viernes, 14 de diciembre de 2012

SOÑAR EN LA VIEJA CIUDAD DE GRANADA.


 

 
Era una de esas tardes primaverales en las que pasear por la ciudad es todo un deleite; sumido en mis pensamientos caminaba lentamente por La Plaza Nueva, mientras a mis oídos llegaban los toques del reloj de la Audiencia que, parsimoniosamente, marcaba las siete de la tarde.                                 
                                                                                                                                                                  
                 Decidí sentarme en uno de los bancos de piedra para, como un espectador más, contemplar el espectáculo público que exhibían un grupo de actores callejeros.

Mi atención hacia el espectáculo se fue lentamente difuminando y como por arte de magia me fui retrotrayendo a otros tiempos y espacios.

Chirriaron detrás de mí las ruedas del tranvía que hacía el recorrido Plaza Nueva, La Pulga –al final de la Avenida de Cervantes- y a mis oídos llegó el sonido metálico característico que se producía al tocar, con el      pie el conductor, el resorte que tenía bajo sus pies. El cobrador, con su traje gris y gorra de plato se bajó e hizo un traslado del trole, de la parte posterior a la anterior, para poder hacer de nuevo su recorrido a la inversa; cambio que me sobresaltó al saltar chispas eléctricas en la nueva conexión.

El poder de la mente es extraordinario y dejándome llevar por las alas de la imaginación y atravesando el túnel del tiempo, escucho el griterío estruendoso de la multitud que aplaude a los caballistas que celebran un torneo, mientras más abajo se realiza la ejecución de un morisco que el día anterior atentó con la paz de un grupo de conquistadores de la ciudad.

                                     
Por la calle de la Cárcel sale esposada la joven  heroína de Granada, por haber bordado la bandera de la libertad, después de haber sido sentenciada a muerte; escoltada, por una escuadra de migueletes, es conducida, a través de Calle Elvira, al lugar de la ejecución, a garrote Vil, en el Triunfo.

Plaza Nueva tiene un encanto especial, el sonido de las aguas de Darro, de un río que aún no ha sido reducido a la esclavitud de la oscuridad, recrean con su murmullo orquestal mis oídos, para después irse deslizando por toda la calle de Reyes Católicos pasando por una serie de puentes que a modo de arcos de triunfo le van dando la despedida.
              ¡Qué mansa pena me da, el puente siempre se queda y el agua siempre se va!

Entre golpes de mazas y cinceles veo como, por orden de la reina Isabel I, se está levantando el magnífico edificio manierista y, entre golpe y golpe, discuten e intentan ponerse de acuerdo el arquitecto Francisco del Castillo, el Mozo, y el escultor Diego de Siloé para determinar la traza del patio principal.

La claridad mortecina del atardecer se filtraba desde los balcones y cornisas en soplos de luz sesgada que no llegaban a rozar el suelo, desde los distintos edificios que rodean la plaza.

Tal vez la atmósfera hechicera de este lugar había podido conmigo y me hizo seguir soñando.
  Alguien viene tambaleándose y como borracho, pero no de alcohol, sino de caridad humana, porta sobre sus espaldas a uno de esos mendigos que traslada a su hospital de la Cuesta de Gomérez.

-Juan ciudad. ¿Te echo una mano?

-Gracias hermano, lo voy a dejar recostado en este banco, mientras el señor de Los Pisas, que vive muy cerca de aquí, me ayuda con sus limosnas a mantener mi casa refugio.

-Ve tranquilo que, mientras vuelves, vigilaré con sumo gusto a tu acogido.

Para mí Juan de Dios era como el último romántico que había aterrizado en la ciudad.

La figura de dos personajes se recortaba en el retazo de sombra tendido sobre el empedrado de la calle y mientras una de ellas comentaba:

-Este hombre es un pobre loco, un beato; la otra le recriminaba, - si tú eres más bueno que el pan, decía indignado, esta gente que ve pecado en todas partes está enferma del alma y, si me apuras de los intestinos. La condición básica del beato ibérico es el estreñimiento crónico.

Se habían encendido las farolas de gas y congelaban el tiempo y los recuerdos.

Pero cuando se sueña, no hay márgenes para el tiempo; lo mismo vives hechos que te han ocurrido recientemente, que te puedes trasladar a espacios de épocas pasadas, he incluso mezclar hechos, lugares y periodos distintos en una amalgama que desemboca en una historia sin conexión cronológica.

 
Entre neblinas trasnochadas veo delante de la puerta de la iglesia de Santa Ana a tres personajes dialogando; han dejado su habitáculo donde reposan para la eternidad, en el interior del templo, y su conversación llega hasta mis oídos.

El negro, Juan latino, con voz ampulosa y frases impregnadas de una alta cultura se dirige en íntima conversación a José Risueño, escultor y pintor y al historiador Francisco Bermúdez de Pedraza.

 
-Mis queridos amigos a los que la eternidad nos ha hecho compartir habitáculo en esta iglesia que en otros tiempos fue mezquita. A ti Bermúdez que como historiador has dado a conocer mi caminar sobre esta ciudad de Granada y a esta Granada a la que le debo tanto; dejé de ser esclavo, contraje matrimonio con una noble dama y fui nombrado catedrático de esta recién nacida Universidad.

Bermúdez comenta:

-Fue un debate dialéctico entre los dos concursantes en medio de insultos y reproches discriminatorios para ti, negro, que son una fiel reproducción de la mentalidad existente entre la mayor parte de la sociedad de aquel tiempo. A estos ataque racistas supiste  responder con fina ironía.


-Juan latino, aunque no figuras en la lista de rectores de la Universidad, yo se que fuiste por tres veces Rector, que diste clase de Derecho y que se te nombró tesorero de la catedral, puesto que defendiste hasta tu muerte.

Ahora me dirijo a ti, José Risueño, compañero en la eternidad:

Cuando llega la Semana Santa todos los años y vemos pasar tu Cristo del Consuelo o de los gitanos, ese cuerpo al que el paño de tela encolada pone un contrapunto de agitación  barroca, cae a plomo, recto sin torsión, con toda la pesadumbre de la muerte reciente que todavía no ha borrado la tensión de las cejas ni bajado la hinchazón del pecho.

 
Su paso por el Paseo de los Tristes, bajo las luminarias de una sultana Alhambra que expectante te contempla pasar bajo sus pies, para poco después recrearte en los cantos y danzas del pueblo gitano bailando como las hurís alrededor de una infinidad de hogueras que iluminan todo el Valle de Valparaiso, al compás desgarrador de una saeta, que se escucha acompasada por el crepitar y chisporroteo de las luminarias de tomillo y romero que arden por todo el cerro.

Mi mente sigue, como alma en pena, vagando por alguna de aquellas calles limítrofes de la Carrera del Darro y en la calle Benalúa, en la “Casa del Gato”, que fue en otros tiempos cuartel de Migueletes, corrala de vecinos y actualmente hotel, veo el alma del sacerdote que vivió allí y dejó enterrado su capital debajo del surtidor que había en medio del patio.

 
El artista Martín  de Haro, un tallista notable vuelto a la ruina, cobraba su posición económica al descubrir el tesoro.

Cuenta la leyenda que, Martín embriagado por aquella felicidad, al desenterrar el cofre que dormitaba bajo la fuente del patio de la Casa del Gato alzó su vista hacia el cielo; en aquel momento, con la rapidez del relámpago, vio el artista echado sobre el barandal del corredor, la bondadosa figura de un sacerdote , que fijo le miraba y sonreía.

Sigo caminando por la ribera del río Darro, de este río que atravesando como espada vertiginosa por el centro de la ciudad le ha dado una importancia trascendental a Granada. La historia de nuestra ciudad se ha moldeado por la presencia del Darro y del Genil.

Al Darro se empeñaron en sepultarlo pero él de tarde en tarde aguantando en sus entrañas la furia de su ocultamiento, suele salir de su reposo de buen guerrero volviendo a hacer de las suyas dando fe profética a una antiquísima y popular letrilla:

Pensamiento tienen el Darro/De casarse con el Genil./ Y le ha de llevar por dote/Plaza Nueva y Zacatín.

En mi caminar por la Carrera me he encontrado a mi amigo de la infancia Manolito Tello que va a llevarle la comida a su padre que trabaja como dependiente en la bodega de las tres MMM en la calle Monterería.



Los dos nos vemos de pronto sorprendidos porque por la Cuesta de Santa Inés baja el señor de Agreda, D. Diego de Vera Agreda y Vargas que vive en el palacio que lleva su nombre, portando sable en mano, caballero de la orden de Santiago y veinticuatro de Granada, intentando detener a Juan Ciudad que diariamente suele llenar de mendigos el zaguán de su palacio.

-Has visto Manolito, aquí va a ocurrir algo; por lo visto D. Diego ayuda diariamente a Juan, pero debe estar cansado de que la entrada a su palacio se vea perfumada por el olor de esos mendigos que se arrastran en el portal.

-Juan, dice D. Diego: hoy me visita el Corregidor de Málaga y espero dejes libre la entrada a mi palacio

-Señor, a vos debo en gran medida el progreso de mi obra, y aunque he descasado muchas horas en el banco de entrada a su palacio, hoy os prometo dejarlo libre.

-De acuerdo.

“Este banco, muchas veces al Santo sirvió de cama que el que nace para humilde sobre las piedras descansa”.

Por la calle de los carros en unas parihuelas bajan del Maristán, el hospital que en el siglo XIV fundara Muhammad V, a un moro.

Lo llevan otros dos envueltos en sus chilabas, mientras un lamento doloroso sale de lo más profundo de la camilla.

-¿Donde lo llevarán?

- A mí me parece que a los baños del Bañuelo.

Seguimos con la mirada, la trayectoria y efectivamente, ese el lugar predeterminado.

-Tengo entendido que los baños que aquí reciben los enfermos les viene muy bien para la recuperación de sus procesos.

-¿Te has fijado en esas ruinas que hay ahí enfrente, en la otra orilla del río?

 
-Según me comentó mi padre, un día, esto era una puerta que le llamaban la Puerta de los Tableros. Tenía una torre por la que se comunicaba la Alhambra con la Alcazaba Cadima y con unas compuertas se cerraba el cauce del río.

-¡Pero Bueno, vas a llegar tarde a llevarle la comida a tu padre!

-Te dejo y luego me contarás más cosas de tu paseo por la ribera del Darro.

-De acuerdo.

Los sueños se entremezclan como si fueran una visión cinematográfica.

 
La tarde de aquel riguroso invierno era sumamente fría, los carámbanos de hielo colgaban como estalactitas de los puentes del acueducto que frente a la iglesia monumental de S. Pedro, sostienen la base del Tajo. Había nevado intensamente; me temblaban las manos y las ideas. Alcé la vista y vi el temporal derramarse como palomitas blancas entre las nubes, cegando la luna y tendiendo un manto de tinieblas sobre los tejados y fachadas de la ciudad.

 
La tarde adormecía y la noche se venía encima, quise refugiarme en algún lugar y de pronto sin saber cómo, me encuentro  en el zaguán del convento de Zafra, a través del torno, único medio de comunicación con el interior, me parece escuchar la voz tenue y pausada de alguna monja que canturrea en el interior.

En el convento de las esclavas /de Santa Rita /Andan las monjas dale que dale /por la cocina /Con las sartenes y las perolas /en los fogones /Y las tinajas llenas de tortas /de chicharrones. /El torno rueda, /rueda que rueda, “Ave María”/Y la tornera: /“Pues sin pecado fue concebida” /¿Qué quieres niño?/“¿Tiene dulces de calabaza?”/“Recién salidos, da gloria verlos /Como la escarcha”.

-Pues deme un trozo, madre, para ver si mi estómago entra en calor.

-Dale la vuelta al torno y ahí lo llevas.

La tarde adormecía, el viento empujaba a las últimas nubes, que cubrían el cielo, las que como  velas de un barco a la deriva se deslizaban rápidamente para dejar entrada a los últimos rayos mortecinos de un sol que agonizaba y que dejaba su reflejo candente en la veleta de la torre de S. Pedro.

-Angelito, María Piedad, Rafa…, eran las voces de la vecinas que llamaban a sus pequeños que aún jugaban en el patio del palacete del pintor D. Rafael La Torre.

-¿Chicos que os llaman vuestras madres?

 
Era D. Rafael que, desde uno de los balcones del minarete de su palacio, pintaba al óleo un atardecer en la ribera del Darro. En primer plano, entre claroscuros  se destacaba la fachada del palacio del señor del Castril y el balcón tapiado donde aún se oían gritos del paje que colgado clamaba ¡justicia! ¡justicia! ¡Justicia! D. Rafael daba las últimas pinceladas a la frase que aún perdura allí. “Esperándola del Cielo”.

Allá al fondo de la Carrera del Darro quiero vislumbrar, entre la neblina, una vieja borrica, y cual caballero andante montado en su Rocinante, va un anciano cuya vestimenta de sayón largo, botín a media caña, sombrero, no escudilla, y vestimenta raída por el paso de los años, va cargado de pesares; regresa pensativo de la Universidad, ha dado la última clase; un par de mozalbetes, chaquetilla corta, calzón de pana, calcetines de lana y alpargatas de lona, cogidos al ronzal van tirando de la “Morena”.

Los pensamientos vagan por la cabeza nívea de este santo varón que ha dado su vida por esta ciudad.

A los setenta y dos años y cuarenta de catedrático universitario han dado muerte civil, o me han jubilado; recuerdo mi humilde aldea y al Maestro de primeras letras, a mi Dómine, la Preceptoría campestre, o el bosque, ahora me refugio en una escuela de niños pobres, situada en floridos huertos extramuros de una vieja Ciudad; y allí, enseñando y haciendo letras, voy a pasar entretenido y alegre los últimos años de mi vida, forjándome la ilusión de que aún valgo para maestro de niños y para hacer Maestros. Viviré feliz, sembrando Maestros y Escuelas que llamo campestres, al aire libre, sencillas, alegres y risueñas, donde el diálogo, la intuición y la acción, unidas al gráfico, al juego y la canción, al agua, al aire y al sol, a los pájaros y a las flores, me ayuden a educar a seres infantiles en infantil, a seres humanos en humano, a seres racionales en racional, a seres cristianos en cristiano, a seres españoles en español, a seres que tienen consciencia conscientemente y a seres sociales socialmente.

 
La Morena se fue lentamente desdibujando, cual telón de escenario teatral que se cierra al terminar la función, por el Paseo de los Tristes, camino de la Abadía del Sacromonte-

 Este soñador volvió a la realidad  para contemplar la última actuación de los titiriteros de La Plaza Nueva.

                                            José Medina Villalba.

3 comentarios:

  1. ¡Hola D. José! Me parece estupendo su nuevo blog, tanto en contenido como en la estética elegida. Lo añado en mi lista de blogs para que la gente que me visita también pueda tener acceso a él, y colocaré también algún aviso en mi perfil de facebook para que desde ahí puedan visitarlo. Poco a poco irá descubriendo que esto es un mundo enorme y que a mi personalmente me gusta mucho, pues pienso que es un buen vehículo de difusión de cultura, aficiones, etc. Podrá ir añadiendo gadgets desde la plantilla que le darán nuevos aires al blog y a la vez lo harán aún más atractivo para todo el que lo visite. ¡Un abrazo y estaremos en contacto por aquí!

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  2. ¡Buenas tardes Abuelo!

    Tras leer algunas de tus entradas al blog solo puedo felicitarte, y es que éste no sólo supone un grito a favor de la acogida a los nuevos medios y tecnologías que la gente mayor a mi generación tanto temen, sino que también es una excepcional forma de conocer y admirar a nuestra bonita ciudad: Granada. He de reconocer que debido a mi gran desconocimiento de toda la historia que aconteció en nuestra ciudad y de todas aquellas leyendas tanto de la Alhambra como de calles como la Alcaiceria, o de los magníficos Carmenes del Albaicín... apenas puedo considerarme amante incondicional de Granada como tantas veces me he precipitado a hacer. Creo que tu blog me va a venir bastante bien para ir poniéndome al día en lo que a temas lugareños se refiere.

    Por todo esto calificaría a tu blog con una simple palabra: Simbionte, un lugar que aúna a la vieja y a la nueva Granada y en consecuencia a las nuevas y viejas generaciones de granadinos.

    Un abrazo y de nuevo ¡Felicidades!

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  3. Gracias por este magnifico blog!!! yo también lo voy a añadir a mis blogs favoritos!!!
    Me gustaría que le añadiese el gadget de seguidores para serlo incondicional ya que, me ha enamorado su buen hacer en el relato, me ha trasladado de unos siglos a otros hasta nuestros días haciéndoseme corto pero intenso!!!
    saludos!!!
    mayte

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