domingo, 5 de enero de 2020

CASA MORISCA. HORNO DE ORO





Siempre se dijo, como un adagio popular, que después de la tormenta viene la calma. 
En el zaguán que da entrada a la enorme casa en la que vive el otoño, (15-09-2019) cuando el ruido de ese ogro oscuro que brava en las alturas, lanzando por su boca  truenos,  rayos, relámpagos  y centellas, con la furia de un enorme dragón dejando caer los espumarajos de su cólera en cubas enormes de agua,


 destruyendo todo lo que se le pone por delante, en contrapunto se ha levantado un cielo completamente despejado, limpio, los termómetros han subido, la numeración y el cuello leve de un frío que intentaba asomarse por la puerta, que da entrada al vestíbulo donde intenta presentarse en escena el tiempo en el que la vegetación se desnuda, y nos ha obligado a ir sacando del armario la vestimenta que huele a naftalina. 

                                      Calle Horno de Oro
 Dispuestos a respirar el aire de una mañana en la que la pituitaria percibe el olor de los nardos, claveles, petunias, rosas, narcisos, crisantemos, azucenas, lirios…, miles de personas hacen cola a la puerta de la Virgen de las Angustias, para entregar sus flores y formar así entre todos un bonito mosaico que inunda las calles de aromas agradables. 

                               Ofrenda de flores a la Virgen de las Angustias
Otra enorme cola dejaba caer, desde la Torre de Comares de la Sultana Alhambra, sobre una de las estrechas callejas que forman el pie del Albayzín, el fulgor luminoso de los rayos de un Sol radiante, se unía a otro apéndice humano que esperaba impaciente en un lugar, donde posiblemente en la rica Granada nazarí y en este barrio aristocrático, existiera algún taller de fundido del preciado metal para confeccionar alhajas o de batihoja para dorar. 


                                                En la espera para entrar 

Zanegat furn al-Daray (horno del sendero) posiblemente fuera el nombre que actualmente se ha convertido en Horno del Oro.  


¿Qué hacía esta mañana tanta gente formando una hilera constituida por grupos de personas que se prolongaba desde la casa número catorce hasta la Calle San Juan de los Reyes? 



Esperaban impacientes desde antes de las once de la mañana para entrar en esta casa morisca, construida a finales del siglo XV,  una de las mejores conservada del Albayzín. La sencillez de su fachada no permite imaginar la armonía arquitectónica que esconde dentro. 





Chicos, medianos, y mayores, todos dispuestos a contemplar y vivir no solo los valores de estructura de construcción morisca sino las vivencias de épocas pasadas representadas en una escenificación teatralizada. 



Las transformaciones del siglo XVI hacen de este monumento un interesante ejemplo de casa morisca que integra elementos islámicos y castellanos. 



Un espectáculo se nos iba a ofrecer, representado por un grupo de actores a cargo de: “Viajar en el Tiempo”, formado por un elenco: Leticia Valle, bailarina. Miriam Abenza, y Maite Segura, actrices, acompañadas por Azahara Rodríguez, guía oficial. 



Todo comienza cuando por la calle, perfectamente empedrada, donde se mezclan los blancos guijarros con los grises  como si fuera una espada, dividiendo a la estrecha calleja en dos. 



Sube algo nerviosa y de forma precipitada, como el que va  tarde a un sitio concreto, una señora portando un fardo de folios, sin saber por qué se le vienen cayendo, la gente acude para ayudarle a recoger los papeles esparcidos por el suelo, pero aquello parece una fuente que en cascada va soltando folios tras folios, sin que haya nadie  que lo pueda frenar.





El espectáculo ha comenzado, sin haber entrado en el interior de la casa, la presentadora haciendo alardes porque llega tarde, pidiendo disculpas ante un público sorprendido que no sabe si realmente estas escenas corresponden al espectáculo o se trata de una señora que accidentalmente pasaba esta mañana por allí. 




                                        Las sonrisas del público demuestran la buena acogida 
Por lo visto tiene que rendir cuentas ya que está de moda fichar siempre que se entra a trabajar, quiere consultar el reloj para ver si la puntualidad se ha cumplido, pero el que marca la hora  se ha quedado dormido.





La expectación crece por momentos, y los vecinos de la calle se asoman a los balcones, e incluso un osado perrito con su hocico puntiagudo y sus orejas gachas no sale del asombro, mientras el Peinador de la Reina, allá arriba, pieza fundamental de la Alhambra, lisonjeado por un Sol naciente, mantiene los ventanales ojivales abiertos como nunca, para no perderse la función de una callejuela que siempre lo está mirando.  


                                            El perrito tampoco quiere perderse el espectáculo

      La inquietud electrizada de una calle, de sus vecinos, e incluso del dueño de una de las casas que sale malhumorado para pedir que se cambie el sentido de la cola porque no quiere que su vivienda sufra el desmadre que se ha producido esta mañana. 


                                               Casa número doce, de Horno de Oro

     -Cuantos recuerdos vienen a mi mente de esta casa contigua con la que nos espera ver esta mañana, en la que hace años fueron muchas las horas que pasé, ejerciendo la profesión de A.T.S.  Allí tenía mi despacho, con unas yeserías morunas en el pórtico que daban entrada. Todavía resuenan en el interior de mis tímpanos las conversaciones de las vecinas en los corredores de los pasillos, con sus balaustradas de madera y las terminaciones de las columnas en zapatas renacentistas,  el sonido del surtidor de la fuente cuadrangular que había en el centro y el chapoteo de comadres que hacían la colada en la pila de lavar que había junto a un pozo, de donde se sacaba el agua que lo alimentaba, llegada de la acequia de Axares, acequia de San Juan.   



Joaquina Eguaras no tiene problemas para presentar su último trabajo, un libro recién salido, que ha traducido del árabe al castellano. 





Este ensayo de agricultura que data del S. XIII, fue escrito por Ibn Luyyun, un almeriense nacido en 1282. Fue traducido del árabe por Joaquina Eguarás, y publicado por el Patronato de la Alhambra en 1988 en versión bilingüe, árabe y español. Pese a tener ocho siglos de vida, este ensayo sigue teniendo una vigencia actual, y sigue siendo punto de referencia para entender el sistema de cultivos propios de Al-Andalus. 

El libro fue pasando de mano en mano, para que todos los asistentes  pudieran percatarse de la obra. 



-Pero bueno, ¿Quién es esta señora tan remilgada, inquieta, haciendo alardes de sabiduría?
-Querido lector, se trata ni más ni menos de la Directora del Museo Arqueológico de Granada, situado un poco más abajo en la Carrera del Darro, que ha venido esta mañana dejando el museo para acompañarnos en esta visita, Dñª Joaquina Eguaras. 
La mañana espléndida, el Sol burlando la estrechez de la calle se ha introducido dentro para dar más brillantez a la demostración ceremoniosa, y las fachadas de las casas sienten como sus rostros encalados,



resplandecen con más fuerza que los demás días, y es que todo se encontraba tenso pendiente de lo que iba a suceder.



-"Me encanta, cuando salgo del museo perderme por el entramado de las callejas albaicineras, ver  la vida, el bullicio de sus gentes, el sonido de los telares, y de los golpes sobre el yunque en la fragua construyendo los canceles y enrejados de las puertas y balcones,  vida que palpita como una llama ardiente floreciendo día tras día". 



Los muros de esta casa nos van ayudar a viajar en el tiempo, pasando desde la reconquista cristiana, sus moradores, sus costumbres, la de los moriscos, hasta su expulsión. Nuestra anfitriona nos narra toda su biografía desde que nació en Navarra, 1897,  una fría mañana de enero, "con lo cálida que yo soy", llegó a Granada por la carrera militar de su padre; mis padres me apoyaron mucho cuando quise estudiar, en el año 1918 fui la primera mujer matriculada en la Universidad, fueron años duros pero me licencié en la Carrera de Filosofía y Letras, Premio Extraordinario y después fui profesora de la Facultad.



El tratado de Agricultura fue pasando de mano en mano para que se apreciara el contenido que encierra un tratado con vigencia actual. 



 Mientras, la supuesta Joaquina Eguaras trasladada en el tiempo a través de un rebobinado del espacio, nos fue contando el origen de esta casa morisca después de la conquista de Granada por los Reyes Católicos, nos invitó a entrar en la morada mahometana.



Entrar en una casa morisca es volver al siglo XV, es sentir el silencio interrumpido por el lenguaje de la luz plena inundando el espacio, y el habla hecho agua tranquila en la alberca vestida de verde nenúfar.



  El reflejo de todos los que la rodeábamos eran imágenes que se cernían para tocar con más intensidad todo el misterio que allí se palpaba, contemplando el viril y erguido chorrito de agua del surtidor,  que se eleva ufano dejando caer una y otra vez el llanto hecho lágrimas, recordando a los que allí habitaron. 



Las gotas caen marcando el compás de una música que se sostiene en el pentagrama que forma el aire, la luz, el silencio, la mirada, y la agonía de unas perlas puro cristal, que aparecen y desaparecen, sin dejar huella.
 Son el collar de cuentas con las que se adorna un patio enclaustrado, único donde aún siguen morando, los que sus cuerpos marcharon pero sus espíritus deambulan por sus muros y cubiertas.


                                       Las gotas caen marcando el compás de una música....
Las gotas se esparcen, su riqueza es tal, que saltan fuera de la taza que las recoge, para caer lavando el empedrado  uniéndose a la superficie  del líquido que reposa en el estanque, dejando una sonrisa convertida en ondas que se esparcen  perdiéndose entre los nenúfares y las paredes.



Los ojos de los nuevos visitante no dan crédito a lo que están viendo, hay asombro en las caras y cada cual busca el lugar más apropiado, unos en el patio donde la proximidad al lugar nos hace percibir esa magia especial que allí se saborea, otros quieren contemplarlo desde lo alto, donde las balaustradas de los corredores son peldaños del cielo hechos madera que no se cansan de mirar el encantamiento que allí existe,  sabemos que algo nuevo nos va a sorprender pero… ¿Qué nos tienen preparado esta mañana las musas de este lugar? 



-Pero, ¿existen las musas?



Estimado lector, el Albayzín es un barrio donde existe la magia, los duendecillos que se pasean por las noches por sus callejas, los elfos, los gnomos, las hadas, las leyendas más románticas que se han podido escribir, es un lugar de pura fantasía.
Así es que, prepárate para lo que te espera a continuación.



Con la mirada y el pensamiento nos trasladamos a tiempos remotos, esta casa destila por sus muros miles de historias,  momentos de pasiones, romanticismo, amores, desamores, traiciones, celos, engaños, nostalgias,  fiestas en los anocheceres bajo la luz de las estrellas, y una Luna enorme asomándose por encima de los tejados fiel vigilante, hechicera y trotaconventos, celestina y alcahueta, que no se pierde ninguna noche nada de lo que se vive en este patio. 



Mientras la cámara va recogiendo en un rápido deslizamiento los pilares de ladrillo que sostienen el corredor de arriba, los arcos, las jambas y hornacinas, el Siglo de Oro, en un flashback se nos mete por medio con un poema de Garcilaso de la Vega. 


                                                      Garcilaso de la Vega                 

_¿Conoce usted el amor caballero?
Nuestra anfitriona no tiene reparo en escoger a una pareja, improvisada,  para que en un alarde de pasión amorosa él le declare la llama viva, el fuego que arde en su corazón declarándose a su amada.



Pero aquello requiere un escenario especial y una vestimenta en consonancia con los versos.
 A la improvisada novia la viste como si fuera una reina morisca, colocándole el izar para cubrir su cuerpo con un velo celeste, y la lifafa para la cabeza. 




La chica no sale de su asombro, pero se siente cómoda, hasta en cierto modo alegre de ver como la están vistiendo y la sonrisa le sale a la cara al verse trasladada a otra época.
Su acompañante tranquilo portando el pergamino y esperando el siguiente fotograma.



 Rodilla en tierra mirando las estrellas, o mejor dicho, a la única estrella que se vislumbra a través de la balaustrada, nuestro improvisado Tenorio, recita el soneto. 
                                                   Declarando su amor  
Mientras todos los ojos salidos de las órbitas de los contertulios se dirigen como flechas expectantes al lugar donde el amor, como una blanca paloma revoloteando por el aire, se dirige desde el patio hasta alcanzar las alturas, rodeando a su amada con el corazón henchido de emoción.  



Otro conjunto de palomas revolotean sin levantar vuelo por el patio, alas que palmean unas sobre otras, aplausos del público cuando el romántico galán posa la rodilla sobre los guijarros blancos y grises en perfecta simetría que forman el suelo. 



El soneto, con vos firme sintiendo la veracidad de las palabras elevaron vuelo a su destino.
“Cuanto tengo confieso yo deberos;
Por vos nací, por vos tengo la vida,
Por vos he de morir, por vos muero”. 



Mientras la directora de escena narra la vida de los moriscos,  -musulmanes bautizados después de la Reconquista-, y la situación de la España del Siglo de Oro, algo extraño comienza a ocurrir, una voz surge espontánea por el fondo del patio, las miradas se dirigen al nuevo actor que aparece en escena, una vecina de las que en épocas pasadas habitaron estos lugares surge para asombro de todos, por uno de los rincones de la casa, portando sobre la cadera una canasta de las que confeccionan “los gitanos canasteros”. 



Viene de hacer la colada y toda afanosa se dirige como si lo conociera, a uno de los espectadores, al hijo de la Antonia la que dice ser su vecina, y lo hace partícipe para que le ayude a tender la ropa. 



El improvisado actor, no solo no se resiste sino que con el mayor de los garbos coloca la ropa sobre el tendedero, con tal agilidad que demuestra haberlo realizado más de una vez.



La nueva vecina alaba la forma de desenvolverse el hijo de la Antonia colocando los trapos, y los despide echándole por debajo de la puerta, porque sabe que le gustan, unos garbanzos "tostaos".
Otra nueva vecina aparece por el fondo con el delantal apretado a la cintura, el mantoncillo sobre las espaldas, corpiño resaltando su figura, zapatillas alpujarreñas con suela de esparto,  una canastilla prendida del brazo con ropa de costura, alabando a las mozas granadinas.
La conversación entre las dos pone de manifiesto el hacer diario de una corrala de vecinos, una muy hacendosa barriendo, regando el patio acompañándola con aquella famosa frase de siglos pasados.
-¡Aguaaa vaaaaa!
Para esparcir el contenido del bacín en el patio. 







Demostrar las habilidades haciendo el pan, mostrándolo y despertando la envidia de la otra moradora.



La conversación continúa acalorándose cada vez más.
-¡Es que tengo unas manos!
-Mira. -Mostrando el pan- 



-Amaso como mi abuela.
-¡Y es que tiene una mano!
La vecina encoge la cara no dándole importancia con gesto despreciativo.
-¡Hija, no haces nada más que criticarme!
-¡Que Dios me perdone si yo me atrevo a semejante sirvergüenzonería! 



Todo es un rosario de palabras enlazadas donde la envidia toma su protagonismo.
Ante este diálogo se escucha otro, más sosegado, más cadencioso, con medida métrica acompasada, donde el agua del surtidor siguiendo su ritmo, música acuática, habla con la alberca palabras de amor hechas perlas de agua, que se deslizan lentamente   por la canalilla que aboca a la acequia enclaustrada. 



Siguen las discusiones aireadas entre las dos vecindonas y al final deciden sentarse para seguir con sus comentarios. 



Muy ardilosas se sientan cogiendo los bastidores para seguir con la faena, pero poco habla la aguja, más bien la legua zarrapastrosa. 



-¡Ay! 
Exclamación salida, como una explosión de lo más profundo de un pecho que parece ahogarse. 



-Mi “marío” llegó anoche “ajumao”, y lo mandé al pajar. 



-Pues sabes lo que te digo, que un palo bien grandote se le rompe en la cabeza.



-Desde el pajar gritaba. 



- ¡Ay!, más vale querer a un perro que no a una mujer, porque el perro no desampara al que le da de comer. 



-Te voy a dar un consejo de amiga.
-Tú hoy lo mandas a dormir fuera y si quiere dormir caliente que barra con la "chispera". 


Los gestos y ademanes de dos vecindonas remilgadas, se suceden al mismo tiempo que gesticulan, hablan, hacen mohines con la cara,  se sacuden con golpes y al final un, 
-¡basta ya!, en una expresión rabiosa más contundente. 



-¡Hombre ya!





Mari Pepa sabe entender muy bien la vida y con su botella de vino y su vaso dispuesto en todo momento, trago tras trago, se va quitando de en medio   los pesares que le pudieran rondar. 



-¡Mari Pepa, pon un vaso de vino por caridad, cantar un poco y ponerme hablar, es lo que yo quiero!



Unas alabanzas a “Graná”, en boca de Mari Pepa se dejan caer como los granos rojos de esta fruta cuando se desgrana. 



“Así es nuestra “Graná”, no muy seca y sí muy verde como un oasis en el desierto, nuestra ciudad se yergue y no hay cosa más maravillosa que ver su primavera florida". 




Mari Pepa se santigua, la piel se le pone de gallina al recordar lo que sucedió en “Graná”. 



-Aquello fue de magia negra.  



Aquí vino aquello de lo de las brujas de Graná se escaparon de la hoguera por una buena "trastá". 



-Las dos vecinas en un mano a mano cuentan la historia de los moriscos y su expulsión, las persecuciones que sufrieron y la muerte en la hoguera, solo se salvaron las dos brujas, que sufren la infamia de ser ricas y viudas.





Querido lector si quieres que las brujas vuelvan, echa el duro sin racanear. 





De pronto un ruido extraño comienza a sonar, es el furor de un viento que penetra en el patio y les hace temblar, despavoridas y temblorosas recogen todos los enseres que hay en el patio, y huyen como alma que lleva el diablo.



Mientras tanto, por el fondo comienza a aparecer un bulto misterioso, que se mueve lentamente,  envuelto en una tela oscura. 





Gesticulando y haciendo movimientos extraños va girando y moviéndose de un lado para otro, todos expectantes si saber de qué elemento singular se trata, y si realmente puede ser alguna de las brujas que escaparon de la hoguera, hay quien dice que por las noches se las ha visto volar por encima de los tejados. 



Suenan toques de campanas con una melancolía que hace más tétrico el momento. 



La danza del fuego, comienza a sonar y aquel bulto sorprendente se va moviendo  y gesticulando al ritmo de la música, unos brazos que aparecen  y se esconden, unas zapatillas llegadas de aquellos lugares de la sierra donde se oye el sonido del trillo en la era, y el trotar de los mulos pisando la paja,  



 unas piernas que se elevan, unas manos que se retuercen, y una tela que sale despedida dejando al descubierto a una encantadora bailarina,



  gesticulando movimientos bruscos, como el director desmelenado de una orquesta, llevando sin perder la menor pizca, el ritmo de todo un compás endiablado. 



Por momentos los movimientos se hacen más suaves, la melena de la bailaría cae suavemente sobre el pecho como la pluma del ave que se ha desplazado lisonjeramente para acariciar el rosto de una dama enamorada. 



Son movimientos lascivos, y sensuales, que encierran una belleza especial, la falda en los giros rápidos se bambolea como un carrusel de feria, y hasta la columna de mármol níveo, que contempla la escena, se ve recompensada por la caricia de la bailarina. 





Otras dos columnas de un mármol carnoso, son las que sostienen el cuerpo erecto que no cesa de moverse con las acrobacias más atrevidas. 



Los momentos se suceden uno tras otro, donde se mezcla la lentitud y suavidad con el gesto rápido y brusco, pero sin perder para nada la armonía y el ritmo que marca la danza. 



La cabellera roza el suelo repetidas veces, para finalmente caer fulminada, dando con su cuerpo en el embaldosado de arcilla que guarda la dureza carcomida de los siglos. 



Nuestras dos vecinas que salieron despavoridas, se acercan muy comedidas y tapan el cuerpo de la danzarina. 





Con las expresiones de  Juaquina Eguaras que se presenta en escena para dar por finalizado la escenificación, dando las gracias a los asistentes por la asistencia y la cooperación en algún momento.
 Un aplauso cerrado sería el telón que finalizaría una representación que nos ha hecho vivir una época de siglos pasados en un lugar donde aún existe la magia como en muchos sitios de este barrio, llamado Albayzin. 









                                    José Medina Villalba.  





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