jueves, 30 de agosto de 2018

CUARTO DÍA EN NORUEGA




          Mateo, este es nuestro guía, os lo presento por si alguien se ha enganchado a esta serie novelada con realismo, en estos momentos.
    Durante la cena, después de un día bastante cargado de emociones,  nos dice que estuviéramos preparados para la levantada del día siguiente que sería a las seis de la mañana.
   -¡Qué horror! se oyó como una especie de exclamación, a modo de grito de dolor, desde el fondo del comedor.
    - ¡Pero bueno, claro, como aquí no hay noche, las veinticuatro horas son de día! 
       -¿No respetan que tenemos que dormir?
     - Señora, esto es lo que hay, o ¿a qué creía que había venido?
     Un silencio absoluto invadió el habitáculo donde estábamos recreando el paladar. 



     Tengo siempre por costumbre cuando viajo, levantarme por lo menos una hora antes de la que previamente se nos anuncia, así es que diciéndole adiós a los pasteles que había en el pasillo, bastantes agradables, y dejándolos impresos en mi móvil arrastrando la pobre maleta sufridora, me dirigía al hall del hotel.
     No había absolutamente nadie.
    -¡Pero, ¡hombre de Dios, a esas horas quien iba a ver!
     La chimenea estaba encendida, así que opté por tomarla por mi primera compañera, antes que llegaran las restantes del grupo, por si tenía a bien calentar mi cuerpo exteriormente, antes que el estómago. Después serían otros los que acapararían también calor del llar del hotel. 








    Poco después, las sufridas maletas se fueron agrupando en perfecta formación, mientras esperábamos la entrada al bufett, para tomar las provisiones suficientes, que nos dieran las energías para seguir nuestro desenfrenado caminar diario. 









    -¡Mira que los chinos y los japoneses madrugan!
    -Pues señor, esa mañana batimos el récord, fuimos los primeros en darle un buen sablazo  a los exquisitos manjares que había colocados. 







    Mondos y lirondos, más frescos que una lechuga, recién bañada del rocío de la mañana nos despedíamos del hotel SCANDIC SUNNFJORD, para coger nuestro inseparable vehículo de compañía, que nos traslada de un sitio para otro, sin que nunca hayamos escuchado ninguna queja, solo ese monótono, rítmico y constante sonido del rozar de sus redondos pies sobre el asfalto, y del corazón metálico que le hace caminar. 







    El Sol, ese omnipresente que no se marcha, solo un poco al atardecer, no quiero decir oscuridad de noche, porque siempre juega al escondite, nos deja su incandescente luminosidad, se ha asomado por el parabrisas y nos ha soltado su primer rayo para darnos los buenos días. 



      Son las siete de la mañana, caminamos en dirección al Fiordo de Sognefjord, el “Fiordo de los Sueños”.
     Siempre hay alguna anécdota que contar sobre algún hecho puntual, como por ejemplo: aquel que no aparece por ningún lado y se nos va el tiempo esperando que llegue, porque se levantó tarde. 



     El Sol nos acompaña, es el testigo fiel que deja clavados sus rayos dejando caer su energía, para que los árboles proyecten su sombra sobre la carretera, y nos vuelve a repetir continuamente que él es el rey de aquellos lugares, que no se oculta nunca para descansar, porque aquí todo es luz, durante todo es día. 



       Caminamos aún por el territorio de Forde, la suavidad de la carretera anima a contemplar el paisaje, la calzada va actuando como un bisturí en manos del mejor cirujano, partiendo la senda y dejando, a ambos lados de la piel al descubierto, las interioridades del cuerpo,  el verdor de la pradera, y el bosque en perenne centinela, las casitas desperdigadas, como las dibujos de un tapiz realizados en la Fábrica de Tapices de Santa Bárbara, con estampas de Goya, jugando a la gallinita ciega, la vendimia, o la merienda, y al otro lado, no podía faltar agua a raudales. 









     La cámara gira continuamente de un lado para otro queriendo absorber y devorar todo lo que se le va presentando por delante, agua a ambos márgenes de la carretera, casas blancas y rojas de madera que no se cansan de estar ocupando el sitio que tienen, verde y más verde derramado, como si los  grandes botes de pintura celestial, se hubieran esparcido en amarillos, verdes, rosas, y  azules, en un alarde de gentileza inusitada, y un Sol que se sale del autobús para lavar su cara en las cristalinas aguas de un lago, que se carcajea de risa y de placer moviendo, en pequeñas olas, el deleite que produce la fruicción del beso de los rayos solares en su cara. 




   -¡Silención, mucho silencio! El habla se corta, las palabras no salen, solo la imagen es la que deja patente tanta belleza que emociona e impregna el espíritu de riqueza natural.  Aquí habría que decir, aquello de, una imagen, vale más que mil palabras, pero como no es solo una lámina sino cientos de estampas diferentes, diríamos entonces, valdrían más que millones de palabras.




        Un conductor que no para de mascar, creo que lo que rumía no es chicle sino deglutiendo todo lo que nos sale al paso, mientras el leve balanceo del vehículo, como el caballo trotón que se desplaza por la pradera, seguimos caminando extasiados en todo lo que nos sale al paso.
    Las montañas también nos acompañan, y el Sol quiere jugar con nosotros escondiéndose detrás de la enorme joroba.



     El puente como centinela perenne ve pasar el agua que se ha vuelto revoltosa, mientras el chofer sin que nos demos cuenta se me ha metido entre la arboleda para darse un baño. 
.

      Alguna tosecilla de vez en cuando interrumpe el silencio, un silencio que viene provocado por el sueño que va haciendo estragos entre el pasaje, por el fuerte madrugón de esta mañana. 

      Caminamos por la zona de Vassenden, dejamos el lago y ahora nos acompaña el canto acuático del río, de un caudal que se ha vuelto bravo, de un puente que irritado lo ve pasar continuamente, mientras él aunque quisiera no se puede quitar la férrea fuerza que lo tiene encadenado. 



      El micro, que también cumple su misión, parece que no está muy de acuerdo con el silencio al que se le ha sometido, y clama que se le atienda dando un pequeño grito que desagradablemente atraviesa los tímpanos de los que pacíficamente, le tenemos que escuchar. 
     Tanta agua nos circunda, que a veces ni el mismo Mateo sabe, cuando se le pregunta, si lo que estamos viendo en estos momentos, es lago, fiordo o río.






     - Oiga, señor escritor, que el chofer ha dejado el volante, se está bañando en el lago y nos vamos a estrellar. 



      -No, hombre, no deliremos, estabas dormido, te has despertado y estás viendo visiones, ¿no te has dado cuenta que es el reflejo del cristal?
       Mirando al lago, la mente se dispara y pensamientos escondidos de imágenes que quedaron en tierras lejanas, se despiertan a través de un Sol cuyos rayos se ciernen en el agua.

Bajo el lago tu fiel reflejo palpita,
allí te veo cual destello centelleante
 de Sol como si fueras un espejo,
como una onda más que grita.







Seguimos caminando por Fjaerland, el río nos acompaña por la margen izquierda, las florecillas en la ribera sonrosadas, aferradas al terreno se mantienen absortas, impasibles viendo correr el agua,

Las flores silvestres,
al borde del río
obran maravillas,
tristes y  melancólicas
de su fatal destino. 



    Las madrigueras nos van sucediendo en nuestro caminar, algunas de ellas con longitudes de varios kilómetros, y al final la luz nos sorprende y de nuevo la vestimenta rosa de las flores nos asombra, son como melodías de pájaros que nos acompañan y nos fascinan en el camino. 



     La nieve también quiere jugar su papel asomándose entre la enramada de la montaña.





     Nuestros pasos apoyados sobre ruedas que no cesan de girar, caminan por Sogndal, poco tránsito, la carretera parece estar hecha solo y exclusivamente para nosotros, algún autobús, o moteros que quieren volar libremente llevándose el olor, el sabor y la visión de todo lo que les rodea. 



       Pasamos Songndal con sus casitas vestidas de blanco, capuchas negras y rojas, como toquillas cubriendo sus cabezas. 








     Miradores de madera como vigías para desde las alturas captar mejor el paisaje nos indican que hemos llegado a nuestro destino, al famoso Fiordo de Sognefjord, o Fiordo de los sueños. 



        Mateo da las órdenes pertinentes.



      Mientras llega el momento del embarque surge la tentación, ¿quién no escala y se sube a lo alto del mirador? 








       Colocados en fila rigurosa, nos disponemos a subir al ferris que, en este caso,  desde la distancia, comprobamos que es de mayor envergadura que el de Geiranger.
    Al fondo, nuestro autocar ya había  ocupado su sitio, y en lo alto de la popa llevaba incrustado el nombre con el que le bautizaron FANARAAKEN- FLORO.



    Pronto nos hicimos dueños de la nave y comenzamos a ocupar los sitios que cada uno consideró eran los más idóneos para realizar una cómoda travesía, las cámaras ansiosas de no perderse nada se disparaban continuamente. 







    Había una serie de asientos para poder contemplar más cómodamente toda la película  que se nos iba a proyectar sobre una grandiosa pantalla al aire libre, y una especie de torreta para los que quisieran apreciar todo, desde una posición más elevada.


   Había donde elegir, en el centro, en los laterales, o junto a la barandilla, para divisar con más precisión el combinado perfecto que hace el agua con su hermana tierra.



      Nuestro navío tenía también sus entrañas interiores, desde donde se podía presenciar el panorama, el desarrollo del film, a través de unos ojos de cristal, e incluso si el apetito corporal se nos despertaba, después de saciarnos del grandioso alimento espiritual, del combinado de huevos fritos con baicon representado en las enormes montañas, mezclándose con el agua del inmenso mar,


 tomar cualquier café o aperitivo en el bar. 






      En una pantalla pudimos ver nuestro barco representado por una bolita, indicándonos  el lugar exacto por donde íbamos pasando.



      Allá al fondo se nos va quedando el embarcadero, y las casas se han ido  empequeñeciendo convirtiéndose en casitas de juguete, que deambulan dentro de una inmensa maqueta, donde predomina un cielo azul intenso como fondo del escenario y unas gigantescas montañas plagadas de verdor. 



      Había que dar un barrido, no con una escoba, sino recogiendo todas la imágenes que iban naciendo, cada uno en su posición, sentados algunos, otros buscando todavía donde acomodarse, el que le estorba la mosca, que no hace nada más que darle “por saco”, por no emplear otro término más soez, pero muy “granaíno”, el que se cubre la cabeza porque el sol ya le está crujiendo la sesera, o el que ha encontrado no solo el sitio sino la silla adecuada. 



    Ante un ancho mar nos vamos desplazando y mientras unos observan, otros comentan, mi mente deambula por otros espacios del Romanticismo en España.



Por diez cañones por banda,
Viento en popa a toda vela,
No corta el mar, sino vuela
Un velero bergantín.
       Yo diría que en nuestro barco los cañones eran las cámaras fotográficas y los móviles disparando continuamente, y que aquel barco, ese día, para todos un tesoro, que la única fuerza era el suave viento, sobre un mar completamente sereno y tranquilo. 




      Mientras tanto los gigantescos monstruos que se encontraban en la orilla, semejando a hipopótamos que se querían beber toda el agua, permanecían impasibles ante nuestras miradas. 



     Las gaviotas juegan su papel, saben muy bien que allí hay provisiones, y dejando flotar su cuerpo, cometas en el aire, reposan sobre el lugar más apropiado para recibir el alimento que se les ofrece. 



      Hay un revuelo impresionante, las gaviotas atraídas por la ofrenda que se le hace, entre cabriolas y graznidos se van acercando. Existe  cierta inquietud entre el pasaje que observa la escena y las intenciones por alcanzar el tributo, revolotean por encima de las cabezas  produciendo miedo, estupor y pánico en algún momento. 



       Hay que fotografiar lo que ocurre, parecemos tiradores, al grito de ¡Plato va!, y poder cazar fotográficamente a la gaviota que se marcha. 



       Un poco de café no viene mal a estas horas de la mañana para calentar los estómagos, mientras las gaviotas no dejan de merodear esperando alguna dádiva que echarse al buche. 





      La escena es interesante y hasta cierto punto emocionante, más hay que cortar el desarrollo escenográfico de la secuencia, porque está prohibido darle de comer a estos animalitos voladores que son otro atractivo del recorrido.   



    Todo es tranquilidad, todo es paz, todo es armonía, pero el vientecillo invita  a los valientes, que querían desafiar al tiempo, a guarecer el cuerpo colocándose el chaquetón, y hay quien le acompaña cubriéndose cara y cabeza.





      Mientras tanto, hay un combinado especial de azules, agua, montaña y cielo, enfrentando una suerte especial de espejos a través de la mañana; corrían las nueve y veinte, en un reloj del tiempo que caminaba al par que nuestro navío cumplía su misión diaria.





        El Sol también hacía de las suyas, cogía  sus armas especiales, que no son otras sino los hilos de luz de sus  rayos para construir, en un taller de orfebrería pulimentando el leve oleaje, perlas que brillaban formando un collar para colocarlas sobre la pechera de aquel mar inmenso.


     Mientras unos se toman su respiro con un nuevo café, que a estas horas resulta muy apetecible,



 otros consultan el mapa para ver por donde caminamos en este instante,  



e  incluso hay quien al sentirse prisionera por una cámara que la enfoca, se pone flamencona, mano a la cadera, para dejar patente en este lugar, el garbo, el salero, y la simpatía de la mujer andaluza.



     El que suscribe estos momentos también mira al cielo y no sabe, cómo dar gracias a tanta belleza que la Naturaleza es capaz de ofrecernos gratuitamente.



     Ante la situación que estoy presenciando me tomo la libertad de preguntarle a la señora Pilar, si es tan amable, que me dé una explicación de la trayectoria recorrida hasta el sitio en el que nos encontramos. Bolígrafo en mano dejó claro los nombres, sitios, ciudades, fiordos, (nombres algo complicados de pronunciar) por donde hemos navegado, e incluso un anticipo del tren que esta tarde vamos a tomar. 





    Nuestro guía, Mateo, completa las explicaciones de Pilar, e interviene para hablarnos sobre el fiordo que estamos esta mañana disfrutando, corporal y afectivamente. 



     Hay que descubrirse ante tanta divinidad, tanta lindeza y no hay por menos  que sorprenderse ante una Naturaleza donde se encierra y encuentra el Dios Omnipotente en el que siempre nos apoyamos. 



Tú, Señor del Universo,
tu figura, en el fiordo,
tu fiel reflejo, entre el agua se cierne.
Tú como si fueras un espejo,
como onda que desde el fondo grita.



    El paquebote, no tenía velas, pero cortaba el viento, llevando como velas, blandiendo el aire, las señoras que conversaban, y dejaban en el espacio un racimo de parloteo que se derramaba por el casco. 





      Tanto encanto se encerraba en aquel espacio que había que darle rienda suelta a los actores para que manifestaran sus impresiones. La primera sería, porque estaba al alcance de mi mano, la señora Isabel Mesa.



     El pulso me golpeaba las sienes de emoción, el agua se mantenía  como un bálsamo de paz suave en una quietud enorme, en un sueño tranquilo y reposado, solo el paso agigantado de nuestro buque la iba despertando, para volver de nuevo a un estado de narcosis, la sombra del viento ocupaba su sitio. 





     Una simple gota de lluvia caída, hubiera dejado un resto de ondulaciones esparcidas sobre el agua.



    Había que seguir entrevistando a los diversos compañeros, que con gran entusiasmo fueron describiendo las sensaciones que sentían, Juan Pablo, amablemente nos cedió la palabra. 





     La emoción se desborda en nuestras amigas y señoras  que ven llegar al entrevistador, y la risa se excedía como vía de escape mientras las almendras son el ágape que las entretenía.  



    Si al principio hubo un poco de  resistencia a dar vía libre a sus pensamientos, queriendo enviar el interrogatorio a los compañeros, pronto el desasosiego interno les hizo manifestar lo que sentían, haciendo recomendaciones para que los lectores que se filtren en este reportaje, venga a contemplar el portento que se desarrolla por aquí, e incluso hubo pronóstico de brindis para la finalización de este viaje. 




     El sol asomaba impetuoso sobre el fiordo, parecía una alucinación, había un desafío entre los rayos, la gaviota y todos los que contemplábamos la quimera. 







     No podíamos dejar de entrevistar al gremio de los varones, en primer lugar a Genaro, recalcando como experiencia única, al aire libre y la grata compañía de unos amigos que hacen el viaje mucho más agradable.
   Las palabras del doctor, D. José Álvarez, Pepe para los amigos. 
 Ve agua por todas partes, (yo creo que hasta por noches, sueña con el agua), pero sobre todo destaca la Naturaleza Virgen, la mano del hombre no se nota y si se nota es para bien, nos sentimos pequeños ante tanta grandeza, muy recomendable por lo que se ve, por lo que se siente y por la grata compañía. 



        Finalmente intervendría D. Manuel. 
Se cumplen las expectativas que traía, Noruega no tiene grandes riquezas históricas ni monumentales, pero si las pose en Naturaleza, sigo impresionado, me gusta hacer fotos y éste es el viaje que más estoy haciendo.



    Disfrutar del exterior, era muy agradable, pero no lo era menos estar sentado en los sillones del bar, y contemplar a través de las claraboyas una panorámica como si estuvieras sumergido dentro del agua, al mismo tiempo  la pantalla nos va indicando, con el puntito azul representativo de nuestro barco, el lugar por donde transitamos.  





Tan a gusto nos sentíamos que alguien intentó dar una cabezadita. 



      Una de las cascadas hizo su presencia, bajaba a toda prisa de la montaña deseosa de abrazarse a las tranquilas aguas que, en un instante, como una daga de amor que se clava en el corazón de su amado, penetró en su seno fundiéndose en un instante, formando un solo cuerpo.





        Todo elegante pasó el velero patinando arrastrando su larga cola blanca como la novia que se dirige a la mesa del sacrificio. Su silueta se recortó sobre el cristal, camino del altar hecho de espumas blancas, acompañado por el aplauso de un oleaje que le iba escoltando. 










    Las casitas se asomaron para vernos pasar, y una gasa se extendía cubriendo todo el paisaje. 
       Era un tejido tupido a modo de una mantilla para ir a los toros en los días del Corpus, fabricada en un bastidor colocado en una calleja del noble barrio del Albayzín, a través de una aguja movida hábilmente por las manos de un grupo de  bellas albaicineras. 







       Aquel velo era como una cortina, meciéndose en la brisa, tendiendo un velo de motas de cristal. 


       El fiordo de los sueños tiene el honor de ser el fiordo más grande de Noruega y el segundo más grande del mundo. En algunas zonas llega a una profundidad de 1300 metros bajo el agua, un dato que nos dejó boquiabiertos. 



       Fue en esas aguas donde se comentaba que alguien en otra excursión había visto un tiburón por primera vez. Así que cualquiera se bañaba en un fiordo… Fue todo muy rápido porque nadaba veloz, pero todos los que estábamos en la cubierta del ferry lo identificamos perfectamente, y la verdad que sentimos bastante emoción. Lástima que no nos dio tiempo a fotografiarlo, yo pienso que la persona que lo contaba le había puesto mucha fantasía.
Creo que por allí no hay tiburones, lo más seguro es que
ante tanta belleza las alucinaciones le estuvieron jugando una mala pasada. 



       Hay una expectación especial, en la lejanía se observa una nueva cascada, la trayectoria rectilínea del nevero que se derrite en lo alto de la montaña, como el pecho de la madre que le da de mamar a su hijo, así el álveo segrega la leche cristalina que se va depositando en el fiordo para alimentarlo. 







     El murmullo de la gente es ininteligible, pero en el trasfondo se vislumbra cierto temor a la angostura que se nos presenta.
    -¿Podremos pasar por ese embudo en el que se está convirtiendo esta ensenada?
     - Es la pregunta que más de uno nos estábamos haciendo.
     Todo quedó perfectamente aclarado cuando vimos asomar otro tiburón metálico en la  superficie del agua.
     -Si éste ha pasado, pasaremos nosotros.



     Pronto pudimos adquirir el tono vital, que hace desaparecer la angustia, en que se imprimen los recopilatorios de las Obras Completas de los Clásicos Universales, era como una especie de maremoto hormonal en el que nos habíamos sumergido. 



      Ya teníamos la cascada al alcance de la mano,  



furiosa chocando continuamente contra la roca que la recibe como la mejor taza, de la Fuente de las Batallas, de nuestra querida Plaza de Puerta Real, en Granada;  una lucha continua entre la blandura del agua y la dureza de la piedra, rodeados por un bosquecillo de arbustos que aplauden movidos por la brisa, la eterna y repetitiva lucha de dos elementos naturales, uno con vida en constante movimiento y otro eternamente muerto.                              
        Los saludos de las dos embarcaciones son la despedida continua de dos navegaciones que surcan diariamente estas aguas portando a millares de invitados, que con mirada bobalicona manifiestan una conspiración en ciernes. 





      Hay una expectación enorme, por llegar al cuello de botella, las diminutas casitas se divisan en la lejanía como guardianes de una aduana que tendremos que pasar, 







e incluso hay quien estaría dispuesto a volverse, más los ánimos se van serenando, atraídos por el canto de una sirena que, se despeña convertida en agua por la falda de la que se yergue toda elegante sobre el panorama. 





     El grandioso lago, está sereno reposa tranquilamente, solo se agita levemente cuando siente la suavidad  de la proa que lo va acariciando, por tener concentrado en su interior las casitas, arboleda que lo rodea,  por los rayos de un Sol que lo lisonjea a través de una tupida tela de araña, mientras arriba en la cúspide que toca el cielo, la nieve se resiste a convertirse en agua. 










      Lo que parecía tan estrecho ya no lo es tanto, a medida que vamos  avanzando, y nos seguimos recreando en la cascada, en las casitas que parecen haber sido hechas después de haber comprado unos recortables en el kiosko que hay en la esquina de mi casa. 







     Al toque de corneta, de ese claxon  de  voz que dirige el grupo, se anuncia la foto oficial para enviarla al cuerpo de  mando, organizador de estos magníficos viajes. ALUMA. 









     Un azul intenso cubre la montaña, no es un añil, ni un ultramar que usamos los pintores, en nuestras obras artísticas es el vestido nuevo que el Sol le ha querido regalar a la montaña. 







         Es el nuevo traje de gala que ha tejido el Sol con sus finos hilos de urdir sobre la falda de esta fémina a la que admiramos.
     Unos patitos amarillos se van deslizando por la superficie cristalina de este inmenso espejo como si fueran gusanitos. 







       Después de un recorrido de más de dos horas por este fiordo de Naeroy,  con el que nos hemos enriquecido desembarcamos en el Área de Aurland, una de las zonas más atractivas de Noruega, un barco con una enorme terraza plagada de espectadores, disfruta sin ningún obstáculo que se lo impida, aire, luz y sol, mientras otro aferrado a la orilla deglute piedras para convertirlas en harina terrosa, como elemento fundamental para la construcción.





            Ruge la sirena del barco, su sonido es una resonancia hueca, profunda, como salida de las entrañas del mar, mientras nos vamos aproximando al embarcadero. 





    Caminamos en dirección a nuestro autobús, mientras enormes guerreros de madera nos saludan. 











     Una sopa seguida de carne con verduras, entre cristaleras y cortinas, serían el ágape del almuerzo, para  emprender la marcha, hacia el Oeste Americano. 









       -Pero ¿qué dice?
        -¡¡¡Qué estamos en Noruega!!!
       - Túneles y más túneles como madrigueras subterráneas, por donde los hurones metálicos transitan, mientras suenan algunas notas de humor. 



     Un paso a nivel sin barreras nos está informando que algún tren debe caminar por aquí, poco más allá, una serie de lagartos verdes encadenados unos detrás de otros, como si fuera un tren militar nos estaba esperando. 



       Sigilosos nos dirigimos en busca de nuestro destino.
    -Pero, ¿Cuál?
    -¡Porque aquí lo que hay es un barco! 



    - Dejemos el barco y aligeremos el paso que el tren está a punto de  partir. 





       El jefe de estación nos anima para que nos demos prisa, ¡Alé, alé!, y hasta las sombras se agitan en movimientos rápidos queriendo avanzar más que el que las proyecta. 



     -¡Pilar, no te detengas ahora con la foto que nos quedamos en tierra! 



    -Nos encontramos en Flan, pero con esta carrera que nos estamos pegando el flan se nos va a indigestar.
     El tren, parece no tener fin los vagones los han estirado de tal forma que no alcanzamos a ver el fin, porque el del final es el que se nos ha asignado. 



      -Expresiones en la carrera, a veces de angustia, otras de risas, otras de indignación, se suceden en el recorrido.
   Una vez serenados y depositados nuestros cuerpos en los asientos, son inevitables las carcajadas para terminar de desahogar en nerviosismo contenido. 





      A pesar de los pesares, y después de tanta carrera alguien se ha quedado en tierra, mientras tanto, los micrófonos nos van indicando los veinte kilómetros que vamos a recorrer, entre túneles y paisajes.
      La comidilla que da que hablar entre el pasaje, sobre  los que se han quedado en tierra, mientras Mateo y Maite intenta por teléfono resolver la situación.







     Las casitas, el río, el puente, la arboleda bajo el tajo que le habla de dureza, para abrigar la delicadeza de la fronda abigarrada a sus pies, todo enmarcado en un cuadro, mientras una cámara, con cuidado, se asoma por una esquina de la ventanilla del tren, sin que nada se inquiete, para captar una impronta que está sometida a movimiento. 









     Hay un intercambio de sonidos, el murmullo de los que hablan, con el desconcierto, de no estar al unísono con los sucesos recientes, el chirriar deslizando sus ruedas sobre el camino de hierro, algunas caras un poco serias y otros rostros no tanto que continúan captando escenas. 





      El tren deja en el aire, el rugido de su voz clara, se le une la bravura de las aguas del río, y entre todo esta barullo se nos informa que vamos a tener una parada para esperar el tren que regresa.
      Allá abajo el colorido de las casitas de juguete, nos miran entre el verde de la pradera, el violeta de las florecillas y una incipiente cascada que comienza a entrar en escena. 



      El paisaje invita a ir serenando la inquietud interna, mientras los altavoces nos informan de los veinte años  que se tardaron en la construcción de esta línea férrea, y de los pequeños trenes que funcionaron en un principio.
       En el año 1944 se terminó de implantar el suministro eléctrico, así como la retirada de las locomotoras de vapor en 1947.
              El maquinista, o personal complementario, se desliza cauto y precavido por el lindero de cemento que acompaña a la vía para ir comprobando que todo está en orden, una señal previamente concertada, da paso al tren que se acerca, mientras los saludos entre ambos vagones se cruzan.
                     Una imagen de nuestra querida Sierra Nevada,  se asoma con el Veleta y sus Corrales, para hacernos compañía.
-¿De verdad  crees que lo que se ve al fondo es el Veleta?




      Una puerta se abre lentamente, una gorra de plato, con una cara sonriente se  asoma, y una mano se levanta agitando sus cinco dedos para indicar a la locomotora que se aproxima que la estamos esperando para darle vía libre.





   Los billetes del tren tienen una imagen, y Mateo gentilmente me hace entrega de uno. 





      La cascada va haciendo, desde la lejanía, acto de presencia, deja un reguero de agua, junto a un camino zigzagueante.





      Hemos llegado a nuestro destino, sobre una plataforma de madera vamos caminando, un sonido estruendoso nos va marcando el sendero a seguir, ante nuestros ojos estupefactos la montaña vomita a grandes y enormes borbotones arcadas regurgitadas, salidas de las entrañas, bajan escalonadas desde la boca que las expulsa desde lo alto.



       El monte no descansa de revelar que está pariendo la vida, el elemento que hace ser la razón de todo lo que existe.  



     Es la procreación en una sala de partos, al aire libre, en plena Naturaleza, en la que nosotros somos los espectadores del milagro, del gran milagro que  mantiene la actividad de todo lo que existe. 
    Una música con notas de melodía oriental impregnan el ambiente, acompañadas por los movimientos del personaje que próximo a la boca por donde surge el agua, hace alabanzas a lo que se desarrolla con los movimientos de su cuerpo. 



    El agua pasa bravucona, golpeando la dureza de la roca, que no puede dejar de resistirse al empuje implacable que le suministra, dejando la huella en la arista socavada,  poco a poco deja el lamento en la herida convertida en  cicatriz perpetua, que con el tiempo se irá agrandando. 



    Hay una especie de silencio religioso, un rito específico y peculiar alterado por la emoción de los que impacientes queremos llevarnos todo lo que allí se encierra, donde solo habla la cascada que, va dejando en el aire escapar las burbujas de vapor que se resisten a dejar el lugar. 







      Ante tanta sensualidad desencadenada por la Naturaleza dislocada, que rompe con todos los ritmos, el bello se te crispa y los pelos del cuero cabelludo intentan volar, arrastrados por el vientecillo que origina el agua al precipitarse por la garganta socavada en la falda del macizo. La montaña ha conseguido el climax máximo de saturación bella. 







     ¡Viajeros al tren! 



      Es la llamada de atención para ir ocupando nuestro lugar en el  gusano que se arrastra por el camino de líneas paralelas, mientras el puente por donde cruzamos ahora nos quiere quitar la visión del panorama. 











   Sobre una pantalla hemos podido ir viendo todo el recorrido que realiza el tren. 


    Un tren de color de Naturaleza en plena efervescencia de verdes intensos, con el nombre de Tren de flan nos había llevado a un lugar privilegiado, donde el agua grita con furor quien es y pregona a los cuatro vientos su poderío, ahora cambiamos a otro de color rojo, donde seguirían los paisajes corriendo a la velocidad que le marca nuestro nuevo transportador. 


  Las risas desbordadas de los que lo ocupan, mientras unos, parlotean, otros contemplan el itinerario por donde pasamos,



 y algunas se recrean observando el mapa por donde transcurre nuestro caminar.


     Estamos en Voss, un gigantesco Trolls, individuos que suelen abundar bastante por Noruega, llama la atención y ¿quién no se hace una foto para el recuerdo? 



      Nuestro autobús nos esperaba, y había que alcanzarlo. La tarde presentaba un aspecto sensacional, un cielo despejado simplemente adornado por unos pocos algodones blancos, conjuntándose con la nieve sobre las montañas, el color de un parapente que se quiere levantar y el verde amarilleando como frontera entre el agua del río y la calzada. 




     Mientras caminamos, con dirección a Bergen, Mateo nos va informando sobre el programa a seguir esta tarde noche, e incluso un adelanto de esta ciudad que es, después de Oslo,  la más importante de Noruega. 



        Todo lo referente a la historia de Noruega, vida social, familiar, sistema educativo, sanidad, trabajo...., fue ampliamente comentado por nuestro guía.
    Llegamos a Bergen, nada más entrar se aprecia a simple vista que se trata de una ciudad importante, grandes edificios y se respira aire industrial.


     Llegamos al hotel y, ¿por qué no darse un garbeo por la ciudad antes de la cena? 


     Había que estirar las piernas, después de un día con un programa bastante amplio: barco, tren, carretera y ahora nos recibía una ciudad en la que teníamos que dar una pequeña avanzadilla para saludarla y conocer algo de sus interioridades.
    El trío formado por Pilar, Isabel y éste que escribe, nos fuimos deleitando con el grandioso parque que tiene en su interior un enorme lago, con una fuente que eleva su chorro central a gran altura, mientras otros alrededor se inclinan, dándole pleitesía, formando un conjunto a modo de corona, posada sobre la cabeza de estas dos señoras. El Sol, nuestro astro, que por aquí se nos va al atardecer, allí permanece incólume dejando sus rayos sobre el gran estanque. 



            Determinados monumentos sirvieron para que la cámara los recogiera. 



       La tarde se prestaba a saborearla con intensidad, una tarde que no tiene fin, y el césped se ve concurrido por las parejas, que disfrutan conversando y tomándose una merienda, rodeadas por la mezcla de los verdes y rojos, de la hierba y las flores. 



    -¿Quién viene al funicular?
     Fue la expresión que surgió después de cenar.
FLOIBANEN, con una corona de rosas rojas formando un gran arco, sería la puerta de entrada que nos recibiría.




     Subidos en un colosal cajón acristalado, como una enorme cabina, nos fuimos elevando ascendiendo hacia el cielo, para desde lo más alto poder contemplar una ciudad, con toda la belleza que encierra, completamente empequeñecida como una desmedida maqueta.
       Los ¡¡¡OOOOOOOh!!!! Se iban sucediendo, como símbolo de admiración, saliendo al unísono de las gargantas de todos los que ascendíamos. El tamaño de lo que contemplábamos, se iba achicando, y el vagón se movía como si fuera la barquilla de una noria gigante, que en lugar de girar caminaba rectilíneamente. 




     Una vez desembarcados, el escenario era monumental, una enorme escalinata servía de reclinatorio para sentirse elevado sobre todo lo demás, y poder reposar quedándose extasiado ante todo lo que se nos ofrecía. 


     Nos sentíamos gigantes mirando a una ciudad que de pronto se había convertido en un gigantesco modelo, el mejor prototipo para presentarlo en un concurso de arquitectura, como proyecto para la construcción de una nueva ciudad.  



   Los enormes edificios, las grandes avenidas, el mar y el puerto, todo mermado y al alcance de la mano. 




      Una cámara de fotos sobre el atril grabando cada momento de una puesta de sol que se eterniza.


   Los rayos del sol habían convertido todo el mirador en una platea completamente dorada, los cabellos eran finos hilos de oro. 


  Cualquier instante era digno de admirar, el sol dejando resbalar sus rayos sobre la superficie del agua, era un  baño que transformaba  en oro líquido todo lo que tocaba. 




    Un rayo de sol que se quiere colocar entre otros dos rayos luminosos para formar un trío en este atardecer. 



    Había que buscar el momento propicio para hacer la foto de grupo, e incluso la opinión del impacto que producía aquella situación en la que nos encontrábamos.



    El puerto es objeto de atracción, un barco gira continuamente, prestándose a que surjan diversas opiniones sobre, si es que se está examinando el que le hace girar, o es que está mareado y no encuentra la posición adecuada, dando una nota de humor, ante la contemplación del círculo que describe.


    Como despedida del lugar, Pilar, plenamente satisfecha de todo lo que se lleva de esta puesta de sol, se marcha con una sonrisa de pleno regocijo, en representación de todo el grupo con el que hemos compartido una de las más bellas puestas de sol. 


    Había que descender para ir transformado lo que desde la altura lo habíamos visto empequeñecido, ahora volverlo a la realidad. 


    También nos llevaríamos el recuerdo de una serie de fotos, memoria histórica de este funicular, desde que se construyó hasta la actualidad. 






     Terminamos un cuarto día por Noruega y sus fiordos, plenamente colmados de satisfacciones por todo lo visto, saboreado y compartido, preparándonos para una quinta jornada. 
-¿Qué nos deparará?

                                  José Medina Villalba
                           
                         REPORTAJE FOTOGRÁFICO

 





 





 




 














 





 













                                                      José Medina Villalba