jueves, 6 de junio de 2013

BODEGÓN, PAISAJE Y RETRATO EN LA PINTURA GRANADINA.



                                                                      
He entrado algo tarde en las redes sociales, aunque hay un refrán español que dice: nunca es tarde si la dicha es buena; me acojo a este proverbio y contemplo con entusiasmo que se cumple el aforismo en mi persona. He de decir que la admiración corre por mis venas al contemplar como diariamente mis archivos están siendo seguidos por numerosas personas en diversas partes de la esfera terrestre.

Algunos de mis bodegones o naturalezas muertas, como también se les suele llamar, van a salir al exterior, viajar por los espacios siderales, dejar la pared donde durante años han permanecido colgados en aburrimiento absoluto y darse a conocer.

                                                          Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Algunos están inspirados en momentos de estancias a la orilla de ese mar que baña las costas granadinas, que subyuga cuando se contempla. Unas ricas sardinas, en forma de espetos, se doran en llamas de fuego sobre una arena ardiente, regadas con el vino de la tierra, me motivaron para hacer una composición donde la estrella central fuera la sardina.

                                                           Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Las frutas siempre han sido elementos propicios para hacer composiciones: peras, naranjas uvas…, con la riqueza de su colorido son elementos muy dados para que los pinceles, impregnados por el color maravilloso del óleo, dejen plasmado en el lienzo las tonalidades diversas que les aprisionan.

                                                       Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Hay un manjar muy simple, muy sencillo, muy humilde pero ¿quién puede decir que, unos huevos fritos con sus dorados ajillos, no son el deleite de cualquier humano?

Era una de esas tardes, del caluroso mes de agosto, cuando paseaba tranquilamente por la orilla de la playa de Castell de Ferro; el sol que, con la brisa marina, amortigua sus rayos hirientes sobre las dermis de los bañistas que durante horas doran sus pieles, se acunaba en el horizonte. Daba la impresión que no se quería marchar y sobre la superficie de las aguas tranquilas dejaba  un adiós en una estela de rojo aterciopelado; era la puesta de sol  embelesando a las gentes que la contemplaban.

Manuel, aquel pescador que ha pasado la vida luchando para sacar a su familia adelante ha subsistido entre el mar, la tierra, su familia y su pueblo.

                                                              Óleo sobre lienzo. J.M.V.
El mar, ese mar donde día tras día, ha navegado con momentos de alegría ante una buena pesca, situaciones tristes, cuando el trabajo infructuoso no ha tenido buenos resultados y momentos terribles cuando ese mar ha sacado su furia para que no le quiten los seres vivos que moran en sus entrañas.

Sin embargo, me llamó enormemente la atención, cómo todas las tardes lo veía en el mismo sitio, con la mirada perdida en su mar y sin olvidar los recuerdos del pasado.

                                                        Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Manuel no es el veraneante que tiene su mejor caña deportiva, con todos los mejores aperos de pesca, a él le basta un simple hilo con su anzuelo y un cubo donde va depositando sus capturas.

Charlamos todas las tardes un buen rato, cigarrillo pegado en su labio, casi siempre apagado, pero como acompañante fiel va entrando en la conversación conforme mis preguntas van surgiendo esporádicamente. Rostro arrugado y envejecido, parco en el hablar pero rico en sus  expresiones corporales; sus andanzas y aventuras marineras las contaba con tal naturalidad que me impresionaban.

                                                         Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Tomé unos apuntes, de estos momentos y de otros  relacionados con ese mar enfurecido, con la barca que duerme tranquila, con la esperanza de volver a navegar, o de un mar que, en un lenguaje mudo, ve como preparan los artilugios que le han de arrebatar los tesoros de sus entrañas;  aquí está el resultado en mis óleos sobre lienzo.

Hay una calle en nuestra ciudad con una importancia tan trascendental que es obligación primordial pasear por ella a todos aquellos que nos visitan.
 
                                                          Óleo sobre lienzo. J.M.V.                      
Carrera del Darro, músicos, saltimbanquis, vendedores de brujas y amuletos para tener suerte, hippy rodeados de perros, y espectadores que a la altura del convento de Zafra danzan y bailan al ritmo de la música. La Carrera del Darro es todo un espectáculo. Es obligado ver la Alhambra, pero no es menos, para todo forastero, darse un paseo por esa Carrera que allá por los años cuarenta, del siglo pasado, algunos quisieron sepultarle ese río que le da su nombre. Fue D. Antonio Gallego Burín, alcalde de la ciudad, el que evitó  se cometiera tal extravagancia.

Esa Carrera que durante tantos años fue mi camino diario, columna vertebral que sirve de basamento y sostenimientos del Albayzín, barroca y renacentista, cargada de historia de monumentos y personajes a través del tiempo. ¿Qué pintor no se ha querido llevar en sus lienzos el encanto de esta calle?

Cuando regresas a altas horas de la noche, la Carrera está desierta, el silencio es  absoluto, sólo se escucha el rumor de la aguas del Darro, el toque de la campanita de uno de los conventos que reclama la oración de sus moradoras; a veces el revoloteo de algún mirlo que busca refugio en el bosque o el sonido entrecortado y esporádico de un cucú.

                                                        Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Allá arriba en lo alto de la torre, de la Iglesia de S. Pedro, hay dos vigías iluminados con ojo avizor, desde que asomas por el Puente de Cabrera te están mirando y no dejan de velar por tus pasos, hasta que traspasas el Palacio del señor del Castril.

                                                         Óleo sobre lienzo. J.M.V.
 Esas dos campanas que con sus lamentos han entristecido al barrio cuando alguien ha muerto, otras veces han tocado a gloria cuando los romeros han partido para el Rocío, o se ha celebrado una boda o simplemente han reclamado la presencia de los feligreses para que participen en las celebraciones litúrgicas.

Desde la terraza de mi casa escuchaba, en determinadas ocasiones, una especie de rivalidad entre estas campanas y otra que encima de ellas, más arriba del Tajo de S. Pedro, les corrige sus toques cuando la Vela llama a los lugareños de la Vega a cumplir con el ritual del riego.

                                                        Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Es otoño, acaba de terminar una de esas tormentas de esta época, la calzada de la Carrera del Darro brilla como si fuera un enorme espejo, la acera está resbaladiza y de vez en cuando hay que dejarla para pisar el  deteriorado adoquinado; los chacos de agua abundan en todo el trayecto y aún hay que llevar el paraguas abierto, a pesar de que ha dejado de llover.

El cielo, que hace unos momentos estaba totalmente cubierto con tono gris oscuro por las nubes que lo invadían, va abriendo claros y deja ver una bóveda celeste con color azul ultramar intenso.

Hay tres elementos que definen y caracterizan a nuestra ciudad. El granado ese árbol, con su rico fruto de granos rojos que parecen rubíes asomándose al exterior cuando la fruta ha sazonado. Allí está, impertérrito, como símbolo y guardián en el corazón de la ciudad, en Puerta Real.

                                                          Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Al fondo, como dos enormes y gigantescas flechas, mirando al celeste cielo, las torres donde se guarda nuestra Patrona, la Virgen de las Angustias. Sierra Nevada, con su manto níveo,  va a cerrar este simbólico cuadro que representa a Granada.

                                                             Óleo sobre lienzo. J.M.V.
Jardines del Partal. Estos jardines se extienden desde la salida de la Rauda o cementerio real, hasta la explanada en la que se encuentra la Torre de las Damas. En este mismo lugar se encontraban los palacios reales, distribuidos también en forma escalonada y que, posteriormente ocuparon las habitaciones del Emperador Carlos V.

Durante la época árabe albergó numerosos edificios de magnates que vivían en torno al Palacio Real, de los que se conserva la Torre de las Damas.

Los leones que arrojan agua al enorme estanque fueron traídos del Maristán, (hospital de enfermos pobres) junto al Bañuelo, en la Carrera del Darro.

                               José Medina Villalba.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario