martes, 14 de enero de 2020

 GRANADA EL HADA MÁGICA Y EL LAGO DE LOS CISNES

Érase una vez…..así suelen comenzar todos los cuentos pero no todas las narraciones son lo mismo, ni todas suelen tener el igual  final. 


Nuestro cuento de hoy es uno que, aunque parezca extraño, nosotros, tú querido lector, yo, e incluso aquel que no va a leer este pasaje podemos ser el duende, el hada, el elfos, la bruja, el ogro, el trol, el gigante, la sirena, o el propio encantamiento en una ciudad con todo lo que en ella se encierra  como es nuestra Granada. 

                                             Camino del Avellano
El viento suave, la brisa invisible que se percibe todas las mañanas, que nos rasga el rostro como una suave cuchilla de rasurar, baja por todo el valle de Valparaiso como llave para dar los buenos días a la ciudad, descorrer y abrir la puerta mágica de un cofre, que encierra grandes tesoros y joyas, dando comienzo a un nuevo día. 

                                Abadía del Sacromonte, desde el Cerro del Sol
 Mientras, el marcador del tiempo en todo lo alto de este edificio renacentista  deja caer parsimoniosamente las campanadas de las ocho de la mañana, como golpes de martillo sobre el yunque de una fragua gitana en el Sacromonte, cuando caminamos contemplando la grandeza arquitectónica de nuestra Chancillería en Plaza Nueva, con una temperatura gélida de cuatro grados, esa va a ser la voz de nuestra hada mágica en este cuento que comenzamos, donde se van a aunar la brisa, con la voz de bronce,  constituyendo la magia de nuestra ciudad. 

                                         Plaza de Isabel la Católica

Esa voz angelical se encuentra en el susurro misterioso de las cristalinas aguas del Darro y del Genil, sabias aguas de cristal que guardan tesoros de fábulas y leyendas, de buscadores de oro en las entrañas de un paraje donde se asienta entronizada la más grande de las Sultanas, la Alhambra, la amante y prometida de todos los tiempos del Albayzín, lugar donde había una vez una gallina que ponía huevos de oro, y la de un pajecillo que pagó por  los amores secretos en un romance en el Palacio del Castril, dejando partir su alma a través de una soga colocada en el cuello,  y aún sigue esperando la justicia, “Esperándola del Cielo”, o el tesoro, en la casa del cura, Casa de los Migueletes, enterrado debajo de la fuente en el patio de la Calle Benalúa, que un día enriqueció a un arruinado tallista. 

                            Casa del Señor del Castril. "Esperándola del Cielo".

En los atardeceres, cuando los cabellos dorados del Sol se arrastran por la Carrera del Darro aferrándose  al ramaje de la fronda del bosque alhambreño, porque les da miedo ser cobijados por las oscuras y tenebrosas sábanas de la nocturnidad, mientras los jilgueros dejan en el aire su melódica sinfonía para dormir a la Sultana, ahí en esa mezcolanza surge la voz de nuestra hada. 

                                       El bosque alhambreño
Nuestra hada se viste con el terciopelo de los paisajes que inundan la vista cuando se contemplan desde sus miradores: San Nicolás, San Cristobal, San Miguel Alto, cerrado por la muralla de D. Gonzalo para que no le puedan arrebatar tanta belleza los  troles y elfos al acecho. 

                                         Mirador de San Cristóbal
Se corona con la diadema de rubíes, esmeraldas y diamantes encajados con engarces de platino a la perfección por artesanos y orfebres: Catedral, Cartuja, Capilla Real, Madraza, Conventos, iglesias, Monasterios que encierran tesoros artísticos, Palacios y Centros donde anida y se desarrolla le Cultura… se duerme bajo un cielo celeste de estrellas y luceros, se cubre con la sábana nívea de Sierra Nevada, vigilando su sueño una Luna de luz plena, cantos de nanas, la arboreá, martinetes, bordones que suenan a  toques de zambras gitanas, para despertar toda plena, lavarse la cara en sus fuentes, y bañarse en las aguas de nuestro Mare Nostrum, saliendo toda majestuosa para secarse con la inmensa toalla del verdor de las Alpujarras y la Vega, entre alamedas y choperas al borde del Genil. 

                            Fuente del Paseo de los Tristes, donde la Alhambra se lava la cara

¡Granada!, nada más pronunciar tu nombre se rinden a tus plantas todas la grandezas de la Tierra, porque tú por si sola eres la reina de la mayor magnificencia, derramando generosidad en todos los aspectos a raudales, símbolo de pureza, ninfa de encantamiento selecto, tu voz es magia selecta, mientras tus troles  siempre al acecho para enmascararte destruyendo tu belleza. ¡Granada!, ¡mi Granada! la del Albayzín y la del Realejo, la de sus monumentos y sus gentes nunca caerás en el olvido.
Éste ha sido el cuento de hoy, que podríamos titular: “Granada la gran hada”.
 Aquí tenemos otro cuento de hadas, “El Lago de los Cisnes.


La obra transcurre entre el amor y la magia, enlazando en sus cuadros la eterna lucha del bien y del mal. La protagonizan el príncipe Sigfrido, enamorado de Odette, joven convertida en cisne por el hechizo del malvado Von Rothbart y Odile el cisne negro e hija del brujo.




Es el vigésimo primer cumpleaños de Sigfrido, y el joven príncipe está celebrando la ocasión en el jardín de su palacio. Jóvenes de los estados de alrededor han venido a rendirle tributo. Cuando todos empiezan a divertirse en la fiesta, el buen humor es perturbado por la entrada de la Reina y sus damas de honor.




 Ella observa a sus amigos con considerable desdén. Sigfrido se altera cuando su madre le señala que debe escoger pronto una esposa.
Su indicación, en el fondo, es una orden, y Sigfrido la rechaza obstinadamente. Mañana por la noche, su cumpleaños se celebrará formalmente con un baile en la corte, y allí, entre las más hermosas damas de la comarca, debe escoger a su futura esposa. 



Sigfrido ve que toda discusión es imposible y parece que se somete a su voluntad. El Bufón, intenta restaurar el espíritu de la feliz ocasión. La noche comienza a caer. El Bufón, su amigo, sabe que Sigfrido debe distraerse en lo que queda de la velada. 



Oye el sonido de alas agitadas por encima, mira hacia arriba y ve en el cielo hermosos cisnes salvajes en pleno vuelo. El Bufón sugiere que el príncipe forme una partida de caza y vaya en busca de los cisnes. Sigfrido accede.


La partida de caza comienza. A una pequeña distancia de ellos, se están deslizando plácidamente los cisnes. Conduciendo al grupo de cisnes hay una hermosa ave. 





El príncipe camina a lo largo de la orilla del lago hacia los cisnes; cuando está a punto de seguirlos ve algo en la distancia que le hace vacilar. Se para cerca de la orilla, luego se retira rápidamente a través del claro para esconderse. Ha visto algo tan extraño y extraordinario que debe observarlo detenidamente en secreto.





Apenas se ha escondido, entra en el claro la más hermosa mujer que nunca ha visto. No puede creer lo que ven sus ojos, puesto que la joven parece ser a la vez cisne y mujer. Su hermosa cara está enmarcada por plumas de cisne, que se unen a su pelo. Su vestido, puro y blanco está embellecido con suaves plumas de cisne, y en su cabeza descansa la corona de la Reina de los Cisnes. 


La joven piensa que está sola y aterrorizada, todo su cuerpo tiembla, sus brazos se aprietan contra su pecho en una actitud, casi desvalida, de autoprotección; retrocede ante el príncipe, moviéndose frenéticamente, hasta el punto de caer desesperadamente al suelo. 


El príncipe, ya enamorado, le ruega que no se marche volando y ante su miedo el príncipe le indica que nunca le disparará, que la protegerá. Ella es Odette. El príncipe la saluda y dice que la honrará, pero le pregunta, que ¿a qué se debe que sea la Reina de los Cisnes? El lago, le explica, fue hecho con las lágrimas de su madre. 



Su madre lloraba porque un hechicero malvado, Von Rotbart, convirtió a su hija en la Reina Cisne. Y seguirá siendo cisne, excepto entre la media noche y el amanecer, a no ser que un hombre la ame, se case con ella, y le sea fiel.




Sigfrido apoya las manos en su corazón y le dice que la ama, que se casará con ella y que nunca amará a otra, y promete su fidelidad. Ahora, indignado por el destino de su amor, quiere saber dónde se esconde Von Rotbart. 





Justo en este momento, el mago aparece a la orilla del lago. Su cara parecida a la de un búho es una odiosa máscara, tiende sus garras haciendo señas para que Odette vuelva a él. Von Rotbart señala amenazadoramente a Sigfrido. Odette se mueve entre ellos, suplicando piedad a Von Rotbart. 



El príncipe le dice que debe ir la próxima noche al baile de palacio. Acaba de cumplir la mayoría de edad y debe casarse, y en el baile debe escoger a su novia. Odette le replica que no puede ir al baile hasta que no se case -hasta que Von Rotbart no deje de tener poder sobre ella- de otro modo el hechicero la descubriría y su amor peligraría.




El baile está a punto de comenzar. Embajadores de tierras extranjeras, ataviados con sus brillantes trajes nativos, han llegado a rendir tributo al príncipe en su cumpleaños. Se anuncia la llegada de cinco hermosas muchachas, invitadas por la Reina como posibles novias para su hijo. Sigfrido, piensa sólo en el claro a la orilla del lago y en su encuentro con Odette. Su madre le inquiere a que baile con sus invitadas.


Baila de forma automática e indiferente y se sume en una profunda melancolía. Un heraldo se apresura a informar a la Reina de que una extraña pareja ha llegado. 


No sabe quiénes son, pero manifiesta que la mujer posee una extraordinaria belleza. Un caballero alto y con barba entra con su hija. Cuando el caballero se presenta a si mismo y a su hija Odile, a la Reina.



 Sigfrido -perturbado casi hasta perder el control mira fijamente a la hermosa joven. Está vestida de sobrio negro, pero es la viva imagen de su querida Odette. 


Se trata de Von Rotbart, que se ha transformado a si mismo y a su fingida hija para engañarlo y rompa la promesa hecha a Odette de que nunca amará a otra.
La Reina tiene ahora esperanzas de que su hijo se case con una dama de rango, como Odile aparenta ser, e invita a Von Rorbart a sentarse a su lado en el estrado.


Odile ha logrado enamorar a Sigfrido y éste piensa que no es otra que Odette. Mientras bailan los dos jóvenes Odette se deja ver en la distancia y hace señales a Sigfrido de que si continúa en esa actitud puede ser fatal para ella.



 Luego, Sigfrido se aproxima a Von Rotbart y pide la mano de Odile y éste da inmediatamente su consentimiento. En ese momento hay un estrépito de trueno. La sala de baile se oscurece. Rápidos destellos de luz muestran a los asustados cortesanos abandonando el salón de baile, a la princesa madre aturdida, y a Van Rotbart y Odile de pie ante el príncipe en triunfo final de autorrevelación. 




Sigfrido no puede soportar sus risas odiosas y crueles, y se vuelve para ver en la distancia la patética figura de Odette. Buscándole desesperadamente, con su cuerpo agitado por los sollozos. Cae al suelo atormentado por su falta.



Cuando los amantes han dejado el claro, las huestes de Odette, todos los cisnes que, como ella misma, asumen forma humana sólo en las horas entre la medianoche y el amanecer, entran bailando desde la orilla del lago.


El baile está a punto de comenzar. Embajadores de tierras extranjeras, ataviados con sus brillantes trajes nativos, han llegado a rendir tributo al príncipe en su cumpleaños. Se anuncia la llegada de cinco hermosas muchachas, invitadas por la Reina como posibles novias para su hijo. Sigfrido, piensa sólo en el claro a la orilla del lago y en su encuentro con Odette. Su madre le inquiere a que baile con sus invitadas.



Baila de forma automática e indiferente y se sume en una profunda melancolía. Un heraldo se apresura a informar a la Reina de que una extraña pareja ha llegado. No sabe quiénes son, pero manifiesta que la mujer posee una extraordinaria belleza. Un caballero alto y con barba entra con su hija. Cuando el caballero se presenta a si mismo y a su hija Odile, a la Reina.



 Sigfrido -perturbado casi hasta perder el control mira fijamente a la hermosa joven. Está vestida de sobrio negro, pero es la viva imagen de su querida Odette. Se trata de Von Rotbart, que se ha transformado a si mismo y a su fingida hija para engañarlo y rompa la promesa hecha a Odette de que nunca amará a otra.



La Reina tiene ahora esperanzas de que su hijo se case con una dama de rango, como Odile aparenta ser, e invita a Von Rorbart a sentarse a su lado en el estrado.



Odile ha logrado enamorar a Sigfrido y éste piensa que no es otra que Odette. Mientras bailan los dos jóvenes Odette se deja ver en la distancia y hace señales a Sigfrido de que si continúa en esa actitud puede ser fatal para ella. Luego, Sigfrido se aproxima a Von Rotbart y pide la mano de Odile y éste da inmediatamente su consentimiento. En ese momento hay un estrépito de trueno. La sala de baile se oscurece. Rápidos destellos de luz muestran a los asustados cortesanos abandonando el salón de baile, a la princesa madre aturdida, y a Van Rotbart y Odile de pie ante el príncipe en triunfo final de autorrevelación. Sigfrido no puede soportar sus risas odiosas y crueles, y se vuelve para ver en la distancia la patética figura de Odette. Buscándole desesperadamente, con su cuerpo agitado por los sollozos. Cae al suelo atormentado por su falta.
Las doncellas cisne se han agrupado a la orilla del lago. Cuando aparece llorando, intentan consolarla. Le recuerdan que Sigfrido es solo un humano, que podría no haber conocido el hechizo, y podría no haber sospechado del plan de Von Rotbart. 



Sigfrido entra corriendo en el claro y busca frenéticamente a Odette entre los cisnes. Le toma entre sus brazos, pidiéndole que le perdone y jurándole su amor infinito. Odette le perdona pero le dice que no sirve para nada, pues su perdón se corresponde con su muerte. Cuando aparece Von Rotbart, Sigfrido le desafía, quien tras la lucha, es vencido por la fuerza del amor del príncipe a Odette.



Todo terminó felizmente como lo demuestra, el estado de ánimo que surgía entre los espectadores que habían disfrutado de la asistencia a este espectáculo, un hada más de las muchas que perennemente existen en la ciudad de Granada.





                                  José Medina Villalba.
  

3 comentarios:

  1. Amigo Pepe: Esta bonita historia de amor, magia y encantamiento, narrada por el Chaikovski granadino, respetando como los toreros los cuatro actos en que se divide esta magistral obra, lo veo más en el papel de Sigfrido, pero además enamorado de la música, de la pintura, de la poesía, de la escultura, e irremediablemente rendido ante La Sultana, ante sus dos barrios, el Albayzin y el Realejo,sus palacios encantados,sus historias de amores y desamores, de Zayda, Zoraida y Zorahaida y como no ante sus dos ríos, el de Oro y el de Plata, sin dejar la matriz natural que parió todo lo que a sus pies se encuentra: EL VALLE DE VALPARAISO,que reparte por su zenda un halo de misterio, de embrujo,que todos lo perciben, aunque no se sepa como surge, ni quien lo dirige; en eso consiste el encanto, el hechizo que solo tu lo describes y de que manera. Un fuerte abrazo de otro granaino que la sigue viviendo desde la lejanía a través de tus escritos. Pepe Cuadros.

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  2. Bueno...¿qué comentario podría hacer a tanta belleza...?: necesitaría la pluma de Miguel de Cervantes y, para mi desgracia, no la tengo a mano, ni de lejos, por lo que sólo te puedo decir, desde lo más profundo del corazón es: GRACIAS, gracias por deleitarnos con una descripción tan bella, tan sentida y original, tan fácil de entender, como difícil a mi juicio, de llevar a efecto con tanto talento y con tan buen decir que...una teme acabar la lectura, para tener que escuchar, lo que de pequeños nos decían: "pirulín de la vana este cuento se acaba". Sin embargo, sospecho, que vendrán otras narraciones que nos enriquezcan: en el decir y en el aprendizaje de cómo decir lo que se siente en el corazón.

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  3. Que buen blog! hermosas palabras , e interesantes imagenes, es un gusto!!!

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