domingo, 11 de noviembre de 2018

LA SULTANA DEL PASEO DE LOS TRISTES


  

¿Un óleo puede ser el origen de una narración?
Cualquier situación puede ser motivo para dejar correr nuestra imaginación, y arrastrados por los intrincados vericuetos de la nostalgia y de los recuerdos, montarnos en el carro de la chispa de la fantasía, dejarnos llevar hasta los confines de la ilusión, metidos en una nebulosa sentirnos trasladados a momentos que, a veces, nos convierten en personajes del pasado, de un pasado, que pasó, valga la redundancia, con la velocidad con la que el agua de una tormenta se precipita sobre el suelo,  o el rayo vestido con la luz del relámpago, para lucir sus malabarismos geométricos, luce la fantasía del ilusionismo convertido  en  culebrinas que rasgan el firmamento.


Corría la década de los años sesenta, cuando conocí a la Sultana del Paseo de los Tristes.
Sentado en el largo poyete que sirve de montera al diminuto, pequeño, pero encantador río que se apoda Darro,  viene deslizándose como una serpiente por todo el Valle de Valparaiso, entre alamedas, juncos, huertas, cortijillos aislados, tahonas y senderos, que a su vera le acompañan para que no se sienta perdido y abandonado.



 Meditaba una tarde de primavera colocadas mis posaderas en ese rectilíneo y largo banco de piedra, donde el agua mansamente se despide de la visión de los transeúntes, para internarse en el sueño de la oscuridad de una larga bóveda, para despertar de nuevo allá por la ribera de otro río que se apoda Genil, donde ambos se funden en un profundo abrazo, con ribetes de entrega amorosa.



Ese banco con espaldar, que une la Carrera del Darro con el cancel de la Iglesia de Santa Ana, donde el cuerpo se siente más cómodo y los pensamientos fluyen a borbotones esparciéndose por los pliegues del adoquinado de una plaza que dejó en el suelo la marca férrea de unos raíles, de un amarillento vehículo que la circundaba.



 Aquel vehículo, con ruedas a modo de grilletes chirriantes que abrazaban circundando la plaza, en su caminar sobre el sendero férreo, carcasa de madera, asientos de tablillas marrones, pesados ventanales, pintado de amarillo, cuyo lazarillo que lo conducía y le suministraba el alimento era un largo cuerno que unía la techumbre con el  cable que le aportaba el sustento para caminar, transportando a la gente del Barrio de San Pedro, desde Plaza Nueva a la Pulga en la Avenida de Cervantes. 


                                            El tranvía dando la vuelta a Plaza Nueva

¡Ya se esfumó!, solo queda en el aire el sonido a metal en su caminar, y el chisporroteo eléctrico del trole cuando se cambiaba de posición, para permutar su marcha de nuevo  llegando a su punto terminal.


                                       Girando el trole del tranvía en Plaza Nueva para dar la vuelta

Fueron otros tiempos, pero se da la circunstancia que estoy ahora mismo en esa situación.
 Pasa renqueando “el latas” el autobús que a duras penas, y derrengándose sube la Cuesta del Chapiz, para llegar a las Cuatro Esquinas final de su periplo en el Albayzín.



La señora María, rechoncha, de tamaño pequeño, cascarrabias como ella sola, sentada en el lugar correspondiente, por una peseta va despachando los billetes a los pasajeros que van ocupando su sitio.
-¡Candidoooooo! Le dice al conductor, como el grito que sale del fondo de un pantano.
 -Meteeeeeeeeeee bien la marcha que el coche se va, con la trasera cuesta abajo y vamos a terminar en el río. 


                                           Cuesta del Chapiz

 Mientras por mi mente van pasando estos recuerdos, la tarde va cayendo y los últimos rayos del sol como crisálidas, que buscan refugiarse en  los rincones más recónditos de la Chancillería, y de las casas que delimitan la vera del río, van acariciando las fachadas de los palacetes, hoy día convertidos en hoteles, y apartamentos.


                                 Apartamentos, "Oro del Darro" en la Carrera del Darro

 Los rostros de los vecinos, con las fiambreras vacías, escondidas en los bolsos regresan a sus domicilios después de una jornada de laboreo, y hasta las aguas que pausadamente navegan por el cauce, cubren de tornasolado su superficie.


                                Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba

La Carrera del Darro, por donde solamente caminan los vecinos de este lugar, se va muriendo lentamente, se escuchan las voces de las mamás que llaman a sus hijos a recogerse, cuando la calle era el único lugar para jugar, crear y refrendar amistades, superarse día a día potenciando la solidaridad, e incluso la competitividad y rivalidad entre los chavales de barrios vecinos, fortaleciendo las exigencias que la vida nos iba ofreciendo,



 la mejor playstation de todos los tiempos y de otros  artilugios que le tienen comido el coco a los infantes de hoy día, donde se potenciaban aquellos valores que hizo de chicos y chicas, hombres y mujeres con capacidades para afrontar la vida.



Los cierres metálicos de las persianas de las tiendas de comestibles dejan su último grito cuando bajan sus pestañas, para que víveres de aquellos mini supermercados envueltos en la oscuridad y el silencio, dormiten hasta un nuevo amanecer, las campanas de la torre de San Pedro llaman al rosario a las vecinas, y mis pensamientos siguen divagando.



Las farolas apoyadas en las esquinas de las callejas que desembocan en la Carrera, con voces mortecinas de luces meditabundas, intentan, sin apenas conseguirlo, que los transeúntes guíen sus pasos deslavazados sin perder el compás que le marca el trasvasado adoquinado en sus desniveles, que le han marcado las huellas del tiempo y las ruedas de los carros de agua de un líquido, lágrimas de Aynadamar,  que surten a la ciudad desde el Juego de Bolas, supletorio del Maristán, hospital de locos y enfermos pobres, en la época nazarí.


                                               El Maristán,  en la época nazarí

Son los últimos y tímidos toques de los campaniles de las Bernadas, que se mezclan con la neblina de una noche que entra a formar parte del barrio como un habitante más, mientras las mirlas del bosque alhambreño al compás que le marca el cucu, centinela perenne, van buscando la guarida más propicia para pasar la noche.


                                                     El bosque de la Alhambra

Hasta las aguas del río entienden que han llegado las sombras de la nocturnidad, y aplacan el sonido de sus movimientos.
Todo se transforma en un escenario de silencio y armonía, conforme avanza el crepúsculo, la calle deja de ser tal para convertirse en el mejor nocturno de la noche, que cualquier pintor podría dejar plasmado en un lienzo.


                                                 Nocturno. Óleo de José Medina Villalba

El aire se va congelando a fuerza de entumecerse por los envites que le proporciona el Valle de Valparaiso y el bosque, la ciudad en verano lo agradece, porque se convierte en un  cañón de aire acondicionado que lo proyecta a Plaza Nueva, donde la gente viene a disfrutar y a refrigerarse de la dura calina de los días veraniegos.


                                      Plaza Nueva  y sus contrastes climatológicos

Por el contrario, en las duras noches de invierno, entrar por esta plaza, la bofetada que te proporciona este encajonamiento, hace que hasta el cuello del abrigo se levante para que puedas esconder el rostro. 


Hoy todo esto ha cambiado, para los nostálgicos, e incluso los más atrevidos en el recuerdo romántico, nuestra Carrera del Darro ya no es la que era, eso sí se ha proclamado la calle más visitada del mundo.



Desaparecieron las tiendecitas, donde se podía comprar de todo, desde una lonja de queso, hasta un alfiler, pasando por un racimo de uvas o cuarto y mitad de aceite…, se esfumó la relación de la vecindad, donde mientras te despachaban, la clientela, como el mejor diario mañanero o vespertino, comentaba  los acontecimientos cotidianos.



Las tiendas han pasado a ser bares, y las casas solariegas a hoteles desde cinco estrellas a escalas inferiores, terrazas ocupadas por guiris, apartamentos de quita y pon diario, no hay chicos en el barrio que jueguen a las bolas, a las cajillas, a la pelota, a chichirivoy, ni las chicas jugando a puestesicos, a los cromos, a casica. 




                                          Niñas jugando a los cromos
Donde hay un espacio libre allí hay varias mesas con sus sillas correspondientes, y un camarero sirviendo a los que se deleitan contemplando el panorama.



La musicalidad orquestal gatuna que cubría las dos riberas del río desapareció, objetivo perfecto de las cámaras de los visitantes, que captaban las diversas escenas que allí se desarrollaban.  


                                                Espectáculo gatuno en el Río Darro

Caminar por ella, es desafiar continuamente la estabilidad del cuerpo e incluso jugarse la vida, coches de residentes y vehículos de transporte urbano, marchan desafiantes y te obligan a emparedarte formado un perfecto sandwich, difícil de digerir,

       Las aceras plagadas de baratijas de gentes que busca el sustento, siempre vigilantes ante cualquier inesperada inspección policial, para salir huyendo, y de conjuntos musicales improvisados que captan la atención del público.



-Hombre, señor escritor, no sea usted gafe, ¿cómo eso de jugarse la vida?
_ Si no se lo cree, querido lector, póngase un día aprueba y podrás comprobar la realidad de los hechos que estoy narrando.
-Bueno, muy bien, ¿y todo esto que tiene que ver con la Sultana del Paseo de los Tristes que a bombo y platillo está pregonando a los cuatro vientos?
Todas las cosas en la vida tienen o requieren una  explicación, salvo aquellas a las que no se las quiera dar una aclaratoria y ésta, que se refiere a la Sultana, la tiene.
    La Sultana, mi Sultana, vivió y pasó toda su niñez y mocedad en estos lugares y aún se percibe en el ambiente el espíritu encantado de esta bella dama, que vaga errante por las callejas, y que se marchó dejando su espíritu deambulando por aquí, sobre todo en los atardeceres diarios.  

                                                   Atardecer en la Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba
                                    
        Puesto el escenario en condiciones, a través de todo el ambiente que se respiraba allá por los años sesenta del pasado siglo, aquí viene el relato de esta encantadora niña que me ha hecho, estando sentado en este largo poyete rememorar,  aquellos años, para que nos situemos en el lugar de los hechos envueltos en la atmósfera natural en el que ocurrieron.
       Aunque la gran Sultana del Paseo de los Tristes deambula constantemente por estos lugares, sin embargo ahora metido en la profundidad de mis pensamientos la veo pasar por delante de mí, como todas los días, a la caída de la tarde.


                                           El espíritu de la Sultana deambula por aquí, sobre todo en los atardeceres.
                                                                                               Óleo de José Medina Villalba.

Gentes venidas de diversas partes del mundo pasaban por delante de mí, apenas si me hacían caso, ni sabían lo que esperaba, y ni se percataron de que me encontraba allí esperándola.
Los últimos girones de luz de la tarde, rastreaban el enlosado de Plaza Nueva, cayendo sobre la torre mudéjar de la iglesia, como la madre que acaricia a su bebé en sus brazos para que se duerma, cantándole una nana; había un silencio especial, las campanas del reloj de la Chancillería, daban las toques acompasados de las ocho de la tarde, en mutuo diálogo con los broncos sonidos de la Campana de la Vela.



Una pareja de enamorados prestos a entrar por la Carrera se me acercaron para preguntarme, qué cosas interesantes podían ver en la ciudad, además de la Alhambra y el Albayzín.
-Somos madrileños y es la primera vez que visitamos Granada, me dijeron.
-Son muchas las cosas que se pueden admirar en la ciudad, la Catedral, la Cartuja, la Capilla Real, los diversos monasterios, la Madraza, San Jerónimo….., sin embargo yo estoy aquí esperando para disfrutar de lo más bello que se pueda ver  en Granada.



El sol ya había despedido a los últimos vestigios de nubes que rondaban el cielo para acunarse tras los tejados de las casas que se vislumbraban al final de la Calle Reyes Católicos y una luz limpia flotaba en el aire, una luz líquida digna de ser embotellada.



La curiosidad se despertó en los visitantes y mirándose sin mediar palabra, unidos por el mismo pensamiento.
-¿Nos permite que nos sentemos a su lado?
La luz de la luna descompuesta en mil cuchillas, dejaba su luminosidad sobre el poyete arropando a los que nos  encontrábamos sentados allí.



-         Nos puede explicar, ¿qué es lo más bello que hay en Granada?
-         Tendréis que esperar un ratito porque a la caída de la tarde pasa por aquí.
-         Entonces no es monumento, ni una calle, ni un monasterio, ¿verdad?
-         No, queridos amigos es un ser viviente, el monumento más grandioso que han parido los tiempos.


                                      Tenéis que esperar un ratito a la caída de la tarde pasa por aquí
    
       Las palomas que deambulaban por la plaza picoteando las minucias que iban encontrando a su paso, girando y emprendiendo vuelos cortos, con movimientos acrobáticos dieron un volantón y se lanzaron al aire, para ir a posarse sobre la alta torre de la iglesia, había que contemplar lo que se avecinaba.



   Apareció recortada su figura, sobre el aire fresco que venía encajonado del Valle de Valparaiso, y del que bajaba por la Cuesta  de Gomerez impregnado de la humedad del bosque, los chorros del agua de los dos caños de la Fuente del Pilar del Toro, eran un collar de lágrimas de cristal, dejaron caer la armonía de su cantar que se expandió por todo el recinto.



     En la distancia se recortaba su estampa como la imagen más perfecta que pueda ser el centro de atención de cualquier monumento. Nos quedamos extasiados contemplando su figura, su edad se podía adivinar, oscilaba alrededor de los diecisiete años,  derrochaba  elegancia,  majestuosidad, pero sobre todo era bella, y utilizo este calificativo como elemento descriptivo en primer lugar, porque la belleza de la Sultana era, no solo del cuerpo sino del alma, que es la máxima grandiosidad  de una mujer.



 Vestía con suma sencillez sin perifollos ni extravagancias de acorde con la moda del momento, elevando la grandiosidad de sus encantos. A su paso dejó el perfume natural que puede desprender un cuerpo que solo utiliza el agua cristalina como elemento primordial para libar su piel.
    Avanzó hacia el lugar donde nos encontrábamos recorriendo Plaza Nueva e internándose en la de Santa Ana, para tomar la Carrera del Darro.



     Pasó por delante nuestra, dejó caer una mirada acompañada de una sonrisa, y se detuvo un momento para saludarnos, simplemente con su mirada y su boca entreabierta que susurró un  saludo como un gesto de cortesía cotidiano, porque ella sabía que todas las tardes la estaba esperando. A mí, especialmente esa tarde, me miró con esa intensidad de quienes apenas necesitan palabras para entenderse.



      Nos quedamos sumidos en un letargo de emociones, por la belleza que derrochaba y se marcaba en el aire.  
       Yo la conocía a la perfección, porque todas los atardeceres la observaba, e incluso, en algún momento se había detenido conmigo, y había tenido la oportunidad de contemplarla y comprobar que  los parámetros de su rostro reunían todos los condicionamientos de la perfección, 



proporcionalidad de las distancias entre las pupilas, la nariz, y los labios, cejas altas y perfectamente definidas, ojos grandes y mirada transparente que dejan entrever la sencillez y nobleza que la domina, nariz recta y bien proporcionada en consonancia con el resto de sus facciones, piel sonrosada, suave como si fuera de terciopelo, labios carnosos, sugerentes y atractivos.



    Su cuerpo guardando todas las medidas que rigen los cánones de la escultura griega, se contonea con la flexibilidad con la que lo hace la espiga del cereal, agitada por el viento en medio del trigal  dejando entrever las encantadoras curvas de su cuerpo.
   El busto a pesar de la vestimenta fluida y vapora que porta, como la mejor sultana de todos los tiempos, siempre suele llevar en el correr cotidiano de los días,  sin llegar a marcar el contorno de su talle, resalta la juvenil silueta de sus dos sugerente senos, su espalda rectilínea como la mejor columna de marfil se apoya en el basamento de un trasero redondeado, carnoso, y firme y sus piernas se mueven con armonía desplazándose de un lado para otro sin que tiemblen, en una palabra el modelo de perfección al que aspiraría cualquier dama que se quisiera sentir bella.


                            Una calle maquillada con un color rosa anaranjado. Óleo de José Medina Villalba
     
      Les dije a mis acompañantes que se mantenía alucinados contemplando y dando crédito a lo que les había dicho del mejor monumento de la ciudad, que no perdieran detalle porque íbamos a seguirla sin que ella se diera cuenta durante todo el recorrido, bajo el encanto de una vía maquillada de un color rosa anaranjado con la que el sol, en su despedida, se permite darle las últimas pincelas antes que aparezca la otra pintora la luna, 


                                                        Carrera del Darro. Óleo de José Medina Villalba

que la acicalará con el cosmético de plata impregnando su cerdamen, calle que con el tiempo se convertirá en la más transitada del mundo como realmente ha ocurrido.



     Bajo nuestra atenta mirada y la de la otra Sultana, compuesta de torres con  almenas desde lo alto de la colina, musicalidad de aguas del río y entresijos silenciosos de clausuras ocultas, detrás de las celosías de los viejos conventos, escuchando los acordes de los campaniles y campanas de iglesias y de cenobios incubando novicias de amores frustrados,


                                        Cenobios incubando novicias de amores frustrados 

 nos decidimos a seguir contemplando aquella escultural figura, que conforme se deslizaba por la calle, parecía desvanecerse en el lienzo de una tarde que se enmarcaba con la neblina de un atardecer que estaba a punto de caer.


    En nuestro caminar no perdíamos ningún detalle, hubo momentos que estuvimos tan cerca de ella, que nuestros ojos intentaron salirse de sus órbitas, más ella no se percató  de nuestra proximidad o intentó disimularlo, porque sabía que la observábamos con todo detalle, cómo su melena desplegada al viento caía sobre sus espaldas, y su figura meciéndose como el mejor balancín se recortaba en la espesura del bosque alhambreño, 


sobre las murallas ruinosas, del Tajo de San Pedro, e incluso sobre algunos de los vecinos  que a esas horas deambulaban por la calle, y las beatas del barrio que con sus mantones de negra lana, haciendo juego con el velo que cubría sus cabezas, salían de rezar el rosario.


                                                      Iglesia de San Pedro
    
El sol agonizaba, se dejaba caer atosigado por aleros de los tejados más altos, dejando sus últimos vestigios de un tornasolado sobre las hojas de los árboles y el cauce del río; algunas farolas mortecinas comenzaron a emitir una luz tenue, que se vio sorprendida por la intensidad lumínica que dejaba el encanto y belleza de mi Sultana.


      En un lenguaje entrecortado para formar el menor ruido posible, en una especie de pirotecnia gramatical apoyada en una musicalidad de palabras, uno de los visitantes dijo: parece un hada misteriosa hecha de seda y de viento, suspendida en el aire, dispuesta a volar, con su figura recortada en un escenario de misterio.



     El acompañante comentó, tienes toda la razón, veníamos buscando las bellezas de esta ciudad, en sus monumentos más importantes y hemos tenido la gran suerte de descubrir la imagen más bella del mundo, que solo puede verse en Granada.  
Mi contestación:
-Me alegro que os guste.
-¿Qué hace por este delicioso lugar, y hacia donde se dirige? Preguntaron.
-Seguid conmigo caminando y lo descubriréis.
Porque tenéis que tener en cuenta que en el amor y en la guerra está todo perdido y yo, que sigo día a día en esta guerra de enamoramiento, de antemano sé que lo tengo todo perdido.
-¿Por qué dices eso? Me preguntaron.
Porque el tiempo no nos fue propicio, la diferencia de edad es el mayor de las controversias con la que la naturaleza se ha vengado conmigo.


                                                      Calle del Candil
   
       Por una calleja estrecha llamada del Candil nuestra maravillosa hada misteriosa se fue evadiendo, como se diluyen y desparecen todos los días mis pretensiones amorosas.



     En la puerta de una de las casas que le dan vida a esta calle su madre la esperaba, le dio un beso en la frente y ella, como todos los días hacía, soltó el bolso que llevaba en su mano y le dijo a su madre:
-Voy en un momento al río y enseguida estoy de vuelta.
-Hija hoy ya es tarde, la noche se echa encima y los duendes del bosque están al acecho y me dolería enormemente que te raptaran, solo te tengo a ti, tus dos hermanos hace tiempo se marcharon de casa para organizar sus propios hogares, y tengo entendido que hay un galán por ahí que te pretende, y me dolería enormemente quedarme sin ti.



-Mamá , no te preocupes vuelvo pronto.
- Por favor, hija mía, no tardes que pronto se hará de noche.
Escondidos en uno de los soportales la vimos caminar con la luz del atardecer acariciando su rostro, y con la Alhambra y el bosque desde lo más alto reverenciando su caminar.



       Pasó el Puente del Aljibillo, deslizó sus pasos por delante de la Sala Nocturna del Rey Chico, donde las cabareteras en sus camerinos se preparaban para el espectáculo.





        Saludó a Jesús el del horno de pan que estaba en la puerta de la tahona, donde el olor a mantecados y polvorones que fabricaba mi madre cuando llega la Navidad me despertaron el olfato, el pintor Marino Antequera con el trípode y el lienzo colocado en el Carmen del Granaillo, esperándola para seguir plasmando en su lienzo a la Gran Sultana.


                                         D. Marino Antequera García


                                             Carmen del Granaillo.

      Dejándose caer al río, se inclinó de bruces en un charco de aguas cristalinas, se arrodilló sobre él, se puso a mirarlo atentamente, sin prisa de ninguna clase, mis acompañantes, sabedores de que conocería perfectamente lo que hacía, me dijeron:
-         ¿Qué es lo que está haciendo ahora?
-         ¿De verdad que estáis interesados en conocer lo que está haciendo?
-         Si no fuese así no habríamos seguido sus pasos y nuestro apetito por descubrir este misterio ya habría desaparecido.
-         Pues seguidme y bajaremos sin hacer el menor ruido posible.



      A tiro de piedra, de unos metros nos colocamos detrás de ella, y yo le pregunté:
-¿Qué es lo que hay detrás de ese charco de agua que diariamente vienes y te arrodillas delante de él e incluso te veo hablar musitando palabras?
La joven volvió su rostro hacia donde estábamos nos miró con una cara de dulzura especial, y se volvió de nuevo a mirar las aguas cristalinas del charco.
Con sus dedos escribió algo en la arena, y mirándonos fijamente dijo ésta es la casa del príncipe encantado.



-El más bello y encantador príncipe que vivió en la Alhambra.
Sin esperar nada, los tres, que atónitos la observábamos, dijimos:
¿Un príncipe?



-Sí, un príncipe bello y encantador que un  día jugaba conmigo en estas aguas y de pronto sin quererlo  resbaló y se cayó en el charco, de pronto las aguas enamoradas de él lo absorbieron, veía como lentamente se lo llevaba, yo gritaba pidiendo ayuda con todas mis fuerzas, él alargaba la mano para asirse a mi cuerpo.
-¡¡¡Por favor, cuéntalo rápido, no lo dilates más que estamos nerviosos esperando el final!!!!



-Nadie acudió, y las malditas aguas de este charco diabólico lo engulleron. Fueron las palabras que desgarraron nuestros cuerpos al oírlas.  
Nos miramos estupefactos, quedándonos petrificados como el que le han echado un cubo de agua helada.
-Nadie vino  a salvarlo, y aquí se quedó para siempre.
Nunca lo he olvidado, era el amor de mi vida, una noche se me presentó en sueños, me decía que me necesitaba que fuera todos los días al río, porque estaba intentando escapar de la prisión donde se encontraba, que sería al atardecer, por eso todos los días vengo a estas horas, a esperar su llegada.



No había más preguntas que hacer. La miraron se cruzaron los pensamientos  y observando la Alhambra, cuya silueta se recortaba en un cielo donde comenzaban a nacer las estrellas, uno de ellos dijo con voz lastimera y compasiva.
-Desde luego nunca pudimos pensar que una de las grandes maravillas de Granada se encontrara encerrada en este río de oro y en este charco maravilloso.  
                                 José Medina Villalba.


9 comentarios:

  1. Amigo Pepe: No se cuantas veces habré recorrido esta tu calle, que como bien dices es la más visitada del mundo; pero no puedo evitar decirte, que a pesar de haber leído y disfrutado a los viajeros románticos del siglo XIX, Washington Irving, Lord Byon, Théophilo Gautier, y sus bellas románticas y pormenorizadas descripciones del paisaje, las costumbres, el ambiente social, la arquitectura, el carácter de sus gentes, he descubierto hoy, después de leer tu paseo de guía turístico enamorado, ahora mismo, en estos momentos, una descripción de un corto trayecto de nuestra querida Granada, que más bien parece un continente, por lo que tiene, por lo que contiene, por lo que insinúa, por lo que hace sentir, por lo que trasmite, por lo que se ve, por lo que no se ve pero se presiente, que el alma queda alimentada para largo tiempo, porque digerir paladeando los manjares espirituales que lleva aparejados, hay que hacerlo de una manera reposada, tranquila, sentado en el pretil del puente del Rey Chico acompañado por la música trasparente y cristalina de las aguas del darro, con sus gatos, sus mimbres y chopos por donde navegan los suspiros.
    Amigo Pepe, no se si agradecerte este bello recorrido o quejarme, porque la distancia provoca nostalgia aunque sea corta la ausencia de la ciudad de los sueños, de la novia del aire, de las fuertes pasiones y los amores eternos. En fin amigo Pepe, el que no conozca Granada y lea tus relatos, le provocarán adicción como las drogas, pero una adicción positiva y beneficiosa para el cuerpo y el espíritu, que se deslizan en patinetes por la cuesta del chapíz, para fundirse con el bosque encantado, donde habitan las tres diosas,Zaida, Zoraida y Zorahaida, a cada cual más bella,más lozana y más sultana.Un fuerte abrazo desde Sevilla, de tu amigo Pepe Cuadros.

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  2. Amparo Mora Montes.
    Querido amigo: Cuando hay imaginación, sensibilidad y saber plasmar en el papel los pensamientos, un óleo de tantos como tienes, puede ser el origen de una narración, en este caso de la Carrera del Darro y el paseo de los Tristes que tan bien conoces y tanto quieres.
    De esta manera, sentado en el pretil del río te dedicas a observar y comparar la vida en este lugar en la década de los.srsenta, su tranvía, el autobús que subía la cuesta del Chapiz, los vecinos, las tiendecitas de barrio, las farolas, las campanadas ..., con la actual, muy diferente por el cambio sufrido con el paso del tiempo. Han surgido bares y terrazas por doquier, hoteles y apartamentos, vehículos que dificultan el tránsito peatonal ....El cambio sociológico ha sido radical.
    Llama mi atención el espíritu de la sultana que vaga por la zona al atardecer y el romántico relato de la joven sultana que todos los días se arrodilla ante un charco del río para hablar con su enamorado, un príncipe encantado que vivió en la Alhambra y cayó en el charco sin poder salir porque las aguas no lo permitieron y allí quedó para siempre . Una historia fantástica que me dejó embobada. Volví a ser niña!
    Te felicito por tu trabajo y por la imaginación tan fecunda. Un abrazo.

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  3. Angeles Ruiz Rodriguez.
    Yo admiro a las personas como tu capaces de escribir maravillosamente, pintar maravillosamente, ser un gran profesor y un amigo excepcional. Me gustan todos tus cuadros... Un abrazo ..

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  4. Rosi MuñozRosi. Me Encanta La Narración de La Sultana ,Pero me gustaria saber quien es la Sultana ,,,Todas nos sentimos sultanas al nacer en ese bonito Barrio ,estoy segurisima ,,Que usted ya la tiene definida,,,,,,Besos !!!

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  5. Rosi MuñozRosi. Of!! Qué bonita historia ,un poco triste por el final ,gracias
    Yo decía que todas nos sentimos Sultanas por nacer en ese maravilloso barrio por que amo a mi barrio de la niñez ,nací y allí viví hasta que mis padres se separaron cuando yo tenía 15 años y nos tuvimos que ir ,imagínate yo era una cría y me iba llorando dejando mis amigas y pocos meses perdí a mi padre después de aquello ,dejaba la casa de mis abuelos paternos y mis hermanos y yo nos separemos ,
    Gracias por tan bonita leyenda

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    1. Rosi Muñoz. Bonito homenaje. Y Gracias a usted. Un beso fuerte amigo.

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  6. José Medina Villalba.
    Estima amiga Rosi, como tú muy bien dices, con quince años te tuviste que marchar del barrio que te vio nacer, donde tus raíces absorbieron las sustancias fundamentales en el desarrollo de tus primeros pasos alimentándote de las vivencias del barrio más bello del mundo: las amigas, los vecinos, las múltiple horas de juego, diversión, e incluso de algunos disgustos que siempre se te clavaron en el alma y la pérdida de un ser querido. Dices muy bien que cualquier chica de aquellos tiempos podría ser la Sultana, aunque tú vas más allá, e incluso, te atreves a decir que yo la tengo localizada. Solamente te puedo decir, que éste ha sido un homenaje , que ya venía, hace tiempo, queriéndolo hacer a todas las chicas del barrio de aquellos años de la década de los sesenta, cualquiera de ellas para mi es la SULTANA DEL BARRIO DE SAN PEDRO. Muchas gracias por leerme, no todo el mundo lo hace, y eso es digno de agradecer. Aprovecho para felicitarte por tus continuas participaciones en el facebok. Un abrazo.


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  7. Mari Carmen Molina.
    Amigo Pepe. He leído tu archivo, titulado La Sultana del Paseo de los Tristes. Conforme voy leyendo me quedo admirada de la facilidad que tienes para crear una historia y crear sensaciones y sentimientos,ya sea porque te inspira una pintura,una fotografía,o según que estación del año estemos viviendo, cualquier excusa es buena para ti. Leyendo como siempre me traslado al lugar, en este caso a mi barrio que me vio nacer y crecer, tal como lo cuentas vuelvo a mi niñez y a mi juventud te crees perfectamente el ambiente que se vivía en aquellos años, me parece ver las tiendas de la época y los niños y niñas jugando en la calle, pero conforme avanzo me quedo extasiada, parece que entro en un cuento maravilloso creo que a cualquiera nos hubiera gustado ser la protagonista, ser esa Sultana y ese príncipe. Una historia maravillosa. Enhorabuena y esperando leer la siguiente. Un abrazo.

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    1. Estimada amiga Mari Carmen.
      Para contestarte a tu amplio comentario, yo me he hecho la siguiente pregunta,¿quien no se acuerda de las vivencias de su infancia y juventud, quien no recuerda tal como si lo estuviera viviendo en estos momentos, aquellos maravillosos días que quedaron plasmados para siempre en el subconsciente de cada uno?
      Fueron espacios de vida, de una vida que se encontraba como el terreno mullido y preparado para recibir las mejores semillas convertidas en impresiones de los acontecimientos diarios que quedaron grabados con tal profundidad, que no se borraron jamás, y que ahora al leer este relato, en ese barrio que te vio nacer, y que amas profundamente se te han hecho realidad, volviendo, mientras leías a la Sultana del Paseo de los Tristes, a dejar de ser tu estado actual para volver a aquellos tiempos.
      Cuantas sensaciones y experiencias hemos vivido en nuestra vida, pero todas se han ido amontonando unas sobre otras, de tal manera, que se nos ha originado un cúmulo de acontecimientos, en un amalgamamiento tal, que se ha convertido en una mezcla confusa de toda nuestra vida, pero aquellos tiempos, ¡¡¡¡Ay, aquellos tiempos, si pudiéramos volver, rebobinando el túnel del tiempo a hacerlos realidad!!!!Cuántas cosas cambiaríamos en nuestra ajetreada vida.
      Permanecen en nuestra mente con tal claridad, aquellas vivencias, que hasta podíamos señalar aquel hoyo que había en tu calle, donde veías a tus amigos jugar a las bolas, o escalón de la puerta de tu casa donde te juntabas con tus amigas a jugar a los cromos, o el olorcillo que desprendía el aceite cuando Carmen la churrera, los domingos, hacía sus ruedas de churros para los vecinos, o las fiestas del barrio, cualquiera calleja, Candil, Horno de Oro, Gumiel, tenían su encanto.
      Éste que escribe, también tiene profundamente metido en su ser este inigualable barrio de San Pedro, allí nací, allí me crié y desarrollé toda mi vida profesional, y aún no solo no lo he olvidado sino que a pesar de que me fui a vivir a otro con similitudes muy similares, sigo visitándolo y realizando mis actividades pedagógicas.
      Todo este cúmulo de sucesos del pasado, andaban rumiando en mi interior y no he tenido más remedio que regurgitarlos y lanzarlos a través de la letra impresa, porque me quemaban en mi interior.
      Pero tenía que hacerlo a través de un texto literario en el que la figura principal en la que se pudieran concentrar todos lo encantos de este arrabal estuvieran concentrados en una figura, y ¿cual podía ser esa figura?
      No podía ser otra sino la de una mujer, de una joven de aquellos tiempos que representaría a todas las chicas jóvenes del barrio que, perfectamente sería el compendio de toda la hermosura, encanto, magnificencia y esplendor de nuestro barrio.
      Quizás como cualquier otra de tus amigas de aquel tiempo, que han sentido ser las protagonistas de este archivo, solamente te puedo decir una cosa, siéntete tú, como si esa Sultana del Paseo de los Tristes ha estado encarnada en ti, y si esto te hace feliz, como lo habrá podido ser a cualquiera de tus amigas, me alegro enormemente.
      Mi agradecimiento a tu magnífico comentario, que ha venido a cumplimentar este relato engrandeciéndolo ya que has aportado, con emoción y naturalidad, tus sentimientos y enternecimientos de aquellos recuerdos que jamás podrás borrar.
      ¡Ay, Mari Carmen, si pudiéramos volver al pasado!
      Ya he lanzado otro, sobre el Albayzín, no sé si conoces una calle llamada San Martín, te invito a que lo leas y si te apetece tu comentario será siempre bienvenido.
      Un abrazo.

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