miércoles, 28 de agosto de 2019

BAÑARSE EN UN MAR DE PLÁSTICO. CASTELL DE FERRO. GRANADA.


  
Las luces asomando sus cabecitas en los alto de los pedestales de las farolas durante la noche, quitaron el velo tenebroso que lentamente se deja caer en los atardeceres, envolviendo las calles y avenidas de las ciudades y pueblos en un oscuro manto de tinieblas, comienzan a marcharse sin apenas dejar rastro, con la misma lentitud con la que llegaron, porque por el horizonte comienza a aparecer otra nueva luz, la luz del día. 

                                               Amanecer en Castell de Ferro

También se ha marchado la gran lumbrera de la noche que deja su luz acariciando suavemente el mar construyendo una blanca alfombra rielando sobre el espejo de las aguas. 

                                     La Luna riela sobre las aguas de Castell de Ferro
                                        Captando el momento, la Luna se baña en el mar
Si las farolas se vistieron de claridad, ahora dejan paso a la mayor de las energías luminosas, que desprende la gran lámpara que se pasea diariamente por el firmamento desprendiendo incandescencia y dando vida a todo lo que se cierne a su alrededor. 

                                          El paseo de todas las mañanas


No irrumpe el escenario bruscamente, no intenta inquietar a nadie, no se presenta con violencia, sino que antes de asomar la enorme bola de fuego impregna el escenario con una corona  cromática  de infinidad de colores, como los mejores pajes que saben anunciar que pronto aparecerá el gran "Señor Rey de la Naturaleza". 



Las montañas cercanas aún duermen no se han podido quitar de encima el enorme peso de la oscuridad nocturna, y mantienen a sus pies el cordón de luminarias que intentan quitarle los miedos de la tenebrosidad de las sombras. 



En un pueblo granadino donde los nativos cambiaron hace algún tiempo las redes de pescar, y el barco que navegaba por las aguas que se cubren de azul ultramar, para obtener el sustento de sus hogares. 

                                   Los barcos de pesca duermen el sueño de la espera

 Dejaron anclado en la playa el barco y los utensilios de captura, para subir a la montaña cambiando ese mar azul por otro de color blanco, navegando por él para obtener un nueva pesca convertida en vegetal, verde una veces, y otras de diversos colores que se sumerge en las arenas de una playa que carece de linfa, debajo de  las aguas blancas de los plásticos donde tiene su morada. 

                                              Un inmenso mar de plásticos

Son las siete de la mañana, está amaneciendo en Castell de Ferro, un pequeño grupo de amigos, queremos disfrutar del crepúsculo matutino, dar un paseo, subir a la montaña, respirar el aire impregnado de la salinidad del mar, para sumergirnos en ese nuevo mar de plásticos, en competencia con éste otro que bordea la Costa Mediterránea. 



               Han vestido de nevada blancura el llano y la montaña, desde “in illo témpore”, tenían la tez oscura  de color ocre curtida por el sol, donde solo crecían los jaramagos, tomillo, romero, esparto, piornos, espliego, mejorana, 

                                                 Piornos

 para dar paso, al pepino holandés, al tomate de ensalada, al decorativo cherry, al pimiento, sandía, melón y otras hortalizas, 

                          
 cuidadosamente mimadas por éstos que cambiaron el traje de pescador por el de agricultor.
Ver amanecer en la Playa de Castell, es vivir un sueño a continuación del de toda una noche, es trasladarse a momentos en los que el Sol dejando sus rayos, a modo de largos pinceles, da holgados trazos de oro sobre la arena, como el mejor pintor de todos los tiempos, las gaviotas picotean los restos que dejaron los que por allí anduvieron,  levantando sus vuelos como blancas cometas lanzadas al viento. 

                                    Los pinceles del Sol doran la playa.

Hay un silencio agradable y al mismo tiempo estremecedor, música acuática de instrumentos invisibles, solo se escucha el rítmico movimiento de las olas, que vienen ansiosas a besar los guijarros de la playa, dejando en ese amoroso beso la placentera espuma que saborean lentamente  los dos enamorados, playa y mar. 

                             El beso amoroso del mar con la playa, en espumas blancas de suaves olas.

Es un puro enamoramiento en continuo movimiento del mar con la playa, y ambos en unánime armonía.
En el amanecer, en cualquier playa, y en mi Playa de Castell, Cambriles, es sacar los sentimientos penas y alegrías al Sol,  en esa blanca orilla donde el mar viene a desahogar su grandeza  y yo a enjugar mis pensamientos. 

                                         El mar desahoga su grandeza en la playa

Todas las mañanas cuando doy mi paseo dejando las huellas de mis pasos sobre la arena, te veo llegar saliendo de las entrañas del agua subida en una ola y te abrazo enredado en el pleamar de tu atractivo. 


Emilio, el barbero de Castell de Ferro, ha cambiado la maquinilla de pelar y la navaja de afeitar por el riego a goteo, el manejo de la tecnología para alimentar  sus plantas que crecen rápidamente, bajo el calor de los plásticos, suministrándoles los productos químicos para que no puedan destrozar el plantel los gérmenes enemigos que invaden y se desarrollan en estas carpas gigantes de plástico. 

                                            Sistemas de inyección de productos químicos

En el Puente de la Rambla de Castell, subido en el  todo terreno, nos espera Emilio, para darnos las instrucciones pertinentes, el GPS hecho palabras del camino que tendríamos que seguir hasta llegar al punto de encuentro, al invernadero que  veríamos. 

                                                  Emilio, nuestro agricultor

Caminamos ascendiendo por la montaña, siempre estuvo desnuda tal como la parieron los tiempos, ahora los hombres te han vestido de asfalto, con largas corbatas blancas que marcan tus lindes, por donde te golpean diariamente sin compasión las yantas de los que orgullosos caminan sobre ruedas.

                                              Comenzamos la ascensión 

El paso se hace lento pero firme, la conversación pausada con el compañero que llevas al lado, nadie nos detiene por el camino, solo el lenguaje del viento hecho brisa que acaricia nuestros rostros.


Hay que dejar el alquitranado para pisar sobre tierra,  los pedruscos deslavazados que andan sueltos por el sendero, y tramos de basto hormigonado que los labradores han sedimentado para evitar los perjuicios en el trasiego de los vehículos, entre barros con los que se cubre el estrecho camino en invierno, y el polvo en el caluroso estío.
Los dos de la cola se unen a la cabeza que espera nuestra llegada. 


El sendero se estrecha, se sienten bajo nuestros pies los gritos continuos del camino con voces de grietas  que claman al cielo. 


                                         Los gritos de las grietas del camino

Habla el guardián que vigila día y noche  con su voz bronca, para hacer saber  a los que transitan por el sendero que los invernaderos son intocables, sobre todo para los que intenten violarlos, mientras el despertador de la mañana con su kikirikiri, deja sus notas en el espacio.  

                                                El guardián del invernadero

El Sol calienta el pueblo de Gualchos, mientras bidones y chimeneas en pequeños garigolos nos ven pasar, yo también llevo mi acompañante que cuida cada momento de mis pasos.




La senda es placentera, pero hay que descansar en algún momento, respirar profundamente ese aire especial que dan las alturas, cubierto con la capa natural que le aporta la marisma impregnada de sal que le hace más apetecible, mientras los que han llegado primero observan la andadura del reportero que, como tal, tiene que ir percatándose de todo lo que va surgiendo y apareciendo en escena.


Los primeros en alcanzar el objetivo final esperan impacientes que nos agrupemos para entrar en la Santa Santorum de la producción. 



Desde las alturas se divisa con más perfección y nitidez el mar blanco de plásticos que invade todo una gran ladera de la Sierra de Lujar, mientras algunos frutos al borde del camino, prestos se nos ofrecen, para mitigar la andadura. 



Nos encontramos en la puerta de entrada, no tiene aldaba de llamada, ni medallones que la adornen, es simplemente una puerta de altura limitada y construida en consonancia con el invernadero con una chapa metálica, aquí no existen  lujos solo lo práctico. 

                                           Entrada al invernadero

Sabemos que hemos venido en una época en la que los viveros se están preparando para recibir el germen importante que se ha de sembrar, y que finalmente convertirán aquel enorme espacio en un vergel.
Nada más entrar impresiona el enorme espacio, la arena que cubre el suelo, los postes que sostienen la gran cantidad de materia dúctil y moldeable que forma la techumbre, por donde penetra la luz del exterior, como la que pasa por el crisol sin romperlo ni mancharlo, pero dejando una luminosidad tal, que hasta en las noches más oscuras que cubren la montaña no impedirán que la poca luz que exista penetre en el interior.



Los hoyos en perfecta alineación, como si fuera un gigantesco cartón donde se depositan los huevos que se recogen de las granjas, como el mejor batallón de soldados esperando al General del Regimiento para pasar revista, se alinean esperando ansiosos la llegada de la nueva planta que recibirán con esmero para una vez alimentada por el agua, dar en pocos meses el fruto apetecido. 



Emilio nos informaría detenidamente de cómo ha sido la cosecha este año, los almacenes donde llevan el producto hortícola, del mantenimiento, de la planta que ya está pedida para sembrar el pepino holandés, del sistema que utilizan para sembrar, los hilos que desde el techo llegan al suelo para que la planta como buen saltimbanqui se eleve. 


La rapidez con la que comienza a dar fruto, en septiembre se siembra y en octubre ya se están cogiendo pepinos. 
Dos cosechas se producen al año, una primera de pepinos y la siguiente de sandías.

                                Invernadero de sandías en plena producción

Hay varias cooperativas donde se llevan los productos: “El Grupo”, “Eurocastell”, "La Palma", son las más fuertes donde se mueve un  número de unas tres mil personas, entre oficinistas, obreros, camioneros. 



Las plantas rinden más cuando la música hace acto de presencia, en el invernadero hay diversos altavoces distribuidos por distintos lugares por donde la melodía deja sus notas para que las plantas se complazcan, y den mejores frutos.
-Vamos a ver, ¿eso es real o es una tomadura de pelo? 


-Eso es pura realidad. Las plantas son seres con vida, de ahí que debemos respetarlas.

                                           Polifonía en el invernadero

-Oiga.
-¿Y esos cartocitos amarillos que se ven colgando?
-Esos tarjetones, tienen una sustancia adhesiva donde se pegan los diversos insectos que puedan molestar a las plantas. 
Se comenta el tipo de trabajadores y la forma de realizar su misión y las ayudas que se reciben de la Comunidad Económica Europea. 






Creo haber oído que por las noches, cuando el invernadero se queda a solas, la puerta se cierra, la luz que también cuenta baja su intensidad, deja de hablar con esos lexemas y morfemas propios que solo las plantas entienden, entonces un pepino que hace de guardián y centinela da la voz y comienza la fiesta.
-Chicos, dentro de poco nos van a vender, nos van a meter en cajas muy ordenaditos, y en grandes camiones nos llevarán a lejanos países, para disfrute de los humanos, nos  trocearan y nos mezclaran con otras verduras y pasaremos a los estómagos de los humanos, así es que ha llegado la hora de la diversión. 


Los últimos ruidos del todo terreno se pierde garganta abajo, mientras se retuercen los últimos alientos del atardecer, el día da las últimas inspiraciones para morir y deja paso a la noche. 


Ha llegado la hora de la diversión.
-¡Comienza la fiesta!


-¡Pon música! Dicen los pepinos.
-Las primeras notas musicales comienzan a salir.
-¡No, no, esa no!, estamos hartos de oírla todo el día, nada de Chopin , ni de Beethoven, gritan al unísono todos.
-Queremos un chachachá, danos salsa, hip hop, merengue y hasta un pasodoble torero.
Aquello es toda una algarabía, los pepinos saltan y bailan
- ¡La noche es nuestra!
-Enciende el vino de la ilusión.
Comienzan a entrar los primeros rayos que anuncian el día, ya se escucha el ronco sonido del tractor, y rápidamente, borrachos de pasión cada pepino ocupa su sitio.
-Si esto no es cierto preguntadle a Emilio, que alguna mañana, sin saber cómo, todo se lo ha encontrado revuelto.


Pasaríamos a otro inmenso invernadero con una superficie de seis mil trescientos metros, donde nuestro anfitrión nos seguiría informando sobre el sistema utilizado  para la aplicación de los insecticidas, a través de diversos bidones donde se echan los distintos productos químicos. 








En una conversación amigable, se le dio un repaso a la diferencia tan enorme de cómo se pagan los productos en el sitio de procedencia y la carestía que toman en el mercado, de haber tirado alguna vez la cosecha entera cómo protesta, y la falta de unión entre los agricultores, los invernaderos ecológicos también ocuparon su lugar. 



Un enorme depósito de agua conteniendo quinientos mil litros, será el alimento básico para las plantas, líquido que procede de la Presa de Rules. 

                                        Depósito de agua con quinientos mil litros

Emilio nos hablaría del lugar donde se encuentran estos dos invernaderos, siempre fue la Cuesta de Adra, pero al haber aquí un contino,  donde se preparaba la cal para blanquear se le llama a este lugar, El Contino.






Pero no solo de pepinos, sandías, de agua, de mar plastificado, de paisaje, montañas doradas por el Sol serían suficientes esta mañana, sino dorados racimos de uvas, junto con ricos higos isabeles, algún aguacate, kakis, recrearían la vista y el paladar, después los recibiríamos gustosos en nuestra propia mansión. 







 Desde aquí el agradecimiento, de los que participamos en esta exhibición, a Emilio, por su generosidad que gentilmente nos explicó el funcionamiento de estos monstruos vestidos de blanco que albergan en sus entrañas todo un mundo vegetal que alimenta a media Europa. 




Emilio no es solo un gran cultivador de productos tropicales, sino un ágil trepador para recoger el fruto de sus árboles frutales que mima con sumo cuidado, esta mañana nos daría una exhibición de como coger las ricas peras.








Los gatos del Contino están asombrados contemplando la visita que inesperadamente se ha presentado esta mañana, mientras dialogamos, contemplamos todo el intringulis de los invernaderos, y hasta nuestro guardián del enorme “cortijo” ha dejado de ladrar y se ha hecho amigo de la visita inesperada.





 El paisaje se dora lentamente según avanza el día, los molinos como enormes ventiladores comienzan a girar sus aspas para refrescar desde el horizonte el panorama. 


Las boganvillas se están desmelenando del letargo de la noche y dejan recrear nuestra vista en los vivos colores que desprenden. 



Gualchos, con sus casitas resplandecientes aparece todo ufano incrustado en la montaña luciendo su traje blanco recién lavado con el rocío de la mañana. 




Los albos invernaderos comienzan a hacer su pequeño oleaje para demostrar que ellos son también mar, y que se mueven sus techumbres al ritmo que les marca el viento. 
Triste y compungida, abandonada de todos se encuentra la chumbera, ha dejado de existir atacada por la Cochinilla del Carmín.
La chumbera se importó desde México con el fin del cultivo de la cochinilla, de la que se extrae un carmín natural usado principalmente en cosméticos, aunque también se ha usado en alimentos. Una vez que dejó de ser rentable la extracción de este pigmento, se ha abandonado su control y ha causado plagas incontroladas que pueden acabar con el higo chumbo. 



                                         La cochinilla ha acabado con las chumberas


Elegía al higo chumbo.
Ya no se escuchan aquellos pregones de las gitanas del Sacromonte que en este mes de agosto, portando sobre sus caderas las canastas de mimbre, fabricadas a mano por los canasteros, bajaban por la Cuesta del Chapiz, una de las columnas vertebrales del Barrio del Albayzin, pregonando en forma de canto el producto que vendían.  

                                       Cuesta del Chapiz. Óleo de José Medina Villalba

                                                                              Gitana con canasta por la Cuesta del Chapiz

Los pregones eran luces de la aurora, cantos de gallos al amanecer, clarines al viento para despertar a las vecinas del barrio que con sus fuentes de Fajalauza con tintes azules, decoraciones con reminiscencias arabescas, salían a comprar el rico higo chumbo. 

                                                  Fuentes de Fajalauza

-¡¡¡¡ Qué gordoooooooooooooos, y qué dulceeeeeeeeeeees, qué ricooooooooooos higoooooooooooooos, llevooooooooooooo, hooooyyyyyyyyyyyy!!! 
Con la maestría con la que el cirujano corta la piel deslizando el bisturí con suma elegancia, nuestra vendedora del rico higo chumbo, seccionaba longitudinalmente la piel para después delicadamente separar las dos partes de la corteza y ofrecer el fruto que surgía todo resplandeciente, mostrando su color dorado y sus pequitas convertidas en granos.


Nuestra vecina lo tomaba y colocándolo en la fuente lo trasladaba a su morada. 

                                                    Chumberas con su fruto
Junto a una copita de anís, los chumbos constituían uno de los desayunos clásicos de los albayzineros. 

                                          Este era el desayuno del albayzinero en verano

Con el  cuerpo henchido de todo lo que un invernadero en ciernes nos pudo suministrar, comenzamos a descender de la montaña, inmersos en ese mar de plásticos, por senderos estrechos,  haciendo submarinismo sin agua, pero en un piélago de flexibles plásticos.





Bajo una enorme bóveda nuestros pasos continuaban la marcha, atrás iba quedando un inmenso mar, flotando en el aire los ladridos de los guardianes de las fincas, y el canto de los gallos que solo suenan anunciando la aurora en el amanecer. 




La cámara sujeta por mi brazo grababa el sonido de mis pasos con un runrún que rebotaba en la bóveda  mientras  la vista se cegaba ante una luz que brillaba al final del túnel, y mi mente divagaba en pensamientos que te suelen martillear continuamente. 


Parecía como si una voz interna, salida de lo más profundo de mi subconsciente  me hablara.
-“Cierra los ojos, y abre los ojos de la reflexión y el pensamiento, echa una visual a tu vida, plagada de acontecimientos de lucha incesante para conseguir tus metas y tus objetivos, vida de luces y sombras, vida de éxitos y otros no tantos, pero siempre siguiendo adelante, este túnel representa tu vida. 


“Estás en un momento de cambio de conseguir los fines que te propones de visualizar los objetivos que ahora te planteas, reconoce el valor de todo lo que hasta ahora has realizado y siéntete orgulloso, no vuelvas la vista atrás lo pasado, pasado está, no vayas a caer en la monotonía  rutinaria del pretérito, has cambiado y no tendría sentido volver atrás, lo mismo que en este túnel donde te encuentras ahora hay luz al final, el túnel de tu vida a la terminación tiene luz, no dudes que conseguirás lo que te has propuesto, porque ha llegado la luz al final del corredor de tu vida”. 


Entre cañaverales e invernaderos seguimos caminando mientras allá arriba el faro de Castell nos marca el norte a seguir.






Los faros, torres erguidas permanecen impasibles y estáticas mirando fijamente sin pestañear el horizonte. 


Todos tenemos un faro en nuestra vida,  representa la espera, de aquellos que lo buscan para llegar seguros al puerto de conseguir sus deseos, solitario nos anima a los que les invade la soledad, nos ilumina y nos guía para seguir transitando.  


Algo nos detiene en este andar, escondido en el camino entre chinarros que marcan el sonido de los pasos, cañaverales e invernaderos con remiendos producto de los avatares de las inclemencias del tiempo, ha surgido algo que pone un punto de belleza especial, unas flores blancas haciendo juego con el albo que domina estos territorios. 



Las ruinas de un castillo en la cumbre de un promontorio, que le da nombre a esta villa se vislumbra en el horizonte, parece querer arrojarse al mar de plástico, esperando un resurgir en la historia de una página pasada. 

                                    El castillo y los dos mares, el de plástico  y el Mediterráneo
                                                Castell y su Castillo

Mientras tanto una larga sombra se extiende para alcanzar al grupo de cabeza, que me espera junto a un bello decorado para perpetuar una escena más de esta jornada matutina. 




Vamos dejando los cañaverales, invernaderos, camino terroso y de chinarros,  para al final poder desembocar en la carretera, donde el silencio solo se interrumpía por el lenguaje del viento, o el que marcaban las zapatillas que calzan nuestros pies, a veces el canto de un pájaro o el vuelo de una gaviota que ha perdido su rumbo. 



                                       Hemos dejado los invernaderos, llegamos a la carretera.
 Aquí,  la jerga se ha transformado en el sonido veloz de las yantas de los vehículos  y el silencio de una amplia rambla donde la sequedad es el contraste para lo que después se convertirá en el desahogo de todos los caudales de agua que verterán en ella, el feroz llanto de las tormentas que vomitarán su furia en lo alto de las sierras. 

                                       La enorme Rambla de Castell


Son las once de la mañana, el Sol va dejando caer el calor de sus rayos que nos animan a aligerar el paso, ya tenemos a la vista nuestro punto de partida y el merecido descanso después de un largo paseo mañanero, en el que nos hemos alimentado cuerpo y espíritu en todo el trayecto, de sabores que solo se encuentran en una montaña preñada de invernaderos.




El símbolo de lo que fue la herramienta de trabajo de este pueblo, allí está presente, salió de un mar de aguas para cambiarlo por otro mar de plásticos.





El enorme puente a modo de  una gran diadema se asienta en la cabecera de la rambla nos ve pasar, calurosos pero contentos.



-¿Qué es aquel edificio que se vislumbra en lontananza, con los ribetes naranjas embelleciendo la fachada y mirando constantemente al mar y a la sierra?
-Es el cuartel general donde habita esta pequeña guarnición que ha realizado esta mañana el regusto de visitar unos invernaderos en plena preparación para la siembra. 








El obús rojo que se pasea por el firmamento nos ha acompañado en todo el recorrido y ahora nos anima para que nos reguardemos de su furia calenturienta.  




Hemos llegado al punto de partida despedimos a Ana María Lupión,  miembro de la familia de Enrique, que nos ha acompañado con amabilidad y simpatía,  guiándonos por todo el camino, a ella y al anfitrión Enrique, que generosamente ha volcado toda su sapiencia en mostrarnos lo que es un invernadero, les damos nuestro más profundo agradecimiento.





                            Se agradece el sabor de una fruta, después del que deja una placentera mañana
                                   El castellferreño ha dejado la pesca por la horticultura
                                                                      Castell de Ferro. Óleo de José Medina Villalba
                                     
                                     José Medina Villalba