lunes, 26 de mayo de 2014

ENAMORADO DEL ALBAYZÍN. UNA AVENTURA EN EL PALACIO DE DAR-AL-HORRA


                                      Portón de entrada al Convento de Santa Isabel la Real.
                                                                                   Óleo de José Medina Villalba
                                                                      Santa Isabel la Real. Óleo de José Medina Villalba.
Con motivo de estos dos óleos que pinté hace tiempo, ha surgido el siguiente texto literario, te invito para que lo disfrutes.
¡Cuántas imágenes vienen a la memoria de un pasado y de una infancia que, en estos momentos, pasan por mi mente como si fuese un film lleno de un colorido especial!

Era por aquellos tiempos, (década de los cuarenta del pasado siglo XX) el jefe de monaguillos del Colegio del Ave María, de la Casa Madre en la Cuesta del Chapiz. Me sentía el jefe de un grupo de acólitos, con la satisfacción y orgullo que puede experimentar, “el deán de la Catedral presidiendo al cabildo catedralicio, en ausencia del arzobispo”.
Desempeñaba el puesto de monaguillo mayor y con orgullo desarrollaba fielmente mi puesto, he de decir que el papel de escolano o “chupacirios” es el que tiene ciertas prebendas ante los demás adláteres, verbigracia: el honor de tocar la campanilla con el estilo especial de saber dar el toque, no solo en los momentos que corresponden, sino con el tañir ajustado y seco sin repiqueteo, - fallo que era muy tenido en cuenta,  si no se era un buen experto, sabiendo desplazar el pequeño badajo con habilidad, para que acariciase  el cuerpo metálico de la campana.

                                     Moviendo el minúsculo botafumeiro como el mejor de los malabaristas
Poner a punto el incensario, para los momentos solemnes, en la parte posterior del templo, moviendo el minúsculo botafumeiro como el mejor de los malabaristas, agitándolo de un lado para otro e incluso haciéndolo girar con movimientos rápidos a modo de una noria para demostrar, a los futuros acólitos y aprendices, las artes de un gran prestidigitador.
                              Las notas salidas de un armonio hábilmente tocado por el maestro organista.
 Los aspirantes  con ojos desorbitados observaban  mis exhibiciones durante una Exposición al Santísimo, mientras resonaban en el interior de la Capilla, el Tantum Ergo y el Pange Lingua, acompañado por las notas salidas de un armonio hábilmente tocado por el maestro organista. Aquel sonido especial me cautivaba y siempre que me era posible, cuando estábamos en la capilla, fuera de mis funciones de acólito, procuraba colocarme junto a aquel vetusto instrumento, escuchar el pedaleo para insuflar aire al fuelle y después oír ese sonido especial que en las postrimerías de los años lo he asociado al sonido del oboe o de la trompa.

                                                   Lucir las mejores galas
Otra de las prebendas del “dean de acólitos” era poder lucir las mejores galas, la sotana roja y roquete blanco, que sólo se sacaba en los días de las fiestas más solemnes. Tomar las contestaciones en latín a los aspirantes que tenían que saber de memoria y recitábamos, como verdaderos papagayos, sin tener ni idea del significado de aquellas largas estrofas, tales como: “Ad Deum qui laetificat juventutem mean”, o aquella otra, “Quia tu et Deus fortitudo mea: quare me repulisti, et quare tristis, incedo, dum affligit me inimicus”. (Mi especialidad fueron las Ciencias y la plástica, por lo que mis latinajos escritos son fiel reflejo de lo que me surge en estos momentos).  Y todo un repertorio que aún después de setenta años, escondidas en el disco duro de mi subconsciente han aflorado como si, en estos momentos, tuviese que ayudar a una misa de aquellas que se celebraba de espaldas al público y se decía todo en latín.
Entre todas las funciones había una que particularmente me entusiasmaba,  ir a por las hostias al Convento de Santa Isabel la Real.


En una caja de lata, de aquellas cuya  primera misión había sido  contener la rica carne de membrillo de Puente Genil, era el recipiente que se utilizaba para portar las obleas.
                                          ...hoy al pasar por allí no lo veo tan grande...
Entrar por aquel inmenso portón, quizás por mi tamaño, a aquella edad de los siete años a mí me lo parecía,  hoy al pasar por allí no lo veo tan grande, era como entrar en un lugar que me sobrecogía, había un silencio que impresionaba.

                                     ...los rayos solares acarician por última vez las celosías..
En las tardes otoñales, cuando los rayos solares acarician por última vez las celosías a través de las que yo adivinaba se debían esconder unas personas extrañas, se escuchaba el revoloteo y el piar ensordecedor de numerosos gorriones que venían a las “dormidas”, en los pinos y árboles que eran los únicos habitantes inamovibles de aquel lugar.
                                  Había un silencio sepulcral , el empedrado era el único que hablaba
El empedrado, que va desde la entrada al cobertizo donde se encuentra el torno, descoyuntado por el trascurso de los años, era el único que “hablaba” al rozar las suelas de mis sandalias sobre las superficies entremezclada de blancos y grises de sus piedras, que dejaban un sonido a modo de crepitar especial, de vez en cuando, mientras caminaba, miraba hacia atrás, aquellos sonidos en aquel silencio estremecedor me producían un cierto recelo.
                                                El cobertizo donde estaba el torno
Llegado al cobertizo, sujeto por dos columnas de madera, algo corroídas por la erosión del tiempo,  mi mirada se dirigía al rincón donde se encontraba el torno.

                                  La cadena que sirve de mano invisible para la monja "incorpórea"
Tengo en estos momentos la imagen de aquel recoveco con un gran realismo. La puerta de cuarterones que cierra el torno  tenía el tamaño de éste, un cuadrado de unos ochenta centímetros por cada lado, la cadena que sirve de mano invisible para que la monja, “incorpórea”, pueda desde dentro cerrar cuando llega la hora de vallar el despacho, dejó sobre mis oídos el sonido seco del hierro de los eslabones  y el movimiento “chirriante” de unos goznes oxidados de una puerta  que intentaba tapiar aquellos basares de madera que no dejaban ver el interior.
-¡Madre, madre!
-No cierre, que vengo a por las hostias.
Fueron mis palabras angustiadas al ver que no podía cumplir mi objetivo.
- Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida.
-Soy yo, Pepito, el monaguillo de las Escuelas del Ave María.
-Bien, pon la cajita en el torno.

                                          Escuché desde el interior la voz parsimoniosa...
Escuché desde el interior, la voz parsimoniosa que misteriosamente salía de alguien invisible para mí.

                                          Aquel artilugio comenzó a girar lentamente
Aquel artilugio comenzó a girar lentamente, la cajita desapareció de mi vista, mientras me preguntaba, ¿si me pudiera sentar en uno de esos canjilones que forman el torno y  entrar en el interior? Sentía una irremediable curiosidad por saber que secretismo había allí dentro.


Mi cabeza se pegaba a la pared, e intentaba a través de una rendija ver el misterioso mundo, por lo menos a mí me lo parecía, pero por más que apretaba la sien en el muro, nunca pude descubrir lo que allí había.
Sentí el rastreo de pies de la monja que se aproximaba y rápido me despegué de la pared, por si me había visto.
-Chico, ahí va la cajita y tu “mandaico”, y que sepas que no se dice hostias, sino “las formas”.
-Gracias, madre.

                                             "El mandaico", eran los blancos recortes de las obleas
“El mandaico”, era el aliciente especial que me hacía ir a por las hostias, eran los blancos recortes de las obleas donde quedaban los huecos redondos de cada una de las correspondientes extracciones.

                                            Mientras me tomaba un tazón "sopao"
Al volver a casa, mi madre que sabía mucho de tradiciones y recuerdos del pasado, al comentarle que había estado en Santa Isabel la Real, mientras me tomaba un tazón, de aquellos blancos, con bastante fondo lleno de sopas hasta que la cuchara se quedaba de pie, era mi cena cotidiana, me contó la siguiente historia.

                                          Aquel edificio encierra más de una historia tradicional
No hay granadino que al pasar por delante de la puerta de Santa Isabel la Real, no recuerde que aquel edificio encierra más de una historia tradicional, que le hizo famoso en la época árabe, cómo después lo fue en tiempos de los monarcas Católicos, al erigírsele en monasterio, al amparo de la Reina, ya que aquella casa, entre los musulmanes, había sido morada de una reina desgraciada, sí, pero siempre honrada, lo que hizo que aún se recuerde en este convento el palacio de Dar-al-Horra (casa de la Honesta), como se le llamó entre los moros.
Nombre merecido, pues las sombras de las impurezas ni las violencias de los adúlteros amores, sellaron con sus deleites la historia de aquellos muros.
Con voz tranquila, como queriéndome  introducir en el preámbulo del sueño, comenzó a contar mi madre.
                                                
Había una sultana joven y hermosa, víctima de las asechanzas  de un malvado, fue la primera dueña y por su comportamiento se le dio el nombre de “Casa de la Honesta”.

                                             Víctima de las asechanzas de un malvado
Más tarde otra sultana desgraciada tuvo allí su refugio, Aixa la madre del Bodabdil “El Rey Chico”, y actualmente se albergan “las vírgenes del Señor”, las monjas. Te voy a contar lo que le pasó a la primera sultana.

                                              Reinaba en Granada Jusef abul Hegiang
Reinaba en Granada Jusef abul Hegiang, séptimo rey de la dinastía de los Alamares. Dicho rey había elevado a  la condición de sultana a la hermosísima Kamar, que en árabe quiere decir luna.

                                           La pasión violenta de un moro principal...
Luna llena de bellezas era la delicia de su esposo, pero al mismo tiempo su eterna desgracia, pues una pasión violenta  de un moro principal al servicio del monarca, fue el causante de todas sus desventuras.
El moro causante se llamaba Jahie, amigo de Jusef, locamente enamorado de la sultana Kamar.
Jahie llegó en más de una ocasión, en un alarde de atrevida pasión,  a declararle su amor. Pero ella, a pesar de la pintura que de su amor le hiciera el atrevido galán, no consintió en ser infiel a su esposo.
Jahie, su perseguidor, se sintió vilipendiado y juró vengarse de ella y del mismo rey.

                                              El éxito de una de las correrías
Todo ocurrió un día en el que se celebraba en la Alhambra una espléndida fiesta, celebrando el éxito de una de las correrías que el ejército moro, al mando de Jusef y los principales jefes del ejército, habían realizado por territorios cristianos.

                                                   El salón de la Torre de Comares

                                                           Espléndidas alabanzas a Alá
El salón de Comares lucía espléndidamente la belleza de las alabanzas a Alá incrustadas en elocuentes frases estucadas en yeso en las paredes, mientras la cúpula de los siete cielos iluminada por la luz de las antorchas relucía refulgente el rojo de sus esmaltes.


Recostados en elegantes divanes de coloridos diversos y cojines traídos de Damasco, se encontraba la clase más selecta y privilegiada cercana a la corona.


Una  música lasciva y sensual dejaba impregnado el ambiente con los sones salidos del laud , rabel, tambor de copa y zurna, mientras los vientres y caderas de las bellas bailarinas, con movimientos suaves y fluidos disociando y coordinado a la vez las diversas partes del cuerpo, hacían mover al viento las gasas de colores  que envolvían sus cuerpos, juntándose con el  sonido metálico de los collares y pulseras, dejando en el ambiente el perfume embriagador del bálsamo y fragancia con el que aromatizaban sus torsos.


Esclavos de piel oscura, llevaban en bandejas de plata y oro los más suculentos alimentos y frutas tropicales que los comensales iban degustando.


Allí lucían sus galas y belleza, la sultana Kamar y su hermosísima prima Zara, amada predilecta de Omar, que a la vez era favorito del rey.


En un momento durante el que las damas caprichosamente se intercambiaban joyas y lazos, Jahie el pretendiente desairado de la sultana, que se encontraba observando todo, aprovechó la ocasión para plantarse en medio de la escena, con voz potente comenzó a lanzar improperios calumniando a la sultana Kamar; los sonidos musicales callaron, el baile se interrumpió, hasta el perfume embriagador se tornó desagradable y un silencio aterrador paralizó hasta el aire envolvente en un suspense de misterio.

                                             Encerró en un calabozo a Jahie
El sultán creyéndose deshonrado por su mejor amigo, con el que compartía a diario la vida de Palacio, retiró del ámbito conyugal a la sultana y encerró en el calabozo más inhóspito de la Alhambra,  al que hasta en estos momentos había considerado su fiel vasallo.

                                                 Palacio de Dar-Al- Horra
Sin embargo a pesar de haber apartado de él a la sultana su amor por ella era tan profundo que no podía olvidarla. Comenzó a edificar un magnífico palacio en el lugar donde actualmente se encuentra el convento de Santa Isabel. Allí permaneció la sultana por algún tiempo, pero poco a poco se fueron desvaneciendo las acusaciones y se fueron aclarando los hechos y la verdad se hizo realidad.

                                            Vistas desde el Palacio de Dar-Al-Horra

                                                Patio del palacio

                                                 Palacio de Dar-Al-Horra
La afligida Kamar recibió el abrazo más profundo de su amado y volvió a ocupar el tálamo nupcial.

                                         Entrada a la Plaza de Bib-Rambla
                                           El Arco de las Orejas en la Plaza  de BiB-Rambla
La Plaza de Bibrambla se encontraba abarrotada de gente que quería presenciar la muerte del calumniador.


Por la Alcaicería, escoltado por una guarnición de soldados traían encadenado al difamador, la cabeza cubierta con una capucha, largo sayón negro y pies descalzos; sonaron los redobles del tambor de muerte y el infame pereció a manos del verdugo. Un murmullo estremeció la plaza y en silencio la gente se fue diseminando.



A partir de entonces la reina mereció la significativa denominación de la Honesta, y dando el nombre al palacio en el que moró durante su corto periodo de desventuras.
                                       José Medina Villalba







2 comentarios:

  1. Amigo Pepe:acabo de ver, leer y disfrutar el magnifico relato que haces de tu querido barrio del albayzín, que tan bien conoces; he podido comprobar como ese toque especial que le dabas a la campanilla, cuando ejercías de acólito, logras trasmitirlo a tu prosa, dotándola de una musical cadencia, como recuerdo inconsciente de aquel vetusto instrumento al que te acercabas para mejor oírlo,acompañado de los lienzos que con tan fuertes colores presentas, fieles testigos cromáticos de la gran pasión que sientes por nuestra tierra; yo también me acercaba al armonio cuando era monaguillo y no podía entender como el organista podía tocarlo, con la partitura boca abajo sobre el atril. Estos blogs con los que cada poco tiempo nos deleitas, nos permiten afianzar y aumentar el cariño que sentimos por lo nuestro, y que tu enriqueces de una manera notable, dándole el realce y el prestigio, que en Granada se manifiesta a través de tu pluma. Recibe mi más sincera felicitación y agradecimiento, por los buenos ratos que paso con su lectura. Abrazos Pepe Cuadros.

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  2. Estimado amigo Pepe, en triple fase: granadino predilecto, sevillano de adopción y malagueño por afinidades familiares. Siempre mi agradecimiento por tus elocuentes palabras hacia mi publicación, (ya he visto que tu fuiste "monaguillo antes que fraile") que ha quedado pisada ya, por otra albaicinera: Rincones del Albayzín. El balcón de los pintores; te invito para que entres, si no lo has hecho ya, por una de las callejas de este barrio, maltratado por la piqueta y los malos planteamientos de los "ministriles" que no saben de bellezas románticas del pasado, ni de lo que es el arte.
    Pronto será archivada dándole paso a otra que se cuece en el horno del ordenador y pronto verá la luz.
    Te comunico que la revista está a buen ritmo en la imprenta, hoy mismo he recibido las primeras pruebas que remitiré muy pronto para que esta alcance la luz en breve plazo. Abrazos. Pepe Medina

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