno que se quiso colocar con el cochero.
El jolgorio en el interior de aquel carruaje, cuyas ventanas era todo el aire que nos rodeaba y los asientos donde reposaban nuestros cuerpos, ¡cuántos habían marcado allí su huella de infinidad de  nacionalidades!
El cochero, chapurreando el idioma conectaba con nosotros intentando poner un ambiente de placidez, lanzando un ¡ole torero!, como señal de  nuestra identificación.
El caballo angustiado de repetir una y otra vez la misma ruta, movía continuamente la cabeza al compás que le marcaban los pasos, en un sincrónico caminar que se sabía más que de memoria.


La escena de la modernidad y la fantasía se plasmaban en  dos movimientos diferentes, los cien caballos de los coches, que transitaban con el apasionamiento  de nuestros caballos de carne y hueso.  



Se sucedían las carcajadas, ante cualquier pequeño comentario, un halo gris cubría la calzada y las carrozas en movimiento ágil, guardando la distancia caminaban acompañadas por las notas que imprimían el caminar de los caballos, repiqueteando sus pezuñas como si fueran las manos de un experto músico interpretando aquello que cantaba Marisol: "corre, corre, caballito, trota por la carretera, no detengas tu carrera que lleguemos tempranito". 




El bosque corría a nuestro par y los ciervos saltaban, en ágiles movimientos queriendo imitar a nuestros  caballos, que marcaban un ritmo acompasado.
Existía sincronización perfecta entre nuestra carroza con la que se vislumbraba en la distancia, y sobre todo un cierto romanticismo a través de un bosque que parecía encantado. 




Los cantos de las carrozas que nos seguían llegaban mezclándose con nuestras conversaciones, y todo se impregnaba de un regocijo especial.






El bosque también deja espacio para que el prado ocupe su sitio y en el verdor de la hierba se recreen con sus juegos chicos y mayores. 


Hemos llegado al lugar donde partimos después de haber pasado una tarde entre castillo, laguna, bosque, carrozas, canciones, caballos, amistad y expansión que han sido un deleite del espíritu y del cuerpo.









Junto al caballo blanco que durante esta tarde me ha proporcionado los placeres de sentir el paso, el trote y el galope, le acaricio dándole las gracias, porque me ha proporcionado una tarde deliciosa, y a él quiero dedicarle estas reflexiones:
- Tú, caballo que sudaste durante tu vida, arrastrando piedras, caminando por caminos embarrados, que trillaste en la era dando vueltas y vueltas. 


Que sacaste agua del pozo haciendo girar la noria, que corriste en competiciones en los hipódromos, que portaste sobre tus lomos a grandes personajes, amaste mucho y fuiste siempre fiel a tu amo, ahora me sacas esta tarde el caballo que llevo dentro. 


He cabalgado en todo el largo trayecto de mi vida unas veces al paso, tranquilo sosegado cuando el tiempo me lo ha permitido, he trotado como un niño revoltoso, y cuando he tenido que ir al galope no he dudado lo más mínimo.


Nadie me ha sorprendido, he triunfado y a veces he perdido, pero siempre te estaré dando las gracias porque has sido mi fiel compañero que nunca me ha traicionado ni vendido. 



 Amé mucho y sigo amando porque el amor es el mejor hipódromo donde he corrido y donde sigo corriendo, con las crines del querer lanzadas al viento,  porque amar y ser amado es una carrera sin fondo.   


Comenzaba una nueva aventura para echarle el broche final a la tarde. 


Con mis tres compañeras de viaje dispuestos a patear Killarney, hasta donde pudiéramos y nos dejara, comenzamos a caminar sin un norte concreto, pero sí con ganas de sacarle el mayor producto a la tarde, nos habían programado un espectáculo músico folclórico pero se había chafado, porque en estas fechas aún no han abierto estos escenarios, pero nosotros no necesitamos que nos presenten espectáculos porque somos capaces de proporcionárnoslos.


Nos dirigimos a la iglesia más próxima que con la aguja de su torre como flecha lanzada al viento, parece clavarse en el cielo y en el trayecto de nuestro recorrido nos encontramos con dos machos cabríos de enormes cornamentas disputándose el espacio, la vida es muy dura y a veces tenemos que usar nuestras propias defensas para ocupar el espacio que nos corresponde y que no se nos sea arrebatado por nada ni por nadie. 




Una enorme reja rodea al edificio junto a un espléndido jardín.



Una amplia escalera con grandes rellanos nos conducen a la entrada principal. 


-Oiga señor narrador, usted en el día tercero nos dijo que nos tenía preparada una sorpresa para hoy, el día se va a acabando y le recuerdo que no nos vaya a dejar sin ese asombroso chasco, o ¿es que se le ha olvidado?
-No, ni mucho menos, no lo he ignorado y lo tengo muy presente, así que prepárese porque la sorpresa está al caer.
Un cartelito  a pie de escalera nos está descorriendo el telón del sobresalto con el estupor que nos espera. 


El interior de la iglesia es bastante acogedor, un magnífico retablo, con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo presidiendo, y una serie de ángeles en actitud de  adoración, talla en madera y policromía, un artesonado imitando a la quilla de una barca boca abajo. 




Unos enormes velones al pie del altar me  indicaban que algo extraño estaba ocurriendo.
Esperanza viene por el lateral de la nave, con la cara descompuesta.


-¿Qué ocurre, hay algo extraño? 
-Pepe, un ataúd.
-Bueno.
-¿Y qué?
-¿Cómo que, y qué?
-¿Con un muerto?
- Pues claro, con su muerto con barbas y todo.
-Acércate y lo compruebas.
-Me basta con verlo desde aquí. 



Amigos esta era la sorpresa, no suele ser normal entrar en una iglesia y encontrarse con un muerto.
Seguimos caminando, las cabras de larga cornamenta no paran de disputarse el
territorio



El llanto de una campana, va rasgando la luz vespertina, mientras la circulación permanece ajena a todo lo que en el interior de la iglesia está ocurriendo, el toque agudo del badajo de una campana sobre el frío bronce que le cobija, como la tibia madera del ataúd que da guarnición al gélido cadáver, son puñaladas de dolor que desgarran el cielo de arriba abajo, es el triste soniquete, la triste música, que adormece el aire de aquella tarde, el afligido sonido de la muerte, lloroso lenguaje de una campana con aquel tañido penetrante, se me clavó profundamente en el alma, mientas mis pasos se iban desligando de aquel lugar.
Estimado lector, te dejo el lenguaje puro y limpio de aquella campana que aún resuena en mi interior.


La tarde iba dejando caer el llanto del que se marcha acompañado de la frialdad de lo vivido, y no solo los sentimientos se entibian y congelan sino que los cuerpos también se afectan, y había que reponerlos con el calor de un rico café sin churros, porque eso de los tejeringos, aquí les suena a “música celestial”. 


Había que seguir recorriendo y visitando iglesias, con sus altas torres, ventanas ojivales, bellas vidrieras, pilas bautismales, para intercambiar luego con lo propio cuando uno se deja llevar por el grato acompañamiento de señoras, que son atraídas por el imán de los comercios.  












Hasta que  por fin pudimos llegar de nuevo al hotel.


Sobre la mesa del comedor un menú nos pide que elijamos. Menos mal que han tenido el detalle de poner en castellano lo que indica cada uno de los componentes de la carta.





 El festival de folclore programado para esta noche se había suprimido, pero nosotros junto con un grupo de compañeros, supimos sustituirlo por el que se nos ofrecía en el propio hotel.
En una sala acomodada para relajarse escuchando música en vivo y en directo, de un polifacético músico-cantor, de hechuras metido en carnes, pelo rubio, piel blanca de no ver mucho el sol por estos parajes, lo mismo cantaba  canciones típicas de Irlanda que  dejaba la voz grave y melodiosa de un Humphey Bogart, combinando flauta, con acordeón y piano.






 Entre una luz rojiza y unas lámparas que colgaban del techo, con luz tenue sobre nuestras cabezas, bien acomodados en largos sillones, abrigados por una decoración donde la madera jugaba un buen papel. 






Unas copas acompañadas de un brindis, conjuntarían la plena satisfacción de compartir una velada con los amigos escuchando música irlandesa que al final terminaría con un Viva a España coreado por todos los presentes, recordando a aquella que nos dejamos en la lejanía.




Un sueño placentero, después de un día ajetreado pero satisfactorio, y dispuesto a comenzar el quinto día.
¿Me quieres seguir acompañando?
         
                               José Medina Villalba.