domingo, 10 de marzo de 2013

EL ALBAYZÍN, MI BARRIO: SUEÑO, POESÍA, FANTASÍA, REALIDAD


                                                                  El Albayzín visto desde la Alhambra
El hechizo del Albayzín se respira por todas partes, basta caminar por sus calles estrellas por sus callejones a cualquier hora del día, para sentir que aún se percibe en el ambiente reminiscencias de aquellos habitantes que lo poblaron hace más de quinientos años.
 
  
                                                                  Callejas del Albayzín
En nuestro caminar nos encontramos, al paso, elementos que, a pesar de los avatares, nos trasladan al acontecer de los tiempos pasados. Una aljibe, un trozo de muralla, una casa morisca, un mercadillo, las notas musicales que salen de una tetería, en la Calderería, junto al perfume embriagador de las danzarinas que con sus movimientos sensuales y fluidos de caderas y vientre, unas veces  rápidos y otras lentos, atraen al visitante, acompañados por las notas musicales que se desprenden del laúd, rabel o darbuka. 


Se combina el sonido característico del almuédano, llamando a la oración desde el minarete, con el toque de la campana del convento de S. Gregorio Bético que reclama la presencia, del devoto, a la adoración de Jesús Sacramentado.

Da la impresión, por momentos, de  encontrarnos en una pequeña Medina, imitando en cierto modo a las grandes, de la ciudad de Fez.

Me abstraigo por momentos y me traslado a la década de los años cuarenta del siglo pasado, cuando el Albayzín, aún conservaba sus elementos más originales, cuando aún todavía no se habían alterado ni cambiado las esencias propias del pasado: los niños se divertían jugando en la calle, la familiaridad de las casas de vecinos, donde se compartía, felicidades y desdichas de los que habitaban una misma corrala, fiestas compartidas, pregones de vendedores, que ofrecían sus mercancías transportadas en borricos: el que vendía la cal para encalar los patios y fachadas, el de la miel de caldera para endulzar las ricas gachas hechas de harina, el pescadero que desde Motril, en su bicicleta, al alba, había recogido el copo y ofrecía la rica pescada a las mozas albaicineras, el sereno que con su silbato,  a las doce de la noche, estando  todo en silencio, dejaba el sonido de su pito deslizarse por el angosto callejón, invitando a los niños, como lo hace “el coco”, a entregarse en los brazos de Morfeo.


      Aljibe de la calle S. Luis



 

Los veranos de los años cuarenta solíamos, los amigos más íntimos, juntarnos todas las noches en la plaza de San Nicolás, justo donde aún permanece impertérrito el ya mundialmente conocido y muy visitado por los turistas el Mirador de S. Nicolás.

 

                 Minarete de S. José
                                      Los niños jugábamos en la calle
Allí estábamos: Morón Mochón, Pepe Cano, Paco Urbano, Rodríguez Manzano, Martínez Expósito, Arturo Gómez, Rostán, Esteves, Rubio Gandía, Modesto Olmo y alguno más.

La noche albaicinera tiene una fascinación especial en cualquier época del año, pero en verano, teniendo las vacaciones de nuestros estudios, nos hacía disfrutarla más.

Son las doce de la noche, estamos sentados en el largo banco que delimita el mirador de S. Nicolas, (con la visita del Presidente de los Estados Unidos, Clinton, se



 
 
 
 
                 El cancel que da entrada al carmen
hizo, últimamente, famoso mundialmente) los amigos hemos ido llegando poco a poco. Hay una luna llena, enorme, exorbitante, gigantesca, desprende una     luminosidad tal que el Valle de Valparaiso y la monumental Alhambra lucen plenamente sus encantos. 
El sereno rompía el silencio a las doce de la noche
 
                                                                     Casi una fantasía



Allá al fondo hay un carmen, (desaparecido por la picota especuladora de la construcción) esquina con Callejón de las Campanas, desde allí llega a nuestros oídos las notas musicales de un piano tecleado por el famoso pianista Francisco García Carrillo, gran amigo de Federico García Lorca, al que llamaba “Federico Pillamoscas”.

                                                       Bill Clinton, ante la mejor puesta de sol del mundo

                                                                  Aljibe de S. Nicolás

Había regresado de dar un recital de piano en el Teatro Español de Madrid (24-2-1941)

Una mirada entre los asistentes fue suficiente para que nos levantásemos y encamináramos nuestros pasos hacia aquel lugar.

Conforme nuestros marcha, sigilosamente, se iban acercando al lugar, las notas de una de las partituras de Ludwig Van Beethoven, se acoplaban plácidamente en el interior de nuestros oídos; todo era silencio, simplemente el goteo constante de la fuente conectada a la aljibe, como guardiana constante vigilando la plaza, se unía en un ritmo cadencioso a los acordes musicales.


El cancel, que da entrada al carmen, labrado a golpe de fuego y martillo sobre el yunque de las fraguas albaicineras, tiene una vestimenta especial más que cancela es una obra de orfebrería, no hay oro ni plata, elementos básicos que utiliza el orfebre, pero sin embargo el artista de la cerrajería ha sabido plasmar la filigrana del dibujo que podría utilizar cualquier joyero.

                                                            El agua de la fuente del Carmen invita a la poesía
Desde la entrada, situados en la mejor platea de un auditorio, colocados en semicírculo, vamos deslizando nuestras miradas como ráfagas luminosas para irnos deleitando en la belleza del interior.

                                               Los chorros saltarines de la fuente se entrelazan en un rito amoroso
                                                   Los pasillos delimitados por los bojes conducen a la vivienda
                                                                         Claro de luna
Un pasillo central, del que se derivan otros laterales, se dirige rectilíneamente hacia la entrada de la vivienda, una hilera de bojes lo delimitan, dos bancos de piedra chapados con azulejos granadinos pintados y cocidos en los hornos morunos de leña de Fajalauza, invitan al descanso para deleitarse y embriagarse con el perfume que destilan los jazmines.

 Nadie del grupo musita la más mínima palabra, parece como si nos hubiesen anestesiado, como si la noche se hubiera detenido para percibir mejor la belleza que ese momento nos regalaba. Era un estar y no estar, como si una nube nos hubiera elevado a un estatus diferente de éxtasis mística.

                                                                 Nenúfares en la alberca moruna
El jardín se envolvía en una neblina especial que lo hacía más fascinante, pequeños focos como luciérnagas esparcidos por los pasillos delimitaban los contornos de las plantas; el agua del riego recibida en el atardecer, para quitarles el sofoco calenturiento del día, las había hecho sentirse más lozanas, vestidas con sus mejores galas intentaban acompañar a la belleza del concierto. Nos encontrábamos anonadados, hipnotizados.

Mientras escuchaba aquella melodía pasaba por mi mente la figura del compositor que  realizó una fantasía, de ahí su nombre “casi una fantasía”. Sería después de la muerte de Ludwig van Beethoven, cuando el poeta Ludwig Rellstab el que asoció metafóricamente la imagen lumínica de la noche con la sonata.

En aquellos momentos la luna llena se asomó entre una serie de nubes que la arropaban, la oscuridad que proyectaban dejó caer su sombra sobre el lugar en el que nos encontramos, sin embargo, por instantes, conforme las nubes se desplazaban aprovechando algún claro se dejaba ver de nuevo cayendo su luz radiante sobre nosotros.

Cualquier poeta podría aventurarse a especular sobre la tranquilidad en esa noche, la oscuridad y el silencio roto por la brisa suave que viene de Valparaiso y ante un cielo repentinamente interrumpido por un claro que se alzara, cual velo, para mostrar una irradiante luna llena. Cualquiera ante la situación de esta noche habría cambiado “casi fantasía” por un “claro de luna”.
                                                                     Placeta de las Minas
Los misterios y fantasías de aquella noche siguieron encadenados, uno de nuestros compañeros aprovechó, una vez terminada la melodía, para seguir impresionándonos con alguna de las leyendas del barrio.

-¿Conocéis el “Arco de las Monjas?

-No, fue la repuesta, al unísono, de todos los que formábamos el grupo.

-¿Estáis dispuestos a seguir percibiendo más emociones?

-Un sí de todos se dejó sentir.

-Pues, si es así, adelante.
Bajamos por el Callejón de las Campanas, desembocamos en la Placeta de las Minas, dejando atrás la Comisaría, nos encontramos en la calle de la Aljibe de la Gitana. Poco más abajo con el Callejón de las Monjas.

                                                                  Aljibe de la Gitana
Durante el trayecto el compañero, que se había convertido en el narrador de lo que íbamos a contemplar, fue describiendo el suceso ocurrido en el siglo XVIII, poniendo tal énfasis en la descripción de una forma tan lúgubre, que nuestros cuerpos se estremecían convulsionados, sin haber llegado al lugar de autos.

                                                                       Carlos II "El Hechizado"
Con voz tenebrosa, como salida de las entrañas de una caverna, nuestro relator cuenta que, según las antiguas tradiciones granadinas, una mañana del año 1705 aparecieron ahorcados, colgando del arco que íbamos a ver, los cadáveres de varios conspiradores, apresados en una  encerrona cuando laboraban secretamente  en favor de la Casa de Austria, en los días de la Guerra de Sucesión a la muerte de Carlos II  “El Hechizado”.
 
                                                                         Arco de las Monjas
Tengo que reconocer que algún compañero estaba remiso en seguir adelante, (según comentaron después de visitar el lugar), aunque no lo manifesté en aquel momento, yo era uno de ellos.

El rumor suave del agua se percibe allí, el hálito de las hiedras húmedas, el roce de la hojarasca y el susurro del aire, claramente audible en la silenciosa soledad del sitio, hacen revivir en la mente la trágica leyenda del Arco de las Monjas.
                                                                    Callejón de las Monjas
Tal era el miedo que llevábamos, cuando de repente, sin esperarlo desembocamos  en el lugar de los hechos, la oscuridad no dejaba ver con claridad y tan impresionada llevábamos la mente que ver el arco y los cadáveres de los ajusticiados colgando fue todo uno.

Nos quedamos helados, hechos de una sola pieza, si nos hubiesen pinchado creo que no habríamos arrojado una sola gota de sangre. Era tal la realidad de los cadáveres colgando que no podíamos creer lo que nuestros ojos estaban viendo. Los cadáveres se balanceaban, de un lado para otro, movidos por la suave brisa que en aquellos momentos corría.

Alguien gritó:

-Huyamos rápido, salgamos de aquí.


                                         El oscurantismo, el silencio, el susurro del aire, producen una cierta inquietud
-Calma compañeros. Era la voz de nuestro narrador. Estáis tan hipnotizados que no veis la realidad. Esperad un momento que vuestros ojos se aclaren, que la vista se vaya acomodando a la oscuridad y esa ambigüedad que en estos momentos os invade se vaya disipando. Pronto descubriréis que todo ha sido una fantasía, un sueño del que vosotros mismos evidenciaréis  la realidad.

Poco a poco, así como la oscuridad de la noche deja paso al albor de la mañana, fue apareciendo el hueco del arco, al fondo y en la lejanía nos sonreía la silueta de la torre de la iglesia de S. Cristóbal y los cadáveres colgando eran nada más que las largas hiedras que se descolgaban desde la parte alta hacia el suelo.

Todo fue una fascinación, una fantasía hecha realidad.

Tal como lo viví así os lo he contado.

En otro archivo os narrare otro suceso trágico que ocurrió en este mismo lugar.

                                                                    José Medina Villalba
 

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