miércoles, 4 de noviembre de 2015

ME HAN ROBADO EL MAR

                 UNA MAÑANA  DE NIEBLA EN CASTELL

No sé si sigo dormido, estoy soñando o es pura imaginación, esta mañana me han robado el mar, me han robado todo lo que mis ojos al amanecer disfrutan contemplando:


 el cielo con su vestido azul, los pájaros que vuelan en bandadas saliendo de las dormidas de los gigantescos eucaliptos, y haciendo giros como capotazos que le dan al viento, esta mañana no los he visto; ni la paloma que como un equilibrista de circo me saluda desde la antena de TV que hay en el tejado, tampoco la he visto; 


ni los coches de las viviendas vecinas que allá abajo todas las mañanas pasan, tampoco los he visto; ni el coche del panadero que nos requiere, con el sonido de su bocina, el pan diario no lo he visto; ni el sol que me saluda jugueteando en la línea del horizonte al que le doy los buenos días, cuando me apoyo en la barandilla de mi terraza, al que quisiera tener conmigo toda la jornada pudiéndole mirar a la cara como lo hago en las alboradas, al que le mimo y acaricio y guardo gustoso en mi cámara, tampoco lo he visto. 


Ese sol que lentamente se va levantando, lo veo desperezarse, no quiere  dejar el lecho de la noche pero la fuerza de la Naturaleza le empuja para que se eleve, de la misma  forma que nosotros hacemos, nos estiramos cuando dejando la cama, ponemos los pies en el suelo de nuestro dormitorio, él los coloca en ese mar inmenso a modo de alfombra, se posa para que sus rayos, como enormes pies, se deslicen sobre él.


Esta mañana hay una lucha entre el sol y ese telón húmedo que impregna el ambiente, esa manta de gotitas invisibles que no vemos, ni tocamos, ni podemos coger, ellas sí que nos ven y nos acarician, humedecen nuestro cuerpo y dejan sobre los trapos, que la noche anterior se colocaron para que se secaran, la huella del vaho para que no se puedan enjugar.


No estoy soñando, estoy despierto y me imagino lo tristes que estarán los barquitos que a la orilla del mar no pueden salir a navegar porque esta cortina es un maldito obstáculo que se lo impide.
¿Qué será de aquel velero que todas las mañanas lo veía velas al viento navegar? Y de los pescadores toda la noche en su labor ¿Sabrán encontrar la playa donde poder desembarcar? 


Por momentos, hay una lucha encarnizada entre el sol y la manta vestida  de intenso gris, pasadas las horas y bien entrada la mañana el cielo, sin su azul, hace que la niebla se ilumine, sin que podamos ver el espacio sideral, en este ring de asalto tras asalto vence la niebla, recibe algunos leves golpes del sol, que a duras penas se quiere asomar, más el ganador de los primeros combates recibe los refuerzos que le van llegando desde el mar.


No sé exactamente por qué asalto vamos, pero si en estos momentos la lucha se diera por terminada el juez daría por vencedora a la niebla, pero la jornada es larga y el final aún no ha llegado.  


Las nubes  tiene caprichos, unos días caminan por el cielo y otros se bajan hasta el suelo quieren saber cómo somos, estar junto a nuestros cuerpos, decirnos al oído que hoy, aunque nos pese, por fuerza tenemos que ser amigos, les pasa como al querer un día quieres y quieres y otro día dejas de querer.


Las ocho de la mañana eran cuando me levanté, como todos los días, para darle la bienvenida al sol, han pasado cuatro horas y aún no lo he podido saludar, sé que está ahí arriba, porque aunque no lo vislumbro sin embargo su resplandor, sin llegar a iluminar, es la señal evidente de que está agazapado detrás  de la niebla.


Los barquitos que a la orilla están, han despertado pues los puedo contemplar, igual que las palmeras que siempre, siempre, miran al mar, e incluso algún paseante, pero el sol no se deja asomar, la cortina de bruma aún puede con él.


La lucha continúa, la niebla va perdiendo fuerzas, ve llegar su final y se va elevando, el sol la tiene cada vez más cerca y va sometiéndola a su poder y con un golpe de suerte se le va a poder ver.
Y es que el agua se pone a jugar, y se hace nube y desde arriba ve a lo niños corretear, y quiere ser como ellos y en sus entretenimientos participar, y se hace niebla para tocar la  tierra y en los juegos de los rapaces quiere competir, pero era un infante  tan grande que  no pudo intervenir, por eso se marcha triste a los cielos donde con la luna y las estrellas por las noches podrá divertirse.


Allá por la sierra de Lújar, la de las minas del Conjuro, se va yendo derrotada la que quería ser la dueña por un día, pero no pudo  porque siempre impuso su autoridad  con sus rayos el que tenía que vencer.


Hoy me he puesto mi traje gris, como el plomizo del día, pero por dentro estoy vestido de más gris todavía, gris de recuerdos y de melancolía.

                                        José Medina Villalba

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