miércoles, 3 de julio de 2013

EL DON DIVINO DE LA VIDA


Queridos amigos y seguidores de mi blogg. Hoy os voy a contar un suceso acaecido en estos últimos días, a una persona a la que tengo en buena estima; este hecho podría catalogarse como una llamada de atención que le hace a uno meditar y al mismo tiempo reflexionar sobre el valor de la existencia, en una palabra de la vida.

Día 23 de junio de 2013. Nuestro hombre se quiere trasladar a la casita que tiene en el campo para pasar el verano, el ruido de la ciudad  y ajetreo durante todo el año agobia; sonidos estruendosos de sirenas de ambulancias que destrozan los tímpanos, motos ruidosas, olores de aire contaminado, persianas de comercios al pie del dormitorio que te sobresaltan por la mañana a la hora de la apertura, pregones de vendedores ambulantes, autobuses de escolares que trasladan a los alumnos a sus colegios colapsando la circulación y produciendo el nerviosismo de otros muchos que ponen los claxon al rojo vivo porque llegan tarde al trabajo, montones de decibelios flotando en el ambiente…

Todo este conglomerado de elementos son los suficientemente instigadores para expulsar,  al más paciente de los humanos, de la ciudad e intentar buscar un rinconcito de tranquilidad, paz y sosiego.

Wenceslao es el nombre de nuestro personaje. Nuestro hombre cuya edad se desenvuelve  entre los setenta y pico años, ha gozado de buena salud, salvo las pequeñas goteras que el paso del tiempo va imponiendo. El trabajo ha sido uno de los fieles testigos que han compartido con él la trayectoria de su vida, su familia, hijos y nietos son los pilares de la razón de su existencia.

Sus aficiones, la contemplación y disfrute de la Naturaleza, pisando palmo a palmo los entresijos de nuestra Sierra Nevada, las cuencas y ríos que la horadan, extasiarse rodando una escena, con su cámara en mano, de dos cabras monteses que se pelean por conseguir el mando de la manada, la mariposa que pulula de flor en flor, la perdiz que ante el paso del senderista protege a sus polluelos, asistir a la misa en los Tajos de la Virgen, el día 5 de agosto día de la Virgen de las Nieves, desde donde se siente uno pequeño ante tanto tajo y picos montañosos, pero al mismo tiempo grande contemplando la cercanía del cielo y el dominio de la ciudad allá abajo.
Los romeros asisten en silencio a la celebración eucarística mientras el águila real contempla la escena desde las alturas y el frío intenso de la montaña corta el cutis de los montañeros que participan en la escena.


Plasmar en un lienzo, deslizando los pinceles a modo de bailarinas de ballet, la naturaleza muerta de un bodegón un paisaje albaicinero o el retrato de sus nietos, trasformar la arcilla, de un grupo escultórico, convirtiéndola en tarracota  por la fuerza de un horno a 1200º, son algunas de sus aficiones, y esto que en estos momentos estás leyendo, trasmitir, a través del leguaje escrito, lo que en su mente se va desarrollando diariamente.




La casita de campo, donde Wenceslao suele pasar los veranos, es acogedora, tiene un jardín a la entrada donde abundan los rosales cuyas flores decoran engalanan y perfuman el ambiente; desde cualquier lugar la vista de Sierra Nevada es el fondo decorativo que acompaña a esta estancia. 

Su dueño, albaicinero de origen, siempre la mimó e intentó convertirla, en un carmen granadino con sus fuentes, surtidores, macetas de claveles y geranios, jardines enriquecidos con rosales, cuyos colores engalanan y perfuman, sustituyendo el decorado de fondo de la Alhambra por el de Sierra Nevada.

Es impresionante verla salir a través del Trevenque, (pico de la baja montaña) los días de luna llena, como una gran dama arrogante y espléndida iluminando todo el paisaje.
Aún, en estas fechas, se reflejan los rayos solares en la blancura de Sierra Nevada que quiere ir lentamente despojándola de la vestidura nívea que la ha cubierto durante todo el invierno.

 
Wenceslao, mientras riega el jardín, deja posar su mirada en la belleza del paisaje. Pasan, como si fuera un film rodado, escenas y recuerdos de aquellas excursiones, que en tiempos pasados, hacía junto a sus amigos, Pepe Escobar y Miguel Ortega, al Pico de la Carne, a los Pollos de Monachil al Cerro de Huenes, con su majestuoso Tamboril, que se contemplan desde el sitio donde, en estos momentos, se encuentra.

El Pico del Veleta, con esa elegancia especial que le caracteriza se yergue hierático y elegante como una aguja que mira hacia el infinito, como jefe que domina a las subordinadas crestas menores  que le rodean.

 
Los Tajos de la Virgen, con sus lagunillos, el Caballo  como último pico catalogado en los tres mil metros, las Chorreras del Carnero, donde nace el río que lleva sus aguas al universalmente conocido pueblo de Lanjarón, sumisos y obedientes exhortos miran al principal patriarca de la sierra, El Veleta.


Más abajo el Trevenque, donde Wenceslao, cámara en ristre, como era habitual, grababa las escenas por los Arenales, al pie del que le iba a dar el título de montañero.

Aquellos arenales eran espejos vivos que reflejaban los rayos solares, como dardos revertían en los cuerpos de los excursionistas obstaculizando la subida. La marcha ascendente es penosa, los resbalones se suceden continuamente, sobre todo en la parte central de la montaña, esa columna vertebral, como espada blanquecina, desde la lejanía se puede contemplar. Finalmente la victoria culminando la cumbre y la satisfacción de sentirse, como es normal, con el título de montañero.

Todas estas escenas se sucedían con tal realismo que no dejaban de aportar recuerdos a Wenceslao.

Sumido en el fondo de estos pensamientos, el agua que entraba en el jardín comenzaba a desbordarse; los rosales rojos de pitiminí, estaban mustios y clamaban calmar su sed, el agua que había penetrado hasta lo más profundo de sus raíces había comenzado a devolverle la lozanía que les correspondía sacándolos del letargo en que momentáneamente se encontraban.

De repente algo extraño sucede en el cerebro de Wenceslao; todas aquellas escenas del pasado se paralizan, un sudor comienza a invadir su cuerpo y de pronto se desploma y súbitamente cae al suelo.



 
En el jardín hay varias esculturas, obras salidas de las manos de nuestro personaje, subidas en sus correspondientes pódium; una maternidad portando sobre sus espaldas un niño, la Venus de Milo, una sub realista en medio del jardín, con el cuerpo deforme faltándole media cabeza, sentada, con el cuerpo deforme por el alargamiento de sus brazos.  Sobre la pared de la casa hay otra maternidad, en relieve, con un bello niño en brazos. Los leones que hay a la entrada, los que rodean la piscina rugen desesperadamente; incluso el dante Alighieri desde su posición de pensador, por momentos, se espabila y despierta de sus pensamientos poniendo oído a todo lo que se cierne alrededor. Atónitas contemplan la escena, e intentan tomar vida, se miran de soslayo unas a otras, y pretenden hacer algo por auxiliar a su progenitor, pero todo son buenas intenciones más que realidades operativas.

La maternidad intenta dejar al niño que lleva sobre sus espaldas, pero éste se le resiste y le impide que se pueda bajar del pedestal que la tiene fuertemente sujeta; la Venus de Milo carente de brazos se mira los muñones de sus dos desaparecidas extremidades y comprende que no puede hacer nada; la sub realista con su media cabeza, todo es confusión en el interior de este medio cerebro y apenas si puede reaccionar.

Las tres no dejan, con rabia e impotencia, de  contemplar lo que en estos momentos está sucediendo; no abandonan sus miradas en el escultor que las hizo y que yace tendido en el suelo. El bajo relieve de la maternidad, que cuelga de la pared de la casa, no puede dejar de amamantar a su retoño.

Poco a poco Wenceslao va recobrando el sentido, medio mareado intenta ponerse de pie y dando traspiés se dirige al interior de la vivienda. El calor reinante del día y los sofocos y sudores que invaden su cuerpo le tiene atenazado.


Cae sobre la butaca como una pesada carga, como un cuerpo de plomo y comienza a tomarse el pulso.

 Como allegado a la medicina intenta hacerse su primer diagnóstico. Las pulsaciones son lentas, demasiado lentas, apenas si llegan a treinta por minuto. Su mujer, que desde otro lugar le observa detenidamente, se da cuenta de que hay un problema grave y le insta para llamar a sus hijos, pero él no quiere que corra el pánico y se resiste, quiere sobreponerse a la situación intenta sacar fuerzas de flaqueza donde no las hay, se levanta deambula por la habitación sale al exterior pero todo sigue igual. Son las ocho de la tarde, han trascurrido dos horas y todo va empeorando.

La belleza del día se ha enmascarado para Wenceslao por el estado físico en que se encuentra. Sus hijos y nietos intentan animarle.

Con la urgencia que requiere la situación es trasladado al Sanatorio de la Salud.

Uno de los familiares trae el informe médico del especialista que le sigue su proceso cardíaco desde hace tiempo.

El control da paso. A través de megafonía se oye:

-Wenceslao, pase a la consulta número tres.

En la sala de observación, va respondiendo a todas cuestiones que el médico de turno le va haciendo, mientras una enfermera le toma la tensión y le van colocando una vía para para ponerle  un gotero.

-¿Cuándo le dio el mareo?

-Sobre las seis de la tarde.

 Han transcurrido tres horas.

-¿Cómo ha podido, esperar tanto tiempo? le dice la doctora

- Pensaba que todo sería pasajero y me podría recuperar.

- Con el corazón no se juega.

Viene el médico de la UCI y después de comprobar, tensión, temperatura, ritmo cardíaco se ordena el traslado a la unidad de cuidados intensivos.

Se informa a los familiares que será necesario, si el organismo no responde a la medicación, la colocación de un marcapasos.

La camilla se desplaza por largos pasillos, el camillero, experto en conducción, va sorteando obstáculos, esquinas que hay que salvar, curvas de gran dificultad, el ascensor de subida tan sumamente estrecho que más que un ascensor parece un cajón hecho a la medida de la camilla.

El departamento de la UCI está preparado, nuestro protagonista es conectado a un monitor regulador de oxígeno, pulso, tensión…,  de vez en cuando se escucha el sonido agudo, que lanza este controlador, cuando algo no marcha con regularidad.

Una joven enfermera algo metida en carnes, ojos grandes, pestañas bien acicaladas, cabellera morena, coleta moviéndose elegantemente al caminar, figura esbelta, distrae por momentos la atención, contemplando  la figura femenina que, durante unas horas, va a ser el fiel testigo del seguimiento del recién llegado. Nuestra sanitaria sabe perfectamente cuál es su responsabilidad y no pierde la vista de su paciente y recíprocamente éste observa continuamente los menores movimientos que ella desarrolla.

A la primera señal de aviso con un pic,pic,pic…, repetitivo allí está la enfermera levantándose de su posición de control para regular la marcha.

 Le sonríe, le pregunta cómo se encuentra, le anima y simplemente esos momentos de levantamiento del ánimo producen un gran alivio.

Wenceslao como persona observadora se dedica a analizar cuanto hay a su alrededor. Va a someter a examen el lecho donde tiene depositado su cuerpo, LA CAMA.

Los camastros de los hospitales son verdaderas parrillas infernales, por lo menos esa es la impresión que tiene nuestro hombre, son verdaderas obras articuladas, un sobresaliente para el inventor pero un martirio para el que las tiene que utilizar. Desempeñan diversas funciones: te suben, te bajan, te ponen de lado, levantan los pies, las espaldas, son verdaderos robot dirigidos por un mando que hasta el mismo paciente puede utilizar, aunque se puede prestar, si no has aprendido bien la lección de su manejo, a que te puedas ver emparedado como un bocadillo humano.

El agobio es estremecedor, el colchón actúa como una verdadera ventosa y las espaldas sudorosas se te adhieren, de tal manera, que por más esfuerzos que realices no hay forma humada de despegarse, hasta el extremo de que al estado decadente en que te encuentras se le une la angustia de un colchón que te machaca, como si dijera has caído en mis garras y vas  a saber lo que es bueno.

Wenceslao, que no puede dormir en posición decúbito supino, (boca arriba) pasa la noche a dormivela y sus ojos, como reflectores exploradores, o cámara televisiva,  se dedican a  sondear todo lo que le circunda.

Son las doce de la noche y los focos que iluminan la estancia van dejando de cumplir su misión, solamente una minúscula lucecita permanece encendida.

La vista de Wenceslao se va acomodando a una nueva visión, frente a él una mesa alargada a modo de mostrador, de poca altura, sostiene la pantalla de un portátil donde la enfermera tiene clavada su mirada; detrás unas estanterías repletas de archivadores de donde parecen salir los gritos dolorosos de las diversas historias clínicas que contienen, botes de suero gluco-salino, cajas conteniendo medicamentos, jeringuillas y todo un compendio farmacéutico de urgencia.

Detrás unos grandes ventanales con persianas regulables.

Son las siete de la mañana, el sol tímidamente, con una sonrisa juguetona comienza a darle los buenos días a través de las rendijas de las persianas, el calvario de la noche va quedando atrás, el silencio de la unidad de cuidados, interrumpido en algún momento por un ¡ay! doloroso que ha salido de lo más profundo de la estancia, queda en el anonimato. Aparecen nuevos sonidos que van alterando los de la noche, entrada del personal sanitario que viene a hacer el relevo: médicos, enfermeras, auxiliares, personal de la limpieza, todos con sus trajes verdes; pasaron ya a mejor vida aquellas batas blancas que imponían pánico a pequeños y mayores hacia los profesionales; sin embargo Wenceslao piensa que la fobia en los enfermos vendrá, a partir de ahora,  sobre los trajes verdes actuales.

Las 9 de la mañana el movimiento en la unidad de cuidados intensivos es cada vez más intenso, cada sanitario sabe la función que tiene que cumplir, saben manejar perfectamente los cuerpos pesados de los que reposan en sus camas respectivas.

La habilidad para cambiar sábanas, lavar cuerpos es excepcional, el desayuno es liviano, un pequeño bollito con mantequilla y mermelada y una taza de leche que nuestro hombre devora, no ha tomado nada desde el mediodía anterior, que comió una suculenta piza.

Las conversaciones detrás del mostrador, donde se encuentran, en estos momentos tres médicos sentados, es de lo más variopinto; un coche de alta gama está en proceso de compra y sale a relucir las cualidades que lo adornan, velocidad de crucero, autonomía, GPS, automatismo y sobre todo precio.

Las once de la mañana, llega el especialista, el cardiólogo; le facilitan el historial, Wenceslao no le pierde la vista sobre las reacciones o gestos que pueda hacer en la lectura de todo el proceso seguido durante la noche y la evolución que se ha desarrollado.


El doctor, de mediana edad viste de calle ropa sport, estatura que cuadra en los cánones normales, de tez curtida y atezada, pelo moreno y ensortijado que acompaña a una barba bien poblada y cuidada, gafas graduadas, con órbitas oscuras que encajan perfectamente sobre unos ojos grandes que brillan, de mirada penetrante, una cierta seriedad edulcorada con una medio sonrisa que reconforta y que encumbran una experiencia en estos lares de la medicina.

Se acerca, saluda, habla reposadamente y comunica que no ha habido ninguna evolución positiva, nada ha cambiado desde su entrada de ayer.

Esta tarde, a las cuatro y media, tendremos que intervenirle para colocarle un marcapasos. Wenceslao escucha al doctor, apenas si se inmuta, está tranquilo, pero se cuestiona los resultados de esta operación; sabe cómo profesional que fue  de este gremio, en tiempos pasados, que los diagnósticos bien acertados, hay que aceptarlos sin dar lugar a otra alternativa.

-Doctor lo que usted ordene, estoy en sus manos.

-Ánimo no se preocupe y aunque toda intervención tiene sus riesgos, va a mejorar.

El doctor D. Francisco Martos, conocido y amigo de la familia, avezado por su experiencia en los entresijos de la UCI, infunde energías a nuestro personaje y a su familia que, siendo la hora de visita, han entrado a hacerle compañía.

Wenceslao  no ha perdido de vista al enorme reloj que hay frente a él, en el lugar donde están los medicamentos, observa como las manecillas se precipitan hacia la hora fatídica.

Son las cuatro y media, es la hora H del día D. La inquietud corre por el sistema nervioso de nuestro personaje. Al pie de la cama el auxiliar de enfermería dispuesto a llevarlo a la sala de operaciones. Esposa, hijos y nietos le dan ánimos.

-Estamos contigo, te queremos, no te preocupes eso va a ser un momento, te veremos cuando entres y salgas del quirófano. Besos, manos que se agitan, y que se van perdiendo en lontananza, mientras la cama como ambulancia ligera, sin estruendo de sirenas, se desliza por los pasillos camino de su destino.

Wenceslao no es la primera vez que ha entrado en un quirófano ya fue intervenido, en tiempos pasados, de hernia inguinal, de próstata y de alguna malformación en la frente.

La sensación de frío es lo primero que se detesta al entrar en aquella sala que no reúne las características propias de una tradicional sala de operaciones.

Lo trasladan a una mesa sumamente estrecha, encima de él una lámpara que no tiene que ver nada con el enorme foco que suele haber en cualquier quirófano.

-Doctor hace frio.

El cuerpo desnudo detecta el ambiente gélido que hay en aquel lugar.

-No se preocupe.

-Me van a curar de una cosa y voy a coger una pulmonía.

-No le va a pasar nada, esta sala requiere esta temperatura, de lo contrario los aparatos quirúrgicos que aquí hay se podrían alterar.

La anestesia que se va a emplear es local a la altura del hombro izquierdo.

Previamente un trapo de color verde, tapa la cara a nuestro paciente, por momentos siente una gran sensación de agobio, solamente después de solicitar, al equipo que le rodea, un poco de alivio se le descubre una pequeña abertura desde donde  tiene, como único campo de visión,  la pared que hay enfrente.

Jeringa en mano, el cirujano va depositando, la anestesia, tras dolorosos pinchazos en todo el sector donde se va a intervenir.

La preparación ha durado aproximadamente media hora.

Comienzan los cortes donde se instalará el marcapasos.

-Doctor esto duele una enormidad, noto perfectamente el daño que producen los cortes del bisturí como si la anestesia no hubiese dado el resultado que le corresponde.

Los quejidos lastimeros de W resbalan en el cirujano que, sigue sin hacer caso, practicando las incisiones correspondientes.

Solamente se le ocurre indicarle al anestesista,

-aumente el relajante, el paciente está demasiado tenso.

La intranquilidad, poco a poco va aumentando, máxime cuando escucha que la guía que ha de llegar a través de la vena subclavia al corazón, para conducir la conexión, no pasa porque hay cierto obstáculo que lo impide.

-Tira para adelante, gira hacia la derecha, retrocede hacia atrás, son las palabras que escucha nuestro sufrido intervenido.

Wenceslao en algún momento piensa que no puede ser cierto lo que está escuchando, parece que falta algún elemento, necesario para seguir llevando adelante la operación.

No puede dar crédito a lo que está escuchando. Manda a la enfermera al Corte Inglés a por algo, que no sabe lo que es, y si allí no lo hubiera que lo compre en el Mercadona.

-¿Estoy en mi pleno juicio, o estoy alucinando con  lo que me han puesto? Son interrogantes que pasan por la mente de Wenceslao.

Por fin la vía pasó y después de hacer las comprobaciones correspondientes con los aparatos de control: pulsaciones, frecuencias, colocación exacta…, se pasó a la sutura de la herida.

Otro calvario, los pinchazos de la aguja se detectaban a lo vivo, el único consuelo propuesto por la enfermera.

-No se preocupe en la piel la anestesia no hace efecto, tómeselo como si fueran picotazos de mosquitos.

-Señorita enfermera, ¿de ese que está dando vueltas en la habitación?

Son las siete de la tarde cuando van dando por finalizado todo el proceso.

Después de pasar una noche de nuevo en la UCI, con un buen control de las pulsaciones que han recobrado su ritmo habitual, un almuerzo frugal,  y a continuación es pasado a planta.

Son las cinco de la tarde el cirujano aparece en la habitación, maletín en mano, realiza todas los operaciones de control, el nuevo aparato implantado marcha a la perfección.

-¿Se quiere usted marchar a su casa?

-Sí, doctor.

-Pues tiene el alta, ya que el proceso que se le va a seguir aquí lo puede realizar en su domicilio y se puede evitar coger algunos de los virus que deambulan por estos lugares deseando coger presas y amargarles la existencia.



Son las ocho de la tarde, nuestro personaje vuelve a casa, en el trasfondo del jardín se oyen conversaciones que se transforman en clamores de alegría, son las esculturas salidas de las manos de Wenceslao, maternidad, Venus de Milo, escultura sub-realista que, dan gritos de júbilo, al ver aparecer por el mismo lugar, donde días atrás cayó desplomado, el que fue su creador. Ahora comentan, podemos seguir durmiendo y soñando tranquilamente el sueño pétreo de nuestra existencia.

 


Todo esto, narrado como si fuera un cuento, no es fruto de una imaginación calenturienta sino producto de una realidad, que va a infundir en nuestro hombre un mayor aprecio y estima, al don divino  de la vida. Como el sol naciente comienza una nueva vida. Gracias Señor.

                                    
                                                    José Medina Villalba.

 

  

 

 

 

  

 

    

 

 

 

7 comentarios:

  1. Gracias a dios salio todo bien, ahora a seguir disfrutando de lo que la vida nos ofrece, de esos momentos que nos hace ser felices, plenos y porque no compartir esos pensamientos y historias tan enriquecedoras con todos nosotros, me alegra saber de todo corazón que la historia de Wenceslao salio perfecta.

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  2. Me alegro mucho que Wenceslao esté bien ahora. Espero que se cuide mucho, descanse cuando haya que descansar y que disfrute de la vida, que es sólo una.

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  3. Hola José, puedes pasarme tu correo electrónico? Gracias.

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    1. Hola Enmiina, deseo te encuentres bien. Mi correo electrónico es: jomevi37@gmail.com

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    1. Que relato mas emtivo y que lindo final y espero que siga a si de bien por siempre.un abrazooooo

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    2. Gracias a este agradable comentario. Un abrazo.

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