martes, 27 de junio de 2017

GREGUERÍAS MEDICAMENTOSAS. RETALES ANECDÓTICOS DE MI PASO POR LA FACULTAD DE MEDICINA

Este archivo va dedicado a mis dos nietas, a la enfermera de quirófano María, y a Laura, recién estrenada como doctora en Medicina.


                                           Laura, María y José Medina

Corría el final de la década de los cincuenta, cuando hecho todo un mozalbete con mis dieciocho años recién estrenados, queriéndome comer el mundo, bata blanca y con grandes pretensiones para el futuro, asistía a la clase de Oftalmología del Catedrático, el doctor D. Buenaventura Carreras, en la Facultad de Medicina de Granada.




Normalmente las clase las daba su ayudante de cátedra que curiosamente nos llamaba la atención, a los pocos alumnos que nos encontrábamos, catorce entre féminas y varones que aspirábamos a ser  A.T.S., su extravagante forma de vestir, siempre con pajaritas de colores, de las que debía tener una colección, porque nunca llevaba la misma.

                                      Aula en la Facultad de Medicina (1958)

Estábamos en familia en aquellas aulas, parecidas a los anfiteatros de los circos romano, junto a los jardines del Hospital Clínico donde antes de entrar a clase, sobre todo en primavera, nos deleitábamos con las flores de los rosales y más de una, de estas bellas rosas, fue decapitada para, por alguno de mis compañeros, entregar a la amiga de clase por la que sentía cierta atracción amorosa.

                                               Los jardines del Hospital Clínico

Recuerdo al profesor D. Felipe de Dulanto especialista en Dermatología, uno de los más sobresalientes a nivel español, que nos llamaba la atención su forma de hablar.


                                        Quirófano de la plaza de toros de Granada

Y al  doctor D. Juan Pulgar que era una ardilla del pensamiento. Tenía la frase oportuna en el momento exacto. Cuando fue elegido cirujano, de la plaza de toros de Granada, enriqueció su vocabulario y en sus discursos raro era no metiera frases alusivas a este mundillo, como una larga cambiada, o un quite por chicuelinas que provocaba la sonrisa del auditorio.



                                                       Manuel Benítez "El Cordobés"

       Cirujano que, en el quirófano de la plaza de toros de Granada,  le salvó la vida a más de un  lidiador de toros, tales fueron las de Manuel Benítez “El Cordobés”, Antonio Bienvenida, “Parrita”, cuando fueron cogidos gravemente en nuestro coso taurino, llevan en sus carnes la firma del doctor Pulgar.


                                              Hospital de San Juan de Dios en Granada

      Tuve la oportunidad, en mis prácticas de quirófano, asistir en el Hospital de San Juan de Dios, donde era el Director de la Escuela de Enfermería, a alguna operación de apendicitis, el bisturí en su mano se deslizaba con una rapidez espectacular junto a la aceleración apresurada de su forma de hablar que traía de cabeza al ayudante de manos.

                                                    Operando de apendicitis

      A propósito de esto, trascendía entre todos nosotros una anécdota que reflejaba su fama de hablador.
D. Mariano Zúmel era el Presidente de la Asociación de Médicos Escritores, a la que pertenecía D. Juan, uno de sus amigos que venía para Granada le preguntó:
-Don Mariano ¿quiere usted algo para Granada? A lo que éste contestó:
-Hombre, mira, pues sí. Cuando veas a Juanito Pulgar, y te deje hablar, le das un abrazo de mi parte.


      D. José Cuesta era el sacerdote oficial del Clínico, nos daba la asignatura de “La Moral en la Medicina”, era indispensable, para poder aprobar la asignatura saberse de memoria el principio fundamental que todo sanitario tiene que saber y practicar: “El fin no justifica los medios”.

                         Primera Promoción de A. T. S. (1959) De pie, primero por la izquierda, José Medina Villalba

Estando en la clase de D. José Cuesta, persona muy cordial, sacaba a relucir anécdotas curiosas de médicos que estaban en primera línea como profesionales y como humanos, era una forma de inmiscuirnos el talante que, en cierto modo, debíamos de tomar en la nueva profesión que habíamos elegido.



Un día sacó a colación la figura de D. Emilio Muñoz Fernández, que fue el creador y el primer director del Clínico de San Cecilio, Rector de la Universidad y creador y director del Instituto de Oncología. Muy allegado a sus alumnos, que le llamaban “El Chache” (El tito). Trataba a sus pacientes con cariño y después de la consulta se entretenía con sus enfermos y familiares charlando de cosas que no tenían nada que ver con el tema que hasta allí les había llevado.
Su buen humor se ponía, a veces de manifiesto, en los momentos más inverosímiles cuando se exigía una mayor seriedad.


                                                Tribunal examinador

Presidiendo el tribunal de exámenes finales en la Escuela de Enfermería.
En un rincón de la sala había un esqueleto, la señorita de turno que se examinaba estaba contestando con una perfección absoluta todas las preguntas que los miembros del tribunal le estaban haciendo.
 Al llegar a D. Emilio éste la felicitó por la forma tan sensacional que estaba realizando la prueba.
-Señorita, este tribunal le concede como nota final, sobresaliente, más si la última pregunta que le voy hacer la contesta correctamente se le concederá matrícula de honor. ¿De acuerdo?
-Sí señor.


-¿Ve aquel esqueleto? Acérquese a él, mírelo detenidamente y después viene y nos dice si es de hombre o de mujer.
La chica se dirigió a donde estaba el esqueleto lo echó una mirada rápida y se volvió hacia el tribunal.
-¿Qué, lo ha visto bien? ¿Es de mujer o de hombre?
-De mujer, contestó con la rapidez del rayo.
¿En qué se basa usted?
La chica, con la convicción absoluta de que se había ganado la matrícula de honor, respondió:
-En que si fuera el esqueleto de un hombre tendría que tener un hueso más.
-¿Cuál? Dijo D. Emilio.



-El hueso del pene. Respondió tranquilamente la chica.
D. Emilio, con ese humor especial que le caracterizaba, le estrechó la mano, y le dijo.
-Enhorabuena, señorita. ¡Ah! felicite a su novio en mi nombre.
Aunque en algún archivo anterior he sacado a colación a D. Fermín Garrido Quintana, hoy quiero apostillar alguna otras anécdotas que en clase nos contaba, nuestro querido D. José Cuesta.

                                                     Avenida de Andaluces

En un grandioso palacete situado a la entrada de la Avenida de Andaluces, que nos lleva directamente a la estación del ferrocarril, haciendo esquina con la Avenida de la Constitución, por aquella época llamada Avenida de Calvo Sotelo, ¡con qué facilidad se cambian los nombres a las calles!, a gusto, claro está, de los gobernantes de turno.



Cuando iba a por naranjas con mi padre siendo un chiquillo a la Caleta, límite donde terminaba la ciudad, me quedaba mirando asombrado aquella enorme reja que rodeaba toda la finca, artísticamente construida con sus adornos en hierro forjado, así como el enorme cancel de entrada, desde donde se podían ver los jardines y al fondo el palacete residencia del doctor D. Fermín Garrido Quintana. Hoy, por desgracia, como otras tantas bellezas granadinas, han sido sustituidas, por la picota y  la especulación vil de la construcción, por bloques de pisos.


                                      Lugar donde se encontraba el palacete de D.Fermín

-¿Quieres que te cuente cosas de este doctor? Me dijo mi padre, al ver cómo me detenía observando el lugar en el que nos encontrábamos.

                                                                           D. Fermín infudía ánimo a los enfermos

     -D. Fermín, era una persona fastuosa en sus manifestaciones, tenía una merecida fama de sabio, muy particularmente entre las gentes humildes, ya que en la mayoría de los casos no les cobraba las visitas y encima les daba los medicamentos procedentes de muestras de laboratorio, pero sobre todo algo especial, un segundo amor que infunde ánimo a los enfermos que depositan toda su confianza en el médico.



      Se cuenta, por clientes que lo habían visitado en su consulta, que tenía una especie de olfato especial para realizar el primer contacto y diagnóstico.
-Papá, ¿qué es lo que hacía?
-Descúbrase de medio cuerpo hacia arriba. Le ordenaba al paciente.
-Dese media vuelta, y con la rapidez del rayo, le pinchaba con una aguja en la espalda.
D. Fermín, observaba la reacción que tomaba el cliente y a partir de ahí, y con otras pruebas de diagnóstico sacaba las mejores conclusiones para el tratamiento.
-¡Era asombroso! ¿Verdad?
-Pues sí, hijo.



D. Fermín tenía una intuición especial, en cierta ocasión llegó a su consulta un hombre aquejado de una dolencia estomacal.
Poseía esta persona unos descomunales bigotes, terminados en unas retorcidas guías, prototipo de modelo clásico de la época, que se atusaba continuamente.
Fue entrar en la consulta y don Fermín sin dejarlo que se sentara le dijo:
¡Váyase, aféitese ese descomunal bigote y vuelva dentro de dos semanas!
Aquel hombre le cayó muy mal la orden tajante del doctor, máxime cuando se encontraba muy orgulloso de su bigote que, lo venía cuidando durante muchos años, era la admiración de otros tantos bigotudos amigos que aspiraban a tener uno igual.



        -Pero por favor…, D. Fermín no le dejó terminar la frase.
-¡Cumpla lo que le he dicho, aféitese ese bigote y cuando pasen catorce o quince días vuelva por aquí!
Aquel hombre, agachó la cabeza respetuosamente y se marchó.
-Lo que usted mande, fueron las últimas palabras que balbuceó saliendo por la puerta de la consulta.




     Con todo el dolor de su alma, poniendo en entredicho su fama, dejó al descubierto el labio superior con una flamante marca blanca que se destacaba de la piel morena del resto de su cara.
Avergonzado cada vez que se miraba al espejo permaneció sin salir de casa durante dos semanas, hasta que volvió de nuevo a la consulta.
-¿Qué tal?, le preguntó D. Fermín.
-Oiga doctor, desde que me he afeitado el bigote poco a poco se me han ido quitando las molestias del estómago. ¿Qué cosa más rara, verdad, doctor?



       - De raro nada. Le mandé que se quitara el bigote porque usted, por presumir más con él, se daba gomina y tinte, además usted fuma en pipa y continuamente se está pasando la lengua por el bigote con lo cual se traga, el tinte y la nicotina…
-¡No me diga usted!


      -Sí que le digo, y ahora márchese no cometa más este error y después de la comida tómese una cucharadita de estos polvos que le voy a dar, disueltos en un poco de agua.
-¿Sabéis lo que le dio? Simplemente bicarbonato.


                                                 D. Federico Olóriz

        El llamado barrio de los doctores, llamado así porque por allí se encuentran situados la totalidad de los hospitales, donde figuran como indicativos de sus calles y avenidas el nombre de insignes doctores: don Federico Olóriz, don Rafael Mora, don Francisco Mesa Moles, don Bonifacio Sánchez Cózar, don Emilio Muñoz Fernández…, recientemente ha recibido “una puñalada trapera”, y digo esto, porque le están arrebatando estos centros médicos y los están trasladando al rimbombante “Parque Tecnológico de la Salud”, 


                                                  Parque Tecnológico de la Salud
donde como ¡Dios no lo remedie!, se están creando infinidad de problemas para profesionales, usuarios, vías de comunicación…

                                           Los cuentos de "Las Mil y una Noches"

     Como en los cuentos de las Mil una Noches, el profesor dejaba  en suspense algunas de las anécdotas que nos contaba, para poderla empalmar con otra en la clase siguiente.




      El doctor don Antonio Salvat, pequeño en estatura, no en inteligencia, de andar nervioso y ligero, cejas bien pobladas, una mañana entró en la Facultad de Medicina cuando dos limpiadoras, cuando aún no existían las clásicas fregonas, se encontraban hincadas de rodillas, con estropajo en mano, jabón y arenilla. Sin escrúpulos de ninguna clase pasó por medio, sin tener en cuenta que el suelo estaba enjabonado. Con sus pisadas lo puso todo perdido. Cuando se había alejado por el pasillo en dirección a su despacho una de las limpiadoras le dijo a la otra más veterana.



        -Oye, Carmela, ¿Quien es este pajarraco?
-¡Cuidado no te vaya a oír!
-Don Antonio Salvat, catedrático de micro…,no se qué más.
Don Antonio que la oyó, se volvió, lanzó un escupitinajo al suelo, corrigiendo lo que no había sabido terminar la limpiadora.




      -Microbiología e Higiene, señoras mías, ¡e Higiene!, que quede claro, no se les olvide, y volvió a escupir en el suelo.
Se marchó tan tranquilo, mientras las dos limpiadoras con ojos atónitos se miraban estupefactas, diciendo: ¡Qué clase de higiene enseñará el señor catedrático!


                                                   Para muestra, un botón      
 D. Antonio Salvat, fue uno de los doctores con una gran acusada personalidad, no solo por sus excentricidades, sino por su gran acusado carácter.
Llegó a la Universidad de Granada procedente de la Universidad de Barcelona al parecer por un incidente que tuvo con el Rector barcelonés.




    Un hijo del Rector, alumno de D. Antonio, se tenía que examinar de su asignatura, en esos momentos se presentó en el aula un bedel con una carta dirigida al profesor Salvat.
Le dijo al enviado que esperara por si tenía que dar respuesta, abrió el sobre, y en voz alta leyó el mensaje.
-“Trate bien a mi hijo”.
D. Antonio tranquilamente rompió la tarjeta y dirigiéndose al bedel le dijo, con voz hueca y con bastante énfasis.

                                                Esclavo, id y decir a vuestro señor....     
 -“Esclavo, id y decid a vuestro señor lo que habéis visto y oído”.
    Después se dirigió al recomendado y le dijo:
  -“Y vos, mostrad vuestra sabiduría”.
Naturalmente lo suspendió.
Este hecho enfureció al Rector que lo consideró como una ofensa y falta grave. Éste fue el motivo que originó el traslado forzoso a la Universidad de Granada.

                                           "D. Antonio se columpió en la cuerda floja...."     
En una visita que hizo el Ministro de Educación Nacional a la Universidad granadina, cuando el Rector le iba presentado todo el claustro de profesores, al llegar a nuestro Catedrático, al que conocía personalmente y por su original personalidad le dijo:
-D. Antonio, ¡qué alegría verte por aquí!
Salvat, que rechazó darle la mano, le dijo elevando el tono de voz, para que lo oyeran perfectamente todos.
-Mira, Pepe, déjate de alegrías y gilipolleces y controla más a tu amigo el Rector de Barcelona.



      El ministro, un poco desorientado por la contestación, e intentando salir del atolladero, con una falsa y obligada sonrisa comentó:
-¡Este D. Antonio! ¡Genio y figura!
En otra de sus clase y habiéndose formado un alboroto entre los alumnos, se subió encima de la mesa y enarbolando el bastón como si fuese un sable lanzó a los cuatro vientos la siguiente perorata:


        -Son ustedes unos salvajes. No son hombres, porque no tienen lo que han de tener los hombres.
-¡El único que aquí tiene cojones soy yo!
Silencio general. Los alumnos no sabían qué hacer ni que decir, D. Antonio continuó lanzando “sapos y culebras” por su boca, hasta que se hartó.
Entonces reparó en un alumno que durante toda su arenga, había estado con la mano levantada.
-Vamos a ver, y a usted ¿Qué mosca le ha picado?
-Ninguna, D. Antonio, es que usted ha dicho que el único que aquí tiene cojones es usted, y eso no es verdad.
Silencio absoluto. ¡Pánico generalizado!


        -¡Cómo que no!, ¿se atreve usted a reprochar mis palabras?
-D. Antonio es que yo también tengo cojones.
Más silencio todavía.
El doctor sin bajarse de la mesa pronunció otra de sus frases antológicas.
-Pues bien, señores, rectifico. Aquí los únicos que tenemos cojones somos ese señor y yo.
-¡Se acabó la clase y vayan tomando nota!




      En otra ocasión, fue el Señor Arzobispo a visitar el Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago, en el que se hospedaba nuestro Catedrático, lo recibió ¡en calzoncillos!
Era verano, hacía calor y estaba asomado al balcón cuando llegó S. E. como no quiso hacerle esperar y no le dio tiempo a vestirse, ¡de esta guisa se presentó delante de su Reverendísima!
 Las excentricidades de nuestro doctor, se habían extendido por todas las Facultades, por lo que acudían alumnos que no eran de la Facultad de Medicina a sus clases.



        Bastaba ponerse una bata blanca y era suficiente
En una ocasión se armó un alboroto en el aula y don Antonio, ni corto ni perezoso.
-“Se van a enterar éstos”.
  Comenzó a pasar lista.
- Fulanito de tal y tal.
-Presente.
-Cero al cociente y me bajo la cifra siguiente.
Así continuó nombrando y poniendo ceros y bajando la cifra siguiente, hasta que llegó al delegado de curso.
 Éste le presentó cara al maestro.
-D. Antonio, estamos todos extrañados de su actitud, usted siempre ha sido un hombre justo, pero ahora está cometiendo una injusticia.
-¿Qué me está usted diciendo?
-La verdad. Cuente los alumnos que tiene en lista y después cuente los que estamos en clase.



      Después de contar los alumnos que había y comprobar que el número excedía en gran número, se colocó el birrete, blandiendo el bastón y como el Quijote que enfurecido ataca a los rebaños de ovejas creyendo que son enemigos, se lanzó contra los intrusos.
-¡ A Por ellos mis fieros leones!




      Otro anecdotario corresponde a dos cirujanos que por aquellos años operaban en el Hospital de San Juan de Dios.
Uno de ellos era el doctor, don Miguel Vega Rabanillo.
Una mañana coincidieron en el hospital porque tenían que realizar unas intervenciones quirúrgicas.
Al mediodía, una vez que habían terminado las operaciones, mientras se aseaban, en los lavabos, el doctor Vega Rabanillo le preguntó a su colega.
-¿Has tenido mucho trabajo?


      -¡Uf, no veas! Durante toda la mañana he estado operando un epitelioma de labio.
-¿Y tú?
Don Miguel, socarronamente y como el que no le da gran importancia le respondió:
-¡Bah! Una insignificancia: dos apendicitis, dos vesículas, dos hernias… ¡Ah! y un epitelioma de labio…


      -¡Pero no te preocupes, todo es cuestión de práctica!
Así trascurrieron muchas jornadas de clase, don José Cuesta, interrumpía intencionadamente la anécdota, se daba la clase y todos expectantes deseando llegar a la siguiente, para escuchar otra nueva aventura.
Ahora, escribiendo este relicario anecdótico me pregunto, ¿era correcto el método que utilizaba nuestro profesor, al impartir sus clases?


      Pienso que sí, porque todas aquella anécdotas, encerraban una moraleja que él, atrayéndonos con toda aquella especie de historietas verdaderas, nos las contaba para que reflexionáramos. 



     Sinceridad ante las injusticias, en el caso del delegado de curso, del doctor Salvat.



      Honradez ante la valoración de un examen, evitando el tráfico de influencias.



       Amor al prójimo, en el caso de don Fermín Garrido.


      Modestia en el trabajo, ante los que se vanaglorian del trabajo que hacen. Caso del doctor Vega Rabanillo.



      Buen humor, para saber capear algunas situaciones. Tema del Ministro de Educación.



      Antivalores desechables, como la arrogancia y desprecio a los que consideran inferiores, caso de las limpiadoras…
Así podríamos estar sacando conclusiones morales que nuestro profesor, con aquellas historias anecdóticas, nos  hacía la clase más amena.
Mis felicitaciones y enhorabuenas a mis dos queridas nietas, a María y  a Laura Cano Medina, a la primera por su gran labor, de eso saben mucho los quirófanos del Hospital de San Rafael, y a Laura, flamante doctora en Medicina, para que dirija, su recién terminada carrera, en el campo que más le guste. Un fuerte abrazo de su abuelo, y desde el cielo otro de la que hace poco se nos fue pero está velando por todos. 

                                         José Medina Villalba








4 comentarios:

  1. Amigo Pepe: Veo con este simpático bloc,dedicado a tus dos queridas nietas, que de alguna manera y con gran esfuerzo tratas de incorporarte a la actividad,que normalmente venias desarrollando, yo me uno como siempre a tus escritos y espero seguir haciéndolo en el futuro, porque a mi también me ayuda a sentirme útil y activo.
    Esa foto que has puesto de la facultad de Medicina, en cuyo frontispicio ponía aquella frase en latín que decía: SOLIDO SAXO FUNDATA, NUNC NOVO RITUS, VETUS SPLENDET SCHOLA, IMPERANTE FRANCO.
    El rector de la facultad por los cincuenta D. ABELARDO MORA, tenia una forma muy personal de describir los diferentes órganos del cuerpo, decía que la hipófisis era el director de orquesta y según haga con la batuta a un lado u otro, padeceremos una enfermedad u otra, y que la hemoglobina era voluble y coqueta como una mujer, se desprendía del anhídrido carbónico y se unía al oxigeno,sin darle la menor importancia.
    Veo en estos renglones reflejado el cariño que sientes por tus dos entrañables nietas y percibo con claridad que las neuronas siguen rindiendo, no dejes de ejercitarlas como tratamiento terapéutico, pues son el antídoto para el abandono y la perdida de interés por los temas que tanto te ayudan ha seguir caminando. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Cuadros y mi sincera felicitación por este simpático correo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Querido amigo Pepe, hace un mes que se marchó, para siempre la que ha sido mi compañera durante tantos años. Nadie sabe lo que es el vacío del cuerpo y del alma que se te origina cuando te encuentras en esta situación, por más que te lo digan, ¡hay que vivirla! Cuando te encuentras inmerso dentro de ella, experimentas sensaciones que nunca habías sentido. Sin embargo, hay que irse adaptando a este nuevo estado y buscar refugios que lo puedan paliar. Ayer estuve en el "dormitorio", como le llamaba nuestro capellán del Colegio José Pino al cementerio, despedíamos al hermano de Conchita, ¡que casualidad! con el mismo proceso que su hermana.
      Mis hijos y alguno de mis nietos allí presentes fuimos a la bóveda donde recientemente la dejamos, rezamos unas oraciones, y parece como si una voz me dijera: "No te acerques a mi tumba sollozando, no estoy ahí....Estoy en el viento que te acaricia, en las plantas que riegas cada día, en las estrellas que brillan de noche sobre tu hogar, en la sonrisa de tus hijos, en los mensajes de tus amigos, en los pajarillos que cantan en tu ventana. Por eso no te acerques a mi tumba sollozando...., porque no estoy ahí, estoy en tu recuerdo, en nuestros recuerdos y en tu corazón.
      Me has vuelto a recordar mi vieja escuela, la Facultad de Medicina, donde pasé tres años, roca sólida y vieja y brillante escuela. Pocos estábamos entonces en mi curso entre varones y hembras no llegábamos a una veintena, pero lo pasábamos estupendamente, de ahí que el recuerdo haya aflorado en estos momentos trayendo al presente una serie de anécdotas verídicas, para que las conozcan mis nietas que heredaron la vocación de su tía abuela y de su abuelo, Pepe. Buena anécdota que cuentas de D. Abelardo Mora, haciendo hincapié, la mujer ciertamente es coqueta, se desprende fácilmente de lo que no le interesa y se aferra a lo que más le atrae, pero yo en estos momentos, con tu permiso agrego, pero totalmente indispensable como la hemoglobina en la sangre. Seguiré haciendo eco y poniendo en práctica tus consejos, vamos a ver si poquito a poquito, voy a mis neuronas poniéndolas en forma y dejando deslizar mi mente con nuevos temas sobre el teclado del ordenador. Mi total agradecimiento por tu comentario, por tus ánimos y por la felicitación a mis dos nietas. Un fuerte abrazo de tu amigo Pepe Medina.

      Eliminar
  2. Abuelo, ya sabes que yo no soy muy fan de escribirte comentarios en tus grandes archivos los cuales nos impregnas de sabiduría, alegrías y reflexiones. Agradecerte tu mención en éste, y animarte a que sigas escribiendo que aunque la abuela se quejaba que siempre estabas con el ordenador... ella se sentía y se siente orgullosa de la gran labor y dedicación que pones a tus textos, no lo dejes nunca. Te quiero, tu nieta María

    ResponderEliminar
  3. Mi querida nieta María, sentir tus palabras en este comentario que me haces me llena completamente de satisfacción. Este texto literario, como sabes muy bien, lo tenía hecho de hace tiempo, pero he esperado para que terminase la carrera Laura y poderlo lanzar al espacio. Ciertamente la abuela Conchita, el amor de mi vida durante tantos años, y el amor de todos sus hijos y nietos, por la pasión que sentía por todos, aunque se quejaba, como tu muy bien dices de mi "hambre" de ordenador, sin embargo era la primera en leer los textos, ella era la supervisora, hacía sus objeciones, y yo notaba perfectamente que le complacían.Le pasaba igual con la pintura, decía: ¡ya estás haciendo otro cuadro! Pues, no sé donde los vas a meter, salvo que nos salgamos de casa y se quede todo para tus pinturas y esculturas. Todo esto lo manifestaba de "boquilla", porque en el fondo le agradaba, prueba de ello es que cuando terminaba una pintura, me decía: ¡que bonito te ha quedado! ¡anda ponte que te haga una foto y después la pones en el facebook. Seguiré tus consejos, también por ella que los seguirá leyendo y contemplando desde donde se encuentre y por ti que me sigues animando. Eres la mejor enfermera de quirófano del mundo, me lo ha dicho un pajarito que todos los días vuela por el hospital donde trabajas y se coloca junto a los cristales de la ventana de la sala de operaciones y te ve como te desenvuelves. Todos los médicos admiran tu trabajo y te felicitan. Yo también te admiro y te quiero. Tu abuelo.

    ResponderEliminar