domingo, 24 de marzo de 2019

¡TODO ES POSIBLE EN GRANADA!



Aquella mañana del mes de marzo, cuando aún el invierno no se había marchado, pero no sé si porque se encontraba viejo, decrépito y cansado, hacía ya días que había metido la cabeza bajo el ala, y sin querer saber nada se  había difuminado dejando  paso a la primavera.
El gigantesco termómetro de Puerta Real guiñando continuamente, nos dice la hora y  temperatura, me comunica que me vaya quitando el chaquetón porque los veinticinco grados que marca a las once de la mañana ya son suficientes para irse desmelando de ropa.

                                                  Iglesia de San Antón

Mis intensiones esa mañana dominguera era darme un paseo sin mayores pretensiones, pero cuando menos te los esperas salta la liebre, o dicho de otra manera, te ves sorprendido con algo novedoso en medio de la calle y frente a una iglesia muy céntrica; cuando sus campanas hablan la ciudad enmudece, cuando una calle en tiempos pasados era una angosta callejuela donde podías escuchar las voces que pregonaban, como reclamo para saciar el apetito: “Medio de caoba”, “sopón medio” “uno de alcachofas con mahonesa”, el famoso Bar Aliatar.¡Cuántos recuerdos de una juventud, que nunca volverá!

                                      La Calle Recogidas de los años cuarenta del siglo XX.

Allí, los domingos por la tarde, después de haber visto un película en cinemascope, en el  Cine Aliatar, “Los Caballeros del Rey Arturo”, "El Prícipe Valiente", o "Ben-Hur", junto a la pandilla de amigos nos tomábamos nuestro medio bocata con un “follasa de Calicasa”.

Cine Aliatar 

-Oiga, que mal suena esa palabreja.
-No se extraje, querido lector, porque “Graná, es la tierra de la malafollá”.
- Siga, siga, escribiendo y déjese de ese vocabulario.
-Pues si ese es su gusto continuo.

                                      Las Arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca 
                        Mariana Pineda saliendo del Beaterio de Santa María Egipciaca, camino del cadalso. 

 Esta calleja, era como el esófago de todo ser humano, comenzaba en la Plaza de San Antón y se unía al inmenso estómago de la Vega de Granada a la altura del Palacio de los Patos, allí se encontraban las Arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca, para recoger a mujeres de vida descarriada, todo esto desapareció cuando aquella estrecha  calle llegó a la mayoría de edad y se convirtió en la que es hoy la Calle de Recogidas.


Una inmensa barrera protectora de color amarillo, a modo de una gran barrera me avisaba de que le estaba prohibido el paso a cualquier clase de vehículo, no así a los que quisieran contemplar el cambio que había experimentado esta calle, y lo que en este domingo, día diez de marzo del 2019, se estaba realizando.
Así es que, me aventuré a ver qué es lo que había ocurrido, una inmensa hilera de tiendas de campaña todas vestidas de blanco a modo de las jaimas que utilizan los nómadas árabes en el desierto, perfectamente alineadas estaban colocadas en el lateral derecho, mientras un numeroso público se complacía contemplando lo que allí se exhibía. Lo cierto es que ni aquello era el desierto, ni los tenderetes eran jaimas, ni los que paseaban eran bereberes del desierto. 


                                             Calle de Recogidas

Había toda clase de objetos con una gran vistosidad de colorido, era el reclamo, la liria que se pone a los espartos para cazar pajarillos, y en este caso los puestos eran la atracción que llamaban la atención y los colibrí los paseantes.  




                                            Los tenderetes colocados a lo largo de la calle

Incluso, para aquel que estuviera dispuesto a adoptar un bebé de carne y hueso, allí lo podía adquirir, con la completa garantía y seguridad, que no le haría pasar malas noches con sus llanteras, ni tenerle que dar cada tres horas el biberón, ni cambiarle pañales de ninguna clase, ¡vamos un verdadero regalo!




Los mercadillos vienen funcionando desde “in illo témpore”, sobre todo en las plazas de los pueblos, en las barriadas de las ciudades, y desde hace algún tiempo en pleno centro de las ciudades.
Un mercadillo embelesa, relaja, se va simplemente a ver, incluso con ánimo de comprar pero al final con tanta información tienes que terminar por no comprar nada. -Pero, ¡y lo bien que te lo pasas!, para algunos es un paseo de relajación.


Hasta el mismo sol con el que se cubre esta mañana la calle, se acerca para dar más luz y brillantes a los tenderetes de este zoco improvisado. Son una verdadera fiesta los mercadillos, allí se dan cita toda clase de gentes, desde los más sencillos y humildes hasta los más encopetados, señoriales y aristócratas, hay que disfrutar de la diversidad de cultura que se expende y hasta de la sonrisa del vendedor que gratuitamente te ofrece.



De pronto, sin esperarlo, me encuentro a unos personajes de la Edad Media blandiendo sables, suena el fuerte metal del acero, las espadas en alto enarbolando como si fueran banderas al viento.
-¿Estaré soñando? Me pregunto.
 ¿Habremos vuelto al siglo XVI?  


-Pero si ya no hay duelos, ni lances de honor, ni cuando vas por las calles solitarias  en las noches tenebrosas de invierno, no se escucha aquel grito, que te hacía aligerar el paso de,
-¡agua va! Que no era otra cosa, que la advertencia para  que aligerases el paso porque la micción concentrada en un bacín, podía mojar tu rostro. 

                                                   ¡Agua va!
Mis pensamientos divagaron por momentos sin saber de qué se  trataba, a lo mejor será la representación de alguna comedia de capa y espada de Lope de Vega o de Cervantes, pronto salí de dudas cuando tuve la posibilidad de hablar con alguno de los que participaban en este escenario.


Se trataba de una exhibición del grupo de “Sala de Armas de Granada” que tiene su residencia en el Camino de Ronda 137,  donde se enseña y practica el arte de la esgrima. 


Ya pasaron aquellos tiempos cuando era usual que los hombres se retaran porque uno de los congéneres le había mancillado su honra poniendo en riesgo su honor. 

                                                    Un lance de honor

Perfectamente ataviados con todos los elementos tanto en el vestir como en las armas se encontraban allí presentes.
La mañana había llegado a su punto álgido, las doce del mediodía, Recogidas era un hormiguero de gentes que invadían la calzada disfrutando de todo lo que se exhibía. 


El Sol devoraba esta mañana el pavimento y se llevaba el crujir de los sables, haciéndoles brillar como si fueran espejos donde se podían ver las caras reflejadas en el filo de las espadas. 


Camisa con coderas, chaleco de cuero, guantes protectores cubriendo medio antebrazo, polainas largas y escafandra en la cabeza, es el vestuario que se utiliza en este deporte que ya dejó de ser la práctica en los duelos. 

                                             Vestimenta de un espadachín
    
 Como deporte, se postula en España que se habría originado en ese país con la espada ropera, arma que forma parte del vestuario o indumento caballeresco, aunque el uso de las armas modernas de esgrima surge a finales del renacimiento simultáneamente en toda Europa. 



Intrigado por el espectáculo que estaba viendo, me puse en primera fila deseoso de captar todo lo que allí se estaba cociendo, e incluso cambiar alguna impresión con alguno de los miembros que forman parte de este gremio. 



Pronto se vieron satisfechos cuando tuve la oportunidad de entablar conversación con alguno de los maestros. 




Contemplando y escuchando el blandir de los aceros, viendo como los sables tocan el pecho de los contendientes, ¿quién no es capaz de revivir dentro de su alma una de las esgrimas mayores a la que a veces nos vemos imbuidos los humanos?  








No hay mejor escenario que el de la esgrima  del amor, cuando alzamos el estoque y clavamos nuestras pasiones y anhelos reviviendo los delirios, cuando la estocada abre veredas de lucha interna por el cuerpo de los enamorados, cuando en la primavera estando los campos en flor, los enamorados van a servir al amor, cuando flotamos en una nube y buscamos continuamente al ser querido, cuando mariposas bullen continuamente en nuestro pecho, cuando en el combate del enamoramiento uno de los contrincantes clava el dardo del olvido y el frío del querer se va congelando, dejando malherido al que siempre fue su amor. Cuando….. 


                                                     La esgrima del amor

La Calle Recogidas se alargaba en una perspectiva en la que los edificios parecían quererse alejar, evitando que alguno de aquellos sables, no de juguete sino reales les impactaran, mientras otros personajes deseosos de saciarse, situados en primera fila se recreaban en el espectáculo.


 Un público ávido de emociones, entre la chiquillería, adultos con nieve en las cabezas recordábamos  películas de capa y espada, con una estructura narrativa similar a las películas musicales con escenas de canto y de baile.
 Athos, Porthos y Aramis son tres prodigiosos espadachines que pertenecen al cuerpo de mosqueteros del rey Luis XIII de Francia.  A París llega un joven y valeroso gascón que ingresa en la guardia del Rey para hacerse mosquetero, D‘Artagnan. Los Tres Mosqueteros tendrán que hacer frente a una maquiavélica conspiración urdida por el cardenal Richelieu para derrocar al rey. 


      Las escenas, se desarrollan con una belleza especial en grandes salones, bajo la iluminación de enormes arañas de cristal iluminando las escenas,  hacían resplandecer los vestidos regios que portaban las señoras, entre conversaciones palaciegas y valses, se veían remplazados  por los duelos de espadas cuando aparecían “Los Cuatro Mosqueteros”.


      Eran momentos durante los que el sonido de las espadas dejaban en silencio los timbres musicales, y la respiración entrecortada de los espectadores, sustituidos por el golpeteo de las espadas y los ágiles movimientos de los contendientes. 



      Subiendo las regias escaleras de aquellos salones, mientras uno de ellos tiene que defenderse de los embates de sus enemigos, a veces tres contra uno, caminando hacia atrás, por unas escaleras de reluciente mármol, y en un instante saltar sobre la balaustrada del primer piso para aferrarse a una de las lámparas y a modo de liana dejarse caer en plancha sobre otro de los enemigos partidarios del Cardenal Richelieu que lo había puesto en aprietos.  



     El aplauso rotundo de los espectadores, se dejaba sentir como un enorme torrente mientras la audiencia menos pudiente le hacía saltar chispas al tablao del gallinero. 

      Esta mañana la Calle Recogidas había estirado su cuerpo plagado con una decoración enorme que la cubría por entero, hasta el lujoso Hotel Palacio de los Patos se sentía complacido al ver como la calle que da acceso a sus dependencias, estaba lleno de gentes que se divertían entre puestecitos de ventas de toda clase de baratijas y productos, y de un escenario que hasta las misma habitaciones donde se encontraban los hospedados, llegaban los sonidos del acero. 

                                             Hotel Palacio de los Patos

Más, había también un batir de espadas con sonidos misteriosos y mortecinos  de luces y sombras  que  tenían su combate entre el asfalto  y las fachadas, mítica tragedia de espadas silenciosas.
También en la vida la carne humana tiene una lucha continua de espadas, un blandir interior, en el escenario diario de nuestro caminar, una lucha sin capa ni espada, entre la búsqueda del éxito por conseguir una ansiada meta y victoria, y otras veces en una derrota tremenda, en lo aciago de nuestro serpenteante caminar, al que nunca hay que sucumbir ya sea del combate diario en el trabajo, o en el amor, jamás dejar que la espada de la derrota caiga sobre nuestras cabezas. Seguir en el escenario de la contienda para conseguir el triunfo deseado.

                                           Nunca hay que rendirse

Una pista de patinaje se abre ante mi mirada, bicicletas que se deslizan, patines de color rosa llevando en volandas a otra linda rosa. 


 Patines movidos ágilmente con la energía de los pies que empujan.


Algunos empeñados en ganar la carrera en una pista que no tiene fin, es dar vueltas sobre el mismo circuito sin saber quién llega el primero ni quién el último. Es un afán desmedido por ganar, sin saber al final quien ha sido el vencedor. 



Nuestras vidas son una carrera continua, partimos en un circuito donde al comienzo somos unos completos novatos en el caminar, en la trayectoria de nuestro recorrido vamos tomando posiciones, unos llegan al final otros se quedan a medio camino, sin embargo, aunque la carrera es dura con muchos obstáculo y dificultades, nadie quiere llegar a su conclusión ya sea tarde o temprano, porque la vida es bella y vivirla mucho más.  


El comienzo de la vida reflejada en este infante que señala la larga carrera que tendrá que recorrer, y el final representado en el abuelo que le aconseja como tiene y debe caminar, para hacer una buen recorrido en la dura pista de la vida. 

                                 El abuelo aconseja al nieto en la carrera de la vida

Esta mañana la calle se alargaba, sonaban las sirenas de las motos de la policía, las mamás veían a sus hijos con gorra de plato conduciendo uno de esos vehículos de dos ruedas, dirigiendo el tráfico, o acudiendo a resolver cualquier problema grave de orden, de accidentes o de protección de la ciudadanía. El chaval se siente un verdadero agente, y no digamos al papá que quiere llevarse esta imagen impresa en su cámara. 



Todos solemos llevar dentro de nosotros un policía, aunque no llevemos el uniforme que visiblemente se vea, un agente que debe de estar de guardia las veinticuatro horas del día, cumpliendo fielmente con nuestro deber, chaleco blindado como elemento de protección de las controversias que nos llegan como balas queriendo destruir nuestros valores, está enmarcado en nuestro sentido de la honradez y responsabilidad, como arma el ejemplo cotidiano de una vida de actuación correcta, defensora de las causas justas, capaces de dar todo por nuestra familia y por nuestra Patria.

                                            Todos llevamos un "policía dentro".

Se habían concentrado, los equipos de limpieza, con sus camiones haciendo girar los escobones mecanizados que riegan, barren y aspiran todo al mismo tiempo,  sustituyendo a los escobones manuales a golpe de brazos. 



Coches de la policía local donde, con todos los respetos que se merecen, siempre me he imaginado que en las noches de guardia, bajo un calor sofocante de verano, o en una noche cruda de invierno junto a un compañero, poderse jugar una partida de ajedrez en los cuadros de su gorra, o en la carcasa que envuelve el carruaje,  y así poder matar las horas de vigilancia.


                                          Jugarse una partida en la gorra

Más allá los taxis medio de transporte rápido, los taxistas van siempre con la mirada prestos para llevarte al lugar de tu destino, unos caminan callados, otros contando su vida como si siempre hubiésemos sido amigos, siempre con el auto impecable, y  con respeto al pasajero.  En el caminar cotidiano, a veces, nos comportamos como verdaderos taxis,  vigilantes para cumplir con las normas de circulación, prestos a ayudar si alguien nos necesita, respetando a los demás e impecables en el vestir y caminar.


Ambulancias con sus atronadoras sirenas que nos hacen tapar los oídos, si no queremos destrozar nuestros tímpanos. 
Cuando se escuchan las sirenas el caminar se  hace lento, por tu mente pasan en unos momentos montones de escenas, del herido que va en la camilla recibiendo oxígeno, con la mascarilla puesta y las gotas de suero que lentamente van cayendo, para penetrar en  el accidentado que hay en el habitáculo, pero sobre todo la de aquel hijo que conduce en estos momentos o va en moto por la carretera, o de cualquier familiar que viaja.
Volvemos la cara y la vemos pasar con el sonido ensordecedor como el rayo que  pide paso, en medio de la tormenta, sin respetar los otros vehículos que caminan, o los peatones que se han quedado inmóviles viendo las ráfagas de luz como si fueran caballos con alas de sueños perdidos que piden acceso.


Tendríamos que llamar a los bomberos que están un poco más abajo para que apagaran el fuego ardiente de todos los enamorados que al entrar la primavera les corre por sus venas el fuego ardiente del amor. 



El fuego del amor es como un volcán, no hay bombero que lo apague ni agua que lo enfríe, ni edad que lo detenga, solo la muerte, por mucha edad que se porte se cobrará la recompensa de llevarse ese fuego inagotable.


Aquella Calle de Recogidas de mediados del pasado siglo estrechita, recoleta, muy familiar, donde la Vega lamía sus pies, y la cabeza se adornaba son el sonido de la campanas de la iglesia de San Antón, donde los vecinos formaban una única familia, haría falta que alguien ante este ataque cardíaco que el ritmo moderno le ha impuesto, de ajetreo, de ruidos, la pudiera liberar con un desfibrilador que aún no se ha inventado. Nos conformamos con ver como se le hace el tratamiento a una persona que ha sufrido un ataque cardíaco, realizado por un Técnico de Protección Civil. 


                 Maniobras realizadas por un agente, para recuperar a una persona que ha sufrido un ataque cardíaco 

Deshaciendo el camino y volviendo de nuevo a recorrer  la calle Recogidas de los pies a la cabeza, observamos los diversos puestos, esos tenderetes, vestidos de blanco, y a los que los administran, que la gente pasa, algunos indiferentes, otros más tranquilos se acercan atraídos por el reclamo de algo que les llama la atención, curiosean miran y se marchan.


Para finalizar mi paseo y dar salida en el mismo lugar por donde entré, nada mejor que un espectáculo de baile, perfumado por el incienso que sale de la Iglesia de San Antón, como aroma que aromatiza y embalsama el ambiente, mientras los cuerpos se balancean al ritmo que le marca el sonido de la música, en uno de estos bailes que se han puesto de moda Swingfin, al que acompañaba el mismo color verde del semáforo, bailaba tembloroso a los acordes de su propio sonido, tic, tic, tic, tic…, un poco más lento, hoy no realizaba su función como regulador  del paso de peatones a estas horas, pero sí su música especial. 




Estos mercadillos de una parte acá se han puesto de moda, una veces los vemos los fines de semana, en la Carrera de la Virgen, en la Plaza de las Palmeras, en el Paseo de los Tristes, en la Plaza de Isabel la Católica, no sé cual será el resultado de las ventas que se producen, lo que si es cierto que dan una pincela de color en aquellos lugares donde se encuentran. 


                                     José Medina Villalba.