martes, 21 de diciembre de 2021

GRANADINOS POR LA ANCHA CASTILLA. ZAMORA. TORO. PALENCIA. LEÓN. (Noviembre 2021).
Comenzamos una nueva ruta, este viernes nos dirigimos, cambiando de aires, a Palencia.
El aliento del amanecer acarició mi ventana penetrando en mi lecho, pronto comencé a percibir una nueva jornada en este viaje por el escenario del románico.


Había que salir temprano para poder llegar a tiempo y cumplir con el programa establecido, nuestra guía había tenido un accidente que le impedía seguir acompañándonos, y un nuevo conductor nos esperaba. Una señal clavada en la delantera del vehículo que nos tenía que trasladar, hablaba por sí sola, diciéndonos que continuábamos por la ruta del románico.


El campo amplio de Castilla nos lo íbamos absorbiendo vertiginosamente, entremezclándose las zonas baldías, con sementeras que comenzaban a levantar sus endebles cuellos, dando unos toques leves de un verde tímido. El sol se había hecho dueño de un cielo limpio y levantaba sus brazos refulgentes, golpeando las vidrieras de nuestro trotador, dándonos los buenos días. Acariciaba las copas de los árboles que comenzaban a desperezarse mostrando sus vestimentas, principiaban a desperezarse y espabilar, enseñando sus vestidos esmeraldas. Un alto en el camino para reponernos, relajarnos, y poder desentumecer la musculatura; un carro esqueleto de lo que en otros tiempos anduvo estos caminos, miraba de soslayo al que ahora todo ufano nos transportaba. Simancas se quedaba lisonjeando nuestro paso, con el Pisuerga y las doncellas que se entregaban anualmente a los caudillos árabes, hasta que en cierta ocasión, y en un acto de rebeldía, éstas se cortaron una mano, y el rey Ramiro en un gesto de coraje indómito, dijo una frase que después daría nombre a este pueblo. “Si mancas me las dais, mancas no las quiero”.


Llegamos a Palencia con el tiempo bastante ajustado, nuestro nuevo lazarillo un tanto impaciente nos esperaba.
Una bandera de flores rojas tendida a nuestros pies nos recibía, en una ciudad donde el otoño ya había dejado su marca, vistiendo a los árboles de un tibio amarillo mortecino, junto a violetas y verdes pálidos.
Seriedad en el guía por la tardanza, pero pronto la connivencia y empatía sería el fiel reflejo de una compañía, con la que caminaríamos en perfecta armonía. Nuestros primeros pasos se dirigían, después de atravesar un parque, a la Iglesia de los dominicos. Vendrían primero los saludos correspondientes en la presentación, al decir bienvenidas, al ser mayoría las señoras, poniendo una nota de humor. Surgieron los orígenes de la ciudad, su situación en un otero, de ahí el famoso Cristo del Otero, su industria automovilística con la factoría francesa Renault, otra industria de armas, ciudad de servicios turísticos, así como las famosas mantas de Palencia, de reconocido prestigio en toda España.

Su origen es céltico y después serían los romanos, los que marcaron su huella. La época dorada la época conventual con gran poder de los obispos; los dominicos siempre a la cabeza, “Primer Estudio General”, y por tanto primera universidad. Uno de sus profesores más importantes Santo Domingo de Guzmán.
Nuestros pasos se dirigieron hacia la Calle Mayor, para ver una ciudad donde el modernismo dejó su marca, en una urbe que en la época medieval estuvo cercada por una muralla de más de cuatro kilómetros.

Un sol se abría paso a dentelladas, dejando una pátina brillante en el encerado del pavimento, que brillaba como un espejo recién pulido, y los dulces típicos aparecían en el escaparate haciéndonos señas, reclamando la atención con sus envoltorios plagados de colorines, que hacían más llamativa la atención. Al borde de la calle nos encontraríamos con el convento de las canónicas, actualmente oficinas municipales, el Círculo Agrario Católico, y el Edificio de Correos. Los rayos del sol se posaron sobre mi rostro marcando una señal de identidad prácticamente inidentificable. Una genial talla dedicada al escultor Victorio Macho, realizada por su discípulo Luis Alonso, representa al imaginero realizando la obra del Cristo del Otero.


A poca distancia nos esperaba toda estática, clavada como fiel guardiana de los siglos la Catedral de Palencia. Se le llama “La Bella Desconocida”, porque a nivel de catedrales góticas no es famosa, ahora se le está empezando a llamar, “La Bella Reconocida”, porque está principiando a aparecer en los mapas turísticos. Estéticamente en el exterior no llama la atención, es un cúmulo de elementos añadidos que no hablan muy bien, de lo que contiene en su interior. Tiene dos puertas de entrada la de los novios y la de los obispos.


La riqueza que almacena en su corazón en todos los aspectos, arquitectónicos, escultóricos, pictóricos, orfebrería, cerrajería, tallas, son de tal sublimidad que solo el contemplarlas, cada cual puede sacar los consecuencias inauditas de su valor artístico. Bajaríamos a la cripta de San Antolín. La cripta de San Antolín, es el único resto de la primitiva catedral visigótica construida en la segunda mitad del siglo VII, añadiéndose posteriormente elementos románicos. La cripta está dedicada a San Antolín, mártir, patrón de Palencia. Sus restos se conservan en este lugar al que ha dado nombre.




Dejamos atrás la Catedral y pronto nos encontraríamos con la Casa del Cordón actual Museo de Palencia. Fue un lugar donde se alojaron reyes importantes como los Reyes Católicos, aquí recibieron a Cristóbal Colón después de su segundo viaje, sitio también donde murió Felipe el Hermoso. Es uno de los principales museos de la ciudad de Palencia y reúne una interesante colección de piezas y obras prehistóricas, romanas y medievales de la provincia de Palencia. Es propiedad del Estado a través del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, y su gestión corre a cargo de la Junta de Castilla y León.

Nuestra Señora de la Calle nos saldría al paso. Esta iglesia de fachada sobria pero elegante, alberga en su interior una de las imágenes más queridas e importantes de la ciudad de Palencia que, aunque pequeña en tamaño, es grande en historia y leyenda. Esta imagen no es otra que la de la Patrona de Palencia, la Virgen de Nuestra Señora de la Calle, proclamada así el 2 de febrero de 1948 mediante un breve apostólico de Pio XVII.



Esta Virgen, como no puede ser de otra manera en esta ciudad, tiene también su leyenda.
José Medina Villalba.

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