sábado, 23 de febrero de 2019

CUANDO EL SILENCIO HABLA



                                                            El Convento del Carmen

¿Alguna vez, querido amigo y lector, has tenido la oportunidad de entrar en un convento de monjas de clausura?
Recuerdos de hace años pasan ahora por mi mente, cuando siendo un niño, un simple  monaguillo de una capilla, con aspiraciones y bulanicos en la cabeza, de esos que ruedan llevados por el viento, queriendo comerme el mundo con mis castillos flotando en el aire, volando a la velocidad que lo hacen estos intrépidos  frutos de las alamedas de la Vega granadina.

                                                       Castillos en el aire
                                                                  Vulanico

Rememoro aquellos atardeceres del mes de mayo, cuando las tardes se alargaban de tal manera porque tienen miedo a desaparecer, y se agarran con fuerza de la farola que ilumina durante el día, mientras por otra parte las tinieblas de la noche tiraban con fuerza para introducirla en el lecho del sueño del crepúsculo, cubriéndola con el manto azul del cielo bordado con estrellas y luceros.


Las tardes en Granada tienen miedo a desparecer cuando  llega la noche

Con mi caja de recortes bajo el brazo, para recoger las formas que después se consagrarán, entraba por uno de esos conventos albayzineros, hasta llegar al lugar donde se encuentra  la monja tornera para despachar, había una larga distancia y poder escuchar su voz que más que humana parecía salida de ultratumba.

                                                  Convento de Santa Isabel la Real

El silencio y la paz se respiraba nada más entrar, solamente paralizado por el ajetreo de las bandadas de pájaros que plagaban el cielo y entraban y salían continuamente de la arboleda que delimitaba el paseo en alegre algarabía, mientras intentaban encontrar la rama de sus sueños.
Era una cadencia con una armonía especial, que al mismo tiempo imprimía emoción y temeridad, unido al sonido que se dejaba sentir por el pisar de mis zapatillas sobre el empedrado deshilvanado, se iba multiplicando de tal manera que por mi cuerpo se dejaba sentir el temor de que alguien venía detrás de mí, haciéndome volver la vista hacia atrás, de vez en cuando; acompañado por el verdín que cubría los muros que encajonaban el camino, dejando en el ambiente un toque de humedad, hacía del trayecto un escenario que me aprisionaba permitiendo que mis pasos se aceleraran.

                                                       Lugar donde se encontraba el torno

Tirando de una cuerda agitada por mi mano temblorosa, el sonido de una campanilla colgada de una viga, me acercaba al  torno cerrado por un postigo de madera.
Por el interior, unos pasos misteriosos se escuchaban en la lejanía, se arrastraban por lo que yo adivinaba sería un largo corredor del convento, hasta que los pude escuchar con toda intensidad cuando llegaron al lugar donde me encontraba.

                                                    El torno del convento

 El ruido de una cadena dejaba en libertad  el postigo que nos separaba y una voz fantasmagórica deja en el espacio un: 
-¡Ave María!   
-¡Sin pecado concebida!
-Madre vengo a por las hostias de la Capilla de mi Colegio.
-Pon la caja en el torno y ahora te las traigo.
El torno comenzó a girar lentamente y pude ver como la caja desaparecía.
 Escuché de nuevo el rastreo de los zapatos, me hablaban de una anciana por el sonido del rastreo que oía.

                                               El olor de los dulces de calabaza, de los pestiños....

Un airecillo especial penetró por mi fosas nasales, el olor de los pastelillos,  de la leche frita,  de las tortas de chicharrones, los dulces de calabaza, los pestiños vestidos de blanca azúcar y el sonido de los peroles y las sartenes en los fogones.
¡Por un dulce de aquellos se me iba la cabeza!
Llegó la madre tornera.
-Chico ahí llevas las formas y unos recortes para que te los comas durante el camino de vuelta.

                                                          Los recortes de las hostias.
                                                            Hostias

Siempre añoré conocer las interioridades de un convento de clausura, saber cómo son sus corredores, sus patios, las celdas de las monjas, conocer si es verdad que a alguna se le fue la cabeza de tanto ayuno para salvar su alma.
Hoy he tenido esa oportunidad, para que se hiciera realidad el sueño que siempre quise convertir en autenticidad.


Una tarde primaveral de Sol, aunque haya sido en un respiro de este riguroso invierno, en un atardecer de fin de semana, mientras las calles de nuestra ciudad, se engrosan de gentes, nativos y extraños, para disfrutar de los placeres que proporciona el tapeo en la multitud de bares, del trasiego ensordecedor de vehículos y jolgorios de despedidas de solteros, un grupo de ALUMA, nos hemos deleitado en los placeres que aporta para el alma el encanto del silencio, la paz, el recogimiento, la luz vespertina en los patios, la riqueza en las numerosas obras de arte escultóricas y pictóricas en la clausura del Convento del Carmen. 

                                                             Lugar de encuentro

Las seis y media de la tarde, un grupo de gente se va concentrando delante de la escultura de Judá ben Saúl Ibn Tibbón, traductor judío, médico y filósofo, el abanderado que enarbolando un pergamino en la mano, es el centinela que abre las puertas del famoso barrio del Realejo.  



Es el centro de concentración desde donde partiremos para entrar en el Convento del Carmen, que se encuentra a una distancia de un tiro de piedra.
Es viernes, la tarde se va durmiendo despacio, muy despacio, porque en Granada los fines de semana comienzan en esta jornada como bálsamo suavizante para calmar los trabajos de los días anteriores, se disfruta cuando anteriormente se ha padecido. La luz de la ciudad se va deshaciendo, el sonido afilado del trajín diario se va sustituyendo por la relajación y el disfrute de la convivencia con los amigos.


Esta tarde vamos dejando atrás toda esta amalgama de cosas, para adentrarnos en otro mundo donde se cambia el fragor y el zumbido de la calle, por un lenguaje especial cuya morfología se centra en una sola palabra, silencio.  
La amplitud de la calle, y la proximidad de la Plaza de Isabel la Católica con el estrépito  de los potentes chorros borboteantes de la fuente que circunda al monumento, junto al ruido de motores de vehículos y conversaciones estruendosas que parten de los próximos bares se van quedando atrás, para penetrar en el rincón que esta tarde nos va a dar acogida.


Incluso la que pregonó y dejó plasmado un refrán que ocupaba su lugar en algunas situaciones: “estás más delicado que la Calle de la Colcha”, esa callecita  por donde apenas si cabía el tranvía y una persona al mismo tiempo, vehículo que hacía el recorrido Puerta Real-Vistillas de los Ángeles, hoy luce su bello calzado de empedrado granadino, nos va diciendo adiós.



                                                         Calle de la Colcha. (1945)

Cierta impaciencia invade al grupo por dejar atrás un mundo de problemas, agobios, perturbaciones, algarabías y estridencias, para pasar a otro, donde los antónimos de las palabras anteriormente expuestas, van a sentar cátedra, para recreo del cuerpo y del espíritu de los asistentes. 


                                                          Esperando la entrada

Cinco escalones y una cancela de hierro, van a separar el jolgorio y el ruido de la tranquilidad y el silencio. Por  un enorme portón de madera, que habla de la antigüedad de su existencia, y a través de una angosta puertecita penetramos en el interior. 

                                                       Entrando al convento

Rafael Villanueva Camacho, nuestro guía, experto conocedor, como ratón de biblioteca ha sabido desentrañar los secretos, leyendas y misterios de toda la historia y arte de nuestra ciudad, nos da la bienvenida y a modo de preludio nos informa de todo lo que vamos a ver, observar y disfrutar esta tarde-noche.

                                           Rafael Villanueva Camacho el guía.

Visitar un convento en determinados momentos del día cambia totalmente el escenario, no es lo mismo bajo la fuerza lumínica del día, que entrar a estas horas donde la luz de los patios, el silencio, la tranquilidad cambian por completo el escenario, que tomará forma y color según el disfrute del alma de cada persona. 

                                                      Patio del convento

Entramos en un convento que fue el tercero que se fundó en Granada, después de Santa Isabel la Real y las Comendadoras de Santiago, comenzó con tres mujeres llegaron como beatas, van a tener una vida religiosa pero sin votos, acogiéndose  a las reglas del Carmen, encuentran el apoyo de un recaudador de impuestos llamado Juan de la Torre, que cometió un grave fallo en su profesión que puso en riesgo su vida, meter la mano donde no debía, reflexiona y se da cuenta que ha puesto en peligro su alma y su vida, se pone en contacto con estas mujeres con una vida ejemplar,  para que recen por él a ver si de esta forma se puede salvar, y les presta todo el apoyo dándoles su casa, se encerró igual que hace el gusano de seda, se confinó y murió aquí.

                                                Juan de la Torre, recaudador de impuestos

Empezó a funcionar como tal convento cuando llega la madre San Sebastián con monjas ya profesas. Éste es un convento que nunca tuvo huerto como otros, sin embargo posee un rico patrimonio artístico, con un compendio de pinturas, esculturas y elementos arquitectónicos, en especial una enorme colección de Niños Jesús, que constituyen una enorme “guardería”, formada por ciento un niños. 


                                                    Niños del convento

La visita al convento nos va a permitir no solo entrar en los sitios que normalmente están disponibles, sino  incluso  lugares a los que excepcionalmente vamos a poder acceder, como son el cementerio, el refectorio antiguo y la sala de las doñas.

                                          Traje en la Sala de las Doñas, confeccionado por ellas

Entrar en el primer patio, es ocupar un lugar donde la luminosidad se convierte en el primer elemento que le va a dar vida a todo lo que allí se encuentra.
El cuerpo en principio no comprende el desafío que se presenta, la luz penetra e invade en perfecta armonía el lugar,  el alma tarda en admitir este reto a la vista.

                                   Patio del convento. El suelo es un espejo donde se miran las columnas

Todo reluce y brilla con tal esplendor como si se hubiera terminado de realizar, y la pátina del paso de los siglos solo ha influido para hacer que resalte con más esplendor.
 La luz se introduce por el mármol de las columnas y de los suelos, con tal suavidad que parecen caricias que se dejan sentir en los que las admiramos, realza el blancor de las paredes, todo es pura brillantez donde se peinan y bañan como si fuesen espejos, las vigas que sustentan los corredores parecen recién barnizadas, las cuadros cobran vida, las urnas acristaladas donde los niños sonríen sin inmutarse resplandecen. Una admiración interior de los que observamos se manifiesta en el rostro de cada uno de los que contemplamos en tan poco espacio tanta luminosidad diáfana.


                                                         Admiración en los rostros

Todo es silencio y armonía, la paz que existe invade nuestros cuerpos y hasta el guía reprime sus palabras, porque a él mismo le emocionan estos instantes y quiere transmitírselo a los que extasiados nos deleitamos en la estancia, solo se escucha la calma sigilosa  que en esos momentos habla, y el patio se desgrana en esa quietud misteriosa.


La riqueza que existe en este espacio se  ve que por el tipo de maderas, de las columnas, y demás elementos que lo conforman corresponde a alguien de una economía potente que los hizo realidad.
El estilo mudéjar está presente  en las zapatas, en las balaustradas, columnas corintias, los techos castellanos y las vigas con un nombre original, nos produce cierto gracejo, porque se llaman Papo. 


Aparecen en escenas las doñas, señoras de posición acomodada que se vinieron a vivir al convento con su servidumbre, tenían sus celdas respectivas pero esto creó graves problemas porque se convirtieron en pequeñas repúblicas, que estuvieron a punto de hacer fracasar el convento. 




                                                        Patio del Convento del Carmen

La mirada se dirige al primer cuadro, todo comienza en Ella, en María. Los rostros se vuelven hacia el lienzo que se le atribuye a Francisco Pacheco y pronto se describen todos los elementos que figuran del Apocalipsis: la fuente, el espejo, los lirios, la torre, el pozo, elementos que vienen en el Cantar de los Cantares, así como la fecundación de Dios en María a través del Espíritu Santo. 




Entramos en las vitrinas acristaladas de los Niños Jesús, curiosamente aparece el primero desnudo, cosa que no les hacía mucha gracia a las monjas, mostrar al Niño Dios en esas condiciones, por eso aparece vuelto de lado.


Niño Jesús desnudo

Las sensaciones emocionales siguen impresionando conforme se avanza, hay en el aire un sabor especial, "un no sé qué", te manifiesta que estás en un lugar único, en el que desde el momento que se entra, te va impregnando de tal manera que te embelesa, te llena, te hace sentir sensaciones especiales, que nunca tuviste. 



¿Será quizás este el duende fantasmagórico de las que un día entraron para quedarse encintas del amor que se respira, del que no se pudieron desprender quedando enganchadas, engendrando una gestación para toda una vida?



Las escenas se suceden como un film  de policromía variada, que va cambiando constantemente.
Las gotas cristalinas y transparentes se habían depositado convertidas en urnas acristaladas con brillantes en sus entrañas, y el aire de la noche se mantenía quieto dentro del espacio, uniéndose a los visitantes. Mi estado de ánimo se complacía contemplándolas y mi mirada las acariciaba.


                                                        Gotas cristalinas con brillantes en sus entrañas

Santa Ana, como madre, cumple con todos sus deberes educacionales y uno de ellos es enseñar a leer a María.



La Encarnación como advocación de la Iglesia se manifiesta en este cuadro de Bocanegra, estuvo presidiendo el altar mayor, de una María que lo mismo puede estar leyendo, o tejiendo cuando se le aparece el Ángel.  Padre, Hijo y Espíritu Santo presentes, para que se realice el Misterio de la Encarnación, llevando la misiva a través del mensajero,  las azucenas representado la pureza de María, en un momento de ortodoxia absoluta.






La noche avanzaba con un cielo cubierto de estrellas, era la luz que se colaba por las rendijas del torno del convento, blanqueando las paredes del patio, a través de un pincel cubierto de silencios y añoranzas.
Los cuadros se unen a las urnas de los Niños, construyendo una guirnalda selecta. 



Rafael Villanueva,  ante este cuadro de la Virgen hace preguntas para evaluar con nota alta, al que se atreva a responder.
 - ¿Quién ve a Cristo aquí? 


                                                              ¿Quién ve a Cristo aquí?

Silencio absoluto, nadie quiere precipitarse, aunque surge el murmullo soterrado sin que se manifieste nada en concreto.
Las flores rojas son señal de pasión, el libro la Palabra, “El Verbo se hizo Carne”, el libro junto con las flores nos habla de Cristo. La Virgen del Carmen sostiene toda la simbología  del cuadro, con el escudo carmelitano, con San Elías y San Eliseo comenzó la historia del Carmelo.



Ante el cuadro atribuido a Sánchez Cotán,  la luz toma máximo esplendor en la Virgen y el Niño, San José queda más relegado.


                                                      Esplendor de la Virgen y el Niño

A nadie se le ha ocurrido preguntar ¿por qué tantos Niños en un convento?
Cada monja o aspirante viene al convento con un Niño, Cristo representa lo que ella debe ser amor, tolerancia, justicia, debe ser el espejo donde se tiene que mirar, solo durante su periodo de formación después ya no. Pera a una niña  de entrada no le puedes enseñar un Cristo con una Cruz, porque se llenaría de pavor y se marcharía, aunque al final de todos los Niños, nos encontramos con aquel que representa la jerarquía un niño vestido con elementos que representa la jerarquía la autoridad.



Desde mi punto de vista, creo que para muchos de los que hayan tenido la paciendo de llegar hasta aquí leyendo, tomar como “cebo” para introducir a una niña, en un noviciado con doce años, en la  edad  que lo que hace  es jugar con muñecas, ponerle como golosina y atractivo a Jesús  Niño, no me parece lo más sensato y racional. 



En los rostros de algunos se observa el grato sabor de la estancia, pero la indiferencia noctámbula de las miradas parpadeantes y fragantes como una llovizna tormentosa, ante la incredulidad de los hechos, mientras los astros se escondían temerosos en muda apatía, como ojos parpadeantes y bien despejados. 

El centro del patio, encima de la fuente, lo ocupa una Virgen del Carmen, mirando a la puerta de entrada para bendecir a todos los que penetran en este recinto.





Seguimos con nuestra mirada deslizada por el entorno, contemplando y observando una guardería de niños donde ha entrado últimamente el que ocupa el lugar ciento uno y junto a él uno maravilloso de Risueño, lleva los elementos de la Pasión, la encarnación de la cara es sensacional, los ojos son de cristal, ha rotado ya por varias exposiciones, y otro al que las monjas cuidan con especial atención. 





 Santa Teresa se encuentra junto a un niño, al que halló un día en las escaleras del convento y entre ambos se estableció la siguiente conversación.
-¿Tú quién eres? Soy Teresa de Jesús.
-¿Y tú? Le preguntó el Niño.
-Yo soy Jesús de Teresa.  



Tenemos incluso un Niño al que le llaman el alemán y un cuadro con Santa Ana y la Virgen).





Dejamos la guardería con sus ciento un Niño, estupendamente cuidados por las monjas del convento de la Encarnación y pasamos a la Sala del Tesoro.





La Sala reluce con fulgor, brilla el oro y la plata por doquier, las “Doñas” ricas señoras adineradas, dejaron joyas de gran valor en el convento. 



La corona que descansa sobre la cabeza de la Virgen tuvo que ser achicada por dos veces, porque le produjo daños en el cuello.
Un humo oloroso, producto del incienso que se quema en las ascuas que relucen en el botafumeiro, sube al cielo en el altar de mi infancia, cuando de monaguillo, preparaba en la parte trasera del altar el incienso tomado de la naveta para echarlo en el turíbulo y entregándoselo  al sacerdote para que perfumara el soberano pan echo de trigo entre lirios violáceos de los campos sedientos, convertirlo en cordero en un sacrifico incruento, para postrarse con litúrgica reverencia ante el Santísimo Sacramento. 


                                                             La Custodia del ayuno

La Custodia del ayuno, así se le llama, a ésta que tienes delante.  Se cuenta que había una monja que por el interior de sus pensamientos rondaba el poder dar al Todopoderoso el lugar más digno para prestarle reverencia, hizo la siguiente propuesta a la madre abadesa, dejar de comer una de las comidas al día e ir guardando la compensación que suponía ese ahorro, al cabo de unos años, con el ahorro de ese ayuno se pudieron adquirir siete kilos de plata con los que se construyó esta magnífica custodia.



En las caras se va reflejando la admiración que se siente ante tanto tesoro encerrado en un lugar que, desde el exterior no se adivina el contenido que existe dentro de este cenobio.



Todo lo que estamos contemplado es bello, el arte lo podríamos comparar con un enorme ruedo, al que llamaríamos el ruedo de la facultad de hacer milagros, donde el artista pone ante nuestros ojos lo que él percibe en otras dimensiones, el genio pule aristas e intenta ponerlas al alcance de los ojos frágiles de los que las observamos; es como un arco de oro entre la belleza y la fragilidad humana, porque la belleza reside solamente en el corazón del que la contempla. No todos vemos la misma belleza cuando contemplamos algo hermoso. 
Ante alguna pregunta capciosa sobre el noble varón de San José hay una pincelada de humor, sobre por qué a una joven doncella se le buscó un varón de cierta edad, era evidente porque estaba previsto para ella un hombre atemperado, es decir sin temperatura. 



Hemos pasado a la Sala llamada de la Virgen, donde pudimos contemplar una serie de imágenes y la trayectoria que siguieron para llegar al convento y el personal que influyó e hizo posible este traslado,  como lo fue el Padre Moratalla. 


                                                 Convento del Carmen, actual Ayuntamiento

Algunas de estas piezas vinieron del Convento del Carmen el actual Ayuntamiento cuando la desamortización. Hay un cuadro de Bocanegra relacionado con los desposorios de la Virgen donde se ve como ocurría en los años sesenta en las iglesias,  los hombres a la izquierda en la zona del Evangelio y las mujeres a la derecha en el lugar de la Epístola.
Otras imágenes son, Santa Ana y la Virgen leyendo, y Santa María Magdalena, y un cuadro de Bocanegra, donde se ve la bajada al Limbo, con personajes del Antiguo Testamento, David, y Abel y al otro lado La Magdalena y el Buen Ladrón, Cristo en medio representando la unión del Antiguo con el Nuevo Testamento. 











Cuantas veces nos ponemos a pensar en la belleza, el concepto de su significado, y el por qué no todos al contemplar una obra tenemos el mismo nivel e intensidad sobre la  belleza de lo que contemplamos.
Tenemos que acostumbrar primero al alma a ver las cosas bellas de las  ocupaciones, luego las bellas obras, no las que ejecutan las artes sino las que realizan los hombres de bien, mira en el interior de tu alma y si aún no vez la belleza en ti, has como el escultor, lima, limpia defectos y asperezas hasta que la templanza y la serenidad brille en ti, entonces comenzarás a ver la belleza de las obras de arte. 


                                                                        Plotino

Entramos en la iglesia, lugar que en transcurso del tiempo se ha ido ampliando, con las aportaciones del Caballero Mayor don Diego de Eloaisa, que agregó la Capilla Mayor.
Aparecen los nombres de Juan de Aragón realizador del retablo de estilo barroco que desapareció, solamente sabemos de él a través de un dibujo que se hizo, y conceptos como el de estípite referente a un tipo de columna. 


                                                                 Antiguo retablo
                                                            El Altar Mayor de la iglesia

Todo lo relacionado con la decoración del Altar Mayor  ha cambiado a través de los tiempos, aparecen nuevas pinturas y elementos escultóricos  que se van  agregando, con la intervención de M. González Mesa en 1945.





La figura de San Elías,  tiene su relevancia en relación con los falsos adoradores del Dios Baal  que había  en Haifa, Israel. En esta región no llovía desde hacía años, a través de un duelo, San Elías consiguió que lloviera, lo que no fueron capaces los falsos seguidores del Dios Baal.







Esculturas de Pedro de Mena y Sor María Magdalena de Padua, una monja que tuvo una crisis como consecuencia de una enfermedad muy potente. Recibe los votos casi a punto de morir, no falleció y emprendió una vida de dolor y  de pasión, cada vez que entraba en éxtasis no dejaba de hacer sus ocupaciones, pero sus manifestaciones fueron escritas, la talla de esta monja la hizo Alonso de Mena padre del escultor Pedro de Mena.


                                                          Sor María Magdalena de Padua

No faltarían las alusiones a San José, al que la iglesia quiso poner de moda, pero no como una persona mayor, de esta manera no habría encajado, entonces lo que hizo fue  ponerlo guapo, atlético, fabuloso, el mejor ejemplo el San José de la Iglesia de San José de Torcuato Ruiz del Peral, una persona con buena complexión, un tiarrón que mira al Niño, pero que el Niño no lo mira a él.  Porta la vara de azucenas la flor que va con la pureza de María.



El Cristo de Alonso de Mena bastante deteriorado, llegó inesperadamente al convento. A altas horas de la noche llamaron a la puerta, las monjas asustadas bajaron a abrir y se encontraron a dos hombres con el Cristo, pidieron que si podían dejarlo y vendrían a recogerlo a la mañana siguiente; las monjas lo colocaron en una cama de cojines y cuando se marchaban para ir a acostarse el Cristo habló: “con vosotras me vengo”. No vinieron a recogerlo, y aquí se quedó.





Ante tantas imágenes y  tallas, llegado el momento de estar delante de un Cristo quién no se ha puesto a reflexionar, sobre ese personaje  maltrecho, después de ser azotado y vilipendiado, se me viene a la mente los primeros versos  al Cristo de Velázquez de Miguel de Unamuno.
¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche?
de tu abundosa cabellera negra
de Nazareno cae sobre tu frente?
Referencias a la Virgen las Angustias, y la devoción que la Reina Isabel la Católica le tenía.





El escultor Navas Parejo nos deja una imagen de la Virgen del Carmen y a ambos lados Santa María Magdalena con todos los elementos de la Pasión y San Simón, el cuadro de San Elías cuando hizo que cayera agua del cielo, y una referencia a las columnas bajas del barroco como elemento fundamental, para mejor poder azotar al reo. La venerable madre Juana Úrsula de San José,  también entraba en éxtasis, después de muchas horas después de muerta, no adquirió el rictus mortis, en un brazo. 
                                                                       San Simón
                                                                 Virgen del Carmen
                                                                  María Magdalena
                                                                 San Elías

El silencio se hace más intenso en el cementerio, La Virgen del Carmen sacando a las ánimas del Purgatorio, y una serie de taquillas para dar cobijo a cenizas.




El grupo se mueve entre patios, por donde llueve la  luz, salas donde los Niños te hablan con susurros de nanas perdidas, habitaciones acogedoras por donde el tiempo enclaustrado, a pesar de los siglos se mantiene estático, iglesia donde una enorme ventana enrejada formada por  cuadritos de hierro, por donde respiran cuatro monjas que  a hurtadillas nos contemplan, semblantes de asombro, sonidos  pausados de pies que se deslizan sin apenas dejar huella,  todo lo envuelve un misterio, el exclusivo misterio que solo se puede encontrar dentro de este lugar, de este  convento. 







Hay algo que grita a voces, algo que carece de palabras, se percibe por todas partes y es el rey de la estancia, una sola palabra deambula por el aire, SILENCIO. 



A pesar de tanto ajetreo de querer llevarnos dentro de nosotros, en esta velada enlatado en nuestras cámaras, pinturas, esculturas, luz, historia y leyendas, hay algo que quedará para siempre dentro de estos muros, la paz y el silencio que tanto añoramos en el mundo de fuera. Esta quietud que se palpa en soplos íntimos y puros con gran alborozo, es el alimento que enriquece el alma. 

En el  Cuarto de las Doñas se aspira el olor que se derrama por las paredes con  las pinturas, realizadas por alguna de estas señoras, en las que corría sangre caliente de pintoras, o con el vestido del maniquí realizado con maestría a través de las manos ágiles que pedaleaban sobre una maquina Singer, bordaban, cortaban, y las sirvientas cosían. Mujeres, solteras, viudas, tenían refertorio propio, salas propias, pero con un denominador común que todas ellas poseían buenas fortunas.  




                                                       Pinturas realizadas por las doñas

Ha llegado el momento de despedirnos  de este lugar cuya madre abadesa es el silencio, no podía ser otra, la abanderada que invade estas estancias donde los siglos sueñan soportando la carga del paso del tiempo.
 Mientras camino por las estancias, corredores, patios en absoluto sosiego, por mi mente vagan los grandes silencios, porque cuando amamos mucho solo el silencio nos puede invadir con la dicha que sentimos, no todos los silencios son lo mismo.


 El del viento que pasa, nos acaricia y se marcha sin dejar rastro.



 El silencio de un Cristo muerto sobre un madero, en las tinieblas de la noche de un Jueves Santo, desfilando por la Carrera del Darro, ante un multitud que permanece con el aliento cortado. 


                                                El silencio en los oídos.  Ludwig van Beethoven

El que hay detrás de unos ojos que no ven o los oídos a los que los sonidos no llegan.



El silencio que quedará cuando desaparezca el Universo.


El silencio durante el tiempo que estuvimos en la gestación en el seno de nuestra madre.


 El del anciano harapiento y abandonado medio escondido en la calleja, esperando las migajas que depositan los que pasan.



 El  de la muerte que arrasa sigilosamente.



El silencio cuando queremos gritar y el grito se ahoga en la garganta, desembocamos al silencio en donde los silencios enmudecen.



Dios mío, que tristes y solos se quedan los que allí yacen en los cementerios, escoltados solo por el silencio eterno que les acompaña.
Todo se fue quedando atrás, salí por el portón por donde hacía dos horas  había entrado, un ruido ensordecedor me invadió, el de la calle en una noche de viernes, cuando el gentío desahoga sus inquietudes con una copa de vino en la mano y la charla amigable como tapa.


                                                    Un brindis fuera del silencio con las amigas

 Me despertaba de un sueño donde el silencio, la tranquilidad, la reflexión y la paz, junto con una grata compañía que durante todo el recorrido había estado en completo silencio, me hicieron volver a la realidad.



                                                   José Medina Villalba.

                                                         REPORTAJE FOTOGRÁFICO












































                                                                        José Medina Villalba.